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Andamios

versão On-line ISSN 2594-1917versão impressa ISSN 1870-0063

Andamios vol.19 no.50 Ciudad de México Set./Dez. 2022  Epub 29-Set-2023

https://doi.org/10.29092/uacm.v19i50.952 

Traducción

Matar, exterminar, aniquilar*

Ignacio Ramonet

Traducción:

América Bustamante Piedragil** 

**Profesora en la Coordinación de Enseñanza de Lenguas Extranjeras de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa, México. Correo electrónico: ame.bustamante@gmail.com


La historia es una pesadilla de la que intento despertar.

James Joyce, Ulises

A 800 kilómetros de Nueva Zelanda, las islas Chatham habían estado habitadas durante siglos por los Moriori, un pueblo de cazadores-recolectores no guerreros, que tenía una larga tradición de resolución pacífica de conflictos. El 19 de noviembre de 1835 llegaron barcos con unos 500 maoríes armados con pistolas, palos y hachas, seguidos el 5 de diciembre de un nuevo contingente de 400 maoríes armados. Comenzaron a recorrer los territorios anunciando a los habitantes de Chatham que ahora ellos eran sus esclavos y que los matarían si se rebelaban. Mucho más numerosos que los invasores, los Moriori se reunieron en consejo y decidieron no pelear, sino hacer una oferta de paz y amistad, y compartir sus recursos.

Los Maoríes decidieron atacar. En pocos días, mataron a cientos de Moriori, asaron y se comieron a muchas de sus víctimas, y esclavizaron al resto. En las siguientes semanas, exterminaron a casi todos los supervivientes. Un sobreviviente dijo: “Empezaron a matarnos como ovejas. Aterrorizados, huimos al monte. Nos escondimos en todos los lugares posibles. Fue en vano. Nuestros enemigos nos descubrieron y nos mataron a todos -hombres, mujeres, niños- sin excepción…” (Diamond, 2000, p. 52). Exterminio olvidado, el de los Moriori de las Islas Chatham nos recuerda que decenas de otros pueblos, a lo largo de la historia, han sido borrados metódicamente del mapa. Esta práctica de destrucción sistemática de un grupo étnico, que a partir de 1945 se denominará “genocidio”,1 no es específica de las llamadas regiones “bárbaras” o “salvajes”. También es, por desgracia, una de las características de la civilización occidental. Según muchos historiadores, desde la antigüedad, el exterminio de un grupo de adversarios (combatientes o no) y en ocasiones de toda una comunidad étnica, en las horas o días posteriores a la batalla, ha sido uno de los usos más comunes de los enfrentamientos armados en Occidente.

Así, por ejemplo, para Alejandro Magno (356-323 a.C.), discípulo de Aristóteles y modelo clásico del estadista ilustrado:

la estrategia de la guerra no significaba la derrota del enemigo (...) sino, como le había enseñado su padre, la aniquilación de todos los combatientes y la destrucción de la misma cultura que había osado oponerse a su dominación imperial. (...) La carnicería de la que se dispone de mejor información es la de Tiro y Gaza en Fenicia (...) Tras un asedio de dos meses, Alejandro permitió a sus tropas masacrar a la población [de Gaza] a su antojo. Todos los hombres fueron exterminados. Cerca de 10 000 persas y árabes perecieron. Miles de mujeres y niños capturados fueron vendidos como esclavos. Alejandro mandó atar a Batis, el gobernador de Gaza, mandó perforarle los tobillos para pasar correas a través de ellos y lo hizo arrastrar por la ciudad, a la manera de Aquiles, hasta que el torturado expiró (Davis, 2002, p. 111-113).

En la Biblia, uno de los libros fundadores de la civilización judeocristiana, Josué, sucesor de Moisés y conquistador de la Tierra Prometida, muestra una dureza similar cuando toma Jericó:

El pueblo subió a la ciudad, cada uno por su lado, y tomaron la ciudad. Entonces maldijeron todo lo que había en la ciudad, desde el hombre hasta la mujer, desde el joven hasta el viejo, y desde el buey hasta la oveja y el asno, pasando todo por la espada (...) Luego quemaron todo con fuego, la ciudad y todo lo que había en ella (La Bible, Le livre de Josué. 1956, p. 642).

