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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.19 no.48 Ciudad de México ene./abr. 2022  Epub 30-Jun-2022

https://doi.org/10.29092/uacm.v19i48.910 

Artículos

Escuchar la migración hondureña, comprender las violencias en origen*

Listening to the honduran migration, understanding the violence in origin

Delphine Prunier** 

**Investigadora asociada “C” de Tiempo Completo en el Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM. Es miembro del SNI, nivel 1. Correo electrónico: prunier.delphine@sociales.unam.mx


Resumen

El artículo busca analizar las diferentes formas de violencia que llevan a los migrantes a huir de su país. Se enfoca en comprender el fenómeno de la expulsión migratoria desde una perspectiva estructural que dirige la atención hacia las relaciones de poder, las desigualdades y las fracturas socioespaciales. La contribución no ignora la violencia relacionada con las pandillas, pero se dedica a visibilizar las otras dimensiones de la violencia que impregnan la realidad migratoria contemporánea. En la primera parte, expongo las condiciones de la investigación etnográfica. En la segunda, discuto diferentes perspectivas teóricas sobre la relación entre violencia y migración. En la tercera parte, propongo escuchar la migración hondureña, dando ampliamente la palabra a los propios migrantes, para profundizar la comprensión de las violencias en origen en tres ámbitos: el íntimo/familiar, el laboral/productivo, el ciudadano/político.

Palabras clave: Migración; violencias; expulsión; Honduras

Abstract

The article seeks to analyze the different forms of violence that lead migrants to flee their country. It focuses on understanding the phenomenon of migratory expulsion from a structural perspective that directs attention to power relations, inequalities and socio-spatial fractures. The contribution does not ignore gang-related violence, but is dedicated to make visible the other dimensions of violence that permeate the contemporary reality of migrations. In the first part, I present the conditions for ethnographic research. In the second part, I discuss different theoretical perspectives on the relationship between violence and migration. In the third part, I propose to listen to Honduran migration, giving the floor to the migrants themselves, in order to deepen the understanding of violence at origin in three areas: the intimate/family, the labor/productive, and the citizen/political.

Key words: Migration; violence; expulsion; Honduras

La migración centroamericana y su travesía por México no tiene nada nuevo. Ha ocurrido desde el siglo pasado, en particular durante los periodos de Guerra Civil de los años 1970 y 80 y a lo largo del periodo de transición hacia la democracia y apertura neoliberal de los 1990, involucrando tanto al sistema migratorio norteamericano como a flujos circulares y temporales o desplazamientos forzados a nivel intrarregional o hasta nacional, muy a menudo ocultados. A partir de la mitad de la década de los 2000, el exilio centroamericano se ha evidenciado de manera más apremiante y México tuvo que asumir su papel de país de tránsito (no solamente de emigración) al mismo tiempo que el imaginario colectivo integraba las imágenes de migrantes viajando en el techo de la Bestia, el tren de carga que atraviesa los paisajes de peligro y criminalidad.

El 2009 fue un año clave para Honduras, que estuvo puesto en la mira como país de alta expulsión migratoria, cuando el número de migrantes hondureños cruzando México se elevó rápidamente a raíz del golpe de Estado y del paso de huracanes que impulsaron ambos una crisis tanto democrática como ambiental y económica. Este fenómeno de migración irregularizada y de alta vulnerabilidad en el camino hacia el norte estuvo presente en la geopolítica regional desde entonces hasta que, en el 2018, las llamadas “Caravanas” entraron en escena. Agudizaron las tensiones en las fronteras al mismo tiempo que la mediatización de estas migraciones masivas colocaron la discusión sobre la huida de la población centroamericana en el corazón del debate público, entre preocupaciones de orden securitario y humanitario. Honduras apareció entonces como uno de los mayores países expulsores del istmo, abriendo múltiples interrogantes sobre las causas de lo que se considera como “desplazamientos forzados”: estos movimientos migratorios ya no se pueden entender (solamente) desde la categoría de migraciones económicas y obligan a adoptar otros patrones de interpretación que incluyan el refugio, la crisis climática, la pobreza estructural, el Estado fallido y la violencia (Gómez-Johnson, 2015; Winton, 2018; Coraza de los Santos y Gatica, 2019; Wolf, 2020; Castillo, 2020).

En esta literatura reciente sobre migración forzada en Centroamérica, el foco está puesto, muy a menudo, en el pandillerismo, la delincuencia organizada, las amenazas cotidianas del narcotráfico y las violencias directas, en particular en ámbitos urbanos, como causas centrales de la migración. El presente trabajo parte de la hipótesis de que, si bien el peligro y la violencia inmediata constituyen sin duda elementos cruciales en la decisión de migrar -de huir-, existe un vacío en las investigaciones sobre los factores de expulsión migratoria. En efecto, al enfatizar mucho en el carácter visible -y ciertamente real, feroz e impactante- de estas condiciones de riesgo, intimidaciones, atropellos a la libertad del día a día y brutalidades perpetuadas por grupos mareros por ejemplo, considero que se pierde de vista la dimensión estructural e histórica de las violencias en origen, como factores de desigualdad y marginalización que provocan migraciones.

Este artículo busca por lo tanto comprender las condiciones de salida en claves de violencias indirectas y desigualdades socioterritoriales: ¿Cómo analizar la expulsión migratoria y el factor central de la violencia en los lugares de origen, prestando toda la atención necesaria a las relaciones de poder y a los sistemas de injusticia que se encuentran arraigados en los espacios y en las sociedades centroamericanas, y resultan por lo tanto menos visibles, menos fáciles de detectar? Para contestar esta pregunta, afirmo la necesidad de construir un análisis que permita entrelazar el fenómeno de la violencia directa, de la amenaza y del miedo (indudablemente omnipresente en los testimonios) con las múltiples otras expresiones de violencia que impregnan en Honduras y que requieren de una mayor atención hacia los espacios y los tiempos largos de los procesos de dominación. El reto metodológico y analítico reside entonces en conectar los relatos y experiencias vividas en carne propia (individuales y colectivas) con un nivel de lectura más amplio y sistémico. El artículo se propone entonces “escuchar la migración”, la voz de los migrantes hondureños, quienes, a través de sus relatos sobre sus tramas de vida en origen, nos permiten hilar claves de reflexión sobre las dimensiones indirectas y estructurales de la violencia en esta zona de expulsión migratoria.

