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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.12 no.27 Ciudad de México ene./abr. 2015

 

Dossier: La ciudad letrada: intelectuales y poder

 

Filosofía y literatura en el Centenario: caminos con dirección inversa

 

Philosophy and literature at the Centenario: roads with reverse direction

 

María Carla Galfione*

 

* Doctora en Ciencias Humanas y Sociales e Investigadora Asistente de CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), Argentina. Profesora Asistente en la Universidad Nacional de Córdoba. Correo electrónico: carlagalfione@yahoo.com.ar.

 

Fecha de recepción: 27 de junio de 2014
Fecha de aceptación: 29 de enero de 2015

 

Resumen

En la época del Centenario, José Ingenieros comienza a interesarse por la filosofía y por el valor de la filosofía como constructora de la cultura argentina. Es una época atravesada por el discurso nacionalista en la literatura y por sus pretensiones de dominar el espacio político mediante el predominio cultural. En el artículo analizamos un trabajo central de Ingenieros sobre la filosofía, Las direcciones filosóficas de la cultura argentina, intentando reconocer el diálogo con Blasón de Plata, de Ricardo Rojas e, indirectamente, una respuesta al nacionalismo literario. Según esta lectura, dicho diálogo nos habla de la conflictividad de la ciudad letrada, de la pelea por habitarla, por dirigirla, en el momento preciso en que, según Ángel Rama, ella triunfaba.

Palabras clave: José Ingenieros, Ricardo Rojas, filosofía, literatura, nacionalismo, cultura nacional.

 

Abstract

At the time of the Centenary, José Ingenieros became interested in philosophy and the value of philosophy as a builder of argentine culture. Is a time traversed by the nationalist discourse in the literature and by its pretensions to dominate the political space through cultural predominance. In this paper we analyze a central Ingeniero's work on philosophy, Las direcciones filosóficas de la cultura argentina, trying to recognize there the dialog with Blasón de Plata, of Ricardo Rojas, and, indirectly, a response to literary nationalism. According to this interpretation, that dialog express the controversial nature of the "lettered city", the fight for inhabiting it, for directing it, at the very time in which, according to Ángel Rama, it triumphed.

Key words: José Ingenieros, Ricardo Rojas, philosophy, literature, national culture.

 

INTRODUCCIÓN

El largo proceso de configuración de la "ciudad letrada" verá sus frutos, según Ángel Rama, hacia fines del siglo XIX. La constitución de las "literaturas nacionales" implicará el definitivo predominio de la letra, con la consecuente sepultura de las formas orales de producción cultural. En palabras del uruguayo, se trata del "triunfo de la ciudad letrada" (Rama, 1984: 87), en coincidencia con el esplendor del proyecto nacionalista. Fortalecida al readaptar antiguos motivos de la tradición popular, y ampliando de ese modo su espacio de difusión, la literatura es la principal herramienta legitimadora de un discurso que homogeneiza y simplifica la cultura nacional.

Son numerosas las críticas que esta mirada de Rama ha recibido y que advierte lo limitado que resulta ese planteo —quizás apresurado. Casi todas esas críticas son deudoras de aquella primera expresión de Julio Ramos, quien encontraba en la propuesta de La ciudad letrada una tendencia a reducir la heterogeneidad de lo letrado, identificando al letrado con un "intelectual orgánico del poder" (Ramos, 2009: 114). De este modo, las críticas se despliegan desde posiciones que, como lo hace Álvaro Fernández Bravo, focalizan la atención en la simplificación que subyace al planteo de Rama, que no repara en la convivencia del discurso letrado con otro tipo de expresiones que resistían precisamente ante aquel intento homogeneizador; expresiones que, de ser notadas, permitirían descubrir la violencia contenida en esa operación letrada (Fernández Bravo, 2006). O, como Florencia Garramuño, descubren que ese tipo de lecturas son simplificadoras porque no dan lugar a ciertas formulaciones que circulan por espacios ajenos al poder de turno y a las instituciones, adquiriendo, en esa forma de la autonomía, otro tipo de poder, no ya subsidiario del político (Florencia Garramuño, 2006). En esa línea, los cuestionamientos insisten en la importancia de mirar hacia otros tipos de escritura, no necesariamente afines con los impuestos por los letrados dominantes, que podrían ser la expresión de una "reflexividad contrahegemónica", en palabras de Santiago Castro Gómez (Castro Gómez, 1997).

En lo que sigue, reconociendo la agudeza de esas críticas y la impronta que han tenido a la hora de definir nuestro propio objeto de estudio, nos interesa detenernos al interior del planteo de Rama, de esa mirada casi dicotomizante entre la ciudad real y la ciudad letrada, para advertir allí, en el seno de esta última, algunas disidencias que contribuyen a cuestionar el hermetismo y la homogeneidad de ese espacio.

En particular, podríamos decir que lo que sigue atiende a una lectura no nacionalista de la cultura, en este caso argentina, que se erige como contradiscurso, pretendidamente académico, respecto de una de las expresiones que según Rama habrían protagonizado el triunfo finisecular de la ciudad letrada: la de Ricardo Rojas. Nos referimos en particular a la propuesta que desarrolla José Ingenieros en torno a la filosofía en Las direcciones filosóficas de la cultura argentina, obra que puede ser leída —ésa es nuestra propuesta— como una formulación tendiente a disputar con Rojas sobre el dominio de las humanidades. Ingenieros y Rojas, la filosofía y la literatura, pueden aparecer de esta manera, no sólo como disciplinas y actores diferentes del espacio letrado, sino también enfrentados y en conflicto por el dominio sobre la cultura. Lo cual, sin duda, habla también del carácter político de las letras.1

 

JOSÉ INGENIEROS Y LAS DIRECCIONES FILOSÓFICAS DE LA CULTURA ARGENTINA

Algunos años después de que Ricardo Rojas escribiera Blasón de plata, un símbolo del nacionalismo argentino del Centenario, José Ingenieros publica Las direcciones filosóficas de la cultura argentina (en adelante: Las direcciones).2 Hasta entonces, Ingenieros no se había ocupado nunca directamente de la filosofía y, más bien, su producción teórica había girado en torno a la psicología, a la criminología y, de manera más reciente, a la sociología.3 Sin embargo, a su regreso a la Argentina, luego de pasar tres años en Europa (1911-1914), publica este texto en el que elabora una definición de la filosofía y tematiza, precisamente, el vínculo de la filosofía con la cultura argentina.