Josué y sus tropas también fueron despiadados con los habitantes de Ai: “Los golpearon hasta el punto de no dejar ni un sobreviviente, ni un fugitivo”. Cuando terminaron de:

matar a todos los habitantes de Ai, en el campo, en el desierto donde los habían perseguido, y cuando todos, hasta la extinción, cayeron bajo el filo de la espada, entonces [ellos] de nuevo volvieron a Ai y la golpearon con el filo de la espada. El total de los que cayeron ese día, tanto hombres como mujeres, fue doce mil, toda la gente de Ai (La Bible, Le livre de Josué. 1956, p. 649).

Entonces se apoderaron de “todo el país desde Qadés-Barnea hasta Gaza, desde Gosén hasta Gabaón”. En cada ocasión es un matadero, un destripamiento, una matanza, porque se trata de hacer lugar a los recién llegados: “Todo el botín de estas ciudades y el ganado [lo] tomaron como botín para ellos, pero a todos los hombres los golpearon con el filo de la espada hasta exterminarlos; no dejaron ningún ser con vida” (La Bible, Le livre de Josué. 1956, p. 662).

Si hasta los héroes griegos y los de la Biblia, referentes de los hombres del Renacimiento, pueden comportarse así, ¿por qué no iban a ser igual de despiadados los guerreros occidentales del siglo XVI? Sobre todo, ante los “salvajes” de los que uno se pregunta si tienen alma y si pertenecen a la raza humana. Esto es lo que dijeron los conquistadores españoles y portugueses cuando se lanzaron al ataque de las civilizaciones del Nuevo Mundo, las cuales iban a demoler en una especie de carnicería universal.

Estos pueblos de América entregados a las más bárbaras y refinadas crueldades despertaron la indignación de Las Casas2 y Montaigne. Invadido por una inmensa piedad a las víctimas, éste denunció:

Tantas ciudades arrasadas, tantas naciones exterminadas, tantos millones de pueblos pasados por la espada y la parte más rica y hermosa del mundo puesta de cabeza por el comercio de perlas y pimienta (Montaigne, 1965, p. 910).

La conquista de las Indias presagia la expansión colonial (Ferro, 2003) de los estados europeos que vendrá acompañada de múltiples exterminios. Revivirá durante los siglos XVII, XVIII y XIX, a una escala alucinante, el tráfico de esclavos africanos hacia las plantaciones del Caribe y Estados Unidos.3 En términos cuantitativos, la trata constituye el exterminio de seres humanos más cruel de la historia. Se estima que 20 millones de africanos fueron traficados, vendidos como esclavos. Y por cada esclavo que llegó a América, cinco fueron asesinados en las cacerías humanas en África o murieron en el mar.

Se podría pensar por un momento que con la evolución de las costumbres y el progreso del derecho -Habeas corpus, prohibición de la tortura, declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, abolición de la esclavitud, convenciones de Ginebra (la primera fue firmada en 1864)-, cesarían estas prácticas de exterminio. No sucedió. E incluso los historiadores han calificado el siglo XX como El siglo de los genocidios.

Los hubo, primero, en una África entregada a la codicia colonial. Ya en 1904, los alemanes masacraron a 60.000 hereros en Namibia para limpiar el lugar a sus colonos (incluido el padre del mariscal Goering, uno de los principales dignatarios nazis).

Luego, la ola de exterminio volvió a Europa. Comenzó en el Imperio Otomano, donde, de 1915 a 1916, 1,200,000 armenios fueron condenados a muerte según un plan concebido por las autoridades y ejecutado por miles de verdugos civiles y militares (Termon, 2004). Este carácter sistemático lo convierte en un genocidio indiscutible, que el gobierno de Ankara se empeña en no reconocer. Tendrá que hacerlo si quiere que Turquía se una a la Unión Europea.

Los historiadores también debaten si la gran hambruna de Ucrania provocada bajo el mandato de Stalin en 1932-1933 constituye o no un genocidio. El resultado fue la muerte por inanición de, aproximadamente, diez millones de personas. Es una de las páginas más despreciables del estalinismo.

