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Andamios

versão On-line ISSN 2594-1917versão impressa ISSN 1870-0063

Andamios vol.14 no.33 Ciudad de México Jan./Abr. 2017

 

Presentación

Presentación

María Teresa Rodríguez1 

Norma Garza Saldívar2 

1 Investigadora en el Instituto de Investigaciones Filosófica-UNAM. Correo electrónico: materogo@gmail.com.

2 Profesora-investigadora en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Correo electrónico: ngarzasaldivar@hotmail.com.


Parece que nadie quiere morirse, que ni la persona más vieja rechazaría vivir un día más. No se aborda aquí la idea de la muerte como negadora de la vida, se trata de acercarnos de otra manera a la única certeza que tenemos. Para M. F. Sciacca (1962) aclarar y profundizar el problema de la muerte es lo mismo que aclarar y profundizar el de la vida, y ésta se convierte en un continuo morir y, por ello, en una existencia que incesantemente crea perspectivas, sentidos, formas que llevan a pensar y a imaginar de otra manera la vida misma.

En ciertos periodos de la historia de la humanidad, la muerte se convirtió en el mejor momento en que el hombre tomó conciencia de sí mismo, como lo describe Philippe Ariès en su famoso trabajo sobre la muerte. Sin embargo, pareciera que el hombre de antaño “tenía una pasión por la vida que nos cuesta entender hoy, quizá porque nuestra vida se ha vuelto más larga” (Ariès, 2000), o porque el individuo pensaba más en su vida al saber sobre la cercanía de su muerte.

Desde las sociedades antiguas, la muerte ha sido un acontecimiento indisociable de la vida. Platón, además de otras escuelas filosóficas, pensaban en la muerte considerando la trascendencia del alma. Más adelante, en la Edad Media, la muerte pasó a tener un carácter cristiano que modificó la conciencia del morir: los caballeros de las antiguas narraciones medievales no se morían sin haber tenido tiempo de saber que iban a morir, normalmente recibían una advertencia: Tristán “sintió que su vida se perdía, comprendió que iba a morir” y, del mismo modo, cuando Isolda encuentra a Tristán muerto, “sabe que también ella va a morir. Entonces se tumba a su lado y se gira hacia Oriente”. El ser humano se “reconoce a sí mismo en su muerte: ha descubierto la propia muerte”, como sostiene Philippe Ariès (2000).

Desde la filosofía, pero también desde la escritura literaria, Michel de Montaigne retomó en su famoso ensayo “Que filosofar es aprender a morir” la reafirmación de la vida pensando sobre la muerte. No sólo porque fue afectado por la muerte de su gran amigo, Étienne de La Boétie, o por la cercanía a su propia muerte, cuando sufrió la caída de su caballo, sino porque decidió alejarse del parloteo de la política y la jurisprudencia que lo rodeaba, del agobio de la vida cotidiana, para concentrarse en lo que para él consistía el trabajo esencial y relevante: pensar y escribir sobre lo más íntimo del ser humano; es decir, sobre su existencia y su finitud.

Ciertamente, la muerte ocupa un lugar importante no sólo en la vida de cada individuo, sino también en la filosofía y el arte. Quizá desde siempre la literatura, la pintura, la escultura, el cine y la música se han nutrido de este tema. En el arte barroco muchos artistas dialogan con la muerte, inspirados algunos por los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, por lo que será habitual la calavera como símbolo de la muerte y la meditación sobre ella. Son representativas, entre tantas pinturas, la del Greco: San Francisco meditando sobre la muerte, o El triunfo sobre la muerte, de Brueghel, el Viejo. Mediante éstas, se buscaba hacer conciencia sobre el tema barroco por excelencia: la fugacidad de las cosas y, por tanto, sobre la vida como el tiempo de preparación para la muerte, lo que implicaba su familiaridad y cercanía. Actitud que, según Ariès, se contrapone a la nuestra, al punto de que ya ni siquiera nos atrevemos a pronunciar su nombre.

En efecto, el arte y la filosofía son esenciales, si no para entender ese oscuro misterio de la muerte, sí para iluminar con sus reflexiones la vida misma, como afirma Jankélévitch: “todo lo que se representa con relación a la muerte son variantes de la vida, es aún la vida” (2000). Sin embargo, no tenemos plena conciencia de lo que significa tener a la muerte como posibilidad perpetua; imbuidos en tantos distractores, al alargar más las expectativas vitales, la vida moderna paradójicamente nos ha alejado de la idea de la muerte en primera persona, aquella que implica la tragedia o la angustia personal. Por otro lado, la muerte en tercera persona, la muerte de no importa quién, es “la muerte sin misterio”, a la que nos hemos acostumbrado y hemos banalizado con la guerra, la violencia, la muerte en masa, la destrucción, hasta convertirla en algo cada vez más común e indiferente. En “contraste con nuestro intoxicado deseo de evasión y huida, el ideal de la muerte filosófica tiene esa capacidad de abrirnos los ojos”, como sostiene Simon Critchley (2008).

