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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.11 no.26 Ciudad de México sep./dic. 2014

 

Entrevista

 

La tradición lexicográfica del español. Entrevista a Luis Fernando Lara

 

Sofía Kamenetskaia*

 

* Doctora en Lingüística por la UNAM. Profesora-investigadora de tiempo completo de la Academia de Lenguaje y Pensamiento de la UACM. Correo electrónico: sokakot@hotmail.com.

 

Luis Fernando Lara es profesor-investigador de tiempo completo y de planta en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México, desde 1970 a la fecha; director del proyecto de elaboración del Diccionario del español de México en la misma institución, desde 1973 a la fecha; fue investigador visitante en semántica y lexicografía en el Romanisches Seminar de la Universidad de Heidelberg, Baden-Wurtemberg, Alemania (1983-1984), y profesor visitante en el Instituto Universitario de Lingüística Aplicada de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona, España (septiembre de 2003-septiembre de 2004), así como en la Universidad de California, Santa Bárbara, Estados Unidos.

Es miembro de El Colegio Nacional; investigador nacional del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) desde 1984, nivel III; emérito desde 2013; doctor honoris causa por la Universidad de Sherbrooke, Quebec, Canadá; miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias desde 1997; director del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México (1997-2003).

El doctor Lara ha recibido numerosas distinciones y reconocimientos: de la Universidad de Sonora, en Hermosillo, por contribuir a fundar la carrera de lingüística (1992); el Premio "Wigberto Jiménez Moreno", otorgado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, a la mejor investigación lingüística de 1995 (1996); fue fundador de la Asociación Mexicana de Lingüística Aplicada, A. C.; es miembro honorario del Instituto Caro y Cuervo, de Bogotá, Colombia (1997); investigador honorario del Instituto Boliviano de Investigaciones Lexicográficas y Otros Estudios Lingüísticos, de La Paz, Bolivia (1998); fue miembro del jurado del Premio Nacional de Lingüística de Colombia (2000); ocupante de la Cátedra Gilberto Owen, de El Colegio de Sinaloa en Culiacán (2000); miembro honorario de la Sociedad Mexicana de Historiografía Lingüística, a. c. y director entre 2005 y 2009 de la revista Lingüística mexicana, de la Asociación Mexicana de Lingüística Aplicada, A. C. Asimismo ha sido miembro o representante de diez asociaciones y academias, algunas de las cuales son la Societas Linguisticae Europaeae, la Société d'Histoire et Epistémologie des Sciences du Langage, de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina, miembro honorario de la Sociedad Mexicana de Historiografía Lingüística, A. C., y miembro fundador de la Asociación Española de Estudios Lexicográficos, entre otras.

Ha publicado 118 artículos de investigación en revistas especializadas, así como 28 trabajos de divulgación y 9 libros, los últimos de los cuales son Teoría del diccionario monolingüe (1997) que recibió el premio Wigberto Jiménez Moreno por el Instituto Nacional de Antropología e Historia a la mejor investigación lingüística, Estructuras sintácticas 40 años después (2000), Ensayos de teoría semántica. Lengua natural y lenguajes científicos (2001), Lengua histórica y normatividad (2004), De la definición lexicográfica (2004), Curso de lexicología (2006) que obtuvo el premio Antonio García Cubas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia al mejor libro de texto universitario e Historia mínima de la lengua española (2013).

Es director de las siguientes obras lexicográficas: Diccionario fundamental del español de México (1982), Diccionario básico del español de México (1986), Diccionario del español usual en México (1996), condecorado con el premio Arnaldo Orfila a la mejor edición universitaria, y Diccionario del español de México (2010). El Diccionario para armar, elaborado bajo su dirección, obtuvo el Bologna Ragazzi Award 2012 como mejor libro infantil.

Recibió en 2013 el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el campo de Lingüística y Literatura.

El Diccionario de la lengua española ha desempeñado un papel fundamental en la lexicografía española e hispanoamericana y hoy, al cumplirse 300 años desde la fundación de la Real Academia Española es importante reflexionar sobre su papel para el mundo hispanohablante, sus alcances, así como sobre los diccionarios para la sociedad:

—¿Cómo una Academia con una producción menos transparente de lo que aparenta y mucho menos actualizada de lo que es exigible pudo haber llegado a ejercer una influencia social sostenida sobre los hablantes de español de ambos lados del Atlántico?

