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Andamios

versão On-line ISSN 2594-1917versão impressa ISSN 1870-0063

Andamios vol.10 no.23 Ciudad de México Set./Dez. 2013

 

Dossier: Estudios partidarios y electorales en México. Métodos y casos

 

Nacionalización del sistema partidario mexicano

 

Mexican System Nationalization Supporter

 

Juan Reyes del Campillo Lona*

 

* Profesor-investigador titular en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco. Correo electrónico: campillo@correo.xoc.uam.mx

 

Fecha de recepción: 28 de febrero de 2013.
Fecha de aprobación: 03 de octubre de 2013.

 

Resumen

El trabajo busca presentar los grados de nacionalización que el sistema de partidos mexicano adquirió desde la elección presidencial de 1994 hasta la más reciente de 2012. Para tal efecto, se utilizan índices de variación y de dispersión, con el fin de analizar la votación de las principales fuerzas políticas. Se sostiene que las diferentes áreas geográficas electorales son cada vez más homogéneas en términos de comportamiento político electoral, pues existe una tendencia de los partidos políticos, en particular de los opositores al PRI, a mejorar su desempeño en las diferentes regiones del país.

Palabras clave: Nacionalización, tensiones, sistema de partidos, comportamiento electoral, elecciones presidenciales.

 

Abstract

The paper aims to present levels of nationalization that has acquired the Mexican party system since the presidential election of 1994 to the latest 2012. To this end, use indexes of variation and dispersion in order to analyze the vote of the main political forces. It is argued that the different geographical constituencies have become increasingly homogeneous in terms of electoral political behavior, as there is a tendency of political parties, particularly the opposition to the PRI, to improve performance in the different regions of the country.

Key Words: Nationalization, Cleavages, Party Systems, Political Behavior, Presidential Elections.

 

INTRODUCCIÓN

Una dimensión para apreciar la fortaleza de los sistemas de partidos es su nacionalización, en el sentido de observar si las principales fuerzas políticas, en el transcurso de distintos comicios, sostienen o mejoran la distribución de su apoyo electoral a lo largo del territorio nacional. Esta dimensión permite conocer la distribución del electorado, analizar si la votación de los partidos y de sus candidatos tiende o no a ser homogénea en las circunscripciones en que se divide electoralmente el país y saber si la competencia partidaria al correr de los años se consolida en los diferentes ámbitos geográficos o si únicamente logra fortalecerse en algunos espacios específicos.

En la última década la nacionalización de los sistemas partidarios es un tema que adquirió arraigo en la agenda de la investigación política sobre el desarrollo de la democracia y, en México, a pesar de ser un referente analítico poco trabajado, resulta bastante útil para estudiar la dinámica del sistema multipartidista. En el inicio de la transición democrática en el país a partir de los años noventa se observó un fenómeno de doble polarización político-electoral, en el que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) tenía en algunas regiones una fuerte y sistemática oposición del Partido Acción Nacional (PAN), mientras en otras la rivalidad corría a cargo del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Sólo en unos cuantos espacios se desarrollaba una competencia realmente tripartita, por lo que alguno de estos dos partidos contaba en ciertos lugares con una presencia meramente testimonial.

Sin embargo, en las últimas elecciones, particularmente en las presidenciales, observamos que junto al PRI se desarrolló una expansión de la presencia partidario-electoral de estas dos fuerzas políticas. Analizar qué tanto se extendió su desempeño y cuánto se diversificaron sus apoyos electorales es, en principio, el objetivo central de este trabajo, en el que buscaremos alcanzar una referencia del realineamiento político del electorado mexicano. Pretendemos así encontrar una evidencia del camino hacia el fortalecimiento y la estabilidad del sistema partidario mexicano.

El proceso de nacionalización de la política es, de acuerdo con Stein Rokkan (1970: 226), un fenómeno de largo aliento resultado de un desarrollo histórico en el que las cuestiones de carácter local fueron sustituidas por una dinámica de tensiones nacionales.1 En términos políticos, este cambio representó una evolución histórica hacia la formación de electorados y sistemas de partidos nacionales, organizaciones partidarias y campañas, así como temáticas y programas políticos de carácter nacional. Este desarrollo de integración política se tradujo en una homogeneización territorial del comportamiento electoral, tanto de la participación como del apoyo a los principales partidos. Asimismo, como proceso y transcurso de la nacionalización representa un paso crucial en la estructuración de la política partidaria (Caramani, 2004).

En el caso mexicano la nacionalización significa, en cuanto competición partidaria, una evolución hacia la configuración de un electorado nacional con valores e ideales cada vez más similares, el desarrollo de organizaciones partidarias nacionales y la construcción de un sistema de partidos que se reproduce e interactúa a lo largo y ancho del país. Con la nacionalización, la política local es remplazada por alineamientos y oposiciones de un electorado estructurado por los partidos nacionales.

Este proceso de integración se traduce en una vía hacia la homogeneización del comportamiento electoral, tanto en participación como en el apoyo para los principales partidos. Por lo tanto, la nacionalización representa un paso crucial en la estructuración de la política partidaria. Es posible argumentar que la duradera hegemonía del PRI desarrolló la configuración de un electorado nacional, un tipo específico de organizaciones partidarias, así como un determinado sistema partidario. Fue durante ese largo lapso que se desplazó de la hegemonía política a los poderes locales para quedar ordenada bajo los controles del poder federal.

