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Culturales

versão On-line ISSN 2448-539Xversão impressa ISSN 1870-1191

Culturales vol.6 no.11 Mexicali Jan./Jun. 2010

 

Artículos

 

Ser japonés en México. Relatos de un inmigrante

 

Gloria María Cañez de la Fuente1, Olga Shoko Doode1 y Gabriela Hernández Doode2

 

1 Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo A. C., gloria@ciad.mx, shoko@ciad.mx

2 Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, doodesan@gmail.com

 

Fecha de recepción: 14 de septiembre de 2009
Fecha de aceptación: 24 de febrero de 2010

 

Resumen

La migración de japoneses hacia el norte de México es un fenómeno poco estudiado, al menos en el estado de Sonora. En este artículo nos centramos en la vida de un inmigrante y la visión que él mismo hace sobre su experiencia como extranjero en México. El presente trabajo nos regala una mirada de la historia personal de este inmigrante, particularmente de su experiencia como trabajador en nuestro país. Asimismo, nos da cuenta de las estrategias de supervivencia que los japoneses desarrollaron para lograr su adaptación a un país geográfica y culturalmente muy distinto al suyo.

Palabras clave: historia de vida, migración, identidad japonesa, etnicidad, estrategias de sobrevivencia.

 

Abstract

The migration of Japanese population to Northern Mexico is a phenomenon not widely studied, at least as for Sonora. This article is concerned about the life of an immigrant, and the particular reading he makes about his own experience as a foreigner in this country. This work give us a glimpse of his personal history and some of the aspects of his work journey in Mexico, besides the survival strategies that Japanese migrants and their families used in order to survive and adapt themselves to a country geographically distant and culturally different from theirs.

Keywords: life history, migration, japanese identity, ethnic identity, survival strategies.

 

Un hombre es, en ciertos aspectos,
Igual a todos los hombres
Como ningún otro hombre
Como muchos otros hombres

Kluckhohn (1969:72)

 

Introducción

La vida de los inmigrantes japoneses que llegaron a establecerse al norte de México, y en particular al estado de Sonora, es un tema poco explorado. Este artículo tiene como objetivo exponer el testimonio de un inmigrante japonés que llegó a nuestro país en 1930, su experiencia como extranjero en México, y avanzar en este sentido. También se pretende abordar algunas de las estrategias que los inmigrantes japoneses pusieron en marcha para sobrevivir y adaptarse a la sociedad mexicana. Se considera que tales estrategias se relacionan con la identidad étnica, ya que "la etnicidad [o la identidad étnica] se construye con base en las diferencias reales, sea[n] de carácter físico y culturales o imaginadas..." (Valenzuela, 2000:97). Y en el sentido que Barth (1969) considera en cuanto a que los límites o fronteras identitarias son los que definen y garantizan las diferencias étnicas y no los contenidos de la identidad étnica.

En el caso de los inmigrantes japoneses en México, el fuerte contraste entre la cultura del lugar de origen y la del lugar de destino nos permite ver con mayor claridad los procesos relacionados con la adaptación a una nueva sociedad, la reconstrucción de su identidad como parte de una minoría étnica: la de ser japoneses en México.

A lo largo de este trabajo se presentan fragmentos de la historia de vida de Mitsuo Doode. Por su relato llegamos a comprender la cotidianidad de su vida personal y de la de otros coterráneos. En el presente artículo se procura, bajo una mirada comprensiva, responder a las siguientes interrogantes: ¿cómo vivió un inmigrante oriundo de Japón la experiencia de ser extranjero en una sociedad culturalmente diferente a la suya? y ¿qué aspectos fueron fundamentales tanto para su adaptación y supervivencia como para la de otros inmigrantes de aquel lejano país? Partimos de la idea de que se trata de una historia de vida única, pero que no obstante pueden encontrarse puntos en común entre esa historia y las historias individuales de cientos de inmigrantes extranjeros en México, y en este caso en particular, de otros japoneses.

El trabajo consta de cinco apartados. En el primero y segundo se abordan algunos aspectos conceptuales sobre la historia de vida y la etnicidad; en el tercero se proporcionan algunos datos del contexto histórico en que ocurre la migración de japoneses a nuestro país y en especial a Sonora. En el cuarto se expone la historia de vida de nuestro informante y se citan algunos fragmentos ilustrativos de su vida en México. El quinto apartado contiene las reflexiones finales.

 

La pertinencia de la historia de vida en este tipo de estudios

Este trabajo se enmarca en el campo de la historia oral, que nos permite conocer el ámbito subjetivo de la experiencia humana concreta y del acontecer sociohistórico, como lo expresan los sujetos sociales considerados (Aceves, 1999:2);1 además de destacar y centrar el análisis en la visión –y versión– de experiencia de los actores sociales, para lo que la utilización de las "historias de vida" resulta ser un recurso idóneo (Aceves, 1999). Igualmente, resulta pertinente para quien está interesado en un enfoque metodológico que responda –como dice Reséndiz (2008:135)– a la preocupación de dar cuenta del sentido que tiene para el actor la realidad social que vive, las acciones propias y las de otros actores, más que cuantificar o medir esa realidad social. Por otro lado, es fundamentalmente un testimonio en donde se cruzan lo individual y lo social. Revela un mundo personal de significados que pueden ser situados en un contexto histórico y cultural determinado (Barfield, 2000:288). Asimismo, refiere a los sentimientos, las percepciones y las opiniones de una persona modelados por la sociedad y la cultura en la que se ha desarrollado. Es en la articulación entre el relato que produce el sujeto sobre su propia historia y el análisis del contexto familiar, cultural, social, económico, donde se pueden comprender los diferentes elementos que han influido en la vida de ese sujeto y han condicionado su trayectoria (Correa, 2001:4).

La reflexión de los informantes sobre su propia vida les da la posibilidad de "sacar a la luz" algunas experiencias, sucesos o sentimientos que por mucho tiempo permanecieron reprimidos o ignorados. La posición que los sujetos asumen al realizar esta experiencia de evocación y narración de su pasado los conduce a la construcción de una lectura propia desde el presente sobre sus historias de vida.2 Esta posición del sujeto como narrador se encuentra definida por el tiempo de la narración, es decir, el momento (presente) y el contexto en el que se cuentan las cosas, y los tiempos narrados, que abarcan las múltiples situaciones, experiencias y condiciones del pasado (Kirsten y Ditte, 2002:112). Finalmente, la historia de vida tiene un lugar importante en la investigación contemporánea y permite acceder a información de acontecimientos del pasado y de la vida cotidiana y a la apreciación de elementos o procesos que pueden ser "invisibles" en un primer momento a nuestra investigación y que no se encuentran en fuentes documentales.

