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Culturales

versão On-line ISSN 2448-539Xversão impressa ISSN 1870-1191

Culturales vol.2 no.1 Mexicali Jan./Jun. 2014

 

Artículos

 

Metamorfosis de la vigilancia: literatura y sociedad de 1984 a Neuromante

 

Nelson Arteaga Botello

 

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

 

Fecha de recepción: 29 de abril de 2013
Fecha de aceptación: 20 de agosto de 2013

 

Resumen

Se analiza cómo algunos textos literarios de ciencia ficción del siglo XX tratan el tema de la vigilancia, y cómo a través de ésta se construyen y articulan figuraciones del poder, la dominación y la resistencia. La intención es dar cuenta del peso y el sentido que se da a la vigilancia en dichas narrativas, al igual que examinar cómo los actores negocian, resisten y la utilizan con el fin de establecer una cierta autonomía frente a los poderes que la despliegan. El tratamiento literario de la vigilancia es una proyección imaginada e idealizada de las relaciones sociales, y permite establecer un conjunto de representaciones acerca de actores y eventos sociales en proceso. De esta forma, crea marcos donde se distinguen dinámicas autoritarias que resultan relevantes para la modelación de sociedades democráticas.

Palabras clave: vigilancia, sociedades totalitarias, sociedades de control, heterotopias, distopías.

 

Abstract

This paper analyzes how surveillance is an issue of some literary texts of the twentieth-century science fiction, and how are constructed and articulated forms of power, domination, and resistance through surveillance. It aims to show the meaning given to surveillance in these narratives, as well as examining how actors negotiate, resist, and use it in order to establish some autonomy from it. It is the literary treatment on surveillance which allows projection of idealized social relationships and enables a set of representations of actors and social events taking place today. So this creates frames that distinguish as opposed, authoritarian dynamics that are relevant to the modeling of our democracies.

Keywords: surveillance, totalitarian societies, control societies, heterotopias, dystopias.

 

Introducción

Cuando se habla del tema de la vigilancia en las sociedades contemporáneas, lo primero que viene a la mente es la novela de George Orwell, 1984. ¿Quién ha podido olvidar la descripción de la mirada omnipresente del Gran Hermano que vigila las actividades de los pobladores del territorio de Oceania?

Pese a que existen otras novelas, incluso algunas que antecedieron el trabajo de Orwell, 1984 ha marcado nuestro imaginario sobre lo que representa la vigilancia en las sociedades contemporáneas. Esto a veces resulta un problema porque la metáfora del Gran Hermano no ayuda mucho a entender los distintos regímenes de vigilancia que imperan en las sociedades contemporáneas (Nellis, 2009), ya que la vigilancia orwelliana está ligada a una cierta ideología política propia de los regímenes totalitarios de la primera mitad del siglo pasado, y si bien en las sociedades democráticas la vigilancia también está presente, parece funcionar de una forma muy distinta (Marx, 2009). No obstante, la referencia a Orwell sugiere que nuestro conocimiento sobre la vigilancia está a veces más ligado con la imaginería de la cultura popular que se proyecta en filmes y novelas, que con los textos estrictamente académicos (Lyon, 2007). De ahí la relevancia de explorar el tema de la vigilancia desde la narrativa literaria.

Bajo esta consideración, el presente artículo tiene dicho objetivo, en particular en una serie de textos del siglo XX: Nosotros (Yevgeny Zamyantin), Himno (Ayn Rand), Un mundo feliz (Aldous Huxley), 1984 (George Orwell), Fahrenheit 451 (Ray Bradbury), Uno (David Karp), Justicia facial (Leslie Poles Hartley), La fuga de Logan (William F. Nolan y George Clayton Johnson), Un día perfecto (Ira Levin), V de Vendetta (Alan Moore y David Lloyd), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Philip K. Dick), Una mirada en la oscuridad (Philip K. Dick), Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (Philip K. Dick), El fugitivo (Stephen King), El reporte menor (Philip K. Dick), Tritón (Samuel R. Delany), En las alas de una canción (Thomas M. Disch), El jinete de la ola del shock (John Brunner) y Neuromante (William Gibson).

Los textos que aquí interesa analizar pueden clasificarse en función de los tipos de sociedades que imaginan: totalitarias, de control y heterotópicas.1 Las ficciones totalitarias comparten por lo menos cuatro elementos. En primer lugar, describen sociedades que han vivido o viven intensos y largos periodos de guerra. En segundo lugar, y debido a los escenarios bélicos, el Estado se encarga de proveer a su población de los satisfactores mínimos de subsistencia y, en esa medida, tiene la capacidad de decidir cómo deben vivir sus ciudadanos y durante cuanto tiempo. En tercer lugar, el Estado despliega un plan de homogeneización social a partir de una ideología política, un modelo científico o una doctrina religiosa. Finalmente, ponen en marcha algún tipo de sistema sociotécnico de vigilancia.

Por otra parte, las novelas que proyectan sociedades de control se caracterizan por dibujar escenarios marcados por altos índices de criminalidad y violencia. En estas novelas el Estado no se hace cargo de la provisión de los bienes de subsistencia a la población y no posee una ideología, precepto o doctrina única. En su lugar, establece un sistema de pensamiento cuyo principio es el monitoreo de grupos considerados como potencialmente peligrosos para la estabilidad de la sociedad.

Por último, las sociedades heterotópicas muestran un paisaje social marcado por la pluralidad de ideologías políticas, una cacofonía de creencias religiosas y una enorme fragmentación social. De hecho, el Estado despliega su vigilancia al mismo nivel e incluso a veces de forma mucho más débil que otros actores —bandas criminales, bandoleros, corporaciones privadas, bancos y grupos terroristas—. La vigilancia no está, por tanto, bajo el monopolio de una entidad política o un grupo social determinado.

Estos tres modelos literarios que tienen a la vigilancia como uno de sus motivos, muestran también diferentes tipos de resistencias y procesos de construcción de autonomías sociales. En el caso de las sociedades totalitarias, los sujetos resisten a la dominación a través del cuestionamiento de los principios hegemónicos de organización social, de la misma manera que tratan de desmontar los sistemas sociotécnicos de vigilancia. Sólo en algunos casos se tiene éxito en esta empresa. En las novelas que proyectan sociedades de control, los sectores criminalizados resisten al poder, dejando de lado cualquier intención de transformación del orden político; los actores se orientan únicamente a sabotear los sistemas de vigilancia. En tanto que los personajes de las sociedades heterotópicas ven a la vigilancia no como algo extraño, sino propio —en algunos casos forma parte de su propio sistema biológico—, que permite la construcción de espacios de autonomía.

Las morfologías de la vigilancia en las narrativas que aquí se analizan constituyen una articulación imaginada e idealizada de las relaciones sociales. Las literaturas de la vigilancia (Nellis, 2009) muestran cómo se articulan y distinguen los espacios de dominación y poder. Pero más que aportar una forma de catarsis sobre los posibles riesgos de las sociedades modernas, construyen un conjunto de representaciones acerca de actores y eventos sociales en proceso, y de esta forma se crean marcos donde se distinguen dinámicas autoritarias que resultan relevantes para la modelación de sociedades democráticas.

Las historias que se analizan en este trabajo —siguiendo el planteamiento de Alexander (2006)— dibujan un repertorio de categorías dicotómicas que revelan dinámicas sociales y personajes en situaciones típicas que cuestionan o idealizan una serie de valores —tales como el poder, la dominación, la libertad y la individualidad—. Asimismo, el presente texto subraya cómo las narrativas de la vigilancia proyectan a su vez formas de dominación y un cierto ideal de sociedad democrática, y enfatizan la vigilancia como mecanismo sociotécnico que permite la dominación y control, pero también la construcción de la libertad. A fin de cuentas, la intención es dar cuenta del peso y el sentido que se le da a la vigilancia en dichas narrativas, al igual que examinar cómo los actores negocian, resisten y la utilizan con el fin de establecer una cierta autonomía frente a los poderes que la despliegan.