—Es un problema histórico interesante. En primer lugar, hay que ver el efecto de las independencias americanas. En el momento en el que los países de Hispanoamérica se independizaron, fue una independencia no precisamente buscada, sino que la Independencia fue una reacción a la invasión napoleónica de España y por lo tanto todos nuestros países se volvieron independientes porque era la mejor solución que se les podría ocurrir en ese momento. Al grado de que en México, por ejemplo, se esperaba que Fernando VII, para librarse de Napoleón, se viniera a reinar en México, como sucedió en Brasil: el rey Pedro de Portugal huyó a Brasil, independizó a Brasil precisamente porque Napoleón lo estaba amenazando. De tal manera que entonces fue una independencia que no habían buscado sino que tuvieron que hacerla, se vieron obligados a hacerla. En este sentido se encuentran en pocos años con la cuestión de que la mayor parte de las elites políticas de Hispanoamérica eran hispanohablantes, no eran indios y estos hispanohablantes estaban acostumbrados a regir su idea de la lengua por lo que les llegaba de la metrópoli. Algunos de ellos, sobre todo, en Argentina y ligeramente en México, se planteaban la cuestión: ¿cómo si ahora somos independientes, vamos a seguir hablando la lengua de nuestros dominadores? En Argentina hasta Alberdi1 propuso cambiar al francés, ¡como si esto se pudiera! Estas dificultades en el orden de qué clase de países estamos construyendo se les plantearon en términos de qué lengua estamos hablando. Y poco tiempo después Andrés Bello cuando escribió su Gramática para el uso de los americanos2 se preocupaba de que se conservara una lengua culta, de manera que la unidad de los países hispanoamericanos fuera real y que no cayéramos en una fragmentación de diferentes lenguas. Entonces yo digo que Andrés Bello lo que hace es instituir el valor de la unidad de la lengua; o sea, este valor de la unidad de la lengua, yo afirmo, que no nos llegó de España, se inventó en América. Claro que en España, por supuesto que lo aceptaron de inmediato y dado el valor de la unidad de la lengua, entonces aquí tácitamente todos los intelectuales y eruditos comienzan a preocuparse por seguir hablando un español regido desde la metrópoli y en este caso su representante era la Real Academia. De modo que la fuerza que tiene la Real Academia en América no solamente se debe a una actitud de los españoles, es una actitud de los hispanoamericanos.

—¿Cree usted que habría sido posible mantener los valores sociales de la comunicación, la identidad y la unidad de la lengua española sin una institución como la Real Academia Española (RAE)?

—Sí, lo he creído siempre y tenemos muchísimos ejemplos. El ejemplo más cercano es el inglés. En inglés no ha habido nunca una Academia, a pesar de que en el siglo XVIII lo intentaron, no triunfó. Y no triunfó porque en Inglaterra consideraban que eso era una amenaza a la libertad. Yo creo que el mundo hispánico podría haber seguido hablando español sin que tuviera una Academia.

—En la página electrónica de la RAE, se afirma que "[...] es una institución que tiene como finalidad básica fijar la norma que regula el uso correcto de la lengua española armonizando su esencial unidad con la diversidad de su realización". Es decir, lo que ha sostenido la Academia a lo largo de los siglos es su valor normativo para conservar la unidad de la lengua. ¿Considera que esto ha sucedido gracias a las normas explícitas dictadas por la RAE?

—Sí. Como decía, el valor de la unidad de la lengua es de mediados del siglo XIX; la Academia existe desde hace 300 años; no era una preocupación de la Academia Española la unidad de la lengua antes de las independencias. Era una preocupación por conservar una lengua correcta, sin duda, pero si uno ve el Diccionario de Autoridades,3 allí los autores hispanoamericanos que están incluidos, no están incluidos por ser hispanoamericanos, están incluidos por ser buenos autores, a juicio de la Academia. De modo que la Academia, yo creo, no tenía este objetivo de unidad de la lengua antes de las independencias. Después de las independencias sí, porque se monta sobre él. Si le estás dando a la metrópoli la posibilidad de continuar rigiendo Hispanoamérica aunque sea en el ámbito de la lengua, la metrópoli no se va a negar, al contrario, está encantada, ¿verdad? De modo que lo primero es puntualizar eso: que el valor de la unidad de la lengua viene después, aparece después y la Academia lo toma.

Ahora, sí, la Academia sostiene que su finalidad es controlar el uso correcto de la lengua y allí es en donde aparecen los problemas, porque no podemos decir que haya un uso correcto sino que hay muchos usos correctos. Y la corrección no puede provenir de los dictados de una Academia sino que tiene que provenir de las sociedades que hablan la lengua. Entonces allí hay una contradicción básica: entre la idea académica de controlar el uso de la lengua y la realidad de la lengua que tiene muchos criterios de corrección de acuerdo con las diferentes sociedades que la hablan.

Y claro, agrego, las únicas normas explícitas de la Academia que funcionan son las ortográficas y funcionan porque la ortografía no forma parte de la lengua. La ortografía es una convención históricamente establecida, pero que no revela características propias de la lengua: podríamos escribir español con ortografía griega, con escritura griega y no pasaría nada. Entonces, puesto que la ortografía es ajena a la lengua, ésta se tiene que normar explícitamente, no queda otra. Y en ese sentido, sí allí la Academia ha triunfado e incluso, diría yo, que ha triunfado más que la Academia Francesa, por ejemplo, es porque han tenido el tino de ir haciendo reformas pequeñas a lo largo del tiempo en vez de hacer una gran reforma después de 200 años. Entonces estas reformas no les resultan tan gravosas a las sociedades hispánicas como lo sería una reforma radical. Claro, la última Ortografía de la Academia ha creado muchas dificultades precisamente porque está tratando de normar más allá de lo que puede.

—En este sentido, ¿está de acuerdo con que la última Ortografía académica establece que no se necesita acentuar los pronombres demostrativos para distinguirlos de los adjetivos demostrativos y que el adverbio solo tampoco lleva el acento gráfico aunque se trate de evitar la ambigüedad con el respectivo adjetivo?

—En la reseña que escribí de la Ortografía4 de la Academia decía yo esto: el acento para distinguir solo como adjetivo o como adverbio es un acento estrictamente diacrítico, en este sentido las justificaciones de la Academia son congruentes. Dicen: "Es sólo un acento diacrítico, no implica un cambio de acento de intensidad y por lo tanto se puede eliminar". Son congruentes, claro, pero la presencia del acento diacrítico tenía su fundamento en la ayuda que daba para la interpretación de una oración. Es más o menos lo mismo que en la ortografía del alemán, que los sustantivos se escriben con mayúscula. Por supuesto que no haría falta, en el habla alemana los sustantivos no tienen mayúsculas, eso no existe; sin embargo, la presencia de la mayúscula ayuda a la interpretación de la oración. Eso es lo que la Academia no quiso ver y como eso, muchas otras de estas reglas que ha tratado de imponer y que han encontrado mucha resistencia en Hispanoamérica e, incluso diría yo, en parte en España.

