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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.9 no.20 Ciudad de México sep./dic. 2012

 

Artículos

 

El Movimiento del 68 en México: interpretaciones historiográficas 1998-2008

 

Mexico 68, the Student Movement: historiographic interpretations 1998-2008

 

Ahremi Cerón*

 

* Licenciada en Historia y Sociedad Contemporánea por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Estudiante de la Maestría en Historia y Etnohistoria en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Dirección electrónica: ahremi_@hotmail.com.

 

Fecha de recepción: 9 de septiembre de 2009.
Fecha de aceptación: 9 de mayo de 2011.

 

Resumen

El objetivo de este artículo es mostrar un balance historiográfico basado en el estudio de las publicaciones hechas sobre el Movimiento Estudiantil del 68 durante la década 19982008. El motivo de fondo que guía buena parte de los textos analizados es la represión del 2 de octubre. Sin embargo, en la producción bibliográfica aparecen elementos temáticos vinculados con el análisis del Movimiento. Dentro de las interpretaciones sobre el tema fue posible identificar algunos puntos de consenso entre los que destacan las causas del Movimiento, los actores colectivos involucrados, así como la efectividad de las formas de lucha. Las divergencias más evidentes se relacionan con los proyectos y el impacto de la movilización en el sistema político y social.

Palabras clave: Historiografía, movimiento estudiantil, izquierda, democracia, revolución.

 

Abstract

The goal of this article is to show an historiographic balance based on the study of the publications about the Student Movement of 68 during the decade of 1998-2008. The main reason that guides almost all the analyzed texts is the October 2nd repression. However, at the bibliographical production some thematic elements linked with the movement analysis appear. Inside the interpretations about the topic it was possible to identify some consensus points, particularly emphasizing the causes of the Movement, the involved collective actors, and also the effectiveness of the forms of struggle. The most evident divergences are related with the projects and the impact of the mobilization in the political and social system.

Keywords: Historiography, student movement, left, democracy, revolution.

 

El Movimiento Estudiantil de 1968 se considera un parteaguas en la historia mexicana, un referente para la apertura democrática del último cuarto del siglo XX y de otros cambios de tipo cultural y simbólico. En los últimas cuatro décadas, el Movimiento Estudiantil en México ha sido objeto de una extensa producción bibliográfica que se intensificó en especial entre los aniversarios 30 y 40. Frente a la cantidad de obras publicadas en los últimos diez años, no contamos con un verdadero balance historiográfico que destaque los aspectos cualitativos del debate, los acuerdos y las aristas polémicas que lo configuran.

En esta dirección, este trabajo muestra los enfoques, los argumentos, las hipótesis y las interpretaciones, así como las posibles discrepancias entre los autores que estudian el tema. Este estudio concibe el Movimiento Estudiantil como proceso más que como un acontecimiento marcado por el 2 de octubre, día en el que ha centrado su atención una extensa literatura testimonial y de denuncia.

En una panorámica general es posible presentar seis rubros que distinguen las recientes publicaciones sobre el Movimiento del 68. El primero reúne obras representativas que privilegian la denuncia y el testimonio. El segundo muestra lo que escribieron los estudiosos del tema sobre las causas de la lucha estudiantil. El tercero da cuenta de la forma en que los autores identifican las diversas identidades sociales y políticas involucradas en el conflicto. El cuarto señala los proyectos del Movimiento que destacan los autores. El quinto trata sobre las formas de lucha que adoptaron los movilizados y el sexto atiende el impacto del Movimiento que perciben los escritores del tema.

 

La denuncia y el testimonio

El estudio de los libros que privilegian la denuncia y el testimonio muestra que la preocupación central de muchos investigadores fue conocer qué ocurrió realmente el 2 de octubre e identificar a los responsables. Este interés se ha mantenido en gran medida porque ha existido un obstinado silencio oficial sobre aquella lucha estudiantil y por ende una sostenida impunidad de los responsables. Con sus denuncias y testimonios, los autores contribuyen a fortalecer la memoria colectiva sobre un agravio, así como a rescatar algunos elementos indispensables para la construcción de la historia, que no puede partir de la omisión oficial y de la mentira institucionalizada.

En la primera categoría, la denuncia, los libros que privilegian este aspecto informan sobre distintas iniciativas de investigación relacionadas con el 2 de octubre en Tlatelolco.1 En esta dirección se conformó en 1993 una Comisión de la Verdad, instancia independiente que no logró grandes avances, al ver su labor limitada por una insuficiente dotación de recursos y autoridad (Aguayo, 1998: 13). Más tarde, en 1998, el Legislativo trató de investigar la represión estudiantil y se formó la Comisión Especial del 68, sin conseguir ahondar en el tema.2 El clima político que se generó cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdió su hegemonía en el poder permitió la conformación de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP), la cual tampoco rindió mejores resultados.3

La gradual apertura de archivos permitió a los investigadores acercarse un poco más a lo que ocurrió entonces. El Archivo General de la Nación, el de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Diplomático y el del Departamento del Distrito Federal estuvieron entre los primeros en estar disponibles (Aguayo, 1998: 16-17). A estos siguieron, entre otros, los archivos de la Secretaría de la Defensa Nacional y el de la Dirección Federal de Seguridad. A partir de esta búsqueda, los autores confirman o confrontan la reconstrucción e interpretación de los sucesos del 68.

