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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.20 no.52 Ciudad de México may./ago. 2023  Epub 17-Nov-2023

https://doi.org/10.29092/uacm.v20i52.998 

Dossier

Mutaciones en la mitad del cielo: una bolchevique en dos revoluciones

Mutations in middle of heaven: one bolchevik in two revolutions

Jesús Enciso González* 

*Investigador en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Área de Historia y Antropología de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, México. Correo electrónico: jesus_enciso@uaeh.edu.mx


Resumen

En los últimos tiempos, el feminismo como movimiento ha adquirido gran resonancia. Aquí recobramos uno de los importantes esfuerzos de las mujeres por reclamar reconocimiento de su participación en las revoluciones sociales: nos referimos a las ideas y acciones de Alexandra Kollontai, personaje que antes y después de la revolución rusa de 1917 reivindicó el papel de la mujer en la construcción de una nueva sociedad. Fue una activista que impulsó dos revoluciones: una con alto sentido político-económico (la bolchevique) y otra que tendencialmente era de orden cultural, modificar la situación de la mujer en la formación social que se construía en ese momento, la Unión Soviética (URSS).

Palabras clave: Kollontai; revolución rusa; poder; feminismo

Abstract

In recent times, feminism as a movement has acquired great resonance. Here we recover one of the important efforts of women to claim recognition of their participation in social revolutions: we refer to the ideas and actions of Alexandra Kollontai, a character who before and after the Russian revolution of 1917 claimed the role of women in the construction of a new society. She was an activist who promoted two revolutions: one with a high political-economic sense (the Bolshevik) and another that tendentially was of a cultural order, modifying the situation of women in the social formation that was being built at that time (the Soviet Union).

Key words: Kollontai; Russian revolution; power; feminism

Introducción: de mujeres y revoluciones

La expresión las mujeres son la otra mitad del cielo pertenece a Confucio. En épocas más recientes, fue replicada por Mao Tse Tung (Pelizzari, Laura y Pérez, Carolina, 2007). La frase tiene su trascendencia proviniendo de un filósofo político y de un estadista. Ambos reconocían, en una sociedad profundamente patriarcal y tradicionalista, el papel de la acción femenina en la conducción del poder. Para el caso de China, entre el siglo VI y V a.C. período en que vivió Confucio, donde el poder venía del cielo, declarar que las mujeres son “la otra mitad”, tenía un sentido subversivo. No lo era tanto para Mao, el cual ya en la segunda mitad del siglo XX había echado a andar la revolución cultural y una postura que no incluyera a las mujeres en el poder le quitaba legitimidad como líder.

Pero, el reconocimiento del papel de la mujer en las revoluciones también fue reclamado en anteriores siglos, tanto en Europa como en América. Lamentablemente no se ha hablado mucho de él, por ejemplo, de la acción femenina en las revoluciones francesas de 1789, 1830, 1848 o en la Comuna de Paris. Tampoco de su participación en la revolución norteamericana o en los movimientos independentistas latinoamericanos o africanos, entre otros tantos acontecimientos donde la mujer ha tenido destacadas actuaciones.

La característica de la participación femenina en estos movimientos implicó el reivindicar la vida personal, amorosa o familiar (es decir, la dimensión cultural) y no sólo la toma del poder político. La otra mitad del cielo es también la otra mitad del cambio en la dinámica social, es decir, aquella que lleva a superar la enajenación de la relación entre los géneros, la que reconstituye en términos amplios a la naturaleza humana sin distinción de clase o sexo.

La persona: una revisión desde el materialismo histórico

Otto Rühle (1984), destacado psicólogo y socialista alemán de principios de siglo XX, realizó un estudio sobre la personalidad de Marx como individuo, no como personaje teórico o político. La metodología para hacer tal balance de Marx el hombre le es sugerida por el materialismo histórico. El intento de Rühle radica en aplicar la fórmula marxista del análisis social a una persona en específico; de esta manera, hace la metáfora de encontrar en la vida individual y cotidiana el conflicto fuerzas productivas y relaciones de producción, estructura y superestructura entre otras dualidades en pugna. Su estudio tiende más hacia un psicoanálisis, pero los resultados no son nada despreciables, cuentan con cierto grado de eficacia: se trataba de aplicarle al creador del materialismo histórico una vacuna con su misma “sustancia activa”. Esta metodología es la que intentaremos emplear para entender la vida de Alexandra Kollontai, una convencida del análisis materialista de la historia.

Se parte de que la infraestructura determina la superestructura, incluyendo las formas de pensar, y que tales estructuras están a la vez supeditadas a intereses de clase a fin de que los grupos hegemónicos puedan gestionar a su favor los conflictos de la dinámica social. Así, la vida de Kollontai parece ilustrativa de cómo sus condiciones de vida material desde la niñez, aunadas a su posición en la familia, le condicionaron su concepción de la situación social que se vivía en la Rusia zarista. Kollontai, desde su nacimiento, contaba con una constitución física afortunada, en exceso cuidada pero también demeritada por la aprehensión de sus padres: buena alimentación, descanso suficiente, belleza física. Provenía de una familia con amplios recursos económicos; vivió en una gran finca con un abuelo amoroso y unos progenitores que, en su afán de darle todo, también le coartaron pequeñas o grandes libertades. Ahí es donde va forjando su carácter rebelde y contestatario ante la realidad:

Mi niñez fue, juzgada desde una perspectiva exterior, muy dichosa. Mis padres pertenecían a la antigua nobleza rusa. Yo era la única hija del segundo matrimonio de mi madre (mi madre era divorciada y yo nací fuera del segundo matrimonio, siendo luego adoptada). La menor, la más mimada, la más acariciada. Quizás por ello surgió en mí, a una edad muy temprana, un sentimiento de protesta contra todo lo que me rodeaba. Hacían demasiadas cosas para verme feliz y yo no tenía libertad de movimiento ni en mis juegos infantiles ni en mis deseos. (Kollontai, 1987, p.13)

Al parecer, vivió la desventaja de su condición de niña, de “sexo débil”; de adoptada, una condición de detrimento sociomoral, una especie de tara social (Ruhle, 1984, p. 303), de hija de madre divorciada, con riesgos en su precaria1 salud, según la conciben sus familiares. Todo ello ocasionó que:

Al mismo tiempo quería ser libre, quería desear por mí misma, ir formando yo misma mi pequeña vida. Mis padres eran personas adineradas. En casa no había lujos, pero nunca supe lo que significaba renunciar. Y, sin embargo, veía como otros niños tenían que renunciar; a este respecto, los que más pena me daban eran los pequeños campesinos, por entonces mis compañeros de juego… Yo criticaba ya de pequeña la injusticia de los adultos, pareciéndome una contradicción evidente el que a mí me ofrecieran todo y a los otros niños les fueran negadas tantas cosas. (Kollontai,1987, p. 14)

Bajo esta situación de supuesta precariedad sanitaria, cuidados que parecen atosigantes y una sensibilidad genuina al ver la pobreza de sus compañeros de juegos, Kollontai se va formando una conciencia crítica del entorno social. La misma familia se da cuenta de ello y, para no exponerla a “riesgos” de salud y de “malas compañías” la alejan del colegio, poniéndole una institutriz para que la conduzca por el camino “correcto”. Las cosas no funcionaron como los padres desearon, por ello asegura que “Fue así como mi educación transcurrió en la casa paterna bajo la dirección de una profesora inteligente y experimentada, que estaba vinculada a las capas revolucionarias de Rusia. Con ella, la Señora María Strachova, tengo una deuda de gratitud inmensa” (Kollontai, 1987, p. 15).