Sin embargo, la liberalización y la transición política en el país reordenaron la competición electoral para dar paso a un sistema de partidos más plural y competitivo, además de formaciones políticas que se esforzaron y se vieron obligadas a fortalecer su armazón electoral para alcanzar presencia en todo el país. La distribución del voto y la presencia política de los partidos se modificó con la transición, en la cual los principales adversarios del PRI, el PAN y los partidos de izquierda (encabezados principalmente por el PRD), expandieron su presencia electoral en el territorio nacional. Fue evidente que al principio de la transición los opositores se caracterizaron por alcanzar una votación segmentada, en la que mostraban una fuerza contundente en algunas regiones del país, pero en el resto tenían una participación muy limitada. Con los años, y esto es precisamente lo que este análisis pretende mostrar, tanto el PAN como la izquierda mejoraron la distribución de su electorado en la geografía política del país.

En la construcción del análisis es importante apuntar que es cada seis años, durante la elección presidencial, cuando se expresan con mayor intensidad las tensiones y divisiones políticas en el país. Es entonces que las diferentes candidaturas llegan a ser mejor conocidas por el electorado y es el momento en que éste define con mayor interés una opción para darle cauce a las alternativas políticas. Las candidaturas predisponen el rumbo político nacional y en las últimas tres elecciones dieron paso a coaliciones electorales en las que se han sumado diversos partidos. Es sabido que los procesos electorales presidenciales son los momentos culminantes de la política mexicana, en los que se pone en tensión todo el país, se presentan con mayor nitidez los puntos de ruptura y entre la ciudadanía se establece una clara diferenciación sobre la ruta que debe seguir la nación. Las elecciones presidenciales simplifican las alternativas y constituyen escenarios en los que son los candidatos quienes convocan a partidos y coaliciones a la competencia. Lo cierto es que la oferta política se realiza alrededor de las distintas personalidades, que son las que animan la competencia y en quienes se concentra la atención y el apoyo del electorado (Cheresky, 2007: 25).

Al igual que la fragmentación, la competitividad, la volatilidad y la polarización, la nacionalización es una dimensión útil para medir el comportamiento de los electores, el desempeño de los partidos y el desarrollo del sistema partidario. Permite distinguir si la naturaleza de las tensiones se expresa con la misma intensidad en el plano local que en el nacional, y si se manifiesta mediante los mismos partidos políticos. Asimismo, la dimensión sirve para apreciar si las fuerzas políticas tienen capacidad para representar sus posiciones en todo el contexto nacional o solamente en algunas divisiones subnacionales.

 

ENFOQUES PARA ANALIZAR LA NACIONALIZACIÓN DEL SISTEMA PARTIDARIO

Se define a un sistema de partidos nacional como uno en el cual los mismos partidos compiten en los diferentes niveles de agregación de votos; en donde se presentan grados equiparables de apoyo o una convergencia de los estratos de sustento electoral, lo cual significa que, en términos de comportamiento electoral, desaparecen las diferencias entre las áreas y ocurre cierta similitud entre los porcentajes de los partidos en las diferentes regiones (Caramani, 2004: 36). Esto implica que la expresión del sistema de partidos en los niveles distrital o de circunscripción, en las provincias o en los estados, se reproduce y se corresponde en gran medida con el sistema de partidos nacional (Chhibber y Kollman, 2004: 4). La nacionalización de los sistemas de partidos se refiere a la amplitud en la que los partidos compiten con igual fuerza en las distintas unidades geográficas dentro de una nación (Kasuya y Moenius, 2008: 126).

De acuerdo con Jones y Mainwaring (2003), un sistema de partidos es alta o fuertemente nacionalizado cuando los porcentajes de votos de los principales partidos son similares o no difieren mucho en las unidades geográficas o entre una provincia y otra, pues en un sistema partidario débil los porcentajes de votos de los partidos varían ampliamente a lo largo de las regiones, o entre un ámbito territorial y otro. La misma lógica se aplica a los partidos: aquéllos que están altamente nacionalizados obtienen porcentajes relativamente equiparables de votación en las diferentes unidades geográficas, mientras que los partidos débilmente nacionalizados tienen variaciones electorales bastante sensibles entre las unidades territoriales.

La nacionalización a menudo es definida como el aumento de la uniformidad en la respuesta o en el nivel de apoyo partidista en todas las áreas de la nación. Esto nunca significa homogeneidad en el comportamiento de todos los individuos, sino más bien similitud en las proporciones del electorado sobre la manera de comportarse en todas las subunidades geográficas. Implica que desaparecen diferencias regionales o estatales. La nacionalización de la política consiste, además, en el cambio de lo sectorial a lo nacional. Una forma de restringir la visión del conflicto es localizarlo y una manera de expandirlo es nacionalizarlo. Significa una homogeneidad electoral a través del país, con partidos compitiendo en elecciones en todos los estados, provincias, regiones o municipios y representa también el cambio de influencias y problemáticas desde los ámbitos locales hacia escalas nacionales (Schattschneider, 1960).

