SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.20 número52La apuesta del feminismoBibliografía sobre feminismo (siglo XXI) índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

Compartilhar


Andamios

versão On-line ISSN 2594-1917versão impressa ISSN 1870-0063

Andamios vol.20 no.52 Ciudad de México Mai./Ago. 2023  Epub 17-Nov-2023

https://doi.org/10.29092/uacm.v20i52.1007 

Entrevista

Cuatro intelectuales y el poder. Entrevistas con Gabriela Cano Ortega y Patricia Rosas Lopátegui*

Leticia Romero Chumacero** 

**Profesora-investigadora de la Academia de Creación Literaria, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, plantel Cuautepec, e integrante del Sistema Nacional de Investigadores. Correo electrónico: leticia.romero@uacm.edu.mx


Autoras de varios estudios sobre mujeres mexicanas, las doctoras Gabriela Cano Ortega y Patricia Rosas Lopátegui coinciden al posar su atención en algunas intelectuales que bien pueden situarse entre las precursoras de la presencia femenina en el espacio público. Las entrevistas con ambas investigadoras tuvieron como objetivo conocer de qué manera concibieron y aprovecharon el poder -propio o cercano- cuatro mexicanas durante el siglo XX. Me refiero a Elena Arizmendi (Ciudad de México, 1884 - 1949), Amalia González Caballero de Castillo Ledón (Tamaulipas, 1898 - Ciudad de México, 1986), Antonieta Rivas Mercado (Ciudad de México, 1900 - París, 1931) y Elena Garro (Puebla, 1916 - Morelos, 1998). ¿Qué contexto familiar y formativo favoreció su aproximación a espacios de toma de decisión?, ¿cómo enfrentaron las posibles resistencias a su paso?, ¿qué construyeron desde ahí?

La historiadora Cano Ortega es profesora e investigadora en el Centro de Estudios de Género de El Colegio de México; entre sus múltiples trabajos de investigación se encuentran cuatro de suma relevancia para esta entrevista: Se llamaba Elena Arizmendi (2010), “Prólogo” a Elena Arizmendi, Vida incompleta. Ligeros apuntes sobre mujeres en la vida real (2012), Amalia de Castillo Ledón. Mujer de letras, mujer de poder. Antología (2011) y Amalia González Caballero de Castillo Ledón (2016). La escritora Rosas Lopátegui, por su parte, es agente literaria de Elena Garro, Helena Paz Garro y Guadalupe Dueñas, además de profesora de literatura en la Universidad de Nuevo México; entre sus varias investigaciones sobre Garro cabría destacar Testimonios sobre Elena Garro (2002), El asesinato de Elena Garro (2005) y, la más reciente, Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos (2020), así como la colección Insurrectas, donde rescata vida y obra de escritoras como Nahui Olin, Antonieta Rivas Mercado y Nellie Campobello.

El contexto: ¿cómo y para qué intervenir en el espacio público?

Procedente de una familia burguesa y habiendo hecho estudios de enfermería, Elena Arizmendi Mejía fundó en 1911 la Cruz Blanca Neutral para prestar ayuda a los revolucionarios a quienes la Cruz Roja Mexicana se negaba a atender. Su labor filantrópica consistió en organizar brigadas de atención a heridos por todo México, así como en echar mano de sus relaciones familiares en pos de apoyo para esa tarea. Durante algún tiempo mantuvo un vínculo amoroso con el político e intelectual José Vasconcelos, que ella refirió en Vida incompleta. Ligeros apuntes sobre mujeres en la vida real (1927) y él en Ulises criollo (1935) y La tormenta (1936). Debido a esto pregunto a la doctora Cano: ¿qué importancia revistió esa relación en la participación pública de Arizmendi? Contundente, responde: “más allá del interés personal, su relación con José Vasconcelos podría considerarse más bien una relación con el movimiento revolucionario, no propiamente con el poder político, porque se da en momentos donde el país está agitado. La cercanía con Sara y Francisco I. Madero, por otra parte, es algo efímero, lo mismo que el gobierno de Madero; sí, finalmente él es el presidente de la República [1911-1913], pero me parece que la mayor relevancia del trabajo de Elena Arizmendi en esos años es en la Cruz Blanca Neutral, por ser una interpelación a la Cruz Roja Mexicana, que había descuidado su vocación humanitaria. No lo había pensado propiamente como una relación con el poder, pero sí hay una ambición de intervenir públicamente y lo consigue a través de la Cruz Blanca Mexicana, la asociación oficial de filantropía que cuenta con el apoyo de Sara Pérez de Madero, pero realmente dura muy, muy poco tiempo”.