El artículo abre con una breve revisión de conceptos básicos, así como una descripción de la metodología que permitió la selección de las narrativas literarias que se analizan. Posteriormente se aborda el tema de la vigilancia en cada una de ellas, para luego discutir cómo su presencia permite tejer códigos binarios que reflejan los posibles modelos de libertad y autonomía social frente a las estructuras jerárquicas de dominación. Y este trabajo concluye con una serie de reflexiones que tratan de definir la importancia de la literatura de ficción para ampliar la perspectiva de los estudios de la vigilancia.

 

Conceptos básicos y decisiones metodológicas

La vigilancia ha estado presente en la mayor parte de las novelas distópicas (Cohen, 1985).2 La influencia de estos textos ha sido fundamental para el desarrollo de los estudios de la vigilancia (Goold, 2004; Lyon, 1994; Rule, 1973), aunque con un costo muy alto: ha propiciado que la vigilancia sea analizada sólo en su parte negativa, limitando a veces la complejidad de procesos que involucra —actores sociales, contextos, marcos morales, entre otros aspectos (Lyon, 1994)—.

En la medida en que las distopías tienden a generar un sentimiento de rechazo de la vigilancia, dejan fuera el hecho de que ésta forma parte del desarrollo la modernidad (Alexander, 2013; Bauman y Lyon, 2013; Dandeker, 1990; Giddens, 1987). Por tanto, las distopías en ciertas ocasiones ofrecen pocas pistas para abordar la vigilancia más allá de su denuncia. Algunos autores sugieren que más que acercarse a las novelas distópicas como bloque, habría que considerar los temas que abordan como ejes de reflexión —tales como la libertad, las ideologías políticas totalitarias y la pérdida del individualismo (Claeys y Sargent, 1999; Suvin, 1979;)—, lo que permitiría al lector localizar contenidos específicos, y relacionarlos y proyectarlos con las situaciones que afronta en su realidad más próxima.

Las novelas resultan estimulantes para el análisis académico de la vigilancia porque permiten entender, por comparación, nuestras sociedades actuales (Kammerer, 2012; Marks, 2005). Al problematizar temas como la libertad, la autonomía y la individualidad, se apela a la reflexión de nuestros valores en situaciones prácticas y concretas (Nussbaum, 1990). De igual forma se puede ver a otros seres humanos en situaciones en que se cuestionan sus principios morales y el propio sentido de lo humano (Rorty, 1989). Y además, proyectan situaciones donde los personajes se ven envueltos en dilemas morales o éticos con consecuencias políticas y sociales (Whitebrook, 1996).

Siguiendo este argumento, se plantea recorrer una serie de paisajes de ficción —novelas y cuentos— donde la vigilancia juega un papel central. Esto estimularía, parafraseando a Jameson (1988), un debate alrededor de un tema que parece ocupar la agenda política y social de nuestro tiempo de forma creciente, propiciando una reflexión prepositiva sobre su función, su poder y sus límites estructurales.3

Existe un importante número de historias de ficción donde la vigilancia es un elemento relevante para el desarrollo de sus tramas. Una buena parte de estas narrativas está ligada ciertamente al género literario de la distopía, pero no necesariamente. Los trabajos de Suvin (1979), Booker (1994), y Claeys y Sargent (1999) —enfocados al análisis de las distopías futuristas— sirvieron para establecer un primer acercamiento para seleccionar la literatura a trabajar. Por su parte, los análisis de Kammerer (2012), Lyon (2007), Nellis (2009), Turner (1998) y Levin (2002) apoyaron, desde el ámbito de los estudios de la vigilancia, la selección de las obras literarias. La mayoría de estos autores coincide en reconocer el tema de la vigilancia como sustancial en textos clásicos como Nosotros (1924), Himno (1938), Un mundo feliz (1932), 1984 (1949) y Fahrenheit 451 (1953), narrativas que están ligadas a la expansión de los regímenes autoritarios y la guerra fría en la primera mitad del siglo XX. No obstante se consideran otros, tales como Uno (1953), Justicia facial (1960), La fuga de Logan (1967) y Un día perfecto (1970), que si bien no pueden clasificarse como novelas distópicas clásicas, terminaron convirtiéndose en referentes de la cultura popular.4 Estas novelas quedan agrupadas en un primer conjunto, en la medida en que comparten los criterios de lo que aquí se ha denominado como narrativas sobre sociedades totalitarias.

En un segundo conjunto se agruparon las historias de V de Vendetta (1982-1985), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), Una mirada en la oscuridad (1977), Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (1974), El fugitivo (1982) y El reporte menor (1956). Ciertamente la mayoría de las referencias son trabajos literarios de Philip K. Dick; no obstante, esto tiene su razón de ser. En primer lugar, este autor introdujo el tema de la vigilancia en marcos no necesariamente totalitarios. En segundo lugar, porque Dick considera que la vigilancia es un aspecto central de cualquier organización social. Los humanos desarrollaron desde hace mucho tiempo un cierto estado de paranoia permanente como mecanismo de defensa ante la vigilancia de los predadores. Por eso Dick (2005) considera que los lectores se sienten atraídos por las novelas donde los protagonistas son vigilados: porque se despierta esa cualidad y sensación humana antigua. Aunque los escenarios de la vigilancia se desarrollan en un futuro que aún no existe, se ponen en juego relaciones y situaciones que la humanidad enfrenta desde hace mucho tiempo.

Finalmente, en el tercer conjunto de narrativas se describen mundos heterotópicos, un conglomerado más pequeño de historias de ficción por dos razones: son novelas fundacionales para abordar la vigilancia que apenas han abierto una veta narrativa fuera de la lógica de la utopía y la distopía. Aquí se encuentran Tritón (1976), En las alas de una canción (1979), El jinete de la ola del shock (1975) y Neuromante (1984). Las dos primeras novelas instituyen las narrativas heterotópicas en el mundo de la novela (Booker, 1994). Las segundas introducen el tema de las tecnologías de la información —cuando ni siquiera existía Internet ni la idea de ciberespacio que, que por cierto, aparece por primera vez en la novela Neuromante—, desplegando con ello una multiplicidad de regímenes de vigilancia que no es posible encontrar en las ficciones que dibujan las sociedades totalitarias y de control.

Las referencias literarias que se abordan en este artículo no son suficientes para el análisis que se propone; son apenas una aproximación que permite una primera exploración el tema de la vigilancia y la literatura. Si bien se han considerado aquellas piezas literarias que los especialistas han señalado como paradigmas al respecto, también se han tomado en cuenta otras que resultan relevantes para el examen que se propone. Esta es, en efecto, una propuesta para abrir la discusión en torno a un proceso que adquiere día con día mayor relevancia. A través de la historias de ficción se puede tener un mayor número de pistas para construir un debate que evite que los efectos más perversos del lado oscuro de la vigilancia se naturalicen y que la ficción —como sucede ya en ciertos casos— supere a la realidad.