 

La etnicidad en la migración y vida transnacional

La migración es un fenómeno que debe estudiarse tomando en cuenta el contexto histórico y social en el que se presenta. Como tema de estudio, ha sido analizado desde el punto de vista conceptual del "transnacionalismo", entendido como un proceso social donde los(as) migrantes actúan en campos sociales que traspasan fronteras geográficas, políticas y culturales (Glick Schiller y Fouron, 1998). Una de las perspectivas que comprende el "transnacionalismo" es el "transnacionalismo desde abajo" ("transnationalism from below") (Smith y Guarnizo, 1998), en el que el individuo es el punto de partida y se interesa en el impacto que las prácticas transnacionales de intercambio cotidiano pueden tener en las identidades de los(as) migrantes. En esta perspectiva queda comprendida la propuesta de Robert Smith (2001:37). Este autor propone el concepto de vida transnacional, retomado aquí por considerarlo adecuado para los propósitos de este trabajo, en el cual queremos sostener la atención en el plano local, en los procesos y experiencias de vida que pueden hacer más concreto el análisis. Así, como este mismo autor señala, la vida transnacional incluye las prácticas y las relaciones que unen a los inmigrantes y sus descendientes fuera del país de origen, donde estas prácticas tienen un significado, son llevadas a cabo regularmente y representan aspectos importantes de la identidad y la estructura social que ayudan a formar el mundo de vida de los inmigrantes o sus descendientes. En el entendido de que "la vida transnacional" no es un concepto que abarca todos los aspectos de la realidad empírica, sino más bien constituye una de varias esferas de la vida a las que los migrantes pueden pertenecer y participar.

En esta vida transnacional, en la que los migrantes enfrentan a la otredad como extranjeros, se expresa la etnicidad, que constituye una clase de identidad social manifiesta en las formas de intervención en el mundo social, y que contribuye a la producción de las condiciones de existencia (Jenkins, 1997). Así, en esta historia de vida de un migrante japonés se nos muestran algunas de las formas en la que esta etnicidad se manifiesta en la instrumentación de estrategias y apoyos en los que se expresa el sentido de pertenencia, el valor simbólico de ser japónes y de ser un extranjero en México.

 

El contexto histórico: las migraciones de japoneses a México

Desde el siglo diecinueve existía en México el interés de poblar diversas partes del territorio nacional debido a la escasa población con la que se contaba, pues se consideraba que la solución a este problema era la apertura a la inmigración extranjera y a la colonización. Aunque fue a partir de 1828 cuando se dictaron leyes y decretos que favorecieron el asentamiento de extranjeros, Ota señala que: "A estas tierras, cuya riqueza se había ponderado exageradamente, llegaron en forma sucesiva, luego de lograda la Independencia en 1821, un reducido número de familias francesas, belgas, italianas, norteamericanas, alemanas, rusas, inglesas y japonesas, en calidad de colonos" (1985:9, 11 y 12). Después de más de dos siglos de interrupción de relaciones diplomáticas y comerciales con el exterior, en 1858 Japón se abrió a las relaciones con otros países. Desde fines del siglo diecinueve y principios del veinte, un gran número de japoneses arribó a México ante la demanda de mano de obra. Esta migración tuvo como marco el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado por los gobiernos de México y Japón el 30 de noviembre de 1888 (Ota, 1985:12 y 35).

La inmigración japonesa a nuestro país ocurrió en tres momentos: el primero comprende el periodo 1890-1901, cuando llegaron los primeros colonos agrícolas y emigrantes libres; el segundo, que corresponde a 1900-1910, cuando vinieron japoneses bajo contrato para trabajar en el ferrocarril, la minería y la plantación cañera La Oaxaqueña; el tercero abarca el intervalo de 1900-1940, durante el cual arribaron japoneses ilegales, inmigrantes calificados y por requerimiento (los yobiyose3); y el último, durante 1951-1978, cuando llegaron técnicos capacitados (Ota, 1985:133).

Francis Peddie (2006:77) señala que, a diferencia de los chinos, los japoneses tuvieron una mejor aceptación y su inmigración fue alentada de manera oficial. Hasta 1941, los japoneses en México no fueron tratados con desconfianza o resentimiento o con el racismo abierto que se observó en otros países americanos, particularmente Estados Unidos, Canadá, Perú y Brasil. Por esta razón, Peddie considera que las vivencias de los japoneses entre 1941 y 1945 conforman un capítulo sui generis de su historia en nuestro país. En el caso de México, la emigración japonesa se dio a pequeña escala y de manera expansiva (Ota, 1985:177), y es posible que esto influyera en el hecho de que los inmigrantes se establecieran en distintas partes de la República.

Ahora bien, la migración no es un fenómeno reciente, y por ello es necesario estudiarlo tomando en cuenta el contexto histórico y social en el que se inserta.

 

La inmigración japonesa en Sonora. Algunos datos

Históricamente, Sonora ha sido parte de un corredor migratorio debido a su localización geográfica y a que hace frontera con Estados Unidos. Al territorio sonorense han llegado migrantes de diversas nacionalidades, así como de diferentes estados de la República Mexicana.

En el caso de los japoneses, no se han realizado estudios que den cuenta de su historia en esta entidad. Existen estudios sobre Baja California (Velásquez, 2006), en los que se abordan distintos momentos de la migración japonesa en aquella región, o en cuyo análisis mencionan datos sobre inmigrantes japoneses (Alanís, 2001). De igual manera, en estos estudios se señala la importancia que tuvieron los japoneses en el cultivo de algodón, en el desarrollo de la pesca y en sentar los cimientos para la industria pesquera bajacaliforniana durante el periodo comprendido entre 1903 y 1945.

Ota (1985:133) localiza núcleos de inmigrantes japoneses que llegaron a distintos estados de la República entre 1890 y 1978. Para el caso de Sonora señala tres: el primero, japoneses ilegales entre 1907 y 1924; el segundo, migrantes japoneses calificados, entre 1917 y 1928, y tercero, japoneses por requerimiento, yobiyose, entre 1921 y 1940. Ota cita para el periodo de 1890-1940 un total de 49 japoneses radicados en Sonora en las localidades de Agua Prieta, Navojoa, Ciudad Obregón, Hermosillo, Caborca, Nacozari de García, Rancho Huepac, San Luis Río Colorado, Cananea y Nogales. La mayor parte de estos inmigrantes provenía de la prefectura de Fukuoka, en la isla de Kyushu, el mismo lugar de nacimiento del protagonista de esta historia. También según Ota, en Sonora se encontraban 398 japoneses en 1930 (1985:172), el mismo año en que Mitsuo arribó a la frontera de Nogales.

 

II. La vida de Mitsuo Doode Yamada

Mitsuo Doode Yamada nació el 16 de agosto de 1911 en la prefectura de Fukuoka, en el norte de la isla de Kyushu, al sur de Japón. Fue el menor de 10 hijos de un matrimonio de campesinos productores de arroz de varias generaciones atrás. Emigró a México en 1930, a la edad de 18 años, y contaba con 93 años de edad cuando se elaboró su historia de vida.

 

Los motivos de su viaje a México

Mitsuo llegó a México el 7 de abril de 1930. Viajó en barco durante dos semanas desde Yokohama a Honolulu y a la ciudad de San Francisco, California. De ahí se trasladó por tren a Los Ángeles, para posteriormente ir a Tucson, Arizona, y de ahí dirigirse a Nogales, Sonora.

El motivo de su viaje fue que su padre, el señor Yoneji Doode, le pidió que acompañara a su hermana Sueno en un viaje a Nogales, Sonora, donde se reuniría con su esposo, el señor Miyamoto. Éste había salido de Japón por problemas familiares y decidió irse a trabajar a México, donde aprendió el oficio de peluquero y dos años después compró una peluquería. Vino a este país porque sabía que aquí contaría con el apoyo de sus coterráneos, lo que le garantizaría un techo y apoyo económico.

