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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.10 no.23 Ciudad de México sep./dic. 2013

 

Entrevista

 

Estudiar a los partidos en América Latina. Un estado de la cuestión. Entrevista con Manuel Alcántara Sáez

 

Víctor Alarcón Olguín*

 

* Profesor-investigador titular "C", Departamento de Sociología, UAM-Iztapalapa. Miembro del SNI y presidente de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales (SOMEE). Dirección electrónica: alar@xanum.uam.mx

 

PRESENTACIÓN

Manuel Alcántara Sáez (1952) es una de las referencias más constantes cuando se habla del estudio comparado de los partidos políticos y los sistemas electorales dentro del contexto iberoamericano. Actualmente es catedrático del área de Ciencia Política y la Administración en la Facultad de Derecho de la Universidad de Salamanca, España. Durante 13 años dirigió el Instituto de Iberoamérica de esa misma universidad, lugar de formación y referencia obligada en el ámbito europeo para muchas generaciones de politólogos que se han vinculado al estudio de las sociedades latinoamericanas.

Entre sus trabajos más relevantes como autor individual destacan El oficio del político, Madrid, Tecnos, 2012; ¿Instituciones o máquinas ideológicas? Origen, programa y organización de los partidos políticos latinoamericanos, Barcelona, Instituto de Ciències Politiques i Socials, 2004. (Hay una versión mexicana en la editorial Gernika), así como Gobernabilidad, crisis y cambio, Centro de Estudios Constitucionales, 1994 (también editada en México por el Fondo de Cultura Económica, 1995). Entre sus libros coordinados destacan: Elecciones y política en América Latina 2009-2011, México, Miguel Ángel Porrúa-IFE-H. Cámara de Diputados, 2013 (junto con María Laura Tagina); Algo más que presidentes: el papel del Poder Legislativo en América Latina, Zaragoza: Fundación Manuel Giménez Abad, 2011 (junto con Mercedes García Montero); Selección de candidatos, política partidista y rendimiento democrático. México, Tribunal Electoral del Distrito Federal, Universidad Nacional Autónoma de México e Instituto de Iberoamérica, 2009 (junto con Flavia Freidenberg); y México, el nuevo escenario político ante el bicentenario, Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2009 (junto con Ernesto Hernández Norzagaray).

Ha sido profesor visitante en universidades en los Estados Unidos, Japón y América Latina; posee Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina) y la Orden Bernardo O'Higgins del gobierno de Chile. La entrevista que se presenta a continuación se llevó a cabo en la ciudad de México, el 9 de febrero de 2013.

—Ante todo, deseo agradecerte por acceder a esta entrevista, a efecto de intercambiar algunas ideas generales en torno al momento actual que guarda lo que Maurice Duverger llamó en su clásica obra Los partidos políticos1 como "estasiología", (la ciencia de los partidos), un tema no menor para quienes nos dedicamos a uno de los campos más desarrollados dentro de la politología durante los años recientes y, en forma muy particular, dentro del contexto latinoamericano, sobre todo con el impulso de los procesos de la transición y la institucionalización democráticas. En un primer momento de aproximación me gustaría preguntarte cómo fue tu proceso de acercamiento vocacional a este campo de estudio. ¿Por qué te interesaron los partidos y los procesos electorales?

—En primer lugar, gracias por brindarme esta oportunidad de conversar contigo en el espacio de Andamios en torno a una de nuestras pasiones comunes. Puesto que se trata de una pregunta que tiene un componente autobiográfico en un sentido amplio e intelectual, creo que tengo que plantear dos niveles para esta reflexión. El primero aborda mi experiencia vital de haber sido un joven que fue testigo de la transición a la democracia primero en España y luego, al calor del desarrollo de mi carrera académica, los procesos respectivos que se dieron en América Latina durante los años ochenta. Allí uno era consciente de la importancia que adquiría el fenómeno electoral; lo que era un reclamo de mi generación y de manera paralela en otros países de la región, de que el camino hacia el desmantelamiento del autoritarismo y hacia una nueva situación institucional pasaba por elecciones competitivas y libres. Entonces, en primer lugar se trataba de la importancia del juego electoral, e inmediatamente debía pensarse que dicho juego electoral estaba organizado a través de los partidos políticos. La prueba de la verosimilitud de dicho juego como debía ser era que hubiera competencia entre dichos partidos. Igualmente, mi experiencia personal era la de un joven madrileño que se percata de que el régimen autoritario de Franco lo que justamente prohíbe son los partidos políticos; era entonces el elemento sustantivo que acompañaba el proceso de la democracia electoral. De ahí mi aproximación personal.