En primer término, aparecen denunciados los principales aparatos de control gubernamental: la Dirección Federal de Seguridad (DFS), instituida en 1947, y la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (IPS). Otros organismos inculpados dependían del Presidente de la República: la Policía Judicial Federal, el Servicio Secreto, el Cuerpo de Granaderos, la Policía Judicial y la Policía Preventiva del Departamento del Distrito Federal (Aguayo, 1998: 31-32). Se añade una estructura militar paralela: el Estado Mayor Presidencial creado desde el gobierno de Manuel Ávila Camacho. A todas estas instancias se les muestra interviniendo en el Movimiento, aunque no siempre de manera coordinada. Por eso, entre otros asuntos, surge para Rodríguez (2008: 214) la incertidumbre respecto a la actuación de los francotiradores en Tlatelolco, identificados como parte del personal del Estado Mayor Presidencial. Aparentemente este grupo actuó a espaldas del responsable de la Secretaría de la Defensa, General García Barragán.

En la segunda categoría, el testimonio, encontramos una de las vetas más trabajadas pues la contemporaneidad del tema permitió a algunos autores construir sus propias fuentes.4 No obstante, el origen y la forma de los testimonios registrados aparecen de forma más bien homogénea: en su mayoría proceden de los que formaron parte del CNH. En general, la información se recaba con entrevistas dirigidas, acotadas por un cuestionario que frecuentemente limita el análisis. Hay, por lo tanto, un vacío testimonial de otros actores, de gente común como los familiares de los movilizados, las fuerzas militares o policíacas, los burócratas, etcétera. Entre los trabajos que se ocupan del testimonio destaca el Memorial del 68, coordinado por Vázquez (2007), en el que aparecen también ensayos interpretativos de participantes e investigadores del Movimiento.

Así pues, tanto las obras que resaltan la denuncia como aquellas en que predomina el testimonio cumplen con la función de preservar en la memoria colectiva el recuerdo del Movimiento Estudiantil. Si, como ocurre hasta hoy, la ruptura del tejido social que causó la represión violenta de la lucha no ha sido reparada, la publicación de las obras citadas está más que justificada. Silencio oficial, impunidad e ignorancia de la mayoría de la sociedad al respecto son, en parte, compensados por estos libros. Sin embargo, en estos textos, por lo general, no se arriba a conclusiones que nos permitan comprender el proceso, por más que la tragedia del 2 de octubre acapare la atención.

 

Las raíces

Las diferentes hipótesis sobre las causas de la lucha estudiantil incluyen la influencia externa de otros movimientos que mostraban una voluntad transformadora. Entre los cambios culturales y políticos se destacan experiencias como el Mayo Francés y la Revolución Cubana, procesos que revitalizaron un imaginario inconforme con el sistema político, social y cultural dominante (Solana, 2008: 18; Mendoza, 2001: 122; Volpi, 1998: 83). Un segundo enfoque toma en cuenta el ambiente político de la Guerra Fría, bajo cuyo prisma la teoría oficial de "la conjura comunista" concebía y explicaba la lucha estudiantil. En ese ambiente político se señala la intervención de la Central Intelligence Agency (CIA) y el Federal Bureau of Investigation (FBI), entidades que recolectaban e infiltraban información (Montemayor, 2000: 76-78). Ambas organizaciones trabajaban con la complicidad del gobierno mexicano: bajo el nombre clave Litempo, varios funcionarios, incluidos el presidente Gustavo Díaz Ordaz y el Secretario de Gobernación Luis Echeverría, servían a los intereses extranjeros (Aguayo, 1998: 93-94).

Adentrándose en las condiciones que subyacían en el interior de la estructura política-social y económica en México, el presidencialismo autoritario se presenta como un factor de descontento social que detonó, en parte, la movilización (Rivas, 2007: 594-596; Álvarez, 1998: 167). Para algunos autores, también contribuyó el agotamiento del "milagro mexicano" que deterioraba la calidad de vida de las mayorías como resultado de la creciente desigualdad social y económica (Ordorika, 2006: 156-157; Estrada, 2004: 178; Solís, 2008: 50). Sin embargo, para Álvarez (1998: 144), este efecto era apenas perceptible en el 68, de modo que no le atribuye una carga significativa.

Asimismo, la atmósfera que generaba la inminente celebración de los XIX Juegos Olímpicos colocaba a los disidentes del régimen en una situación riesgosa. Si bien este acontecimiento exhibiría la estabilidad política y social del Estado mexicano, el gobierno temía que sus opositores sabotearan el espectáculo o lo aprovecharan para sus propios fines (Estrada, 2004: 178; Guevara, 2008: 92; Volpi, 1998: 272). Por esto, según Álvarez (1998: 16), era posible una provocación gubernamental en los días finales de julio para justificar la detención preventiva de los líderes de izquierda.