No obstante, para Claggett, Flanigan y Zingale (1984) es posible identificar dos dimensiones conceptualmente diferentes de nacionalización: tanto convergencia en los niveles de apoyo partidista en todo el país, como una respuesta uniforme (movimiento del electorado) en las diferentes subunidades hacia las fuerzas políticas. Un electorado nacionalizado es uno que presenta una convergencia en el nivel de fuerza partidista en todo el país, dando lugar a un sistema en el cual los partidos reciben un grado uniforme o similar de apoyo en las subunidades regionales. La segunda conceptualización de un electorado nacionalizado se centra en la idea de una respuesta común de los votantes en una elección determinada. En la lógica de respuesta común, el grado de similitud observada en el cambio electoral a través de las unidades subnacionales proporciona una evidencia de las tendencias nacionales en las actitudes partidistas. Con ello, un electorado nacionalizado es uno que tiende a responder de manera similar en todo el país.

Otros autores (Lago y Montero, 2010: 379) consideran que la nacionalización de los sistemas partidarios es una combinación entre la homogeneidad de la oferta que presentan los partidos a lo largo de los distritos, los resultados electorales de estos partidos, así como el número de escaños que se disputan, en acuerdo con la magnitud de los distritos (número de escaños por circunscripción) en donde compiten. En el caso mexicano destaca que todos los partidos participan en la totalidad de los distritos uninominales y, por lo tanto, en ese sentido en términos institucionales el grado de nacionalización es completo. Por lo tanto, la homogeneidad o heterogeneidad de sus resultados electorales es lo que define su grado de nacionalización.

Discutiendo los argumentos de Duverger y Sartori sobre los efectos del bipartidismo de los sistemas uninominales en el contexto nacional, Gary W Cox (2004: 231-257) señaló la falta de solidez de esas propuestas teóricas, pues no necesariamente tendrían que ser en todos los distritos siempre los mismos dos partidos los principales competidores. No tendría por qué desarrollarse, entonces, una dinámica que impulsara el bipartidismo a nivel nacional y, por lo tanto, más de dos partidos podrían contar con apoyo en los diferentes distritos. En México esto es una realidad, misma que se intensifica en una elección presidencial, en la que los electores no determinan su voto pensando exclusiva o estratégicamente en su distrito o localidad, sino en una decisión que pasa por el tamiz de las tensiones propiamente nacionales.

Para medir la nacionalización de la competencia partidaria, básicamente se utilizan cuatro familias de indicadores estadísticos: frecuencias, medidas de dispersión o variabilidad, medidas de distribución o concentración y medidas de inflación (Bochsler, 2010: 156). Las frecuencias se refieren a los porcentajes de los partidos en las circunscripciones. Medidas de dispersión son aquellas que permiten observar la distancia respecto a un cierto valor central, esto es, identificar la variabilidad alrededor de la media. Una medida útil para este fin es el coeficiente de variación de Pearson,2 el cual nos otorga un número independientemente de las unidades de medida empleadas. Una medida de concentración se utiliza para medir la desigualdad entre diferentes unidades y por lo general se recurre al índice de Gini. Finalmente, una medida de inflación o deflación se emplea para comparar un resultado electoral nacional respecto al promedio de las unidades que producen ese efecto global.

Jones y Mainwering (2003) desarrollaron un Índice de Nacionalización Partidaria (INP) y un Índice de Nacionalización del Sistema de Partidos (INSP) a partir del coeficiente de concentración de Gini. Esta medida, ideada para calcular la desigualdad del ingreso, puede utilizarse para medir cualquier forma de distribución desigual. De acuerdo con estos autores, el índice permite rastrear los cambios del grado de nacionalización de un partido a través del tiempo, además de que se puede utilizar para comparar a los partidos dentro del mismo sistema partidario.

La medida de nacionalización de Jones y Mainwaring examina tanto la nacionalización partidaria como la nacionalización del sistema partidario. Es una versión (invertida) del índice de Gini para cuantificar la desigualdad del porcentaje de votos de los partidos a lo largo de los estados o las provincias.3 En esta propuesta, un coeficiente cero significa que un partido gana todos sus votos en un solo lugar y ninguno en los demás; sin embargo, si el coeficiente se acercara a uno significaría que un partido recibió igual porcentaje de votos en cada una de las circunscripciones. El grado de nacionalización del sistema partidario es el promedio ponderado del coeficiente de Gini a través de todos los partidos en el país.

Una cuarta forma de medir el grado de nacionalización es la propuesta de Kasuya y Moenius, la cual relaciona el tamaño del sistema de partidos nacional con el tamaño medio del sistema de partidos en todos los distritos o circunscripciones, en donde puede haber una inflación si el tamaño nacional es mayor que el tamaño medio del sistema partidario de las localidades. También puede haber una deflación si el tamaño del sistema de partidos nacional es menor que el tamaño medio del sistema de partidos a lo largo de las circunscripciones. Para este último marcador es necesario utilizar, a su vez, el índice de fragmentación (NP) de Laakso y Taagepera (1979).