El barco en el que Mitsuo y su hermana llegaron al continente americano realizaba el viaje redondo Japón-Honolulu-San Francisco-Honolulu-Japón, en un recorrido que llevaba a cabo una vez al mes.4 Mitsuo nunca había escuchado nada sobre México y no hablaba inglés ni español, por lo que, como se acostumbraba en esa época, contrató a una agencia de viajes para hacer los arreglos necesarios y tramitar un permiso para bajar del tren en la ciudad de Los Ángeles:

Luego, cuando llegan a Los Ángeles, primera vez que dio permiso para bajar a visitar, pero está conducido, y está cuidando policía para que no se vaya a otro lado. Policía acompaña donde va y tiene que regresar al tren para siga su destino. Destino [...] luego hasta Nogales.

Para que el gobierno mexicano aceptara el ingreso y la permanencia en el país de un japonés, exigía un aval que garantizara la manutención del recién inmigrado. En el caso de Mitsuo y su hermana, sus avales fueron unos amigos, también japoneses, que ya estaban establecidos en Nogales, Sonora, y que ya hablaban español.

En ese entonces Nogales era una de las seis poblaciones de mayor tamaño en la entidad. De acuerdo con el V Censo General de Población del 15 de mayo de 1930, esta ciudad contaba con 14 601 habitantes. Mitsuo permaneció ahí por dos años; luego se marchó a Ciudad Obregón, donde aprendió unas cuantas palabras en español y estuvo trabajando durante un año despachando nieves en un expendio.

Su condición de extranjero lo llevó a aceptar condiciones de trabajo agotadoras: ganaba 60 pesos por una jornada de 18 horas que empezaba a las siete de la mañana y concluía a la una de la mañana del día siguiente. Durante el verano sufría la inclemencia de las altas temperaturas y sólo salía del puesto para "exprimir el sudor de su camisa". En ese mismo sitio vivía y se le proveía de alimento, aunque en realidad sólo tenía lugar para un catre en el que dormía y una cubeta para asearse. Para él, contar con un ingreso, alimento y techo era más importante que las lamentables condiciones en las que laboraba.

En la vida de Mitsuo el eje rector fue el trabajo. Consideraba de gran valor ser un buen trabajador y que se le apreciara por ello. Esto fue algo que aprendió e interiorizó desde muy pequeño en su natal Japón. La narración de su vida como extranjero frente a lo mexicano, desde que logró su primer empleo y durante toda su vida, así como su desempeño como cabeza de familia, está centrada en el trabajo. Lo mismo sucede cuando Mitsuo hace referencia a otros japoneses que conoció a lo largo de su vida: siempre platica en qué trabajaban o cómo él recibió ayuda de tal o cual paisano para trabajar; o por el contrario, habla sobre cómo él ayudó a otros para conseguir un trabajo.

En la narración que sigue podemos advertir que él y los otros japoneses eran muy solidarios entre sí, y que ello hacía posible contar con nuevas opciones de empleo:

Pero es que yo estaba a gusto, muy a gusto. Patrón bueno. Yo creo que al patrón se gustó más de mí porque un muchacho que no sabe descansar; trabaja 15, 18 horas y no se queja nada. ¿En dónde hay eso? Patrón estaba muy contento. Ya que yo salí, bueno, entonces me encarga que traiga otro amigo para trabajar. Lo traje de Hermosillo, otro dos o tres muchachos –que también eran japoneses–, para que trabaje ahí, pero no le gustó. Ni uno se quedó.

No obstante, y a pesar de su empeño, la suerte le sonrió por poco tiempo, pues tuvo que dejar de trabajar en la nevería por el hecho de ser extranjero y por el ambiente de rechazo que prevalecía:

Sí. Estaba trabajando muy contento, pero ese tiempo empezó muy frecuente eso de huelga del sindicato. Sindicato de trabajadores vienen a visitar a donde estoy trabajando: "Tú eres japonés". "Yo sí." "No puedes trabajar." Vienen 30, 40, así, mexicanos; echan afuera, "no puede trabajar". Entonces, ya que no puede salir a despachar; ni modo, pues hay que emplear a los mexicanos. Entonces, "¿yo qué hago? [...] Entonces empecé a hacer nieve.

Despachar, hacer, o hacer otra cosa, para mí era igual. Yo no era flojo. Yo era muy trabajador. No puede estar quieto. Entonces el patrón no podía soltar.

En 1933 Mitsuo decidió volver a Nogales, donde apenas permaneció una semana, ya que lo invitaron a trabajar en una tienda en Cananea. En aquella época, la sierra era el centro de la economía sonorense; ahí se concentraban las inversiones de capital más importantes y el desarrollo de infraestructura promovido por las grandes empresas mineras de Cananea, Pilares y Nacozari. Cananea contaba con 12 932 habitantes y era la tercera localidad en importancia en la entidad por su población (V Censo General de Población, 1930).

Al llegar a Cananea, Mitsuo ya hablaba un poco más español. En el empleo que le habían ofrecido le pagaban 60 pesos y le daban cama y comida. Sin embargo, él recordaba que por ser extranjero estuvo expuesto al maltrato, la corrupción y la discriminación. En ese lugar tuvo muchos problemas con los mineros, quienes le parecían muy "rudos" y "salvajes", debido a que algunos intentaban robar dulces de la tienda y necesariamente terminaba enfrentándose con ellos:

Y cuando un día, tres veces al "bote", porque luego viene policía. Policía no le dice nada al mexicanito. Viene conmigo. Me agarra. Me mete al "bote", porque agarrando mexicano no paga ni un centavo; pero a mí me mete al "bote", tiene que pagar cinco pesos. Ése es extranjero, agarra eso. Entonces, policía agarra a mí. Hay veces, como tres veces peleando al día. Trabajé como año y medio, por ahí. Pero de mi parte, yo no he quejado. El patrón es que tiene que pagar cinco pesos, entonces, luego, luego pueden salir, ¿no? Era para ganar dinero.

Poco después, su patrón decidió traer desde Chihuahua a una prima y a su esposo para que atendieran la tienda, por lo que Mitsuo se quedó sin empleo, y regresó por segunda vez a Nogales, a mediados de 1935.

En ese momento estaba por concluir la campaña xenofóbica contra los chinos, que había iniciado desde la década de 1920, aunque el desempleo por la crisis de 1929 y la repatriación de mexicanos que laboraban en Estados Unidos fueron utilizados como argumento para acabar con el control comercial que tenían los chinos, quienes fueron obligados a salir de la entidad bajo una serie de violaciones a sus derechos: deportación, clausura o venta forzosa de sus comercios, e incluso el linchamiento (Trueba, 1987:19 y 1989:364-367). Fue hasta 1936, con el inicio del gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, que la violencia hacia los chinos cesó; sin embargo, el ambiente de rechazo hacia los asiáticos en la sociedad sonorense persistió por más tiempo. Éste es un ejemplo de cómo las zonas de recepción en el país de acogida se ven afectadas por la acción de los migrantes; en este caso de los chinos, que lograron insertarse de manera importante en el comercio local de Sonora. También nos muestra la condición de vulnerabilidad y exclusión a la que los inmigrantes podían quedar sujetos.