Por su parte, integrante de una acaudalada estirpe porfiriana, la escritora Antonieta Rivas Mercado también estuvo ligada al movimiento revolucionario y, años más tarde, a Vasconcelos. Su padre había sido uno de los arquitectos favoritos del presidente Porfirio Díaz, lo cual permitió a Antonieta recibir una educación refinada y viajar; tales circunstancias, además, la impelieron a ser mecenas de artistas, escritores y proyectos culturales. A esa labor se sumó el apoyo económico brindado a la fallida campaña presidencial de José Vasconcelos, en 1929. ¿Cómo ocurrió esto? La doctora Patricia Rosas Lopátegui lo explica: “Fue una mujer sumamente culta, en buena medida por el privilegio de su clase social, pero, y esto es lo interesante, lo esperado en una mujer como ella era que siguiera dentro de esa línea, convertida en una mujer tradicional como su hermana Alicia: casada, con hijos; quizás, dentro de sus inquietudes, que se hubiera acercado al teatro, como lo hizo, y hubiera fundado la orquesta la Orquesta Sinfónica…, pero todo dentro de su corpus cultural. Eso hubiera sido normal, porque ella era una mujer nutrida en esa cultura, en el ambiente afrancesado, en los libros, en la literatura, en el teatro, en la música, pero se manifestó en contra de los principios de su clase social, esa clase que había tenido todos los privilegios durante el Porfiriato. Entonces Antonieta escucha sobre Vasconcelos, ese político que estaba haciendo una campaña en contra del autoritarismo del presidente Plutarco Elías Calles, el máximo jefe de la Revolución; y luego, cuando lo conoce en Toluca, Antonieta definitivamente, como dijo Kathryn Blair, su nuera, “mordió el anzuelo”. Antonieta fue una mujer tan brillante que se nutrió de pensadores y filósofos sobre todo franceses que proclamaron la democracia, la libertad, la fraternidad”.

No mucho después de eso, la tamaulipeca Amalia Caballero de Castillo Ledón incursionó también en la vida pública. Formada en el terreno de la literatura, la actuación y la docencia (tomó cursos en la Escuela de Altos Estudios, el Conservatorio Nacional de Música y la Normal de Maestros), fue también la primera embajadora mexicana y la primera mujer que formó parte de un gabinete presidencial en el país, siendo Adolfo López Mateos el mandatario en turno (1958-1964). En este caso, la doctora Gabriela Cano observa lo siguiente: “Ahí sí hay claramente una vocación política que no tiene, por ejemplo, su marido Luis Castillo Ledón, Gobernador de Nayarit [1930-1931], quien fue depuesto del cargo por los conflictos que le tocó enfrentar y nunca más volvió a la política”, y añade: “En contra de lo que podría pensarse, si Luis fue nombrado fue por la actividad que para entonces ya tenía Amalia de Castillo Ledón en el poder y en la política, y por su cercanía a Emilio Portes Gil [presidente interino del país entre 1928 y 1930]; Luis había sido maderista, incluso fue parte del Congreso de Madero -una legislatura depuesta con el golpe de estado de Victoriano Huerta-, y Portes Gil lo animó a contender por la gubernatura de Nayarit por el Partido Nacional Revolucionario. Pero yo creo que él no tenía una mayor inclinación por la política. Amalia de Castillo Ledón, en cambio, desde 1929 hasta prácticamente el momento de su fallecimiento, tiene derecho de picaporte en la oficina de la Presidencia de la República, conoce a todos los presidentes, puede hablar con ellos -excepto con Luis Echeverría [1970-1976]. Hay un episodio que es muy revelador de su gusto por la política, por lo público. Ella es diplomática, está de representante fuera del país, es la primera vez que las mujeres votan en una elección presidencial en México, en 1958; saltándose todos los reglamentos del servicio exterior viene al país para estar aquí el primer día que las mujeres van a votar y da toda una entrevista, para enojo de sus jefes en la Secretaría de Relaciones Exteriores, que no la habían autorizado a venir; tiene esa audacia porque cuenta con una agenda propia. Y no olvidemos que fue precandidata al gobierno de Tamaulipas: no quedó como candidata del partido oficial y por lo tanto no llegó a ser gobernadora. Habría sido la primera, antes de Griselda Álvarez [Gobernadora de Colima, 1979-1985]; ahí hay una clara vocación por el ejercicio del poder”.