No está de más señalar que las medidas e índices de homogeneidad territorial sobre el comportamiento electoral tienen ciertos problemas y se enfrentan, en particular, a dos principales fuentes de sesgo: tanto el tamaño de los partidos políticos como el número de unidades territoriales en que las medidas de homogeneidad se calculan.4 Por otra parte, mientras la cobertura territorial indica la extensión o presencia de un partido en el conjunto de circunscripciones, las medidas de homogeneidad indican el tamaño en que los grados de apoyo son equiparables entre todos los distritos electorales. En este sentido, un partido puede presentarse en todas las circunscripciones pero mantener un apoyo heterogéneo (Caramani, 2004: 59). De tal suerte, una cosa es la presencia en todos los distritos de partidos de diferente tamaño y otra, un tanto diferente, la de contar con apoyos análogos.

Un importante aspecto que debe ser tomado en cuenta es que al perder el PRI el Poder Ejecutivo en el año 2000 se distendió la fuerte centralización política en el país, pero no por ello los partidos dejaron de ocuparse del fortalecimiento de su estructura electoral nacional.

Por el contrario, en la medida en que las elecciones alcanzaron centralidad en la política mexicana, los partidos diseñaron estrategias nacionales para afrontar la competencia. Los mismos cambios en los procedimientos formales que obligaron a los partidos a desarrollar procesos internos regulados mediante una instancia partidaria dan cuenta de un incremento en la complejidad de la selección interna de candidatos. Pero así como en general observamos un mayor interés por las candidaturas, cuando un partido político no tiene viabilidad para disputar determinadas posiciones electorales las postulaciones no resultan un problema difícil de sortear, a diferencia de los momentos en que sí son claras las posibilidades de acceder al cargo público.

De cualquier forma, considerando que se trata de elecciones presidenciales en las que algunos candidatos son apoyados por coaliciones de varios partidos, para analizar el tema de la nacionalización aquí no tomaremos en cuenta los resultados de cada uno de los partidos, sino los de los candidatos. Partimos de la idea de que son éstos quienes funcionan como el centro de la elección y que son sus propuestas las que establecen las divisiones políticas y resultan ser la fuerza de atracción sobre el electorado.5 En cierto sentido, las coaliciones alrededor de los candidatos presidenciales buscan evitar la dispersión del voto.

Considerando una perspectiva institucional, asumimos que en México el sistema electoral mixto (mayoría relativa y de representación proporcional) obliga a los partidos a buscar todos los votos posibles en los distritos uninominales, tanto para asegurar su registro electoral como para mejorar su porcentaje en el reparto de asientos plurinominales.6 Es obvio que algunos registran candidatos en determinados distritos solamente para sumar votos que les permitan mejorar su porcentaje nacional, aunque no necesariamente para ser competitivos; lo hacen para promocionar a su partido y ganar algunos votos. No obstante, esos mismos resultados hacen evidente la heterogeneidad de su capacidad competitiva y permiten evaluar sus grados de nacionalización política y el sesgo territorial de su electorado.

Argumentar por qué se utilizan los datos de los resultados presidenciales se relaciona con la explicación de los cleavages (tensiones) que terminan por estructurar el voto en una elección. Cuando Bartolini y Mair (1990) analizaron la volatilidad electoral, se enfocaron no en cada partido en particular, sino en los bloques de partidos de acuerdo con su tendencia ideológica. Encontraron que muchas veces los votos que perdían los partidos de derecha iban a dar a otros partidos de derecha, con lo cual terminaba acotándose o matizándose la volatilidad. En el mismo sentido, cuando se desarrollan coaliciones electorales en los procesos presidenciales, los ciudadanos no necesariamente definen su decisión por los partidos políticos sino por la opción política e ideológica que representa el candidato. Es un tanto obvio suponer que los partidos de izquierda tendrán candidatos de izquierda y los partidos de derecha, candidatos de derecha. En todo caso, los partidos y en buena medida los ciudadanos asumen que los votos son estructurados por una división ideológica que considera el continuum izquierda-derecha.

Bartolini y Mair (1990: 63-64), al analizar la relación entre los partidos y las tensiones, consideraron que era necesario recordar que la principal cuestión abordada por Lipset y Rokkan al tratar el tema, "no se referían a los partidos per se, sino más bien a las condiciones para el desarrollo de un sistema estable de divisiones y oposiciones en la vida política nacional en la cual los partidos eran la expresión organizada". En este sentido, estos autores en ninguna parte implicaron una inevitable correspondencia entre los conflictos interpartidarios y la representación de una línea divisoria de las tensiones. Así, cuando los partidos socialistas y comunistas representan juntos un lado de la línea de tensiones, su disputa político-ideológica resulta ser de un orden diferente. Con ello se sugiere, entonces, una importante distinción entre la organización de un partido en lo individual, por un lado, y la expresión organizada de las escisiones o divisiones, por el otro, en donde es posible incorporar a más de un partido.

En tal virtud, es posible considerar que son las candidaturas presidenciales las que otorgan sentido a las tensiones y líneas divisorias de los principales conflictos en la política mexicana. En ello es importante destacar que no solamente se enuncian conflictos de clase, sino también aspectos políticos, ideológicos o culturales. Se trata de una traducción de los conflictos sociales hacia la política que se expresan en alternativas como resultado de la intervención de distintas fuerzas políticas. Ciertamente, en la definición de las tensiones intervienen tanto las divisiones en la estructura social como las normas, las creencias y los valores. Pero el paso de lo social hacia lo político ocurre cuando una particular división social se encuentra asociada con un conjunto particular de valores o identidades, y cuando éstos arriban al mundo político o cuando se vuelven políticamente relevantes (Mair, 2006: 373).