El sorpresivo interés de este autor por cuestiones referidas a la filosofía puede ser leído como producto de, o en diálogo con, un contexto en el que resultaba fundamental tomar una posición ante las definiciones de la cultura local y en el que esta nueva disciplina le servía de herramienta para ubicarse en el marco de esos debates, dentro del universo letrado, pero —y esa es su jugada—, fuera del horizonte nacionalista. En ese contexto intentamos leer Las direcciones.

El trabajo de Ingenieros ofrece, afortunadamente, algunas pistas que nos permiten reconocer el diálogo que entabla con otras posiciones de la época. Su objetivo es relatar allí una historia del vínculo entre el pensamiento o la filosofía y el desarrollo de la cultura argentina, ensayando, para lograrlo, un recorrido histórico que va desde el periodo colonial hasta su propio presente. Podría decirse que ese relato es una actualización de la dicotomía (o conjunción) sarmentina de civilización y barbarie, a partir de la cual Ingenieros lee cada estación de lo que él considera momentos del desarrollo de la cultura nacional. Al hacerlo, reproduce no sólo las categorías sarmentinas y, en parte, su valoración, sino también su lógica binaria y conflictiva.4 Es factible reconocer aquí lo que sostiene Estela Fernández Nadal: las categorías son un modo de mediatizar las contradicciones sociales, de transformarlas simbólicamente y, de esta manera, intentar resolverlas o anularlas. Del mismo modo, éstas son una descripción propuesta de lo real, al tiempo que una determinada valoración de las posibilidades de intervención sobre esa realidad (Fernández Nadal, 1995).

En el texto de Ingenieros la dicotomía aparece planteada bajo la forma de diversas "oposiciones categoriales".5 Dos de ellas son, a nuestro entender, centrales: se trata de la que distingue "España" de "Europa" y la que diferencia "lo viejo" de "lo nuevo". A partir de ellas se elaboran las otras: "dogmatismo católico" vs "libre examen", "provincias" vs "Buenos Aires", "conservadurismo" vs "liberalismo".

En el comienzo de esa historia, Ingenieros sugiere una mirada genealógica de una cultura que emprende su marcha fuertemente ceñida por los marcos del escolasticismo, que reponía en América el predominio de la doctrina medieval tal como se daba en España y en oposición a la Reforma. América es presentada como la principal receptora de ese dogmatismo católico. Y, en particular, en la Argentina, una de las más importantes manifestaciones culturales de ese espíritu se encuentra en Córdoba. Allí se destaca la fundación, en 1613 y bajo el patrocinio jesuita, del Seminario que luego pasará a ser la Universidad de Córdoba. Primero, bajo la dirección de los jesuitas, y luego de los franciscanos, la Universidad de Córdoba es para Ingenieros el reducto del conservadurismo y la decadencia de la cultura hispánica. "La Universidad de Córdoba —dice— sintetiza el pensamiento hispanocolonial. Su historia, en pequeño, corre paralela a la de sus contemporáneas de España; y, como ellas, puso su mayor afán en permanecer fiel a sus tradiciones, hasta muy pasada la hora de la emancipación argentina" (Ingenieros, 2007: 19). "España", como categoría, se rodea de otros conceptos que adquieren el mismo valor negativo: "dogmatismo", "conservadurismo", "Córdoba" e, identificada con esta última, "provincias" e "interior".

Constatar que la primera universidad del país estuvo en manos de la Iglesia y que sus ideas fueron contrarias a la Revolución de la Independencia es una operación con importantes consecuencias en el planteo de Ingenieros, y allí, el hecho de que esa universidad fuera fundada en una provincia y no en Buenos Aires, suelo de la Revolución, no es un dato menor. En esta conjunción se construye el núcleo negativo de todas las oposiciones; sobre ellas pesa por momentos un juicio teórico y por momentos uno político. Sea por la posición teórica, sea por sus consecuencias políticas, el escolasticismo, Córdoba y la reacción antirrevolucionaria se dan la mano. En cambio, en el extremo opuesto y a pesar de que muchos de los profesores del Colegio San Carlos, creado en Buenos Aires en 1772, habían estudiado en las aulas cordobesas, la novedad cultural de la ciudad porteña parece habilitar a nuestro autor a esperar expresiones diferentes de la cultura que allí se difunde. De este modo, se establece una oposición difícil de revertir: "El pensamiento hispanocolonial tuvo su mayor arraigo en el claustro de Córdoba; en Buenos Aires se manifestaron las primeras divergencias políticas, económicas y filosóficas que, al acentuarse, caracterizaron el pensamiento argentino" (Ingenieros, 2007: 22). Se trata de una sentencia que no volverá atrás a lo largo de todo el libro y a través de la cual no sólo se condena a la ciudad de los jesuitas, y a través suyo a las provincias, a ser sólo expresión del pensamiento hispanocolonial, sino que se elabora una imagen de Buenos Aires como fuente exclusiva de renovación y libre pensamiento, y se la reconoce como cuna de las ideas y expresión de la cultura argentina.6