 

Sociedades totalitarias

Las novelas que proyectan sociedades totalitarias parten de contextos bélicos para encuadrar sus historias. En algunas de ellas la guerra es un hecho del pasado y, en otras, del presente. Del primer caso están: Nosotros, Himno, Un mundo feliz, Justicia facial, La fuga de Logan y Un día perfecto. Del segundo caso destacan 1984 y Fahrenheit 451. La guerra es vista en la mayoría de estas novelas como el resultado de un proceso de desarticulación social producto de la diferenciación social, la libertad de pensamiento, el individualismo y el crecimiento desregulado de la economía. Por ello, la mayoría de estas novelas describe la presencia de ideologías, creencias o sistemas de pensamiento único que buscan la supresión de los conflictos sociales, la organización completa de la sociedad, la gestión de recursos y la programación de la vida de cada uno de sus ciudadanos. En Nosotros, por ejemplo, los principios que rigen la vida de los individuos son los algoritmos matemáticos que permiten eliminar el desarrollo del libre albedrío. Esta programación garantiza, por mencionar un caso, determinar si las mujeres están capacitadas para embarazarse en función de su altura, peso y composición física. Un control similar de la vida se desarrolla en Himno. En Un mundo feliz, por su parte, la producción fordista —el tiempo se divide antes y después de Ford— establece los parámetros a través de los cuales se mueve y articula la sociedad; los embriones humanos son programados en un laboratorio para alimentar los distintos estratos sociales. En Justicia facial los individuos son obligados a seguir reglas y preceptos morales estrictos para conseguir el equilibrio social y la felicidad de sus habitantes. En tanto que "El Pensador", la súper computadora de La fuga de Logan, decide el destino de cada uno de sus ciudadanos, incluso el tiempo de morir. Eso sucede también en Un día perfecto: la Unicomp —una computadora que gobierna el mundo—establece la actividad profesional a la que se dedicarán los habitantes del planeta, sus diversiones, así como el uso del tiempo libre hasta la edad de 65 años cuando, finalmente, se les destina a morir.

Para garantizar la programación de la sociedad es necesario un sistema sociotécnico de vigilancia que identifique y monitoree de manera constante a los individuos, grupos y poblaciones. Las formas más tradicionales de vigilancia se encuentran en la novela Himno. Aquí el desarrollo tecnológico está prohibido —se piensa que contiene en sí mismo el desastre de la humanidad—, por lo que se reproduce el modelo carcelario de vigilancia en el ámbito social. En Justicia facial, aunque si bien el desarrollo tecnológico es mayor, la vigilancia está a cargo de inspectores, una especie de policía política y de la moral. En Uno, la sociedad es vigilada también sin demasiados recursos tecnológicos: son los propios ciudadanos quienes desempeñan las funciones de la policía: éstos se vigilan de manera sistemática y diaria con el fin de encontrar lo que ellos denominan "pensadores heréticos". Después de cada jornada laboral las personas regresan a sus casas a redactar sus reportes sobre las herejías de sus compañeros de trabajo, las cuales envían al "Departamento de Examinación Interna" —área de espionaje del Estado—. En Fahrenheit 451, por otro lado, el gobierno ha desarrollado un sistema de vigilancia con el fin de detectar a los "insociables" —es decir, aquellos que muestran cierta resistencia para convivir con otras personas— y sus familias. Los ciudadanos que poseen libros son objeto de un monitoreo particular, ya que se considera que probablemente piensan de forma distinta al resto de la población. El objetivo de la vigilancia es garantizar la igualdad, la homogeneización y destruir la disparidad y la desigualdad que, al parecer, llevan a la infelicidad de la humanidad.

Sistemas sociotécnicos de vigilancia un poco más complejos se encuentran en Nosotros. En esta novela, la vigilancia se despliega para evitar que los ciudadanos usen su voluntad e imaginación, resquebrajando así la felicidad colectiva. Por eso, la ciudad de Nosotros se encuentra construida de cristal: el objetivo es que todos puedan ver lo que todos hacen, y para que el "Buró de Guardianes" pueda hacer mejor su trabajo. Dicho buró coloca, además, membranas transparentes a lo largo de las calles con el fin de escuchar y monitorear las conversaciones de los ciudadanos.

Un mayor despliegue tecnológico puede encontrarse en Un día perfecto. Aquí la Unicomp regula de forma automática la información de los ciudadanos y mantiene monitoreada a cada una de las personas sobre la superficie de la Tierra. Para ello se vale de la permanente lectura electrónica de un brazalete colocado en la muñeca de los ciudadanos, a través de la cual la Unicomp detecta el estado de ánimo de las personas, su proclividad a establecer relaciones de amistad y su desempeño laboral. El acceso a teléfonos, emisiones televisivas y de radio, así como la compra en librerías, cafeterías, tiendas de autoservicio, restaurantes y papelerías, son autorizadas por escáneres que leen los brazaletes. Además, Unicomp conoce el recorrido que una persona realiza de manera cotidiana por la ciudad, estableciendo protocolos de detención en caso de que se rompa la rutina de desplazamiento. Gracias a la información que se obtiene de los brazaletes, Unicomp desarrolla algoritmos que le permiten programar la vida de los ciudadanos: cuántas veces debe tener relaciones sexuales, con qué tipo de pareja, por cuánto tiempo y dónde, cuándo son necesarias unas vacaciones, al igual que el periodo y la intensidad del trabajo. Cada ciudadano cuenta, además, con un consejero al que debe visitar regularmente con el fin de detectar pensamientos individualistas, de encono social o cuadros de depresión. El consejero hace una evaluación que se suma a la información que tiene la Unicomp de cada ciudadano.

En algunas novelas la vigilancia va acompañada de la supresión de la individualidad, lo cual se expresa regularmente a través de la sustitución de nombres propios por códigos alfanuméricos. Es el caso de Nosotros, Himno, Justicia facial y Un día perfecto. Esta despersonalización permite reforzar la homogeneización social. En Himno, por ejemplo, el gobierno constantemente busca borrar cualquier resquicio de individualidad, prohibiendo la utilización de palabras como "Yo" y "Ego"; sólo se permite la palabra "nosotros". En Un día perfecto, por su parte, se ha logrado desvanecer cualquier diferencia genética al mezclar las razas en una sola, llamada "la familia". Se ha establecido también un único lenguaje —que es la suma de todas las lenguas que existían en el planeta—, y se ha logrado la igualación de los cuerpos: más allá de los genitales no existen otras diferencias corporales entre hombres y mujeres. En otras novelas, la disolución de las diferencias pasa por la eliminación del pensamiento libre y autónomo, como es el caso de Fahrenheit 451, donde está prohibida la posesión y lectura de libros, ya que éstos son catalogados como armas fuego cargadas que en cualquier momento se pueden disparar. Finalmente, en Justicia facial la homogeneización está a cargo del Ministerio de Ecualización, que obliga a sus ciudadanos a igualar sus rasgos faciales.

No obstante, 1984 articula mejor que ninguna los procesos de homogeneización, control y programación social, en la medida en que cada ciudadano es lo suficientemente importante para ser vigilado, uniformizado y desindividualizado a través de la propaganda oficial. Esta novela es un punto de referencia sobre el funcionamiento de la vigilancia en las sociedades modernas. Orwell dibuja una sociedad asfixiante donde no hay un solo resquicio de libertad. La vigilancia del Estado se hace en tres niveles: el primero de ellos tiene que ver con las miradas que despliegan los carteles del "Gran Hermano" en cada rincón de la ciudad, personificando así la omnipresencia del Estado. La figura en el cartel es el rostro de un hombre que ronda los cuarenta a cincuenta años, con bigote y facciones hermosas y a la vez duras. Quien mira ese cartel tiene la sensación de que ese hombre también lo está mirando. Por si esto fuera poco, al pie de la foto se encuentra inscrita la frase: "El Gran Hermano te está observando". El segundo nivel es la "telepantalla", una especie de televisión que tiene la capacidad para, simultáneamente, recibir y transmitir información a través del mismo dispositivo: quien ve la "telepantalla" está siendo vigilado; además, este es un proceso permanente y constante porque las "telepantallas" nunca se pueden apagar.5 Apoyando esta tecnología se encuentra una red de micrófonos escondidos, así como agentes de la "Policía de la Mente" —dedicados a detectar, perseguir y detener posibles disidentes—. Finalmente, el tercer nivel de vigilancia es la historia: el objetivo es modificar el pasado para ajustarlo al presente. Esta es la tarea del Ministerio de la Verdad, el cual tiene como trabajo principal "rectificar" la información proporcionada por el Gran Hermano, acomodándola a los datos del presente. De esta forma, la información "equivocada" se envía a un crematorio a través del llamado "agujero de la memoria". Como cualquier Estado autoritario, el de 1984 busca el control social total, y quien se resista o rebele se expone a ser reeducado a través de amplios y profundos procesos de tortura o simplemente ser ejecutado, lo cual implica eliminar cualquier recuerdo que hubiera de la persona en la memoria de allegados y cercanos.