Mi decisión, podría decirse más académica, tiene que ver con la convicción de que cuando analizamos los sistemas políticos (y ese fue uno de mis primeros trabajos), los partidos ocupan un espacio medular de la vida general de dichos sistemas, porque son instituciones y actores. Los partidos están en la sociedad; digamos es donde se hace presente la pulsión de unos y otros por entrar en política, pero a la vez dichos partidos desempeñan funciones en el ámbito de la operatividad de la democracia. Sin partidos era —y es— muy difícil actuar políticamente. Entonces, el partido político se convierte en algo que yo diría es central para la propia política. Lo interesante de estudiar los partidos políticos —y por añadidura, las elecciones— es que su carácter medular te hace tocar todo, porque los partidos tienen que ver con la transmisión de ideas y programas que se relacionan con la teoría política. Los propios partidos tienen vinculación con los clivajes sociales, con selección de candidatos o de personal de gobierno y, por consiguiente con políticos y líderes profesionales; en síntesis, con élites.

En fin, los partidos políticos desarrollan y potencian determinadas políticas públicas. Hoy la teoría de las políticas públicas consecuentemente se asocia con el mundo de los partidos. No hay tema que pueda tratarse en una clase de ciencia política sin que los partidos políticos estén presentes. Por eso me parece que ahí está fundamentada mi atracción por los partidos y las elecciones. Posteriormente, debí considerar alguna cuestión de "estructura de oportunidad" y de llenar huecos. Es evidente que en la joven disciplina de la ciencia política, tanto española como latinoamericana, es decir Iberoamericana, había un vacío muy grande en este campo. Ni siquiera desde la perspectiva de los historiadores existían buenas monografías sobre los partidos en nuestros países, y las que había no tenían vinculación alguna con lo que llamaríamos el componente politológico.

—Por ejemplo, ¿con qué tipo de primeras lecturas te enfrentaste en ese entonces y quién fue el profesor o profesores que te dieron una primera pauta para precisamente buscar este tipo de literatura?

—Bueno, soy bastante autodidacta y es muy complicado encontrar una influencia concreta. Sin embargo, los dos profesores que me han influido más son, si se quiere, profesores que por desgracia no están, si quiere decirse así, en el elenco de las "grandes figuras" de la disciplina, sino que son personas que desarrollaron un trabajo muy interesante, modesto si se quiere, pero que a mí me influenciaron muchísimo, y es un buen momento para hacer un recuerdo de ellos. Son dos personas, casi de la misma generación, nacidos entre 1915 y 1923. El ya fallecido Federico Guillermo Gil (1915-2000), quien fue un docente de origen cubano-español que pasó toda su existencia universitaria en los Estados Unidos, concretamente en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, y que tiene un libro publicado por la editorial del Banco Interamericano de Desarrollo y el Instituto de Integración de América Latina, Instituciones y desarrollo político en América Latina,2 que es un compendio excelente de la política latinoamericana del momento. Era difícil encontrar un libro con los matices digamos de modernidad para la época en cuanto a hacer un ejercicio de política comparada. Y el otro personaje es un profesor español, afortunadamente vivo, que se llama Antonio Lago Carballo (1923), docente en la Universidad Complutense de Madrid; su asignatura era regímenes políticos de Iberoamérica, y él escribió el opúsculo complementario sobre dicha materia que se incluye en la traducción española del libro de Duverger que la editorial Ariel publicó a inicios de los años setenta del siglo pasado: Instituciones políticas y derecho constitucional, el cual sigue siendo una joya del estado de la cuestión.3 Creo que esas dos personas, a quienes conocí y que además me brindaron su cariño y amistad, son a quienes puedo rescatar como dos grandes influencias e impulsores de mi ruta profesional. Ninguno de los dos era, técnicamente hablando, experto en el mundo de los partidos políticos, pero sí que estaban atentos a la realidad de los partidos, y como dije hace un momento, en su trabajo intelectual escribieron sobre dicho tema.4