Los progenitores estaban convencidos que habían creado a una joven con ciertas limitaciones sociales. Llegados a sus dieciséis años, Alexandra se convirtió en una inhábil “dama de sociedad” pues creció con una inconformidad ante las injusticias sociales, con una gran timidez y torpeza para la vida práctica de su clase social. Su familia, hegemónica en su “pequeña vida”, la llevó a optar por un matrimonio por conveniencia (tal como le ocurrió a su hermana mayor, casada con un pretendiente de setenta años). Alexandra vivió entonces su primera rebelión contra la prescripción familiar y optaría por casarse, por amor, con un joven primo suyo de quien tomaría el apellido Kollontai. Vivió tres años de matrimonio y procreó un hijo. Pero, el matrimonio y la maternidad con su carga de obligaciones se convirtieron en una pesada jaula para una mujer que estaba ya profundamente atraída por el estudio de los problemas sociales, así como por involucrarse en el movimiento revolucionario:

Eran los años del florecimiento del marxismo en Rusia (1893/1896). Lenin no era por entonces más que un principiante en el campo literario y revolucionario. [...] La concepción materialista del mundo me resultaba familiar; desde mi primera juventud me sentí atraída por la escuela realista. Era una entusiasta seguidora de Darwin y Boelsche. Una visita a la conocida fábrica textil de Krengolm, en la que trabajaban 12.000 obreros y obreras decidió mi destino. No podía llevar una vida feliz y pacífica si el pueblo obrero era esclavizado en forma tan inhumana. Tenía que entrar en dicho movimiento. (Kollontai,1987, p. 16)

Hasta aquí podemos observar un cierto constreñimiento en la vida material de Kollontai: su condición de mujer, la pretendida precariedad en su salud infantil, su inconformidad para seguir los dictados de la institución familiar, para ser una hija obediente, su rebelarse a ser una tradicional dama casadera, y finalmente una vida conyugal atosigante, la llevaron a buscar otro camino. Este camino, marcado por un pensamiento subversivo en más de un sentido, fue sancionado por la tradición tanto de derecha como de izquierda, tanto dentro como fuera de su familia: “Entonces surgieron diferencias con mi marido, quien interpretó mis inclinaciones como terquedad personal, como algo dirigido contra él. Abandoné a mi esposo e hijo y viajé a Zurich, a fin de estudiar economía política con el profesor Heinrich Herkner” (Kollontai, 1987, p. 17).

Después de este abandono, ya con la debilidad de las presiones de los padres, la familia se enteró de la seriedad de las aspiraciones políticas de Alexandra y que ella no dejaría su activismo por una vida matrimonial insatisfactoria. La seguridad del camino tomado le fue confirmado a Kollontai después que apareciera publicado como libro su primer trabajo de investigación en economía política, referente a las condiciones de vida y labor de los obreros finlandeses.

Este libro apareció el año de 1903 en San Petersburgo. Por la misma época murieron mis padres, mi esposo y yo vivíamos separados hacía tiempo y sólo mi hijo se quedó conmigo. Entonces tuve la posibilidad de consagrarme por entero a mi objetivo: el movimiento revolucionario de Rusia y el movimiento obrero de todo el mundo. Amor, matrimonio, familia: todos eran fenómenos subordinados y pasajeros. (Kollontai,1987, p. 17)

Probablemente, la primera revolución que tuvo que enfrentar Alexandra fue con ella misma: se trataba de no subordinarse a la tradición, que confinaba a la mujer a la vida privada, a la exclusiva vida como esposa y madre. Vale decir que para ella el problema era la estrechez con la que la sociedad de la época entendía la relación amorosa o familiar y cómo escindían totalmente la dimensión política de la dimensión personal:

[Aspectos como el amor, el matrimonio y la familia] Estaban allí, y de hecho se han seguido infiltrando continuamente en mi vida; sin embargo, por grande que fuera el amor por mi esposo, en cuanto transgredía ciertas fronteras vinculadas con el espíritu de sacrificio femenino, el sentimiento de protesta volvía a estallar en mí. Tenía que irme, tenía que romper con el hombre de mi elección, de lo contrario (y era este un sentimiento inconsciente en mí) me hubiera expuesto al peligro de perder mi propio yo. (Kollontai,1987, p. 17)

Siguiendo con la metáfora, con el fin de ir concluyendo este breve análisis sobre la mujer que vive, ama, y se compromete con el tiempo que le tocó existir, podemos decir que Kollontai estableció relaciones sociales (amistosas y amorosas) que le permitieron producir, reproducir y gestionar su vida bio-social. Sus fuerzas productivas2 eran su propio cuerpo físico en sus interacciones sociales (Veraza, 1984); también lo fueron su inteligencia, su sensibilidad, su criterio para distinguir lo justo e injusto, su belleza. Y con ellas pudo sobrellevar la condición a la que la sometió la familia, la escuela y la comunidad inmediata, es decir, las “relaciones de producción” que le tocó soportar.

También sería posible explicar con el arsenal del materialismo histórico el proceso de emancipación de Kollontai. Veamos cómo lo expone la teoría y cómo se presenta en la vida de esta bolchevique:

No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. (Marx, 1980, p. 25)

Respecto a esta cita, cabe aclarar que las relaciones de producción son una forma de las fuerzas productivas. En este sentido, y ubicándonos en la vida de una persona en particular, las relaciones familiares, escolares, amorosas o el contacto con personas intelectuales y más liberales pueden ser interpretadas como relaciones de reproducción de vida social, como manifestaciones de fuerzas productivas que coadyuvan a generar escenarios de libertad.3 Por esto, algunas de estas fuerzas, muy particularmente aquellas referentes al “capital cultural” basado en las lecturas y algunas vivencias no tradicionales, empezaron a entrar en contradicción con las relaciones sociales hegemónicas de la familia y aún del matrimonio: cuando Kollontai se casa o se divorcia, eso funciona como un real cambio en las “relaciones de propiedad”. La evolución de su capital cultural, aunado al cambio de situación conyugal o civil, generó en ella un proceso de transformación de su vida personal.