La tensión política en el 68, se intensificaba con la pugna entre los funcionarios del Partido Revolucionario Institucional (PRI) para postularse como candidatos para la sucesión presidencial. Luis Echeverría Álvarez, Secretario de Gobernación, Alfonso Corona del Rosal, Regente del Distrito Federal, y Emilio Martínez Manatou, Secretario de la Presidencia, mantenían entre sí una competencia que hacía factible la fabricación de situaciones sociales comprometedoras para restar méritos políticos a alguno de ellos (Guevara, 2004: 30; Rivas, 2007: 507). Así, aparece nuevamente la teoría de la provocación gubernamental, identificándola desde los primeros disturbios en julio hasta la represión final en Tlatelolco (Guevara, 2004: 23).

De todas maneras, para Álvarez (1998: 39) la provocación gubernamental sería un componente en el conflicto, pero no el más importante. De modo que, cuando la protesta por la represión se desplazó a una serie de demandas antiautoritarias y democratizadoras que incluían a otros sectores de la sociedad, el Movimiento rebasó cualquier posible control predeterminado.

En conclusión, son pocos los disensos entre los autores que plantean las posibles causas del Movimiento. Ya sea ubicando la lucha estudiantil mexicana en el contexto de sus similares en el mundo, o refiriéndose más a las condiciones en el ámbito nacional, se observa que política y socialmente existían las condiciones subjetivas y objetivas conducentes a la protesta. La constante referencia a organismos extranjeros interviniendo en el Movimiento da cuenta de los límites en que operaba el Estado, al resolver conflictos internos que, por la naturaleza dependiente del régimen, se insertaban en la problemática de la Guerra Fría.

 

Los actores

No fue fácil rescatar en la bibliografía estudiada la definición de las identidades colectivas movilizadas en el 68.5 El análisis de los textos deja ver la dificultad que implica establecer una adecuada articulación entre los entrecruzamientos propios de las identidades políticas y sociales involucradas en el Movimiento.

En general, los autores concuerdan en al principio de la lucha, las mayorías participantes en el Movimiento carecían de una definición política. En este caso se encontraban la mayoría de los jóvenes que en los sesenta enfrentaban un ambiente represivo de redadas y persecuciones gubernamentales en diferentes estratos sociales (Guevara, 2004: 56-58; Estrada, 2004: 202). Cuando los policías y los granaderos atacaron a los estudiantes, otros actores sociales se solidarizaron con los movilizados: vecinos, transeúntes, vendedores, porros y pandilleros ayudaron a repeler la agresión (Estrada, 2004: 202; Rivas: 2007: 515).

También hay evidencia de la ayuda de algunos sectores de los trabajadores asalariados: una parte de los trabajadores de la Refinería 18 de Marzo, los médicos internos del Hospital General, la sección 37 del Sindicato de Trabajadores Petroleros de México y un grupo de electricistas de la Compañía de Luz (Álvarez, 1998: 50; Gómez, 2008: 166). No obstante, existe cierto consenso en que este apoyo no alcanzó dimensiones significativas (Estrada, 2004: 242; Guevara, 2004: 171-172).

En cuanto al campesinado, Topilejo parece ser el único caso en el que este sector se vinculó al Movimiento. Lejos de ser un apoyo significativo, los habitantes de ese pueblo buscaron el auxilio de los movilizados. La labor de adoctrinamiento que emprendieron las brigadas estudiantiles en aquel pueblo, no modificó la mentalidad campesina, domesticada, en general, por estrategias corporativas como la Confederación Nacional Campesina (Guevara, 2004: 248-249; Gómez, 2008: 174).

Por otro lado, respecto a las identidades políticas en la literatura sobre el 68 tiende a establecerse un primer nivel de diferenciación de los actores políticos según la concepción de democracia que cada grupo tenía. En la introducción que hace Zermeño al libro de Rivas (2007: 14-15) alude a un reformismo democrático (a favor del diálogo), un democratismo libertario (los jóvenes en la calle) y una concepción revolucionaria de la democracia (presente en el CNH). Asimismo, cuando en algunos textos se mencionan las ideologías políticas de los movilizados tales como: "revolucionarios", "reformistas", "demócratas", "de izquierda", ligadas a ciertos criterios sociales como "jóvenes", "clase media", "estudiantes", etcétera, pareciera que las identidades implicadas son esencias inamovibles y no atravesadas por una serie de tendencias ideológicas a veces contradictorias.

En el tratamiento de las identidades políticas se dedican mayores espacios al papel que la izquierda comunista organizada tuvo en el Movimiento. Así, la mayoría de los autores establece una distinción entre la izquierda partidaria, el Partido Comunista Mexicano (PCM), y la izquierda grupuscular que tenía sus bases entre los estudiantes y los académicos (Zermeño, 1978: 35). La mayoría de los estudiosos del tema señalan la presencia de los comunistas, de los miembros de la Juventud Comunista y de otros movilizados que se escindieron de ésta, así como de grupos revolucionarios maoístas, trotskistas, guevaristas y espartaquistas (Guevara, 2004: 25; Pérez, 2007: 44; Scherer y Monsiváis, 1999: 218).

