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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.19 no.50 Ciudad de México sep./dic. 2022  Epub 29-Sep-2023

https://doi.org/10.29092/uacm.v19i50.953 

Entrevista

La insurrección feminista: una vía de sobrevivencia. Entrevista a Laura Castellanos*

Gezabel Guzmán Ramírez** 

Carlos Alberto Ríos Gordillo*** 

**Profesora investigadora en el Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Correo electrónico: gezabel.guzman@uacm.edu.mx

***Profesor investigador en el Departamento de Sociología, Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco, Ciudad de México. Correo electrónico: car@azc.uam.mx


Los coloridos murales pintan las paredes del nuevo centro cultural Raíces, ubicado al sur de la Colonia Portales, en el emblemático 1810 de la avenida Plutarco Elías Calles. Todo en su interior huele a café, perfumando el ambiente de una calurosa tarde del verano capitalino. La música de fondo, “Todas las naves del mundo” de Jaramar Soto, ayuda a sobrellevar las tristes noticias de las últimas horas, las pérdidas anunciadas que sin embargo asisten a la cita con el destino. El olor a café se cuela hasta el escenario destinado a las actividades artísticas y recreativas. Decorado con tapetes del sur de México, rodeado de paredes de ladrillo y cobijado por un techo de madera, la luz que se filtra crea una atmósfera que invita a la buena comida y, por supuesto, a la conversación. Es la tarde del jueves 28 de julio y es ahí donde acordamos la entrevista con la periodista Laura Castellanos, con el objetivo de explorar las diversas dimensiones de la violencia en México, durante los últimos años.

Autora de libros considerados un referente para comprender nuestra historia contemporánea, tales como México armado: 1943-1981 (2007), Corte de caja. Entrevista al Subcomandante Marcos (2008), Crónica de un país embozado:1994-2011 (2018) y, recientemente, La marcha del terremoto feminista. Historia ilustrada del patriarcado en México (2021), Laura es una periodista que goza de singular prestigio. Reconocida internacionalmente con el Premio María Moors Cabot (2022), otorgado por la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia en los Estados Unidos, ella es egresada distinguida de la Universidad Autónoma Metropolitana, cofundadora de Reporteras en Guardia y ganadora de varias distinciones, por el Grupo Diarios de América (2013), o el Club de Periodistas de México (2015). Ha sido merecedora del Premio Nacional de Periodismo y Derechos Humanos (2019), el premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación que otorga el Instituto Prensa y Sociedad, en Perú (2016), la mención honorífica en el Premio Antonio García Cubas, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (2019) y la mención especial del Premio Breach/ Valdéz de Periodismo y Derechos Humanos (2019). Su obra se mueve entre el periodismo de investigación y la academia universitaria, con igual grado de reconocimiento.

Conocedora a fondo de los mecanismos de dominación, represión y control social en México, Laura es una periodista de gran curiosidad y con un dominio pleno de las técnicas del periodismo, de las cuales la historia del tiempo presente tanto puede aprender. Ella se mueve con facilidad en territorios sobrecalentados por matanzas y desapariciones, lo mismo que en marchas y mítines de protesta e insubordinación social; se documenta en archivos, informes de organismos no gubernamentales, estadísticas oficiales, libros académicos o periodísticos, echando mano de entrevistas a testigos, autoridades, sobrevivientes, actores y actoras sociales de origen diverso y experiencia también distinta. Suele acercarse al problema de investigación explorando las versiones de los hechos, cotejando las evidencias, documentándose para orientar su mirada y enfocar el análisis.

A quien la lee, su trabajo le causa la impresión de que ella concibe al lugar donde se encuentra como un laboratorio de investigación. Pero lo hace desde una perspectiva critica y una condición militante que radicaliza su mirada, estilo narrativo y compromiso social. Su visión del periodismo no es la recreación de las cosas tal y como acontecieron, sino la presentación de los hechos desde el punto de vista de la justicia social y el compromiso político de izquierda, militante, feminista, anticapitalista.

Acostumbrada a indagar y entrevistar, suele leer las reacciones, las miradas y los gestos de quienes tiene enfrente. No es fácil, por tanto, entrevistar a quien suele hacer hablar a otras, a otros; incluso, cuando no desean decir lo que saben, por temor, miedo, precaución o desconfianza. Para tal efecto, preparamos un cuestionario con preguntas clave, para explorar su experiencia y visión de las cosas, a reserva de intervenir espontáneamente.