Asimismo, es preciso decir que ninguno de los hombres que han estado a mi lado ha ejercido una influencia orientadora sobre mis inclinaciones, aspiraciones o concepción del mundo. Por el contrario, era yo la guía. Y mi concepción de la vida y mi línea política las formé a partir de la vida misma y de un trabajo ininterrumpido con los libros. (Kollontai, 1987, p. 18)

Finalmente, señalamos que Kollontai, la posterior militante, nunca dejaría de lado la responsabilidad contraída al ser madre, ni tampoco el ser una creyente en la relación de pareja. Después de su separación, recobró a su hijo y en los momentos duros de su militancia (por ejemplo, entre 1906 y 1907, cuando era perseguida y tenía orden de aprehensión por haber llamado a tomar las armas contra la Duma4 zarista) dejó encargado a su infante a unos amigos, escapando a un lugar seguro para seguir con sus actividades políticas (Kollontai, 1987, p. 19). Paralelamente intentó recobrar su vida sentimental, pues ésta era a fin de cuentas una parte constitutiva de su existencia y una “fuerza productiva” que siempre la empujó hacia adelante:

Cabe preguntarse si en medio de todas las tensiones y diversidad de los trabajos y tareas del partido aún podía yo encontrar tiempo para las experiencias de tipo íntimo, para las penas y alegrías del amor. ¡Lamentablemente sí! Y digo lamentablemente porque estas experiencias conllevaban por lo general demasiadas preocupaciones, desilusiones y pesares y porque en ellas se consumían inútilmente demasiadas energías. (Kollontai, 1987, p. 27)

No consideramos que exista en Kollontai una tendencia hacia el masoquismo al continuar con las dolorosas experiencias sentimentales. Más bien, estamos de acuerdo con algunos autores en que para una revolucionaria convencida de una visión casi vitalista de la concepción materialista de la historia,5 lo realmente trascendental era la experiencia práctica de la vida y de su producción. Producir la vida era involucrarse en la dinámica comunitaria, en la experiencia amorosa y en la experiencia de la persona con su libre individualidad, según lo señala el mismo Marx en los manuscritos de 1844. (Veraza, 1984, p. 71) De ahí el continuo deseo de la bolchevique de sentirse comprendida, reconocida, amada. De ahí también el hecho de que “cuanto mayores exigencias me planteaba la vida, mayor se hacía también el deseo de sentir amor, calor y comprensión a mi alrededor” (Kollontai, 1987, p. 29).

La militante: las mujeres contra el zar

Como se sabe, en la historia de la revolución rusa hay dos cumbres: 1905 y 1917. En ambos períodos Kollontai estuvo presente, al igual que varios de los líderes políticos bolcheviques y mencheviques. 1905 marcó entonces un hito en la preparación política de activistas y de las masas para consolidar sus ideologías y sus formas de organización. En esta coyuntura fue puesta a prueba la popularidad y eficacia de los militantes de las diversas corrientes revolucionarias. Pero también quedó claro que la lucha femenina no estaba en las prioridades del grupo bolchevique.6 Así lo expresa Kollontai:

El año de 1905, fecha en que estalló la llamada primera revolución en Rusia tras del célebre “Domingo sangriento”, ya me había hecho un nombre en el campo de la literatura económica y social. Y en aquellos tiempos turbulentos, en los que todas las fuerzas fueron consumidas en aras de la rebelión, se puso de manifiesto que había alcanzado gran popularidad como oradora. Sin embargo, en esa época tomé por primera vez conciencia de lo poco que nuestro partido se interesaba por el destino de las mujeres de la clase trabajadora y por la liberación de la mujer. (Kollontai, 1987, p. 18)

A fin de que las reivindicaciones femeninas arraigaran en el partido bolchevique, Kollontai tuvo primero que iniciar un proceso de convencimiento, y de ampliación de miras, entre las defensoras de los derechos de la mujer rusa, las sufragistas, y simultáneamente convencer a los líderes del movimiento obrero para que asumieran también la problemática de la mujer como uno de los objetivos programáticos de su lucha. Tal convencimiento no fue una tarea fácil. La bolchevique menciona que fue complicado allegarse adeptos del partido hacia las causas femeninas, la cultura de sojuzgamiento llevada por siglos era sería difícil de romper. Kollontai se sintió entonces “totalmente aislada con mis ideas y pretensiones”.

A pesar de ello, su insistencia rinde frutos y hacia los años de 1906 y 1908 convenció a un reducido grupo de compañeros de partido para iniciar una “labor partidista metódica” donde quedara posicionada además de la lucha obrera, la situación de la mujer. De esta manera, ya para 1907 logró establecer con un programa claro de actividades políticas y sociales el primer club de trabajadoras. Tal organización femenina tuvo sus recompensas después de la revolución de 1917, al grado que “muchas de las integrantes de este Club, obreras a la sazón muy jóvenes, ocupan hoy puestos de responsabilidad en la nueva Rusia y en el partido comunista ruso”. (Kollontai, 1987, p. 19).

Pero, antes de estos logros, Kollontai tuvo que hacer presencia en el congreso femenino de San Petersburgo organizado por las sufragistas. En él, las representantes de las trabajadoras presentaron un programa propio y establecieron una línea divisoria entre las reivindicaciones burguesas y el movimiento de liberación de las trabajadoras rusas. El término de este congreso marca el inicio de su emigración política, pues ya en esos años era una perseguida política del régimen y la policía la iba a detener en ese evento. Así, en 1908 huyó a Alemania e inició un período de fuerte movilidad geográfica para no ser apresada.

Kollontai se convirtió entonces en una refugiada política y se trasladó a diversos lugares de Europa y América hasta 1917. En ese año, con la caída del zarismo, volvería a fijar su residencia en Rusia. De su vida como refugiada, tiempos relatados como “agitados y llenos de actividad, donde viajaba de país en país como oradora del partido”, importa resaltar su estancia en Alemania donde mantuvo estrecho contacto con el partido socialdemócrata alemán y, por tanto, con personalidades como Rosa Luxemburgo, Kautsky o Liebknecht. Pero, también hay que resaltar sus destacadas participaciones en la huelga de amas de casa en Paris, en la huelga de mineros en Bélgica, en la liga juvenil socialista de Suecia, en las protestas contra la guerra mundial y en las protestas contra el proceso de Beilis7 en Inglaterra. En Suiza y Finlandia dio discursos, asistió a asambleas, escribió, discutió con sus camaradas de partido, fue nombrada delegada en congresos y sindicatos socialistas; en Noruega sirvió como enlace del Comité central dirigido por Lenin y los militantes en Rusia. También viajó a Estados Unidos, cuyo conjunto de actividades “duró cinco meses, durante los cuales visité ochenta y una ciudades… y pronuncié discursos en alemán, francés y ruso”. (Kollontai, 1987, p. 32) Así, su labor tuvo una dimensión internacionalista y de conexión entre los revolucionarios exiliados (Lenin y Trotsky entre ellos) y los grupos revolucionarios rusos.