Estos eventos y la inseguridad que sintió Mitsuo hicieron que decidiera irse de Sonora. Para ello, le escribió a un amigo japonés que conoció en Nogales y que radicaba en la Ciudad de México. Esto ocurrió cuando él tenía 25 años de edad. Su amigo le dio trabajo en su negocio, una mercería-bonetería en la que se vendían productos importados y que se ubicaba en la calle República del Salvador 86, en el Centro Histórico de la capital. En el mismo edificio se encontraba el negocio y el hogar de su amigo, quien le compartió techo y comida. Ambos atendían la mercería, realizaban las tareas domésticas y se turnaban para cocinar y preparar platillos japoneses lo más apegados a los tradicionales de su país.

En ocasiones él tenía que ir de compras a un mercado, y aunque su español era muy limitado, se las ingeniaba para encontrar el camino de vuelta a casa, usando el cableado del tranvía como guía.

Al cabo del tiempo, Mitsuo fue familiarizándose con las costumbres mexicanas, y en dos o tres años ya era socio de la mercería junto con otros tres jóvenes japoneses. La tienda había cambiado de ubicación al número 89 de la calle República de Uruguay. Sin embargo, esta última no duró mucho ya que fue consumida por un incendio. Esto llevó a Mitsuo a otro cambio en su vida.

Entre 1938 o 1939, Mitsuo decide dejar la Ciudad de México para ir a radicar a Coatzacoalcos, Veracruz. En esa localidad él y otro de sus socios abrieron otra tienda, y como antes ya lo habían hecho, vivieron en el mismo local.

Y nosotros decidimos todo como si fuera nosotros dueño. Pero todavía no teníamos derecho de tener tienda. Había en documento de Gobernación: "No podía tener tienda; no puede ser dueño". Tuve que cerrar. Todavía no tiene derecho. Entonces, inmediatamente avisé al que vivía, al amigo de México. Y entonces amigo fue a Gobernación; arregló todo el documento. Yo y otro compañero ese mismo año vine a México; ahí trabajamos todo junto. Entonces los dos tenemos que arreglar. Arreglando documento, luego nos mandó, y [...] abrimos de nuevo.

Porque había reglamento. Los que sean nacidos aquí en México, eso sí no hay problema; puede hacer cualquier cosa. Pero documento era inmigrante; inmigrante no puede tener su propio negocio. Categoría es de empleado. Ahí en la tarjeta dice "empleado".

En 1940 Mitsuo vuelve a la Ciudad de México, y ya para entonces las condiciones que el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial fueron imponiendo lo despojaron de la tranquilidad y seguridad económica que había logrado, y se tuvo que enfrentar a un nuevo cambio en su vida:

Porque ya estaba un poco difícil por la Guerra Mundial. Porque militares de Japón ya se [...], se invadió China, ya casi arrebató todo. Entonces, ya con la intervención de Estados Unidos, pues estaba muy inseguro. No se sabe cuándo empieza guerra. Así fue en 1940. "Mejor, yo no voy a estar aquí". Y dejé tienda a mi compañero. Yo vine a México [en] 1940.

En ese tiempo ya no estaba mi amigo; ya había ido a Japón porque no le gustó México.

[En] 1941, en diciembre, pues empezó la guerra con Estados Unidos, así que yo regresé a buen tiempo a México. De lo que yo pensaba, "no, en México está todo: diplomático y toda relación de las naciones; entonces más seguro México. Y hay más garantía en México". Regresé, como un año, y poquito más empezó la guerra.

A pesar de la guerra, Mitsuo no volvió a Japón, porque para él pesaba mucho el hecho de que su padre y su hermano más cercano ya habían muerto. Al cerrar la tienda, él y su socio acordaron que este último se quedaría con todo y que le pagaría en abonos. Deuda que cubrió en dos años.

Durante esos tiempos nada fáciles, los apoyos entre los inmigrantes japoneses hicieron posible que hubiera nuevas fuentes de ingresos:

Pero ahí estaba un amigo, en Coatzacoalcos, y no fue bien. Entonces él dice "yo lo cobro y mando". "Bueno, está bien". Primer abono, me mandó, pero eso fue primera y última vez; segunda vez dice "este abono préstamo por esta vez; tercero, préstame por esta vez". Todo gastó y se fracasó negocio. Todo cuando vino a México, yo lo tuve que mantener, yo. [...]. Cuántos años mantuve. Porque después de empezar guerra, cuántos meses, expulsó de Coatzacoalcos, entonces luego vino conmigo. Pues yo no tenía para mantener esa familia, pero "qué hacemos, no sale". Entonces yo encontré un restaurante que estaba cerrado. Ese tiempo había muchas casas cerradas. Entonces ese negocio compré, y para que trabaje ese amigo. Amigo empezó a trabajar y tuve que prestar dinero para hacer comidas. Ahora, "vendí cuatro comidas, cinco comidas". Y llegó hasta, ganaba dinero mensualmente para comer ellos mismos.

Para entonces, Mitsuo había comprado una máquina para hacer botones; empezó a trabajarla, y obtuvo algunas ganancias. Después abrió una pequeña fábrica donde se elaboraban botones confeccionados de concha nácar. Este producto lo vendía a mayoristas: "[...] yo fui a colectar esa concha cerca de Tampico. Había un río grande. En ese río vive esa concha. Entonces yo mandé el mismo maestro de la fábrica y coleccionando toda la concha y [...] primero traje como tres toneladas".

Para instalar la fábrica, Mitsuo recibió un préstamo de capital de otro migrante japonés: "Ahí lo puse por [...] cerca de Azcapotzalco, colonia Pirámides [...]. Pero también ese dinero, la capital, de la fábrica, yo también era dinero prestado; no era mi propio dinero, sino pedí prestado. Y me prestó; no tenía ni un centavo".

La estabilidad económica que logró con este negocio le permitió contratar a unos cuantos empleados japoneses y mexicanos, expertos en la elaboración de este tipo de botones.

Para nuestro informante, ayudar a sus coterráneos era un deber moral. Sobre este precepto se sostenían las redes sociales (Mitchell, 1976; Kearney, 1986; Boyd, 1989; Grieco, 1995), que se traducían en diversas formas de ayuda mutua: préstamo de dinero, alojamiento y comida, trabajo, ayuda para incorporarse a diversas sociedades. Estos apoyos y redes creaban las condiciones adecuadas para que la migración se realizara y para lograr una residencia permanente. Eran expresión del vínculo profundo que se establecía entre los migrantes, y constituía el sustrato para la materialización de la vida transnacional. 5

Desde principio, ese amigo era boxeador en Japón, y no sabe trabajar. Aquí en México vendía perlas, y vendía bien y ganaba muy bien. Pero ya después ya se hizo guerra; ya no puede traer, entonces ya también fracasó. [...] Primero él tenía un cuñado, porque ya se había casado. Él pidió que permitiera trabajar a la fábrica, "bueno". Entonces, "Bueno, venga". Y vino a aprender; entró como aprendiz.

Nuevamente, Mitsuo se encontró con un viejo problema: la presencia de los sindicatos de trabajadores:

Pero unos meses después me metieron sindicatos. Esos desgraciados, todo me... todo lo hizo, hasta muchachos, todo, sindicalizados. Entonces ya yo no puedo mandar; el sindicato el que manda. Eso fracasó todo. Ya deshice la fábrica, fue hasta 1951. Se aguantó como 11 años.