A su vez, la investigación de Rivas (2007: 609-613) proporciona una detallada reconstrucción de los grupos universitarios de izquierda que fueron parte esencial del Movimiento. Así, observamos que las escuelas con mayor militancia en la izquierda eran: Ciencias, Economía, Ciencias Políticas, Derecho y Filosofía y Letras. Rivas registra también a los movilizados de procedencia politécnica: las corrientes estudiantiles democráticas que habían luchado en contra de la Federación Nacional de Estudiantes Politécnicos (FNET), activistas de la Juventud Comunista, la Confederación Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED) y otros grupos. No obstante esta presencia multifacética, algunos de los que escriben al respecto aducen que no hubo en el Movimiento predominio de la izquierda (Estrada, 2004: 186; Guevara, 200: 162).

Por otra parte, la referencia a "tibios" y "duros" dentro de la dirigencia del CNH, se asigna de acuerdo a su disposición a darse por satisfechos con el cumplimiento de las demandas del pliego o encaminar el Movimiento a la acción revolucionaria (Estrada, 2004: 196; Aguayo, 1998: 122). Según Guevara (2004: 135-138) esta divergencia se debió a la postura ultraizquierdista del ala de Humanidades de la UNAM.

Ahora bien, hay consenso en poner en evidencia la existencia en el Movimiento del 68 de sectores no izquierdistas. De este modo, Álvarez (1998: 168) incluye entre los movilizados a gente de la derecha, priístas, panistas y cristianos, mientras que Guevara (2004: 71) escribió de la presencia de grupos liberales democráticos. El ejemplo más emblemático al que alude Guevara es el del Rector Barros Sierra quien, pese a formar parte del sistema político, protestó públicamente ante la violación a la autonomía universitaria. A esta censura se sumó la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior pro Libertades Democráticas integrada por profesores de la UNAM y del IPN (Guevara, 2004: 54).

También mostraron su apoyo la Asamblea de Intelectuales y Artistas, así como el Consejo Universitario de la UNAM. Un documento divulgado por Rivas (2007: 539-540) hace evidente que los primeros no se cuestionaban la legalidad estatal sino que exigían el cumplimiento de los preceptos constitucionales.

Por lo que se refiere a los infiltrados, estrategia gubernamental recurrente, se apunta que su actividad provocadora desprestigió al Movimiento políticamente, dando a los gobernantes justificación para la represión (Guevara, 2004: 227; Aguayo, 1998: 144). Aparecen como infiltrados: Sócrates Campos Lemus, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Áyax Segura, así como Nazar y Sóstenes Torrecillas (Guevara, 2008: 236; Ascencio, 1998: 118). Esta apreciación parece reforzarse cuando uno de los ministerios públicos favoritos de la Procuraduría General de la República (PGR), Salvador del Toro Rosales, reconoció ante la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP) que la Dirección Federal de Seguridad infiltró agentes dentro del CNH para "reventar" al Movimiento (Guevara, 2008: 88-89).

En conclusión, más allá de las referencias puntuales, en la bibliografía reciente sobre el Movimiento del 68, se hace patente cierto grado de confusión a la hora de conjugar las identidades sociales y políticas de los movilizados. Aunque se escribió sobre el apoyo de algunos sectores sociales, en general, no se ahonda en las razones por las que no fue posible establecer alianzas más amplias. En algunos textos parece identificarse a un sector social con una corriente ideológica unívoca. Poco se ha investigado sobre los grupos cuya ideología no se puede asimilar al democratismo de izquierda y que, sin embargo, apoyaron el Movimiento.

 

Los proyectos

Una de las primeras tareas del Movimiento fue reunir a las diferentes escuelas agraviadas. Después, el pliego petitorio contribuiría a atraer el apoyo de otros sectores de la sociedad. Las demandas inscritas en el pliego aparecen en varios textos signadas por la visión democrática que promovía la izquierda. Sin embargo, detrás de esta definición general, la interpretación de los proyectos del Movimiento no era monolítica: podía verse como una lucha por la democracia inscrita en la Constitución (Guevara: 2004: 137), pero también como el preámbulo de una revolución (Rivas, 2007: 617). No obstante, es evidente que al inicio del conflicto, generalmente, las bases del Movimiento carecían de claras referencias ideológicas y respondían a la circunstancia del momento: defenderse y resistir la represión.

El CNH, en tanto interlocutor entre los estudiantes y el gobierno, operó durante todo el conflicto manteniendo cierto grado de contradicción respecto a sus propósitos. El mismo pliego petitorio se prestaba a confusión en la medida en que demandaba soluciones puntuales que implicaban ajustes fundamentales en el aparato de Estado.