En esta frenética actividad propagandística, la revolución de 1917 toma por sorpresa a Kollontai en la ciudad de Oslo, Noruega. Sería una de las primeras refugiadas en regresar a una Rusia originalmente sublevada por el campesinado, quien en su despecho por la pobreza de siglos incendió las casas de los nobles. En el ámbito urbano, la lucha se establecería entre los representantes de la Rusia republicana y los bolcheviques. Aunque los periódicos oficiales de la época la calificarían de “loca”, demostrándole un profundo odio y llenándola de calumnias, ella contaría con el apoyo de sus partidarios, de los y las trabajadoras fabriles y de las mujeres soldado o Soldatki.8

Así, para el gobierno provisional formado después de la dimisión de los Romanov, Kollontai era una verdadera enemiga de la estabilidad, pues instrumentaba necesidades muy sentidas del pueblo (como la carestía y la guerra) para llamar con eficacia a las movilizaciones populares. Su efectiva capacidad de movilización y su claridad política la llevaron en poco tiempo a ser miembro ejecutivo del Soviet (órgano político dirigente que paradójicamente coexistía con el gobierno provisional: un doble poder cuyas consecuencias estallarían muy pronto). Acusada de ser espía del kaiser alemán, Kollontai sería apresada por el gobierno provisional: quizás era una venganza por el intento de los bolcheviques por derrocarlo debido a su incapacidad para conducir la revolución contra el zar. Posteriormente sería liberada pero condenada a arresto domiciliario. Recobraría su libertad completa un mes antes de la batalla de octubre de 1917, en las reuniones del comité central del partido votaría a favor del levantamiento armado y ayudaría a echar a andar el histórico Instituto Smolny,9 concebido como el centro neurálgico de la revolución rusa.

¿Qué podemos concluir de su vida como militante? Su compromiso con la revolución sería completo, sin por ello olvidar sus dimensiones como madre y como mujer que desea construir una vida sentimental. Su verdadera lucha era por reconstruirse una vida no alienada, no constreñida por cuestiones políticas, económicas o culturales, edificar un verdadero ethos en el cual su libre individualidad, sus valores de justicia y su sentido de pertenencia a una comunidad estuvieran en armonía.

La funcionaria: poniendo en juego principios y estrategia política

Es complicado separar a la mujer militante de la funcionaria. Entre otras cosas porque servir al pueblo fue paralelamente un objetivo central de afiliarse a un partido. El servicio público era, por tanto, para ella en especial, un trabajo político que implicaba poner en juego los altos valores de la militancia.

Cuando triunfó la revolución de octubre y el gobierno de los soviets fue constituido, Kollontai sería nombrada Comisaria de previsión social del pueblo; se convertiría en la primera y única mujer del gabinete. Ocupó el puesto de ministra de previsión social entre octubre de 1917 y marzo de 1918, tiempo en el cual los funcionarios del ministerio no dejaron de mostrar hacia ella su hostilidad y hasta hubo intentos de sabotaje (Kollontai, 1987, p. 41). Las tareas que desempeñó fueron muchas y muy variadas, todas en la línea de asistencia a inválidos de guerra, niños y madres desprotegidas, ancianos sin atención o campesinos sin indemnización, entre otras tantas labores. No dejó de resaltar que en 1918 “el trabajo más importante de nuestra Comisaría del Pueblo fue, a mi modo de ver, la constitución legal de una central para la protección de la maternidad y del recién nacido” (Kollontai, 1987, p. 30). Con ello, puso las bases para una política a nivel estatal de defensa a la maternidad. Los ataques y amenazas de muerte en su contra no se dejaron esperar. Recibió además fuertes acusaciones de herejía por parte de la iglesia, la cual incluso organizó manifestaciones en su contra. Su posterior renuncia al cargo de comisaria del pueblo no tendría como causa estas amenazas, sino las diferencias de opinión al interior del partido respecto a los principios de actuación que debían seguirse como servidores públicos. Después de esta renuncia, fue relevada paulatinamente de otros cargos que tenía y regresó a un enardecido activismo.

Así, el dejar de ser funcionaria en el ámbito de lo asistencial, por el momento le daría la posibilidad de dedicarse a dar conferencias sobre “la mujer nueva” o “la nueva moral”. El estar alejada de las labores de asistencia, como funcionaria de gobierno, también le otorgó una mejor visión acerca de la diferencia entre los logros legales, formales y reales. Las mujeres habían conseguido derechos, igualdades jurídicas, pero en la realidad, en el día a día de la cultura, seguían bajo el yugo de la familia, del matrimonio, de la maternidad, “esclavizadas por las innumerables menudencias del hogar, soportando toda la carga, incluso las preocupaciones materiales de la maternidad porque a causa de la guerra y otras circunstancias muchas mujeres estaban solas en la vida” (Kollontai, 1987, p. 47).

Entonces dedicaría todas sus fuerzas a organizar congresos para la mujer obrera y campesina con la consigna mayúscula de promover la emancipación a través de una estrategia detallada, planificada, de liberación del tradicionalismo doméstico. Tal plan de acción implicaba el establecimiento de comedores, sistemas de ayuda colectiva en el cuidado de las residencias para niños y otras tantas estrategias de reforma del sistema de vida cotidiana desde el hogar. Se trataba de conseguir igualdad de derechos reales, posicionando a la mujer como elemento productivo en la economía nacional y como ciudadana en el sector político. Para ello, la maternidad tendría que ser elevada a rango de función social y por tanto protegida por el Estado. Se logró no sólo con la participación femenina sino también con el apoyo del líder del Soviet, quien ordenó la creación de instituciones de acción colectiva que trabajaran en pro de la emancipación de las mujeres, las introdujeran en el trabajo de los soviets en igualdad de tareas y derechos de los varones.

De este modo, Kollontai regresó al servicio público con un fuerte componente de activismo político. Promovió leyes que permitieran el divorcio, el aborto, la libertad sexual y religiosa, el reconocimiento jurídico del nacido fuera el contrato matrimonial cerrando filas con Lenin y Trotski en congresos y conferencias. Hasta 1922, dos años antes de la muerte de Lenin, Kollontai apoyó la promulgación de leyes a favor de la situación de la mujer, pero posteriormente le encomendarían un encargo en la línea de lo diplomático en Noruega. En la tarea diplomática, digno es decirlo, por veintitrés años Kollontai sirvió al gobierno soviético. Con ello, inició otra etapa de su función como servidora pública en gestiones de diverso tipo con trascendencia en la relación de la Unión Soviética con otros países. Por ser la primera mujer diplomática en el mundo, o al menos de Rusia, no dejó de sufrir calumnias y vejaciones de la prensa interna y externa. Se le criticaba porque dejó de ocuparse de la asistencia social (propia de mujeres) y por manejar cuestiones de comercio internacional y de navegación (propias de hombres). Sus gestiones para la firma de tratados comerciales dieron fruto en Noruega hasta 1925, fecha en la cual dejaría ese país y se trasladaría a México como embajadora. Aunque los motivos para instalarse en nuestro país como embajadora, se dice, que fueron diversos.

