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Culturales

On-line version ISSN 2448-539XPrint version ISSN 1870-1191

Culturales vol.2 n.2 Mexicali Jul./Dec. 2014

 

Reseñas

 

La posesión de Loudun

 

Víctor Manuel Gruel Sández

 

Michel de Certeau (edición revisada por Luce Giard) Universidad Iberoamericana México, 2012

 

El Colegio de México.

 

 

La reciente traducción al castellano de La possession de Loudun (Julliard, 1970) no sólo es importante debido a que es una de las pocas monografías del historiador y antropólogo francés. La importancia radica en que el libro constituye un clásico de la historia cultural. Junto a textos indispensables -pero dispersos en cuanto a contenido y forma- como La escritura de la historia (1993) o La invención de lo cotidiano (1999), la serie editorial "El oficio de la historia", del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana, se encuentra ahora más completa al incluir este texto programático de Michel de Certeau.

El programa de trabajo seguido de La posesión de Loudun impactó las investigaciones historiográficas que emprendió Certeau acerca de la experiencia mística del cristianismo europeo. Desde luego, me refiero a La fábula mística, siglos XVI- XVII (1993; primera edición en francés: Gallimard, 1982).

La novedad del libro al publicarse en Francia se debió a que aparecieron algunas películas y novelas sobre tema tan espeluznante: los exorcismos ocurridos en Loudun, pequeña localidad francesa. El punto de vista de Certeau, quien además de estudiar historia tenía una sólida formación teológica producto de su formación sacerdotal, aunque epistémico, no descuidó una estructura narrativa ad hoc.

La experiencia de lectura de La posesión de Loudun es fragmentaria y polifónica. Cada oración prodiga profundidad y desenfado; cada cita extendida es desmenuzada en sus posibles sentidos. Los 14 capítulos que integran el libro constituyen una perspectiva focalizada, ya sea en lugares de la localidad -la plaza pública, los claustros, la torre de una ciudad fortificada que va saliendo del Medievo- o en los personajes históricos.

Leer de manera particular cada capítulo es como un videoclip. No en vano la verdad histórica acerca del fenómeno estudiado fue disputada por la ficción cinematográfica y los registros museográficos. Si Certeau presentó sus indagaciones como escenas de un film o diorama de museo, se debe a que quienes hicieron la historia formaron parte de un espectáculo, intuyendo las representaciones venideras.

La posesión y exorcismo de las monjas ursulinas me recordó aquellos episodios psiquiátricos en los cuales las pacientes fingieron síntomas y arrobamientos, persuadidas muchas veces por los propios médicos alienistas. Aunque median dos siglos de distancia entre ambas situaciones históricas, entre las posesas y las histéricas existe un continuum, sobre todo a partir de eso que las feministas denominaron "performatividad del género". Ello no descartaría los padecimientos del alma localizados en los cuerpos poseídos o alienados.

El abordaje arqueológico a las miradas y opiniones de los médicos que acompañaron a los exorcistas es producto de la influencia de Michel Foucault. También fue un anticipo de eso que se llamó más adelante "historia del cuerpo".

Para evitar anacronismos, Michel de Certeau no sexualizó el problema histórico que tuvo enfrente, tal y como sí lo hicieron los psicoanalistas de los siglos XIX y XX que tanto admiró.

Una lectura descuidada indicaría que las posesiones tuvieron mucho de un despertar (y resistencia) sexual en un entorno marcado por los recientes votos de celibato, pero el historiador y antropólogo tuvo el cuidado de no caer en simplificar el problema, sino todo lo contrario. De hecho, quedó en el aire si Certeau -a nivel personal, doctrinal o profesional- creyó en el diablo. A fin de cuentas la pregunta que todo historiador se hace frente a sus documentos es: ¿Debemos creer a la evidencia histórica que señala fenómenos místicos? La respuesta me pareció fascinante. El modo en que el autor resolvió la pregunta lo condujo a un escepticismo epistemológico cuya única certeza fue relativa al método histórico: la otredad y sus representaciones deben abordarse desde un enfoque heterodoxo.

La enseñanza historiográfica de La posesión de Loudun es acerca de la imposibilidad de la empresa histórica en sí misma. Con la frase lapidaria de "la historia nunca es confiable", no nos encontramos frente a una salida floja o posmoderna ante las posesiones y la brujería. Al presentar la evidencia documental de manera minuciosa, el cuidado y la observación de las expresiones de habla no sólo es un prerrequisito paleográfico. Tras leer el libro es fácil concluir qua la composición historiográfica depende de un único insumo: el lenguaje.

Invitando a historiar desde el presente, el autor instó a visitar Loudun y observar cómo se organizó toda su historia y parafernalia en función de la leyenda demoniaca. En su característico estilo peripatético, Certeau es capaz de imaginar el pasado al caminar entre las ruinas y reliquias que atestiguaron la conmoción pública sobre las posesiones "diabólicas". Es por ello que diversos historiadores describieron la centralidad del libro en los debates sobre los giros historiográficos y lingüísticos: es un ejemplo paradigmático de la historia académica hecha en Francia que rompió con la Escuela de los Annales.

Libro sin conclusiones, su riqueza estriba en los serios cuestionamientos que planteó, pero, sobre todo, en la saludable incertidumbre sobre el oficio del historiador, preguntándose: "El problema de Loudun puede formularse así: ¿cuál es entonces ese 'sitio' donde se reunirán las razones incompatibles unas con otras? [...] ¿Qué ocurre realmente y cómo decirlo?" (p. 64, énfasis original).

Michel de Certeau historiza algo importante: el trabajo del exorcismo como un trabajo lingüístico, operación que recuerda Les mots et les choses (1966), libro en que Foucault plante -cómo hasta la emergencia de las ciencias humanas el hombre- como entidad viva que trabaja- pudo concebirse como una entidad hablante.