 

Inicia la vida junto a Sala Fumiko Matsumoto

De acuerdo con lo que Mitsuo recuerda, había inmigrantes japoneses en varios países de Latinoamérica, como Brasil, Perú y Argentina. De acuerdo con Ota (1985:24), la cifra de emigrantes japoneses, desde 1968 hasta poco antes de la Segunda Guerra Mundial, fue de 648 915, distribuidos de la siguiente manera: Asia, 342 751; Estados Unidos, 135 325; Oceanía, 120 894; Europa, 2 925; África, 73, y América del Sur (no se indica si se incluye México), 46 947. Estudiar las redes sociales que se establecían entre los japoneses asentados en México y los que estaban en estos países, en especial con los que se encontraban en Latinoamérica, nos puede ayudar a comprender el papel de los vínculos transnacionales y su relación con la reproducción social y familiar de los inmigrantes.

La narración de Mitsuo ilustra cómo la dispersión de las familias o de los hombres que llegaron solos a distintas entidades se constituyó en una dinámica y flexible red de conexiones sociales, por las cuales se instrumentaban y operaban las estrategias de vida y los vínculos locales y transnacionales. Un ejemplo de lo importante que fue esta red de relaciones en la vida de Mitsuo, así como de otros hombres y mujeres japoneses, se encuentra en el papel que desempeñaba esta red de relaciones a la hora de encontrar una pareja para contraer matrimonio. Ello, porque éstas también constituían un medio a través del cual se recreaban las costumbres de Japón y las diferencias sociales de género, en las cuales la mujer quedaba subordinada a la autoridad del padre, para luego quedar sujeta a la del esposo durante el resto de su vida.

A principios de la década de 1940, Mitsuo contrajo nupcias. A través de una relación de amistad con un paisano, supo de una muchacha "adecuada" para él. Tal como se acostumbraba en Japón, una persona sirvió de intermediaria entre Mitsuo y la familia de la joven, cuyo nombre era Sala Fumiko Matsumoto.

Yo me casé 1943; ya había empezado fábrica. Ese tiempo sí iba bien.

Yo no conocí [se refiere a Sala Fumiko]. Ella nació en Ciudad Juárez.

Yo trabajando. Y un dentista que era... éramos amigos [...] Ese tiempo fue en Coatzacoalcos. Él antes vivía por Estado de México, Hidalgo; por ahí, por, cerca de Tamazunchale. Él trabajaba de dentista.

Pero como 1938, de Tamazunchale, vino a acá a Puerto México; Puerto México no encontró la casa que empezar porque Puerto México no había casa vacía; entonces fue Minatitlán, es ciudad hermana de Coatzacoalcos. [...] Pero iba bien; él tenía cinco hijos. Pero no pudo quedarse en Minatitlán, sino todo concentraron a México; todos extranjeros. Entonces él tuvo que venir a México, y ahí en Santa María Redonda, ahí yo busqué una casa donde puede empezar. Él empezó. Ahí también fue bien.

Pero entonces él en su consultorio vino a curar obachan [término para abuelita en japonés]. Entonces "este obachan está bueno (risas)". Todavía no era obachan. Entonces conoció a obachan. "Ése está bueno para Doode". Bueno, entonces me presentó y, bueno, toda la cosa, ya lo que pasó, ¿eh?, casando con ella.

Entre algunas de las familias japonesas que residían en México se seguía la tradición de acordar la unión en matrimonio de un hombre y una mujer sin importar si éstos se conocían directamente o si había amor o deseo entre ellos. Se trataba de contar con una pareja. El primero tenía que ser capaz de cumplir su papel de proveedor y autoridad familiar. De la segunda, se esperaba que cumpliera con su papel de madre, de brindar toda la atención requerida por su esposo, hijos y hogar, con el fin de garantizar la reproducción familiar y lacontinuidad de su descendencia, además de seguir las costumbres japonesas. Se procuraba que la pareja elegida, o al menos sus padres, hubiera nacido en Japón. Estos criterios fueron los que siguió Mitsuo, y su padrino fue quien le seleccionó a su esposa Sala. Los padres de Sala también siguieron estos criterios para aceptar el matrimonio de su hija, a quien no se le tomó en cuenta para decidir sobre su boda con Mitsuo. No obstante, también hubo inmigrantes japoneses que se casaron con mexicanas6 o con japonesas nacidas en México. Éste era el caso de Sala Fumiko, la esposa de Mitsuo, hija de un comerciante que al parecer emigró a México durante la última década del siglo diecinueve. En el caso del padre de Sala, éste mandó traer a una novia (la madre de Sala) de Japón, con quien contrajo matrimonio por correo y a la que sólo conocía por foto. De este matrimonio nacieron varias hijas, entre ellas Sala.

La relación que se establecía entre la pareja no tenía como preámbulo una relación de noviazgo duradero. Más bien, el matrimonio se realizaba por votos, se conocían a través de fotografías y había de por medio recomendaciones de conocidos o parientes de ambos. Existía un representante e intermediario de la pareja, el nauro o nakaudo. Este último, en el caso de Sala y el señor Matsumoto, desde un año antes se había encargado de establecer el contacto con la familia de cada uno de los pretendientes y de cumplir con los formalismos: dar las recomendaciones respectivas y acordar la unión matrimonial.

La celebración de la boda se hizo en casa de Mitsuo; él se hizo cargo de los gastos:

Papá de obachan tenía un abarrotes chiquito allá por Niño Perdido [Eje Central actualmente], más para allá [...]. Entonces, como dos meses de novios; luego nos casamos.

Y dos domingos [...] hice fiesta porque no caben en una vez [...] Pero total fue como 200 (invitados)... puros japoneses radica aquí en México.

Había un cocinero muy bueno. Nada más que todos los japoneses estaban concentrados en México. Entonces de Tijuana, Mexicali, todo Sonora, estaba concentrado a México. Ahí había un cocinero bueno que conozco desde que vine a Nogales; entonces él se encargó de todo. "Yo lo hago." Dando dinero, nomás ir a comprar a San Juan de mercado. Ahí se hizo.

Los nuevos esposos no salieron de luna de miel debido a la guerra. Tampoco se permitían grandes concentraciones o reuniones, y en caso de darse, éstas eran vigiladas por las autoridades. Como la boda se celebró dentro de la casa, Mitsuo pudo conseguir el permiso para realizarla. La casa de Mitsuo estaba en Azcapotzalco, en el mismo lugar que la fábrica. Ahí los recién desposados vivieron, y al cabo de tres años (1946) tuvieron que mudar la fábrica a la colonia Pirámides y después a la colonia Moctezuma:

Ahí encontré un local más grande. Pero una vez sindicalizados, no fue bien. Todo lo que hizo daño, a mí. Todo me empujó hasta rincón y tuve que fracasar la fábrica. No de una vez, sino poco a poco me hizo mal. Aguantó como 11 años. Me salí lleno de deudas.

A pesar de ello, Mitsuo logró comprarse un carro usado7 con el cual podría comenzar a comerciar sin tener que contar con un negocio establecido.

Y yo tenía en 1945... compré un carro. En toda la colonia japonesa no había más que dos o tres carros. En ese tiempo ya compré un carro, no nuevo [...]. Entonces, ese Ford modelo 40.