En un primer tiempo, presentamos la metodología empleada y las condiciones de entrevista con los migrantes hondureños en un albergue de la Ciudad de México (CDMX). En una segunda parte, se exponen algunos elementos de discusión sobre la emergencia, relevancia y crítica de la categoría de “migración forzada”, con el objetivo de evidenciar la necesidad de considerar diferentes tipos de violencia y escalas de análisis para entender la relación entre migración y violencias (in)directas. En la tercera parte, se comparten extractos de entrevistas y se analizan a la luz de los mecanismos de violencia producidos histórica y estructuralmente, en los ámbitos de lo íntimo/doméstico, de lo productivo/laboral y de lo político/estatal.

Condiciones de la investigación y trabajo etnográfico

Fue precisamente la necesidad de cuestionar la noción de violencia la que surgió al empezar las primeras entrevistas que realicé con migrantes hondureños y al contrastarlas con las hipótesis planteadas en fases preliminares de mi investigación. Esta contribución nace de una preocupación inicial por indagar acerca de los factores de expulsión migratoria en Centroamérica, es decir, de un acercamiento a los estudios migratorios que pone en el centro de la atención las asimetrías socioterritoriales en los países de origen. Al no poder acceder a estos espacios centroamericanos para estudiar las expresiones de estas desigualdades en los territorios de partida de los migrantes durante el periodo de pandemia, opté por adaptar mi metodología de investigación y realizar entrevistas con hondureños que se encuentran en un albergue de la CDMX: Casa Tochan.

En esta primera fase del proceso de investigación, entre enero y mayo del 2021, se realizaron 13 entrevistas con migrantes hondureños: 2 mujeres, 11 varones; entre 12 y 46 años (la mayoría entre 17 y 28 años). Se encontraban en tres tipos de situación: solicitantes de refugio en espera de resolución ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR); refugiados con documentos pero en condiciones de precariedad laboral y económica, para los cuales el albergue representa un espacio de seguridad y asistencia; migrantes de paso que llegan al albergue para periodos relativamente cortos (de algunos días a algunas semanas) pero no pretenden quedarse en México, sino seguir rumbo a los Estados Unidos, donde tienen contactos, amigos o familiares que alcanzar.

Si bien los temas de las condiciones de viaje, del cruce de las fronteras, de la travesía del territorio mexicano, de las peripecias administrativas o de las experiencias previas de retorno y deportación estuvieron siempre presentes en nuestros intercambios (son las experiencias y preocupaciones que viven los migrantes en el espacio y en el momento en el que los encuentro), mi intención fue llevar las entrevistas en una dirección diferente -en la medida en que la investigadora tenga este “poder”-. La propuesta, reiterada a lo largo de las preguntas y de la discusión, fue de voltearnos un momento hacia sus lugares de origen, hacia sus raíces, sus antepasados, sus trayectorias y realidades cotidianas antes de la migración. Para entender las razones de estas salidas sin poder pisar estas tierras de expulsión migratoria, aposté a un ejercicio de orientación del foco hacia el país que habían dejado. Invitaba a mis interlocutores a describir los paisajes del campo hondureño, la labor en la maquiladora o los barrios “bravos” de las urbes, observar juntos el mapa de Honduras, dibujar nuestros árboles genealógicos (tan difíciles de trazar cuando se borra la trágica memoria familiar…). Llegamos a establecer crónicas apasionantes sobre las condiciones de vida y de trabajo, sobre las relaciones con la tierra, el territorio, el Estado y la familia, que resultan indispensables para una lectura completa y compleja de las razones por las cuales la migración terminó siendo la opción: en otras palabras, esta investigación pretende tejer los hilos entre itinerarios personales y configuraciones colectivas, estructurales, sistémicas.

Migración y violencia: debates acerca de la noción de migración forzada

Desde los años 1980, la problemática de la violencia por conflicto armado o persecución y de la emergencia de un régimen internacional de refugio se centró más particularmente a los países en vía de desarrollo (Zolberg, et al., 1989). En años recientes, distintos trabajos han alimentado las discusiones sobre la relación entre migración y violencia en el contexto de los flujos Sur-Norte o Sur-Sur. En el contexto centroamericano, se han visibilizado por un lado la violencia institucional en los territorios mexicanos del tránsito y de la espera (París, 2017) y, por otro lado, se han desarrollado numerosas reflexiones tanto jurídicas como teóricas y metodológicas sobre las causas de la emigración, enfatizando en la necesidad de repensar las categorías y perfiles de los migrantes, desde un punto de partida común: ya no se puede considerar a los centroamericanos que huyen de sus países (solamente) como migrantes laborales animados por la racionalidad económica.

La noción de “migración forzada” se impuso en la última década para hablar de la migración centroamericana. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), se define como “un movimiento migratorio que, aunque puede ser impulsado por diferentes factores, involucra el uso de la fuerza, la compulsión o la coerción” (IOM, 2019, p. 77). El objetivo de esta contribución no es de discutir a fondo las definiciones emergentes para calificar la novedad de estas movilidades, sino de plantear elementos de análisis que permitan comprender el carácter complejo de las raíces de estos movimientos. Vemos que una gran cantidad de estudios relacionan directamente la migración forzada con la violencia (directa) del crimen organizado, de las Maras, de la trata de personas o del tráfico de armas y drogas en el llamado “Triángulo norte” de Centroamérica (Cantor, 2014; Gómez-Johnson, 2015; Winton, 2018; Wolf, 2020), o bien con la crisis climática, la multiplicación de los huracanes e inundaciones, y los problemas de quiebre de la producción campesina y hambre en el corredor seco (Casillas, 2020; Sánchez y Riosmena, 2021; Bolaños-Guerra y Calderón-Contreras, 2021). Si bien estos trabajos apuntan a realidades sociales y ambientales sumamente graves que sin duda forman parte de los factores de crisis y salida, buscamos aquí poner una atención particular a la perspectiva histórica y estructural que permite leer los nuevos patrones de movilidad de la región a la luz del modelo de desarrollo desigual y de la situación de periferia de la globalización en la que se encuentran estos países expulsores desde siglos atrás. Dicho de otra manera, la región centroamericana “expulsa” históricamente porque su posición geopolítica implica marginalización, dominación y explotación, mecanismos que fomentan la exclusión social y económica, hoy en día traducida en migraciones internacionales.