Si "Córdoba" se identificaba con "España", "Buenos Aires" lo hará con "Europa". Según el autor, a poco de su nacimiento, la cultura de Buenos Aires casi se identifica y hasta mimetiza con las novedades provenientes de Europa y es esa cercanía lo que permite explicar la Revolución, porque desde Europa llegaron las ideas enciclopedistas. En Europa dominaban "los principios del liberalismo político, económico y filosófico que representaron netamente Rousseau, Quesnay y Condillac" (Ingenieros, 2007: 29), y quedará claro, en su desarrollo, de qué modo estas ideas se enfrentaban en América a los resabios de la dogmática española. Gracias a ese vínculo con las novedades del pensamiento europeo se diseña la imagen del "criollo". Citando a Vicente Fidel López, Ingenieros sostiene que

en 1800, la minoría ilustrada de Buenos Aires "formaba ya una masa moralmente uniforme, una verdadera nacionalidad con espíritu propio, que se denominaba a sí misma hijos del país o criollos, y que con ese nombre se distanciaba de los españoles [...] y resultaba un espíritu homogéneo de patriotismo y de interés apasionado por la tierra común, completamente ajeno a todo espíritu de partido o de jerarquía clerical". (Ingenieros, 2007: 30, 31)

De esa manera, se construye el polo positivo de las oposiciones: "Europa", dijimos, carga con la valoración a su favor por ser la cuna del pensamiento ilustrado y, desde allí, independentista. A ella se unen luego las categorías de "criollo", "hijo del país" y "minoría ilustrada". "Buenos Aires" será la categoría capaz de focalizar a las restantes. Y en ese marco aparece finalmente una categoría en discusión: "argentinidad".

A partir de esos conceptos se relata la historia del país y se disputa la capacidad misma de historiarla. La Revolución es explicada como obra de porteños, el producto del esfuerzo de un grupo reducido de hombres que se hacía eco de las profundas transformaciones ocurridas en el plano de las ideas y de un juego de intereses de diferentes grupos en relación con el rumbo del Estado. Así, frente a "la opresión y el dogmatismo" que representaba España, "la emancipación era concebida como democracia y como liberalismo, en todos los sentidos" (Ingenieros, 2007: 31).

Por otra parte, en las consideraciones acerca de lo que podríamos llamar la historia de nuestra filosofía luego de la Independencia, no faltan las oposiciones y éstas se expresan también en los términos que mencionamos arriba: "escolasticismo" vs "pensamiento liberal". Este último adopta en el relato de Ingenieros una forma bastante precisa que coincide con la imagen que el autor elabora de lo que debe ser la filosofía. Allí relata las tímidas e iniciales lecturas locales de la doctrina "sensacionista" difundida por Cabanis y Destutt de Tracy y las peripecias de quienes se adentraron en estos estudios aún cuando el terreno no era propicio. La oposición se establece, en ese comienzo del pensamiento filosófico, entre la "teología dogmática" y la "filosofía ideologista". Entre los nombres que se destacan figuran Lafinur, Argerich y Fernández de Agüero. Los tres representan para Ingenieros la base de la incipiente expresión filosófica de uno de los polos en pugna en la historia de la construcción de nuestra cultura. Pero ellos no sólo son la expresión de una posición diversa a la que defendía el dogmatismo católico, ellos representan el ingreso definitivo de la cultura y la filosofía europeas a la cultura y a la filosofía argentinas. Al postular uno u otro modelo filosófico, esos profesores, incluso sin advertirlo, vinculaban la cultura local con la europea. Leídas de esta forma, semejantes expresiones filosóficas sirven a nuestro autor para potenciar aún más el polo positivo de las oposiciones.

En relación con la cuestión de la filosofía, vuelve a aparecer aquí indirectamente la oposición "provincias"-"Buenos Aires". Mientras "Buenos Aires" designa el sitio en el que se leían libros nuevos y autores traídos de Europa, "Córdoba" nombra el claustro oscuro donde reinaba el saber antiguo y retrógrado que se ponía en guardia ante la novedad. Hay allí, según Ingenieros, un "contraste entre mentalidades": por un lado, la "mentalidad revolucionaria", propia de Buenos Aires, y por otro la "mentalidad conservadora" de Córdoba (cfr. Ingenieros, 2007: 48, 52).

En la misma tónica de oposiciones continúa todo el relato de la historia del país. Si, en lo que hacía a las ideas de la independencia, el polo positivo tenía su complemento político manifestado en los revolucionarios y estaba encarnado en Mariano Moreno, al ocuparse de la década de 1820 se destaca otro nombre: Rivadavia. "Rivadavia —dice— fue el hombre representativo de la minoría culta que continuaba la tarea, iniciada por Moreno, de dar una mentalidad nueva a la nación que se constituía: substituir al españolismo la 'argentinidad' [sic]" (Ingenieros, 2007: 59). Y, sin embargo, recuerda el autor, al igual que Moreno, Rivadavia no tuvo éxito en la historia, aunque no por ello abandona el polo positivo de las oposiciones. No tuvo éxito porque no pudo subsistir ante los ataques que provenían del pasado: "Rivadavia renunció. [...] Los intereses coloniales y las ideas conservadoras tenían demasiado arraigo fuera de la minoría culta que comprendía la 'argentinidad', tal como la habían pensado los morenistas de 1810" (Ingenieros, 2007: 61).

El extremo categorial positivo no termina de encontrar su traducción histórica. El relato de Ingenieros continúa nombrando, entrado el siglo XIX, sólo un conjunto de categorías ideales. Al tematizar la cultura y el pensamiento durante los gobiernos de Rosas, este esquema se mantiene. Sólo que aquí la ocupación de Buenos Aires por las fuerzas rosistas y el exilio de los hombres de la Generación del 37 promueve una leve torsión en su lectura por la que "Buenos Aires" se desplaza temporariamente hacia el polo negativo. Ante esta condición histórica, Ingenieros se esfuerza para mantener la coherencia del relato y afirma con Ernesto Quesada:

Rosas fue el señor feudal que acomunó a los caudillos de las provincias en su lucha contra la burguesía porteña; su gobierno representa los más cuantiosos intereses materiales del país.