Mis clientes que son mercerías, boneterías en mayorista, eran mis amigos [...]. Todo lo botón yo entregaba a ellos. Entonces capital es el carro; es todo lo que queda. Entonces ellos me prestan mercancía. Unos puede hasta cinco mil, otro diez mil, varios según la tienda. Uno que pueden prestar, o sea fiar, cada viaje. Unos cinco mil, otros siete mil, otros diez mil; cada quien diferente, pero me presta sin pagar; me presta. "Puedo hacer un viaje; dentro de viaje se vende todo, todo lo que vende lo pago. Y lo demás me presta o devuelvo." Me presta y lo que falta me prestaban más. Así empecé el trabajo.

En 1951 Mitsuo empezó a viajar por toda la República para vender sus mercancías. Hacía recorridos de Puebla a Veracruz, de Pachuca a Tuxpan, de Veracruz a Alvarado, Orizaba, siguiendo la costa hasta Tapachula. A veces iba a Guadalajara, León y Tampico.

Como vendedor ambulante, Mitsuo continuó con la línea de productos de mercería. Algunos de sus amigos se dedicaron a la venta de perlas o al contrabando y venta de sal, que se traía desde Tijuana. Otros de sus conocidos aprendieron un oficio para poder mantenerse; por ejemplo, de peluquero (su cuñado en Nogales), pescador (uno de sus amigos en Bahía Kino), o ejercían una profesión (como el amigo que le presentó a la que sería su esposa y que era dentista, residente en Minatitlán). Además, tenía otros conocidos comerciantes (japoneses a quienes surtía mercancía en los recorridos que realizaba por Tapachula).

Pasado un tiempo, Mitsuo recibió una oferta de trabajo de la Asociación México-Japonesa, una organización que tuvo como antecedente –de acuerdo con Ota– la fundación de una escuela para niños y de una asociación que contaba con un local y funcionaba como centro de reunión. Ambas fueron creadas por un grupo de inmigrantes japoneses que residía en el Distrito Federal. La asociación dejó de funcionar cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, y con los recursos obtenidos con la venta del local se fundó el Comité de Ayuda Mutua, que daría albergue y alimentación a los japoneses que se dirigían en tren o autobús a la capital del país o a los que se quedaban en Guadalajara (Ota, 1985:99), durante el proceso de concentración impuesto por el gobierno de México.8

Según información de la Asociación México-Japonesa, A. C. (Kaikan), ésta fue fundada después de concluida la guerra, gracias al interés de los japoneses residentes en México y a sus hijos nacidos en el país, quienes por muchos años tuvieron la inquietud de crear un centro social y cultural que les diera identidad y unidad.

Para ello se contó con el apoyo del gobierno japonés, con algunas donaciones personales y con los recursos de la devolución de las cuentas incautadas durante el conflicto bélico. La construcción de la asociación se inició en 1957 y concluyó a principios de 1959. Fue entonces cuando se abrió el primer restaurante japonés con cocineros traídos desde Japón. Fue en este restaurante donde Mitsuo trabajó por varios años:

Entonces, Sekiguchi me pidió que entrara a cuidar restaurante. Primero entré; me pagaba muy poco. Yo creo que como dos mil pesos. Pero entonces dice: "Yo entro; si levantando a restaurant, qué, ¿me da algo de recompensa?" Bueno, me prometió aumentar el sueldo. Después de un año, ya me aumentó mil pesos. Van tres mil pesos; bueno, aquel tiempo tres mil pesos no es malo. Ganando tres mil pesos de sueldo, aparte, pues, ahí mismo comiendo, entonces no es tres mil pesos, sino que prácticamente ganando mucho más, con comida. Pero no solamente ganar comida; es que es mucha responsabilidad. Pero mientras, unos dos o tres años, ya no se daba ni abasto a los clientes que vienen. Siempre lleno. En domingo, sábado, vienen como 500 o mil personas, clientes. Así, ganando mucho dinero, me aumentó más.

Mitsuo decidió abandonar la venta foránea de mercería, ya que el restaurante requería mucho tiempo y atención y representaba una fuente de ingresos más elevada y estable. No obstante, perdió parte de su inversión, porque ya no pudo cobrar los adeudos de clientes que tenía en distintas ciudades de provincia. A pesar de esto, el trabajo en el restaurante era una oportunidad para mejorar su condición económica, pues el único ingreso seguro que tenía la familia era a través de una pequeña tienda de mercería en la calle de República de Argentina, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, y que era atendida por Sala.

Por otra parte, el restaurante pasaba por una etapa crítica; los comensales que lo frecuentaban eran japoneses, miembros de la asociación. Así las cosas y para capitalizar el negocio, Mitsuo decidió dar servicio a cualquier persona, sin importar su nacionalidad, con lo que logró una mayor entrada de ingresos. Mitsuo entró a trabajar en la asociación en 1967; no obstante, en 1978 decidió renunciar debido a los problemas que existían entre los miembros. Para aquel entonces su esposa todavía contaba con la mercería:

Mejor trabajo, mejor negocio, era de Niño Dios (vestir niños Dios). Pero ésos son trabajos temporales, ¿no? [...]. Y tomando pedido desde enero hasta llevar muñeca, el Niño Dios, hasta día 2 de febrero, día de Candelaria. Hasta ese día, todo lleva, así que hay que entregar antes; era mucho trabajo.

Sin embargo, en ese momento Mitsuo supo de un nuevo reglamento obligatorio para el pago de impuestos, y aunque nunca recibieron la visita de un inspector fiscal, mejor decidió vender la tienda y evitarse futuros problemas con Hacienda.

Después ya no hice nada porque ya era tiempo de salir del trabajo, jubilación. Ya era ese tiempo, ya había pasado desde 1968. Y a otra cosa, pues solamente trabajar, no; sino que hacer negocio por mi cuenta. Eso es lo que puede hacer. Pero en eso, "ya estoy grande y no tengo ni un ayudante; mis hijos no están. No se puede empezar". Cuando eso invierte y cuando ya negocio que encarrilar, entonces ya es tiempo de morir. Así es que no empecé. "Pensándolo, me da miedo." Así unos cuantos, seis o siete años, ya después vine a Hermosillo.

Ya después de 92 años, qué cosa puede decir: "Yo no tengo dinero, y no tengo ni negocio ni nada, pues qué cosa platico". Ya todo lo que pasó, ya se pasó en vano.

Sin embargo, al finalizar su vida laboral, don Mitsuo enfrentó la pérdida del eje fundamental de su vida: el trabajo. Para él el trabajo y la responsabilidad en torno a ello le daban sentido a la vida.

Por otro lado, del matrimonio de Mitsuo y Sala Doode nacieron dos hijos y una hija. A todos ellos les pusieron un nombre en español y otro en japonés. Aunque en Japón se acostumbraba poner un solo nombre, entre las familias migrantes que llegaron a México esto fue diferente, pues la adopción de esta práctica constituyó una estrategia para que los descendientes de los japoneses pudieran adaptarse e integrarse más fácilmente a la vida tanto social como laboral mexicana.

Los esposos Doode siempre se comunicaron en japonés y también lo hicieron con sus tres hijos. Sin embargo, viviendo en un país de habla española, los cinco miembros de esta familia eran bilingües, unos con más eficiencia en una lengua que en otra.

Aun a la distancia, Mitsuo y Sala practicaban el budismo shintoísta, aunque eran amplios conocedores de lo mexicano. Sin embargo, como otras parejas japonesas, optaron por criar a sus hijos como católicos y no como budistas; consideraban una ventaja el ser católicos en un mundo laboral y social dominado por el catolicismo.