—La concepción de la RAE es que se cimienta en la imposición de un determinado modelo de lengua que es puramente local basado en el castellano moderno, pero que se concibe como panhispánico, aunque no lo sea. Como el español abarca extensos territorios, distintos continentes y gran número de países, ¿cuál podría ser el verdadero modelo para nuestra lengua?

—No hay un modelo de lengua, en ninguna lengua del mundo hay un modelo, eso es absurdo. Las lenguas están ligadas a la vida de sus sociedades y cada sociedad, por lo tanto, vive la vida de diferente manera. La sociedad española la vive diferente de la sociedad mexicana, de la sociedad argentina, de la sociedad cubana, etcétera. Por lo tanto nadie puede pretender establecer un modelo que valga para todos. Eso más que conservación de la unidad, es un intento de uniformización, que no es lo mismo, o de uniformidad, que no es lo mismo. Entonces hay varios modelos y estos modelos están determinados por las tradiciones cultas de los países hispanoamericanos y España. Todos los que hablamos español hemos aprendido de esta tradición culta, hemos leído a Benito Pérez Galdós, hemos leído a Cervantes, hemos leído a Sor Juana, hemos leído a García Márquez, etcétera, y todo eso nos va dando una concepción de la lengua y una práctica de la lengua que nos va guiando en el ámbito de la cultura y por lo tanto esa amplia tradición culta del español es la que realmente nos guía y no un modelo impuesto por la Academia.

—La RAE estipula que "la Real Academia Española y sus Academias asociadas de América y Filipinas desarrollan una política lingüística que implica la participación de todas ellas, en pie de igualdad y como ejercicio de una responsabilidad común, en las obras que sustentan y deben expresar la unidad de nuestro idioma en su rica variedad y en cuantas acciones, productos y recursos contribuyen al mismo fin". Desde su punto de vista, ¿se respeta este principio? ¿Cuál es la relación de la RAE con las demás academias de la lengua española?

—Es una pregunta que deberían responder los académicos, no yo, porque yo conozco la Academia desde fuera y, como ya sabemos, la Academia actúa siempre con muchísima confidencialidad, nunca ha transparentado sus decisiones ni sus procedimientos, lo cual a estas alturas, en pleno siglo XXI, cuando todo el mundo busca la transparencia, hace que la Academia siga siendo una institución atrasada. Todo es oculto, todo es confidencial, de modo que realmente no sé; lo que veo desde fuera es que esta idea de que las academias hispanoamericanas están en pie de igualdad es una mentira muy piadosa. No están en pie de igualdad por muchos motivos. En primer lugar, porque la mayor parte de los académicos del mundo hispánico se colocan siempre bajo el dominio de la Academia española. Por otro lado, porque hay muchas academias que no tienen ningún dinero y para poder trabajar necesitan dinero. La Academia española, por lo tanto, les da dinero y si la Academia da dinero, naturalmente que tiene un dominio sobre ellas, de modo que yo creo que es una mentira piadosa lo del pie de igualdad. Y se ha visto por algunos comentarios que de pronto se les han escapado a académicos, por ejemplo, a propósito del Diccionario de americanismos5 que comentan que ellos enviaron cierta información a España y en España no la tomaron en cuenta a pesar de que ellos estaban colaborando con el Diccionario, de modo que yo creo que no es verdad; todas las academias hispanoamericanas están subordinadas a la española.

—¿Y se podría pensar en la posibilidad de igualdad entre todas las academias de la lengua española en algún momento?

—Si quisieran los hispanoamericanos, por supuesto, pero es decisión de ellos. Si están muy cómodos viviendo del presupuesto que les llega de España, probablemente no quieran cambiar. Ahora, hay que tomar en cuenta también la composición de las academias, que no son organismos de investigación, y al no serlo, no tienen medios propios y criterios propios para actuar sobre la Academia española proponiéndole cosas. Además, no sólo no son organismos de investigación sino que aparentan no hacer caso de lo que decimos los que investigamos. En este sentido, no pueden hacer nada.

—¿Cuál piensa usted debería ser la función de la RAE y las academias de la lengua?

—Eso sí que es creer en los Santos Reyes. Digamos, en principio se esperaría que se convirtieran en organismos de investigación que llevaran a cabo muchísimas investigaciones en todo el mundo hispánico sobre el estado de la lengua en todas sus variedades y que de acuerdo con estas investigaciones estuvieran informando al público; es decir, dándole al público conocimiento sobre el estado de la lengua, de tal manera que aumentara su capacidad para pensar el español y para expresarse. A eso sería bueno que evolucionaran, pero es más o menos lo mismo que creer que el PRI se convierta en un partido realmente democrático.

—¿Qué obras o proyectos debería plantear, impulsar o realizar la Academia?

