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Culturales

versión On-line ISSN 2448-539Xversión impresa ISSN 1870-1191

Culturales vol.8 no.15 Mexicali ene./jun. 2012

 

Reseñas

 

Fuego eterno

 

Gerardo Enrique García Sepúlveda

 

Julio Scherer García, Secuestrados, Grijalbo, México, 2009

 

Estoy de pie frente a él. El color negro le sienta bien. Su aspecto me cautiva porque contrasta con todo a su alrededor. Medito un poco antes de acercarme. Decidido, lo tomo entre mis manos...

Con letras rojas que resaltan en la portada, pienso que Secuestrados, de Julio Scherer García, será un buen obsequio para Navidad. No me contengo. Estoy resuelto a comprar un boleto de primera clase a los confines de la realidad. Sin más, abordo un tren con destino a un sitio tenebroso. Un viaje breve con dos escalas basta para plasmar el dramatismo del secuestro. En la primera estación veo los retratos de las experiencias cercanas al autor. Son los testimonios de las víctimas, plagados de ideas recurrentes: dolor, soledad, angustia y muerte.

Es una visión dantesca. El secuestrado pierde su libertad para siempre. En un mismo tiempo está vivo y muerto. La experiencia se ancla en su mente y la inquietud que engendra nunca desaparece. Se siente vulnerable. Pero más que temer a la muerte teme al ataque certero del depredador. No hay escapatoria. La víctima no entiende lo que ocurre a su alrededor y sólo atina a comportarse como un cordero extraviado. Transcurren las horas, los días, los meses. Aquí, tiempo y espacio carecen de sentido. Reina el terror. Imágenes espectrales danzan en una espiral interminable de dolor y angustia.

Divago por espacio de unos minutos hasta que una saeta atraviesa mi cabeza: ¿Qué lado del río es más profundo, el de la víctima o el de los familiares? El agua sucia y turbulenta es la misma. En un secuestro todos se convierten en víctimas. El hijo asesinado no volverá, pero el secuestro no termina. La vida de sus padres se convierte en el mismo rapto, reflejo de la descendencia perdida. Se anhela el regreso que nunca ocurrirá y que se vuelve incertidumbre: "El pensamiento insiste en traerte y devolverte a lo que nunca fuiste [...]".

—Si estuvieras vivo, ¿qué sería de nuestras vidas? Jamás lo sabremos.

Es una apuesta segura. ¿Quién no vendería su alma al diablo para recuperar al ser amado? El monarca de esta tierra encarna figuras multiformes. A veces no se distingue con la vista, pero siempre está allí. Se esconde, se revela, gira, aparece y desaparece. Es el amo y señor. En él empieza y con él acaba. El miedo es el ganador absoluto en la lotería de la muerte.

Con la boca seca recorro la siguiente parte de la travesía. Cada paso me perturba, me entran escalofríos. Viajo por las calles de un submundo pestilente: hedor a inmundicia y a instintos infames. No encuentro la razón. Estoy inmerso en un sadismo irredento. Es un gusto que fascina. El deseo más oscuro llevado al clímax del éxtasis. La tragedia se materializa y alimenta el alma de los perversos. No hay respeto por la vida; el llanto no conmueve.

Los veo. Son los sacos llenos de polvo amarillo. El olor del azogue me traspasa y evito aspirar. Es la otra pasión, descendiente directa de la miseria. Es el báculo que dicta las ordenanzas humanas y que inspira a los corazones endurecidos. Es la vida convertida en centavos. La víctima es una mercancía y su precio se paga con el rescate. El raptor ordena dónde y cuándo entregar la suma.

Marchan ante mis ojos los miembros más destacados de la realeza criminal. En todos los casos, sus cualidades son las mismas: tipos sádicos y ambiciosos. Desciendo a la oscuridad del abismo y siento náuseas. Tres protagonistas que destacan por sus métodos innovadores brotan del subsuelo maloliente. El primero eleva hasta la cúspide los principios del negocio. El secuestro es el alimento que sacia sus bajezas: mutilar sanguinariamente y cobrar por el servicio lo mantienen vivo. Rememorar sus hazañas es fuente de placer. Dedos, brazos, orejas. Todo "era por la adrenalina [...]".

Siguiendo el ejemplo de sus mayores y con esperanzas mal encaminadas, aparecen las bandas juveniles. Son el producto de un mundo salvaje e indiferente. No pierden nada. Son profesionales nacidos de las entrañas sanguinolentas de su propia ley. Para ellos, el futuro ya llegó. El último invitado prefiere la comodidad. No hay riesgos. Los migrantes en busca de libertad son presa fácil. Lejos de sus raíces, se vuelven espectadores de la justa por su vida. Los precios no son exorbitantes, pero se ruega por un milagro.

—No sabemos nada de él. Quizá encontró una mejor vida y se olvidó de nosotros.

El dinero del rescate nunca llega. Mueren frente a la mirada estupefacta de testigos silenciados por el terror. El tren se detiene por completo y los pasajeros bajan uno por uno. Escucho muy atento las palabras grotescas y cavernosas provenientes del altavoz. Me esfuerzo de manera infructuosa por entender. Reconozco el lugar porque un letrero escrito en varios idiomas reza: "Bienvenidos al infierno".

El viaje termina y desciendo del tren cuando cierro Secuestrados. A través de 168 páginas, divididas en dos capítulos, el autor narra con desenvoltura sus experiencias sobre el secuestro. Familiares, amigos y él mismo fueron víctimas de individuos que viven de la rapiña humana. Es un libro que traza con bastante claridad el semblante del miedo: vivimos en el infierno y los demonios retozan entre nosotros. Es nuestra realidad.

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