En este punto, pensamos que habíamos conocido todos los horrores. Nos equivocamos. La abominación absoluta estaba por llegar. Bajo el Tercer Reich (1933-1945), en Alemania, un país donde el nivel de civilización había alcanzado los picos más altos. La furia antisemita, convertida en un obsesivo delirio racista, fue forjada por Adolf Hitler y desembocó en el demencial proyecto de exterminar a los judíos de Europa. Este proyecto se llevó a cabo de forma planificada, con la complicidad de cientos de miles de alemanes y europeos. Y esto se tradujo en la destrucción de seis millones de judíos europeos en campos de exterminio, de los cuales Auschwitz sigue siendo el símbolo más doloroso.

Una vez más, existía la esperanza de que no volvieran a ocurrir crímenes de naturaleza similar. Nos equivocamos de nuevo. Hacia fines de siglo, la peste del genocidio volvió como una epidemia. En 1975, en Timor Oriental, 200 000 habitantes fueron exterminados por las fuerzas armadas indonesias (Jardine, 1999). Ese mismo año y hasta enero de 1979, el régimen de los Jemeres Rojos en Camboya,4 en nombre de una especie de racismo social asesinó a unos 2 millones de personas.

También se produjeron las terribles “limpiezas étnicas” en los Balcanes. De nuevo, había campos en los que se acorralaba, y a veces se mataba, a personas cuyo único delito era pertenecer a comunidades de una lengua o religión diferentes.

Y el siglo terminó en un crepúsculo de sangre, con una “temporada de los machetes” (Hatzfeld, 2003), en abril-mayo de 1994 en Ruanda. Casi un millón de personas fueron masacradas, despedazadas, mientras las grandes potencias miraban hacia otro lado.

Matar, exterminar, aniquilar, estas son las prácticas ordinarias de los seres humanos cuando son presa del demonio del racismo, del antisemitismo, del odio al otro. ¿Es esta la única lección de la historia? No. Porque, desde los juicios de Nuremberg en 1945, la opinión pública exige el castigo de los culpables. Ahora, la Corte Penal Internacional existe, a pesar de sus limitaciones. Este es un gran paso hacia delante. Y es de esperar que ningún verdugo escape más a su castigo.

Fuentes consultadas

La Bible (1956). Le Livre de Josué. París: Gallimard. [ Links ]

Davis, V. (2002). Carnage et Culture. Les Grandes Batailles qui ont Fait l’Occident. París: Flammarion. [ Links ]

Diamond, J. (2000). De ’Inégalité Parmi les Sociétés. Essai Sur l’Homme et l’Environnement dans l’Histoire. París: Gallimard . [ Links ]

Ferro, M. (2003). Le Livre Noir du Colonialisme. XVIe-XXIe Siècle: de l’Extermination à la Repentance. París: Gallimard . [ Links ]

Hatzfeld, J. (2003). Une saison de machettes. París: Seuil. [ Links ]

Jardine, M. (1999). East-Timor: Genocide in Paradise. Tucson: Odonian Press. [ Links ]

Montaigne, M. (1965). Essais. París: Gallimard . [ Links ]

Termon, Y. (2004). Le Génocide des Arméniens de l’Empire Ottoman . En L’Arche. Abril. París. [ Links ]

*Publicado originalmente en francés en la revista Le Monde diplomatique, en agosto del año 2004, como introducción al dossier: “Los genocidios en la historia”, coordinado por Ignacio Ramonet, Christian de Brie y Dominique Vidal. Se puede consultar en el idioma original en la dirección electrónica: https://mondediplomatique.uam.elogim.com/mav/76/RAMONET/56232#nb10 Agradecemos a Jahan Salehi, director de The Global Agence, por habernos otorgado el permiso de la traducción.

1Del griego genos, raza, con el sufijo “cidio”, que significa “matar”.

2Bartolomé de Las Casas (1484-1566), dominico español, autor de Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias (1542).

3El país no abolió la esclavitud hasta 1860.

4Cf. La película S21, la machine de mort khmer rouge, de Rithy Panh (2003).

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