— De acuerdo con mi respuesta anterior, ante todo, estudiar el estado de la lengua. Por ejemplo, nos hacen falta y, yo diría que urgen, estudios de geografía lingüística en todo el mundo hispánico. Los pocos atlas que hay ya se están quedando atrasados en relación con la evolución de los últimos 50 años. No hay quien haga esos estudios. No hay estudios del léxico que sean realmente adecuados a la realidad. En la sintaxis más o menos se conocen los fenómenos más sobresalientes y en ese sentido sí hay que reconocer que la Nueva gramática6 de la Academia es una obra que tiene su importancia en cuanto a la cantidad de información que ya está ofreciendo. Pero esos debieran ser los trabajos de la Academia.

—En este sentido y en consonancia con sus respuestas anteriores, ¿necesitamos una Academia tal como está funcionando? ¿Sería factible abolirla y sustituir su labor con una nueva institución, menos dogmática y más abierta a la opinión crítica o tal vez no la necesitamos tal y como sucedió en Inglaterra?

—Yo creo que no la necesitamos. Ahora, abolirla es una cuestión política; si la sociedad en general estuviera dispuesta o interesada en abolir una academia, si los políticos, los gobiernos estuvieran interesados en abolir una academia. En el caso de España, yo creo, eso es tan difícil como abolir la monarquía. La Academia española es un instrumento muy poderoso de la monarquía, entonces yo supongo que la monarquía no estaría dispuesta a abolirla.

—La política lingüística panhispánica de la RAE prevé que "Una tradición secular, oficialmente reconocida, confía a las Academias la responsabilidad de fijar la norma que regula el uso correcto del idioma. Las Academias desempeñan ese trabajo desde la conciencia de que la norma del español no tiene un eje único, el de su realización española, sino que su carácter es policéntrico. Se consideran, pues, plenamente legítimos los diferentes usos de las regiones lingüísticas, con la única condición de que estén generalizados entre los hablantes cultos de su área y no supongan una ruptura del sistema en su conjunto, esto es, que ponga en peligro su unidad". En la 22a edición del Diccionario académico la voz "gallego, ga" en su quinta acepción atribuía la voz a Costa Rica con el significado de "tonto". No obstante, es uno de los artículos enmendados para la 23a versión que excluyó esta acepción, aunque este sentido es generalmente usual y aceptado en dicho país centroamericano. ¿Cree que con estas acciones se respeta la política lingüística que establece la propia Institución y que la RAE deja de tener la actitud centralista eurocentrista hacia los países hispanoamericanos? ¿Qué tanto una obra lexicográfica debe seguir lo políticamente correcto?

—Esta tradición secular oficialmente reconocida lo es en España. En España, en efecto, el Rey ha reconocido el carácter oficial de la Academia. Que fije la norma que regule el uso, ya he dicho que esto no tiene sentido, es imposible ponerle puertas al campo. De eso se trata: uno no le puede poner restricciones al modo de hablar de la gente. Llama la atención que la Academia en los últimos años ha aceptado la idea del policentrismo que es una idea de la que empezaron a hablar, en particular, los alemanes y también yo. Lo que sucede es que el policentrismo es sólo una parte del asunto y es donde la Academia no ha dado el siguiente paso. Es cierto, cada país hispánico es un centro de la lengua y lo es porque en cada país el español se ha convertido en lengua nacional. Es la lengua en la que están escritas las constituciones, en que se hace derecho, en que se hace literatura, en que se hace ciencia, en que se educa, etcétera, es una lengua nacional. Y como lengua nacional, claro, constituye un centro de la lengua diferente de todos los demás. Pero además de eso, entre todos estos centros hay unos que pesan más que otros, lo cual es una realidad. Digamos, si el mercado del libro español equivale a toda la producción hispanoamericana, quiere decir que el peso del libro español es mayor que el peso del libro mexicano o colombiano o chileno. Si el modo de pronunciar español en México es el que se va extendiendo, por ejemplo, a las cadenas de televisión estadounidenses y es la pronunciación que prefieren algunos otros países por ser una pronunciación que les parece más clara, quiere decir que el peso de México es mayor que el de otros países, lo cual da lugar a una multipolaridad y esta ha sido una tesis mía: que sí, hay un policentrismo y en este policentrismo hay una multipolaridad. En esta multipolaridad, repito, hay que reconocer el peso de España, sin duda, pero hay que reconocer otros pesos: el de Argentina, el de Colombia, el de México, por lo menos. Y en consecuencia, lo que hagan estos países en términos, por ejemplo, de difusión no sólo de libros, sino de programas de televisión, de radio, periódicos, traducción, etcétera, es muy importante en el establecimiento de esta tradición culta. La tradición culta no depende de los hablantes llamados cultos, éste es un error muy propalado en la lingüística. ¿Qué es un hablante culto? ¿Cómo sabemos cuándo hay un hablante culto? Normalmente lo que hacen es ver su nivel de ingresos y su nivel de educación, de modo que un señor que tenga doctorado en Física, seguramente es un hablante culto, lo cual es falso. Y es falso porque la cultura de la lengua no depende directamente del nivel de ingresos ni del nivel de estudios, depende de una educación muchísimo más diversificada en el ámbito de la familia, de la sociedad y de los intereses. De modo que uno no se puede guiar por los hablantes definidos como "cultos" de esa manera.

Por otro lado, este hablante no habla todo el tiempo con la tradición culta, porque vive en su sociedad y, por lo tanto, habla con su tradición popular. Y hay un constante ir y venir entre lo popular y lo culto, que en la mayor parte de los hispanohablantes causa mucho placer; el que de pronto utilicemos refranes, giros populares, etcétera causa placer en la conversación. Así que uno no puede restringirse a esto de los hablantes cultos, ¿quién sabe quiénes serán? Y no son ellos los que podrían delimitar algunas normas.