Al respecto, el pliego no siempre tiene connotaciones positivas entre los estudiosos del tema. Estrada (2004: 190-191) percibe una forma subversiva en sus planteamientos. La inspiración de algunos puntos en el pliego es motivo de desacuerdo entre quienes reconocen la impronta de las demandas del PCM (Zermeño, 1978: 31; Rivas, 2007: 528) y quienes omiten mencionarla (Volpi, 1998: 235). La naturaleza política del Movimiento es evidente para Monsiváis (1999: 190), quien subraya la posibilidad de una "toma pacífica y consecuente del poder [...] que es la demolición de las fortalezas ideológicas y culturales del régimen". Mientras tanto, Perelló6 niega las aspiraciones políticas de la lucha (González, 2003: 64).

Otro punto de debate es la caracterización de "democracia". Para Moreno, ésta no debería limitarse a una "estructura jurídica y un régimen político", sino abarcar "un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo" (González, 2003: 52). Otros de los que formaron parte del CNH, como Perelló, Cervantes, Ortega y Yoldi, subrayan el papel del ejercicio electoral dentro de la democracia y, con esta referencia, niegan la naturaleza democratizadora del Movimiento (González, 2003: 49-94).

El propio funcionamiento del CNH como estructura democrática ha sido objeto de desacuerdo entre los analistas. Rivas (2007: 620) considera las asambleas multitudinarias como democracia en acción, aunque menciona también el efecto debilitante para el Movimiento por el desgaste innecesario de tiempo y energías. Mientras tanto, Estrada (2004: 197) considera el asambleísmo como una versión simplista de democracia. Más aún, Ortega (González, 2003: 69) comentó que al contar con "una estructura jerarquizada", el Movimiento no era democrático.

Concerniente a la revolución como proyecto, hay también divergencias. De la lectura de los textos se desprende que sí existían en el 68 las dos perspectivas entre los movilizados: reforma o revolución. Tal disyuntiva afectó necesariamente las discusiones políticas en el CNH, el cual, pese a su objetivo común, desarrolló desde el inicio distintas tendencias políticas. Aparecía como alternativa la satisfacción de las demandas del pliego en el marco constitucional, o reforzar la movilización con la alianza de obreros y campesinos para encaminarla a una revolución (Rivas, 2007: 617-618).

Dentro de los proyectos inmediatos estaba establecer un diálogo público. Esta solicitud, dice Rivas, (2007: 595) representaba una "crítica a las bases que sustentan el régimen político y social". Asimismo, Álvarez (1998: 183) considera que el diálogo público, en tanto reto al "régimen de control corporativo del Estado", tropezaba con la renuencia del gobierno a reconocer como interlocutor a un actor social independiente que lo presionaba. Guevara (2008: 60-83) reflexiona que más allá de prevenir la corrupción y el soborno a los líderes, el diálogo público era una estrategia de los radicales dentro del CNH para sostener la confrontación. En ello encuentra Guevara la explicación a la negativa de una parte del CNH para responder la llamada de Gobernación el 22 de agosto.

Por otra parte, Zermeño (1978:118-122) subraya que llevar a la práctica el diálogo implicaba un problema de correlación de fuerzas que exhibiría la debilidad política del Estado. El mismo autor señaló posteriormente que, al ir cobrando fuerza la amplitud de la alianza contra el autoritarismo, el Movimiento se iba cerrando a la posibilidad del diálogo (2008: 122).

Recapitulando, los proyectos del Movimiento no son valorados de igual forma por los autores. En general se subraya el efecto cohesionador de las demandas del pliego, sin embargo, también se sostiene que la autoría del documento obedeció a ideas radicales que restringieron el perímetro de las potenciales convergencias sociales.

Dentro de los proyectos del Movimiento, la democracia tiene connotaciones distintas para los autores. Si se le ve como simple ejercicio electoral entonces se limita el alcance que incluye la justicia social. Pese a que la dinámica del Movimiento marcaba un proyecto revolucionario, no todos los estudiosos lo aceptan.

 

Las formas de lucha

La represión gubernamental desde los primeros disturbios provocó la muerte de unos cinco jóvenes el 28 de julio (Gómez, 2008: 57). La respuesta intuitiva de resistencia fue transformándose en otras formas de lucha. Entre ellas resalta la conformación del Consejo Nacional de Huelga (CNH) que organizaría la huelga, las marchas, el volanteo, los desplegados, la acción de las brigadas, etcétera. Aguayo (1998: 82) valora estas medidas en sus funciones defensiva, al resistir y repeler la represión, y prospectiva, al tratar de informar a la sociedad para crear una red de solidaridad, moral y económica.

En primer término y aún antes de conformarse el CNH, la huelga apareció como la forma de lucha con la que los estudiantes pretendían presionar a las autoridades para conseguir la libertad de los estudiantes detenidos en la represión de los primeros días (Rivas, 2007: 515). En segundo lugar, la conformación del CNH, el 8 de agosto, dio a los movilizados la representación política necesaria en las posibles negociaciones con el gobierno. El CNH también fue el coordinador en la lucha que logró reunir diferentes escuelas entre instituciones públicas y privadas tanto de la ciudad de México como de otras entidades (Rivas, 2007: 606).

