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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.12 no.28 Ciudad de México may./ago. 2015

 

Presentación

Rediseñando las fronteras de lo político: procesos, actores e instituciones políticas del transnacionalismo migrante

Menara Lube Guizardi* 

José Carlos Luque Brazán** 

*Académica de la Universidad Alberto Hurtado. Correo electrónico: menaraguizardi@yahoo.com.br

**Profesor investigador del Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales de la UACM. Correo electrónico: jose.luque@uacm.edu.mx


Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder.

Jorge Luis Borges

No deja de ser curioso el hecho de que, en el pensamiento filosófico moderno -y en su desenlace histórico, el pensamiento científico, que constituye una prole a veces bastarda, a veces pródiga de la modernidad filosófica-, las reflexiones sobre la dimensión política de la vida social han derivado en elucubraciones sobre una supuesta naturaleza humana. Una naturaleza que a modo de “esencia ineludible” incidiría y determinaría nuestro “ser” como “político”. Para los filósofos modernos, la angustia sobre el “ser o no ser” de esta naturaleza llevó a debates incendiarios. Robándole las metáforas a Borges, podríamos decir que estas reflexiones condujeron a “jardines de senderos que se bifurcan”. Desde un ángulo, encontramos a los filósofos que, como Jean Jacques Rousseau, eligieron el sendero que prefiguraba una naturaleza del hombre a partir de una bondad constitutiva, la cual sería progresivamente corroída por la vida en sociedad.1 En otro ángulo, estarían los pensadores cuyos senderos se bifurcaron hacia otros parajes: aquellos que decidieron tomar el camino opuesto al elegido por Rousseau, Thomas Hobbes, entre ellos. Para Hobbes la naturaleza humana sería esencialmente despiadada, destructiva. Está orientada hacia una competencia de todos contra todos que sólo podría ser controlada con la constitución de reglas y contratos sociales. La sociedad aparece aquí -interesante espejismo del argumento de Rousseau-,2como la tabla de salvación del hombre frente a su barbarie constitutiva.3

Desde estas dos formas particulares de proponer la relación entre lo político, la humanidad y la sociedad se han tejido otras innumerables. Sin embargo, los argumentos fundadores del debate de Hobbes y Rousseau han permanecido como telón de fondo -en las entrelíneas silenciosas- en las reflexiones sociales sobre lo político de una forma más aguda de lo que a menudo se reconoce.4 Son ideas que asumieron un papel de pre-conformación de visiones de mundo y posicionamientos. Dándole así a los conceptos una estructura invisible que limita su espectro y, no menos, su capacidad de narrar y explicar los fenómenos sociales en su complejidad política. Históricamente política.5

Pareciera entonces que el fantástico protagonista del cuento de Borges con que abrimos esta presentación -un hombre que quería soñar a otro hombre-, gana vida en las ciencias sociales. Hemos estado soñando un modelo de hombre (“en masculino”) al que hemos relacionado intrínsecamente al concepto de una naturaleza política humana. Hemos imaginado, en algunos casos, que este “hombre político” era racional de modo central, y que su naturaleza implicaba una forma racionalizada y racionalizante de operar las decisiones sociales y políticas.

En cuanto a los estudios sobre las migraciones internacionales, este “modelo de hombre soñado” ha tenido un papel relevante en la construcción de las perspectivas con las que se explicó el fenómeno desde fines del siglo XIX hasta fines del siglo XX. El resultado de esta naturalización, a su vez, es la pre-conformación de una sorprendente contradicción dialéctico-conceptual, ya que, al darse por sentada esta noción de naturaleza política del hombre, los estudios sobre migración han podido abandonar a su propia suerte (y por largo tiempo) la indagación sobre la dimensión política del acto migrante. En contradicción, la naturalización de lo político operó para potenciar y respaldar la invisibilización de lo político. La reificación del “hombre soñado” opacó la constitución política de la migración como acto -ya fuera individual, grupal o colectivo- y su relación con “lo político” en sus formas institucionales, tanto con los Estados-nacionales como con los grupos y las asociaciones políticas (partidos, sindicatos, grupos de presión o de poder). El resultado fue un nutrido número de estudios sobre el fenómeno migratorio en los que se borró su carácter desafiante y político frente a múltiples jerarquías e instituciones.6

