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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.20 no.51 Ciudad de México ene./abr. 2023  Epub 29-Sep-2023

https://doi.org/10.29092/uacm.v20i51.970 

Dossier

Los imaginarios del futuro y su función como dispositivo. Algunas reflexiones

The imaginaries of the future and its function as a device. Some reflections

María Elena Figueroa Díaz* 

*Profesora investigadora del Departamento de Política y Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Xochimilco. Docente de la Licenciatura y la Maestría en Geografía de la UNAM, México. Correo electrónico: mfigueroad@correo.xoc.uam.mx


Resumen

En este escrito se discute la cualidad imaginaria del futuro; se analizan los imaginarios de futuro dominantes, residuales y emergentes, así como su función en tanto dispositivo de control interiorizado. Se reflexiona en torno a esa configuración a la luz de novedosas formas de entender el impacto que tiene el futuro sobre el presente y el pasado. Asimismo, aporta elementos para profundizar la comprensión de los alcances del imaginario/dispositivo sobre nuestras vidas, y la coexistencia de diversos imaginarios de futuro que dan forma no solo a nuestro porvenir, sino también a nuestro presente y la configuración del pasado. Su relevancia reside en la necesidad de pensar el futuro desde categorías socioculturales que nos permitan comprender su vinculación con el presente.

Palabras clave: Futuro; dispositivo; imaginario; futuro residual; futuro emergente; futuro dominante

Abstract

This paper has the purpose of discussing the imaginary quality of the future. The dominant, residual, and emerging imaginaries of the future are analyzed as internalized control devices, as well as their functions. This configuration reflects, in the light of new ways of understanding, the impact that the future has on the present and the past. It provides reflective elements to deepen the understanding of the scope of the imaginary/device in our lives. And the coexistence of various imaginaries of the future that shape not only our future but also our present and the configuration of the past. Its relevance lies in the need to think about the future from sociocultural categories that allow us to understand its relationship with the present.

Key words: Future; dispositive; imaginary; residual future; emerging future; dominant future

Introducción

El factor tiempo tiene una fuerte relevancia en la configuración de la modernidad (Oncina, 2003). Para Koselleck (1993), son dos las categorías históricas que, en tensión, establecen las condiciones de posibilidad de la historia al vincular pasado con futuro: la experiencia y la expectativa. No pueden existir una sin la otra. El espacio de experiencia, en tanto pasado presente, y el horizonte de expectativa, en tanto futuro presente, hasta antes de la modernidad, se correspondían: la expectativa se construía en función de la experiencia. En los albores de la modernidad, los conceptos “se cargan -a costa de las experiencias recogidas en ellos- con expectativas y metas, y se vuelven procesuales, conceptos de movimiento dinámicos, orientados hacia el futuro” (Koselleck, 2003, p. 20).

De este modo, en la modernidad se escinde la esperanza del recuerdo y el pasado del futuro, mientras el tiempo histórico se acelera. El espacio de experiencia y el horizonte de expectativa dejan de corresponderse, y esta última se aleja de aquella. Esa aceleración, en tanto modalidad de la experiencia del tiempo específicamente moderna, va acompañada de “la convicción de que el futuro ha empezado ya; [la modernidad] significa la época que vive orientada hacia el futuro” (Habermas, 2011, p. 15). A partir de ahora, el futuro será distinto del pasado, y se instaurarán los valores típicamente modernos de progreso, novedad, revolución, vigentes hasta entrado el siglo XX.

De acuerdo con Hölscher, discípulo de Koselleck, la década de los sesenta del siglo XX vio renacer un interés por el futuro; la modernización técnica, la industrialización, la finalización de la reestructuración económica de la posguerra, contribuyeron a ese movimiento. Sin embargo, una década después, con la conciencia de los límites del crecimiento, y del deterioro ambiental, “una notable pobreza de utopías de futuro positivas pasó a ocupar el lugar de aquella euforia” (Hölscher, 2014, p. 217). Hacia los ochenta, los pronósticos y las proyecciones, posibilitadas gracias a avances tecnológicos, ocuparon el lugar de los imaginarios cargados de miedos y esperanzas.

La modernidad, durante siglos, sostuvo un imaginario hegemónico centrado en las bondades ilimitadas de la tecnología. Ahora, ante la crisis de la modernidad tardía, emerge un tiempo pesimista, con una mirada sombría y desesperanzada ante los avances tecnológicos, que da lugar a imaginarios distópicos, catastróficos, de un futuro que se asume cada vez más próximo, y que se nutre de evidencias constatables y que ya vivimos. Para Hartog “el futurismo se hundió en el horizonte y el presentismo lo reemplazó” (2007, p. 140). Este, en tanto régimen de historicidad, es expresión “de un orden dominante del tiempo; tejido a partir de diferentes regímenes de temporalidad, es, para terminar, una manera de traducir y de ordenar las experiencias del tiempo -maneras de articular el pasado, el presente y el futuro- y de darles sentido” (Hartog, 2007, p. 132). De este modo, para el historiador francés, dominó durante mucho tiempo un régimen futurista, hasta la emergencia del presentismo:

el siglo XX unió futurismo y presentismo. Si en un principio fue más futurista que presentista, terminó siendo más presentista que futurista. Futurista, lo fue con pasión, a ciegas, hasta lo peor, todos lo saben desde entonces. El futurismo debe entenderse aquí como la dominación del punto de vista del futuro. Tal es el sentido imperativo del orden del tiempo: un orden que no cesa de acelerar o de presentarse como tal. La historia se hace entonces en nombre del porvenir, y debe escribirse de la misma manera (Hartog, 2007, p. 134). -Hartog continúa-: El futurismo se hundió en el horizonte y el presentismo lo reemplazó. El presente se convirtió en el horizonte. Sin futuro y sin pasado, el presentismo genera diariamente el pasado y el futuro de quienes, día tras día, tienen necesidades y valoran lo inmediato (Hartog, 2007, p. 140-141).

Además de la tendencia al presentismo, existe el reconocimiento de que resulta imposible no tener el futuro en el horizonte. Más aún, en algunas sociedades occidentales u occidentalizadas aparece la sensación de que el futuro ya llegó al presente. Y en esta época contemporánea, parecería que, si el futuro ya se instaló de alguna manera en el presente, lo que queda, para imaginar el futuro, es el pasado, concretamente el que se añora y se ha idealizado como un tiempo mejor que el que se vive.