Ahora, el sistema del español es muy difícil que sufra, porque precisamente es un sistema, está bien estructurado y hacerle modificaciones a la estructura es algo que lleva cientos de años. Por supuesto que el sistema de este español que hablamos hoy en relación con el de Alfonso el Sabio ha cambiado. ¿Quién habría querido impedir que el español de Alfonso el Sabio cambiara? Nadie, porque es una evolución natural para la sociedad. Entonces, ¿por qué debemos estar empeñados en que el sistema del español actual no cambie? No, pues que cambie, que cambie tal como le hace falta a sus sociedades.

Eso de lo políticamente correcto es otro de los errores que comete la Academia española. La obligación de un diccionario es registrar todo lo que efectivamente se dice. Yo no sé en qué contexto los costarricenses dirán "gallego" como "tonto". Empezaría por preguntar cuál es el contexto. Preguntaría, por ejemplo, si un costarricense le dice a un amigo: "eres un gallego", en vez de "eres un tonto". Me temo que utilicen "gallego" con un significado semejante a "tonto" en ciertos contextos muy específicos y no siempre. Uno de los defectos de los diccionarios académicos es que no dan contextos, por lo tanto no podemos saber en qué condiciones se dice "gallego" para "tonto". Primer problema. Segundo problema, se dice, como se dice todavía en México que una persona es un judío porque trata de hacerle trampa a uno en los negocios. Se dice, lo siento mucho, y el objetivo es registrar eso que se dice. Ya depende del juicio de cada individuo decidir si lo usa. Yo no le diría a ningún hombre que me hiciera un chanchullo, que es un judío. ¿Por qué? Por respeto a los judíos, pero es una decisión mía y no me la puede imponer una academia. Lo que sucede con la Academia al convertirse en políticamente correcta es que está ocultando los usos. Y los diccionarios, otra de sus funciones es que son depósitos de la cultura, entonces dentro de 200 años nadie va a saber qué querían decir todas aquellas palabras que omitieron por ser políticamente incorrectas. Yo creo que eso es un error.

—Cuando salió la 22a edición del DRAE, se propagó que era "la versión más americana que nunca", pues registró más de 20,000 americanismos frente a los casi 14,000 existentes en la anterior. ¿Cree usted que con sólo añadir una gran cantidad de voces y acepciones, es suficiente para hablar de una nueva etapa que refleja la realidad lingüística del español?

—No, yo creo que eso es simplemente el slogan de la Academia para vender el Diccionario de americanismos. Claro, puso muchos más en su diccionario, faltaba más que no los pusieran, ¿entonces para qué los queremos? El DRAE sigue siendo un diccionario metropolitano español. Ahora, si consideramos el Diccionario de americanismos, supuestamente destinado a cubrir los faltantes del DRAE, tendría uno que revisar cuidadosamente su nomenclatura para eliminar muchas duplicidades que aparecen, muchas soluciones homonímicas que no debieran haber introducido, etcétera. Que sea "la más americana que nunca", no significa mucho.

—¿Considera usted que es consistente el tratamiento lexicográfico del español americano en las páginas del diccionario académico?

—No, en absoluto, porque este tratamiento, en primer lugar, depende de la clase de informes que les envían sus academias correspondientes y los informes, supongo —porque repito, eso no lo conocemos, no sabemos cómo actúa la Academia—, que estos informes son de distintas calidades, por lo tanto la información que obtenga ya es una información muy heterogénea y quién sabe cuál sea el efecto.

Por el otro lado está la actuación del propio Departamento de Lexicografía de la Academia que no sabemos cómo lo hace, no sabemos cómo maneja otros diccionarios anteriores, tampoco sabemos después qué hacen los académicos cuando el Departamento de Lexicografía les envía los datos que acaba de trabajar. En ese sentido, creo que hay una inconsistencia permanente y sólo se podrá corregir cuando ellos mismos sepan qué están haciendo, pongan orden y cambien.

—¿Qué rasgos debería tener el diccionario académico para convertirse en verdadero vocabulario panhispánico?

—Nos hacen falta veintiún diccionarios integrales del español en el mundo hechos con métodos equiparables y la intersección de todos los vocabularios registrados en esos veintiún diccionarios nos daría el vocabulario panhispánico.

—Hay avances para la 23a edición en los cuales la Academia anuncia que su diccionario ya no es normativo sino descriptivo. Más allá de que esta información sea cierta, ¿qué repercusión social produciría este hecho? La comunidad hispanohablante está acostumbrada a las obras académicas dictatoriales y esta falta de rumbo podría confundirnos. ¿Qué piensa al respecto?

—Sí, en efecto, la Academia venía insistiendo ya desde hace como 10 o 15 años en que se está volviendo descriptiva. En realidad yo no creo que se haya vuelto descriptiva, le falta mucho para de veras lograr una descripción del español, más bien creo que se ha vuelto anormativa. Se quiere volver anormativa; es decir, quiere ocultar su normativismo para darnos una idea de reconocimiento de la variedad, de reconocimiento de las formas populares, etcétera. A mí me parece que la Academia no tiene o por lo menos no ha explicado un criterio real de qué entiende por descriptivismo, tampoco sabe exactamente qué hacer con su normativismo y por lo tanto sus obras se están volviendo anormativas, lo cual tiende a confundir a las sociedades hispánicas, porque en efecto están acostumbradas a la dictadura de la Academia. Si la Academia deja de dictar, las sociedades hispánicas de pronto dicen: "¿Entonces para qué la queremos?" Ese es un problema que no ha querido o sabido resolver la Academia.