 

Sociedades de control

Las novelas que proyectan sociedades de control parten, algunas de ellas, de escenarios de posguerra; sin embargo, otras tienen como telón de fondo contextos de alta delincuencia y violencia. Del primer tipo se encuentran, por ejemplo, la novela gráfica de Alan Moore y David Lloyd, V de Vendetta, y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick. V de Vendetta dibuja una Inglaterra del futuro bajo el dominio de un gobierno policial cuyo principal objetivo es el mantenimiento del orden. Si bien es cierto que cualquier habitante de Inglaterra es un potencial criminal, la vigilancia de la policía se cierne sobre aquellos que son considerados como "indeseables", es decir, inmigrantes, homosexuales y personas de pensamiento liberal, quienes por lo regular son recluidos en campos de concentración o simplemente ejecutados. Esto contrasta con el hecho de que las actividades que se consideran estrictamente de carácter criminal —como el tráfico de drogas, el proxenetismo y el robo—, son solapadas y permitidas por las autoridades, es decir, forman parte del orden político establecido, en tanto la policía se apoya en ellos para ampliar su capacidad de control social y represión política.

Por otro lado, en el caso de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, el planeta ha sido casi exterminado por el uso de armas biológicas y radioactivas en la "Guerra Mundial Términos". El planeta ha quedado contaminado y apenas algunos lugares son seguros para habitar —por lo general, las grandes ciudades—. Los habitantes del planeta que sobrevivieron presentan mutaciones de diferente tipo. En este contexto, la mayoría de los humanos sanos han migrado a Marte, mientras que los humanos mutantes se ven resignados a vivir en la Tierra. La vigilancia que el gobierno despliega se orienta, por un lado, a evitar la migración de mutantes; y, por otro, a que androides orgánicos —antiguos soldados que son utilizados como esclavos en Marte— ingresen a nuestro planeta. En particular, se establece un cerco específico de vigilancia contra la serie cerebral Nexus-6, que posee una capacidad de pensamiento superior a la de los humanos. Se establece así un estado policial que dirige sus fuerzas a mantener a los mutantes en la Tierra y a los androides fuera de ésta.

Del segundo tipo de novelas, caracterizadas por contextos de alta criminalidad y delito, se seleccionaron tres: donde el objetivo es combatir policialmente el tráfico de droga y la violencia ligada a esta actividad; en el que se trata de frenar el crimen a través de la identificación y monitoreo de la población, y donde los esfuerzos por reducir el crimen se basan en políticas y estrategias de carácter preventivo. Del primer tipo de sociedades destaca la novela de Philip K. Dick, Una mirada en la oscuridad, en la que el autor describe una sociedad futurista donde una droga, la llamada "Sustancia D", se ha esparcido a lo ancho y largo de los Estados Unidos.6 Sus efectos son devastadores en la población, ya que inhabilita a su usuario para realizar casi cualquier actividad. Los periodos de recuperación son lentos y las secuelas afectan de por vida el sistema nervioso. La policía se vuelve un elemento central de la sociedad ante la necesidad de frenar el tráfico y consumo de la droga. El problema es grave, ya que no se sabe cuál es la fuente —biológica, química y territorial— a partir de la cual se obtiene la Sustancia D. La policía se esfuerza en mantener, entonces, un control férreo de la sociedad a partir de distintos dispositivos de vigilancia.

El segundo tipo sociedad de control se encuentra representada por la novela Fluyan mis lágrimas, dijo el policía. Aquí la Guardia Nacional de los Estados Unidos busca conservar el orden en una sociedad marcada por altas tasas de criminalidad. Sus esfuerzos se enfocan en establecer controles en la movilidad de la población, así como mantener un cerco permanente de los edificios y campus universitarios —las únicas fuerzas críticas al sistema—. Las ciudades en esta novela son un laberinto de retenes y puntos de contención destinados a identificar de manera constante a la población. Si los ciudadanos no pueden identificarse plenamente, son asesinados por la policía o remitidos a campos de trabajo forzado, ya que son considerados "no-personas", "hombres invisibles" o "legalmente invisibles". La cantidad de retenes que un ciudadano debe superar en un recorrido normal por la ciudad puede llegar a treinta. Una vez que se está en un retén, los datos de la carta de identidad son revisados en tiempo real en los archivos correspondientes en las oficinas de la policía nacional. Ciertas cartas de identidad poseen microtransmisores que permiten rastrear a la gente las 24 horas del día. Algunos ciudadanos se han tatuado el número de la carta de identidad nacional en los brazos o las manos para evitarse un problema en caso de que la extravíen u olviden traerla. No obstante, para estar seguro de no terminar en un campo de trabajo forzado, los protagonistas de la novela recomiendan tener más de una carta de identidad; existen varias de ellas: para conducir, consumir legalmente drogas o tener trabajo. En general, las cartas tienen fecha de caducidad —pueden durar días, meses o años—, lo que obliga a su poseedor a renovarlas de manera constante, lo que genera, por supuesto, un mercado negro, que en muchas ocasiones es alimentado por la propia policía.

En El fugitivo, de Richard Bachman —seudónimo de Stephen King—, la vigilancia se desplaza como mecanismo de control social hacia los medios de comunicación, en particular la televisión. En esta historia, la sociedad es gobernada por un Estado policial que exige a sus ciudadanos una carta de identidad personal para poder transitar a través de los distintos puntos de control que hay en el conjunto del país. El autor dibuja una sociedad que está polarizada: por un lado, están los sectores sociales con altos niveles de bienestar; por otro, una masa de población pobre que vive en condiciones de exclusión y marginación extremas. Así, la identificación se convierte en un elemento central debido al permanente temor de un probable estallido social. Para frenar una posible revolución, el gobierno ha diseñado un programa de televisión en el que es posible construir criminales e involucrar a los espectadores en su persecución. El programa es un reality show llamado "El fugitivo", en el que los ciudadanos pueden inscribirse para participar como fugitivos de la ley. Los concursantes o fugitivos son perseguidos hasta la muerte por cazadores durante 30 días; si durante este lapso no son cazados, ganan el juego y obtienen una jugosa cantidad de dinero. En la medida en que los concursantes son catalogados por el programa y el gobierno que lo auspicia como enemigos del Estado, la sociedad participa persiguiéndolos y delatándolos, lo cual se traduce en recompensas económicas. De esta forma, los sectores de la población con mayores recursos económicos y políticos legitiman el discurso que criminaliza la pobreza, mientras que los marginados son pulverizados como sujetos políticos, empujándolos a organizarse en bandas de cazadores que buscan cobrar las seductoras recompensas que se ofrecen por los fugitivos.