 

APLICACIONES DE LAS MEDIDAS DE NACIONALIZACIÓN

Con la intención de medir los grados de nacionalización del sistema partidario en México, y sin dejar de observar algunas frecuencias o aspectos de inflación y deflación de los resultados, utilizamos básicamente dos tipos de indicadores estadísticos, una medida de variabilidad o dispersión y otra de distribución o concentración, con las cuales consideramos que es posible apreciar cierta tendencia hacia una mayor similitud del comportamiento electoral en el país. Con la primera de ellas analizamos los resultados distritales, mientras que con la segunda manejamos los datos estatales. En los dos casos nos remitimos a las comicios presidenciales de 1994, 2000, 2006 y 2012. Asimismo, a partir de dimensiones de fragmentación y competitividad, analizamos los resultados de las principales fuerzas políticas y la del sistema de partidos.

a) Sobre el coeficiente de variación,7 el cual nos sirve para medir la dispersión de los resultados distritales respecto a su valor medio, observamos en los cuadros 1, a 4 (2, 3) que las tres principales fuerzas políticas tienen alteraciones importantes a lo largo del tiempo. El PAN tiene en 1994 una dispersión de 44%, la cual reduce 10 puntos en el año 2000, pero posteriormente se estabiliza en alrededor de 40 por ciento. Su variabilidad distrital si bien se ha reducido, no ha sido mediante un cambio drástico ni demasiado significativo. El PRI, que inicia con una variación de 16% en 1994, sube en las siguientes dos elecciones (años en los que perdió la presidencia) para disminuir de nuevo, considerablemente, en la última elección de 2012. Por su parte, los resultados de la izquierda nos muestran que entre las candidaturas de Cuauhtémoc Cárdenas (1994 y 2000) y las de Andrés Manuel López Obrador (2006 y 2012) hubo una notable disminución de su variación en un porcentaje cercano a 33 por ciento. Mientras en 1994 y 2000 la candidatura de Cárdenas se situó alrededor de 60% de variación, López Obrador tuvo una sensible reducción que se ubicó en 40 por ciento.

Para comprender mejor los movimientos de los índices de variación, en el caso de la izquierda es posible observar, por ejemplo, que al aumentar su promedio de votación en las últimas dos elecciones, su desviación estándar tuvo un movimiento menor a la alza. Mientras su promedio de votación alcanza prácticamente el doble, su desviación sólo aumenta entre 30 o 40 por ciento, lo cual le permite una sensible disminución de su coeficiente de variación. Por su parte, después de la elección de 1994, el PAN aumentó su votación distrital, por lo que logró disminuir su variación. Es notorio que en la última elección, cuando tiene una votación parecida a la del primer año de la serie, su desviación es menor, lo cual explica por qué mejoró su variación. Respecto al PRI y las coaliciones en las que ha participado, es importante observar que su desviación siempre es muy baja, por lo que las fluctuaciones de su variación son básicamente por el resultado promedio de su votación distrital.

Es evidente que en todas las elecciones las fuerzas políticas dependen del impulso de sus candidaturas presidenciales para mejorar o deteriorar su desempeño. En 1994, si bien Ernesto Zedillo logró imponerse mediante la sólida estructura del PRI, la candidatura de Diego Fernández de Ceballos le otorgó al PAN un fuerte impulso para desplegarse en buena parte del territorio nacional. En el año 2000 el alto porcentaje de la candidatura ganadora de Vicente Fox, de Alianza por el Cambio (PAN-PVEM), permitió obtener una sensible reducción de su variación distrital y al mismo tiempo un deterioro en la variación del PRI. En la elección de 2006, cuando Roberto Madrazo se va hasta el tercer lugar en la contienda, la variación del PRI se duplica en comparación con la de la elección de 1994.

En los últimos comicios, los de 2012, la candidatura de Enrique Peña Nieto por la coalición Compromiso por México alcanzó un excelente desempeño distrital, el cual redujo de nueva cuenta a menos de 20% su coeficiente de variación. Destaca, sin embargo, el hecho de que aunque el PAN y la coalición Movimiento Progresista disminuyeron su votación respecto a la elección de 2006, sus coeficientes de variación prácticamente permanecieron estables. Lo anterior, sin duda, fue debido a un mejor desempeño en el conjunto de los distritos electorales, lo cual se establece por una menor desviación estándar de sus resultados distritales.

Un dato importante es que el coeficiente de variación que presentan el PRI o sus coaliciones es menor en todos los procesos electorales que los de las otras fuerzas políticas. Esto se observa a pesar de perder en dos ocasiones la presidencia de la República, y que en la elección de 2006 su dispersión, aun por pocos puntos porcentuales, todavía llegó a ser menor. Eso se explica porque en esa elección, aun cuando su candidato no logró ganar en ninguna de las entidades federativas, los resultados de sus contrincantes fueron muy buenos en la mitad del país, pero resultaron malos en la otra mitad. En consecuencia, Roberto Madrazo quedó en segundo lugar en casi todos los estados y en los distritos electorales del país. De cualquier forma, lo que observamos es que el Revolucionario Institucional y su aliado el PVEM son quienes tienen un desempeño más homogéneo entre los distritos electorales del país, mientras que sus opositores vienen de una votación más desigual, aunque ciertamente lograron mejorar su desempeño, en particular las fuerzas de izquierda.