Nos interesaba su opinión sobre tres ejes que, a nuestro juicio, representan una sonda de penetración no sólo al fenómeno de la violencia, sino a la crisis humanitaria que vivimos cotidianamente: la aniquilación de los cuerpos, esa tecnología punitiva que ha hecho de nuestro país una fosa común interminable; las geografías de terror, o necrolugares, que han transformado la representación del territorio, convirtiendo a las ciudades en ‘plazas’ del crimen, a las carreteras en rutas de trasiego, a las calles por donde transitamos en senderos de riesgo y peligro; los lugares de memoria: la disputa por la resignificación del espacio público, que niega la indiferencia del Estado al establecer antimonumentos y memoriales colectivos, que son la representación de la sobrevivencia, la memoria, la justicia y la vida con seguridad y dignidad. Fue así como ideamos la entrevista y le explicamos nuestro interés. Incluso, las preguntas. Antes de comenzar, ella solicitó saber qué queríamos de ella.

De ahí saber que las preguntas fueran planteadas en conjunto, antes de que llegaran las respuestas. Libres del formato clásico, una vez planteado el rumbo, decidimos conversar. Y a ella, darle la palabra. He aquí el testimonio de una periodista de investigación, militante feminista, mujer comprometida con la verdad, la justicia y la memoria, cuya palabra hace nacer la esperanza ahí donde parece no haberla y nos brinda un retrato de nuestra circunstancia histórica en el presente.

–¿Cuál es tu apreciación acerca de las causas que desataron en México la así llamada ‘guerra del narco’, que tú defines más bien como ‘violencia organizada’?

–Para comprender el desarrollo de la violencia sobre los territorios y los cuerpos, para mí es muy importante plantear, en tanto feminista, que estamos hablando de la violencia de orden patriarcal. De lo contrario, no nos va a quedar clara esta violencia, porque no tiene que ver específicamente con México. Estamos hablando, por un lado, de que esa evolución contra los cuerpos y los territorios es una expresión de la crisis civilizatoria y planetaria que estamos viviendo, provocada también por una exacerbación del sistema capitalista, que es una expresión del orden patriarcal. Me parece importante retomar la tesis que desarrollo en La marcha de terremoto feminista, para ilustrar la crisis que vivimos ahora en este país. Este orden patriarcal se ha construido históricamente, según la feminista María Mies, en su libro Patriarcado y acumulación a escala mundial (2019) a través de la violencia directa, las guerras, la apropiación de los cuerpos. Eso es la esclavitud y el despojo, y la destrucción del territorio.

Es así como nacieron los imperios, las naciones en el sistema capitalista, a partir de estos mecanismos de control y opresión. Entonces, al comprender eso podemos explicarnos por qué en este país, particularmente a lo largo del siglo XX, vimos como este orden patriarcal nacido de una Revolución (en 1910), al igual que ha pasado en otras revoluciones, lo que hizo fue evitar los cambios estructurales profundos, porque así funciona el orden patriarcal. Los viejos revolucionarios se apropian de una narrativa revolucionaria en la que exaltan símbolos que sustentan una ‘ideología nacionalista’ (entre comillas), sobre los derechos agrarios, mientras que, al mismo tiempo, lo que logran, y a lo largo de todo el siglo XX, es el control político y el sofocamiento de cualquier expresión opositora a partir de la violencia directa, del control de los medios de comunicación, de la cooptación, persecución de mujeres y hombres luchadores sociales. Eso es lo que estudio en México armado.

Pero entonces yo no tenía claro lo que significaba poner esta historia en un contexto feminista. Es más claro cuando hablamos de un orden patriarcal, porque entonces, dado que los cambios no son estructurales, lo que hay es simplemente una reproducción de las mismas condiciones de opresión sobre las poblaciones más vulnerables; opresión y explotación sobre la población joven, las mujeres, las niñas, los niños, los ancianos, los pueblos originarios, la población migrante. Este orden patriarcal va agudizando sus condiciones de vulnerabilidad, incluso en la apropiación y la destrucción de los cuerpos, cuando así corresponda a sus intereses.

No es algo nuevo, es algo que ha existido a lo largo de la historia. Sobre todo en el siglo XXI, hemos visto que hay una agudización de esta violencia sobre los cuerpos y sobre los territorios, hemos visto cómo se reproducen estos mecanismos que históricamente propiciaron, y han sostenido, a este orden patriarcal: la violencia directa, las guerras, la apropiación y la explotación de los cuerpos. Eso lo hemos visto con la trata de mujeres, de niñas, niños jóvenes, y el despojo y la destrucción del territorio. En el caso de México, a partir de la implementación de la estrategia de seguridad militarizada con el gobierno de Calderón, se detonó una espiral de violencia, o espirales de violencias, que lo que provocaron fue la acumulación de violencias previas.

A éstas las ubico a partir del periodo de contrainsurgencia (de los años sesenta a los años ochenta del siglo pasado) que quedó en total impunidad y fue desarrollándose a lo largo del siglo. Estas violencias se expandieron a partir de que Felipe Calderón siguió algunas líneas generales de la estrategia de seguridad militarizada que se utilizó en los años setenta. En esos años vivimos la militarización de regiones y con asesoría estadounidense contrainsurgente. El estado de Guerrero, por ejemplo, fue un laboratorio de la contrainsurgencia y la destrucción de una región, al igual que de la desaparición de personas a través de los “vuelos de la muerte”.