—Refiriéndonos a los diccionarios de la lengua, ¿cómo puede caracterizar los diccionarios del español elaborados hasta hoy? Existe este aforismo: "Grandes lenguas merecen grandes diccionarios", ¿tenemos para el español grandes diccionarios? Si no es así, ¿habrá posibilidad de tenerlos? ¿De qué depende esto?

—Los diccionarios del español hasta hoy, en su mayor parte, tanto el de la Academia como los de las empresas comerciales, son comparativamente con la riqueza del español bastante pobres. Si comparamos los diccionarios del español con los diccionarios del francés o del inglés son de dar vergüenza.

Ahora, todos los diccionarios, con excepción del nuestro, el Diccionario del español de México,7 copian el diccionario de la Academia y por lo tanto son diccionarios que no corresponden a la riqueza de las variedades hispánicas. No tenemos, por ejemplo, un diccionario histórico del español, mientras que el francés, el inglés, el alemán los tienen. Tenemos un buen diccionario etimológico, el de Corominas, pero que se podría mejorar muchísimo. No tenemos diccionarios integrales regionales, como el del español de México; salvo en Argentina, en ningún otro país hay un diccionario de esta clase. De modo que tenemos una lexicografía en ese sentido muy pobre en el mundo hispánico. ¿Que podemos hacerlos? Por supuesto que podemos. Simplemente es cuestión de tener la voluntad y de que haya instituciones que apoyen trabajos que necesariamente son de largo plazo.

—Y en este contexto, ¿qué piensa al respecto de la siguiente afirmación de Samuel Johnson: "Los diccionarios son como los relojes: el peor es mejor que ninguno, pero del mejor uno no puede esperar que sea del todo preciso"?

—Que tiene absoluta razón.

—Actualmente los diccionarios se hacen de Nueva planta basados en el corpus documental de uso, ¿estos hechos aseguran que la lengua española tiene un inventario léxico riguroso o fiable?

—Sí, todo diccionario que se base en un corpus bien establecido —ésta es la primera condición: que el corpus esté bien hecho—, seguramente garantiza el hecho de que ese vocabulario existe y cómo se usa. Si el diccionario está bien hecho, puede ser riguroso y digno de confianza. Todo depende, primero, de la calidad del corpus, y, segundo, de la calidad del método lexicográfico.

—¿Cree que se puede registrar todo un idioma en un diccionario o se puede hacer el inventario total de una lengua?

—No, eso es imposible, una lengua es ilimitada e innumerable, de tal manera que no puede uno llegar a hacer el inventario total de una lengua. En este momento 400 millones de hispanohablantes están hablando y entre ellos están utilizando varios cientos de miles de palabras que no puede uno pretender haber registrado. El diccionario siempre está a la retaguardia del paso de la lengua, por lo tanto es imposible un diccionario que sea completamente exhaustivo, a menos que la lengua se muriera; o sea, a menos que nos muriéramos todos los hispanohablantes. En ese momento, el vocabulario quedaría estacionado, costaría muchísimo trabajo reunirlo todo, pero en principio se podría, pero falta que nos asesinen a 400 millones de hispanohablantes.

—¿Quedan muchas carencias para describir el español? ¿Cuáles cree usted que son las carencias más urgentes?

—Como decía, primero nos urgen nuevos estudios de geografía lingüística, que recorran todas las regiones del mundo hispánico y nos provean tanto de datos fonéticos como de datos morfológicos, léxicos y sintácticos. Primera tarea. Segundo, nos urge estudiar todos los vocabularios que se hagan en el ámbito popular y en el ámbito especializado. Nos urgen también buenos diccionarios bilingües de español con otras lenguas. Bueno, por lo menos, eso.

—¿Y en el futuro, se necesitarán los diccionarios o caerán en desuso?

—No, yo creo que se necesitan siempre, porque, como he dicho en mis trabajos, el diccionario es un acervo de la memoria de la sociedad y por lo tanto todas las sociedades necesitan tener una fuente de datos que viene a ser algo así como su memoria externa o, como dice el antropólogo Roger Bartra, "el exocerebro",8 de modo que los diccionarios siempre van a hacer falta. Ahora, que sean en papel o que sean electrónicos, es solamente una cuestión de presentación.

—¿Sería posible que hubiera alguna interacción entre el diccionario y la sociedad?

—Siempre la hay, nunca ha dejado de haberla, porque las sociedades se dirigen al diccionario primero como memoria que le permite a cada persona enterarse de qué palabras hay en su lengua, ver algunas palabras que oye o que lee que desconoce, ver cómo se escriben, ver cómo se usan, entonces hay una interacción permanente en la sociedad con el diccionario. Habrá unos que lo consulten más, otros que lo consulten menos, pero en la medida en la que la sociedad se educa, el diccionario está ahí siempre en interacción con sus hablantes.

—¿Hay relación entre el diccionario y la educación? ¿Considera usted que por carecer en Hispanoamérica de buenos diccionarios, los niveles educativos en nuestros países y en México son tan bajos?