No será hasta fines del siglo XX, en un momento de derrumbe de unos cuantos muros y de construcción de otros tantos, cuando los estudiosos de las migraciones pudieron darse cuenta de la necesidad de romper con el “modelo de hombre soñado”. Esto conllevó al intento de tensionar y cuestionar la invisibilización de las múltiples dimensiones políticas que la experiencia migrante constituye, convoca, y en las cuales irrumpe: en algunos casos vacía de contenido político ciertas formas y prácticas sociales; en otros politiza formas de acción que han sido asumidas como sustantivamente “culturales” y, por ello, supuestamente “a-políticas”, lo cual implicó la necesidad de dar un giro epistemológico y pasar de estudiar al objeto “migrante” para comprender al sujeto “migrante”. Asimismo, esto fue un acto político. Un primer paso en esta dirección fue dado por los estudiosos de la perspectiva transnacional, que partieron del principio de que la experiencia migrante internacional provoca procesos de simultaneidad que vinculan grupos sociales, individuos, comunidades y espacios locales situados en territorios nacionales diferentes. Posteriormente, esta perspectiva se expandió en el sentido de ir más allá de la crítica funcionalista al nacionalismo metodológico: vinculando el campo de estudios migratorios con categorías como poscolonialismo, neoliberalismo, capitalismo y la pospolítica.7 Así, se pone de manifiesto que la constitución de vínculos culturales, económicos, sociales y simbólicos a partir de la experiencia migrante tiene como resultado una dimensión política sine qua non, y que, curiosamente, se desarrolla incluso cuando no observamos la intención política declarada de forma racional por parte de los sujetos migrantes involucrados en una dinámica transnacional. La experiencia migrante provocaría una serie de acciones individuales o colectivas encadenadas que contrarían el modelo analítico de la acción individual racional que ha predominado como axioma explicativo de la construcción de sentido por parte del sujeto político. Esta perspectiva analítica complejizó la manera como, desde las ciencias sociales, se piensa “lo político” en relación con el fenómeno migratorio, puesto que obligó a los investigadores a redimensionar el papel del Estado en la confrontación del principio de nacionalidad y de pertenencia ciudadana.

Pero, tras más de dos décadas del surgimiento de la perspectiva transnacional de las migraciones, y al reconocer todos los avances y las contribuciones que ella ha potenciado en la explicación de los flujos humanos globales, ha llegado el momento de devolvernos a las premisas teóricas, empíricas y epistemológicas que este giro al transnacionalismo nos permitió. Este cuestionamiento es imprescindible como ejercicio de vigilancia epistémica, específicamente en el sentido de ayudarnos a no reproducir naturalizaciones e invisibilizaciones; en el intento de evitar reincidir en aquellas formas de reproducción del conocimiento que han sido, al fin y al cabo, la razón aglutinadora de una perspectiva crítica sobre las migraciones en el transnacionalismo.

La presente propuesta de dossier temático apunta a esto: al intento de producir nuevas miradas heterotópicas sobre una perspectiva -el transnacionalismo-, la cual ha nacido también de la tensión hacia los olvidos analíticos. Un ejercicio al que podríamos denominar, no sin cierta malicia e ironía, como “meta-heterotópico”. En esta propuesta, confluimos en un conjunto de percepciones comunes sobre seis elementos que ayudarían a catalizar nuestros esfuerzos críticos en relación con los límites de la mirada transnacional. Coincidimos, al mismo tiempo, en la percepción de la necesidad de complejizar esta mirada para -más que denegar su importante papel como horizonte teórico-, permitirle la necesaria oxigenación conceptual que nos conceda (dialécticamente, creemos) reinventarla a partir de superarla.