Dicho esto, la literatura tenía un vacío muy fuerte sobre el terreno de los partidos, tanto en lo que se refiere a monografías nacionales como ya no digamos estudios comparativos. Y es lo que de alguna manera, después de la publicación de mis dos volúmenes sobre los Sistemas políticos de América Latina, editados por Tecnos, me permitió enfocarme en un proyecto de investigación sobre la situación general de los partidos políticos a finales del siglo pasado. Eso se hizo gracias a una subvención del Ministerio de Educación español, lo que nos permitió realizar (si no mal recuerdo) unas setecientas entrevistas, con un cuestionario básicamente de preguntas cerradas, a líderes de partidos latinoamericanos. Aprovechando la experiencia que ya veníamos acumulando gracias al proyecto de élites políticas latinoamericanas iniciado en 1994. Fueron aproximadamente unos sesenta partidos los que estudiamos, y también gracias al trabajo de una persona infatigable y que en ese momento comenzaba su carrera universitaria y su doctorado, como era Flavia Freidenberg, es que dicho trabajo pudo concretarse, y desde luego, gracias también a la presencia de la red de alumnos y egresados del propio programa en maestría y doctorado que dirigía en la Universidad de Salamanca, quienes de manera generosa apoyaron en la realización de dichas entrevistas, en el trabajo de análisis individualizado de las mismas y en la elaboración de conclusiones de conjunto y particularizadas de cada partido.

—Seguramente será interesante para el lector, desde un punto de vista metodológico, preguntarte: ¿Cuál fue la base central de una investigación como Partidos políticos en América Latina?5 ¿Desde dónde partieron tus preocupaciones y hasta dónde y qué pretendías saber?

—Como lo mencioné antes, la estrategia metodológica básica se sostenía en dos columnas: la primera era reunir material de primera mano, esto es, documentos partidistas tales como el acta fundacional, los manifiestos, las plataformas electorales, los documentos estatutarios, incluso la propaganda de campaña empleada en el último proceso. Eso en muchos casos no fue complicado y era relativamente accesible. Pero obviamente era necesario complementarlo con la literatura que hubiera sobre los partidos y los sistemas partidarios en cuestión. Evidentemente hubo partidos sobre los que se tenían fuentes en una cantidad abrumadora, pero eso sí, elaborados regularmente desde una perspectiva histórica muy poco politológica. Pienso por ejemplo en el caso mexicano; ya existían buenos trabajos sobre el PRI o el pan. El prd en ese momento —estoy hablando de hace unos quince años cuando empezamos este trabajo— era todavía una organización incipiente. Pero eran trabajos de colegas que no tenían una visión que atendiera a las preguntas clave que nos hacemos sobre todo cuando estudiamos a los partidos políticos, bien desde una perspectiva individual, esto es los partidos considerados como unidades individuales; o bien desde la perspectiva del sistema de partidos. Me refiero a cuestiones básicas del tipo: ¿Quiénes crearon el partido? ¿Cómo fue el proceso? ¿Qué organización interna se adoptó? ¿Qué estrategias de expansión se siguieron? ¿Cómo se fueron conformando las ideas programáticas? ¿Qué ejes de polarización definían el sistema de partidos?, etcétera.

Había entonces ese vacío, pero en cualquier caso reunimos los documentos que se habían publicado hasta ese momento. La segunda parte —la más original— fueron las entrevistas. Las entrevistas se realizaron sobre la base de un cuestionario. Éramos conscientes de la falta de rigor en lo relativo a la muestra del universo de estudio. Porque, claro, hacer una muestra significativa dentro de un partido político siempre es muy complicado. Hay partidos que son muy centralizados y realmente quienes mandan en dicha organización son cuatro personas, mientras que hay otros en los que hay una estructura mucho más diversificada y extendida en todo el país. La pregunta entonces fue: ¿cuál es el tipo de muestra significativa? Nosotros veníamos de la experiencia —que hemos seguido manteniendo por cierto— de los poderes legislativos. La ventaja de estudiar dicho tipo de instituciones es que tú sabes que hay 500 diputados (como ocurre en México), lo cual se vuelve algo más fácil, porque ahí aplicas una serie de coeficientes y éstos te dicen: "Bueno, una muestra confiable es que entrevistes a 140, y la estratificas por partido, por género, por edad o incluso por estado de procedencia, etcétera". Pero claro, hacer una muestra para cada partido político era muy complicado. Ese fue el primer problema que tuvimos. Éramos conscientes de que nuestra muestra no tenía rigor estadístico. Decidimos entrevistar al menos 15 personas destacadas de cada partido político. Cuando digo destacadas me refiero a personas que fueran o bien representantes del partido en el congreso, o bien que tuvieran un cargo orgánico directivo o de liderazgo en el partido, o miembros de ese partido político que estuvieran en el Poder Ejecutivo (secretarios, ministros, etcétera). Sobre este universo se hizo la entrevista. La finalidad principal era conocer cómo percibían ellos la estructura interna del partido político. Entonces había preguntas del tipo: ¿cuántas veces se reúnen ustedes por semana, o al mes o al año?