Sin embargo, aún en tiempos presentistas, en los que reina la inmediatez, es inevitable no tener el futuro en el horizonte de nuestras configuraciones existenciales, en nuestras tesituras emocionales, en nuestros temores subterráneos y en las decisiones que tejen, individual y colectivamente, nuestros destinos. Para Peter Burke en la medida en que al actuar, somos influidos por nuestras expectativas futuras, “es imposible no tener un sentido del futuro, ya sea que lo miremos con confianza o ansiedad, ya sea que lo miremos igual que al presente o distinto (tal vez mejor, tal vez peor)” (2009, p. 18). De acuerdo con Belvedresi (2014), la condición humana implica poder “contar con el futuro”, no solo para sobrevivir sino para significar el presente y valorar el pasado. De ahí deriva la cualidad imaginaria del mismo.

En este texto se sostiene que el futuro concebido, percibido e ideado es, ante todo, una configuración imaginaria, en tanto concentra elementos reales como ficticios, siempre disímiles incluso contradictorios y con una fuerte carga emocional. Más que representación, es imaginario1 y, como tal, desempeña un papel en la construcción de explicaciones acerca de la realidad, así como en la toma de decisiones. Ese efecto que el futuro ejerce sobre la realidad se hace en términos de dispositivos que conforman subjetividades, y que canalizan valores, emociones, aspiraciones, expectativas y preferencias, que se cristalizan en trayectorias de vida.

El futuro está ligado con el pasado de diversas maneras, a través de su negación o superación, o de su continuidad, pero también, como veremos, de la configuración que se hace en el futuro imaginado del presente y del pasado. Partimos de la idea de que, las articulaciones temporales básicas, pasado, presente y futuro, se afectan entre sí. Los imaginarios de futuro que expresan una distopía a veces aterradora, o los que recuperan algún pasado, colocando la nostalgia como eje, rompen con la idea de que el pasado ya fue y no puede volver, bajo ningún ropaje, pero también dejan asomar una falta de imaginación y una desilusión persistente por el futuro que el progreso moderno predijo con entusiasmo. Aquellos imaginarios, que sobre todo se expresan en proyectos individuales más que colectivos, basados en el progreso científico y tecnológico, así como en las bondades de la modernidad, tienden a fragmentarse y a coexistir con aquellos más sombríos.

El futuro es tanto imaginario como dispositivo.2 El imaginario de futuros pasados, la nostalgia no solo por el pasado perdido, sino por el futuro perdido, funciona también como dispositivo constituyente de subjetividades. Sin embargo, algunas propuestas recientes (Hölscher, 2022; Valsiner, 2011) permiten pensar el tiempo, y en específico, la relación entre pasado y futuro, de una forma novedosa, en la que hay una interconexión y una influencia mutua permanente. Se trataría, como veremos más adelante, de asumir que el futuro (tal como lo concebimos y lo imaginamos), y no el pasado, es lo que fundamentalmente define el presente. Estas propuestas otorgan al imaginario/dispositivo del futuro una cualidad fundamental en la construcción de la realidad, toda vez que el futuro, y no el pasado, es el punto desde donde se construye el presente.

De este modo, en el presente escrito se parte del objetivo de reflexionar, desde la teoría, en qué sentido el futuro es imaginario y es dispositivo. Partimos de la propuesta de Raymond Williams (1988) sobre los elementos que coexisten en los procesos culturales3 para plantear que existen imaginarios de futuro dominantes, residuales y emergentes, y que cada uno, en mayor o menor medida, funciona como dispositivo. Posteriormente, se discute que la influencia que el futuro tiene sobre el presente (e incluso sobre el pasado percibido) es más que meramente imaginario, tiene un impacto real sobre el presente y sobre el pasado; de ahí que lo que asumimos como “real” para el futuro configure nuestro presente y resignifique nuestro pasado.

En la primera parte, hacemos un recorrido por las nociones de imaginario y discutimos el carácter imaginario del futuro; en la segunda parte, desarrollamos algunas notas en torno a los imaginarios de futuro dominantes, residuales y emergentes; en el tercer apartado, analizamos en qué medida el futuro también puede ser visto como dispositivo; en el cuarto apartado, reflexionamos en torno a la relación del futuro con el presente y con el pasado. Concluimos con el planteamiento de vías abiertas para repensar el futuro. Cabe destacar que solo utilizamos ejemplos ilustrativos, y que la discusión se mantiene en un nivel teórico.

El futuro como imaginario

Los imaginarios son esquemas tendientes a explicar e intervenir en la realidad de cada sistema social. A través de las tareas de ordenar, interpretar y otorgarle un sentido a la realidad, los seres humanos la co-construyen (Pintos, 2000). En esos términos, son esquemas condensadores de sentido, conjuntos de símbolos, imágenes, valores, creencias, emociones, arquetipos, lo que hace que tenga dimensiones discursivas, icónicas, simbólicas, afectivas y prescriptivas.

Por otro lado, ‘lo’ imaginario

no refiere a algo, es decir, no ‘representa’ de manera directa; su ‘presencia’ se reconoce a partir de sus ‘efectos’, por su peso en la vida cotidiana social; […] no permanece inmutable, sino que modifica los sentidos establecidos, en una dialéctica relación entre dichos flujos y las modulaciones socioculturales (Vergara, 2016, p. 133).

Los imaginarios articulan la dimensión psíquica y la simbólica, y esto los hace inestables y dinámicos, creadores incesantes de realidad.

De acuerdo con Vergara (2015), desde el pensamiento de Durand, el imaginario ejerce su fuerza fundamentalmente en el inconsciente, en el que actúan más las imágenes que las palabras. Y desde la mirada de Bachelard, implica la coexistencia de opuestos en un mismo pensamiento; de este modo, “el espacio imaginal es una dimensión ‘contigua’ a la real” (Vergara, 2015, p. 93), y la configura de manera permanente.