Una tercera dimensión fundamental fueron las manifestaciones callejeras que reforzaban el sentido de identidad de los movilizados y atraían la atención en busca de apoyo solidario (Guevara, 2004: 121122). Entre las marchas más significativas se mencionan las del 1, 13 y 27 de agosto, y la del silencio el 13 de septiembre. Entre otros autores, Ramírez (1969: 172) subraya la importancia de la manifestación del Rector, el 1 de agosto, que logró imprimirle a la lucha un sesgo distinto a la de una revuelta juvenil injustificada. La manifestación del 13 de agosto es también emblemática por haber disputado al poder la ocupación del Zócalo, espacio exclusivo para las elegías oficiales (Estrada, 2004: 192). Ese día, el riesgo de represión para los movilizados potenció en ellos el sentimiento de legitimidad, de fuerza e identidad política al enfrentarse al autoritarismo del PRl-gobierno (Guevara, 2004: 164-170). La manifestación del 27 de agosto fue una ocasión festiva en la que la participación popular contribuyó a la sensación de triunfo (Guevara, 2004: 217). Sin embargo, también se registran como errores políticos algunas acciones, por ejemplo: dejar guardias en la plancha de la Plaza de la Constitución (Álvarez, 1998: 61). Existen por lo menos dos versiones sobre el origen de esta decisión: Rivas (2007: 542) la atribuye al CNH, mientras que Guevara (2004: 204) afirma que fue idea de Perelló y Posadas. Otro error que se señala fue haber convocado públicamente al ejecutivo federal para discutir el pliego el 1 de septiembre en el Zócalo antes de rendir su IV informe presidencial (Rivas, 2007: 544). Álvarez (1998: 61) considera que las ofensas al presidente, las pintas en el Palacio Nacional y el izamiento de una bandera rojinegra en el asta monumental, contribuyeron a exacerbar la respuesta represiva del gobierno.

Para corregir la impresión que dejaron los excesos cometidos el 27 de agosto y responder a la violencia gubernamental, se convocó una manifestación para el 13 de septiembre que se haría en silencio. Jardón (1998: 221) la consideró un éxito político contra de la represión presidencial. No obstante, Guevara (2004: 273) sostiene que más allá del triunfo moral, no hubo beneficios para la causa estudiantil.

Otra de las forma de lucha en el Movimiento de 68 fue el trabajo de las brigadas (Rivas, 2007: 622-623). Revueltas (1999: 22) apuntó que se trataba de formas de autogestión que a veces prescindían de la dirección del CNH. Asimismo, Guevara (2008: 52-53) atribuye la acción brigadista al mito movilizador de poder cambiar el mundo. Sin embargo, el mismo autor (2004: 622-623) señala que aunque las brigadas visitaban las zonas populares, su actividad no incidió en los obreros sino en la clase media. Guevara (2004: 142) también registra cómo la acción brigadista dio la oportunidad para que los más radicales se acercaran a las masas en una tarea de adoctrinamiento con la revolución como objetivo. Aún así, Estrada (2004: 194) considera insuficiente el efecto informativo del trabajo de las brigadas.

Dentro de los instrumentos de lucha, el material gráfico invadió territorios antes prohibidos llevando consigo mensajes indignados y compensando en parte la desinformación. La presencia en las marchas de efigies de Ernesto Guevara, Mao Tse Tung, Ho Chi Minh, Lenin y Marx era utilizada por el gobierno para asegurar que el Movimiento estaba patrocinado por alguna organización internacional comunista (Guevara, 2004: 214). Para contrarrestar esa impresión, el CNH dio entonces mayor énfasis a símbolos nacionales, de modo que en la manifestación del 27 de agosto abundaron las imágenes de Zapata, Villa, Flores Magón, Hidalgo, Morelos, Juárez y Demetrio Vallejo (Solana, 2008: 164). La irrupción pública de imágenes y mensajes sin censura gubernamental daba cuenta del naciente ímpetu con que se combatía el autoritarismo.

Este material no era el único que funcionaba como difusor de ideas, pues tanto en planteles universitarios como politécnicos se organizaron festivales artísticos que informaban sobre el desarrollo del Movimiento (Guevara, 2004: 177).

En resumen, las formas de lucha que los estudiosos del tema presentan dan cuenta del espíritu libertario del momento. No obstante la intención de formar una conciencia política en la sociedad quedó parcialmente restringida por la respuesta violenta de un sistema que mostraba su faz autoritaria.

 

El impacto

Los resultados del Movimiento son, quizá, el rubro donde existen más divergencias, particularmente en relación con la concientización política de la sociedad y con la posible apertura democrática. Entre las consecuencias casi inmediatas, Rivas (2007: 595-596) apunta que la lucha estudiantil demostró que era posible una movilización independiente.

Respecto a los cambios en el ejercicio de la democracia, Guevara (2004: 195) sostiene que estos fueron posibles gracias al Movimiento. También Rivas (2007: 502) considera el 68 como un parteaguas que "trazó gran parte de la conciencia pública del México actual". No obstante, Volpi (1998: 432-433) no comparte la opinión de que el Movimiento del 68 haya sido el más importante episodio en la lucha democrática.