—La dimensión vida interna.

—Exactamente. Y también se revisaba (aunque no profundamente en ese momento, si bien luego será un tema muy importante) cómo son los procesos de democratización y selección de candidatos. Y la otra gran vía fueron las cuestiones ideológico-programáticas. Es decir, desde la perspectiva de cuestiones tales como "identifíqueme cuáles son los elementos definitorios o la esencia de su partido en cuatro conceptos respecto a posiciones neoliberales, políticas económicas, respecto a los Estados Unidos, y desde luego la escala ideológica izquierda-derecha". Y eso lo hicimos, como ya se mencionó, sobre la base de preguntar directamente a estos individuos. Eso fue entonces un insumo que a la hora de elaborar el gran trabajo colectivo en tres volúmenes Partidos políticos en América Latina fue utilizado por todos los colaboradores, y a mí personalmente todo este material me sirvió para desarrollar mi libro ¿Instituciones o máquinas ideológicas?, que terminé durante un semestre sabático en la Universidad de Notre Dame, pude entonces discutir y trabajar conjuntamente dichos avances con Michael Coppedge, quien justamente estaba reflexionando en esa misma línea, lo cual me permitió lograr ese resultado.

—Has mencionado ya algunas de las preguntas clave y recurrentes en tus trabajos. Pero es evidente que tu visión de los partidos y los sistemas electorales se sustenta o se cruza con otro eje importante de reflexión: el problema de la gobernabilidad, la crisis o el cambio de los sistemas democráticos. ¿Cómo percibes en la actualidad dicho cruce o interrelación a la luz de la evolución de dichas preguntas iniciales? Hoy en día, ¿cómo tenemos que aproximarnos a los partidos políticos en América Latina? ¿Han mejorado, son un factor de gobernabilidad, o hay que verlos sumidos en un contexto de crisis y todavía orientados en la transición y consolidación de su institucionalidad?

—Es una excelente pregunta que da pie para hacer un diagnóstico de la siempre compleja realidad y heterogeneidad latinoamericana. Actualmente veo una segmentación política enorme, precisamente en términos de —o en relación con— el desempeño de los partidos. Pese a que es muy difícil categorizar esto, yo diría que hay una gran división en América Latina entre sistemas políticos en la que el sistema de partidos se ha volatizado totalmente, y cuesta mucho trabajo hablar de partidos políticos como tales. Y otra América Latina con sistemas políticos y partidos en la que estos últimos siguen desempeñando un papel tradicional. Yo eso lo veo clarísimo y esa tendencia se ha profundizado a lo largo de la última década. Por supuesto que viene precedido de lo acontecido concretamente en los países andinos (sobre todo la crisis histórica del Perú en los años noventa con la llegada de Fujimori al poder), pero también la crisis de hundimiento del sistema de partidos venezolano de esa década.

—¿Incluirías en este elenco retrospectivo a los países centroamericanos de los años setenta u ochenta?

—No estoy muy de acuerdo con ello para el caso centroamericano. Donde realmente podemos ver una experiencia en la que se derrumba el sistema de partidos de manera muy gráfica es en Guatemala. Y ahora hay que ver lo que está pasando con Costa Rica. Este país ha sufrido un cambio muy importante. Yo creo que las elecciones programadas para 2014 van a registrar una notable desestructuración de su sistema de partidos. En El Salvador u Honduras no creo, incluso yo diría que en el primer caso, hay ahora una fortaleza de su sistema de partidos bastante notable. Por eso digo que existe una cantidad similar de países donde el sistema de partidos se encuentra totalmente roto, como lo son los cinco países andinos clásicos (Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela y Ecuador). Ecuador tuvo durante mucho tiempo un sistema de partidos aceptable, pero en 2006 se emitió su acta de defunción, y lo estamos corroborando ahora con las elecciones de este año 2013. Y Bolivia igual, a pesar de que había mantenido un gobierno presidencialista parlamentarizado (como llamaba René Mayorga a dicho sistema), hasta 2002 o 2003, esto también ha colapsado. A estos cinco países andinos habría que añadir el complicado caso de Argentina. Y desde el lado centroamericano yo señalaría, además de los países ya mencionados, probablemente a Nicaragua y Panamá. Es por ello que me atrevo a afirmar en este momento que América Latina posee dos grandes mitades: una con sistemas de partidos estables y otra con sistemas de partidos volatizados.