Al observar cómo se comporta el coeficiente de variación en las dimensiones de fragmentación (número efectivo de partidos)8 y competitividad,9 se aprecia con los indicadores que a lo largo de los años hay una aumento en la intensidad de las interacciones político-partidarias. Mientras la fragmentación del conjunto de la votación nacional aumentó de 2.84 en 1994 hasta 3.22 en 2012, el promedio distrital solamente pasó de 2.82 a 2.94. Esto refleja que hay, sin duda, un aumento de la competencia electoral, pero también que la presencia de los partidos tiende a ser más homogénea a lo largo del país. Lo que se advierte es que no tenemos cambios demasiado bruscos y acentuados, pero sí que la fragmentación de las fuerzas políticas en las elecciones presidenciales se estabiliza alrededor de tres fuerzas políticas, mismas que paulatinamente se asientan en todo el país.

Por su parte la competitividad, que desde el año 2000 es muy intensa en el país, ha venido aumentando desde 1994 en lo que corresponde a la media distrital. Elección con elección, la competitividad en el plano nacional tuvo aumentos significativos, en particular entre 1994 y 2006; por su parte, el promedio de competitividad distrital tuvo un aumento más lento, aunque sostenido hasta 2012. Lo anterior permite señalar que buena parte de la competitividad que se observa a nivel nacional es resultado de la que produce en los distritos electorales. Ciertamente, después de 1994 la competitividad nacional aumentó de manera más intensa que la distrital; no obstante, el aumento de los promedios distritales muestra que existen resultados cada vez más homogéneos.

Lo que indican los coeficientes de variación en estas dos dimensiones del sistema de partidos es que, aun cuando el nivel de la competencia subió de intensidad a lo largo de los años, la dispersión o variación se mantuvo constante hasta la elección de 2006. Sin embargo, hacia la elección de 2012 hubo una reducción muy significativa de la variación en alrededor de una tercera parte, tanto en la fragmentación como en la competitividad distritales, lo cual es un hecho incontrastable de que cada vez observamos una mayor similitud de la competencia político-electoral en los distritos del país.

b) En relación con la concentración, aplicamos el Índice de Nacionalización (INP) de Jones y Mainwaring10 a los resultados estatales.11 De acuerdo con estos autores, el índice permite medir en el tiempo los cambios del grado de nacionalización de un partido, así como comparar a los diferentes partidos en competencia. Posteriormente, desarrollaron un índice de nacionalización del sistema de partidos (INSP), con el fin de medir cuál era la contribución de cada partido a la nacionalización del sistema. Los resultados que se derivan de la aplicación de este índice permiten complementar la visión de una distribución cada vez más igualitaria entre las áreas electorales del país. Como se utiliza el índice de Gini invertido, un coeficiente cero significa que un partido obtuvo 100% de su votación en una circunscripción, pero si obtiene uno, es que habría obtenido el mismo porcentaje de votación en todas las unidades subnacionales.

De acuerdo con los cuadros 5, a 8 (6, 7), de la misma manera que en el análisis del coeficiente de variación, los partidos presentan una distribución de su votación hasta cierto punto coincidente. Respecto al PAN, el índice muestra un resultado en el que tuvo su mejor desempeño en la elección del año 2000. Sin embargo, se estabilizó en una nacionalización (INP) de alrededor de 0.80 a lo largo de los cuatro procesos presidenciales. Por su parte, el PRI obtuvo un nivel de nacionalización muy alto en 1994, de 0.94, el cual fue disminuyendo tanto en 2000 y todavía más en 2006 hasta 0.85, aunque en 2012 volvió a mejorar para regresar nuevamente a un grado de nacionalización por encima de 0.90. Situación parecida a la de su variación, la izquierda tiene diferencias sustanciales entre las primeras dos elecciones y las dos últimas, llegando recientemente a un nivel de 0.80 de nacionalización, resultado muy similar al de Acción Nacional. El índice marca las mismas tendencias que el coeficiente de variación observado anteriormente.

Es importante destacar que los resultados promedio estatales en comparación con los nacionales no presentan diferencias sustanciales. Sin embargo, varía la relación entre estas dos votaciones en cada uno de los partidos. El PAN, por ejemplo, tuvo en los dos primeros procesos una votación nacional más alta que la media estatal y, en los dos últimos, esa relación se invirtió. De alguna manera, esto indica que mejoró su homogeneidad estatal. El PRI, por su parte, siempre ha presentado una votación estatal media por encima de su votación nacional, como consecuencia, precisamente, de la mayor similitud entre sus resultados estatales. La izquierda presenta el caso contrario, cuando su votación nacional siempre es más alta que su promedio estatal, lo cual corresponde a ciertos resultados muy altos en algunas entidades. Con la lectura de estas mediciones, es posible afirmar que el PAN es el partido que presenta las diferencias más pequeñas entre las dos votaciones, que el PRI es la fuerza política más homogénea y que la izquierda, aunque alcanza algunos resultados muy altos en algunos estados, en otros son bastante bajos, lo cual no le permite obtener todavía una mejor distribución de su votación.