Se trata entonces de insistir en los procesos de violencia indirecta, menos visibles y muchas veces omitidos, que tienen implicaciones profundas en los desarraigos contemporáneos. El abordaje de Raúl Delgado Wise, sobre migración forzada y el nexo migración/desarrollo, es muy relevante en este sentido, pues apunta a la “reinserción asimétrica y subordinada de las periferias en la esfera del capitalismo neoliberal” (Delgado, 2017, p. 145): para comprender la brutalidad de la migración en sus formas actuales, pone el énfasis en la precarización laboral, en los procesos históricos de polarización entre clases y entre espacios, para finalmente demostrar que la migración forzada ocurre en situaciones de profundas desigualdades, exclusión social y explotación laboral que provocan desplazamientos de personas que no eligen esta opción ni tienen chance de desarrollar estrategias, sino que se encuentran expulsadas de sus territorios. Este análisis se combina con la idea de la multiplicidad de fronteras que atraviesan los migrantes -a la vez que son atravesados por ellas-, de la heterogeneidad de los límites espaciales, lingüísticos, culturales, productivos o sociales que se superan y traspasan, más allá de la frontera del Estado nación, como diversas formas de dominación, asimetrías y explotación (Mezzadra y Neilson, 2013).

Por otro lado, se han discutido los impactos de la noción de migración forzada en su aspecto jurídico, en la medida en que, de su aceptación o reconocimiento, puede depender la protección de una persona migrante (refugio, asilo, visa humanitaria, etc.). Se propuso su extensión a la situación de los migrantes económicos, desde la premisa de la imposibilidad de trabajar y llevar una vida digna como violación de los derechos humanos (Gzesh, 2008).

Finalmente, cabe recalcar la crítica que se le puede hacer al concepto de migración forzada, puesto que tiende a esconder el carácter subjetivo y activo de la decisión de migrar. Al enfocar en lo ineludible e impuesto de la expulsión, no da suficiente importancia a la capacidad de agencia de las personas que no son solo victimas empujadas, sino individuos o colectivos ciudadanos del mundo que reaccionan, se rebelan, buscan cambios y desafían políticas globales de control (Coraza de los Santos y Gatica, 2019), colocando a la migración como una respuesta a las fracturas económicas y espaciales, en un movimiento social “incorregible” (De Genova, 2017) que conforma el corredor migratorio centroamericano en espacio de luchas (Prunier, 2021a). La migración como fuga y resistencia a la vez se examinó también desde el prisma feminista, considerando una “trinidad perversa” que se constituye en Centroamérica por la violencia de mercado, de Estado y patriarcal (Varela, 2017), lo que sostiene nuestra premisa de la centralidad de las desigualdades e injusticias ancladas históricamente en estos territorios y estas sociedades del exilio.

Las violencias sistémicas y combinadas que se transparentan en los testimonios

a) La violencia impregnada en lo íntimo: familia, relaciones y pobreza

Según Philippe Bourgois (2009), en numerosos países pobres y periféricos de la globalización, se observa una transición de la violencia politizada a la violencia íntima, así como una generalización, normalización y legitimación de esta última que genera una pérdida de fuerzas en las luchas por la distribución equitativas del poder y de los recursos. De acuerdo con el autor, existen tres formas de violencias invisibles que son fundamentales en el proceso represivo neoliberal de los años 90-2000: 1) la violencia estructural, en una perspectiva marxista que subraya el desequilibrio de los términos del intercambio y el desigual acceso a la participación política, a los derechos, a los recursos naturales o a los servicios, lo que impacta en las oportunidades de vida -por ejemplo en la salud, el cuerpo, la transmisión de enfermedades y la muerte (como lo mostró Paul Farmer (2004) en la encrucijada entre medicina y antropología); 2) la violencia simbólica, en formas de jerarquías y espacios de dominación que se transforman en insultos internalizados, aceptados, percibidos como merecidos; 3) la violencia normalizada, es decir las prácticas institucionalizadas, cotidianas, discursivas y simbólicas que convierten la violencia en un fenómeno invisible al mismo tiempo que producen indiferencia social. Estas dos últimas formas de violencia se relacionan directamente con los conceptos de “cultura del terror” y “espacio de muerte” de Michael Taussig (1984), en continuidad de la idea de Walter Benjamín de un “estado de emergencia” (1968) como regla y no como excepción bajo regímenes fascistas, o de la “zona gris” de Primo Levi (2014) que describe la complejidad de las relaciones de jerarquía, poder y violencia en los campos nazis. Si bien no se trata de comparar estrictamente estos momentos de la historia europea con la Centroamérica contemporánea, las reflexiones anteriores sobre estos conceptos permiten sin duda poner en perspectiva la idea de violencia en contextos de peligro, sobrevivencia e inseguridad cotidiana, característicos de los espacios de expulsión migratoria hondureños.

Al escuchar los relatos de las y los hondureños migrantes de Casa Tochan, una pauta se repite con frecuencia: son (o fueron) niños, adolescentes, jóvenes adultos sumidos en entornos familiares altamente dañados. En las entrevistas, la violencia de la calle, de las Maras, del reclutamiento forzado de las pandillas suele articularse con patrones de descomposición familiar, separaciones, abusos y violencias íntimas. Situaciones de desintegración, ruptura o agresiones en el ámbito familiar no son fáciles de decir, ni tampoco de escuchar y entender en todos sus matices. La joven B., ha vivido en una gran inseguridad social durante su infancia, antes de emprender el camino en condiciones de fuertes incertidumbres y de encontrar protección temporal en Casa Tochan.

> B: Bueno mi papá no trabajaba desde hace mucho y mi mamá no la visitaba […] porque nos dejó solos cuando estábamos pequeños. […] Ella se fue con... otra familia, cuando mi mamá se fue yo tenía nueve años y mi hermano seis.

[…]

D: ¿Porque te sientes más tranquila [ahora en México]?

B: Porque allá no vivíamos con mi hermano. Vivíamos solos casi, y ahora vivimos con mi hermano [él migró a México años antes porque lo buscaba la Mara. Vino a buscar a B. y su hermano a la frontera de Guatemala]…

D: ¿Te sientes más a gusto cuando está tu hermano mayor cerca?

B: Si me siento más porque mi… porque mi papá pasaba ... ebrio, con alcohol, y nos quedamos solos en la casa y él se iba a tomar.