—Esto nos da pauta para destacar que tu más reciente libro colectivo, Elecciones y política en América Latina, 2009-2011, coordinado con María Laura Tagina, y del cual ya nos estás dando una idea general con tu anterior respuesta, y de igual forma con Partidos políticos en América Latina, has tomado la decisión metodológica de apoyarte en colaboradores de preferencia oriundos de o residentes en cada país abordado, para así no tener una visión externa o sesgada.

—A lo cual agregaría que se les pide que se ajusten a la exigencia de contestar las cinco preguntas, que son ahora más o menos canónicas en los estudios electorales. La primera se relaciona con lo institucional-formal. Saber cuáles son las reglas de juego imperantes en cada país durante el periodo estudiado en relación con el sistema electoral. La segunda tiene que ver con la estructuración de las campañas electorales, cómo se desarrollan, qué tipos de estrategias de comunicación y financiamiento de las mismas se emplean. La tercera se relaciona con los candidatos y sus programas, sus antecedentes y trayectorias, así como con las ideas que defienden. La cuarta explora como medidores de estos procesos a los sondeos de opinión pública. Estos cuatro aspectos son contextuales y obviamente previos a la quinta dimensión requerida, que remite al análisis de los resultados electorales y las tendencias en términos de los indicadores duros que se obtienen de ellos para entender la volatilidad, la desproporcionalidad, el número efectivo de partidos, el voto regional, en la idea de la nacionalización del sistema de partidos, etcétera. Y por último, analizar cómo queda el escenario de las relaciones Ejecutivo-Legislativo, porque tendemos a olvidar que normalmente cuando hablamos de elecciones estamos hablando también de estos dos factores institucionales, ya que resultan situaciones de gobierno dividido, y entonces resulta importante describir cuáles son los escenarios potenciales a los que se enfrentarán dichos países en el corto y mediano plazos. Ése sería el esquema metodológico que hemos seguido en cada uno de los capítulos.

—Los asuntos que se tienen que incorporar se han hecho más complejos. Como ya decías, antes la preocupación se centraba en buscar y generar las bases de datos. Hoy más bien estamos en una etapa centrada en discutir sobre cuáles son las mejores técnicas disponibles para interpretar o aplicar dichas bases de datos, para poder valorar aspectos como la medición de la eficiencia, la capacidad y la viabilidad de esos mismos sistemas e instituciones. En este sentido, ¿consideras que nuestra ciencia política iberoamericana ya ha podido asimilar, quizás acortar e incluso tener un diálogo de igual a igual con otras tradiciones regionales? ¿Cómo ves asuntos complicados como por ejemplo, la relación entre lo cuantitativo y lo cualitativo?

—Sin duda se ha avanzado muchísimo en estos 20 años en los aspectos que mencionas y estoy completamente en sintonía con lo que indicas respecto al estado de la disciplina. Desde monografías y artículos en revistas indexadas dentro y fuera de América Latina. Es uno de los terrenos hoy por hoy más cubiertos y más trabajados. Basta ver cualquier congreso nacional de ciencia política en nuestros países para constatar la presencia obligada de por lo menos una mesa sobre sistemas electorales y partidos políticos.

—Al mismo tiempo, no sé si coincidas en que otro rasgo relevante de la buena salud y expectativas que guarda la ciencia política en América Latina es el desarrollo de las asociaciones profesionales y grupos de investigación, que a ti te ha tocado impulsar con la formación de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (Alacip), y más particularmente dentro de ella el Gipsal (Grupo de Investigación sobre Partidos en América Latina).

—Paradójicamente, no tengo una percepción tan optimista en lo referente a las redes de investigación. Creo que todavía tenemos un problema más de naturaleza institucional dentro de nuestras universidades. Pienso que los académicos iberoamericanos, cuando se crean espacios de investigación, se siguen movilizando más hacia los centros tradicionales estadounidenses o europeos, y viajan poco al interior de América Latina. Es muy raro que académicos siquiera vecinos vayan de un país a otro (un ecuatoriano a Colombia, o un mexicano a Centroamérica, por ejemplo). Esas redes existen muchas veces de maneras muy forzadas o aún intermediadas por las instituciones europeas o estadounidenses. A mí justamente me comentaron muchas veces cuando dirigía el Instituto de Iberoamérica en Salamanca, ¿qué sentido tiene patrocinar una maestría en estudios latinoamericanos aquí? Claro, me lo decía gente que no tenía una conexión con este problema y yo les contestaba que en América Latina sorprendentemente no había muchos programas de este tipo, salvo aquí en México, en la UNAM. Ahora afortunadamente comienzan a aparecer algunos. Nosotros echamos a andar esto en 1994.