Es notorio que el INSP, esto es, la nacionalización del sistema de partidos en conjunto, empezó a descender después de 1994. Lo anterior, sin embargo, es básicamente una consecuencia de la pérdida de nacionalización del PRI, después de que este partido había alcanzado 0.95, un grado de nacionalización muy alto y muy homogéneo en el país. Pero en el año 2000 el PRI bajó a 0.87 y en 2006 a 0.86. Estos resultados del Revolucionario Institucional hicieron que en conjunto los partidos políticos bajaran el INSP de 79.15 en 1994 a 77.55 en 2000 y a 76.30 en 2006. De hecho, esto sucedió a pesar del mejoramiento de la distribución que tuvieron los opositores, el PAN en el año 2000 y la izquierda en 2006. No obstante, en 2012, al mejorar el PRI sustancialmente su grado de nacionalización, el INSP volvió a crecer para llegar a 83.08, el más alto de la serie de los cuatro procesos.

Este último resultado es, sin duda, producto de los buenos grados de nacionalización que alcanzan los principales partidos políticos en México, los cuales mejoraron a través del tiempo. Es también una consecuencia de la renovación del sistema partidario en el país, que implicó, por un lado, la desaparición del viejo sistema de partido hegemónico y la formación de uno nuevo, más plural y democrático. Esto también implicó, con el tiempo, una pérdida de homogeneidad en la presencia nacional del PRI y un aumento en el desempeño regional tanto del PAN como de la izquierda mexicana. Pero ahora que el PRI volvió a alcanzar una mejor votación en el contexto nacional, el índice de nacionalización del sistema de partidos se elevó considerablemente.

 

CONCLUSIÓN

A manera de conclusión debemos señalar que la idea central que desarrollamos en torno a la nacionalización del sistema partidario en el país es que se trata de un fenómeno que está evolucionando favorablemente en términos de la competencia electoral. Desde luego, existe una condición institucional favorable que permite y, de alguna manera obliga, a los partidos nacionales a competir en todos los espacios de la geografía electoral. Empero, las principales fuerzas políticas muestran un avance considerable en su desempeño regional. Antes de la transición, los opositores al PRI tenían serias dificultades para competir en ciertos escenarios, en particular en las zonas marginales y en otras en las que se desenvolvía el partido hegemónico. Hoy en día, sin embargo, la competencia se ha generalizado en el país.

El fenómeno de la nacionalización de los partidos y el sistema de partidos es una dimensión que nos permite analizar su evolución, así como el desarrollo institucional de las fuerzas políticas en todo el país. Desde luego, la cada vez mayor homogeneidad de sus resultados es un indicador de que esto, aunque lentamente, acontece elección tras elección. Es cierto que observamos variaciones importantes, resultado de las coyunturas específicas que significan las elecciones presidenciales, pero que muestran una tendencia muy clara hacia el fortalecimiento de la nacionalización. El conjunto de partidos, o si se quiere, de los principales y la conformación de sus coaliciones avanzan en su territorialización a lo largo y ancho de la geografía política del país.

Lamentablemente no podemos confiar en los resultados oficiales antes de la elección presidencial de 1994, lo cual nos permitiría tener una visión de más largo plazo. De cualquier forma, con los resultados de las cuatro últimas elecciones podemos tener una idea clara de cómo evolucionan en el territorio nacional las fuerzas políticas y de cuál es el avance en su implantación a lo largo y ancho del país. Es evidente que el PAN logró una mejoría de su variación que, aunque pequeña, muestra que ha sido consistente a través de varios procesos. En cuanto al PRI, siempre tuvo una variabilidad menor que cualquier fuerza política en sus resultados, como consecuencia de su fuerte y añeja inserción en el territorio nacional. Este partido, no obstante que tuvo un aumento significativo de su variación en las elecciones de 2000 y 2006, con sus resultados de 2012 redujo nuevamente a menos de 20% su variación electoral. Por su parte, la izquierda es la fuerza política que muestra entre 1994-2000 y 2006-2012 una muy significativa variación de 60 a 40 por ciento, lo cual representa una reducción de alrededor de 33% de su variación; es decir, una tercera parte de la misma.

Al analizar desde la perspectiva del coeficiente de variación las dimensiones de fragmentación y competitividad del sistema de partidos, encontramos no solamente el aumento del número efectivo de partidos y de la disputa electoral, sino también que estas dimensiones son cada vez más homogéneas en el país y que elección tras elección se observa una menor variación tanto de la fragmentación como de la competitividad. Un resultado evidente es que la mejoría de la variación no solamente se observa en la competencia nacional, sino en el conjunto de las unidades distritales en las que se puede apreciar una mayor y más homogénea disputa electoral.

Con el análisis de los resultados distinguimos que hoy en día existe una mejor distribución de los electores en el país en todas las fuerzas políticas. Sin duda, un mejor promedio estatal de la votación del PRI, por encima de su votación nacional, indica que es el partido con la mejor distribución a lo largo de las entidades del país. Acontece lo contrario en el caso de las fuerzas de izquierda, en donde la votación nacional se encuentra siempre por encima de su promedio o media estatal, lo cual refleja una distribución más desigual en sus resultados. Respecto al PAN, observamos que pasó de tener una votación nacional por encima de su promedio estatal a tener una media que se encuentra ligeramente arriba de su votación nacional. Ello nos muestra la mejoría de su distribución a lo largo y ancho del país.