A partir de la propuesta concreta de Castoriadis sobre el imaginario social, este es fuente inagotable no solo de sentido, sino de realidad. A partir del uso de lo simbólico, de los deseos proyectados, los imaginarios logran condensar opuestos, sensaciones y emociones inefables, construcciones que saltan las fronteras de lo inteligible. Y esto no solo se da en el nivel de los procesos psíquicos, sino, para Castoriadis, en la dimensión de las instituciones de la sociedad. “Las instituciones se nos dan como simbólicas. Todas las cosas son posibles únicamente dentro de una red simbólica. Y lo simbólico se encuentra en el lenguaje y en las instituciones” (Figueroa, 2019, p. 26). Es por ello, que Castoriadis afirma: “Todo lo que se nos presenta en el mundo socio-histórico está inextricablemente ligado a lo simbólico” (1989, p. 117).

Para Baczko, “los imaginarios sociales son referentes específicos en el vasto sistema simbólico que produce toda colectividad y a través de la cual ella ‘se percibe, se divide y elabora sus finalidades’ (Mauss)” (1999, p. 28). A nivel social, una colectividad, por medio de los imaginarios sociales, elabora representaciones de sí misma, expresa y/o impone creencias, posiciones sociales, modelos a seguir, y dispositivos también. Es una fuerza reguladora de la vida colectiva.

Los imaginarios “tienden a la hegemonía, la reproducción y la sobredeterminación” (Figueroa, 2019, p. 25). Esto quiere decir que son esquemas de interpretación reguladores de la acción social, que buscan adhesiones a ideologías, mitos fundacionales, miradas colectivas que, en conjunto, generan percepciones colectivas de lo que es la realidad, además de que sientan las bases para la repetición y la reproducción de conductas y maneras de ver el mundo. Sus funciones reproductoras son necesarias para el funcionamiento del orden social; de hecho, forman parte de las estrategias simbólicas efectivas en los procesos de adhesión a causas de orden social, de consumo, de reproducción de un cierto estilo de vida.

El futuro, antes que nada, tiene una naturaleza imaginaria; se nutre de visiones, de emociones, de imaginación; también de análisis y prospectivas, aunque siempre las trasciende. Imaginar el futuro puede ser motivo de esperanza y de ilusión, pero también de miedo y angustia. Y su imaginario tiene una función organizadora de nuestros referentes culturales; de la información que circula (acerca del cambio climático, de las guerras, de la pandemia, de los avances científicos y tecnológicos); de nuestras aspiraciones, metas y expectativas individuales y colectivas; de nuestros proyectos de vida; de las decisiones que tomamos.

Para Augé, “el futuro es la vida siendo vivida de manera individual” (2012, p. 5), pero se conecta con el porvenir, en tanto manifestación social, construida socialmente. De este modo, “‘futuro’ y ‘porvenir’ son […] dos expresiones de la solidaridad esencial que une al individuo y a la sociedad” (Augé, 2012, p. 7-8). En este imaginario de futuro/porvenir se condensan otros más, para configurar los mecanismos co-constructores de la realidad. Así, “tanto personal como colectivamente, el futuro y su expresión en el porvenir pasa por la propia experiencia de ser, de existir y de construir una vida. En esa experiencia, se condensan tanto vivencias psicológicas del tiempo, como imaginarios sociales que moldean las identidades y las trayectorias” (Figueroa, 2022, p. 107). De este modo, en la vida cotidiana, las personas construyen sus futuros modestos, con planes, logros y fracasos, proyecciones ideales que no siempre se cumplen; poco a poco forjan porvenires, con un sentido más o menos agudo del paso del tiempo, y de lo inexorable del mismo. Y ahora, más que nunca, se vive así, con la sensación de que el presente se vive como un futuro que ya llegó, y que no deja mucho más para después, lo que nos conduce al presentismo.

Los imaginarios de futuro circulan en discursos políticos y económicos; en las políticas públicas; en productos culturales y mediáticos; en el arte; en el cine y la literatura; en las ventas de seguros de vida o educativos para padres y madres aprehensivos con el porvenir de sus hijos; en la difusión de las noticias sobre el medio ambiente; en las imágenes publicitarias de los dispositivos móviles y en los anuncios de las universidades. Están en la moda, en las medidas para contrarrestar la pandemia, en la negativa a pensar en el futuro, en lo que nos decimos a nosotros mismos. Y en todos ellos, asoman los imaginarios hegemónicos, dominantes, que circulan en amplios sectores. Pero también hay otros que los contestan, que se resisten a ese único futuro posible. Esto nos habla de la existencia de futuros en disputa.

Lo dominante, lo residual y lo emergente en los imaginarios de futuro

Raymond Williams, en su obra Marxismo y Literatura (1988), propuso que en el análisis histórico es necesario reconocer la interrelación de tres elementos culturales que están presentes en las instituciones, procesos y movimientos de la sociedad capitalista. Frente a los elementos dominantes, constitutivos fundamentales de la hegemonía,4 aparecen, por un lado, los elementos residuales, y por el otro, los emergentes. Los primeros hunden sus raíces en el pasado, y podrían asemejarse a lo arcaico; sin embargo, se trata de elementos que provienen de instituciones o formaciones sociales y culturales previas, pero que tienen una función en la configuración dinámica y activa de la hegemonía. Williams avanza y nos dice que “lo residual, por definición, ha sido formado efectivamente por el pasado, pero todavía se halla en actividad dentro del proceso cultural; no solo -y a menudo ni eso- como un elemento del pasado, sino como un efectivo elemento del presente” (1988, p. 144).

Por otra parte, Williams define lo emergente, como “los nuevos significados, valores, nuevas prácticas, nuevas relaciones y tipos de relaciones que se crean continuamente” (1988, p. 145). Resulta muy difícil distinguir entre los elementos de una nueva fase o etapa de la cultura dominante, y los elementos que efectivamente son alternativos o se oponen a ella. Tanto los elementos residuales como los emergentes pueden ser subsumidos y utilizados, de manera selectiva, junto con los elementos dominantes, para nutrir y ayudar a reconfigurar permanentemente la hegemonía; pero ambos -sobre todo lo emergente- también pueden escapar a la misma; siempre hay fisuras en las que se gesta lo contrahegemónico.