México fue el país precursor en América Latina de la desaparición forzada y de las desapariciones extrajudiciales como estrategia contrainsurgente, pero esa militarización y esa impunidad que se vivió a partir de las acciones de las fuerzas armadas y por parte de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), que recurrió a mecanismos de contrainsurgencia en los que se involucraron con redes criminales, fue lo que vimos en Guerrero con el “Grupo Sangre”, por ejemplo, que reprimió y exterminó a gente que era simpatizante de Lucio Cabañas.

Esta estrategia de recurrir a criminales para que hicieran cierto trabajo sucio con fines de contrainsurgencia, en un contexto de Guerra Fría, digamos, actuaron con impunidad y no pasó nada. Ahí se detonó la espiral de casos de desaparición forzada y una espiral de casos de muertes violentas que no eran investigadas y que tampoco eran enjuiciadas. Fue entonces cuando empezó esta complicidad que después simplemente prevaleció y se normalizó a lo largo del siglo XX.

Esto lo abordo porque lo tengo muy presente, pues es parte de artículo que recién publiqué.1 Es importante tener claro que esa estrategia de seguridad militarizada de los setentas, con fines de contrainsurgencia, posibilitó que hubiera colusión entre agentes del Estado y redes criminales, pero también con fines de tráfico de drogas. El investigador Alexander Aviña, de la Universidad de Arizona, hizo una investigación en la que encontró documentos de espionaje desclasificados, que revelaron que los mismos aviones en los que se realizaron los vuelos de la muerte fueron utilizados para traficar droga hacia Estados Unidos. Y el periodista Juan Veledíaz de Sinaloa, hizo otra investigación en la que da cuenta cómo el Director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), Miguel Nazar Haro, al mismo tiempo que tenía elementos desplegados de sus brigadas en Sinaloa para aplastar a la guerrillas, recurrió a esa estructura para lucrar y dar protección a capos locales. Esa es la simiente que originó una expresión de violencia organizada como no la había habido antes, justo a partir de esta estrategia contrainsurgente. Y hablo de violencia organizada que es un término del periodista Sergio Rodríguez Blanco, de la Universidad Iberoamericana, en la que él se refiere a la violencia que genera un conglomerado de intereses que involucran al aparato de estado, paraestatales, iniciativa privada y mafias criminales.

A lo largo del siglo XX, la violencia organizada provocó que estados como Guerrero siguieran militarizados y eso se normalizara, pero insisto, fue por una estrategia de seguridad estadounidense en el contexto de la Guerra Fría. Ahora, en el contexto de la iniciativa Mérida, Calderón echó a andar una estrategia de seguridad militarizada que empezó en Michoacán, pero que después se expandió por todo el país. Según la periodista Anabel Hernández, en su libro Los señores del narco (2014) sostuvo que Calderón excarceló a uno de los generales que actuaron con más brutalidad en la “Guerra sucia”, Mario Arturo Acosta Chaparro, quien estaba purgando una condena por tráfico de drogas y había sido exonerado de una acusación por la desaparición de 143 personas en los vuelos de la muerte. Entonces, Calderón lo excarcela y lo tiene como asesor. Él fue su emisario para negociar con determinados jefes del narcotráfico y simultáneamente impulsó su estrategia de seguridad militarizada para combatir a ciertos grupos, mientras pactaba con otros.

Como podemos darnos cuenta, la violencia tiene un origen más antiguo: no es nada más en esta última década. Todo explotó y convulsionó al país. El origen es la impunidad en el periodo de contrainsurgencia arrancado en los años sesenta y particularmente intensificado en los setenta. Según el periodista Miguel Badillo, Calderón echó a andar, asesorado por Acosta Chaparro, una estrategia similar con el pretexto del combate al narcotráfico. También se realizaron acciones de contrainsurgencia, particularmente en Guerrero, y así fue como aplastaron al Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI). Entonces, la espiral que ya había detonado en casos de desaparición forzada, al tener una estrategia nacional de seguridad militarizada, que sirvió tanto para la sofocación de expresiones subversivas que ya iban evolucionando (el caso del ERPI), como para la reproducción de esta espiral. La estrategia que utilizó Acosta Chaparro en Guerrero, y después como jefe de la policía en el estado de Veracruz (donde tuvo un cargo policíaco en el que recurrió, según documentos desclasificados de seguridad, a redes criminales al servicio de las necesidades del gobernador estatal o a sus propios intereses) fue echar mano de criminales. Edgardo Buscaglia sostiene que en el gobierno de Calderón se crearon más de un centenar de grupos paramilitares para fines de seguridad y con el objetivo de “brindar protección”.