En efecto, hubo cambios generados en el gobierno a partir del 68, tales modificaciones incluyeron el incremento en el gasto público, programas de contrainsurgencia con tintes populistas, cooptación de líderes y anuncios de apertura democrática. Aún así, Álvarez (1998: 210) advierte que estas medidas no resultaron en transformaciones de fondo en la estructura gubernamental.

Aunque Estrada (2004: 191) informa que la autocrítica iniciada en el gobierno de Echeverría se hizo efectiva con la reforma política de López Portillo-Reyes Heroles, queda en duda si las clases populares fueron las beneficiadas con las reformas de 1971. Más bien, los sectores medios aparecen como los que cosecharon los frutos de la lucha estudiantil (Zermeño, 1978: 63-64). Este autor (2008: 139) reflexiona que la democracia resultante del 68 no debe circunscribirse a la imagen del Instituto Federal Electoral (IFE), pues hay "otros recursos conceptuales e históricos" que incluyen como democracia a los movimientos sociales. Rivas (2007: 14) señaló también el impacto de la democracia reformista, la libertaria y la revolucionaria que coexistían en el Movimiento del 68. De la primera se dice que logró fortalecer los espacios de representación política, de la segunda que abrió la posibilidad de manifestarse libremente mientras que de la última apunta que derivó en proyectos revolucionarios armados como el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR), los Enfermos de Sinaloa y la Liga Comunista 23 de Septiembre. Guevara (2008: 24-25) incluye también los movimientos de obreros que buscaban su independencia sindical y el surgimiento de Organizaciones no Gubernamentales (ONG).

Zermeño explica en el libro de Rivas (2007: 17-18), que la configuración de "corrientes basistas" surgió a partir del Movimiento y que éstas fueron hostilizadas por el régimen de Echeverría mientras la "representación política-partidista-parlamentaria recibía todos los incentivos". Finalmente, tales corrientes desaparecieron cooptadas por el salinismo. Álvarez (1998: 152) apunta que sólo quedaron los "canales institucionales", los partidos, como únicas formas de participación incluso para las corrientes de izquierda.

Respecto a la radicalización, Guevara (2008: 21-26) considera que la represión del 2 de octubre influyó en la crisis en la educación superior, exacerbando la ideología marxista. Asimismo, Guevara ve en las guerrillas la descomposición de la lucha democrática. No obstante, Álvarez (1998: 198) no comparte esa perspectiva y reflexiona que el tomar las armas significó un replanteamiento de una propuesta inicial que no pudo cumplir su objetivo democrático en tanto careció de un proyecto de país que sí dio la guerrilla urbana: la revolución socialista. A este respecto, Volpi (1998: 421-424) toma en cuenta la responsabilidad de Echeverría en este proceso, pues al aparentar favorecer a la izquierda y retomar las banderas de los movilizados, contribuyó al surgimiento de organizaciones más violentas.

Por lo que se refiere al impacto social, la lucha estudiantil se considera un antecedente primordial en la reivindicación de los derechos de las mujeres, de movimientos ecologistas, del derecho a la diversidad, a la libertad sexual, etcétera (Jardón, 1998: 207). En estas acciones se hizo evidente el cuestionamiento a los valores tradicionales, la toma de conciencia política y el rechazo al autoritarismo (Pérez, 2007: 81). Estos cuestionamientos crearon las condiciones favorables para derogar los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal así como conseguir la liberación de los presos políticos (Tamayo, 2008: 90). Entre las consecuencias nefastas, Jardón (1998: 199) menciona la desesperanza que condujo a algunos a enrolarse en la guerrilla, en el terrorismo, en las adicciones e incluso llegar al suicidio. Sin embargo, el impacto psicológico que causó el Movimiento y su represión es poco atendido por los autores. Al respecto, Aguayo (1998: 292) se interesa en la salud mental de los que estuvieron presentes en la represión del 2 de octubre: manifestantes, policías y soldados que "vivieron el trauma de una violencia brutal no esperada y que no recibieron una atención adecuada".

En conclusión, al considerar el impacto del Movimiento surgen algunos debates concernientes a la apertura democrática y si debe considerársele un parteaguas. Aunque en algún momento se afirma que el Estado salió incólume de la crisis del 68, mayormente se reconoce que el ejercicio del poder tuvo que modificarse en función de la conciencia política de una parte de la sociedad. El balance asigna un peso determinante a la lucha estudiantil como preludio de otras reivindicaciones sociales. En efecto, si antes del 68 era inimaginable sostener una posición contestataria, casos recientes como el de Atenco y el de Oaxaca —movilizaciones sociales que han sido castigadas como delitos—, hacen evidente que el sometimiento al autoritarismo gubernamental ya no es la regla.

 

Conclusiones

Luego de elaborar este recorrido de los libros publicados entre 1998 y 2008, es evidente que una historia crítica sobre el 68 —hecha con el rigor metodológico que compete a esta disciplina— queda pendiente, salvo contadas excepciones. En general existen múltiples puntos de unión entre las hipótesis, los argumentos y las interpretaciones, mientras que se distinguen pocos debates.