Desde pequeños, los hijos de Mitsuo estudiaron en una escuela japonesa que se encontraba en Tacubaya, donde un profesor enseñaba la lengua y las costumbres del país de origen. Después, sin hablar nada de español, ingresaron a la primaria en el Colegio México, donde su adaptación al mundo mestizo, multicultural, fue dura y por ello paulatina.

 

Recuerdos de la comunidad japonesa en el norte de México

Mitsuo platicó que cuando llegó, en 1930, en la ciudad de Nogales había 150 japoneses. Igualmente, tanto en Cananea como en Ciudad Obregón y Hermosillo vivían unas cien personas de este origen. Según don Mitsuo, había cerca de mil de sus coterráneos en todo el estado de Sonora. Entre los apellidos que mencionó, entre sus conocidos se encontraban los señores Wehara, de Nogales; el señor Furuya, de Nacozari; el señor Bansan, de Bahía de Kino. También radicaban japoneses en Agua Prieta, Obregón, Navojoa y Etchojoa. Mitsuo decía que había muchos más en otros estados, y recordó al señor Endo, de Ciudad Juárez; también al señor Miguro, de Tapachula, y a otros más de Monterrey. Mencionó que muchas de estas personas habían emigrado solas y que con el tiempo formaron sus familias. Algunos japoneses "encargaron" una novia desde Japón.

También contó que la mayoría de las familias que fueron concentradas en México tenían hijos pequeños. En la ciudad había siete u ocho escuelas de la colonia japonesa, a la que llegaban profesores de Japón. Sonora y Tapachula también contaban con este tipo de escuelas.

Durante la concentración en la capital, la comunidad japonesa se organizó para cubrir las necesidades de las familias, y éstas fueron estableciéndose de manera dispersa en la ciudad. Algunas de ellas recibieron apoyo del Comité de Ayuda Mutua o de parientes o conocidos que les proveyeron de techo, comida o algún trabajo. Los hombres solos y desempleados buscaron contraer matrimonio e integrarse a una familia. Las redes sociales enfrentaron dificultades durante la guerra, porque la situación económica de las familias fue deteriorándose.

Sin embargo, dichas redes se mantuvieron dentro de la comunidad japonesa y conformaron el medio por el cual se establecían y se llevaban a cabo las estrategias que les permitieron a los japoneses sobrevivir, permanecer y adaptarse a la sociedad mexicana. Estas estrategias no implicaron una pérdida de la identidad japonesa, sino, como refiere Giménez (2000:50 y 64), "sólo su recomposición adaptativa", pues la identidad se construye y se recrea dinámicamente en la vida cotidiana, en la interacción con otras personas en los diversos ámbitos en que se desenvuelven, pues "la identidad no es una esencia, un atributo o una propiedad intrínseca del sujeto, sino que tiene un carácter intersubjetivo y relacional". Barth (1976:10) lo expresa muy claramente cuando dice que:

[...] las distinciones étnicas no dependen de una ausencia de interacción y adaptación sociales; por el contrario, generalmente son el fundamento mismo sobre el cual están construidos los sistemas sociales que las contienen... La interacción no conduce a su liquidación como consecuencia del cambio y la aculturación; las diferencias culturales pueden persistir a pesar del contacto interétnico y de la interdependencia.

Para Barth, la identidad y la etnicidad tienen que ver con el mantenimiento de fronteras que distinguen nuestra identidad de la de otros. Estas fronteras se reflejaban en las diversas estrategias que beneficiaban sólo a estos migrantes japoneses y sus familias.

 

III. Reflexiones finales

Las estrategias que los inmigrantes japoneses utilizaron para integrarse a la sociedad mexicana transitaron por muy diversos derroteros, que cruzaron por la religión, el idioma y los rituales. Ejemplos de ello en el ámbito familiar fueron el uso de un nombre en español precediendo al nombre en japonés, o la adopción de la religión católica y la celebración de los rituales navideños aun sin ser cristianos. Pero también en dichas estrategias encontramos las acciones colectivas que producen inevitablemente la formación de un "nosotros" común, que se basa en la idea de una identidad esencializada, en el sentido que Elwert (1989) propone.

Esas estrategias de sobrevivencia se sustentaron en la persistencia de profundos lazos identitarios, pues la existencia de un fuerte sentido de pertenencia, ligado a un origen étnico y a una cultura común, sirvió a los inmigrantes como base de resistencia cotidiana.

La asociación y las escuelas constituyeron un espacio de reforzamiento y recreación identitaria que mantuvo el vínculo transnacional con el país de origen.

Las distintas formas de ayuda mutua y de redes de solidaridad fueron fundamentales para enfrentar la condición de vulnerabilidad social y económica en la que los inmigrantes se encontraban y desenvolvían. Valores como la lealtad, la solidaridad y la compasión hacia el coterráneo –elementos fundamentales de la cultura japonesa de los migrantes– rigieron muchas de las decisiones y acciones de Mitsuo y de otros japoneses que como él buscaban adaptarse y sobrevivir en una sociedad geográfica y culturalmente alejada de su país de origen.

En el caso de Mitsuo, la lealtad filial que demostraba al ayudar a sus paisanos, la entrega al trabajo, el honor y la actitud de seguir adelante para progresar pese a cualquier adversidad, fueron rasgos y pilares de su identidad personal, que se manifestaron de distintas maneras a lo largo de su existencia. Además, a pesar de que la mayor parte de su vida transcurrió en México, continuó hablando su lengua materna –el español lo utilizaba de manera funcional para el trabajo y los negocios–. Sólo con una de sus nietas hablaba en japonés, aunque todos sus nietos e hijos de algún modo están inmersos también en la cultura japonesa. Diariamente calzaba sandalias japonesas (geta), y él y su esposa leían en su idioma materno los libros que un viejo amigo les enviaba quincenalmente de Japón. En su concepción del matrimonio, como lo dictaban las costumbres japonesas, la mujer se subordinaba totalmente a las necesidades del marido. Así, su esposa Sala vivió literalmente para él.

En la reconstrucción de su historia de vida, Mitsuo tuvo como eje su trayectoria laboral, y a través de ella fue articulando cada momento y cada cambio en su vida. En su narración no hubo ninguna alusión o expresión de sus sentimientos, y por el contrario, sí habló de su capacidad para adaptarse a las circunstancias y para continuar siendo un hombre honesto y trabajador, algo que consideraba fundamental en su vida. Esto mismo observamos cuando hablaba de la Segunda Guerra Mundial. Si bien se refería a la inseguridad que sufría, siempre la relacionaba con la pérdida de su negocio, con la adaptación a las nuevas circunstancias y con la capacidad de empezar de nuevo y de generar una nueva forma de trabajo.

Mitsuo Doode nunca cambió su autocomprensión9 de su identidad japonesa. Continuó siendo un japonés aun después de vivir por 75 años en este país, un extranjero viviendo en México. Así fue hasta los 93 años de edad, cuando siguió su camino a otro mundo de acuerdo con sus preceptos budistas sobre la vida y la muerte.