Retomando los mecanismos con los que surgió y con los que a lo largo de la historia se ha sostenido el orden patriarcal, me parece que este concepto permite explicar el sexenio de Calderón, quien recurrió a una narrativa de guerra: la guerra contra el narcotráfico. Al militarizar el país, puedes tener el control del territorio y al tener el control del territorio, tienes el control de los pueblos, tienes el de la movilidad y también de lo que se trafica ilegalmente: puede ser recursos naturales, puede ser armas, puede ser población migrante, pero también, al mismo tiempo, tienes el control de las personas que están ahí.

Entonces, es importante reconocer que, sobre todo en este sexenio, una juventud precarizada, víctima también de este orden patriarcal, criada culturalmente bajo el orden patriarcal, fue arrasada de múltiples maneras. Muchos hombres jóvenes reprodujeron esa violencia con la que crecieron a nivel familiar, escolar, barrial. La reprodujeron en otros hombres jóvenes, la reprodujeron sobre mujeres. Y algunos, porque fueron forzados o cooptados por las mafias, la reprodujeron por sobrevivencia: fue un medio para ganarse la vida, aunque sus propias vidas las hayan puesto también en riesgo.

Entonces, en el sexenio de Calderón vamos a ver que los casos de desaparición que se habían registrado en el periodo de contrainsurgencia de los setentas (que fueron entre 400 o 800 personas según las organizaciones de familiares víctimas de desaparición) cuando terminó su sexenio aumentaron a 120,000. La impunidad de ese periodo de contrainsurgencia en los setenta, mandó el mensaje de que en México no se penalizaban los casos de desaparición.

Ese mensaje pervivió y simplemente se siguió reproduciendo hasta hoy día mientras seguimos con una estrategia de seguridad militarizada. Corrijo, no es cierto, cuando hablé de 120,000 me estoy refiriendo a casos de muertes violentas. Al día de hoy tenemos más de 250,000 casos de muertes violentas y ese millar de casos de desaparición ahora son más de 100,000. Entonces, esta espiral de violencia es una expresión de la violencia patriarcal que todavía perdura y que además se está intensificando, por eso siguen aumentando los casos, y sobre todo en la última década, con este gobierno, vamos a encontrar cómo estas expresiones de violencia patriarcal van a centrarse en los cuerpos de las mujeres.

Por eso hay una crisis humanitaria por casos de feminicidio, una crisis inédita de casos de desaparición. Estamos hablando de más de 20,000 casos de mujeres desaparecidas y la mayoría son de mujeres entre los 14 y 24 años. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) envió una comisión recientemente. La comisión de casos de desaparición (no recuerdo el nombre oficial) vino a México e informó que había un crecimiento alarmante en los casos de desaparición de niñas, como nunca antes lo había habido. Entonces, conforme va agudizándose esta crisis civilizatoria del orden patriarcal la violencia aumenta sobre las poblaciones vulnerables, particularmente sobre mujeres, niñas y adolescentes.

–Nos preocupa mucho esa manifestación de una violencia muy brutal y descarnada que se aplica sobre los cuerpos, como si fueran el lienzo macabro de un artista que va ejecutando cierto tipo de castigo especializado, que lanza un mensaje de terror. En esta coordenada de explicación general que tú esbozas, ¿cómo se entienden estas manifestaciones de la violencia como matar, aniquilar y exterminar?, ¿cómo las explicarías?

–Son expresiones del orden patriarcal que han sucedido en toda la historia. Y han sucedido aquí en México. En los años noventa estábamos hablando de las “muertas” de Juárez, un concepto creado nada más para minimizar: no son “muertas”, no murieron por enfermedad o porque tuvieron un accidente, fueron asesinadas. Pero en cuanto a los feminicidios, ahí hubo una crisis en el Estado, porque además eran mujeres precarizadas. Entonces, no es una violencia reciente, es una violencia que ha existido y que antes estaba invisibilizada.

Lo que sucede es que ahora la evolución de esos fenómenos de violencia es muchísimo mayor. Lo que ahora diría es que son más visibles a partir de la insurrección, la expresión insurreccional de un movimiento feminista, que a partir de 2019 colocó estos temas en la agenda política nacional y en los medios de comunicación, porque la mayoría de quienes cometen feminicidio, entre un 30 o 40%, son las parejas de las víctimas. Entonces, en un primer momento se pensó que era violencia generada por una mente enferma, criminal, una mafia clandestina, o una patología; no, los feminicidas actúan porque ha habido impunidad, porque los cuerpos de las mujeres son desechables, porque pueden hacerlo y no pasa nada.