Con ese predominio del país feudal se restauraron las tendencias hispanocoloniales en el orden cultural. La ideología y la política "argentinas" de los revolucionarios resultaron prematuras para las provincias; el país, modelado a imagen y semejanza de la metrópoli, se resistió a la imposición de un régimen concebido en Buenos Aires según las doctrinas de Europa. (Ingenieros, 2007: 64)

En los hechos, Buenos Aires fue tomado por las provincias, su suelo fue ocupado, y ante el avance la ciudad misma tuvo que emigrar.7 Lo que quedaba sólo podía ser llamado "masa inculta", y política "caudillista" y "feudal".

En materia educativa, habrían de retornar los jesuitas a los claustros universitarios y en lo que hace a la filosofía volvería a primar la escolástica suarista (cfr. Ingenieros, 2007: 72). Con el exilio de los jóvenes del Salón Literario, a quienes Ingenieros no se cansa de reivindicar como sus propios antecedentes filosóficos, "el pensamiento argentino prosperó fuera de la enseñanza oficial, febrilmente encelado [sic] por la proscripción" (Ingenieros, 2007: 73). El verdadero "pensamiento argentino", y con él la "cultura argentina", pero también la misma "Buenos Aires", se desarrolla y fortifica fuera del país, sin territorio preciso.

Esa semilla que volaba en el aire era recuperada luego por Sarmiento, animado por "una orientación cultural que imprimió en la naciente mentalidad de nuestra raza: reemplazar la herencia teológica española por el cultivo de las ciencias de la naturaleza"8 (Ingenieros, 2007: 79).

En lo que hace a la "filosofía", la oposición entre las "ciencias" y el "dogmatismo" se plantea con nitidez, y sobre esa base ideal se define la tarea aún por delante de regenerar la cultura y la raza en su conjunto. El nuevo saber carga el signo positivo, por la certeza que alcanza con la experiencia, frente a un saber puramente especulativo y porque tiene su inspiración en Europa. Paulatinamente la influencia de Europa se funde con la preponderancia de la ciencia. Se "adaptan" las ideas europeas a nuestro medio9 (Ingenieros, 2007: 84, 73).

Pero este desarrollo recién podrá empezar a evidenciarse, afirma Ingenieros, luego de Caseros. Con las reformas realizadas entonces en el ámbito educativo, se daría un giro radical y definitivo en el ámbito del conocimiento y de la cultura, un giro que es leído como la verdadera base y condición de la formación de la "tradición argentina". Esta novedad es presentada en virtud del ingreso de las ciencias naturales al espacio de los saberes universitarios y en la mayoría de los casos está vinculada con la llegada de profesores europeos. La descripción nos lleva una vez más a la oposición planteada en términos de "ciencia" y "dogmatismo", sólo que se precisa cada vez más el alcance del primer término. En un principio los nombres asociados con el desarrollo de la ciencia en el país son los de científicos y médicos: Rawson, Pasquier, Bermeister, Holmberg y Lynch Arribálzaga. Esos avances alcanzados en el campo de las ciencias naturales son condición de posibilidad de la filosofía. Y aquí se produce una de las jugadas o movimientos más significativos en el planteo que analizamos: es precisamente a partir de aquella oposición entre la "escolástica" o "teología española" y las "ciencias naturales" que se borran en el relato las posibilidades de referirse a un "pasado filosófico" en nuestro suelo, ofreciendo el escenario propicio para hacer de la "filosofía científica" la novedad radical que nuestro autor vendría a anunciar.10

Llegamos por fin al núcleo del problema que nos interesaba plantear. La "filosofía" sólo puede designar algo real o existente en la Argentina después de que las ciencias naturales se hayan consolidado medianamente y bajo el auspicio de éstas. Sobre esa base, Ingenieros extiende incluso el postulado más allá de la "filosofía", y lo hace efectivo para todo el campo de las "humanidades". Así lo observa a partir de la década de 1860: "fue sin duda un gran concepto pedagógico el de dar a las 'ciencias de la naturaleza' un predominio marcado sobre las 'ciencias de papel'; y el no haber tenido, por entonces, filosofía mala es una hermosa ventaja para que surja buena en el porvenir, cuando ella venga a elaborarse sobre la sólida cultura científica" (Ingenieros, 2007: 87).

Se destaca aquí algo más: el vínculo entre "cultura argentina" y "ciencias de papel", aquélla depende de éstas. La noción de "argentinidad" se erige gracias al vínculo del saber científico con los ideales que sobre éste se elaboran. Y en nuestra historia es la década de 1880, un pasado muy próximo, el tiempo en que comenzaría a asomarse la realidad de "una tradición argentina [...], distinta de la colonial" (Ingenieros, 2007: 88). No es casual el término que se utiliza. La palabra "tradición" condensa, hacia el final del relato, la apuesta del autor.