Y lo segundo que me gustaría destacar es que resulta muy fácil que por Salamanca pasen no menos de 25 politólogos destacadísimos de toda la región, dado el lugar y los resultados obtenidos precisamente gracias al trabajo desarrollado por nuestro programa. Y eso en particular nos ha dado la posibilidad de construir una red de trabajo y promover las investigaciones a que hemos aludido. Y de ahí se deben mencionar que universidades de París, Oxford o Hamburgo, que en este momento me parece que son las que tienen intereses más sólidos en América Latina dentro de las universidades europeas, junto con nosotros, y siempre desde la perspectiva de la ciencia política. Corro el riesgo de que mis colegas españoles se enfaden conmigo por decir esto, debido a la riqueza y diversidad académica que se tiene en mi país, pero los estudiantes latinoamericanos claro que pasan por Madrid o Barcelona, pero lo hacen por intereses vocacionales distintos dentro de la propia ciencia política y no con el énfasis central que nosotros sí ponemos en Salamanca, de considerar dicha área de estudio como nuestro tema principal en el muy amplio terreno de la democracia representativa. Pero, por desgracia, todavía no existe una tradición de siquiera mirar al país vecino para comenzar con la formación de otro tipo de alianzas académicas. Yo creo que ese es un déficit muy serio que se podría atenuar en las universidades latinoamericanas, por ejemplo creando un programa de movilidad similar al Erasmus de la Unión Europea.

Y sí, Alacip ahora juega un papel que antes le dejábamos sólo a LASA. Me parece que allí logramos solucionar el problema de la captación que se tenía respecto a que una organización no latinoamericana fuese el punto de contacto entre nosotros. De ahí que ahora la tarea sea dirigirse al fortalecimiento de las asociaciones nacionales. Es una buena noticia que se estén formando asociaciones, como está ocurriendo en Colombia, Ecuador, Perú y que se sumaría a lo que se tiene en Argentina, Chile, Brasil, Uruguay y esperemos con ustedes acá en México. Eso, sin duda, será lo que potencie aún más el desarrollo de una colaboración transversal.

—Regresando al punto de la discusión metodológica y situacional de la ciencia política en nuestros países, no podemos dejar de lado el tema de que la disciplina se ha mantenido atada a la ciencia jurídica (el derecho político y constitucional) o a la sociología. ¿Cómo percibes el problema de la identidad y el universo de preguntas de la ciencia política? ¿La observas en un ámbito de lucha por su autonomía o bien definida por una lógica de corte más interdisciplinario, y más para alguien cuyo centro de reflexión sea el estudio de las elecciones y los partidos políticos?

—Soy cada vez más consciente de que es necesario mantenernos cercanos a otras disciplinas e incorporar a exponentes de las mismas a nuestros estudios. Por ejemplo, hoy existe un tema dentro del ámbito de los partidos políticos, como es el asunto de la intermediación o el patronazgo. Los partidos políticos han sido durante más de un siglo el epítome de dicha función representativa. La intermediación, bien fuera a través de la representación o la participación, la gestoría y la agregación de intereses, era la función básica de los partidos. Pero en apenas 15 años todo lo anterior ha desaparecido. Internet permite —y va a permitir mucho más cuando los políticos se den cuenta de la verdadera fuerza que puede tener— el viejo sueño de la democracia directa, que claro para algunos puede ser muy peligroso, dado que ese tipo de democracia es muy volátil. Todos sabemos que, si se produce la violación y el asesinato de una menor y se pide a la gente por las redes sociales que opine apenas a las dos horas de haberse producido dicho crimen, la gente se va a pronunciar a favor de la pena de muerte y a aprobar una ley en la materia. Esa inmediatez tiene sus peligros. Este ejemplo puede parecer banal, pero es ilustrativo de los peligros aquí enunciados. Pero a lo que voy es que la intermediación de los partidos políticos ya no tiene sentido. Pero quizá todavía lo tenga para nuestras generaciones, a las que todavía les gusta leer el periódico en papel o asumir ciertas prácticas políticas relacionadas con el contacto personal. Hoy tenemos esquemas de comunicación mucho más horizontales y rápidos, precisamente porque el internet lo permite. Bueno, esto que ahora es muy obvio va a terminar por poner al mundo de los partidos políticos patas arriba.