La impunidad ha agudizado en el orden patriarcal la violencia contra las poblaciones vulnerables, entonces, que haya mafias que tengan códigos en los que hay una representación propia de su crueldad, al colgar un cuerpo, desmembrarlo, prenderle fuego (que tampoco es algo totalmente nuevo) vemos que se repiten las expresiones, porque, vuelvo a lo mismo, en el orden patriarcal los cuerpos de las mujeres son desechables, porque si se dan cuenta han sido mujeres las que han sido víctimas. O cuerpos feminizados, porque también una población vulnerable es la de la comunidad de la diversidad sexual y de distinta identidad de género. O también, por ejemplo, feminizar el cuerpo es violarlo, es un hombre con una violencia contra otro hombre: lo violo, lo expongo y, en ese momento, lo feminizo.

Entonces, aquí hay algo importante que ha sido motivo de discusión dentro de las feministas. Hay una vertiente que dice: bueno, a partir de que se creó el concepto de feminicidio (en donde en muchas ocasiones se expone el cuerpo como una expresión de poder) eso no quiere decir que, a diferencia de los homicidios que se comenten contra los hombres (que son la mayoría en comparación con los feminicidios), no haya también una violencia excesiva sobre los cuerpos de las mujeres. Hay una idea en la que los hombres dicen: “a los hombres también nos matan”, pero a los hombres no los matan por ser hombres, a las mujeres las matan por ser mujeres, o las violan por ser mujeres, y además, a los hombres generalmente les matan con arma de fuego, o con un arma punzocortante, pero, en el caso de las mujeres, según los registros oficiales, hay mayor saña contra los cuerpos, porque las asfixian, las estrangulan, las queman, las ahorcan, las mutilan, entonces, esa violencia también se particulariza cuando hablamos de mujeres en emancipación, o de líderes, que están trasgrediendo los roles históricos de pasividad y sumisión que en México supeditan a las mujeres. Cuando una mujer trasgrede este estereotipo cultural, muchas veces la hace vulnerable a muchas formas de violencia.

–¿Y hay lugares en el país donde puedas decir: “aquí no está sucediendo eso”?

–En las comunidades Zapatistas no hay feminicidios.

–¿Por qué ahí no?

–Porque viven un ejercicio distinto de poder. Están en un proceso de aprendizaje de un ejercicio distinto de poder, fuera del orden patriarcal; es por eso y porque es crítico al modelo global. Es muy interesante que, pese a esta crisis civilizatoria planetaria, vemos que, en el caso de la defensa del territorio, cada vez más frecuentemente las protagonistas son mujeres, y mujeres jóvenes. Y eso es muy importante, porque eso también ha provocado que sean perseguidas o que sean asesinadas. Pero al mismo tiempo, si en las ciudades o en las zonas urbanas el que haya morras que se visten de negro y que recurran a acciones directas para confrontar al orden establecido, en comunidades rurales y, sobre todo, indígenas donde el orden patriarcal es mucho más pronunciado, el que haya mujeres que están liderando, o que participen en luchas de defensa del territorio, es muchísimo más transgresor para ellas.

Pero al mismo tiempo, esta violencia estructural a medida que se han incrementado los flujos migratorios (que eran particularmente de hombres y que ahora son más diversos), también ha colocado a las mujeres en escenarios de liderazgo que ellas están asumiendo de una manera muy interesante y asombrosa.

–Como las que se organizan en las búsquedas de los desaparecidos…

–Esa es otra expresión, una expresión que también surgió en los años setentas. Es importante que tengamos claro que esas madres buscadoras de ahora son una extensión, digamos, de la búsqueda de madres como Rosario Ibarra de Piedra, que murió este año, y que hasta el último año de su vida siguió exigiendo la aparición de su hijo. Entonces hubo madres buscadoras que confrontaron al orden establecido y sin motivaciones ideológicas, sino por el simple amor a su familiar, a su hijo, a su hija, lograron romper el cerco político de seguridad mediático. Ese es el origen de la defensa del movimiento en defensa de los derechos humanos de este país, esas madres buscadoras.

Ahora, desafortunadamente, esa impunidad de los años setentas, en el caso de la desaparición forzada, provocó que ahora veamos una diversidad de colectivos de madres buscadoras, particularmente en el centro y en el norte del país, que de manera independiente han tenido que aprender el conocimiento antropológico, jurídico, geográfico, para hacer esta búsqueda. En ese sentido, el país se ha convertido, en mi opinión, en una república de fosas, ante la indolencia de quienes nos han gobernado bajo un orden patriarcal, no importa el partido político, igualmente de indolentes han sido Calderón, que Peña Nieto, que López Obrador.

–Y lo que está de fondo es contrarrestar esta impunidad.

–Pero no hay interés en hacerlo, por eso se crea una comisión de la verdad y el día que se está presentando en el campo militar número uno, el presidente está eximiendo responsabilidad al ejército. El ejército es un instrumento del orden patriarcal.

–Al hablar de una “república de fosas”, se trata de una aseveración que convierte al país en un inmenso cementerio, justo debajo de la superficie visible…

–¿Y no lo es?