Si seguimos la propuesta de Raymond Williams (1988) acerca de la existencia de elementos culturales dominantes, residuales y emergentes, bien podríamos pensar en imaginarios de futuro posibles que corresponden a esos tres elementos. Los imaginarios de futuro dominantes se acercarían mucho a la ideología que es base de la hegemonía, y tendrían una función claramente reguladora. Los imaginarios de futuro residuales buscarían un regreso a formas conservadoras, un retorno a un pasado (en el futuro) controlado y manejable. Los imaginarios de futuro emergentes son aquellos que, gradualmente, van tomando forma en propuestas alternativas, en oposición a los imaginarios dominantes, que tratan de escaparse tanto de las configuraciones complacientes o de las sombrías, para tratar de construir un porvenir desde otro lugar. Veamos con más detalle cómo podrían ser cada uno de estos tres imaginarios de futuro.

Los imaginarios de futuro dominantes

Durante mucho tiempo, en Occidente, el imaginario dominante del futuro se cimentaba sobre la confianza entusiasta que generaba el progreso tecnológico, la abundancia, la imagen de un planeta de recursos ilimitados, de un Universo a conquistar, y de la infinita capacidad de la razón humana de conocer y dominar todas las cosas. Ese imaginario ha entrado en crisis, al menos en el nivel del futuro del mundo, de la humanidad (no ya en el caso, como veremos más adelante, de los porvenires planificados por los individuos). Un nuevo imaginario dominante se ha instaurado; el imaginario distópico que prolifera a través de diversas expresiones, y que es alimentado por las problemáticas reales que vivimos actualmente (pobreza, contaminación, autoritarismos, crisis ambientales, escasez de recursos naturales, violencia, segregación y fuertes desigualdades).5 Este imaginario es expresión de la crisis de la modernidad, y de la situación sin salida en la que sentimos encontrarnos como humanidad.6 Es un imaginario del futuro presente, de cómo, por proyección desde este presente, nos ubicamos en el tiempo por venir.

En este sentido, el imaginario de futuro dominante proyecta, exacerbado, lo que ya estamos viviendo. Y lo que agudiza y quizás exagera, son los aspectos catastróficos de lo que está por venir. Bien podríamos decir que, desde las ciencias físicas, desde los reportes de los ambientalistas, es verdad lo que ese imaginario distópico plantea. El asunto, sin embargo, no es ese, sino el efecto que, como imaginario tiene en las personas. Ese imaginario es, fundamentalmente, ambiental, pero también tecnológico y social. Por ejemplo, en las películas, novelas o series de televisión, hay constantes: a la devastación del planeta se le suma una tecnología avanzadísima (incluida clonación e inteligencia artificial, gobiernos totalitarios y fuertes desigualdades sociales y económicas).7

A pesar de que ese imaginario es dominante y está centrado en la catástrofe y en el inminente fin de la humanidad o, por lo menos, de la civilización, no ha sido, hasta ahora, lo suficientemente fuerte como para impulsar masivamente al cambio. Esto puede deberse a que los valores y las dinámicas de los sistemas capitalistas del mundo subsumen la vida misma, las relaciones sociales y las expresiones culturales. Solo unos pocos, poquísimos y muy privilegiados, pueden darse el lujo de gastar fortunas para viajar a la Luna o construir bunkers debajo de sus casas, para poderse proteger de una catástrofe.8

Los imaginarios de futuro residuales

Frente a los imaginarios dominantes sobre el futuro, existen otros, que comparten elementos con aquellos, pero cuyo eje está en el pasado. En estos casos hay una recuperación nostálgica de un tiempo perdido, de un pasado recordado que marca el rumbo del porvenir. La clave afectiva es, aquí, la nostalgia. Para Hutcheon y Valdés (2000), la nostalgia depende de la cualidad irrecuperable del pasado para ejercer su impacto emocional. Es la cualidad “pasada” del pasado, su inaccesibilidad y éste, el pasado, se idealiza a través de la memoria y del deseo. La nostalgia es menos acerca del pasado y más acerca del presente, y no está en el objeto sino en la reacción que nos genera (Elgue-Martini, 2008). Hutcheon recupera la idea de “inversión histórica” de Mijail Bajtin, que afirma que el ideal que no es vivido en el presente, es sustentado y ubicado en el pasado. Así, configuramos el pasado como una etapa sencilla, hermosa, armónica, pura, en oposición al presente que se concibe complicado, feo, desordenado, contaminado. Para nutrir la nostalgia necesitamos constantemente imágenes del pasado, idealizado, positivo, que otorgue elementos para desear, imaginar o construir un futuro que sea mejor que el presente.

Hemos detectado varios imaginarios del futuro residuales, nostálgicos. Uno de ellos gira en torno a la idea de la catástrofe destructora de la civilización (lo que lo hace, parcialmente, un imaginario distópico moderno, dominante), que conduce, a diferencia del dominante, a un regreso de la humanidad a estados premodernos, a partir de los cuales comenzará una vez más el desarrollo civilizatorio, con un uso más selectivo y prudente de la tecnología, con mayor conciencia medioambiental, con más sabiduría; aquí, el futuro se parece mucho al pasado. Este imaginario está presente en películas o en literatura futurista, por ejemplo;9 pero también en los imaginarios colectivos de ambientalistas, de comunidades vinculadas a la nueva ruralidad, de grupos alternos primitivistas anti tecnológicos que tratan de acercarse a una vida más natural, menos materialista y, con ello, se van acercando a proyectar un futuro que cualitativamente será como el pasado.

Otro imaginario de futuro residual es aquel que regresa al pasado en el que se imaginó un futuro moderno híper tecnológico, que se esperaba con entusiasmo y fe. Es el caso de la recuperación nostálgica del futuro tecnológico imaginado en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, en el que la tecnología no significa amenaza, y se expresa como manejable, humana, casi ingenua. Ese imaginario, presente, por ejemplo, en expresiones retro futuristas, tanto en el arte como en la cultura popular, alude al tiempo en el que aún se creía en el progreso moderno basado en una tecnología que nos haría cada vez más felices.