Ingenieros se vale de dos usos diferentes del "presente": por un lado, se exalta con él la novedad, por el otro, se vale performativamente del término para volverlo pasado de un futuro previsto. Sobre el trasfondo de todo lo dicho acerca de la ciencia y de su vínculo con la filosofía, la novedad en las ideas viene a garantizar que lo nuevo, el porvenir, y con ello la filosofía, han encontrado el momento de su reinado.11 Ingenieros se anima a arriesgar una definición y un comienzo nuevo para la cultura argentina, ahora bajo la dirección de la filosofía.12

El relato histórico que guía Las direcciones promete, hacia el final, la realización de la cultura argentina precisamente porque la filosofía ha alcanzado ya el estadio esperado: "nuestra evolución cultural —afirma Ingenieros— ha sido una substitución progresiva del dogmatismo escolástico por el naturalismo científico" (Ingenieros, 2007: 94). La "cultura argentina", que a la luz de esta mirada histórica ha permanecido como promesa, a la espera de sus condiciones de posibilidad, encuentra en el efectivo despliegue de la ciencia y de la filosofía científica su oportunidad. La filosofía argentina estaría finalmente naciendo, la cultura también, y con su ayuda, podría comenzar a andar: "ante estos signos calificativos del pensamiento argentino cabe inferir que él se prepara naturalmente para ascender a una filosofía que ponga en las ciencias sus fundamentos y haga nacer de ellas los ideales de la raza en formación" (Ingenieros, 2007: 95).

 

EL ESCENARIO DE LAS CATEGORÍAS Y EL SENTIDO DE LAS VALORACIONES

El propio Ingenieros nos instala en un escenario de disputa en torno a la cultura argentina, a sus definiciones y a la disciplina ocupada de encaminarla. En aquel principio de siglo en que escribe Ingenieros, momento de intensa conmoción por los profundos cambios operados en la Argentina y el mundo, y ante la necesidad de reconocer un suelo propio en el que asentar la futura dirección del país, los intelectuales se disputan la definición de la cultura. Lo que está en juego es el sentido, el contenido simbólico, de la cultura de una nación en formación como modo de legitimar acciones y actores del presente. Aparecen variados aspectos, desde una valoración del pasado hasta el diseño de un modelo disciplinar que sirviera para conocerse y nombrarse, cuestiones que parecen preocupar a Ingenieros y donde debe inscribirse el texto de Las direcciones. La filosofía tiene algo que hacer: bajo un nuevo rostro le cabe disputar por un modelo cultural que es, al mismo tiempo, un modelo político.

Uno de sus oponentes, que no es nombrado directamente sino que salta a la luz al atender a los términos del planteo de Ingenieros, es Ricardo Rojas, que, años antes, con motivo de la conmemoración del Centenario, había afirmado en Blasón de plata la necesidad de revisar y revalorar el pasado colonial de la cultura argentina y repensar, de ese modo, la oposición sarmentina. En ese texto la valoración que recorrimos aquí de la mano de Ingenieros se invierte completamente para ofrecernos una muy diversa propuesta de nacionalidad.

Las dos oposiciones centrales en el planteo de Ingenieros, "España"/ "Europa" y "viejo"/"nuevo", estaban presentes en Rojas pero con signo valorativo inverso. Los términos de esas oposiciones cumplían funciones muy diferentes en la elaboración de la base histórica sobre la que éste construía el modelo de cultura nacional. El momento originario de la Argentina era para Rojas la llegada de los españoles a estas tierras. Y, así, "España" era la categoría clave sobre la que recaía la valoración positiva. Pero esa positividad se reforzaba retóricamente: el relato de ese origen recibía su fuerza al atarse a una leyenda mítica:

Todas las gentes de América, y especialmente las ribereñas, vieron en los navegantes españoles un ser extraordinario pero no temible [...] los naturales de la isla, presas de asombro, habían visto aparecer, como tres deidades oceánica, las tres carabelas en el horizonte [...] apenas vieron desembarcar a los navegantes y descubrieron en sus rostros un gesto de amor, tornaron ellos hasta la playa, para recibirles como dioses amigos. (Rojas, 1954: 60-61)

Luego de la llegada legendaria, lo que seguía era la historia del lento proceso por el cual España daba nombre, lengua y religión a América. Era la historia de cómo España había avanzado sobre el continente y su gente, la historia de la mezcla, del "mestizaje". Y era una historia que, contada desde esa leyenda, daba valoración positiva a aquel origen.

En esa narración no había necesidad de prueba o experiencia, ni de ciencia, sino todo lo contrario. Si el relato funcionaba, si lograba su efecto, era precisamente por la falta de fundamento empírico.13

Al remitir a la leyenda, el autor se erigía a sí mismo no como constructor de ese relato sino sólo como transmisor. El relato estaba autorizado por el peso mismo que le otorga el origen y, de este modo, quedaba fuera del horizonte toda consideración respecto de las pruebas de lo que se afirmaba o de la certeza que se ofrecía.

Nuevamente, podría decirse, se trataba de un acto performativo sobre la historia. Pero mientras que con Ingenieros el peso recaía sobre el presente, en la propuesta de Rojas el mito hace que el pasado sea performativo sobre el presente. Si Ingenieros inventaba un "origen" en su presente y lo hacía "tradición", interviniendo sobre el futuro, Rojas creaba, en cambio, un "origen", pero lo situaba en un tiempo inmemorable y desde allí lo hacía dar sentido al presente. Una intervención retórica que parece volverse muy productiva en el tiempo y el lugar en que se escribe. Ingenieros lo sabe y lo combate.

Ahora bien, más allá de la opción historiográfica de Rojas de recurrir al mito, que no parece tener otra funcionalidad que la de la legitimación, por el origen, del predominio actual, cultural y político de un grupo social de contornos bastante claros, más allá de eso, decimos, para comprender la apuesta de Ingenieros debemos atender también al contenido de las formulaciones de su contrincante. Siguiendo a Miguel Dalmaroni, puede advertirse que en el relato de Rojas, una vez definido ese origen, todo lo que sigue es mezcla. Aquel primer momento en que los españoles se encontraban con los nativos presentaba ya el rasgo positivo que luego recaía en todas las combinaciones sucesivas. La prioridad de lo "español" iría mutando para dar lugar a otro término que, luego de aquel primer momento legendario, hablaría del rasgo natural de este suelo y de su cultura: el "criollo". El "criollo", producto de la mezcla, servía a Rojas para nombrar al protagonista de todos los grandes sucesos de la historia de la nación y, desde allí, servía también de vara para medir la propiedad o no de las nuevas expresiones culturales del país.14 "Español", como principio activo, frente a "indio", luego pasará a ser "criollo" frente al extranjero colonizador. Y esa valoración se mantendrá incluso a comienzos de siglo, ahora como defensa "indianismo" frente al "exotismo". Ante nuevos navegantes, la fórmula recomendada es la "mezcla", el "criollo", el "indiano". La llegada de los inmigrantes deberá ser juzgada en función de la profecía del origen: para hacerse positiva debía significar el nacimiento de una nueva mezcla.15

Si "civilización" y "barbarie" eran para él categorías caducas, ello se debía a que se habían elaborado con la mirada puesta en Europa.