–Tú que has trabajado en estas circunstancias y en estas condiciones, cómo ves el desafío que representa la identificación de los cuerpos, sobre todo y por señalar un ejemplo, si en los Servicios Médicos Forenses (SEMEFOS) hay 55,000 cadáveres sin identificar ¿cuál es el gran problema que se presenta aquí?

–La falta de voluntad política. No es una prioridad del gobierno (ni para los gobiernos estatales) identificar los cuerpos, son cuerpos desechables. Desechables doblemente. Por un lado, por quienes fueron los perpetradores, o sus victimarios, y por otro lado, porque la prioridad de este gobierno federal es el Tren Maya, es la refinería de Dos Bocas, o el nuevo aeropuerto Felipe Ángeles, y desafortunadamente al gobierno le ha faltado voluntad. Lo que está haciendo es acrecentar esta crisis humanitaria que no tiene parangón en la historia moderna de este país, por el número de casos de desaparición y de muertes violentas.

–Mucho se habla de una tragedia humanitaria en este país, pero ¿crees que esta falta de voluntad política por parte de este gobierno, así como de los anteriores, es más bien un pacto de impunidad?, precisamente porque al impedir la justicia a la sociedad un Estado autoritario se cubre a sí mismo…

–Pues es un pacto patriarcal. Hay un pacto patriarcal entre grupos de poder y entre expresidentes. Es muy claro en este gobierno, pues no se toca al antecesor inmediato, se centran los ataques en el gobierno previo y eso se hace como una estrategia para no asumir la responsabilidad a la crisis actual.

–Y entonces, en este entramado ¿qué se puede hacer para contrarrestar todo este terror, toda esta violencia?

–Yo agregaría un elemento más, que tiene que ver con la imposición de megaproyectos, el despojo y la destrucción del territorio, particularmente de pueblos originarios, o el que tiene una condición agraria, ejidal. Eso, a diferencia de fines del siglo XX, a las décadas de los ochentas y noventas, donde era muy clara territorialmente la lucha de grupos contrainsurgentes, de grupos guerrilleros, de movimientos sociales radicales con distintas causas no agrarias, ejidales, en defensa de la tierra, o en defensa de la producción del café o del maíz, etcétera, esos territorios de la defensa comunitaria donde en el principio del siglo XXI empezaron a asomarse los procesos autonómicos de varias comunidades influenciadas por el movimiento zapatista, ahora están siendo desgarrados por la delincuencia organizada.

Entonces, el gobierno ha inmovilizado movimientos, mientras que por otro lado ha agudizado la violencia institucional que viven las comunidades, ante la imposición de proyectos de despojo, de extensión territorial, o de recursos naturales, por lo cual todas estas luchas han aumentado su vulnerabilidad y eso ha provocado una multiplicación de conflictos comunitarios en todo el país, como no los había habido en todo el siglo XX.

Su situación se agrava porque ha habido una estigmatización por parte del presidente al desdeñarlos, al estigmatizarlos como seudoambientalistas y eso ha complicado aún más su defensa, sus luchas; entonces, vivimos en un escenario bastante complicado. ¿Qué se puede hacer? Pues voltear a ver a los movimientos a las, los, les, nuevos protagonistas en estas luchas.

Una expresión transgresora que ha confrontado a este orden patriarcal, es el amplio movimiento de mujeres, el feminismo que ha irrumpido en este país. Y como dice Rita Segato, las feministas no están en contra de los hombres, están en contra del orden patriarcal, porque también hay mujeres que sostienen el orden patriarcal. Entonces, lo que observo es que las nuevas generaciones vienen fuerte por un cambio de conciencia colectiva que va más allá de las ideologías, simplemente están viendo las cosas de una manera distinta y si vamos a encontrar apatías (y es explicable ante esta crisis), si vamos a encontrar miedo (sobre todo en mujeres jóvenes), al mismo tiempo es interesante observar, en el caso del amplio movimiento de mujeres y de feminismos anti patriarcales (porque no todas se denominan feministas) es que estos colectivos en el país están realizando acciones comunitarias, barriales, en sus planteles escolares, que son como pequeñas células, y es un proceso donde están viviendo su proceso de aprendizaje.

No hay liderazgos visibles, hay distintos posicionamientos, a veces en pugna, pero eso sucede en todos los movimientos sociales. Y estas colectivas son quienes están adoptando, por ejemplo, a colectivos de madres buscadoras que han sido abandonadas por el Estado; que acompañan a las madres de víctimas de feminicidio o desaparición. Observo la emergencia de un cambio de conciencia colectiva, y para mi es una expresión del amplio movimiento de mujeres que está transformando la situación gradualmente, pero que están ahí. Y lo observo también en los movimientos, o en las comunidades en defensa del territorio, en esta multiplicación de conflictos comunitarios en los que las mujeres están aprendiendo a organizarse de diversas maneras, hasta agotar distintas vías de lucha (entre ellas, la jurídica), que están teniendo también triunfos importantes.