Finalmente, una de las narraciones de ficción que acentúa el elemento de la prevención es la historia que se desarrolla en El reporte menor, de Philip K. Dick. En este breve cuento se plantea la existencia de un programa de prevención policial que tiene por objetivo detener y juzgar a los delincuentes antes de que infrinjan la ley o comentan un crimen. El programa se llama "Precrimen" y está diseñado para prevenir cualquier tipo de delito con dos semanas de anticipación. Quienes generan este reporte preventivo son tres mutantes llamados "precogs", quienes se encuentran sentados en una habitación sellada hablando incoherencias y sinsentidos; no obstante, dicho diálogo es organizado por una computadora, primero en forma de códigos, que después se transforma en un informe que se dirige a la policía y al sistema judicial sobre los futuros delincuentes y criminales: quiénes son y dónde cometerán sus crímenes.

Los sistemas sociotécnicos de vigilancia que se despliegan en estas ficciones literarias se encuentran organizados en función de las esferas de vida que se quieren controlar. En el caso de V de Vendetta, la vigilancia se organiza a partir de cuatro sistemas sociotécnicos que responden a igual número de potenciales peligros. La policía regular —llamada La Nariz—, orientada a escrutar lo que los habitantes hacen en los espacios públicos; la policía secreta —denominada Los Dedos—, que vigila de manera directa las actividades políticas subversivas; la oficina de videovigilancia —El Ojo—, que monitorea el comportamiento de la población a través de cámaras; y la oficina de vigilancia auditiva —El Oído—, que se aboca a grabar las conversaciones de grupos específicos de la sociedad. Estas policías en su conjunto están coordinadas por el sistema computarizado del gobierno —de nombre Destino—, que contiene los datos personales de los ciudadanos de Inglaterra.

En el caso de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, el objetivo central es detectar a los androides orgánicos que han logrado penetrar la Tierra y que, debido a su apariencia, son prácticamente indistinguibles de los seres humanos. La policía usa para su detección a un grupo de mercenarios que han desarrollado las habilidades y conocimientos para localizar y retirar —eufemismo de eliminar— a los androides. La prueba principal para detectarlos es el llamado "test de Voigt-Kampff", que consiste en relacionar una serie de preguntas que mesuran la relación de las emociones con las reacciones faciales del entrevistado —como parpadear, mover los labios y las cejas—. Así, por ejemplo, los humanos responden con una desaprobación verbal y expresiones faciales de disgusto cuando se les pide su opinión sobre una escena en la que un niño es golpeado de forma salvaje para que ingiera sus alimentos. El entrevistado, al identificarse con el niño, proyecta un comportamiento empático. La empatía requiere el desarrollo de un instinto de pertenencia a un grupo en específico, ya que eso permite resguardar la supervivencia del colectivo. Por el contrario, los androides orgánicos reaccionan de forma parcial ante la escena del niño: desaprueban el hecho, pero no hay ninguna emoción reflejada en sus rostros. Esto se debe fundamentalmente a que los androides, al ser depredadores, no desarrollan el instinto de empatía. La prueba es la clave para la identificación de los androides, por ello se encuentran múltiples puntos de vigilancia y monitoreo en el conjunto de la ciudad.

Para hacer frente al tráfico de drogas en Una mirada en la oscuridad, la vigilancia se hace a través del "traje codificado" —el scramble suit—, un aditamento que como un pijama cubre el cuerpo de quien lo utiliza, transformando de esta manera su identidad: estatura, físico, rostro —incluida la nariz, boca, color de ojos— y color de piel; modifica también la vestimenta en función de cálculos algorítmicos que generan un número incontable de combinaciones de pantalón, camisa, corbata, sombrero, zapatos y calcetines, que pueden llegar a repetirse sólo después de un ciclo de catorce años. El traje permite resguardar la identidad de los agentes de narcóticos cuando realizan su trabajo, por ejemplo; además, un dispositivo electrónico en el traje permite la comunicación permanente con la central de policía. Desde el traje se puede tener acceso a información en "burbujas" —especie de pequeñas pantallas— sobre las personas que se está investigando. Asimismo, la policía cuenta con otros dispositivos de vigilancia, como los escáneres, que permiten vigilar a las personas de forma sistemática y permanente en su sus hogares u oficinas. Las escenas y diálogos que capturan dichos escáneres son reproducidos en tercera dimensión en proyectores holográficos, y la información grabada es almacenada para ser reproducida a voluntad y en diferentes velocidades, para que de este modo, la policía pueda establecer una serie de cercos de vigilancia contra presuntos traficantes de drogas.

El reality show El fugitivo monitorea y caza a los fugitivos utilizando la infraestructura que tiene la policía para vigilar el desplazamiento general de la población. En El reporte menor, por otro lado, los tres precogs emiten una visión sobre el posible crimen que cometerá una persona en el futuro. La computadora a la que llegan dichas visiones trata de ver en qué medida coinciden. Si dos de ellas empatan, genera un reporte llamado "mayor", lo cual implica que la visión que no coincide puede ser un futuro alternativo que se denomina "reporte menor". De esta forma, el dispositivo de vigilancia preventiva resulta de la intersección de las visiones de los precogs con los algoritmos de una computadora.

 

Sociedades heterotópicas

Las novelas que proyectan sociedades heterotópicas dibujan escenarios donde la vigilancia es un sistema sociotécnico de dominación distribuido asimétricamente en la sociedad. Esto significa que la vigilancia puede permitir la construcción de espacios de libertad, autonomía e independencia.

La idea de una sociedad heterotópica puede encontrarse en dos textos señeros: Tritón, de Samuel R. Delany, y En las alas de una canción, de Thomas M. Disch. Aunque la vigilancia no juega aquí un papel central, lo cierto es que estas novelas establecen las bases sobre las que se construirán las heterotopías de la vigilancia en la literatura, y por eso conviene revisarlos brevemente en este documento.

En la primera novela (Tritón) se encuentran los elementos que caracterizarán los contextos sociales sobre los que se estructura posteriormente la vigilancia heterotópica: amplio abanico de religiones, sistemas diversos de pensamientos e ideologías, un Estado débil, instancias privadas poderosas, territorios desconectados temporal o permanentemente de los regímenes de dominación y poder. Asimismo, describe una sociedad instalada en una luna de Neptuno bajo un domo donde las personas pueden hacer prácticamente lo que quieran, proyectar sus deseos y necesidades en la realidad o sólo de forma imaginaria. Tethys, la ciudad donde se enmarca esta sociedad, es sumamente tolerante con respecto a las excentricidades de sus ciudadanos, los cuales, incluso, pueden caminar desnudos por la calle. Existe un número amplio de religiones, sectas y actividades sexuales, sin que el Estado y otros grupos de ciudadanos interpongan algún tipo de sanción moral y legal; de hecho, se da cuenta de la presencia de cincuenta tipos de sexualidades. El pago de impuestos es voluntario, y sólo se pagan los servicios urbanos que realmente utiliza cada ciudadano. Hay, además, docenas de partidos políticos y cada uno gobierna a las personas que representa. Aunque esto pareciera ser la descripción de una sociedad utópica, en términos estrictos no lo es. Sus ciudadanos hablan más bien de una heterotopía: conjunto de espacios de libertad y autonomía —real o imaginaria—, sin centro de administración política y social. También, a diferencia de las utopías, algunos habitantes de esta sociedad no terminan por acoplarse plenamente a la amplia libertad en la que viven. La idea de la novela es precisamente mostrar que aún en un aparente estado de perfección social, algunos individuos presentan inconformidades y resistencias al orden imperante, incluso por más libre que éste sea. En términos políticos, por ejemplo, las críticas se dirigen al hecho de que el dilatado espectro de ideologías y posiciones impide cualquier iniciativa política de largo plazo o de cambio social. De hecho, la hiperdiferenciación social y la multiculturalidad resultan expresiones de conformismo social, donde la falta de restricciones sociales lleva a la individualización extrema a un punto en que no interesan los problemas de los otros.