Derrida, en su obra Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo de duelo y la nueva internacional (1998), acuña el término hauntología (espectrología) para aludir a las ausencias que han dejado ideologías del pasado, como el marxismo, y que siguen teniendo una cierta realidad y presencia en el mundo actual. El término ha sido recuperado y desarrollado en el mundo de la música y de las artes visuales. En palabras de Marc Fisher (2019), en el campo de la electrónica, llegó un momento en el que ya no se podían lograr sonidos “futuristas”, lo que significó una especie de fracaso del futuro; la pérdida del futuro dado el presentismo.10

Finalmente, podemos pensar en los imaginarios de futuro residuales de aquellos que aún creen en la utopía comunista, o en la posibilidad futura de sociedades conservadoras, tradicionalistas, nacionalistas, que regresan a un orden perdido. Bauman afirma que han surgido retrotopías, “que son mundos ideales ubicados en un pasado perdido/robado/abandonado que, aun así, se han resistido a morir” (2017, p. 14). Esto es a lo que Svetlana Boym se refiere al decir que “el siglo XX comenzó con una utopía futurista y concluyó sumido en la nostalgia” (Boym, 2001, p. 12). Esta nostalgia, incluso obsesiva, por los futuros perdidos pero recordados, es muy propia de la modernidad. Asimismo, es la asunción de que todo lo que existe es posible gracias a las ausencias que le anteceden. Sin duda alguna, regresar al pasado de modo nostálgico al configurar una imagen del futuro nos habla de la imposibilidad o dificultad de pensar el futuro como algo inédito.

Los imaginarios de futuro emergentes

Respecto de los imaginarios de futuro emergentes, podríamos ubicarlos en las propuestas transhumanistas y post humanistas que abogan por un mundo futuro diverso, no solo multicultural, sino abundante (Collard, Dempsey y Sundberg, 2014) en términos de coexistencia de seres humanos y no humanos (animales, vegetales), así como de agentes no vivos.11

Este imaginario emergente se distanciaría del imaginario dominante en que, si bien el futuro puede implicar devastación, esta no es el final del planeta, y pueden desarrollarse nuevas formas de vida, humana y no humana. A diferencia del imaginario residual, el futuro emergente no implicaría nostalgia alguna, ni tampoco un regreso a la premodernidad, aun cuando pareciera que estas formas de vida más sencillas y conectadas con la Naturaleza, podrían parecer primitivas. Se trataría de un futuro reticular, en el que lo humano y lo no humano coexistan con más plenitud, fuera del Antropoceno y del Capitaloceno, fuera de nuestro pensamiento binario, y orientado hacia el pensamiento complejo.

También por post humanismo se ha entendido la era en la que el cuerpo humano podrá ser intervenido, alterado y perfeccionado mediante la biotecnología (Herazo-Bustos y Cassiani-Miranda, 2015). Así, en un sentido estricto dejaríamos de ser Homo sapiens sapiens para convertirnos en otra especie. De este modo,

la condición poshumana, por tanto, sería el estado posterior o el paso siguiente al transhumanismo, donde ya el ser humano sería un “cyborg”, pues se ha modificado a través de la ciencia aplicada y la tecnología […]En efecto, cada año quedan menos alimentos, menos cuerpos y menos naturaleza que no haya sido ya intervenida y modificada por la tecnociencia. Así como la cibernética fue la matriz de la condición posmoderna, las biotecnologías son la matriz de lo transhumano y de lo posthumano (Herazo-Bustos y Cassiani-Miranda, 2015, p. 400).

Sin embargo, esta postura se acercaría más al imaginario dominante, en el que los seres humanos coexistiríamos con robots, y nos convertiríamos en cyborgs. El conjunto de propuestas, reflexiones, descubrimientos y realidades que se conjuntan en estos imaginarios emergentes poco se ha difundido como otros imaginarios (dominantes y residuales) de futuro, quizás porque apenas se están gestando, quizás porque, de manera fragmentaria, aparecen o se confunden con elementos de esos otros imaginarios.12

El futuro como dispositivo

Los dispositivos son mecanismos de poder preservadores de órdenes de vida por medio de la incorporación y la interiorización de dicho poder en los sujetos/subjetividades. Se trata de estrategias globales que generan múltiples sometimientos “a través de técnicas locales de dominación” (Foucault, 2002, p. 51). Además, siguiendo a García Fanlo, los dispositivos graban una cierta manera de ser en los cuerpos. “Lo que inscriben en el cuerpo son un conjunto de praxis, saberes, instituciones, cuyo objetivo consiste en administrar, gobernar, controlar, dar un sentido que se supone útil a los comportamientos, gestos y pensamientos de los individuos” (2011, p. 2). Como dirá Deleuze, “pertenecemos a ciertos dispositivos y obramos en ellos” (1990, p. 159), pero en la medida en que las subjetividades pueden sustraerse a las relaciones de fuerza que son los saberes, siempre hay fisuras y otras posibilidades. Se trata de mecanismos históricos, situados, que generan determinadas relaciones de poder, ejercidas sobre los sujetos, pero también por estos. Son prácticas, discursivas y no discursivas, que producen sujetos. Han proliferado en la fase actual del capitalismo, en la cual no hay momento en el que un ser humano no esté modelado o controlado por un dispositivo (Agamben, 2015).

El futuro también puede ser visto como dispositivo. Baczko asume el imaginario social como parte de un dispositivo de poder: “el imaginario social es igualmente una pieza efectiva y eficaz del dispositivo de control de la vida colectiva y en especial en el ejercicio del poder” (1999, p. 28). Ya hemos mencionado que el imaginario tiene una función ordenadora y reguladora de la vida, y un impacto profundo y efectivo en la orientación de comportamientos. Generador de angustia y expectativas; disciplinador de conductas y de conciencias, el futuro imaginado y asumido ayuda a elegir, a tomar decisiones y compromisos; otorga recursos para transformar realidades o para resistir. El futuro, visto así, paraliza o moviliza. Si para Baczko el imaginario social tiene una función dispositiva, por lo tanto, el imaginario del futuro también cumple con esa tarea. Para Agamben (2017),

el futuro, como la crisis, es hoy, efectivamente, uno de los principales y más eficaces dispositivos del poder. Ya sea agitado como un amenazante espantapájaros (empobrecimiento y catástrofes ecológicas) o como un radiante porvenir (como empalagoso progresismo), se trata en todos los casos de hacer pasar la idea de que tenemos que orientar nuestras acciones y nuestros pensamientos únicamente hacia él.