Y me parece que es hacia allá donde es importante poner la mirada, porque es donde se están planteando formas distintas del ejercicio del poder y de organización. Hay que seguir viendo a las comunidades zapatistas que siguen resistiendo como una expresión contra el orden establecido, que recientemente han sido violentadas por grupos paramilitares y también a través de confrontaciones intercomunitarias, pero que ahí siguen.

Entonces, al ver toda esta evolución de las expresiones de la violencia patriarcal en este momento, pienso que estamos viviendo un punto de inflexión a partir del surgimiento del amplio movimiento de mujeres, feministas, antipatriarcales. Y no es únicamente una expresión mexicana, sino a nivel global, que también está vinculada a la defensa del territorio y la defensa del planeta.

–Para tener esa mirada, ¿cuál crees que debería ser el vínculo entre el ser periodista, ser académico y ser activista?, ¿deben estar vinculados estos escenarios, lo están?

–Yo pienso que sí. En el caso del periodismo yo no creo en el periodismo objetivo, aunque así nos lo hayan enseñado, o lo enseñan en las universidades. Yo me apropié de una expresión de la periodista Rosa Rojas, que fue la pionera en el periodismo en cubrir a los pueblos originarios. Ella estuvo en La Jornada y se lo escuché una vez: “Yo creo en el periodismo subjetivo, pero ético”; es decir, ejercer el periodismo con toda la subjetividad de lo que una persona es. En mi caso, elegí recoger las voces de las poblaciones vulnerables, pero es ético: eso no quiere decir que las voy a victimizar, ni que voy a magnificar sus voces, ni voy a tergiversar la realidad, o voy a dejar de recoger las voces de los distintos actores que están en esta historia, sobre todo cuando estamos hablando de un orden patriarcal. Es importante tener en esa mirada, o en una mirada ampliada, todas las voces registradas. Esto es lo que corresponde periodísticamente. Y hay que tener cuidado en no hacer un periodismo que revictimice a las víctimas y que refuerce la narrativa oficial que justifica la militarización del país.

–De hecho toda tu exposición ha sido eso: un contra argumento hacia esta visión que, por un lado, viene de círculos de izquierda y, periodistas; y por el otro lado, que viene directamente de la Presidencia de la República: primero, la guerra del narco y, luego, una historia de las víctimas. Presenciamos una emergencia global de un movimiento de mujeres, lo que los zapatistas llamaban las “bolsas de la resistencia”, en un país, como el nuestro, donde este movimiento se enfrenta a esta sofocación de la oposición política, al igual que se enfrenta a los grandes proyectos de acumulación y despojo legal.

–Pero aquí hay algo muy importante, que atraviesa al movimiento amplio de mujeres, particularmente de las nuevas generaciones. A diferencia de otros movimientos, o luchas en la historia de la izquierda motivados por ideologías, en este caso, al movimiento insurreccional de las jóvenes, de las morras como se auto denominan, lo atraviesa un factor indiscutible que es el de la sobrevivencia. Estas jóvenes han crecido viendo fotografías en fotocopias en los espacios públicos, en los medios de comunicación y en las redes sociales, de mujeres víctimas de feminicidio, de mujeres y niñas desaparecidas. Hablamos de sobrevivencia; su vida está en juego y eso no lo puede superar ninguna ideología. Eso las ha hermanado, las está hermanando. A diferencia de cualquier otra generación que ha vivido esto.

Por eso tienen tanta rabia, y estas mujeres jóvenes, que están aprendiendo a organizarse, que tienen contradicciones, que tienen pugnas, que de pronto pareciera que desaparecieron del escenario, que ya no están y, sin embargo, están haciendo cosas y luego se cansan y luego toman otras cosas; estas mujeres, el día de mañana van a exigir estar en lugares del ejercicio del poder, pero yo confío en que lo ejerzan de manera distinta. La esperanza es este amplio movimiento de mujeres y de niñas. Entonces, más bien es cómo las vamos a acompañar y cómo se van a criar también niños y adolescentes que no reproduzcan ni sostengan el orden patriarcal. Esa es la esperanza para mí.

–Quisiéramos preguntarte sobre la disputa por la nomenclatura, sobre esta resignificación de territorios que por doquier están aflorando; esos antimonumentos o símbolo monumental de la protesta social, como el de “Las mujeres que luchan”. ¿Qué opinión tienes a propósito?