—Sí, debe haber una relación entre el diccionario y la educación, sin duda. La hay, sólo nos gustaría que fuera mejor; es decir, que la educación tomara más en cuenta a los buenos diccionarios y que la gente de esta manera lograra mejorar sus capacidades de expresión. El nivel educativo de un país como México, que yo creo, es excepcionalmente malo en relación con los otros países hispánicos, no solamente se debe a la relación diccionario-educación, se debe a muchísimos factores. Se debe al control estatal del sindicato de maestros que ha llegado a producir estas monstruosidades de plazas hereditarias, al desinterés real de los gobiernos de los últimos 40 o 50 años en México por mejorar la educación popular, al efecto pernicioso de la televisión, todo eso da lugar a este desastre educativo que vive México y, que repito, quizá sea el peor del mundo hispánico.

—¿Cuáles serían los retos a futuro de un diccionario de la lengua?

—Pues, aumentar su caudal léxico; es decir, mejorar su capacidad para recoger más vocabulario, dar a conocer este vocabulario con buenos métodos de análisis semántico, con buena redacción, con muy buenos ejemplos y poco a poco ir estando lo más actualizado posible, considerando que siempre está en la retaguardia, pero lo más actualizado posible.

—Si nos dirigimos al pasado, grandes escritores han confeccionado diccionarios, como Voltaire, los hermanos Grimm, Gustave Flaubert, Ambrose Bierce, por mencionar algunos, y para el español tenemos a Benito Pérez Galdós con su Vocabulario de voces canarias y el Diccionario secreto de Camilo José Cela, además de autores de renombre, como Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez, que escribieron sus prólogos a las obras lexicográficas, ¿se puede considerar un diccionario de la lengua como una obra literaria?

—Hay que distinguir entre diccionarios de autor y diccionarios de la sociedad. Los diccionarios de autor como los de Voltaire, de Flaubert, de Ambrose Bierce, de Pérez Galdós, de Cela, todos estos fueron grandes escritores y en esa medida escriben sus diccionarios en cuanto escritores y, por lo tanto tienen cierto carácter literario, sin duda. No es el caso de los hermanos Grimm. Los hermanos Grimm hicieron un diccionario histórico del alemán, en donde la presencia de los hermanos Grimm se borra en relación con el papel que tiene el diccionario para su lengua y este es el caso de los demás diccionarios que no son de autor. Los autores nos borramos en el diccionario porque el diccionario vale por su sociedad, no vale por su autor y en ese sentido yo no diría que son obras literarias. Pueden ser obras muy bien o mal escritas, pero no son obras literarias.

—Usted ha elaborado muchos diccionarios, ¿qué rasgos tiene el Diccionario del español de México, realizado bajo su dirección, que lo hace inconfundible con los demás?

—Lo primero es que es el primer diccionario integral del español fuera de España. Segundo que es un diccionario original, no le copiamos a nadie. Tercero que parte de un corpus de datos bien estructurado que incluso damos a conocer. Una característica importante de nuestro trabajo es que es transparente, nosotros no ocultamos nada. Entonces, tenemos un corpus que hemos dado a conocer. Lo que incluye el diccionario, certificamos que está en ese corpus, ofrece un análisis semántico amplio y cuidadoso, ofrece muchísimos ejemplos de uso, así como de elementos fraseológicos, colocaciones, etcétera, eso nos singulariza en relación con todos los demás diccionarios del español.

—La definición del vocablo lexicógrafo que ofrece Samuel Johnson en su Diccionario de la lengua inglesa que apareció en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII y que se adelanta en más de un siglo a la de la RAE, es: "Escritor de diccionarios; inofensivo esclavo que se ocupa de rastrear el significado original de las palabras y detallar su sentido". ¿Está de acuerdo con esta explicación?

—Primero, el diccionario de Samuel Johnson más bien es varios años posterior al primer diccionario de la Academia e incluso yo he afirmado que Johnson debe haberse basado también en el Diccionario de Autoridades,9 aunque se niegue. Ahora, Johnson tenía unas salidas muy divertidas. Hay otra en donde cuentan que una señora de la sociedad inglesa se acercó muy indignada a decirle que había puesto muchas groserías en el diccionario, y Samuel Johnson le contestó: "Señora, pero usted las buscó". Entonces, como una salida de Samuel Johnson, pues sí está bien dicho.

Que seamos inofensivos, quién sabe. En la medida en que si el diccionario es verídico y digno de confianza, pues claro que puede provocar tomas de posición políticas de sus lectores; o sea, que el diccionario no es tan inofensivo. Para la época de Johnson, sí, el objetivo era rastrear el significado original de las palabras, hoy hay muchos diccionarios que no hacemos etimología, entonces en ese sentido, ya cambia el asunto.

—¿Personas que hacen diccionarios se pueden definir como los que se dedican a una actividad profesional o trabajan según la vocación?

—Bueno, para trabajar haciendo diccionarios hay que tener vocación, sin duda, o si no, como dice el dicho: ni las gallinas ponen. Ahora, es una actividad profesional y cada vez va a estar más profesionalizada en la medida en que vamos mejorando los métodos lexicográficos. Este hincapié sobre los métodos lexicográficos es una cuestión bastante moderna, yo la sitúo en 1971 con la aparición de los métodos de lexicografía de Josette Rey-Debove, de Ladislav Zgusta y de Jean y Claude Dubois.10 Estas tres obras sobre el método lexicográfico, desde mi punto de vista, marcaron el comienzo de una lexicografía profesionalizada, muy diferente de la lexicografía que se hacía antes. Y ahora afortunadamente la lexicografía está de moda, en todos los congresos hay muchos trabajos lexicográficos, de modo que la discusión sobre métodos va mejorando y, por lo tanto, debemos ser capaces de producir mejores lexicógrafos.