Una de las versiones de cómo llegó Kollontai a México, plantea que ya se había vuelto una presencia incómoda para el comité central desde 1918. Ella consideraba que la conducción de la nueva República se estaba volviendo demasiado burocrática, que quienes estaban al mando del partido comunista se conducían de manera poco ágil. En particular, incluso ya siendo embajadora en Noruega y poco tiempo después de que triunfó la revolución, veía que los derechos de la mujer eran conseguidos sólo formalmente, sólo en lo jurídico, pero que en el día a día la mujer seguía siendo excluida de puestos de poder y seguía siendo sojuzgada desde el hogar. También consideraba que no estaba suficientemente representada la clase obrera (hombres y mujeres) en los soviets, por ello se unió a un grupo disidente llamado Oposición Obrera. Posteriormente, en 1924 moriría Lenin y con el ascenso de Stalin al poder, su situación sería ya francamente riesgosa. Para Stalin, mandarla muy lejos de Rusia fue una buena opción para seguir teniendo consensos políticos en su gabinete cercano. Además, se dice que en ese tiempo Kollontai había roto con su pareja sentimental en turno, Pavel Dibenko, con quien se había casado después la revolución. Así pues, pocas satisfacciones la detenían en la URSS (Ortiz, 2017, p. 17).

Para su arribo a México, donde estuvo escasos seis meses entre 1926 y 1927, la indicación de Stalin era clara: no debía participar en asuntos de política interna mexicana, el anterior funcionario ruso fue reemplazado precisamente porque se le imputó esa falta, y ya los Estados Unidos empezaban a tomar represalias contra México y contra el naciente estado proletario ruso. Unos años antes, se llevó a cabo una huelga de los ferrocarrileros mexicanos y, dado que ésta se prolongó, el Partido Comunista Mexicano negoció con los obreros soviéticos una ayuda de 25,000 pesos para los trabajadores nacionales.

Obviamente, esto fue catalogado como intromisión y satanizado hasta el exceso. Kollontai llega a México, como ministra plenipotenciaria, con esa adversidad para su gestión en tanto encargada de negocios comerciales. En esos años (1926 hasta 1929) Calles había establecido un conflicto con la iglesia y con la educación religiosa, motivo por el cual se había desatado la guerra cristera. Para la iglesia, en su ala más conservadora de la burguesía nacional, Calles se estaba enfilando a establecer un gobierno “comunista” y la presencia de la embajadora rusa, así como la idea de establecer tratados comerciales de inicio, no hacía sino confirmarlo. Sin embargo, para Kollontai estaba muy claro que la revolución rusa y la mexicana habían ido por caminos muy distintos, por lo que nunca se hizo ilusiones de influir en el devenir mexicano a fin de detener el avance norteamericano.

Fue muy cautelosa de sus relaciones con el Partido Comunista Mexicano, con Diego Rivera y los muralistas mexicanos, así como con otras personalidades de la época. Pero, sí estableció algunos nexos amistosos con mujeres que impulsaban movimientos locales de emancipación femenina.

Quizás Stalin, aún a la distancia, veía en Kollontai una amenaza, pues con su actitud la bolchevique seguía insinuando que los logros de la mujer y de la clase obrera en la URSS eran meramente formales y que la burocracia se tragaba las nuevas repúblicas.

La embajadora trató de hacer el mejor papel posible en términos de establecer nexos comerciales y de amistad entre los dos países. Incluso ya para 1927, ante infructuosas gestiones, escribe un artículo donde no sólo habla de ese país de paisajes maravillosos que es México, sino también dejó ver su sospecha hacia la Confederación Obrera Mexicana (CROM) y hacia el corporativismo mexicano. Al parecer, para Stalin, Kollontai no logró su misión, la situación política era demasiado nebulosa y para la funcionaria soviética era claro que México era territorio de influencia norteamericana.

Así pues, en poco tiempo fue relevada del puesto y comisionada para regresar a Noruega (donde se pensaba había hecho un papel brillante) para después ser embajadora en Suecia: lugar donde el movimiento político no era significativo ni amenazaba la reputación del gobierno stalinista. Kollontai estaría en Suecia quince años (entre 1930 y 1945) y en total 23 años en la diplomacia soviética y moriría en 1952 en Moscú. Quizás su figura era necesaria para un Stalin que se empeñaba en presentar una cara exterior de democracia hacia la mujer soviética. Finalmente, Alexandra Kollontai, con tantos años de servicio exterior y al ver las conveniencias de ya no polemizar con el sistema, se alineó con los seguidores de Stalin y avaló parte de las purgas de este régimen.

La teórica

Kollontai fue una pensadora que tuvo varias facetas. Como mujer preocupada por el problema del poder y por la vida privada, se expresó en tres grandes temas: la economía política, el papel de la mujer en la sociedad (incluyendo en ello una concepción de la familia y de la relación sexual-amorosa entre géneros) y la literatura. En cada una de estas áreas, que para ella era una única preocupación, la libre individualidad de la persona, se desprenden varias aristas de análisis. En lo siguiente hablaremos de su obra según tales cuestiones.

a. Economía y política antes y después de la revolución

En los últimos años del siglo XIX, Kollontai, como seguidora del marxismo de la época y antes de ser una militante formal, tuvo una primera preparación en economía política en Zurich. Esto le dio la posibilidad de escribir, como su primer trabajo y bajo una metodología científica, sobre la vida y las condiciones laborales de las clases trabajadoras industriales finlandesas. Como ya se dijo antes, tal investigación se publicó en San Petersburgo en 1903. Seguramente, este tipo de trabajos de alguna manera se inspiraban en el escrito de Engels de 1845: “La situación de la clase obrera en Inglaterra”. Para Kollontai, aquellas pesquisas sobre la vida del proletariado finlandés le dieron la posibilidad de comprender el papel de la mujer en la industria, las actividades industriales femeninas en el hogar y además el valor del trabajo doméstico en la reproducción de la fuerza de trabajo. Comprendería de qué manera la mujer desde su casa “contribuía a aumentar en su conjunto la prosperidad económica del país” (Kollontai, 1987, p. 102). Esta vertiente, el análisis de las circunstancias de vida y trabajo obrero en clave masculina y femenina (dentro y fuera de la fábrica), condujo sus discursos y escritos en el área de la economía. Posteriormente, ya en su labor diplomática como encargada de negocios internacionales, se adentró en la lógica del mercado mundial, las crisis económicas del capitalismo y la conformación de una economía socialista.

Considerada la economía como una disciplina que habla de relaciones sociales (de producción, circulación, cambio, consumo y de las instituciones que sirven de apoyo), Kollontai no dejó de amarrar su pensamiento económico con el movimiento obrero, con la política revolucionaria y con la gestión del poder. Sus escritos y discursos políticos siempre se enmarcaron en las condiciones de vida material específicas de los actores del proceso. Sus preocupaciones la llevaron a establecer posturas muy claras acerca de hacia dónde iba la revolución de 1905 y de 1917, cuáles eran las tareas de las personalidades involucradas en los movimientos revolucionarios, cuál el papel y la función de los sindicatos y del partido, por cuáles derechos debían luchar ambos sexos. Tenía claro que la situación internacional influía en la circunstancia nacional, por ello escribió y habló sobre el proletariado internacional y sus formas de cooperación, así como sobre la correlación de fuerzas en las guerras mundiales.