El futuro, en tanto dispositivo, controla más que disciplina. Interiorizado, nos moldea como sujetos que somos. Y ante la falta de memoria histórica, en medio del régimen presentista en el que nos encontramos, con dinámicas sociales de desinformación sistemática, en la era de la posverdad -dirían algunos- contamos con una visión difusa, fragmentada y diluida del pasado;

y, cuando el futuro aparece, se muestra bajo la forma de un dispositivo, expresado en discursos social y culturalmente configurados, que obedecen a maneras más o menos específicas de generar sujetos, y que por ello afectan directamente tanto las identidades como las subjetividades (Figueroa, 2018, p. 186).

El futuro, en tanto dispositivo, no solo está en la anticipación permanente que los seres humanos formulamos como estrategia de supervivencia. Está presente en nuestros proyectos de vida, en nuestros planes, y en el cálculo de las posibilidades de que tengan éxito o fracasen. Guy Bajoit (2009) ha sido muy explícito en ello; para él, en la época contemporánea estamos sometidos a la tiranía de los valores del éxito y el progreso personal; todos, desde ese paradigma individualista moderno, estamos forzados a construir un proyecto de vida y a lograrlo; este tiene que ser productivo, apasionante, versátil, interesante y novedoso, so pena de caer en la mediocridad o el olvido, de no ser plenamente sujetos modernos, de no aprovechar la vida.

Este fenómeno es muy claro en la circulación de imágenes en diversos medios de información sobre las vidas hermosas y excitantes de personas que representan la nueva figura del influencer, que comunican vía redes sociales sus aventuras cotidianas, muy distintas de las vidas de la mayor parte de los seres humanos sobre el planeta. La valoración del éxito personal está en las carreras autoexplotadoras de muchas profesiones; en la frustración de los adultos jóvenes que no logran, como sus padres o abuelos, ser exitosos económicamente. El futuro como dispositivo está en el consumo desmedido (en buena parte, de tecnología, que la podemos encontrar en dispositivos móviles, pero también en zapatos deportivos). En estar atentos a las nuevas modas, los nuevos productos, y en el desecho de los antiguos.

En el dispositivo del futuro está presente, paradójicamente, el presentismo, el ansia de inmediatez, la aceleración, el hartazgo por la lentitud, la incapacidad de espera, la necesidad continua de que el presente se haga rápidamente pasado, para dar lugar a algo nuevo. Está en nuestras angustias por el deterioro ambiental, por el cambio climático, frente al cual se piensa en mitigaciones que no desestabilicen el orden establecido. Para algunas personas, el futuro catastrófico es inminente y de verdad les genera una angustia paralizante, pero de algún modo queda lejano, apagado o diluido por los valores que impelen al consumo y al seguimiento de objetivos y metas propiamente modernos.13

Es por ello fundamental la construcción imaginaria del futuro, tanto en el nivel de nuestra vida personal como de la vida colectiva a diferentes escalas, desde la comunidad a la que pertenecemos hasta la humanidad entera.14

Como señala Deleuze (1990) y Foucault (2002), el dispositivo no abarca la totalidad de la persona, al no reducirse ésta al saber o al poder. Esto marca salidas, fisuras, que se expresan en negativas y resistencias, en decisiones (o imposiciones) de vivir en los márgenes, en los subterfugios de grupos marginados, en aquellos que alzan pequeñas colectividades alternativas, o generan comunidades mediáticas (y, con ello, se subsume a unos dispositivos, pero no a otros). Recordemos que los imaginarios hegemónicos, que fungen como dispositivos reguladores y controladores, siempre tienen excluidos.

Interconexiones entre pasado, presente y futuro

De acuerdo con Hölscher (2014), desde que la idea de futuro se concibió, se ha querido pensar a este como un segmento de tiempo unitario, donde se concentra todo lo que sucede, de la misma manera que en el caso del pasado o del presente. Sin embargo, no hay vínculo unificador de la coexistencia temporal; de aquí que sea insostenible, hoy en día, que toda la humanidad tenga un futuro común. Y si bien parecería que el futuro está cada vez más en manos de fuertes grupo de intereses, siempre hay una fisura para lo inesperado. Y si el carácter abierto del futuro es cada vez más pequeño, Hölscher aboga por la apertura de espacios de desarrollo nuevos que no sean peligrosos (no dañinos, no violentos).

Esta propuesta se vincula con la de Jacques Attali (2007), para quien es condición indispensable para la supervivencia de la humanidad a futuro un salto cualitativo emprendido por una masa crítica transhumana que siente las bases para pensar y vivir de otros modos, más solidarios, cercanos, modestos, simples.

Habría que preguntarse si los imaginarios del futuro preparan a las personas y los grupos a enfrentarse a lo enteramente nuevo. Ya no se trata de no olvidar para no repetir los mismos errores, sino de no regresar al pasado porque -pensamos- antes era todo mejor.

El modo en que entendemos la relación entre pasado, presente y futuro se ha modificado en los últimos tiempos. Hölscher (2022) ha planteado la noción de figura o silueta del tiempo (time figure), que une pasado, presente y futuro en una sola unidad, en la que cada momento le da sentido a los demás. Esta silueta del tiempo puede adquirir distintos diseños o formas: puede ser lineal o circular, puede expandirse o contraerse, y no necesariamente una de ellas responde a una determinada época o está presente en todas las comunidades humanas. Esta propuesta rompe con la dualidad desarrollo-declive a partir de la cual algunos entienden la Historia.

Para Hölscher, cada momento tiene su propio pasado y su propio futuro. Habría, así, un pasado-pasado, un pasado-presente y un pasado-futuro; un presente-pasado, un presente-presente y un presente futuro, así como un futuro-pasado, un futuro-presente y un futuro-futuro. Un evento sería pasado o sería futuro, dependiendo desde dónde se observe (Hölscher, 2022).