[…]

B: [Hablando de la posibilidad de regresar un día a Honduras] Porque no, bueno tal vez trabajando y teniendo cosas allá… […] porque sin tener nada, no podría vivir con mis hermanas.

D: ¿Por qué no?

B: Porque mis cuñados son… no sé cómo explicarle…. le dicen cosas a una como la ..., así conmigo…

D: ¿Te molestaban?

B: Si, entonces ya no podía ir con ellas.

D: ¿Alguna vez viviste con ellas?

B: Sí, con la mayor, una vez a visitarla… entonces no me gustó lo que mi cuñado me….

D: …cómo se portaba contigo…

B: Sí

D: ¿Entonces decidiste regresar con tu papá?

B: Sí

B., 14, originaria de Morazán

Varios jóvenes no conocieron a uno o a ambos padres, cambiaron de hogar múltiples veces durante su infancia o relatan sensaciones de desconfianza o conflicto en contextos de recomposición familiar. En un ejercicio de reconstrucción de árboles genealógicos que realizamos con unos 10 migrantes del albergue, la fragilidad de las estructuras familiares se significaba por un patrón repetido de configuraciones familiares rotas, incompletas, con miembros cuya existencia e historia es ignorada, individual o colectivamente. A raíz de la migración, del exilio, del desarraigo, se encuentran tejidos familiares debilitados a través de las generaciones, memorias borradas e individuos que no cuentan con protección, confianza o apoyo en su círculo cercano. Varios jóvenes explican haber salido del país en situaciones de aislamiento y soledad impactantes, como J. por ejemplo:

> D: ¿Y tú cómo fue que decidiste salir en el 2017?

J: De repente dije como que “¡me voy!”, sin depender de nadie, sin comentárselo nadie. Simplemente, así, nada más. Dije “Tengo que salir” y nadie se dio cuenta que me vine.

D: ¿No avisaste?

J: No

D: ¿Tú estabas en el negocio familiar no?

J: Sí

D: ¿Con quién vivías?

J: Con mi abuelo mi hermano y mi cuñada

D: Ok, ¿ahora, hablas con ellos?

J: No

J., 24, originario de El Progreso

El presente ejercicio de lecturas imbricadas entre relatos personales y violencias sistémicas nos lleva inevitablemente a los escritos de Bourgois y Hewlett (2012) sobre la era del neoliberalismo punitivo y la emergencia de un Lumpen que lucha para sobrevivir dentro de un sistema de producción que lo explota. La represión del mercado, la brutalidad de las desigualdades y las políticas de militarización o encarcelación se abaten sobre los pobres, martirizadores y criminales, que “invierten la violencia simbólica que se ejerce sobre ellos” (Bourgois y Hewlett, 2012, p. 64). De victima a verdugo, la frontera es muy permeable cuando la cultura del terror se produce y se reproduce (Taussig, 1984) tanto en las esferas públicas como privadas.

Procesos sociales e íntimos muy complejos están involucrados en los relatos de las personas entrevistadas, lo que nos obliga a entender el exilio migratorio a la luz de la violencia cotidiana en tiempos de paz (Scheper-Hughes, 1996), es decir de la violencia normalizada y banalizada por las instituciones (el Estado, la familia, el patriarcado), que se acompaña de la producción social de una indiferencia colectiva dentro de los sectores dominados. La participación directa y activa de un miembro de la familia en una pandilla puede significar un riesgo para la vida y empujar hacia el exilo en algunos casos; en otros la violencia familiar es más diluida, no directamente relacionada con prácticas de muerte, sino con abandono, alcoholismo, pobreza extrema o quiebra de los lazos de soporte familiar, material y emocional. En el caso hondureño, es de notar el trabajo de Adrienne Pine (2008) que muestra con mucha fineza esta relación estrecha entre sobrevivencia, trabajo obrero y rutina de la violencia urbana.

b) La violencia económica y laboral: sobreexplotación de la fuerza de trabajo hondureña en el mercado global

En segundo lugar, los migrantes que escuchamos para la investigación son trabajadores (y/o hijos de trabajadores) precarios que circulan dentro de mercados laborales caracterizados por la inestabilidad, los salarios bajos y las muy laxas leyes laborales. La mayoría de los entrevistados son jóvenes, nacidos en la década de los 90’s. Son hijos de la apertura económica neoliberal, de la competición por la inserción de los territorios y de la fuerza de trabajo en la globalización. Sus experiencias de trabajo y de vida adulta están marcadas por un sistema económico violento que no permite construir trayectorias profesionales y personales estables ni dignas. Mayoritariamente originarios de zonas urbanas e industriales del norte del país, muchos de ellos antes de migrar contaban con empleos en el sector del pequeño negocio, del transporte o de la maquiladora, sin seguro social y con condiciones de trabajo difíciles (horario nocturno, zonas peligrosas, etc.) a cambio de ingresos que no permiten cubrir el valor de la canasta básica. Mencionan la informalidad en la contratación o las estrategias de los empleadores para no generar antigüedad ni dar prestaciones; la impotencia de los más calificados frente a la indisponibilidad de empleos adecuados; la urgencia de apoyar a sus padres, a sus hermanos; la flexibilidad extrema, que no deja ni entrever la posibilidad de proyectarse en el futuro, en un hogar suyo o en el camino de la emancipación. Con 21 años de edad, K., originario de Puerto Cortés, comparte su experiencia en el mercado laboral:

> K: En la empresa en la que estábamos, viajábamos. Fui a Colón, San Lorenzo, después fui a Choluteca, y me salí de esa empresa porque me pagaban muy poco. Me fui a trabajar a una térmica que es de Puerto Cortés también.

D: ¿Cuánto tiempo trabajaste ahí?

K: Trabaje dos años, como el 26 de diciembre del año pasado [2020], me despacharon porque habíamos terminado y solo quedaron los trabajadores para manejar la térmica. Perdí mi empleo, me dijeron que demandara para sacarle dinero, pero no… ¿qué tal que más adelante me los encuentro y luego quedo fichado?... mejor no. En esa empresa aprendí muchas cosas como soldar, sacar medidas, a pesar de que no estudié, pero sí aprendí bastante.