El texto de Thomas M. Disch, por su parte, narra un escenario profundamente distinto pero con procesos muy similares en términos de la construcción de espacios de autonomía. Ambientada en los Estados Unidos, la narración de En las alas de una canción dibuja una sociedad marcada por la depresión económica y la emergencia de enormes desigualdades sociales y regionales. Dado que los alimentos se han vuelto escasos, las zonas agrícolas son prósperas en contraste con los espacios urbanos donde la pobreza, la marginación, el crimen y la expansión de múltiples y diversas religiones pintan un escenario de decadencia social. Esto contrasta de igual forma con el mundo rural, donde la Biblia adquiere un peso mayor día con día como marco de regulación de las relaciones sociales. Las formas de control social de los espacios rurales se dispersa poco a poco hacia las urbes. En este contexto emerge una máquina que permite que las personas logren "volar", lo que significa que pueden desacoplar su conciencia de su cuerpo, transformándose en "hadas" que huyen de una sociedad que se vuelve cada vez más opresiva.

Ambas novelas describen sociedades heterotópicas en contextos donde existe una desarticulación social y económica, un exacerbado multiculturalismo, espacios sociales marcados por la diversidad religiosa, donde los Estados y los gobiernos no garantizan el orden frente a los diversos grupos que se disputan el control de parcelas específicas de la vida social. En ambos casos los personajes tratan de construir acotados mundos de vida independientes del contexto social y político. La intención no es transformar el mundo, sino encontrar un espacio de libertad, aunque sea a costa de intensificar las dinámicas de desarticulación y fragmentación social, desdeñando cualquier pretensión de cambio social o la puesta en marcha de un proyecto político organizado. En ambas narraciones literarias, las heterotopías incluyen de forma novedosa la desconexión del mundo vía la proyección subjetiva de deseos —como en el caso de Tritón— o los vuelos del alma —En las alas de una canción—, que parecen anunciar las futuras navegaciones por Internet y la construcción de mundos virtuales.

Sin embargo, las heterotopías que se escriben en el contexto de las tecnologías de la información dibujan mundos donde nadie puede escapar de la vigilancia. Es el caso de El jinete de la ola del shock y Neuromante. Las dos narrativas retratan mundos en los que impera la ley del más fuerte y donde el Estado resulta incapaz de competir en poder y fuerza frente a otros actores sociales: mafias, sectas, grupos religiosos, piratas informáticos y corporaciones capitalistas.

En El jinete de la ola del shock la oligarquía que detenta el poder político trabaja en beneficio de los miembros del crimen organizado. Se describe un escenario de capitalismo salvaje en el que la fuerza militar y el poder económico son los elementos decisivos de la competencia entre países y grupos sociales.7 En este ambiente inestable, la vida de las organizaciones públicas y privadas se rige por el diseño de escenario futuros a partir de ejercicios de prognosis social, lo que permite el cálculo de tendencias en los mercados, y la construcción de escenarios políticos y de cambio social. El cálculo probabilístico es, por tanto, el centro de las actividades de los distintos poderes en competencia.

Por otro lado, la inestabilidad económica y política resulta el telón de fondo para la emergencia de lo que se denomina "estilos de vida de crisis": un vasto número de grupos religiosos, étnicos y de clase, que constituyen una plétora de subculturas que reflejan los mecanismos sociales de supervivencia en una sociedad marcada por la constante flexibilización espiritual, laboral y corporal. La sociedad que se describe es una especie de mosaico de creencias y formas de organización que constituyen una sociedad fragmentada, cohesionada en gran parte por las lógicas del mercado y la red de computadoras mundial. La capacidad y profundidad de acceso a esa red, así como la habilidad para obtener información y datos, es lo que define el estatus y la posición social de individuos y grupos, lo que significa que la protección de la información es un elemento central. De esta forma, la vigilancia sirve para proteger y, al mismo tiempo, robar información para alimentar la prognosis social y optimizar la dominación de ciertos grupos frente a otros.8

En este sentido, a nadie le importa lo que sucede a una escala social más amplia; las distintas tribus y subculturas de la sociedad sólo buscan mejorar su posición de libertad y relativa autonomía.

Un contexto similar se puede encontrar en la novela Neuromante. En ella se plantea la existencia de una red global de información que funciona como el marco de enfrentamiento entre grupos. Aquí la vigilancia es la principal arma de protección y acceso de información, y es la única vía para generar espacios de autonomía. Las corporaciones privadas, al igual que el poder estatal, luchan por establecer su lógica de hegemonía y poder a través de la extracción de información entre ambas entidades. El monitoreo de flujos de información es constante. Los ciudadanos son también un nodo de intersección de información en el conjunto del ciberespacio. La mayoría tienen implantes robóticos —manos, brazos, ojos y piernas— que pueden ser monitoreados con distintos objetivos.9 Además, poseen interfases que permiten la conexión del cerebro y el sistema nervioso a la red mundial de computadoras. Dada la importancia de la información, hay dos tipos de fundamentales de actores sociales: los programadores —que protegen la información— y los hackers —que buscan robarla—. Las leyes para el control de la información son siempre susceptibles de romperse y prácticamente nadie les hace caso. El monitoreo entre corporaciones e individuos es la pieza clave que mueve la sociedad. Si bien la información es poder, la vigilancia es el medio a través del cual se puede acceder a ella para alterarla, manipularla, destruirla o robarla. No obstante, algunas personas y colectivos roban la información para construir pequeños espacios de libertad y autonomía, ya sea reales o en el ciberespacio, desplegando a su vez estrategias de vigilancia a un nivel que les garantice que las entidades públicas y privadas no interfieran en la vida de sus pequeños paraísos.

Como se puede ver, en las novelas que proyectan sociedades heterotópicas, la vigilancia se expande y multiplica, se potencia a distintos niveles y esferas de la vida social. Al dejar de ser un monopolio de entidades públicas y privadas, diferentes actores la usan para construir espacios de resistencia, contención, autonomía y libertad. La vigilancia no deja de ser una amenaza en tanto se encuentra distribuida de forma asimétrica y desigual, pero también es un mecanismo que puede ser deconstruido para la edificación de muros de protección. La estructura de la vigilancia social sirve como un repositorio del cual se extraen los elementos para conformar la individualidad y demarcar los oasis de vida privada o colectiva. Un centímetro cuadrado de control social puede potenciarse como un centímetro cuadrado de posible autonomía. En este sentido, a diferencia de las sociedades totalitarias y de control —en las que se busca destruir o sabotear los sistemas sociotécnicos de vigilancia—, en las sociedades heterotópicas lo importante es explotar, manipular y robar la información que emana de las fuentes que producen los regímenes hegemónicos de vigilancia, tanto públicos como privados. A pesar de ello, la construcción de una cierta libertad y autonomía sólo es asequible para un número limitado de grupos y personas, los cuales carecen de cualquier perspectiva de transformación social que involucre procesos colectivos; además, no desarrollan lazos de solidaridad social, y cuando llegan a producirlos, quedan acotados a unas cuantas comunidades.