Esa dicotomía, decía, "transpira desdén por las cosas americanas" (Rojas, 1984: 104) y había que reemplazarla por una diferente: "exotismo"/"indianismo". Se trataba de postular nuevas categorías, más apropiadas a la descripción de nuestra historia, en el esfuerzo persistente por armonizar lo local y lo extranjero; mejores categorías para describir la "dialéctica" de nuestro proceso histórico que conduciría finalmente a "Eurindia", "la síntesis de ambos términos" (Rojas, 1984: 105). Del mismo modo que "criollo" se había convertido en la designación de ese hombre de origen mítico, pero convertido en real, todo hombre que pretendiera habitar este suelo tenía que poder amoldarse a ese nombre. Tenía que mezclarse.

Ahora bien, si en algún momento "criollo" había nombrado a una mezcla racial, incluso difusamente, de eso ya no quedaba nada. La mezcla que reclamaba ahora ese modelo era sólo cultural; confiaba en el idioma y la religión como condiciones de la "nación" (Ramaglia, 1998: 11).16

Esto es lo que había encontrado Ingenieros en el discurso nacionalista: "España", y "lo viejo". La crítica al exotismo es, en Rojas, la valoración negativa de "Buenos Aires" como símbolo del puerto abierto a la novedad de Europa y la exaltación de las "provincias", el cuestionamiento de las ideas políticas ilustradas por ser importadas y valoración del "caudillo" o de la figura de "Rosas", el rechazo de la "ciencia" y la afirmación de la "religión" y el "dogmatismo".

Y, finalmente, el modo de narrar, ya lo dijimos, también cae bajo la lógica de las oposiciones. Si bien en Rojas no aparece con fuerza, ya que pretende arrogarse el beneficio de la confianza que le daría el resguardar su relato al abrigo de la ciencia y la objetividad, su primera jugada es postular un origen no científico. Así, en la forma de la escritura se revela la oposición más radical de dos proyectos letrados diversos: "filosofía" y "literatura" se constituyen también en opuestos categoriales. Si la historia y la tradición toman sentido y rumbo en función del pasado, ello se debe a un relato mítico. Si, en cambio, adquieren su significado del presente, ello ocurre porque el relato se asienta en la experiencia. "Filosofía" y "literatura" pasan a designar modos del saber radicalmente opuestos que se ligan directamente a la saga de categorías a las que nos hemos referido ya y se tiñen valorativamente. Pero no son sólo otras categorías de signo valorativo inverso; cuando la disputa se convierte en una pelea por el dominio de la cultura, la preocupación en torno a la preponderancia de una u otra disciplina adquiere protagonismo.

 

A MODO DE CIERRE: DISPUTAS EN LA CIUDAD LETRADA

Como podemos ver, son muchos los elementos que, partiendo de la obra de Ingenieros, nos conducen a la de Rojas y con ello a una de las principales expresiones del nacionalismo argentino del Centenario. Detrás de ese aparente rechazo del pensamiento colonial y de las expresiones culturales de los diversos grupos locales, por una parte, y de esa valoración del modelo de las ciencias naturales como base del pensar filosófico y social, contextualizado, el texto de Ingenieros hablaría de una disputa con algunas de las expresiones ideológico-políticas del momento. Desde esta perspectiva, quizás pueda pensarse que Las direcciones no tiene por principal finalidad impugnar el pasado por su falta de coherencia con el ideal que establece la filosofía. Más que el pasado, lo dijimos, a Ingenieros le preocupa el presente; si el pasado tiene un signo negativo ello se debe al presente y es allí donde posa su atención. De esa manera, el presente le sugiere la posibilidad de impugnar a los relatores del pasado.

El texto de Ingenieros, leído de este modo, es la expresión de sus diferencias con un nacionalismo que, en estrecha vinculación con el poder estatal, estaba cada vez más cerca del dominio del campo cultural. Dalmaroni reconoce en Blasón de plata

dos propósitos mutuamente funcionales: intervenir en el debate público en el que se juega, hacia el Centenario, el futuro del Estado oligárquico-liberal en crisis, y demostrar, mediante esa intervención, que la figura del literato en vías de profesionalización es imprescindible para resolver ese y los otros debates en que, en torno de las políticas del Estado, se discute la estabilidad de un tipo de hegemonía amenazada. (Dalmaroni, 2006: 134)

Ingenieros parece advertir esa doble intencionalidad y la combate. La opción es la filosofía y, con ésta, disputa al Estado oligárquico su herramienta de legitimación. La filosofía, definida de acuerdo con ciertos principios epistemológicos, comienza a destacar, entre sus objetivos, su utilidad práctica como rectora de la moral y la política.17 Y, de esta manera, es un arma contra el discurso nacionalista que, dominando la literatura, se asienta en mitos para forzar los sentidos de la nación. Ante "la literatura como ficción explicativa y orientadora de la conducta social, y por lo tanto como el género discursivo más apropiado para alcanzar los objetivos políticos" del nacionalismo (Dalmaroni, 2000: 65), la filosofía se erige como verdad.