Estos seis elementos hacen referencia, en primer lugar, a la necesidad de reflexionar abierta y claramente sobre la definición de lo político, ya que buena parte de los estudios sobre transnacionalismo incide, curiosamente, en describir formas de participación política transnacional sin nunca explicitar de forma clara qué se entiende por política. En segundo lugar, planteamos la necesidad de hacer visible que la simultaneidad transnacional -incluso cuando los sujetos no la viven abiertamente como política- implica per se un fenómeno político.8 Esto nos lleva a un tercer punto de crítica: la necesidad de tomarse los contextos (de partida, de llegada y de tránsito de los migrantes) como campos sociales conformadores de situaciones políticas. Deberíamos hacer mucho más hincapié del que hemos estado haciendo en la importancia del contexto como momento histórico, en el cual se cruzan variables macro y micro-sociales; macro y micro-económicas, macro y micro-políticas.9 El cuarto punto de tensión deviene del tercero: se refiere al hecho de que una visión tan radicalmente contextualista de la experiencia migrante en las localidades no equivale a denegar su carácter global. Más bien nos lleva a repensar el cruce entre la constitución social de las identidades y los procesos de construcción de aquello que, en cierto contexto social, será sustantivado como “cultura”. Aquí remitimos de modo central al debate que asume que la cultura no puede existir como un ser en sí mismo, destituido de un proceso histórico y político que la sitúa en aquello que Immanuel Wallerstein denominó “sistema mundo”. La migración tensiona las visiones sobre cómo se producen la “cultura” y las “identidades” en espacios locales dados, justamente porque desautoriza las visiones más esencialistas de la relación entre cultura, identidad y políticas de pertenencia.10 Así, la cuarta tensión que proyectamos hacia los estudios del transnacionalismo migrante se refiere a la necesidad de de-sustantivar la cultura, asumiendo lo cultural como históricamente político.

Los puntos quinto y sexto de nuestra tensión de lo transnacional aluden a la necesidad de retomar al Estado y entenderlo como un elemento que no ha cesado de tener importancia en lo que se refiere a la experiencia de los flujos globales (ya sea de personas, mercancías, poderes o ideas).11 En sexto lugar, pensamos que es fundamental comprender que en esta persistencia del Estado las fronteras entre lo público y lo privado son muchísimo más complejas de lo que una lectura tácitamente dicotómica nos permitiría observar. Para superar la inmovilidad de una perspectiva segregacionista -que aísla lo público y lo privado como esferas autónomas de la vida social- habría que plantearnos una relación más porosa, liminal y fronteriza entre el uno y el otro.12

Con estos seis ejes críticos en mente, convocamos a investigadores dedicados a los fenómenos de transnacionalismo migrante en diferentes localidades del globo para debatir y reflexionar sobre los límites y las posibilidades políticas que el campo transnacional nos permite. Indagamos con los colegas cómo y en qué medida la experiencia migrante re-diseña no solamente la vida política de migrantes y autóctonos. Preguntamos, principalmente, si estos procesos conducen a un rediseño de “lo político” y de “la política”, que problematiza formas modernas de vinculación al Estado-nacional y opera la construcción de elementos sui generis, capaces de transformar y re-dimensionar las esferas públicas y privadas en diferentes contextos.13

La respuesta a este llamado nos sorprendió muy gratamente, pues confirmamos la intuición de que nuestras angustias sobre los límites de la perspectiva transnacional para pensar la migración en cuanto fenómeno político constituyen una especie de malestar compartido por investigadores que trabajan en diferentes contextos sociales. Recibimos multiplicidad de trabajos, todos muy interesantes y pertinentes. La tarea de selección de los textos que compondrían este número temático fue, en cierto sentido, un ejercicio agridulce. Por un lado, si bien la revisión de los trabajos ha alimentado de forma alentadora nuestra propia imaginación sobre el tema de modo monográfico; por otro, la selección de los artículos que finalmente integrarían el número temático nos ha obligado a un ejercicio de recorte algo frustrante. Debido a la calidad de las contribuciones recibidas, este dossier hubiera podido, fácilmente, haberse constituido por tres veces el número de textos que finalmente lo han integrado. Por ello, quisiéramos expresar nuestra más completa gratitud a todos los investigadores y a las investigadoras que han contribuido al número, y expresar también nuestra deuda para con los muchos dictaminadores externos que nos han ahorrado esfuerzos para evaluar con detenimiento los textos y ayudarnos en nuestra ardua labor de selección.