Desde esta perspectiva, el futuro es un término, en principio, relacional; algo es futuro siempre en relación con el presente o el pasado. Sin embargo, el futuro no siempre se cristaliza; puede quedar como fantasmagoría o utopía. Además, es contingente, puesto que las cosas suceden de maneras distintas a como las habíamos imaginado. Más aún, Hölscher plantea que el futuro controla la dirección en la cual sucede el curso de los eventos, al evaluar y determinar el modo en que las cosas entran en la realidad. Solo describimos eventos que efectivamente pueden entrar en el mundo como seres del futuro.

Esta idea es muy similar a la que Jaan Valsiner (2011) plantea respecto de la “inexistencia” del tiempo presente y la configuración múltiple de los pasados y los futuros. Para él, el presente no existe; es una abstracción sobre el instante infinitesimal que sucede entre el pasado y el futuro (cuando existe, ya fue). Desde ese lugar,

El pasado y el futuro son asimétricos si se ven desde el presente. El pasado contiene la trayectoria unilineal actualizada, y se adelanta a sí mismo desde las trayectorias previas posibles no actualizadas. En contraste, el futuro implica una variedad de iguales trayectorias potenciales (o no actualizadas aún) (Valsiner, 2011, p. 142).

De este modo, los eventos pasados dan lugar, no a futuros, sino a campos de futuros posibles. Tales campos futuros “atraen” o “jalan” hacia ellos el curso del momento presente. Así, Valsiner dirá que “el movimiento hacia el futuro está regulado por un complejo de todos los campos de significado construidos mientras ocurre ese movimiento hacia delante” (2011, p. 145). Así, plantea que los pasados y los futuros se interconectan y se influyen mutuamente, en ese presente fugaz. Así como hay pasados, alternos al que sucedió efectivamente, que no fueron, hay futuros pasados que no fueron, y futuros que no serán.

Desde la historia o la psicología, y no desde la física o la astronomía, Hölscher y Valsiner asumen que el futuro tiene un impacto real sobre el presente. Así, importa lo que “vemos” como real, lo que dotamos de existencia y lo que elegimos en el presente. Por ejemplo, las fantasías del pasado, determinadas por las necesidades del presente tienen un impacto directo en las realidades del futuro (Boym, 2001). Y el futuro, a su vez, tal como lo concebimos y lo vamos tejiendo con las elecciones del presente, impacta, desde esos momentos de construcción lejanos en el tiempo, sobre ese mismo presente, y necesariamente sobre el pasado, o más bien, sobre cómo vemos del pasado y qué elegimos mantener de él como real. Son quizás esos imaginarios de futuro emergentes los que habría que observar, que pensar y que moldear; aquellos que, desde los márgenes, pueden ir haciendo cambios. No bastaría, por supuesto, con pensar; es necesario hacer, actuar.

Conclusiones

En estas líneas hemos discutido la naturaleza imaginaria del futuro, así como hemos propuesto pensar diferentes imaginarios de futuro desde las categorías culturales (dominante, residual y emergente) que plantea Raymond Williams. Estas categorías nos han permitido observar las diversas maneras en que, en el imaginario, el futuro se relaciona con el presente, con el pasado, y con otros futuros.

En tanto los imaginarios tienen un impacto real en el pensamiento y la acción de individuos y grupos, en tanto que conminan a actuar, y en ese trayecto contribuyen a la construcción de realidades, son también dispositivos que ejercen poder, mediante mecanismos interiorizados en los sujetos. La lógica de dominio se vale de dispositivos, a través de los cuales se interioriza en los sujetos presión, control, docilidad, disciplina. Las subjetividades se configuran con deseos, aspiraciones, miedos, preferencias, elecciones, corporalidades.

La naturaleza imaginaria y dispositiva del futuro es fundamental, ya que tiene un efecto sobre el presente concebido, percibido y vivido, y sobre la resignificación del pasado. Novedosas reflexiones y análisis sobre la configuración unitaria del tiempo nos permiten entender hasta qué punto el futuro está moldeando el presente y el pasado, y no al revés, como durante siglos se afirmó, a saber, que el pasado era la causa del presente y del futuro.

En la actualidad presentista, parece haber una negación del futuro y un anclaje en la inmediatez del presente. La sensación de la inminente llegada del futuro (que ha sido muy evidente a partir de la pandemia por coronavirus) nos hace ver que el imaginario futuro ha dejado de ser utópico, porque ya está aquí. Ese hecho produce negación, angustia, desilusión y una profunda apatía. O un regreso compulsivo al pasado idealizado. Una opción, de acuerdo con Koselleck, sería salirse de la disyuntiva progreso-regreso. No olvidar el pasado, pero no replicarlo, por sugerente y seductor que ello pueda ser. La nostalgia no permite ver el pasado de manera realista; lo idealiza y lo distorsiona; no permite acceder a su “pathos emancipatorio” (Koselleck, 2003, p. 30).

Parecería que hay una ausencia de un planteamiento alternativo salvo en los márgenes del sistema. Hoy por hoy el imaginario hegemónico nos conduce a pensar en el futuro únicamente moderno, tecnológico, capitalista. Se trata de un imaginario que agudiza el miedo y el sinsentido, pero que arroja a las personas al presentismo evasivo de una realidad terrible. Podemos, en vez de ello, optar desde la nostalgia por un futuro dotado de todo aquello que no pudo ser, o elegir un futuro lleno de todo aquello que fue alguna vez concebido y/o realizado y que es “recuperable”. Habría que apuntar la mirada a nuevos imaginarios de futuro, más abiertos y reticulares, y tal vez menos ambiciosos. Que vinculen de nuevos modos naturaleza y cultura, modos que aún no podemos concebir del todo.

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1Representaciones sociales e imaginarios son categorías que pertenecen a tradiciones teóricas y disciplinares distintas (las primeras emergen en el campo de la psicología social; las segundas, en la antropología y la sociología, fundamentalmente); sin embargo, aluden a la subjetivación y la interiorización de la cultura por parte de individuos y grupos sociales. Podemos decir, además, que las representaciones sociales tienen una dimensión imaginaria, y que el imaginario radical, desde la propuesta de Castoriadis, abarca el conjunto de las representaciones sociales. Se puede hablar de representaciones sociales del futuro, en tanto este es un objeto social susceptible de ser representado; sin embargo, la categoría de imaginario encaja mejor, desde nuestro punto de vista, con la naturaleza “por-venir”, no existente actualmente, y un tanto elusiva, que caracteriza al futuro.