K., 21, originario de Puerto Cortés

La costa norte de Honduras, urbana e industrial, es una zona de alta expulsión migratoria. Las caravanas tienen generalmente como punto de partida San Pedro Sula, la capital económica del país, y en Casa Tochan, una gran parte de los migrantes con los que pude dialogar nacieron y crecieron en este contexto de urbanización acelerada del final del siglo XX. La aglomeración de San Pedro Sula (con las ciudades colindantes de Puerto Cortés, El Progreso y Tula) vieron desde finales de los años 1990 la instalación de maquiladoras norteamericanas o asiáticas, atraídas por las políticas de ajustes estructurales y las lógicas de ventajas comparativas que ubicaban a Honduras como la última periferia de la globalización de la cadena textil, con una mano de obra totalmente adaptada a las expectativas del Consenso de Washington, es decir desprovista de protección de sus derechos laborales, precarizada y ultra barata. Una de las otras violencias que conocen los jóvenes migrantes que dejan Honduras actualmente es la de un tejido económico y social fundado en la explotación y la desechabilidad de la fuerza de trabajo, en particular de la generación de sus padres y madres. K. y C., ambos de Puerto Cortés y nacidos en el 2000, cuentan:

> D: ¿Dónde trabajaban tus padres?

K: [Mi papá] primero en una finca de bananera, pequeños trabajos dice él… Después trabajó en una fábrica y ahí conoció a mi madre, cerca de Puerto Cortés. […] Se pasó a trabajar en maquila igual que mi madre, ella dice que ha trabajado desde pequeña porque antes los menores de edad podían trabajar.

D: ¿Siguen en la maquila?

K: Solo mi padre trabaja, mi mamá ya no. Tanto trabajo en la maquila, le surgió el asma por muchos años en la maquila, por los productos. Yo y mi hermana, la mayor, sufrimos de eso, ya viene de herencia.

K., 21, originario de Puerto Cortés

> D: ¿Desde cuándo tus papás ya no trabajan?

C: De mi mamá la empresa se fue. A los trabajadores, les robaron mucho dinero, ¡ocho años de trabajo, no le dieron prestaciones ni nada, se fueron del país!

D:¿Y luego no encontraron otra empresa?

C: No

D:¿Tu papá?

C: Igual salió y no le dieron trabajo.

D: ¿A cierta edad ya no los contratan?

C: Sí, les quedas inservible. Hay un límite de edad, a uno lo buscan joven.

C., 20, originario de Puerto Cortés

Además, la pandemia de Covid-19 se ha presentado como el último golpe, con el freno a la actividad económica, el cierre de negocios y la fuerte disminución de ofertas de empleo.

> D: ¿Estuviste desempleado con la pandemia o desde antes?

C: Empezando la pandemia, desde el año pasado, tuvieron que cerrar el taller y todas esas cosas por medidas de seguridad y no había dinero para sostener el sueldo de los trabajadores. Empezaron a hacer recortes y a los más nuevos, así que fuimos los primeros [despedidos]… Después intenté buscar, envié curriculum y nada, mientras los días pasaban había más desempleados y se iba poniendo peor la situación.

En el medio rural, otras configuraciones productivas y territoriales se relacionan con el fenómeno de la marginalización, de la exclusión y de la migración. Si bien la problemática del despojo, del acaparamiento y de los conflictos vinculados con los cultivos de palma africana o la instalación de megaproyectos turísticos de la costa norte es notoria (Iborra, 2019; Jung, 2011; Kerssen, 2013; León, 2019), ningún migrante entrevistado se refirió a estas situaciones particulares. Sin embargo, las entrevistas enfocadas a la descripción de los paisajes productivos de las regiones de origen permitieron subrayar el tema de la expansión de los monocultivos y de la integración subordinada en las cadenas de valor de la agricultura global, como factores de pobreza y desintegración de las estructuras productivas familiares (Reichman, 2011). S., por ejemplo, me platicó del problema del endeudamiento y de la fragilidad económica para los pequeños y medianos productores.

> S: Ese es el problema, para comenzar, sacan un préstamo para fertilizar: son carísimos y la misma empresa les ofrece todo el producto, y si necesitan el dinero, ¡ahí está! Cuando vienen a entregar la cosecha, se las pagan barata y es cuando topan con la dificultad de que solo trabajan para la misma empresa, ¿Entiendes? Para ellos no hay un crecimiento, son otra parte de los trabajadores de esas empresas, ya viéndolo de otra forma…

[…] En Honduras, Usted va a ver potenciales en terrenos, hay buenas tierras y buenos cultivos… […] El que siembra se alegra con ver aquella plantación, pero lo que va a sacar es una miseria. Igual el que cría cerdos, el que atiende granjas de tilapias… como puede, busca un proyecto con préstamo, hace un cultivo de eso, le dan todo lo necesario… pero cuando le compran el producto, la misma empresa que le da los insumos, ella misma le da: “¡esto es lo que te toca!”…

S., 46, originario de San Isidro Intibucá, se instaló en La Ceiba a inicios de los 2000, antes de viajar hacia México y los Estados Unidos.

En el campo, desde décadas atrás, la agricultura campesina y la vida rural se reconfiguran a partir de modelos de desarrollo que privilegian la inserción al capitalismo global, la orientación de la producción hacia la exportación, la dependencia alimentaria con el mercado para el consumo cotidiano y la venta de la fuerza de trabajo en el mercado laboral de la industria, los servicios y el sector informal. Estos mecanismos impulsan la migración hacia los polos urbanos nacionales y, últimamente, hacia destinos internacionales (Estados Unidos, España). La concentración y privatización de tierras, la exclusión social y la consolidación de asimetrías territoriales se inscriben en lógicas de integración a las políticas neoliberales que posicionan a la desigualdad (social y espacial) como ventaja comparativa (Prunier, 2021b), situación que se vincula indudablemente con formas de violencia estructural y pobreza. Escuchemos el testimonio de S. y de G., que presentan, a 20 años de intervalo, el campo hondureño como espacio de expulsión. En el primer caso, el éxodo rural se asocia a la desintegración del campesinado y a la atracción por las urbes en pleno crecimiento a inicios de los 2000; en el segundo, la marginalidad rural se hereda de generación en generación, empujando a los más jóvenes a buscar futuro fuera del país, en meses recientes.