Después de que el bolchevismo subió al poder, comprendió los riesgos de la burocratización y de cómo el poder se concentraba en una camarilla. Por ello, reflexionó sobre la crisis del partido comunista de la URSS, sobre cómo la clase obrera y campesina podía volver a ser tomada en cuenta en las decisiones nacionales. Tal vez una de las cuestiones más espinosas del pensamiento y accionar político de esta bolchevique fue dilucidar si colaboró o no con el estalinismo, con sus fallas y atropellos. Aquí sólo intentamos comprender las razones de Kollontai para seguir dentro del gabinete de un gobierno muy cuestionado. Al respecto damos tres posibles razones:

  1. Nunca va a ser igual ser oposición que ser gobierno. En otras palabras, ser parte de la construcción de un nuevo régimen parece que le cambió la perspectiva y le planteó prioridades. Su labor como comisaria del pueblo para la previsión social la adentró en las entrañas (y en las posibilidades reales) de la resolución de todos los conflictos y problemáticas de las clases populares. No creemos que haya declinado en sus principios, pero sí que su renuncia a seguir ejerciendo el cargo de comisaria, debido a incompatibilidades de opinión con sus camaradas, le hizo priorizar lo que era posible en el corto plazo y lo que no era factible.

  2. Las purgas estalinistas, las detenciones, los encarcelamientos del régimen y las sanciones por las disidencias al partido le hacen repensar las cosas, valorar dónde era más útil y dónde tenía más probabilidades de acción. Esto quizá lo confirmó no sólo por el asesinato de Trotsky en mayo de 1940, sino desde su militancia al principio de 1917.10 En tal sentido, el internacionalismo (económico y político) y la lucha por los derechos femeninos se le presentaron como un trabajo menos peligroso y con más perspectivas, con más libertad de opinión y de actuación.

  3. La circunstancia soviética durante y después de la segunda guerra mundial, amarrada con un marxismo muy al estilo maoísta11 donde se argumentan contradicciones principales y secundarias, quizá es una justificación de Kollontai para cambiar sus prioridades y colaborar con el estalinismo en sus políticas económicas y de búsqueda de consensos a fin de defender el socialismo del expansionismo capitalista.

b. El papel de la mujer en la sociedad

Quizá todo el pensamiento de Alexandra Kollontai esté vertebrado por la situación histórica mundial de la mujer a finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. En esto también siguió aquella consigna del materialismo histórico según la cual la vida material determina las formas de pensamiento… la estructura define la superestructura. Todo la lleva a amarrar su pensamiento económico y político con el problema de la vinculación entre el hombre y la mujer: su esencia femenina, su situación familiar, su clase social, las experiencias matrimoniales (en dos ocasiones), su ser madre, el gran eco de sus propuestas entre la población femenina de muy distintos países, las diferencias de opinión con sus camaradas de partido y las agresiones de la prensa nacional e internacional por su condición de género. Aunque tampoco fue indiferente a la relación homosexual, Kollontai ve en la relación primigenia de los diferentes sexos, así como en el identificar la condición femenina en este binomio, un punto nodal de liberación social.

Los temas que aborda con esta vertiente cubren amplios aspectos, pero siguen una misma línea: la emancipación femenina y más precisamente algunos ejes ordenadores como la relación de la revolución con la situación de la mujer. Un buen punto de partida12 a fin de dilucidar su pensamiento es comentar su texto “Los fundamentos sociales de la cuestión de la mujer”, escrito en el cual enfoca todas sus armas en contra del “feminismo sufragista” por ser una estrategia de las damas burguesas para encontrar puestos de poder en el Estado socialista. Expliquemos un poco más sus posturas.

En el texto ya citado de 1907 “Los fundamentos sociales de la cuestión femenina”, Kollontai defiende una visión de la situación de la mujer desde el materialismo histórico. Según esta visión, aunque se aceptan las particularidades naturales de cada sexo, considera que no existe una particularidad femenina separada de la cuestión social; defender esta cuestión “especial” de las mujeres lo considera “aburguesado”, lanzando así una bala a los criterios separatistas y clasistas de las sufragistas de su época. El factor decisivo para Kollontai, respecto a la subordinación de la mujer, no es lo natural sino lo económico, por lo que sugiere que la libertad femenina pasa por la organización de un mundo con nuevas directrices culturales y económicas. Evidentemente se estaba refiriendo a un cambio en el sistema económico (o mejor dicho, en la formación social13) y no a un cambio en la vida material individual y fuera del proceso revolucionario que se vivía.

Es interesante recalcar que Kollontai parece estar en contraposición con las feministas de su época. La razón es que el feminismo como tal estaba cooptado por las mujeres de clases acomodadas y lo que demandaban eran derechos electorales, en una circunstancia donde el sistema de partidos quería seguir siendo controlado por los resabios zaristas y por los mencheviques (el ala minoritaria de la revolución). También porque, para tal feminismo de la época, dice Kollontai, el enemigo principal parecía ser el hombre como género:

Para ellas, la victoria se gana cuando un privilegio que antes disfrutaba sólo el sexo masculino se concede al “sexo débil”. Las mujeres trabajadoras tienen una postura diferente. Ellas no ven a los hombres como el enemigo y el opresor, por el contrario, piensan en los hombres como sus compañeros que comparten con ellas la monotonía de la rutina diaria y luchan con ellas por un futuro mejor. La mujer y su compañero masculino son esclavizados por las mismas condiciones sociales, las mismas cadenas odiadas del capitalismo oprimen su voluntad y les privan de los placeres y los encantos de la vida. (Kollontai, 2011, p. 42)

En tal concepción, más ligada a la lucha de los trabajadores por el socialismo, hay una visión particular de los derechos políticos y de la relación hombre-mujer. En cuanto a los derechos políticos, Kollontai sugiere que una alianza de las mujeres trabajadoras con las mujeres de clases acomodadas tendría poca ventaja para las primeras. Piensa que en el corto plazo los intereses de ambas clases pueden coincidir, pero en el largo plazo volverían a estar en contraposición pues reproducirían el esquema trabajo-capital. Así, aquello de que pueden tener tareas comunes es pura ilusión; al final, el destino de la trabajadora está dado por su condición de clase y no de género.

Parece paradójico, pero Kollontai en ningún momento se diría militante del feminismo de su época, más aún, lo combate. Para ella, los derechos políticos y el voto no resuelven nada para la mujer trabajadora si no se consiguen condiciones económicas estructurales para el proletariado de ambos sexos. El enemigo a vencer considerará, no es el varón sino un sistema económico, político y cultural que instrumenta el poder del hombre para mantener sojuzgada en la casa o en la fábrica a la mujer. Escribirá una serie de trabajos acerca del cómo el capitalismo, con sus valores de individualismo, egoísmo y persecución de la ganancia, altera la antigua vida familiar, debido a las extensas jornadas de trabajo obliga a las personas a habitar un mundo sin vida familiar y las introduce en un ambiente de enajenación (Kollontai, 1988). La bolchevique también guardará varios cartuchos para atacar el trabajo doméstico como aquel que mantiene cautivas a las mujeres. Sostendrá que la mujer no tiene por qué depender económicamente del hombre, que el mismo trabajo doméstico ya no es una necesidad, que los quehaceres caseros en lo individual tenderán a desparecer y que se acerca con el socialismo, más aún en la fase comunista, una aurora del trabajo doméstico colectivo.