Si Rojas reconoce que su libro —y a través de él, probablemente toda su literatura— tiene la capacidad de "esclarecer [...] el nombre augural de nuestra tierra, de nuestra raza, de nuestra civilización", de hacer hablar "la conciencia del país" (Rojas, 1954: 9-12), para Ingenieros será el filósofo, atento a la experiencia siempre renovada, quien sepa expresar el sentido nuevo de la mentalidad argentina.

Diferentes caminos para recorrer la ciudad letrada, que conducen en diferentes direcciones. Hay dos lecturas de la historia y dos promesas de futuro. Efectivamente, es la disputa por el dominio de esa ciudad, y por ello hemos recurrido a Ingenieros. Él no elige la prensa o la tribuna política para expresar sus ideas, sí, en cambio, la sede misma de esa ciudad, la Universidad de Buenos Aires, y sus disciplinas humanas. Ingenieros no disputa simplemente el dominio de la cultura,18 avanza hacia la legitimación de esa cultura. Se instala en el interior de lo que Florencia Garramuño llama "los lugares positivos del poder", porque allí, nos animamos a decir junto con Rama, comenzaban a constituirse las literaturas nacionales como modo de avanzar con el proyecto nacionalista.19 Paradójicamente, él disputaba desde afuera. A pesar de su deseo, no había logrado ser miembro de esa universidad.

Podemos recordar lo que Julio Ramos reconocía como el mérito más notable de la obra de Rama: haber mostrado que lo distintivo del escritor en América es su relación con la política. La disputa letrada por el dominio de una u otra disciplina y, con ello, por la imposición de uno u otro relato histórico pone de manifiesto un interés político. La cuestión radica, lo sugiere también Ramos, en advertir con claridad qué entendemos por "política" (Ramos, 2009). Porque además de reconocer que el vínculo de las ideas con la política no significa, necesariamente, el vínculo de las ideas con el Estado, tal como lo hace notar Ramos, estamos en condiciones de agregar que aquella relación entre ideas y política, en la medida en que excede la relación ideas-Estado, hace de la ciudad letrada una realidad intrínsecamente conflictiva por la que se sugiere circular en y con diferentes direcciones.

 

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Notas

1 Aquí retomamos una idea que plantea Ramos al distanciarse del planteo de Rama: es la poca claridad y uniformidad en el uso del concepto de política —a veces entendida como compromiso ideológico, otras como participación en la administración estatal— lo que genera cierta pobreza en la mirada de Rama (Ramos, 2009). Volveremos sobre esto al final del texto.

2 Se trata de un texto que aparece por primera vez en 1914, en el número 27 de la Revista de la Universidad de Buenos Aires, es decir, en un medio legitimado dentro del espacio académico y en una fecha muy próxima al regreso de Ingenieros a la Argentina, luego de su estancia en Europa, originada por sus diferencias con el poder ejecutivo, precisamente por razones que, se dice, tenían que ver con la universidad. Un año después el texto vuelve a ser publicado, con algunos ajustes, en el número 1 de la Revista de Filosofía, cuya dirección estaba a cargo del mismo Ingenieros. Allí el título cambia y el texto pasa a llamarse "El contenido filosófico de la cultura argentina"; se le extrae el primer capítulo, que llevaba por título "El sentido filosófico de la argentinidad", que se incluye, con leves cambios en el orden de la argumentación, como nota editorial que abre ese número de la Revista y que no está firmado por el autor. El título de esta nota reza "Por una filosofía argentina".

3 Sin duda esos desarrollos, en especial los dedicados a la psicología, tenían supuestos e implicancias filosóficas importantes. Pero allí la filosofía no era directamente considerada como objeto de reflexión.

4 La oposición recorre todo el libro de Ingenieros y nos sugiere la importancia de ensayar una lectura que, ateniéndose al propio texto, pueda reconocer en ella marcas del contexto y los debates en los que se inscribe el autor y el texto mismo. Se trata de una lectura que puede ser comprendida dentro del "textualismo desintegral" (Jay, 2003) según el cual es el texto el que sugiere los vínculos con su exterior. Al respecto, seguimos los trabajos de Arturo Andrés Roig (1987) y de Estela Fernández Nadal (1999).

5 Según Fernández Nadal, los pares dicotómicos remiten a dos momentos discursivos diferentes, uno valorado positivamente, el otro negativamente; el segundo tiende a presentarse como una descripción de lo real que se pretende cambiar proponiendo como alternativa la categoría que se valora de manera positiva (Fernández Nadal, 1999: 23).

6 Tal como lo presenta Ingenieros, de manera simplificada, pareciera que por el hecho mismo de haber sido sede de aquella universidad jesuita, la ciudad toda estuviera condenada a la postergación. Se trata de un ejercicio arriesgado, máxime si lo comparamos con la valoración positiva, como antecedentes del pensamiento liberal y revolucionario, que ofrece de dos personalidades cuyo desarrollo está ligado fuertemente al hispanismo: el virrey Vértiz y Juan Baltazar Maciel. Ambos, figuras ligadas a la cultura española, el primero por sus funciones políticas, el segundo por su formación teológica, precisamente, en la ciudad de Córdoba. Si Córdoba y las provincias están condenadas al ostracismo por aquel pasado, parece no ocurrir lo mismo con estas personalidades ilustres. Con lo cual se hace evidente la fuerza que poseen algunas categorías, que sirven de moldes para leer los distintos momentos y sus actores.

7 Esa imagen de la ciudad emigrando nos remite directamente al planteo de Rama y al lugar que ocupaba allí el grupo de letrados que constituían los hombres de la Generación del 37.

8 Aquí, entre otros pasajes, se evidencia una cuestión que no tematizamos pero que es interesante: la disputa por la herencia de Sarmiento. Los dos autores que aquí tratamos se reconocen, aunque de diferente manera y por diferentes razones, herederos de Sarmiento.