Por lo anterior, en este número de la revista Andamios nos dedicamos a reflexionar sobre “ese ser para la muerte”, como rodeo de la vida, así como por la muerte del otro, la cual nos permite reconocernos como finitos y asumir la propia finitud, y esto deriva en vivir la vida de una manera diferente. El título de este dossier, “Pensar e imaginar la muerte”, nos invita a preguntarnos si realmente se puede pensar la muerte, o quizá a lo que sólo podríamos aspirar es a pensar o imaginar lo humano o nuestras formas de vida desde esa posibilidad siempre presente. Como afirma Cees Nooteboom: “lo que en realidad importa sigue siendo invisible” (2007). Esa única certeza, la verdad de la muerte, se convierte en una paradoja, en aquello de la que nada sabemos, pero por la cual construimos nuestras vidas. Todo ello apuntaría a aquella reflexión de Cicerón sobre que “filosofar no es más que aprestarse a la muerte”. Sin embargo, ¿qué significa tal aprestamiento, tal disposición, tal preparación? Como sostiene Simon Critchley:

Yo creo que la muerte llega a nuestro mundo a través de la muerte de los demás, ya sea una tan cercana como la de un progenitor, nuestra pareja o un hijo, ya tan lejana como la de una víctima desconocida de una hambruna o de una guerra lejana. La relación con la muerte no empieza con mi propio miedo a mi propia desaparición, sino con mi sensación de morir un poco por la experiencia de la pena y el duelo (2008: 292).

Armando Garza, con su texto “La muerte del otro” —pero sobre todo con su vida y con su muerte—, prefacio de este dossier, nos sumerge en esa experiencia. Para él hablar sobre la muerte, pensarla y, por lo tanto, asumirla, era parte de su propia vida, así como hablar del amor, de la existencia, de la libertad, del sufrimiento, del ser, de la nada que somos. Auténtico filósofo, quizá creía que no se puede vivir sin todo esto, pese a que el mundo nos enseña que sí, aunque más esclavizados, menos libres. Amante de la filosofía, la literatura, la música y el cine; apasionado de la docencia, siempre sostenida en el principio de la formación y el conocimiento de quiénes somos; entusiasmado por los atardeceres y las sombras largas; por tomar la tarde para hablar y discutir, y alargar esos momentos hasta la madrugada; sabedor de la impostura por admirar al otro, pues se termina padeciendo tortícolis, reconocía que la felicidad, cuando se ha vivido, es imposible vivirla otra vez. Él se enorgullecía y conservaba esa sempiterna “infancia feliz”, ese libre y auténtico “no tengas miedo a la muerte”, lo que confirma su profunda firmeza al asumir su vida siempre “ante la muerte”, y con ello nos introduce en el tema.

Le sigue esa gran metáfora que representa la Odisea y que Pedro Tapia, en su artículo “La muerte en la Odisea de Homero”, explora respecto a los distintos caminos para concebir la muerte. Distingue, desde el inicio del trayecto, el morir y los modos de morir de los griegos que marcan la cultura occidental. Hacer distinciones de las palabras thánatos, thanein, moira, kér, phónos y de sus sentidos, nos da la pauta para configurar, desde nuestro momento actual, constelaciones diversas, como un caleidoscopio que nos lleva a nombrar situaciones y experiencias distintas, y no a etiquetar todo con el mismo nombre.

De ahí que Carolina Mazzetti, en su artículo “Nombrar la muerte. Aproximaciones a lo indecible”, centre la atención justamente en el acto de nombrar, de relatar, de aproximarse a la palabra como la forma de resignificar el sentido de la muerte y por tanto de la vida. Aquí la autora plantea cómo las ciencias sociales han mostrado en los últimos años un interés mayor por la muerte, justo porque apelan a un mayor énfasis en el sentido de la existencia como algo constitutivo de la condición humana. Lo interesante de su perspectiva es el universo semántico, el discurso que prevalece como una manera de homogeneizar la idea de salud o de belleza, de juventud y no envejecimiento, en una sociedad que configura, desde esa tónica, comportamientos específicos y formas de pensar la propia muerte. Así, la cultura y el lenguaje conforman la trama para acercarse a la comprensión y concepción de la finitud y la trascendencia, pero, como ha prevalecido, se trata también de una tendencia al ocultamiento de la muerte. ¿Por qué?, ¿qué exige la muerte?, ¿de quién es asunto?, ¿es parte de la cultura?, ¿es necesario hablar sobre la muerte? Son algunas preguntas que nos llevan a adentrarnos en la lectura y el análisis de este artículo, pero también de este dossier. Nombrar la muerte para asumir la propia finitud.