—Para ser lexicógrafo, ¿hay que tener una veta de locura?

—No, ¿para qué?, ¿por qué? ¡Hay que tener vocación! Si cada actividad humana a la que uno se dedica con pasión fuera locura, pues el mundo estaría lleno de locos. Y yo creo que un señor que se dedica a coleccionar insectos y que tiene una colección de muchos miles de insectos, porque es un entomólogo, no está loco, simplemente tiene una pasión por esta clase de estudios. Y el lexicógrafo tiene una pasión de coleccionar palabras y darlas a conocer. No es una locura.

—Después de todo el trabajo realizado y de ver sus obras publicadas, ¿está satisfecho?

—No, todavía no, pero, digamos, en cuanto a mi trabajo y al trabajo del equipo, uno no puede estar satisfecho, porque vamos descubriendo errores que cometemos, tratamos de corregirlos, tratamos de mejorar; así, nuestra selección de ejemplos, tratamos de incorporar más información contemporánea, etcétera, de modo que uno nunca puede estar satisfecho con el diccionario que ha terminado. El profesor Lope Blanch11 decía: "Recuerde que lo perfecto es enemigo de lo bueno", entonces uno termina diciendo: "Pues quedó bien, pero podría quedar mejor". No podría uno estar satisfecho. Ahora, en cuanto a la recepción del público, tampoco estoy todavía satisfecho, en mucho debido, claro, a la distribución, que no es una distribución masiva del diccionario. El Colegio de México no tiene esas capacidades que son financieras, por lo tanto el diccionario no se conoce todo lo que a mí me gustaría que se conociera.

Por otro lado, claro, como es un diccionario que llega a un público educado en el pensamiento académico, este público en su gran mayoría, todavía no voltea a ver nuestro diccionario como su diccionario de referencia, sino que voltea a verlo como si fuera el diccionario de mexicanismos. De modo que va a buscar chupamirto o chipichipi, pero no va a buscar democracia o cuasar. Entonces en ese sentido, todavía no estoy satisfecho y yo creo que va a tardar varios años para que el público mexicano empiece a ver de otra manera nuestro diccionario.

—¿A qué aspira ahora Luis Fernando Lara?

—Aspiro a sacar la segunda edición del diccionario, aspiro a formar lexicógrafos que nos hacen falta y aspiro a comenzar un diccionario del siglo XIX. Yo creo que el siglo XIX mexicano es interesantísimo y no tenemos un diccionario del mismo. El único diccionario que tenemos es el de García Icazbalceta12 que tiene muy buenos datos y el de Santamaría13 que recoge el de Icazbalceta, pero que ahora requeriría una nueva recopilación de materiales y, sobre todo, un análisis semántico que no se podía hacer en la época de García Icazbalceta. Entonces eso me gustaría comenzarlo.

 

Notas

1 Se refiere a Juan Bautista Alberdi, destacado abogado, economista, político, escritor y músico argentino del siglo XIX.

2 Título completo: Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1847).

3 Se refiere al primer diccionario de la Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana, publicado entre 1726 y 1739 y denominado así por contener los ejemplos de las autoridades, los escritores más notables según la institución.

4 Alude a "La nueva Ortografía: ¿imprescindible? Sí, pero...", en Gaceta del FCE, núm. 487, México: Fondo de Cultura Económica (FCE), julio de 2011, pp. 19-21.

5 Se refiere al Diccionario de americanismos, elaborado por la Asociación de Academias de la Lengua Española y publicado en 2010.

6 Título completo: Nueva gramática de la lengua española (2009).

7 Luis Fernando Lara (dir.), Diccionario del español de México, 2 vols., México: El Colegio de México, 2010. Se puede consultar la versión en línea en http://dem.colmex.mx/ [nota del editor].

8 Bartra, en su libro Antropología del cerebro: la conciencia y los sistemas simbólicos (2006) ofrece una novedosa interpretación del problema de la conciencia, donde desarrolla la hipótesis de que el funcionamiento del cerebro humano no se puede entender cabalmente sin examinar también su estrecha conexión con un conjunto de prótesis culturales, a las que define como un exocerebro.

9 La primera edición del diccionario de Samuel Johnson data de 1755, y es, por tanto, un par de décadas posterior al Diccionario de Autoridades de la RAE (1726-1739) [nota del editor].

10 Se refiere a las siguientes obras: Josette Rey-Debove, El estudio lingüístico y semiótico de los diccionarios franceses contemporáneos (Mouton/De Gruyter, 1971); Ladislav Zgusta, Manual de lexicografía (De Gruyter/Mouton, 1971); y Jean Dubois y Claude Dubois, Introducción a la lexicografía (Larousse, 1971).

11 Se refiere al gran filólogo y lingüista de origen español naturalizado mexicano del siglo XX Juan Miguel Lope Blanch (Madrid, 17 de julio de 1927-México, D.F., 8 de mayo de 2002).

12 Se refiere al Vocabulario de mexicanismos comprobado con ejemplos y comparado con los de otros países hispano-americanos. Propónese además algunas adiciones y enmiendas á la última edición (12a) del diccionario de la Academia, por el señor don Joaquín García Icazbalceta (1899). Obra póstuma publicada por su hijo Luis García Pimentel, México: Tip. y Lit. "La Europea", de J. Aguilar Vera y Cª.

13 Se refiere al Diccionario de mejicanismos de Francisco J. Santamaría (1959). México: Porrúa.

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