De todo ello dan cuenta claramente las mediciones sobre la variación o dispersión y la distribución o concentración de la votación, las cuales nos indican que las tendencias hacia el fortalecimiento de la nacionalización político-electoral son bastante claras. Asimismo, las respuestas del electorado en las elecciones presidenciales fueron bastante evidentes, sobre todo cuando se definieron a favor de algunos candidatos. En efecto, el comportamiento del electorado deja entrever que hay un cambio significativo en la distribución de los votos, en donde las principales fuerzas políticas tienen una considerable presencia, la cual puede mejorar a partir de ciertos candidatos y del desempeño que éstos llegan a presentar. Sin duda hay un electorado que se ha realineado, pero que también se muestra en prácticamente todos los rincones de la geografía política del país.

 

FUENTES CONSULTADAS

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NOTAS

1 "Una disminución en las políticas estrictamente territoriales y un énfasis cada vez mayor en los cleavages funcionales, rompiendo los cortes tradicionales de las divisiones en las localidades y provincias".

2 El coeficiente de variación se obtiene al dividir la desviación estándar entre la media aritmética, en donde el CV representa el número de veces que la desviación contiene la media aritmética y, por tanto, cuanto mayor es el CV, mayor es la dispersión y menor la representatividad de la media.

3 El marcador de nacionalización de Jones y Mainwaring puede definirse como el inverso del promedio ponderado del coeficiente de Gini de cada partido, por su respectivo porcentaje de votación nacional. La unidad de medida va de cero a uno, que en este caso significa que cero es una desigualdad perfecta y uno la igualdad entre todas las unidades.

4 Tiene cierta lógica considerar que los partidos pequeños presentarán diferencias absolutas menores en la distribución de su votación que los partidos mayores.

5 Por otra parte, en la elección del año 2000 y en la de 2006 fue imposible conocer cuántos votos corresponden a cada uno de los partidos que componen las coaliciones. La reforma electoral de 2007 obliga al elector a definir el voto por un partido dentro de la coalición. Aun así, cuando el elector marca más de un cuadro de la misma coalición, los partidos se reparten esos votos.

6 El artículo 32 del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales señala que "al partido político que no obtenga por lo menos el dos por ciento de la votación en alguna de las elecciones federales ordinarias para diputados, senadores o Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, le será cancelado el registro y perderá todos los derechos y prerrogativas que establece este Código".

7 El coeficiente de variación se obtiene al dividir la desviación estándar entre la media aritmética, en donde el CV representa el número de veces que la desviación contiene a la media aritmética y, por tanto, cuanto mayor es el CV, mayor es la dispersión y menor la representatividad de la media.

8 El Número Efectivo de Partidos (NP) es un índice desarrollado por Marku Laakso y Rein Taagepera (1979) que permite contar los partidos relevantes, electorales o parlamentarios. La fórmula consiste en dividir uno entre la suma de los cuadrados de las proporciones (votos o escaños) que los partidos obtienen.

El NP es un índice que representa "...el número de partidos hipotéticos de igual tamaño que tendrían el mismo efecto sobre la fragmentación del sistema de partidos que el que tienen los partidos reales de tamaño variado". Su cálculo consiste en determinar el inverso multiplicativo de la suma de los cuadrados de las proporciones de votos —o de bancas según sea el caso— de cada partido, lo que se expresa en la siguiente fórmula: 1/Spi2, donde "Pi" es la proporción de votos o escaños de cada uno de los partidos.

9 La competitividad electoral es una dimensión del sistema partidario que da cuenta de la intensidad de la disputa entre las fuerzas políticas. La fórmula que utilizamos es 1 - (Σ Pi + mv *.5), en donde "Pi" es el porcentaje del partido ganador y mv el margen de victoria. Lo anterior significa que sumamos el porcentaje del partido ganador y el margen de victoria, después lo dividimos entre dos (por ser dos los valores que sumamos) y el resultado lo sustraemos de uno.

10 Entre los índices para medir el grado de nacionalización está el desarrollado por Mark Jones y Scott Maingwaring, el cual surge a partir de aplicar el coeficiente de concentración de Gini (invertido). La fórmula es: NS= 1- Σ G1 P1 y INSP = Σ (INPj * Vi).

11 Jones y Mainwaring afirman que el coeficiente de Gini es superior a otras unidades de medida, sin embargo, podría no funcionar bien con una amplia variación del número de unidades geográficas. De tal suerte, utilizamos los resultados estatales.

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR:

Juan Reyes del Campillo Lona. Profesor-investigador titular en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco. Licenciado y maestro en ciencia política por la Universidad Nacional Autónoma de México y doctor en estudios sociales por la Universidad Autónoma Metropolitana. Integrante del Sistema Nacional de Investigadores. Autor y coordinador de siete libros. Autor de más de sesenta artículos sobre procesos político-electorales en México, publicados como capítulos en libros y en revistas académicas especializadas. Secretario académico y presidente de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales de octubre de 2003 a octubre de 2007. Consejero electoral del Instituto Electoral del Distrito Federal entre noviembre de 2001 y enero de 2006. Correo electrónico: campillo@correo.xoc.uam.mx

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