Es esencial, entonces, acercarnos a cuestiones que tienen que ver con la responsabilidad y la seriedad que la muerte impone y, por eso mismo, como se parafrasea en el artículo “Responsabilidad ante la mercantilización de la muerte” de Diego Fonti y Juan Carlos Stauber, Kierkegaard pensaba que la muerte es “condición para cualquier goce, proyecto o sentido”. Con una perspectiva bioética, se aborda la muerte para mostrarla como una herramienta capaz de intervenir con políticas significativas en las contradicciones y tensiones que se exponen en las formas actuales de invisibilizar la muerte, y reducirla a meros aspectos biológicos y así prolongar la vida a toda costa; en suma, privar al ser humano de su capacidad de asumir su propia muerte.

Finalmente, presentamos un artículo que explora la muerte en la era digital, “Muerte 2.0: pensar e imaginar la muerte en la era digital”, de Israel Márquez, y lo que esto implica: la creación de nuevas tecnologías, redes sociales, un nuevo vocabulario, una nueva forma de relacionarse con los otros que ya no están, generando así otras maneras de pensar e imaginar la muerte. La comunidad virtual está cada vez más presente en la vida de los individuos y por tanto en su concepción de la muerte, en un mundo que no sólo margina a grupos de vivos, sino que expulsa de su imaginario a los muertos, apartándolos en los hospitales, en cementerios cada vez más alejados de los centros activos de las ciudades, convirtiendo el dolor en trámites cada vez más reglamentados. Lo que era visible y público ahora es una anomalía, incluso el rito mortuorio va quedando reducido a su mínima expresión, a su mínima aparición; a pesar de todo esto, los ritos tienen otra forma de expresarse y el autor se acerca a esas nuevas tecnologías, implicadas en la era digital, con otras maneras de socializar y visibilizar la muerte.

El artículo traducido que ofrecemos contiene una visión interdisciplinaria sobre la muerte. Jennifer Anna Gosetti-Ferencei, profesora e investigadora de artes y humanidades en la Universidad de Fordham, en su artículo “Death and Authenticity. Reflections on Heidegger, Rilke, Blanchot”, publicado en 2014 en la revista Existenz (la cual reúne justamente cuestiones filosóficas, teológicas, políticas y artísticas), aborda la relación estrecha entre filosofía, estética y literatura. Además de tener otros libros y textos sobre el tema, en este trabajo la autora reflexiona sobre la muerte, precisamente como horizonte de lo pensable y lo imaginable a partir de la noción de ser-para-la-muerte según Heidegger, lo que define la autenticidad de la existencia. En ese trayecto filosófico, se encuentra con la literatura de Rilke y con el concepto de escritura en la concepción crítica de Maurice Blanchot, trazando así un panorama apto para dar una visión general del tema de este dossier.

Para el apartado “Entrevista” reunimos diversas voces, las de aquellos autores que, aun muertos, nos siguen hablando de la propia finitud como un horizonte que siempre estuvo presente en sus vidas, pues ¿qué es nuestra vida o nuestra memoria?, ¿qué son nuestras creencias o ideas sobre la muerte?, tal vez sólo sea un patchwork formado por imágenes fragmentarias que cada uno va hilvanando para sí mismo. Por ello, en esta “Antología” compartimos retazos, pedazos, fragmentos, constelaciones de palabras para que cada lector retome, recoja y teja con ellos las imágenes que construyan nuevos sentidos de la existencia, aunque ¿será que la muerte es fugitiva de la razón y se escapa incluso a la imaginación ante su empeño de abarcarla? ¿Será posible imaginar la nada, el vacío, la inmortalidad, el infinito o nuestra no-existencia?

Fuentes consultadas

Ariès, P. (2000), Historia de la muerte en Occidente: desde la Edad Media hasta nuestros días, Barcelona: Acantilado. [ Links ]

Critchley, S. (2008), El libro de los filósofos muertos, Madrid: Taurus. [ Links ]

Jankélévitch, V. (2002), La muerte, Valencia: Pre-Textos. [ Links ]

Nooteboom, C. (2007),Tumbas de poetas y pensadores, Madrid: Siruela. [ Links ]

Sciacca, M. F. (1962), Muerte e inmortalidad, Barcelona: Luis Miracle. [ Links ]

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