Y lo anterior supone ahora involucrar psicólogos, comunicólogos, hablar con neurólogos sobre estas formas de nuevo conocimiento y sobre la interpretación de la realidad. Esto es una nueva ciencia política que se preocupa por el análisis de marcos (framing) discursivos y cognitivos, cada vez más potentes en sus explicaciones, las cuales se van incorporando a nuestro campo. Yo no sé cómo, pero tenemos que reflexionar en ello, porque además esta suerte de democracia de audiencia, como la bautizó el pensador francés Bernand Manin,6 hace inútiles a los partidos. Para muchos países de América Latina este fenómeno simplemente se relaciona con el nuevo populismo comunicacional, y tratan de quitárselo de encima, pero para mí es un fenómeno más complicado.

—Y en el otro extremo, en contraste con este declive de los partidos tradicionales, quizá podemos ver el desarrollo de los partidos o movimientos transnacionales que justamente se mueven bajo la lógica del internet e incluso han sido impulsores de los procesos de integración, como ocurre en el caso de la Unión Europea, con la presencia de un sistema electoral y de partidos de segundo nivel. ¿Cómo observas a este tipo de fenómenos, crees que puedan tener algún tipo de incidencia en un contexto como el latinoamericano?

—Lo que acontece en el espacio europeo es muy caótico y contradictorio. Mucho de lo que has dicho es cierto, pero al mismo tiempo no conviene olvidar que la democracia europea está asentada sobre un problema muy serio de déficit de legitimidad política. Es decir, el Parlamento Europeo tiene un papel que no es menor, pero no posee la relevancia que se supondría debería tener. La política europea, y esto se ha intensificado más conforme avanzan los efectos de la crisis, está muy centrada en los gobiernos y poco en la gente. Son las figuras de los primeros ministros las que están debatiendo. No creo que haya —lo pongo entrecomillado— una "solidaridad de grupo parlamentario" o de "familia ideológica". Hemos estado viendo cómo se han agotado dichas afinidades ideológicas. Al final, el presidente socialista francés tiene que desarrollar una buena relación y acuerdos con la canciller demócrata-cristiana alemana. Hay cooperación, pero se ha potenciado menos de lo que debería en relación con que se ha visto en los últimos años. Por ahora soy muy escéptico de la literatura desarrollada en torno a este tópico. El partido transnacional es una posibilidad, pero está en función de que se consolide el propio movimiento supranacional.

—Para ir acercándonos a una conclusión de esta charla, ¿cuáles son tus inquietudes o preguntas de investigación actuales? ¿Te ves en el flujo o a contracorriente de lo que observas en el espacio de reflexión latinoamericano?

—Lo que más me inquieta en este momento es el fenómeno de la quiebra de la representación y la intermediación. La segunda cosa —si se quiere en un nivel más micro— en la que me he metido en los últimos tiempos, ha sido el análisis individual de la política y los políticos. Y esto también está en consonancia con el proceso que vive la humanidad, de exacerbación del individualismo y pérdida del sentido de lo colectivo. Finalmente, el partido político por excelencia, ese partido político de manual que hemos estudiado mucho y que adopta un formato como de familia o iglesia, de reunión de gente que está dispuesta a darlo todo por el propio partido, etc., se ha ido. Tengo la sensación de que el partido político era un ente colectivo que tenía vida propia y que daba sentido a la gente. Daba identidad y dignidad, así como una ilusión por vivir. Y no sólo en la idea revolucionaria y clandestina de ciertos partidos, sino incluso en agrupaciones más tradicionales como la democracia cristiana, por ejemplo.

—Como espacio de socialización y formación de valores, como una escuela de ciudadanía y cuadros.

—Exactamente. Eso sabemos que se fue perdiendo, sobre todo a partir de los partidos catch-all, los partidos cartel y el party-government. Pero lo que a mí me interesa hoy, si se quiere desde una perspectiva de la psicología social o los estudios culturales, es entender el individualismo que se observa en los centros comerciales, los automóviles, el internet, el teléfono móvil, en donde prevalece la idea de que cada uno debe tener lo suyo para demostrar que existe. Antes, el teléfono ocupaba el lugar central de la casa y sólo había un número por familia y toda se identificaba alrededor suyo.

—De alguna manera reproduce la preocupación que tenemos en el mundo de los partidos por la atomización y la fragmentación de dichos partidos como familias.