> S: Yo me fui de ahí [San Isidro Intibucá, zona lenca] porque vivíamos pobres: cosechamos nosotros, sí hacíamos varias cosechas de maíz… Pero no tenía buen valor, lo único que tenía valor era el café: viajábamos del valle hacia las montañas para cultivarlo y la caña la cultivábamos en grandes cantidades nosotros, pero no teníamos buenos precios, casi que solo era por el trámite de trabajar y tener por lo menos la comida.

[…] Me gustaba mucho el negocio y con esa idea me fui para allá [hacia La Ceiba] y sí, me fue bien: lo que yo ganaba en un día en Intibucá allá ganaba el triple en el negocio.

S., 46, originario de San Isidro Intibucá

 

> D: [no puede leer y no ubica su región en el mapa. Le enseño]: Entonces tu región de Santa Bárbara es todo esto, lo que se ve como blanco y la región de al lado que dices, es Copán.

G: Si, de Copán, por aquí viven mi abuelo y mi abuela.

D: Y ¿a qué se dedicaban tus abuelos?

G: Bueno, a trabajar, a sembrar maíz, frijoles y andar limpiando milpa.

D: ¿Ellos tenían sus propias parcelas o trabajaban para alguien más?

G: Alquilaban tierras

D: Y ¿tus papás?

G: Un trabajo de cuidar una propiedad. […] todavía siguen ahí. Que la verdad no tenemos donde vivir. Hemos andado para arriba y para abajo. Es [propiedad] ajena y a ellos le están pagando. El dueño está en los Estados.

[Mi mamá] sale a lavar ropa ajena. También tengo una hermana que se vino en la primera caravana de Honduras, logró pasar y ya está en los Ángeles, California.

[…]

D: [después de que me dijera que fue 6 meses a la escuela en primer grado de primaria] ¿La escuela quedaba muy lejos de tu casa o no tanto?

G: Sí, me quedaba muy lejos, como una hora de camino. […] Y necesitaba trabajar con ellos [sus papás], ayudarles. Y solo hemos andado alquilando [parcelas para sembrar] y para el alquiler no nos alcanzaba.

D: Y entonces en esta zona, ¿hay café también?

G: Sí, […] he andado cortando café [desde los 14 años]. Limpiando finca. También puedo, de ganado he estado trabajando, darle comida al ganado. ¡Ordeñar, sí…!

[…] Son 4 meses de corte de café […] A veces, me cambiaba de finca, por ver de ganar más mejor. En parte te pagan más mejor y en parte más barato.

D: ¿Cómo es el pago?

G: Sí, al día, […] por latas. Son cubetas de esa y te pagan a 30 lempiras el tambo ese [me muestra el tamaño] […]

D: […] ¿Cuál es el máximo que logras sacar en un día?

G: No más 6 cubetas

D: Ok. O sea, 180 lempiras en un día [150 pesos mexicanos, menos de 4 dólares estadounidenses]

G: uhm, ajá

D: Y cuando dices un día de trabajo. ¿dices de qué horario a que horario?

G: […] Si uno llega a las 5 am sale a las 5 pm.

D: Y el dinero que ganaban en el café, ¿les sirve para que tipo de gasto?

G: para comprar azúcar, también café, tal vez huevo. Lo que es todo eso… […] Para comprar el veneno. Para ir a fumigar, todo eso…

G., 19, originario de Santa Barbara

En palabras de Joan Galtung, “la violencia está incorporada en la estructura y se manifiesta como un poder desigual y, en consecuencia, como oportunidades de vida desiguales” (1969, p. 170), lo que se refleja particularmente en la desigual distribución de recursos (educación, salud, servicios). Obviamente, no existe una distinción neta y clara entre estás formas de violencia, sino que conviven a través de imbricaciones interdependientes. Esta concepción de la violencia, aquí entendida como injusticia social, conduce a poner un gran énfasis en las herencias históricas y coloniales para comprender las formas de violencia contemporáneas. Desde esta perspectiva, es fundamental leer las expresiones actuales y directas de violencia a la luz de las relaciones de poder que acompañaron, durante siglos de imperialismo, extractivismo y explotación en los países invadidos, colonizados, periféricos de la globalización -ahora “del Sur”-, la emergencia de las ideas de progreso, salvajismo, modernidad, pobreza o (sub)desarrollo (Scheper-Hughes y Bourgois, 2004). En base a sus respectivos trabajos realizados durante las décadas de los 80 y 90 en diferentes sociedades americanas (Brasil para la una, El Salvador, Costa Rica y Estados Unidos para el otro), Nancy Scheper-Hughes y Philippe Bourgois demuestran que la violencia estructural, entendida como la violencia del cotidiano, del hambre, de la exclusión, de la humillación y de la pobreza en la era neoliberal, se teje desde lo doméstico-íntimo hasta lo público-productivo. Lo que los autores califican de “continuum de la violencia” es un fenómeno complejo y reproductivo que no se puede entender como algo lineal, sino como una espiral, una cadena. Al no visibilizar esta imbricación históricamente construida desde los dispositivos económicos capitalistas y de sobreexplotación laboral (en Centroamérica, tradicionalmente en los sectores de la exportación agrícola y más recientemente en la industria maquiladora), el riesgo es grande de caer en los relatos de tragedias individuales, voyerismo o pornografía del acto o del paisaje violento, y por consecuencia de no lograr una denuncia de las razones profundas de la injusticia y el sufrimiento social.

c) La violencia de las experiencias de injusticia y desconfianza: autoritarismo, corrupción y represión de Estado

En tercer lugar, los migrantes entrevistados son ciudadanos ignorados, abandonados y despreciados por las autoridades gubernamentales. Varios interlocutores expresan su desconfianza y repudio por un Estado corrupto que no atiende a sus necesidades, no garantiza su acceso a servicios y no los protege en los mercados laborales o frente a la inseguridad en su vida cotidiana. Además, cuando se han involucrado en movimientos sociales, de manera más o menos estructurada, relatan altos niveles de represión y finalmente muestran una gran desilusión en cuanto a la posibilidad de proyectar una vida digna en su país natal.

Las condiciones en las que se realiza la salida es uno de los indicios que muestra la desesperación y la falta de planeación o estrategia en el inicio de la trayectoria migratoria:

> D: ¿Antes de la pandemia habías pensado en migrar?