La finalidad de este trabajo fue proporcionar algunos elementos para comprender las características culturales de este sujeto,10 pues constituye un ejemplo de cómo las diferencias culturales y la identidad básica pueden persistir a pesar del contacto interétnico y el paso tiempo.11

Por último, esperamos que la comprensión de las dificultades que entraña el proceso de adaptación a una cultura extraña, desde el punto de vista de los inmigrantes, contribuya a la aceptación de la importancia de conocer cómo se vive la migración. También abogamos por el reconocimiento de la riqueza pluricultural que este fenómeno transnacional ha significado en la constitución de la sociedad mexicana contemporánea. De igual forma, subrayamos el papel fundamental que tienen la cultura y los lazos identitarios para la supervivencia, el sentido de solidaridad y las redes sociales en la constitución de la vida trasnacional y del mundo de vida cotidiana de los migrantes. Como se muestra a lo largo de este trabajo, son un ejemplo de la importancia de los espacios locales (las acciones de los actores: los migrantes y sus descendientes) en la configuración de procesos como la migración.

Pensando en nuestros hermanos y hermanas mexicanos que se han visto obligados a emigrar, consideramos menester llegar a constituir una sociedad cada vez más libre de prejuicios a través de la valoración de lo propio y de lo extraño, y enfatizar la importancia de las acciones que sensibilicen y favorezcan los esfuerzos de apoyo y los espacios de recreación cultural propia de los migrantes.

 

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Otras fuentes

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Notas

1 Si bien en las ciencias sociales hay posiciones encontradas en torno al uso de las historias de vida como un método para obtener datos confiables, desde hace mucho tiempo los antropólogos han hecho uso de ellas para analizar diversos fenómenos sociales. Su pertinencia ha sido mostrada en estudios de inmigrantes, en países donde se constituyen en minorías étnicas, en particular para el análisis de problemas que toman como eje la identidad étnica. Se pueden mencionar los estudios de Espinosa, El dilema, 1998; Pizarro, Tras las huellas, 2006; Morín, Prácticas antropológicas, 1993, entre otros.

2 ...el pasado puede contener la historia ignorada de dos maneras esencialmente distintas: ésta puede servir de inspiración para los procesos narrativas del presente, es decir, bajo la forma de recuerdos narrados por generaciones anteriores, pero también puede bloquear toda vía de acceso (Correa, 2001:113).

3 Migrantes por llamado.

4 Había otras rutas que desde Japón tenían como destino México: Japón-Honolulu-Mazatlán-Manzanillo, o la que llegaba al puerto de Acapulco, Guerrero. Algunas otras iban a Centro y Sudamérica.

5 Retomamos el concepto de vida transnacional propuesto por Robert Smith (2001:37), por considerarlo más adecuado para nuestro objetivo, que es mantener la atención en el plano local, en los procesos y en la experiencia de vida, mismos que llevan el análisis hacia un plano más concreto. La vida transnacional incluye las prácticas y las relaciones que unen a los inmigrantes y sus descendientes fuera del país de origen, donde estas prácticas tienen un significado, son llevadas a cabo regularmente y representan aspectos importantes de la identidad y la estructura social que ayudan a formar el mundo de vida de los inmigrantes o sus descendientes. En el entendido de que la vida transnacional no es un concepto que abarca todos los aspectos de la realidad empírica, sino más bien que constituye una de varias esferas de la vida a la que los migrantes pueden pertenecer y en la cual participar. Cabe aclarar que el concepto de vida transnacional no excluye la influencia que tienen los factores o procesos que se desarrollan a niveles más amplios (nacionales e internacionales) sobre los procesos locales, y la importancia que tienen éstos para la concreción de otros procesos transnacionales –en este caso, la migración entre países lejanos y culturalmente distintos–.

6 En México, entre 1890-1940 y de acuerdo con el registro civil, había 111 inmigrantes japoneses casados con mujeres mexicanas, 79 casados con japonesas de nacimiento y 11 casados con japonesas nacidas en México (Ota, 1985:140).

7 Como dato anecdótico, el carro que el señor Mitsuo compró pertenecía al compositor Agustín Lara. Esto lo supo porque, al revisar los papeles del vehículo, el tarjetón de circulación estaba a nombre del músico.

8 Después del bombardeo a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, Estados Unidos inició su participación armada en la Segunda Guerra Mundial, y las primeras medidas afectaron a los japoneses residentes en aquel país. En México, este conflicto armado fue la justificación para ordenar la incautación de bienes y la concentración de japoneses en el interior del país o en la Ciudad de México. Las autoridades siguieron muy de cerca el proceso de concentración y su recorrido hasta Puerto Peñasco y Santana, Sonora. Se mencionó la salida de 217 hombres, 356 mujeres y 428 niños de ambos sexos; también 800 japoneses que estaban en diferentes ciudades del noroeste del país se habían reconcentrado en la Ciudad de México. En el periódico El Nacional del día 21 de enero de 1942 se publicó que los japoneses podrían ir hacia poblaciones del centro de la Republica (Alanís Enciso, 2001:93 y 95).

9 Se trata de comprender a los sujetos y el papel activo que tienen en la construcción de su identidad, así como las formas, acciones y relaciones en la que éstase expresa. En este proceso es fundamental la autocomprensión del sujeto como parte de algo; es decir, la percepción y conocimiento que éste tiene sobre lo que es y a lo que pertenece (Díaz Polanco, 2004:194 y 195), en este caso, la pertenencia a la identidad y cultura japonesas.

10 Eduardo A. Sandoval Forero (1993:8) enfatiza la importancia de la cultura como elemento caracterizador de la nacionalidad en este tipo de estudios, porque la cultura evidencia la identidad individual y social de cualquier grupo. La estructura de una sociedad o grupo en particular posee manifestaciones del ser social como identificación subjetiva de los grupos sociales. Este autor señala la importancia de comprender las características culturales más que lograr obtener los elementos que comprende una identidad como tal.

11 Para Fredrik Barth (1976:15), una adscripción categorial es una adscripción étnica cuando clasifica a una persona de acuerdo con su identidad básica y más general, supuestamente determinada por su origen y formación.

 

Información sobre las autoras

Gloria María Cañez de la Fuente. Mexicana. Antropóloga social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y maestra en desarrollo rural por la Universidad Autónoma Metropolitana–Xochimilco. Es investigadora de Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo A. C. Sus temas de interés son la cultura urbana, ganadería e historia campesina, y cultura alimentaria. Recientemente publicó, con J.M. Meléndez, "Cambios en la vida rural y en la cultura alimentaria camerina: San Pedro El Saucito, Sonora, México", en Enfoques conceptuales, contexto global y experiencias locales (CIADAC/ Plaza y Valdés, México, 2008, pp. 263–300).

Olga Shoko Doode. Mexicana. Etnóloga por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, maestra en antropología social por la UNAM y doctora en ciencias sociales por El Colegio de Michoacán. Es investigadora del Centro de Investigación y Desarrollo A.C. Trabaja sobre temas relacionados con pequerías, polpiticas públicas dirigidas a pueblos indígenas y antropología aplicada.

Gabriela Hernández Doode. Mexicana. Cuenta con licenciatura y maestría en lingüística. Por la Univesidad de Sonora. Actualmente labora en el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas como subdirectora de Evaluación de Programas en Materia de Lenguas Indígenas. Áreas de interés: evaluación de proyectos comunitarios relacionados con lenguas indígenas, diseño de políticas lingüísticas y socionlingüísticas. Recientemente publicó, con Morúa, "Dos marcadores discursivos en la narrativa yaqui", en Azápalo (ed.) y Moctezuma (comp.), Lingüística amerindia. Aportaciones recientes (IIA–UNAM, México, 2009, pp.311–333).

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