—Esa es la idea. El nuevo partido político va a estar conformado por empresarios o emprendedores individualistas, candidatos independientes a lo free-rider. Tipos que tienen un determinado capital social y deciden incursionar en la arena política. Pero ese capital es perfectamente movible de un partido a otro. Me interesa mucho analizar este fenómeno de trayectorias de los políticos que saltan de un partido a otro. Por ejemplo, hablábamos hace un momento de lo transnacional, que curiosamente acaba con las carreras de políticos muy brillantes en sus respectivos contextos locales y que no está atado a una etiqueta de partido.

—Y en el extremo opuesto también podría advertirse el resurgimiento de las prácticas clientelares o de patronazgo inducidas por los brokers y que convierten a los partidos en franquicias que ofertan las candidaturas al mejor postor.

—Cierto, pero eso ahora funciona mucho apoyado con mecanismos de comunicación y a la vez con dinero para retener a estos grupos. Tú puedes ser una persona muy pobre en recursos, como le ocurría a Hugo Chávez cuando fue electo por primera vez en 1998. En esa elección debió gastar una cantidad irrisoria en su campaña electoral, tenía a todos los medios de comunicación en contra y sin embargo ganó la elección. Pero una vez que se apoderó del Estado, y dicha estructura tiene una renta petrolera muy importante, él pudo entonces desarrollar una estructura clientelar, así como reforzar una imagen que ha ido creando el mito y el movimiento asociados al fenómeno político que representó hasta su fallecimiento. Esto sin duda es una reflexión de corte muy clásico.

—Esto último también nos hace ver que la gente ha cambiado sobremanera sus motivaciones respecto al por qué entra o permanece dentro de un partido político, dado que ahora lo hace por beneficios individuales muy claros: la promesa de un empleo, dádivas de un programa social, o quizá siguiendo a un familiar, un jefe, un amigo o vecino. La convicción o el convencimiento programático ocupa un lugar mínimo.

—Y a todo ello, habría que sumarle un tema cuyo alcance está siendo examinado en varios espacios, como es el de la congruencia entre lo que opinan los políticos y lo que demanda la gente en términos de rendición de cuentas, no sólo de gobierno sino moral.

—Te pediría transmitir una reflexión final a quienes pretendan seguir por este campo de estudio que tiene más retos y complicaciones (sin duda fascinantes) de lo que se tenía hace 15 o 20 años.

—Parece inequívoco que en una prospección de aquí a 30 años (esperando no verme demasiado excéntrico con ello) la democracia basada en elecciones se va a seguir manteniendo y que no hay una lógica sustitutiva de ello. Segundo, se mejorarán las técnicas de la emisión del voto. Podremos votar desde nuestros celulares y probablemente eso dinamizará las consultas populares, pero eso se seguirá manteniendo. Ahora bien, eso no existe sin un soporte institucional, esto es, la ley electoral. Los actuales partidos van a hacer todo lo posible para no cambiar dicha ley electoral. Cuanto más cedan este ejercicio de intermediación se van a perder y quizá en parte los institutos y los tribunales electorales van a desempeñar nuevos roles proactivos.

Creo que esta tensión y dinámica va a ser formidable, pero por otra parte la sociedad civil va a estar presionando cada vez más para que los partidos cambien dichas reglas. Claro, los partidos existen porque la gente tiende a agruparse, pero la sociedad civil se está preguntando si no puede agruparse de manera distinta a los partidos para poder prescindir de ellos. Hemos visto a través de toda la literatura de los movimientos sociales, de los indignados y similares, que al final fracasan porque no tienen una sustentabilidad de largo plazo. Tenemos que aproximarnos más a la gente que estudia estos fenómenos, además de las que trabajan la psicología política y la comunicación. Ahí es por donde veo una lectura del futuro que posiblemente nos espera y que deberemos analizar.

 

NOTAS

1 México, Fondo de Cultura Económica, 1a ed., 1951.

2 Buenos Aires, 1966.

3 Antonio Lago Carballo: "Los regímenes políticos iberoamericanos", en Maurice Duverger, Instituciones políticas y derecho constitucional, Barcelona, Editorial Ariel, 1970, p. 577-609.

4 Cabe resaltar que Federico G. Gil escribió en 1962 un libro titulado Los partidos políticos en Chile. Génesis y evolución, Buenos Aires, Ediciones Depalma, 1962, mismo que fue el número 1 de los Cuadernos de Ciencia Política patrocinados por la entonces Asociación Argentina de Ciencia Política, y que, como el profesor Alcántara, recibiera la Orden Bernardo O'Higgins del gobierno de Chile.

5 Publicado por la Universidad de Salamanca y posteriormente por el Fondo de Cultura Económica.

6 Véase Los principios del gobierno representativo, Madrid, Alianza Editorial, 1998.

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