–Hay algo que quiero puntualizar antes y que está vinculado con esto que ustedes dicen. A diferencia de otras generaciones de mujeres que lucharon por derechos muy particulares, como una causa política, el derecho al aborto, el derecho al trabajo, el derecho al divorcio, el derecho al voto, el derecho a vivir la sexualidad, el lesbianismo, a usar la píldora anticonceptiva, esta generación lucha por algo tan básico como el derecho a vivir una vida libre de violencia, libre de miedo; es decir, por el derecho a vivir.

Hay una reivindicación interesante del cuerpo como territorio: “la cuerpa”, le dicen, “mi cuerpa”. Y de ir más allá de verlo como una causa política, sino que tiene que ver con algo más íntimo que representa el cuerpo, que tiene que ver con una reivindicación de la menstruación, por ejemplo, como parte del cuerpo; que tiene que ver con que una expresión radical se vista totalmente de negro y se cubra el rostro y de pronto es: “somos todas”. No hay un liderazgo en particular, que es un poco también lo que hicieron también los zapatistas al encapucharse (y que por cierto hay vínculos que hermanan a los movimientos).

Pero lo interesante es que hay expresiones transgresoras de protesta de estas nuevas generaciones que recurren al performance, a la toma de espacios públicos, a las acciones de protesta, en ocasiones violentas. Una de estas expresiones ha sido la de la apropiación y la resignificación de territorios.

En el caso de colocar un antimonumento como símbolo de lo que no debe olvidarse, como lo que ha sucedido en Avenida Reforma, esta colocación de distintos anti monumentos a lo largo de 2014 para acá, a partir de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas, ha cambiado el paisaje urbano. De pronto, al encontrarse con un antimonumento uno se pregunta: “¿Qué está haciendo esto aquí?”.

Por ejemplo, el del 68 enfrente de Palacio Nacional; uno se pregunta: “¿Qué hace eso ahí?”, “¿cómo llegó ahí?”, “¿por qué está eso ahí?”, es muy importante, muy interesante, porque habla de la apropiación del espacio público como vía de protesta, pero de una apropiación que, a diferencia de otras protestas, o en otras luchas donde era algo efímero que de pronto va a desaparecer, es dejar el monumento ahí, que sea perdurable.

Y para mí las expresiones, los antimonumentos más interesantes ahora, es la “Glorieta de las mujeres que luchan”, que sorprendió por su osadía al haber desafiado al Gobierno de la Ciudad de México, poniendo ese símbolo de la representación de una mujer con el puño en alto. Pero también recientemente lo hemos visto con los colectivos de familias que tomaron la glorieta de la ex palma2, ahora ahuehuete, en vías de recuperación. Me parece que, por un lado, son desafiantes; pero también se están haciendo en espacios que tienen un valor histórico simbólico, o en el caso de la avenida Reforma, pues en la avenida más exclusiva de este país. Es una manera de poner enfrente de toda la gente que pasa por ahí, la crisis humanitaria que estamos viviendo, de violencia de género y de casos de desaparición.

–Es decir, tampoco para un gobierno local que se asume como un gobierno de izquierda, este problema es una prioridad.

–No sólo eso, también los casos de desaparición. A los colectivos de familiares madres y padres de desaparecidos les quitaron todas las fotografías que habían puesto. Al decir: “Vamos a quitar a esa mujer con el puño en alto de la glorieta de las mujeres que luchan”, toman decisiones de poder. Lo interesante es que ahora estas retículas trasgresoras, de manera ingeniosa, buscan que esa vista de protesta siga perdurando en ese lugar. Algo que me parece importante con el tema de la violencia es que las mujeres y las jóvenes, conforme ha ido aumentando la violencia en los últimos años, han salido a protestar a los espacios públicos a edades cada vez más tempranas. Son morras jóvenes.

Para mí, la esperanza es este amplio movimiento de mujeres y de niñas. Entonces, más bien, la pregunta es: ¿cómo las vamos a acompañar? Y, ¿cómo se van a criar también niños y adolescentes que no reproduzcan y sostengan el orden patriarcal? ¡Esa es la esperanza para mí!

–Esa generación se encargará de hacer el futuro. ¡En verdad, tu mirada es esperanzadora!

–Gracias a ustedes por terminar esperanzados. ¡Me gustan sus sonrisas!

*La transcripción de la entrevista es obra de Malú Villavicencio, secretaria del Departamento de Sociología de la UAM, Azcapotzalco, a quien agradecemos de manera fraterna su labor.

1Castellanos, L. (2022-07-26). La Comisión de la Verdad no puede obviar la responsabilidad del Ejército en México. En The Washington Post. Disponible en: https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2022/07/26/comision-de-la-verdad-mexico-ejercito-guerra-sucia-amlo/

2La Glorita de la Palma, ubicada en Avenida de la Reforma, Ciudad de México, fue un proyecto del arquitecto Louis Bolland que se completó en el año 1865. Desde entonces, una palma estuvo plantada en ésta. En el año 2022 fue sustituida por un árbol de Ahuehuete.

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