2El término dispositivo es acuñado por Michel Foucault, y retomado por Gilles Deleuze y por Giorgio Agamben. Más adelante ahondamos en su significado y sus alcances, para ligarlo con el futuro, pero podemos adelantar que se trata de mecanismos de poder, expresados a través de prácticas tanto discursivas como no discursivas, que ejercen poder y control sobre los sujetos (y que son ejercidas también por los mismos), y que generan maneras de ver el mundo, actitudes, prácticas, ataduras, restricciones y posibilidades de actuar.

3Para Raymond Williams (1988, p. 137), en todo proceso cultural hay tres aspectos fundamentales: tradiciones (selectivas y activas), instituciones (en un sentido amplio, más allá de las instituciones políticas) y formaciones (tendencias y movimientos artísticos, filosóficos, intelectuales, científicos) que organizan dinámicamente los significados, los valores y las prácticas culturales de una configuración histórica determinada. Todo sistema cultural determina rasgos dominantes, que entran en tensión con elementos residuales y emergentes.

4Raymond Williams (1988, p. 129) entiende por hegemonía “un complejo entrelazamiento de fuerzas políticas, sociales y culturales […] o las fuerzas activas sociales y culturales que constituyen sus elementos necesarios” dirigidos al control por medio del poder y la influencia, en el que se imponen elementos dominantes que entran en juego con otros de carácter subordinado. La hegemonía es una visión del mundo impuesta por grupos dominantes al resto de la sociedad. Va más allá de la cultura como proceso social total, y de la ideología, como sistema de significados y valores que expresan un determinado interés de clase.

5Recientemente se acaba de publicar (septiembre de 2022) el libro An Inconvenient Apocalypse, de Wes Jackson y Robert Jensen, en el que plantean que el colapso por cambio climático es inevitable, que el costo será muy alto, y que no estamos preparados para enfrentarlo. Véase: Verónica Esposito (2022-08-31). “We’e going to pay in a big way”: a shocking book on the climate crisis. The Guardian.

6Que un nuevo imaginario dominante se haya instaurado a partir de la crisis de la confianza en las infinitas bondades del vínculo Naturaleza-tecnología, así como de la llegada del presentismo, no quiere decir que no se generen otros imaginarios alternativos, surgidos desde perspectivas no occidentales, que aluden a futuros esperanzadores, y que parten de ontologías diversas.

7Véase, por ejemplo, las películas Los hijos de los hombres, de Alfonso Cuarón (2006); Gattaca, de Andrew Niccol (1997), o la novela de Philp K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que dio lugar a la película Blade Runner, dirigida por Ridley Scott (1982).

8Recientemente se publicó una nota en diversos periódicos sobre la construcción de bunkers por parte de multimillonarios para sobrevivir al colapso inminente. Véase: Douglas Rushkoff (22-09-04). The super-rich “preppers” planning to save themselves from the apocalypse. The Guardian. Véase, al respecto, la reciente película No mires arriba, de Adam Mckay (2021), que presenta abiertamente el carácter inminente de la catástrofe.

9Hay muchos ejemplos. Entre ellos, podemos mencionar la película Cloud Atlas, de los Wachowskis y Tom Tykwer (2012), y la novela de Doris Lessing, Mara and Dan: an Adventure, publicada en 1999. En estos casos, aunque el futuro sea desolador, hay una posibilidad de esperanza, de comenzar de nuevo. Distintas son, por ejemplo, las películas, series de televisión y novelas post apocalípticas, en donde parecería que en el futuro no hay esperanza alguna.

10Fisher afirma que: “En la música, como en cualquier otro aspecto de la cultura, estamos viviendo, siguiendo la sugestiva frase de Franco Berardi, después del futuro. Lo que asedia al cul-de-sacs digital del siglo XXI no es tanto el pasado, como sí todos los futuros perdidos que el siglo XX nos enseñó a anticipar. Los futuros que se han perdido son más que una cuestión de estilo musical. Más en general, y más preocupante, la desaparición del futuro significó el deterioro de todo un modo de la imaginación social: la capacidad de concebir un mundo totalmente diferente de ese en el que vivimos actualmente” (2019, p. 2).

11Se trataría, para ciertos autores, de un mundo post capitalista, post patriarcal, post antropocéntrico, que tendría una postura menos polarizada o maniquea sobre la tecnología. Véase, por ejemplo, Donna Haraway (1991). Simians, Cyborgs and Women, Nueva York: Routledge.

12Como ejemplo de estas mezclas de imaginarios, véase la miniserie Years and years (2019), de Russell T. Davies, Simone Cellan Jones y Lisa Mulcahy.

13En una investigación publicada en 2018, presenté los resultados de un trabajo de campo realizado con 126 estudiantes de universidades públicas de la ciudad de México, que arrojó una fuerte disonancia entre la visión del futuro del mundo catastrófico, sombrío, negativo a todas luces, y una visión del futuro personal optimista, esperanzador, centrado en la adquisición de bienes materiales, de estatus, así como de éxito económico y profesional. He seguido haciendo el mismo ejercicio de manera frecuente, y los resultados siempre son los mismos. Aquí se puede apreciar claramente la activación del dispositivo de futuro que forma determinadas subjetividades, sujetas al sistema capitalista, imposibilitados de poder salir de ahí, pero abiertos y expuestos a la angustia de un fin planetario inminente (Véase Figueroa, 2018).

14Desde la teoría de las representaciones sociales, constructos distintos a la noción de imaginario y a la del dispositivo, pero que también aluden a elaboraciones culturales interiorizadas o subjetivadas, Jaan Valsiner (2003) afirma que las representaciones sociales son restricciones culturales que guían sentimientos, pensamientos y acciones particulares en la transición del presente al futuro. Todas las herramientas culturales (sean signos o instrumentos) son vehículos para enfrentar la incertidumbre del futuro inmediato; nos permiten anticipar para reaccionar, actuar intencionadamente o planificar.

Recibido: 08 de Septiembre de 2022; Aprobado: 15 de Diciembre de 2022

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