A: Sí, sí… me había pasado por la mente, a veces me ponía a pensar “¿cómo será, cómo le irá a uno?” y de ahí agarramos camino sin avisar a nadie, ya de la noche a la mañana me vine, no lo pensé más porque ya había agarrado vuelo y nunca pensé hacerlo así…

A., 19, originario de Olancho

 

> M: bueno en caso mío fue que me tomó la sorpresa porque sí tenía[mos] planes con un primo […] de irnos pero no teníamos un día exacto de salida del país. Bueno entonces un día, el 20 de febrero, me dijo mi primo como a las 3 de la mañana, me agarró por sorpresa, me dice “¡vámonos!”; le dije “no tenemos mucho dinero”, y me dijo “¡no te preocupes, nosotros vámonos!”. Entonces […] la verdad me sentí incómodo porque estaba en mi casa con mi madre y mi hermano [pero] como ya lo teníamos planeado, no me iba a echar para atrás y le digo “sí está bien, ¡vámonos!”, […] y si me sentí mal la verdad porque me agarró un viaje de sorpresa…

M., 18, originario de Puerto Cortés

La percepción de la política nacional y de la corrupción sistemática aparece también como un factor de desilusión. Entre inseguridad económica y alta marginación, J. expresa por ejemplo su desinterés y su sensación de no poder influir en su futuro frente a las esferas del poder:

> J: Yo, que tengo 24 años, desde que fui mayor de edad, nunca he ido a dar mi voto por alguien y nunca lo haré. Porque yo digo que sería perder mi tiempo para después andar en lo que son tomas de protesta en la carretera, en vez de irme a ganar $100 en mi trabajo […]. Si yo me voy a hacer esas protestas, lo que voy a ganar es que me den un balazo que me maten… algo así, ¿me entiendes?, no soy parte de eso de la política…

Son muchas pláticas que se dan en eso… Por eso a veces yo no logro entender, porque yo tampoco me meto mucho en estar averiguando cosas de mi país, porque la verdad yo digo seguir en la ignorancia es mejor que estar perdiendo mi tiempo y enterándome de lo que hace la gente grande, ganando un montón de dinero. [Algunos] te dirán que subieron la electricidad, que privatizaron el agua, que sí lo otro, que si esto… Tengo que trabajar pues, es mi obligación trabajar del día a día, ¿me entiendes?

Por su lado, Jo., quien viene de una familia muy comprometida en organizaciones políticas y sociales, muestra otro tipo de interpretación de la realidad histórica de su país y sitúa su migración en un proceso de análisis global muy agudo:

> Jo: Históricamente, algunos mal gobernantes […] han entregado la soberanía nacional […] y pues esto volvió a tomar mayor auge como muchas cosas más a partir del golpe de estado en el 2009. La institucionalidad del país queda por los suelos […].

El gobierno de Pepe Lobo 2010-2011 es el que se instala después del golpe de estado. Es cuando se empieza a querer socializar el tema de las Ciudades Modelo y hubo una oposición de muchos sectores en el país por lo que iba a significar este tipo de proyectos. Lo vendían como que iban a convertir zonas del país como en una pequeña Singapur y […] con sus propias leyes y reglas totalmente divorciada de la constitución nacional de Honduras y […] claro entregadas a personas extranjeras que van a invertir y generar empleo y mejorar la condición de vida de las personas que viven ahí… pero ¿quiénes iban a vivir ahí? porque ¡no iba a poder vivir ahí cualquier hondureño!...

También la palma africana que desde hace años les andan ganas a zonas protegidas del país para meterse, uno con el negocio de la madera, el otro con la palma africana y lo otro con el rubro turístico de construir hoteles […]. Ha ocurrido un despojo de los pueblos que históricamente son herederos de esos territorios, los han despojado por esos mismos intereses de generar proyectos […] con la excusa de que iban a emplear a miembros de la comunidad de esa zona [Garifuna]. Al final solo los estuvieron utilizando como payasos para que llegaran a tocar sus tambores, sus bailes típicos, y nada más, ahí no más, pero el proyecto quedó instalado y al final el gobierno tiene acciones ahí, pero los dueños mayoritarios son bancos como Banco Ficohsa, el mismo que estaba detrás del proyecto de Gualcar de Desa, que son los actores intelectuales del asesinato Berta Cáceres. Y luego el año pasado, por ese mismo despojo de las comunidades secuestraron a cuatro líderes de la comunidad garífuna que hasta hoy no aparecieron…

Jo., 32, originario de Comayagua

Jo. insistió mucho en el carácter desgarrador de la decisión de dejar su país y en lo que representó para él el abandono de la lucha política in situ. Si bien hay que notar que no es lo más común encontrarse con migrantes cuyo discurso y lectura de la violencia sistémica son tan claros y estructurados, el testimonio de Jo. merece mucha atención porque permite percibir el estado de cansancio, desencanto y abatimiento en el que se encuentran los migrantes a la hora de emprender el camino del exilio y de escapar, desde sus diversas condiciones de vida previas a la migración, de la realidad violenta y del impase social.

> Jo.: Fueron momentos difíciles porque me tocó vivir una especie de destierro […] después de casi 10 años de un agotamiento físico y emocional [por la lucha política], necesitaba oxigenarme y tomar un respiro porque el país no daba para eso, de estar viviendo en un país denso de incertidumbre y violencia. Salíamos a la calle 6-7 meses y al final el gobierno lograba lo que quería, que era desmovilizarnos, que aunque estuviéramos todo el tiempo cansados, ver como asesinaban a los compañeros y se llevaban presos a otros, como se incrementaron los asesinatos selectivos, estos escuadrones de la muerte que habían tenido su auge en los 80 habían vuelto a resurgir y secuestraban a un estudiante de su casa y a los dos días aparecía el cuerpo con signos de tortura.

Siempre me negué a salir de Honduras. Para mí, era como dejar abandonada la lucha que había comenzado, por eso me mantuve mucho tiempo en el país. Cuando yo entro en esa realidad, me entra más coraje, pero también miedo de que me pase algo porque a veces es mejor no darse cuenta de la realidad e ir desapercibido que ser consciente de cómo se maneja todo, y toparse cada mañana con esa crudeza de saber que el jefe nacional de la policía es el jefe de los sicarios, del cártel de los Hernández de Juan Orlando y de su hermano Tony Hernández. Ahí te preguntas ¿quién te va a proteger?, si la misma policía son los mismos del narco que tienen secuestrado el país. Cuando te das cuenta de que el ministerio público y el poder judicial también están bajo el control de esa gente, ahí es cuando no queda otra alternativa que decir “tengo que salir del país”. Lo que se venía viviendo en el país era insostenible, […] las crisis en todos los sentidos se van agudizando en todo el país el desempleo, la inseguridad, la calamidad del sistema de salud.