9 Cabe recordar, para continuar revisando la valoración de Ingenieros sobre Europa, que en el mismo año que escribe este texto Ingenieros publica otro trabajo titulado "El suicidio de los bárbaros", en el que despliega una fuerte crítica a Europa que mostraba con los acontecimientos de la primera guerra que eran expresión de la pervivencia en toda Europa, y no sólo en España, de una cultura feudal. Cfr. "El suicidio de los bárbaros", en: José Ingenieros, Los tiempos nuevos, Buenos Aires, Elmer, 1957.

10 Es interesante analizar las implicancias que esta valoración tendría en la posición que representa Ingenieros en lo que en otros escenarios se conoció como "el debate de las dos culturas". Al respecto puede leerse el trabajo de Cristina Fernández, José Ingenieros y los saberes modernos.

11 La filosofía científica —así le llama Ingenieros a su modelo de filosofía— es la elaboración de ideales a partir de la experiencia. Si bien la filosofía es diferente de la ciencia, la supone. Es preciso conocer lo real por la ciencia para recién después elaborar hipótesis o ideas de aquello que no se alcanza a experimentar. En ese sentido, la filosofía es casi tan certera como la ciencia. La reflexión sobre el futuro y sobre los ideales siempre se define como estrechamente vinculada a la experiencia y, por ello, confiable. De este modo, hay que aclararlo también, la filosofía no llega nunca a respuestas definitivas, su vínculo con la experiencia la aleja del dogmatismo.

12 Es interesante, a partir de esa idea, revisar los múltiples sentidos que se sugieren en el título mismo del libro de Ingenieros.

13 Decimos esto a sabiendas incluso de que, en las primeras páginas del libro, Rojas advierte la importancia de reparar en los datos que ofrece el material de archivo y las crónicas que dice haber consultado. Dante Ramaglia reconoce en esa leyenda un "carácter decididamente metafísico", que anticiparía alguna línea de reflexión sobre la identidad nacional que tomaría fuerza años más tarde (Ramaglia, 1998: 45).

14 Recordemos que, escrito para el Centenario, el texto de Rojas no es sin embargo unívoco en su lectura de la Revolución de 1810. Sin entrar en detalles, sólo nos limitamos a decir que, renegando del carácter antihispanista de esa gesta y advirtiendo, no obstante, que las ideas que allí se desplegaron eran producto de España, Rojas aclara que el valor de esos acontecimientos estuvo en liberarse de "una cáfila de burócratas altaneros, o segundones en desgracia, que sólo traían su desdén para el nativo y su ilícita avidez de fortuna..." (Rojas, 1954: 114), caracteres que, creemos, no se negaría a reconocer también presentes en el escenario de 1910.

15 En el texto Rojas es explícito acerca de ciertas amenazas que encuentra en el horizonte del país: los intereses de Italia, Francia, Alemania e Inglaterra, que, aunque no descriptos como "imperialistas", nos remiten al universo de las críticas del modernismo al avance yanqui y, por otra parte, "el trapo rojo de la reivindicación socialista" (cfr. Rojas, p. 150 y p. 154, respectivamente).

16 Rojas afirma: "La obra de los conquistadores ha sobrevivido para nosotros en tres elementos fundamentales: la moral, que es el régimen de nuestra moral doméstica y sólida base de nuestra familia; el cristianismo, que es la norma sentimental de nuestra vida pública y base de nuestras instituciones democráticas; el castellano, que es el idioma de nuestros pensamientos y el signo intelectual de nuestras nacionalidades y nuestra cultura" (Rojas, 1954: 123).

17 Este tema lo hemos desarrollado con detenimiento en un trabajo titulado "Filosofía y ciencia en la Revista de Filosofía: condiciones de una reconciliación", aún en proceso de evaluación.

18 Fernando Degiovanni ha trabajado con detenimiento las diferencias entre Ingenieros y Rojas a partir de la consideración de la propuesta de intervención cultural de estos autores en un espacio diferente al de la universidad: el de la edición de libros. En ese trabajo, que ha servido de inspiración para este artículo, Degiovanni analiza la Cultura Argentina y la Biblioteca Argentina, proyectos de Ingenieros y Rojas, respectivamente, advirtiendo allí la disputa por el dominio en el campo de la cultura y la difusión de la literatura y el pensamiento. Y, en este sentido, amplía la mirada respecto de las intenciones de intervención cultural de ambos autores (Degiovanni, 2007).

19 Precisamente, en 1913 Ricardo Rojas había sido designado profesor de Literatura Argentina en la Universidad de Buenos Aires; era la primera persona en la Argentina en ocupar una cátedra con ese nombre.

 

INFORMACIÓN SOBRE LA AUTORA:

María Carla Galfione. Profesora y licenciada en Filosofía, doctora en Ciencias Humanas y Sociales, investigadora asistente de Conicet. Profesora asistente de Movimientos Estéticos y Cultura Argentina y de Filosofía Argentina y Latinoamericana, ambos en la Universidad Nacional de Córdoba. Su línea de investigación gira en torno al pensamiento argentino. Su indagación doctoral se centró en las lecturas que Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría y Francisco Bilbao hacen de la Revolución de la independencia. Su trabajo posdoctoral atendió a figuras de fines del siglo XIX y principios del XX, en particular a la de José Ingenieros y a los supuestos e implicancias filosóficas de las formulaciones criminológicas y psicológicas de ese autor. Recientemente ha ingresado como investigadora asistente de Conicet, con un proyecto que lleva por título: "Filosofía y ciencia ante el desafío de la formación de la cultura nacional argentina en las primeras décadas del siglo XX". Correo electrónico: carlagalfione@yahoo.com.ar

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