Pero las formas de participar en la discusión pública pueden ser otras. Sobre la poblana Elena Garro, la doctora Rosas Lopátegui aduce los antecedentes maderistas y villistas de la familia Garro como incentivos para que Elena y su hermana Devaki, Deva, apoyaran tempranamente la causa campesina: “ellas vivieron con nanas y con mozos indígenas gran parte de su infancia y de su adolescencia en Iguala, Guerrero. Tienen esa cercanía con el mundo indígena, el mundo traicionado por la Revolución -el mundo despojado, pobre, menospreciado- y ven la discriminación, el racismo infligido por los miembros de su clase social en contra de los indígenas. Más tarde, a mediados de los años 60’s, Elena Garro conoce a Carlos Alberto Madrazo Becerra [1915-1969]; o más bien se reencuentra con él, porque habían sido compañeros en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1965, él comienza un movimiento para reformar, digamos, el sistema electoral en México y entonces Elena Garro forma parte del madracismo -como antes Antonieta Rivas Mercado formó parte del vasconcelismo- durante tres años solamente, porque luego ocurrió la masacre de estudiantes en 1968 y el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz [1964-1970] desarticuló ese movimiento social como lo hizo con el movimiento estudiantil. Tanto Antonieta Rivas Mercado como Elena Garro se enfrentaron al mismo monstruo: Antonieta al Partido Nacional Revolucionario [PNR] y Elena Garro al Partido Revolucionario Institucional [PRI]; sólo cambió de nombre, pero el sistema era el mismo. Elena Garro se enfrentó, junto con Carlos Alberto Madrazo, a ese mismo monstruo”. Precisamente sobre el vínculo político entre Garro y el diputado y gobernador Carlos Alberto Madrazo, la investigadora precisa: “él fue presidente del PRI menos de un año porque propuso reformas en el partido y lo obligaron a dimitir; así, para septiembre de 1968 ya había fundado un nuevo partido político que se iba a llamar Patria Nueva, con el cual enfrentaría al PRI en las elecciones presidenciales de 1970; Elena Garro va a ser un pilar muy importante de ese movimiento: ella formaba parte de la planilla de Patria Nueva”.

Resistencias: ¿cómo las recibió su contexto?

Algunas de las actividades públicas efectuadas por Arizmendi, Caballero, Rivas Mercado y Garro podrían haber sido comprendidas por sus contemporáneos como adyacentes al universo femenino, si no es que propias de él, según una interpretación tradicional de los géneros. Tal es el caso de la enfermería, la escritura literaria o la filantropía. ¿Eso facilitó su labor, la obstaculizó, la singularizó, la sesgó?

“En el caso de Elena Arizmendi”, precisa la doctora Cano, “la enfermería sí estaba codificada en su época como una profesión femenina, pero era novedoso que fuera una profesión para la que estudiabas, te capacitabas y por la que recibías un pago; aunque Elena Arizmendi hizo estudios de eso en Texas, realmente no se ocupó de las actividades profesionales de la enfermería, hay algunas fotos donde claramente está con un herido, pero está posando. A ella, en esos años, le interesaba organizar una asociación filantrópica y estar a la cabeza, ser la que recaudaba los fondos; a través de eso quería estar en la política, o más bien tomar una postura a favor de la revolución maderista, no hacia la Revolución en general, sino a favor de la maderista, por su cercanía personal con la familia Madero y porque creía en los valores democráticos”.