En una sociedad distinta, como la que se empezó a construir en 1917, la familia y el matrimonio tendrán un solo cemento: los afectos legítimos y la camaradería, no la necesidad de estar juntos por cuestiones de dinero. En este sentido, el amor romántico de tipo “burgués” es sustituido por relaciones de comprensión, confianza, solidaridad y compañerismo. Desaparecerá también la prostitución y la maternidad será protegida y considerada como función social bajo la legislación del estado. En tal sentido, también Kollontai está anunciando el advenimiento de una nueva moral sexual donde prive la relación amorosa en concordancia con los intereses de la comunidad: así, la relación de dos personas enamoradas es también un asunto colectivo… político. (Kollontai, 1987, p. 81)

Consideró, por tanto, que la concepción del amor debe estar permeada por la condición de clase, en donde la camaradería es el factor esencial. En textos como El amor como factor social y psíquico o El amor -camaradería (Kollontai, 1988) se señala que el amor debe tener como base la empatía, la solidaridad y la amistad, donde los valores colectivos deben estar por encima del individualismo propio de la ideología capitalista. La capacidad de amar es un asunto a la vez de “educación proletaria” y de superación del ámbito puramente sexual y de los celos como reclamo de propiedad. La exclusividad y los celos, una visión equivocada o basada en criterios capitalistas del amor, es la que ha venido siendo fundamento de la familia, tiene como resultados profundos dramas morales, y ha devenido una institución donde se arraiga el poder y la dominación.

Por ello, Kollontai anuncia, con el escándalo de muchas personas de la época, la desaparición de la vida familiar tal como se le conocía en la época zarista. La cuestión era que la misma extensión del trabajo asalariado y la necesidad del trabajo femenino e infantil ya pronosticaban la desaparición de la dinámica familiar tradicional. Kollontai mucho escribió sobre temas que no interesaban a los bolcheviques, pero que en el pensar femenino eran vitales: el trabajo doméstico como actividad productiva, el aborto legalizado, el divorcio, la crianza y educación de los niños, el aseguramiento de la mujer, la prostitución entre otros temas relacionados con lo que Veraza (1984) llamará el problema de las “fuerzas productivas procreativas”.14 Particular atención han tenido estas temáticas a finales del siglo XX y principios del XXI. Abrir la puerta a estos temas es una de las aportaciones de la teórica rusa.

Por ejemplo, podemos señalar un intenso debate sobre el trabajo de la mujer en el hogar. Textos emblemáticos como “mujeres, graneros y capitales” de Claude Meillassoux (1985) estudia con una perspectiva antropológica el problema de la comunidad del hogar, la reproducción doméstica y, parafraseando a Lévi Strauss, las estructuras alimenticias del parentesco. Con estos puntos de partida, Meillassoux analiza de manera más precisa el uso que hace el capitalismo monopólico de la comunidad doméstica como modo de reproducción de mano de obra barata. Otro texto interesante es el de “Espacios domésticos. Los trabajos de la reproducción” de Cecilia Sheridan (1991) donde se siguen críticamente los pasos de Meillassoux para analizar las unidades domésticas de la zona industrial de la Delegación Azcapotzalco, en la ciudad de México.

Finalmente, se registra la antología de textos recopilada por Dinah Rodríguez y Jennifer Cooper (2005)El debate sobre el trabajo doméstico, libro en el cual se establece también una correlación de la dupla producción-reproducción y se enfatiza el papel de la mujer como compensadora del descenso del salario real. Como vemos, al análisis de la comunidad doméstica se articulan temas esenciales en la construcción de una nueva sociedad: las relaciones sexuales, el cuerpo, el divorcio, la educación de los hijos, la prostitución y el quehacer y la protección del Estado. He ahí la destacada perspectiva teórica de Kollontai.

c. Sus trabajos literarios

Alexandra Kollontai fue también una importante lectora de literatura, y se valió del escrito literario para plasmar su visión de la revolución, del papel de la mujer, su visión del amor y la relación de pareja. Quizás es la literatura el medio que mejor aprovecha para mostrar sus inconformidades, críticas y esperanzas del sistema socialista. En sus obras Un gran amor y en El amor de las abejas obreras (que incluye tres relatos: El amor en tres generaciones, Vasilya Malyguina, y Hermanas) muestra de manera casi etnográfica la tragedia que viven las mujeres en su vida sentimental durante y después de la revolución (Arbuet, 2018).

En sus historias siempre queda de manifiesto el conflicto (en realidad la desdicha) del deseo y de la maternidad: dos condiciones femeninas que frecuentemente se pisan los talones. El destape del deseo y su consumación en la relación sexual libre viene de pensar el amor como camaradería; y la maternidad casi como obligación social (negándose al aborto) viene de la idea de que es un momento de la esencia productiva de la mujer ante la colectividad y ante el estado. Kollontai asume que la revolución socialista ha cambiado las formas de pensar, que el trabajo político femenino ha quitado romanticismo a la vida sentimental, que el trabajo las iguala con el hombre, pero la maternidad las diferencia. Por esto, la maternidad debe de estar cuidada y amparada por el estado. Arbuet está en lo cierto cuando asevera que “los textos literarios de Kollontai forman parte de la genuina apuesta por enterarse de los límites subjetivos de una revolución, incluso si estos arrojan una tragedia, ya que, más allá del final nada será lo mismo desde el momento en que las mujeres pasen de objetos a sujetos de sus propias tragedias” (Arbuet, 2018, p. 62).

Conclusiones

La vida de Alexandra Kollontai se abre paso entre dos revoluciones, la que pugna por el socialismo y la que pugna por la emancipación femenina. Aunque cierto es que para ella la segunda está incluida en la primera. La tragedia del pueblo ruso es que ni la revolución socialista llega a cuajar, por la profunda burocratización del partido y por la concentración del poder en una clase que no es la obrera, ni la gesta revolucionaria ha podido cambiar la situación femenina. Advierte el considerar que las pervivencias capitalistas, patriarcales, donde la mujer es propiedad privada de los esposos (en el contexto de la familia) o es propiedad el patrón (en el contexto de la fábrica) tienden a dificultar, cuando no a obstaculizar definitivamente, la emancipación femenina. Por otro lado, las tendencias limitantes del feminismo aburguesado, su filantropía y su oportunismo electoral se convierten en los espejismos de la clase trabajadora en su camino a la total realización. Kollontai está segura de todo lo anterior, así lo expresa en sus escritos de economía, de política y de literatura. Y, sin embargo, al final de su vida su adhesión al régimen es prueba de que aún creía que, después de la revolución, sólo se podía enderezar el barco si se mantenía cerca del timón.

Fuentes consultadas

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1Actualmente se sabe que la salud tiene un componente básico de percepción y que para los niños influye en el autoconcepto (Vélez, R., López, S. y Rajmil, L., 2009). Es decir, la salud percibida por sí mismo, o por los familiares, afecta en términos reales para sentirse sano o enfermo. (Pérez-Fuentes et al, 2015)

2Según Jorge Veraza (1984), las fuerzas productivas, como formas orgánicas y de organización social, pueden ser técnicas y procreativas. En tal sentido, el ser humano como tal cuenta con tales fuerzas materializadas en su dimensión biológica (su cuerpo), su dimensión intelectual y sus unidades de socialización como la familia o sus redes de apoyo. En un sentido más de orden sociológico, Pierre Bourdieu le llamará, a las fuerzas productivas, capital social o capital cultural.