 

Vigilancia, dominación y ciudadanía

Las novelas que describen sociedades totalitarias, de control y heterotópicas proyectan distintos regímenes de vigilancia, dominación y ciudadanía. Cada uno dibuja una posible relación entre el Estado y la sociedad. Como apunta Alexander (2006), las narrativas literarias son formas simbólicas que tejen códigos binarios que reflejan los posibles modelos de libertad y autonomía social frente a las relaciones autoritarias. Las novelas no son como sugiere Habermas (1989): "sustitutos de relaciones con la realidad" que permiten a los lectores entrar en la acción literaria como "un fondo de entrenamiento para la reflexión pública crítica" o como un "precursor literario de la esfera pública", sino proyecciones e identificaciones estéticas, como dimensiones vitales y en marcha en la formación de la opinión pública y del discurso civil.10 Por eso no resulta extraño que las ficciones totalitarias, inspiradas en los regímenes autoritarios de la primera mitad del siglo XX, escenifican resistencias aisladas y rebeldías individualizadas en contextos de débil organización social. Mientras que las novelas que describen sociedades de control retratan débiles sociedades civiles, pero con una fuerte organización de grupos rebeldes y expresiones recurrentes de resistencia individual. Finalmente, en las sociedades heterotópicas, que reflejan la lógica de la dinámica neoliberal, las resistencias que despliegan grupos e individuos son muy altas.

La carencia de una visión novelada que retrate a una sociedad que se organiza, contrasta con el peso que se da a la idea de grupo y a la rebeldía personal. Quizás estas narrativas, como apunta Eagleton (2006), reflejan la ansiedad de la cultura moderna por la construcción de la autonomía individual como el principal paradigma de la subjetividad humana. Sin embargo, conforme transcurre el siglo XX aumenta, con cada una de las expresiones literarias que aquí se ha abordado, la capacidad individual para resistir al poder estatal, pero en una sociedad cada vez más fragmentada, profundamente individualizada y que tiene como regla la competencia deshumanizada por los satisfactores materiales y espirituales.

Si ordenamos de forma secuencial los tres tipos de novela, como una mera estrategia analítica —de las sociedades totalitarias a las heterotópicas, pasando por las de control—, apreciamos que, de un extremo al otro, el Estado pierde poder frente a las corporaciones privadas y el crimen organizado. Pero, con el debilitamiento del Estado, se incrementa la capacidad de los individuos para resistirlo y cuestionarlo, de tal suerte que se diluye la capacidad de cualquier entidad o actor de homogeneizar a la sociedad a través de ideologías políticas, preceptos científicos y creencias religiosas. Mas también es cierto que la idea de colectivo se reconfigura hacia la proliferación de identidades, grupos y tribus sociales. Esto implica que la capacidad de planeación del futuro sea menos viable, lo que va conformando un escenario marcado por la desorganización social. Entonces ¿cómo se lee la vigilancia en los tres modelos narrativos de ficción analizados aquí? y ¿qué implicaciones tienen en la forma en cómo tradicionalmente abordamos la vigilancia?

En primer lugar, la vigilancia pasa de ser un mero elemento de control unidireccional, centralizado y homogéneo, a una herramienta multidireccional descentralizada y heterogénea. En segundo lugar, esto tiene efectos en la forma en cómo definimos nuestro acercamiento a la vigilancia en la vida diaria e incluso en la reflexión académica. Los tres modelos de ficción ponen a discusión los temas de la privacidad, la libertad e individualidad, frente a la intención de dominio y control de entidades estatales y privadas. Si se aborda la vigilancia desde la perspectiva de las narrativas totalitarias, lo que se observa es una vigilancia que mina directamente la dignidad humana desde su base ontológica. Aunque esto permite poner atención al poder que peligrosamente puede desarrollar el Estado, lo cierto es que, como apunta Lyon (2007), estas narrativas están un poco desfasadas de las configuraciones sociales contemporáneas y más vinculadas con los regímenes fascistas y autoritarios del periodo de entreguerras y la posguerra.11 Por el contrario, las novelas que retratan sociedades de control están ancladas a los escenarios de la guerra contra el enemigo interno, propias de la guerra fría, pero también a los escenarios recientes de guerra contra el narcotráfico, el crimen y el terrorismo, donde la criminalización de las actividades políticas y comportamientos sociales ponen como temas centrales la suspensión de la ley, la permanente identificación de individuos, así como la vulnerabilidad del ejercicio de la ciudadanía —la cual es reconocida por el poder político, pero puede ser bloqueada de forma discrecional—. En este escenario, la privacidad, individualidad, libertad y autonomía de grupos y actores no están totalmente restringidas por el Estado, pero sí limitadas.

Sin embargo, estos temas son abordados de otra manera por las novelas heterotópicas: al desdibujarse la vigilancia centralizada y vertical, aparecen las descripciones de una vigilancia asimétrica, en la que la individualidad es un espacio abierto que se construye pese a la vigilancia y, además, acoplándose a ella. No sólo se trata de defender una porción de autonomía como en las novelas de las sociedades totalitarias y de control, sino de proyectar deseos particulares, expectativas de vida, formas específicas de construir una idea de humanidad pese a un entorno permanentemente hostil. No obstante, las narrativas heterotópicas no sugieren, como hemos visto, que esto derive en una sociedad más justa e igualitaria. Plantean, por el contrario, la conformación de una sociedad profundamente desigualdad, en el que cada individuo y grupo se posiciona mejor en la estructura social en la medida en que puede desarticularse de ella en burbujas de protección desde donde cuida su libertad y autonomía; un paisaje donde la ciudadanía carece de sociedad.

Las narrativas literarias que se han revisado en este artículo son una fuente de metáforas que nos alertan sobre el lado oscuro de la vigilancia, y permiten entrar en los personajes, que a veces adquieren la posición de vigilantes y, en otras, de vigilados. Pese a todo, no siempre proyectan las mismas tensiones. Esto es importante subrayarlo porque abre la posibilidad de múltiples escenarios de comprensión. Como apunta Marks (2005), conocemos más de la vigilancia por Orwell que por Foucault, y esto sucede a veces con otras obras literarias como las que se han presentado aquí.

Si bien la vigilancia regularmente fue considerada por las novelas como un arma de los regímenes totalitarios o como mecanismos de dominación en las democracias que legitiman su poder en la gestión del miedo, las novelas heterotópicas presentan la oportunidad de visualizar la vigilancia no sólo como parte del problema, sino también como parte de la solución (Kammerer, 2012). Aunque, es cierto, requiere analizarse con cuidado la forma en cómo abordan una vigilancia omnipresente y transversal que normaliza la profundización de la fragmentación y la desarticulación social.

Cuando la vigilancia se naturaliza en estas novelas, llega a punto tal que incluso las descripciones sobre la vigilancia pierden profundidad y relevancia porque el monitoreo sistemático de las poblaciones deja de percibirse como opresivo. Para nivelar estas tendencias, la perspectiva política que proyectan los otros dos tipos de novelas resultan pertinentes, ya que enfatizan, por un lado, la importancia de la densidad política, y, por el otro, la necesidad de defender los derechos ciudadanos.

 

Vigilancia y ficción: reflexiones finales

Las historias de ficción que tienen como tema la vigilancia permiten dramatizar las tensiones que ésta genera en el mundo social y político (Abbott, 2007). Contribuyen, de igual forma, a diseñar escenarios futuros desde una lógica que no se limita a los restringidos criterios académicos (Kitchin y Kneale, 2001). Además, proveen de espacios cognitivos que permiten examinar de forma crítica las distintas morfologías de la vigilancia (Campbell, 2010). Y, por último, propician que algunos sectores de la sociedad traten de hacer realidad ciertos sistemas sociotécnicos de vigilancia, transformando la ficción en realidad (Dodge and Kitchin, 2000). Estos puntos pueden contribuir, como se ha intentado hacer en el presente artículo, a enmarcar de manera más amplia el análisis de la vigilancia desde la academia. Adicionalmente, abren una veta de trabajo para explorar la vigilancia desde otro tipo de expresiones estéticas, como los filmes (Erreguerena, 2011) y las series de televisión, al igual que canciones populares, juegos de computadora, videos musicales o anuncios comerciales (Kammerer, 2012; Lauer, 2011; Marx, 2009; Nielson, 2010).12

Estas expresiones, como las novelas y cuentos, proyectan modelos de sociedad en los que se ponen en tensión los temores actuales a la vigilancia en relación con la libertad, la individualidad y la autonomía, valores que se ponen en cuestión constantemente a través de las políticas de seguridad y control de riesgos que establecen gobiernos y entidades privadas en su lucha contra la inseguridad, el terrorismo y el tráfico de drogas.