El presente dossier, al que titulamos “Rediseñando las fronteras de lo político: procesos, actores e instituciones políticas del transnacionalismo migrante”, es el resultado de este esfuerzo compartido y colectivo y está compuesto por tres apartados temáticos. El primero de ellos presenta el compilado de los seis artículos científicos que hemos seleccionado de entre todas las contribuciones recibidas. Estos trabajos están ambientados en una variedad de contextos nacionales, abordan relaciones sociales y procesos situados en una igualmente variada gama de localidades. Todos ellos dialogan de forma transversal con los tres temas que hemos presentado como eje vertebrador del dossier, tocándolos en diferentes grados, pero siempre articulando una forma particular de pensar y contestar a las interrogantes propuestas.

Abre esta sección el texto “La voz desde lejos. La triple-frontera andina: entre la heterología y la globalización”, de Sergio González Miranda (Universidad Arturo Prat, Iquique, Chile). En el artículo, González tensiona el lugar político de aquellas localidades o espacios considerados marginales en las fronteras de los Estados-nacionales. Trabaja específicamente los territorios que componen la triple-frontera andina, donde colindan Chile, Perú y Bolivia, presentando cómo el lugar marginal -al que clasifica “heterológico”, siguiendo a De Certeau- de estos territorios se ha resignificado a partir de los cambios sociales locales impulsados por los procesos de globalización. Esto le permite conjeturar que lo que hoy asume la forma de prácticas sociales y políticas transnacionales sólo ha podido configurarse así a raíz de la intervención de los Estados-nacionales en la construcción de los límites de las soberanías de las tres naciones andinas. Aquí el transnacionalismo, más que un fenómeno social de base, constituye la transformación de un fenómeno translocal a partir de la relocalización de las fronteras e intereses nacionales.

El segundo artículo, “En los límites de la nación diversa. ¿Qué lugar ocupan los migrantes en el proyecto ecuatoriano plurinacional?”, de Cristina Vega (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Quito, Ecuador) y Daniela Célleri (Leibniz Universität Hannover, Leibniz, Alemania), también se enfoca en el papel de los Estados-nación en la constitución del concepto de comunidad nacional. Las autoras se preocupan por cómo la constitución política de las identidades nacionales desde el Estado impacta sobremanera en los desenlaces sociales y políticos de la migración que parte de Ecuador. Además, plantean este impacto tanto en el marco de la nación de origen como en las formas de articulación social y lucha política desarrolladas por los migrantes connacionales en las sociedades de destino. Su foco de análisis es la asociatividad política de los migrantes ecuatorianos en Madrid. A través de un denso trabajo de campo, observan que el transnacionalismo político del Estado ecuatoriano reincide en un carácter homogeneizador del concepto de nacionalidad, planteando principios de afiliación identitaria que reproducen una noción política de ecuatorianidad autorrepresentada como uniforme.

Hugo Rangel Torrijo (Universidad de Guadalajara, México), nos ofrece el tercer artículo del dossier: “Los migrantes en las elecciones de Quebec en 2014. Democracia republicana vs. populismo identitario”. El trabajo nos presenta la creciente influencia de los colectivos migrantes en los procesos de participación representativa en las democracias de América del Norte. Rangel observa cómo en Quebec los migrantes asumieron un protagonismo nunca antes visto en el proceso electoral, logrando desmovilizar el discurso populista más distendido que tomó como blanco de ataque a los migrantes: configuraba sus identidades y religiones como un peligro para el establecimiento de una sociedad pretendidamente libre y realmente democrática. Este discurso, vehículo de una violencia simbólica no menor, proyectaba a los migrantes (y a la diversidad identitaria y religiosa que ellos representaban) como antagónicos al modelo republicano francés en el que se inspiran los valores estructurantes del sistema político del Canadá francófono.

A su vez, Edilma de Jesus Desidério (Universidad Intercultural del Estado de Puebla, México), en el texto “Espacio de fronteras entre instituciones participativas y migrantes en tránsito por Chiapas”, aborda la constitución de espacios de participación política entre migrantes que están transitando por una zona de frontera en la que se enfrentan a importantes desafíos sociales y vitales. El análisis se enfoca en cómo organizaciones sociales del tercer sector -muchas de ellas confesionales y vinculadas a instituciones religiosas- articulan un espacio de mediación en el que los migrantes logran expresar y constituir su voz como agentes políticos. Desde un punto de vista teórico, la perspectiva de la autora apunta a la comprensión de los procesos de producción de estos espacios desde el marco lefebvriano, aprehendiendo en ellos no sólo una dimensión política, sino también la composición de una relación dialéctica entre lo material y lo simbólico.