En pos de estudiar el lenguaje de la posesión, Certeau operó directamente en el discurso de la alteridad, entendiendo por ese "otro" no sólo la obvia "presencia" demoniaca, sino a los seres de carne y hueso que, distanciados de él mismo por 337 años, hablaron desde un lugar y momento precisos. De ahí la importancia de historiar el lenguaje de las posesas y, sobre todo, los diálogos en latín arcaico que emprendieron los exorcistas con los múltiples demonios que poseyeron los cuerpos de las monjas.

Un caso es decisivo para el libro es el cuerpo sagrado y místico de Juana de los Ángeles. Poseedora de estigmas -congénitos, tal vez; atribuidos a la posesión, seguramente-, la monja dejó escrita una "autobiografía" que sirvió bastante a Certeau en calidad de fuente documental. Si la historia por sí tiene algo de espectacular, de un acontecimiento fundado en el histrionismo de los actores históricos, Juana de los Ángeles fue una diva que desfiló por las calles de Francia mostrando su cuerpo estigmatizado, como prueba de fe.

El índice onomástico que incluye la edición resulta útil, sobre todo, a la hora de buscar a un sinnúmero de personajes históricos que aparecen en simples cameos. La búsqueda de apellidos y nombres de pila es un ejercicio necesario no sólo porque la escritura analítica puede marear, sino porque hay una jerarquía eclesiástica, aristocrática e historiográfica con la que debe familiarizarse el lector. Un ejemplo es el duque y cardenal de Richelieu, Armand Jean du Plessis, quien aparece como una de las autoridades eclesiásticas que intervino no únicamente en el control de las posesiones y permitiendo la realización de los exorcismos, sino la divulgación del fenómeno por las páginas del Mercure frangois.

E, inevitablemente, una de las consultas del índice es Urban Grandier, protagonista del libro. Jules Michelet, uno de los historiadores franceses que escribieron sobre Loudun en pleno siglo XIX, escribió sobre Grandier en su texto La bruja (1862): "es ridículo convertirlo en un mártir, porque odiaba a Richelieu. Era un fatuo, vanidoso, libertino, que merecía no la hoguera, pero sí la cadena perpetua". Al igual que Menocchio de Carlo Ginzburg en El queso y los gusanos (1976), Grandier fue quemado vivo el 18 de agosto de 1634.

La mitad de los capítulos de La posesión de Loudun están destinados a historiar de manera pormenorizada el procedimiento judicial que enfrentó Grandier. Los jueces-sacerdotes tenían diversas razones para juzgarlo; en principio, porque no fue la primera ocasión en que el acusado de brujería enfrentó un proceso judicial. El protagonista del libro fue en vida un sacerdote que lanzaba acalorados sermones, mientras la feligresía desfallecía en la iglesia. Tan polémico como nuestro fray Servando Teresa de Mier, Grandier provocó una revolución en la localidad no sólo al escribir un folleto en el que argumentó en contra del celibato, sino que sedujo y procreó varios hijos con mujeres de la localidad. El problema fue que los varones de Loudun comenzaron a denunciarlo ante las autoridades francesas. Por eso Certeau no descartó los rumores y los chismes a la hora de escribir este magnífico texto.

A pesar de las repercusiones del libro para la historia del cristianismo moderno, creo también que es un ejemplo de historia regional francesa. Sobre dicho posible principio metodológico escribió Certeau: "Se reconstruye toda una sociedad de provincia en el campo que le fija, la posesión: alrededor de las embrujadas empieza un juego de la sociedad en el que lo que se apuesta son sus valores, y en el que el demonio no es más que el muerto" (p. 35). El diablo ha muerto. ¡Viva el diablo!

El capítulo sobre el círculo mágico no sólo es la metáfora de la urbanidad que determinó el valor performativo de los personajes históricos, es la referencia a circunstancias políticas y religiosas que influyeron en el acontecimiento descrito/fragmentado a lo largo de la exposición del autor. Un ejemplo de dichas circunstancias es el pasado inmediato del poblado, bajo el protestantismo de los hugonotes.

No cabe duda que Loudun fue (y sigue siendo) una región sociocultural sui géneris. La edición incluye diversas representaciones cartográficas e iconográficas que lo documentan. Michel de Certeau, tras varios acercamientos a la región francesa del siglo XVII, no pudo evitar caer en la influencia arqueológica del proyecto de Foucault: Loudun, no únicamente por sus características espaciales, es una "prisión", la prisión en la que Grandier, promotor moderno de cambios eclesiásticos, brujo seductor que introdujo el diablo en el cuerpo de futuras santas, escogió morir.

El caso Grandier, su carácter y personalidad permiten inferir algunas cosas sobre la cultura regional de Loudun. Este personaje, escribió Certeau, "no es más que una señal, entre mil otras, de la evolución que fragmenta la antigua sociedad religiosa y divide a los eclesiásticos, por un parte en papeles sociales o grupos de presión" (p. 74). En consecuencia, historiar a partir de los rumores y los chismes que comunicaron a una región periférica con el centro parisino, resultó de importancia mayúscula.

La cuestión política y administrativa que atraviesa el libro óen especial, con el trabajo inquisitorio del barón de Laubardemontó, y las fuertes tensiones entre lo urbano y lo provinciano, son indicios del sesgo regional con el que Certeau construyó La posesión de Loudun.

La ubicación de los fenómenos históricos requiere de un trabajo de adscripción e inscripción en esa totalidad significativa llamada región. El historiador y antropólogo francés jamás se olvidó que las posesas también fueron monjas ursulinas que poblaron un lugar en el que aparecieron diablos y fantasmas humanos, demasiado humanos.

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