A su vez, desde el punto de vista de la doctora Cano, la presencia de Amalia Caballero en la esfera diplomática no resultó particularmente incómoda: “les molestaría a algunos y era aliada de otros. Cuando fue Subsecretaria de Asuntos Culturales, siendo Jaime Torres Bodet Secretario de Educación Pública [1958-1964], Amalia hizo muchas cosas técnicas, sobre todo, aparece muy poco porque a Torres Bodet siempre se le atribuye todo el trabajo; con él la relación era complicada, no se llevaban muy bien, pero ella contaba con el apoyo del presidente López Mateos”. Su trabajo en representación del país implicaría otras cosas: “la diplomacia no estaba codificada como femenina, de hecho, los diplomáticos habían sido hombres, muchos de ellos intelectuales, que presentaron ante el mundo elementos de la cultura del país. Amalia Castillo Ledón hubiera querido ser actriz, no le fue posible porque estaba mal visto por razones morales que una jovencita se dedicara a la actuación; las veces que pudo estar en el escenario de joven era como declamadora, pero no propiamente como actriz. Además, escribió dramaturgia y organizó La Comedia Mexicana, proyecto a través del cual podía recibir subsidios del gobierno para el teatro mexicano, lo cual le permitió llevar a la escena obras suyas y de otra dramaturga, María Luisa Ocampo. Pero esos tampoco son precisamente espacios femeninos”. No obstante, sí hubo un terreno donde fue considerada idónea precisamente debido a su sexo: “a la Comisión Interamericana de Mujeres el gobierno sí tenía que mandar a una mujer; incluso antes, decidieron mandarla a hablar con la gobernadora de Texas, pues pensaron que era mejor enviar a una mujer que a un hombre, incluso si Amalia era mucho más progresista que esa gobernadora. Así pues, antes que ella sólo Palma Guillén [1898-1975] había hecho trabajo diplomático en el país, y Aleksandra Kolontái [187-1952], ministra plenipotenciaria de la Unión Soviética, había visitado México en 1926. Entonces no, no era un espacio especialmente femenino, pero Amalia encontró la manera de ocuparlo, siendo embajadora de México en Suecia [1953], Suiza [1957], Finlandia [1959] y Austria [1965-1970]”.

La recepción de la obra de Antonieta Rivas Mercado sí estuvo marcada por sus circunstancias, recuerda la doctora Rosas Lopátegui: “lamentablemente terminó con su vida cuando había decidido convertirse seriamente, rigurosamente, en una escritora, según lo expresa en su Diario de Burdeos. Ya había escrito obras de teatro -algunas inconclusas-, redactó su artículo periodístico La mujer mexicana, que es verdaderamente un ensayo de índole feminista, además de cuentos y la crónica La democracia en bancarrota, entre otros; para 1931 tenía el plan de escribir varias novelas, obras de teatro, en fin. Y también tenemos un gran epistolario suyo. Todo este legado quedó oculto porque Antonieta se suicida en la Catedral de Notre Dame, el 11 de febrero de 1931. Debido a esa muerte, tan escandalosa, queda totalmente en el olvido”. Ese olvido, por lo demás, pudo haberse nutrido asimismo de circunstancias sexistas asociadas a la vida privada de la escritora: “A mí me parece que esa sociedad mexicana, patriarcal y autoritaria, se confabula para castigar a Antonieta porque había abandonado al marido, Albert Blair. Éste no lo acepta y pelea la patria potestad de un hijo al cual después de que Antonieta fallece, no cuida y abandona en Estados Unidos en la casa de su hermana. Antonieta desobedeció en ése y en todos los rubros posibles, por ejemplo, al incursionar en las artes, pero no en las artes tradicionales: no en el teatro decimonónico, no en el teatro realista que retrata a la mujer buena, obediente, la casada que tiene hijos y sacrifica todo por su marido y su familia; no, Antonieta modernizó el teatro y se dedicó a traducir y a representar obras de autores estadounidenses y franceses que eran totalmente la vanguardia europea”.