El quinto artículo del dossier, “Arder en la Gran Manzana. #YoSoy132NY, transnacionalismo sociopolítico en acción”, de Carlos Piñeyro Nelson (New School for Social Research, Nueva York, Estados Unidos), se centra en las novedosas y dinámicas formas de articulación política de los migrantes mexicanos en Estados Unidos. Aborda un movimiento social estudiantil que se teje de forma transnacionalizada entre México y Nueva York, el cual demanda la democratización de las informaciones transmitidas por los medios de comunicación mexicanos sobre las elecciones presidenciales de 2012. Se discuten las nociones tradicionales del transnacionalismo político y se aboga por la necesidad de ampliar sus horizontes conceptuales. Esto de cara a comprender cabalmente estos novedosos y dinámicos modos de actuación política transnacional.

El último artículo de esta sección es “‘Luchas migrantes’: un nuevo campo de estudio para la sociología de los disensos”, de Amarela Varela Huerta (Universidad Autónoma de la Ciudad de México). El trabajo deriva de una reflexión madura de investigaciones de casi una década acerca de la actuación política -de las movilizaciones y articulaciones sociales migrantes transnacionales- de colectivos instalados en España o que transitan por México. Varela observa el impacto que las sucesivas crisis derivadas del modelo neoliberal económico ha tenido en la producción de las dificultades, limitaciones y posibilidades de la vida política transnacional. Apunta a entender la acción colectiva de migrantes en la lucha contra el racismo institucional y la xenofobia, plantea que este tipo de movilizaciones políticas constituyen una forma de vitalización del campo político.

En el segundo apartado del monográfico presentamos una entrevista realizada a cuatro expertos de las migraciones transnacionales desde y hacia Latinoamérica, con amplia trayectoria en los debates sobre el fenómeno desde diferentes enfoques. Contamos así con la participación de Bela Feldman-Bianco (Universidade Estadual de Campinas, Brasil), Eduardo Domenech (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina), Alyshia Galvéz (Lehman College / CUNY, Estados Unidos) y Carolina Stefoni (Universidad Alberto Hurtado, Chile).

Por último, la tercera sección del dossier presenta un compilado de referencias bibliográficas. Desde nuestra perspectiva, estas referencias constituyen lecturas fundamentales para el debate que proponemos. No obstante, no es nuestra intención listar de forma agotadora todas las publicaciones pertinentes sobre el tema -labor que derivaría en un ejercicio sin fin, dada la prolijidad que el tema ha inspirado en investigadores de todo el mundo-. Nuestra labor de recopilación en este cuarto apartado tiene más bien la finalidad de situar debates que pueden ayudar a inspirar la imaginación de los investigadores interesados en profundizar en los seis ejes de tensión que el presente dossier congrega.

Esperamos que los trabajos que aquí se reúnen puedan constituir no una reunión terminada y cabal de posturas y posicionamientos sobre el lugar (y los lugares) de lo político y la política en los estudios de la migración transnacional, sino que nuestra apuesta es tomar el sendero opuesto al de esta pretensión, en el sentido de trillar rutas y debates que alimenten un espíritu crítico, un espíritu ansioso por redimensionar y reposicionar fronteras analíticas para más allá de cualquier reificación conceptual. Así las cosas, esperamos que el dossier pueda materializar un jardín que ayude a bifurcar de modo creciente los senderos de la perspectiva transnacional de las migraciones.

1En este tenor, el comportamiento político sería simultáneamente peligroso —dada su capacidad de acelerar la corrosión moral del ser humano—, y una fuente de esperanza —dada la posibilidad de construir formas de experiencia política que frenaran esta misma corrosión moral.

2Presentamos el argumento de Hobbes como un espejismo del de Rousseau de forma abiertamente provocativa. No hace falta decir que esta provocación tiene en sí algo de históricamente incoherente, puesto que los escritos de Hobbes datan del siglo XVII y anteceden a los de Rousseau (desarrollados en el XVIII) casi cien años. En este sentido, nuestra acusación de espejismo es un ejercicio crítico para ser tomado con reservas históricas.