[…]

D: ¿tu saliste con la caravana de enero 2019 ¿verdad? ¿cómo fue el trayecto?

Jo.: No, imagínate, agarro mi mochila de acampar, llevó alguna de mis cosas, las otras se quedaron allá, mis libros que son mi patrimonio y todo eso y lo único que puedo llevar. Me dirijo a la salida de mi ciudad a abordar el autobús que me iba a llevar hacía San Pedro Sula, iba solo sin nadie y me montó en el autobús e iba con la mentalidad y pensamiento de que iba dejando todo atrás, de que pues no sabía hacía donde iba a llegar porque no tenía nadie conocido en México. Pero tenía que tomar una decisión y fue esa, fue dura porque en el trayecto de mi ciudad a San Pedro Sula, iba quebrantado, prácticamente con un montón de sentimientos encontrados porque no era la típica salida de “voy a hacer dinero a Estados Unidos”, sino que vas dejando tu país por otros motivos muy duros… Así es como logro llegar a la terminal, sin conocer a nadie de los que estaban ahí, así es como empiezo a ver cómo llega la gente a la terminal, ¡qué cantidad de gente esperando expectante de salir en caravana!

A manera de conclusiones: Centroamérica en un sistema global violento

Las discusiones sobre violencia se inscribieron, en las tres últimas décadas del siglo XX, en el marco de los procesos de descolonización, guerras civiles y transiciones hacia la democracia en muchos países del Sur, donde se puso a debate la naturaleza y el alcance de las violencias en contextos de guerra y de paz. En el contexto centroamericano contemporáneo, la pregunta de la frontera entre paz y guerra, violencia visible e invisible (Galtung, 1969) aparece primordial. A través de la metáfora del iceberg o del “triángulo de la violencia”, se considera que la violencia directa (visible), traducida en actos y comportamientos concretos sobre los individuos, está sostenida en las dos otras puntas del triángulo (invisibles y por lo tanto difíciles de combatir): la violencia estructural -a través de los sistemas de dominación, la desigual repartición de los recursos, las estructuras políticas y productivas opresivas y la violencia cultural- formas de legitimación de la violencia por medio de los símbolos, el arte, la religión o el imaginario colectivo. En la presente contribución, hemos destacado aquí la dicotomía más esencial en el abordaje de la violencia -entre la personal/directa y la estructural/indirecta- para vincular estos mecanismos con las causas de la migración.

La violencia directa objeto-sujeto (las dos siendo personas bien determinadas) se percibe y entiende desde el drama y se personaliza, mientras la violencia ejercida fuera de esta relación está construida desde la estructura. La violencia personal se ve, se muestra. La victima percibe la violencia y se puede quejar. El objeto de la violencia estructural puede estar persuadido de no percibirlo para nada, porque la acepta, integra e incluso puede participar activamente de ella por lógicas de “violencia simbólica” (Bourdieu, 1997) que juegan un papel clave en la propia opresión y sumisión del agente social dominado. Los procesos de normalización y reproducción de la violencia en contextos migratorios (en todas sus etapas, incluso en origen) se han evidenciado a lo largo de los testimonios y sería importante desarrollar investigaciones más precisas en el futuro sobre este tema para mejorar la comprensión de la violencia en Centroamérica.

En gran parte de los relatos, situaciones de inseguridad, violaciones de los derechos y amenazas aparecen como centrales en la decisión de salir. Los impuestos cobrados por las Maras, el reclutamiento forzado en estas pandillas o el involucramiento en crímenes, más o menos de cerca, constituyen en muchos casos el momento parteaguas que empuja a los migrantes a salir del país. Durante las entrevistas, este tema siempre surgió, ya sea como parte de la trayectoria particular de la persona, ya sea como un elemento de descripción de la situación de Honduras, es decir en una asociación sistemática que hacen los migrantes entre su país de origen y el peligro, la muerte, el miedo, la inviabilidad de la vida. La violencia directa es inevitable de tomar en cuenta al abordar y escuchar la migración hondureña. Sin embargo, en este texto, no está en el centro de la mirada porque se colocó por delante la visibilización de las otras dimensiones de la violencia, en distintos ámbitos regidos por lógicas de largo aliento, de poder, subordinación y marginalización. Para entender la brutalidad que emana de los territorios centroamericanos, es de la responsabilidad de los científicos sociales poner en relieve los mecanismos del orden global que históricamente han provocado sistemas opresivos, violencias sistémicas (en las economías, los mercados laborales, la relación con la naturaleza) y que, finalmente, alimentan terrenos fértiles para la emigración. Los migrantes que hemos escuchado están inmersos en universos de terror, peligro e intimidación en distintos espacios de sociabilidad, que este artículo no busca ignorar, pero invita a examinarlos a la luz de los efectos de la integración de esta región periférica de la globalización, una integración por dominación y explotación de dos recursos fundamentales: la tierra y la fuerza de trabajo. Los migrantes que atraviesan actualmente México están marcados, desde generaciones atrás por categorías sociales y económicas que intervienen ampliamente en sus vidas subjetivas y materiales: son padres, hijos y/o hermanos, son obreros, precarios, campesinos empobrecidos, son ciudadanos sumidos en lógicas autoritarias y neoliberales.

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*Este trabajo se inscribe en los grupos de investigación del Laboratorio Mixto Internacional MESO “Movilidad, gobernanza y recursos en la cuenca mesoamericana”, del proyecto (In)movilidades en las Américas, del GT Clacso “Fronteras: movilidades, identidades y comercios” y de la Cátedra de Estudios sobre las Américas “¿Nuevas (in)movilidades en las Américas? Espacios, fronteras y formas de (in)hospitalidad migratoria” (UNAM-Université de Montréal). Ha sido posible gracias a la colaboración, claridad y apertura de Leticia Baca del Servicio Jesuita a migrantes, Doña Gabriela, directora de la Casa Tochan y toda/os la/ os voluntaria/os y migrantes del albergue. Les dirijo todo mi reconocimiento por su labor, solidaridad y dignidad.

Recibido: 06 de Septiembre de 2021; Aprobado: 07 de Marzo de 2022

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