Rosas Lopátegui reflexiona sobre la existencia de otro silencio violento, el padecido por Elena Garro: “fue un asesinato metafórico, obviamente simbólico, que comienza cuando aceptó ser novia de Octavio Paz; en las cartas él se muestra como el novio celoso, posesivo, controlador que le exigía dejar el teatro, la danza, y cuestionaba que estudiara. Y, al casarse con él, no pudo llevar a cabo todos sus proyectos intelectuales, artísticos. Cuando se separa de Paz, al iniciar su activismo social en favor de los campesinos, comienza también un desprestigio hacia ella de parte de los intelectuales que llamó “izquierdistas de café”, porque criticaban el autoritarismo del gobierno y el despojo de las tierras, pero lo hacían muy cómodamente en sus escritorios recibiendo prebendas de ese gobierno. Yo pienso que lanzarse como lo hizo Elena Garro en contra de todo el establishment implicó estar muy comprometida con la causa y querer hacerlo a costa de lo que fuera. Eso le acarreó ser reducida al ostracismo durante años; los intelectuales en el poder no le perdonaron sus frontales reproches”.

Poder, ¿para qué?

Las críticas al poder costaron caro a Rivas Mercado y Garro, situadas en coyunturas políticas muy complejas para México. La postura de Arizmendi en torno al poder apuntó más bien hacia la posibilidad de valerse de él en pos de objetivos sociales. La doctora Gabriela Cano lo explica así: “la postura de Elena Arizmendi es filantrópica, implica que las mujeres con mayor formación cultural y recursos apoyen a las mujeres con menos posibilidades educativas y con menos recursos económicos. Después de fundar la Cruz Blanca, su relación con el poder político sólo reaparece cuando vive en Estados Unidos y descubre el feminismo desde una perspectiva hispanoamericana; de ahí su interpelación a Carol Chapman, la sufragista estadounidense, en la revista editada por Arizmendi en Nueva York, Feminismo Internacional, y la organización de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas [1922], que es una organización feminista aunque prefiere no describirse de esa manera; es una agrupación en pro de los derechos de las mujeres y de una identidad moderna en el sentido de que se inclina porque las mujeres trabajen, si no de tiempo completo, sí en actividades que les permitan hacerse cargo de su hogar. Es una visión que hoy nos parecería muy convencional, pero tenía un sentido hispanoamericano, que creo muy importante porque no era tomado en cuenta por las norteamericanas que lideraban otras organizaciones de la época”.

También Amalia Caballero echó mano de su presencia en espacios de toma de decisión para impulsar el desarrollo de otras mujeres. En palabras de la doctora Cano Ortega: “el trabajo con las mujeres recorre prácticamente toda su vida profesional; tiene un nombramiento temprano en el Club Internacional de Mujeres, una asociación para que las esposas de los diplomáticos en México se conocieran y trabajaran en ciertos proyectos en común. A partir de esa experiencia y después del trabajo que hace en Texas cuando fue enviada a dialogar con la gobernadora de ese estado en los años ‘20, comprende la importancia del tema de los derechos de las mujeres y le interesa, al igual que Elena Arizmendi, pero primero de una manera más enfocada a la colaboración entre escritoras y periodistas. Entonces forma el Ateneo Mexicano de Mujeres. Hay que recordar que su marido fue integrante del Ateneo de la Juventud, un grupo de escritores que se reunía para discutir, para apoyarse, para llevar a cabo obras culturales. Amalia conoció a varios de los ateneístas, como Alfonso Reyes, pues eran los compañeros de generación y amigos de su marido, y aprendió mucho de ellos. Ahí hay una continuidad que no se ha observado suficientemente, una nueva generación de ateneístas, pero en este caso son ateneístas mujeres. Se conoce muy poco el trabajo del Ateneo Mexicano de Mujeres, la mayor parte de esas escritoras no están estudiadas, algunas se autopublicaban, lo cual no era tan raro en esa época. Una de ellas, Emmy Ibáñez [1887-1950] constituyó una editorial que llegó a publicar varias obras del grupo; Ibáñez era autora de una poesía hoy no muy apreciada, no sé cómo describirla, lírica o cursilona, también era contadora y trabajó en la Secretaría de Hacienda, de manera que sí tenía idea del negocio. En una feria del libro el Ateneo tuvo su stand y convocó a las sesenta o setenta socias a llevar sus obras para darlas a conocer; en su mayoría era poesía, ficción no tanto y escribían historias de grandes personajes. Me parece un proyecto muy significativo y Amalia lo lideraba, tenía capacidad de convocar, de organizar, de evitar los conflictos; para Amalia de Castillo Ledón la organización política de las mujeres y el apoyo para actividades culturales era fundamental”.