3La política y lo político serían fenómenos fundadores del control social sobre una naturaleza humana autodestructiva. La relación amigo-enemigo, el conflicto y el desacuerdo se reflejarían a su vez en la posibilidad del acuerdo y el reconocimiento.

4Más allá de la frontera de nuestras suspicacias y revisiones críticas, estas perspectivas siguen martillando (a veces con mucho ruido, a veces silentemente) en cómo pensamos los fenómenos sociales. Constituyen concepciones fundantes a las que no logramos terminar de superar o abandonar. Aun cuando los fenómenos que estudiamos —en su existencia asimétrica, desigual e históricamente contextual— parecen desafiar el cierne de estos postulados.

5Hay tres elementos centrales de estos argumentos clásicos que se han constituido como ejes de conformación de la visión que en las ciencias sociales aún tenemos de lo político. El primero es esta confianza, cuestionable y tardíamente moderna, en la posibilidad de que, efectivamente, exista una naturaleza humana (ya fuera ella esencialmente buena o constitutivamente mala), y de que estaríamos en condición de encontrarnos con esta naturaleza nuestra de forma racional y objetiva. El segundo es la idea de que dicha naturaleza implica la conformación de una esencia política del hombre y la impacta. El tercero sería la naturalización de lo masculino como representativo —como la metonimia que, en su movimiento sustitutivo, engloba y subsume—, tanto de la supuesta naturaleza humana como de su igualmente supuesta inmanencia política.

6Lo que se observa tanto en las teorías migratorias situadas a la derecha del pensamiento político —y en la perspectiva neoclásica de las migraciones y sus derivados— como en los argumentos a la izquierda —aquellos que devienen de la Teoría de la Dependencia o del Sistema-Mundo.

7Estas posiciones críticas permiten entender al transnacionalismo como un complejo conjunto de prácticas migrantes que provocan esta vinculación transfronteriza que relativiza el ser, el estar y el pertenecer al Estado-nacional y que le dan una estructura histórica que los ha tejido alrededor de relaciones de poder asimétricas que se iniciaron, en algunos casos, en el siglo xvi con las invasiones de los imperios europeos a los pueblos de África, Asia y América.

8Esto nos obliga a considerar que la acción política no deviene siempre (ni obligadamente) de una elección racional por parte de los sujetos. Hay actos y acciones que, dadas las configuraciones históricas que tensionan o generan, son inminentemente políticos incluso si los sujetos no los plantean así.

9Lo que deviene no solamente en la construcción de formas de experiencia de la identidad de los migrantes, sino que también en formas de ser y estar en el espacio local que operan tensiones políticas en los cruces entre fuerzas macro y micro, es decir, en los procesos de producción social de la localidad en un mundo globalizante.

10En otras palabras, la presencia migrante rompe desde adentro ciertas formas de esencialismo sobre el sentido de pertenencia comunitaria (ya sea de la comunidad nacional imaginada, o de las comunidades imaginadas étnicas, locales, citadinas o barriales). Rompe la naturalización de la cultura como un algo que los sujetos o grupos detienen y que derivaría directamente (casi de forma mágica, como por efecto de un fetichismo de la cultura) en un principio estanco de identidad. Hace patente el hecho de que toda cultura es también un proceso social de producción inserto en disputas y contextos históricos y políticos.

11“El Estado importa” es lo que queremos proponer, y los estudios transnacionales, aun cuando centrados en entender estas formas tan potentes de transnacionalismo migrante “desde abajo” no deberían naturalizar este papel político estatal.

12Esto nos permitiría comprender que lo privado puede ser aglutinador de formas de experiencia política de lo transnacional con tanto o más potencia de transformación en ciertos contextos sociales (y entre ciertos sujetos) que las experiencias políticas del espacio público.

13Plenamente conscientes de la amplitud de reflexiones que estas interrogantes podrían motivar, invitamos a los colegas a que se enfocaran sobre todo en tres posibles aspectos de este debate. En primer lugar, en la relación entre los migrantes y las instituciones políticas. Como segunda dimensión prioritaria sería en el cuestionamiento de la relación entre los migrantes y los procesos políticos. Finalmente, un tercer eje de debates del dossier convocó a los estudiosos que ahondan en la relación entre migrantes y actores políticos.

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