Cabe mencionar que la vigilancia forma parte, hoy en día, de las guerras preventivas, del diseño de las políticas públicas gubernamentales, y de la propia cultura popular. Los discursos que subrayan el temor sobre lo que "podría suceder si..." han desatado la imaginería especulativa sobre posibles amenazas, lo que refuerza el ímpetu de los desarrolladores de tecnologías de la vigilancia por llevar a la realidad dispositivos del mundo de la ficción. Sucede lo mismo con las organizaciones sociales que defienden los valores de la individualidad y la autonomía: proyectan sus miedos apoyados en ciertas narrativas estéticas que promueven la vigilancia como su tema central. Así, parafraseando a Cohen (1985), la vigilancia, como mecanismo de control social, está enraizada profundamente en nuestras fantasías, visiones y expectativas sobre los efectos constitutivos y a veces perversos de la modernidad.

Si bien esto es relevante, lo cierto es que la vigilancia va más allá del control y la resistencia, y textos como los de Paul Auster incursionan en el tema de la vigilancia de una forma novedosa. La vigilancia es, en su Trilogía de Nueva York (1982-1984), una pieza clave que da sentido a la vida de sus protagonistas en una ciudad marcadamente despersonalizada. La necesidad de sentirse observado, de abrigar la sensación de estar bajo el escrutinio de alguien más, deviene en un imperativo de supervivencia humana. En sus narraciones no existe una entidad con poderes extraordinarios, públicos o privados, que busque el control, el dominio o la explotación de alguien. Existen más bien dos tipos de personas: aquellas que vigilan a otros para dar sentido a sus propias vidas: es el caso del voyeur, el sujeto que se construye a sí mismo a partir de la observación del Otro; y aquellas personas que dotan de sentido a su vida porque saben que están siendo vigiladas.

Las novelas, los filmes y la televisión, al retratar situaciones de vigilancia, a veces de una forma más crítica que otra, nos identifican y corporizan con ella, ya sea porque la padecemos en nuestra experiencia cotidiana o porque a veces contribuimos a su propio desarrollo. Cada una de estas esferas estéticas ayuda a entender la vigilancia en más de un sentido y en diferente intensidad. Esto depende también de las mediaciones sociales que se establecen entre la ficción y sus lectores. Esto es un punto central, ciertamente. Y es que las ficciones proyectan las tensiones y los conflictos entre individuos y grupos que enfrentan la vigilancia. Pero esto no significa que de inmediato se establezca una conexión entre lo que sucede en la ficción y los problemas concretos que se enfrentan en el día a día. Esta desconexión a veces está determinada por la idea de que una mayor vigilancia implica también mejores condiciones de seguridad y protección; que los efectos negativos de la vigilancia son un mal del que las ficciones nos advierten, pero siempre de forma exagerada, de tal suerte que resultan escenarios que no pueden transformarse en realidad. Quizás en este sentido convendría explorar a futuro sobre cómo este tipo de construcciones estéticas modelan y son modelas por quienes las consumen, y en qué medida esto impacta en la construcción de una sociedad más crítica o complaciente de los regímenes contemporáneos de vigilancia.

 

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Notas

1 El término deriva del concepto de heterotopía desarrollado por Foucault (2009). Las heterotopías son espacios de contestación del mundo que se encuentran más allá de nuestro espacio cotidiano y que pueden cristalizarse de dos formas. Por un lado, construyendo espacios ideales cerrados que denuncian la realidad como una ilusión; por otro lado, estableciendo un espacio real perfecto —que puede ser ordenado o caótico según prefiramos— aislado del mundo. Una sociedad heterotópica se entiende en este texto como una sociedad donde sus individuos reconocen la imposibilidad de escapar de los múltiples regímenes de vigilancia, lo cual no impide que se les denuncie a través de la creación espacios reales o virtuales de resistencia, y en el que la vigilancia se utiliza como una herramienta para ello.

2 Se entiende por vigilancia la forma organizada de observación y monitoreo sistemático de la población con el fin influir en el comportamiento de personas y grupos (Lyon, 2003).

3 Sólo hay que dar cuenta del incremento de las cámaras de vigilancia en los espacios urbanos a escala global, la tendencia mundial a establecer cartas de identidad nacional, la expansión de drones para el monitoreo de fronteras y para el desarrollo de la guerra a distancia, además de la consolidación de los dispositivos biométricos de control de la población.

4 La fuga de Logan se transformó en una película y en una serie de televisión. La película llevó por título The Longan's Run (1976), y ganó un Óscar por sus efectos visuales. Un día perfecto fue un best seller en su tiempo, traducido a seis idiomas; la autora escribió también El bebé de Rosmary (1967) y los Niños del Brasil (1976), ambas con versiones cinematográficas.

5 Las telepantallas son una figura recurrente en las novelas distópicas, y para esta novela en particular, es una aportación significativa de Orwell a la construcción de las ficciones sobre la vigilancia. Cabe aquí rescatar la forma en cómo Thomas Pynchon actualiza este dispositivo en Vineland (1990).

6 La D es la letra inicial de la palabra inglesa Dead, que significa muerte.

7 A nivel local, las ciudades son gobernadas por autoridades sin control, el Estado de excepción es la regla, y las protecciones sociales —como los servicios públicos— viven en la línea del colapso.

8 En El jinete de la ola del shock es común la manipulación de las computadoras desde líneas telefónicas para robar dinero e identidades. Existen personas especialistas que se conectan y pueden "navegar" por la red de computadoras.

9 El consumo de drogas es generalizado, la mayoría de la población es adicta a una de ellas y lo hace con la certeza de que si un órgano se deteriora por tal motivo, se podrá buscar inmediatamente su remplazo en el mercado legal o negro de órganos; la información al respecto es fácilmente asequible en la red.

10 Para profundizar en esta perspectiva de análisis de las ficciones literarias, ver: Brooks (2005), Jameson (1989), Pia (1998) y Williams (2001).

11 Si el contexto social de 1984 está un poco desfasado, no lo es así el desarrollo tecnológico y las implicaciones que tiene en la vigilancia de la sociedad. Como señala Andrejevic (2007), las "telepantallas" —la televisión que te mira mientras la estás mirando— no son una desviación autoritaria del modelo capitalista de la televisión comercial, sino su extensión lógica.

12 Con respecto a la música pop, destaca en particular la canción del grupo británico Hard-Fi, "Stars of CCTV" (2005).

 

Información sobre el autor

Nelson Arteaga Botello . Mexicano. Doctor en sociología. Sus áreas de investigación son: campos de problematización y dispositivos en torno a la violencia social y la vigilancia en América Latina. Es miembro del SNI, Nivel II. Sus publicaciones recientes son: "Surveillance and urban violence", Routledge Handbook of Surveillance Studies, 2012; "Surveillance camera and sinopticism", Eyes everywhere: The digital growth of camera surveillance, 2012; "A surveillance studies: An agenda for Latin America", Surveillance & Society, 2012; "Privacy and surveillance in Mexico and Brazil", Privacy, Surveillance and the Globalization of Personal Information: International Comparisons, 2010; y Sociedad de la vigilancia en el Sur-Global. Mirando América Latina, 2009. Correo electrónico: nelson.arteaga@flacso.edu.mx

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