¿Era feminista doña Amalia Caballero?, la especialista responde así: “De ella se conoce más lo del “feminismo femenino”, que no es una frase de su invención, es algo que viene desde Estados Unidos en época de la segunda posguerra, y era parecido a la manera como lo entendía Elena Arizmendi: que las mujeres, sin alterar la estructura familiar donde el hombre es el proveedor y la mujer se dedica al hogar, tuvieran un empleo satisfactorio, creativo o filantrópico, por eso es “femenino”. Creo yo que eso fue una reacción a un antifeminismo según el cual las feministas son hombrunas o no son atractivas para para los hombres. También para responder a cierto antifeminismo Amalia de Castillo Ledón participa en la Comisión Interamericana de Mujeres, que es un órgano creado en 1928 y vinculado inicialmente a la Unión Panamericana y más tarde a la Organización de Estados Americanos (OEA). Desde ahí formó una dupla política muy importante con la representante de República Dominicana, Minerva Bernardino [1907-1998]; ellas y la representante de Brasil, Berta Lutz [1894-1976] estuvieron presentes en la reunión previa a la constitución de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y lograron que ésta diera primacía a los derechos de las mujeres en la Carta Constitutiva. Esto fue transcendental: en las líneas iniciales se establece que las naciones grandes y pequeñas tienen los mismos derechos en el mundo y que los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos en el mundo; y esto es muy importante porque Estados Unidos estaba en contra de la declaración de igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Se suele atribuir esto a Eleanor Roosevelt, incluso hay una foto muy famosa de ella con la Carta de los Derechos Humanos, pero eso ocurrió después de que presionaron las latinoamericanas Amalia de Castillo Ledón, Minerva Bernardino y Bertha Lutz, entre otras. Además, Amalia no iba como delegado oficial, sí fue parte de la delegación mexicana, pero como asesora técnica”.

Tanto Amalia Caballero como Minerva Bernardino presidieron la Comisión Interamericana de Mujeres y coincidieron en San Francisco, en la reunión previa a la constitución de la ONU, con anterioridad habían participado en la Conferencia de Chapultepec, como narra la doctora Cano: “esa Conferencia fue convocada por los países de América Latina para hacer contrapeso a los acuerdos económicos que estaban haciendo los ganadores de la Segunda Guerra Mundial; ahí, la mancuerna entre Amalia y Minerva salió muy muy efectiva pues lograron que se acordara que las Delegaciones debían tener una cuota de mujeres -lo cual ocurrió, al menos en el papel-, con la finalidad de atender las demandas de mujeres. Aunque hubo algunos delegados reacios a la participación de ellas en la Conferencia, tuvieron el apoyo de ciertos hombres, por ejemplo, Alfonso Reyes. Todo eso habla de la red en que se convirtió la Comisión Interamericana de Mujeres, aún existente y de la cual han salido muy importantes convenciones firmadas por muchos países, como la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, también conocida como Belém do Pará”.

En suma, la participación de la tamaulipeca tuvo una incuestionable relevancia internacional. No obstante, tuvo límites: “hay que matizar, pues Amalia empieza a participar de lleno en actividades fuera del país cuando queda viuda [en 1944]. Había sido una señora casada que atendía a sus hijos y a su marido, debido a lo cual no podía viajar tanto; cuando enviuda empieza a pasar largas temporadas fuera del país y su carrera levanta, tenía poco más de cuarenta años. Son muchos temas del poder”.

*Entrevistas realizadas a través de la plataforma Zoom los días 19 de enero y 20 de febrero de 2023, respectivamente. Se agradece a Aranza Pastor Cruz el apoyo en la transcripción inicial de ambas charlas, como parte de su participación en el Seminario de Investigación Filológica (vertiente literaria): UACM/SS/2022-II y 2023-I/112/INT. La entrevista completa con Patricia Rosas Lopátegui puede revisarse en su canal de YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=bqZeOLXtzeQ

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons