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Culturales

On-line version ISSN 2448-539XPrint version ISSN 1870-1191

Culturales vol.1 n.2 Mexicali Jul./Dec. 2013

 

Reseñas

 

De la experiencia pura a la voluntad absoluta. La ética de Nishida Kitaro entre 1892 y 1927

 

Mario Javier Bogarín Quintana

 

Agustín Jacinto Zavala, El Colegio de Michoacán/Fideicomiso "Felipe Teixidor y Monserrat Alfau de Teixidor", Zamora (México), 2011

 

Los escasos estudios sobre filosofía japonesa en México han pasado por la penuria de entenderse meramente como una crítica del texto resultado de traducciones, muchas veces orientada a los puntos en contacto con la tradición exotista a la que está acostumbrada la crítica literaria nacional.

Buenos ejemplos de ello son las obras de Manuel Maples Arce, José Luis Ontiveros o incluso Octavio Paz. En este libro, Agustín Jacinto, investigador de El Colegio de Michoacán, presenta la suma de sus intereses de investigación en torno a la ética como conducta para la manifestación colectiva de la tradición.

La tradición, como concepto detonante de los más variopintos objetos de estudio sociocultural, es presentada en este libro, de la mano de la obra del filósofo japonés Nishida Kitaro (1870-1945), en forma de una toma de conciencia que, en la primera parte, dedicada al análisis de sus escritos tempranos, nos enfrenta a la percepción de las realidades cotidianas como la dimensión integradora donde nos percatamos de nuestra presencia en relación con los demás.

Esta presencia es nada menos que la revelación, según Kitaro, de que nosotros somos reflejo del espacio cultural en donde nos movemos, y por lo tanto nos obliga a conducirnos de una manera específica, ética, fundada en el ethos elemental por el que nuestras costumbres son moldeadas por experiencias que, para Kitaro, son transformadas en poiesis.

La segunda parte, dedicada a las nociones de "experiencia inmediata" y "experiencia pura", indaga en las condiciones en las que la forma en que aprehendemos los distintos fenómenos de la vida cotidiana no es la misma que aquella en la que procesamos sus estímulos para tomar decisiones que son siempre, incluso en los casos más inocuos, análisis de orden moral.

En la revisión que Jacinto hace de la etapa filosófica temprana de Kitaro (que incluye la revisión estructural de su magna obra Indagación del bien, de 1911) nos descubre que sus contactos con la filosofía hegeliana y husserliana aplicaban para entender las máximas morales de las tradiciones confuciana y budista que son capaces de modelar el comportamiento de una sociedad entera por el poder de la volición individual.

Sin embargo, como se avanza en el tercer capítulo, esta volición se encuentra sujeta siempre a la tradición, a los condicionamientos de las estructuras mentales de los pueblos fundadas en las costumbres devenidas leyes (esotéricas y exotéricas, para la filosofía japonesa) por las cuales la conducta social permite a los individuos encontrarse cada quien a sí mismo en su identificación con la comunidad entera.

Ésta es la ética japonesa que Kitaro señala y que se halla en permanente contacto con la noción cósmica del deber de las tradiciones del Extremo Oriente. El interés por conservar el orden universal de las cosas, que incluye al mundo humano, es el fin último de las decisiones de orden ético, que pueden conducir o no al bien, pero será este último el único estado en el que se hace posible que todos los componentes de la percepción directa del mundo se nos ofrezcan con toda su claridad en lo que Kitaro entiende por voluntad absoluta para poder tomar decisiones sobre nuestro sí-mismo compatibles con el resto del mundo: unidad de la conciencia, voluntad unificadora del individuo, integración del individuo al desarrollo unitario y unidad interna del individuo.

Éstos son, nos dice Jacinto, los factores que para Kitaro representan el efecto más armónico de la aplicación (y razón de ser) de las tradiciones en el ordenamiento de la sociedad mediante la conciencia de pertenecer a una naturaleza en la que cada individuo o entidad es en sí mismo un "autofoco" expresivo. Ésta es la principal lección de la ética que podemos encontrar en el cuarto capítulo, donde tenemos el análisis de Jacinto en torno al fin último de la ética: la realización del ser humano.

Ésta es la realización plena basada en un ordenamiento interior del individuo con la cultura de la que proviene. Es por ello que para Kitaro se vuelve imposible pensar en el individuo como "sujeto" de sus circunstancias, sino como creador de las dinámicas en que tienen lugar los movimientos de la naturaleza.

Bajo esta premisa, en el cuarto capítulo encontramos que una definición de la voluntad absoluta cabe en la comprensión del sí-mismo individual para intervenir sobre la realidad que es para cada uno la autopercepción del mundo en el que le tocó vivir, pero todo ello debido a que su vivencia en el mundo es a la vez consecuencia de la relación con el mundo desde la base de la cultura.

La cultura se vuelve así el teatro de operaciones de las representaciones del individuo sobre el mundo y la interacción de este proceso con sus propios deseos. Jacinto nos señala en todo momento que la idea de una "ética japonesa" es en realidad la de una ética universal que busca no sólo la realización y el bien común, sino la comprensión de la moral como un sistema de autoconocimiento del sí-mismo en relación con la sociedad que vía la costumbre sustenta esta moral.

Es importante señalar que el sustrato de este libro es la investigación que Agustín Jacinto ha realizado desde hace ya cuarenta años en torno a la filosofía japonesa en general, y muy en especial a la de Nishida Kitaro. Éste fue el primer filósofo japonés que procuró el desarrollo de un sistema filosófico, en la acepción occidental del término, que fuese comprehensivo de la espiritualidad e idiosincrasia japonesas y que las ubicara en la línea de las grandes categorías filosóficas de Occidente, particularmente las de la Antigua Grecia y las de la Alemania del Romanticismo.

Tanto en la presentación como en las conclusiones nos encontramos una interesante ilustración acerca del proceso personalísimo por el que atravesó Kitaro como estudiante de zen a la vez que leía tanto a Heidegger y Husserl como a Carnap y Cantor. Su adaptación del modelo dialéctico occidental entroncó con la dialéctica budista y su aproximación a las teorías matemáticas de conjuntos le dio un sustento teórico trascendental a su ubicación de la tradición como el gran autofoco de movimiento de la sociedad que, como consecuencia de la naturaleza como autoexpresión del mundo en que estamos parados, depende de sí misma y de su interacción con el espacio natural para su supervivencia.

De esta revisión podemos aventurar que incluso Kitaro fue uno de los primeros pensadores ecológicos que generaron un proyecto de comprensión de la cultura como un conjunto de artefactos (técnicos y morales) humanos que para poder cumplir con el objetivo último de ofrecer un beneficio a las personas de todo el mundo debía ser compatible y amigable con el entorno natural al que, naturalmente, cualquier individuo, entidad y manifestación fenoménica y cultural ha de regresar.

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