3Plantea Veraza que el ser humano “es universal y libre y no sólo un animal limitado y necesitado… (Las fuerzas productivas sociales, entonces) sirven para el desarrollo universal de la humanidad en tanto que sirven para la satisfacción de sus necesidades; o bien, satisfacen sus necesidades de modo que esa satisfacción sea condición de la libertad” (1984, p. 53).

4La Duma era el equivalente a un congreso o asamblea legislativa formada por el zar para tomar las decisiones de gobierno. Evidentemente tenía muy poco de democrático pues todo estaba controlado por Nicolás II.

5Es conocido que Marx se hallaba muy enamorado de su esposa y que le escribía cartas por demás pasionales. Esto no está en contra de lo que él mismo mencionaba teóricamente: la relación hombre mujer es una relación social-natural elemental que llena la vida de pasión y por tanto de sentido (Tonda, 1981).

6Alexandra Kollontai inició su militancia desde 1899 afiliada al partido socialdemócrtata ruso con el grupo de los mencheviques, dado que eran estos los que de alguna manera se mantenían ligados a la reivindicación femenina por el sufragio electoral. A este movimiento femenino sufragista no dejó de calificarlo de “fuerte” pero “burgués”. Aunque también se mantuvo ligada al ala menchevique por su postura frente a la Duma: sostuvo Kollontai que había que utilizar este pseudoparlamento como una tribuna para el partido obrero ruso, por lo que las elecciones de la Duma deberían aprovecharse para la unificación de los trabajadores. Posteriormente, rompería con esta ala por no estar de acuerdo con la estrategia de coordinar “a las fuerzas trabajadoras con las liberales” en la tarea de derrocar al zarismo. Como consecuencia, también rompió con el congreso femenino sufragista, considerándolo inútil. De cualquier modo, organiza la participación de algunas obreras, las cuales se presentarían al evento “como grupos separados e independientes”. Esto le valió la dura crítica de los compañeros de partido y el mote de “feminista”, de no atender las prioridades de la lucha y por tanto de conceder demasiada trascendencia a la cuestión de las mujeres (Kollontai, 1987, p. 20).

7Un sonado caso de antisemitismo en la Rusia de 1911, donde el asesinato de un niño es imputado a un judío, argumentando que se trataba de un sacrificio ritual judaico. Despertó protestas en todo el mundo, pues no hubo ninguna prueba coherente contra el acusado, Menahen Mendel Beilis, un oficinista. Para el jurado seleccionado en el juicio y para el abogado defensor (quien apoyaba jurídicamente a los revolucionarios desde 1905) era muy claro que se trataba de inculpar simbólicamente al pueblo judío al que calificaban como peligroso para el zarismo. Y es que todas las pruebas iban dirigidas a sospechar de la Troika, una banda criminal. Finalmente, fue exonerado Beilis, pero el resultado final según el juez fue que no se sabía el culpable, pero sí que se trataba de un asesinato ritual. Es decir, a fin de cuentas, se culpó al pueblo judío.

8Las Soldatki fueron un grupo de mujeres, esposas de soldados, que vivían las grandes penurias de falta de ingresos, pues sus maridos se hallaban en el frente ruso de la primera guerra mundial. El grupo se formó alrededor de 1914. Por su gran combatividad, demandando básicamente una baja en el precio de los alimentos y de mercancías de primera necesidad, sus manifestaciones serían esenciales para levantar grandes contingentes de hombres y mujeres en los centros urbanos en contra del zarismo (ya que el Estado no satisfacía sus demandas). Posteriormente, en 1917, volverán a estar presentes como catalizadoras de la presencia de la mujer en el triunfo bolchevique. El que no formaran parte de un partido hacía que, entre los mismos bolcheviques, se desconfiara de ellas.

9Se trata de un edificio erigido a principios del siglo XIX para la educación de jóvenes mujeres aristócratas, al parecer la primera institución de educación femenina. Sería clausurado como centro educativo en 1917 y utilizado por los bolcheviques para planear la revolución: en sus espacios se realizaban interminables reuniones, se distribuían literatura subversiva y coyuntural, había un humilde comedor y era frecuentado por todos los líderes bolcheviques y de los consejos obreros y campesinos. Contaba con una guardia roja que cuidaba que no fueran atacados por el gobierno provisional. Era un verdadero hervidero de actividad revolucionaria (Reed, 2017).

10Leamos la siguiente cita: “El levantamiento estaba paralizado y el gobierno de coalición embestía contra todos aquellos que mostraban simpatías hacia los bolcheviques. Yo decidí volver a Rusia, a pesar de que mis amigos y camaradas consideraban que era muy arriesgado. Querían que aguardara en Suecia el transcurso de los acontecimientos. Por buenas que fueran todas estas advertencias y por muy correctas que después me parecieran a mí también, no podía aceptarlas: Tenía que volver. Me parecía una cobardía aprovecharme del privilegio de quedar totalmente libre de las persecuciones del gobierno provisional, cuando un gran número de mis correligionarios estaban en la cárcel. Más tarde me di cuenta de que, quizá hubiera podido ser más útil a nuestra causa desde Suecia, pero en aquellos momentos estaba influenciada por los acontecimientos” (Kollontai, 1987, p. 39).

11La revolución china triunfa en 1949 y su punto de vista sobre las contradicciones tiene cierta repercusión en las izquierdas mundiales. Según esta teoría, la contradicción principal es la del socialismo contra el capitalismo, en tanto la secundaria, la que no es fundamental es aquella que se establece entre el gobierno socialista y sus gobernados (Mao Tse Tung 1937).

12Como marxista bien informada, Kollontai sigue la pista del problema de la mujer en los Manuscritos económico filosóficos de 1844, en La ideología alemana publicada en 1932, en el Manifiesto del Partido Comunista de 1848 y en la investigación de Engels de 1884 El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (obra inspirada en la investigación antropológica de Morgan La sociedad antigua).

13En el materialismo histórico, en la formación social actual se halla una sociedad donde hay una convivencia de modos de producción y en la cual el modo capitalista es el dominante y subordina a todos los demás. En términos de León Trotsky, se trata de las sociedades con desarrollo desigual y combinado (Trotsky, 1933).

14Las fuerzas productivas (FP) tiene un doble significado: por un lado, son FP técnicas, basadas en la máquina herramienta y en tecnologías duras con mayor o menor grado de complejidad. Pero existen también las FP procreativas, que son aquellas pensadas en clave biológica, orgánica y de organización humana; son fuerzas que apoyan la reproducción. Así, las FP procreativas involucran al cuerpo, la capacidad sexual, el amor, la familia, la libertad y la felicidad.

Recibido: 23 de Diciembre de 2022; Aprobado: 13 de Abril de 2023

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