La revisión panorámica anterior pone en evidencia algunos puntos críticos en vista del desarrollo de los estudios históricos sobre el Movimiento Estudiantil del 68: en primer lugar, las obras en las que prevalece la denuncia y el testimonio evidencian un enfoque periodístico que identifica a los responsables de la masacre del 2 de octubre. Aún cuando se revelan algunos documentos de la cúpula militar, existe un vacío de testimonios de parte de los militares de menor rango. Tampoco aparece, de forma significativa, el testimonio de gente que no formaba parte del CNH. En segundo término, al señalar las causas hipotéticas del Movimiento los autores privilegian factores internos como la situación socio-política, el autoritarismo, los conflictos entre funcionarios del partido hegemónico, el declive de una época económica, etcétera. Aunque existe un trabajo sobre los primeros incidentes de la movilización, queda por averiguar, si esto es posible, la razón para que la policía o el cuerpo de granaderos atacara a los estudiantes en la zona de la Ciudadela, los últimos días de julio. Un tercer planteamiento, nos muestra la dificultad para articular adecuadamente las identidades políticas y sociales implicadas en el Movimiento. Pese a que existe un debate respecto a la impronta de la izquierda en el Movimiento, ésta es la corriente más tratada en los textos y, por consiguiente, el análisis de otras tendencias queda incompleto. En cuarto lugar, concerniente a los proyectos del Movimiento, existen controversias. La democratización como tarea fundamental del Movimiento tiene sus detractores que consideraron que no era posible reformar lo que demandaba un cambio revolucionario. En general, se analiza lo que pensaban los líderes sobre los proyectos del Movimiento y menos lo que pensaban las masas movilizadas. Las formas de lucha son descritas en los textos con entusiasmo, aunque no se ahonda en las razones por las cuales el Movimiento no pudo consolidar alianzas amplias y duraderas. Finalmente, aparecen las discrepancias entre los autores cuando hacen el balance sobre el impacto del Movimiento. Nuevamente la democracia lograda es el concepto más debatido al considerar que la lucha del 68 fue la antesala para reformas políticas como la implementación de la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE), que permitió la entrada de la izquierda en el juego electoral.

Por otro lado, se considera parte del impacto la orientación hacia la guerrilla urbana que siguió al 2 de octubre. Valorada como descomposición o persistencia combativa, la lucha armada contó entre sus militantes a estudiantes radicalizados. En cambio, el aspecto social y cultural del impacto del Movimiento, ha recibido menor atención. Ni qué decir del impacto psicológico del mismo.

A la represión en Tlatelolco siguió la tarea gubernamental de recuperar el consenso para fortalecer al Estado. Se generó entonces una relativa distensión que permitió la existencia de organizaciones políticas y sindicatos independientes. Con el apoyo a la oferta educativa media y superior se pretendió canalizar el descontento social haciendo una redistribución de la riqueza con un programa de "desarrollo compartido". No obstante, la aparente simpatía del Ejecutivo Federal por el tercermundismo y la inclusión de los partidos de izquierda coexistían con el autoritarismo enmascarado y la feroz represión de la "Guerra Sucia".

Quedan abiertas diferentes líneas de investigación entre las cuales subrayo las siguientes: conocer más sobre la política del Estado mexicano al implementar la "Guerra Sucia", hacer un análisis del discurso usado por los movilizados y por el régimen durante la lucha estudiantil, averiguar cómo ocurrió que en el reemplazo generacional de los hombres en el poder —algunos de los que estuvieron en la lucha libertaria fueron los mismos que aplicaron posteriormente las medidas neoliberales—, así como investigar por qué en el período estudiado son hombres casi todos los que escriben.

El Movimiento Estudiantil del 68 no se olvida, porque pese a que ha dado lugar a una producción vastísima de bibliografía, quedan pendientes muchas tareas historiográficas para avanzar en la profundización del análisis crítico de aquel proceso histórico.

 

Fuentes consultadas

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Notas

1 Las obras son: Aguayo (1998); Scherer y Monsiváis (1999); Jardón (2003); Scherer y Monsiváis (2004); Rodríguez (2008).

2 La comisión estuvo integrada por Pablo Gómez, Miguel Ángel Garza, Salvador Rizo y Oscar Aguilar, Américo Ramírez y Gustavo Espinoza Plata. La revisión de 600 expedientes y 850 fotografías del Archivo General de la Nación no encontró registros de las órdenes de Díaz Ordaz ni de las acciones militares (Gil, 2008: 34-39).

3 La FEMOSPP fue creada el 27 de noviembre de 2001 por el presidente Fox en respuesta a la recomendación 26/2001 de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) sobre desapariciones forzadas y violaciones de derechos humanos durante la guerra sucia (Díaz, 2008: 50-53).

4 Los libros que corresponden a este grupo son: Ascencio (1998); Ortega (1998); García (1998); Jardón (1998); Vázquez (2007).

5 El concepto "identidad", individual o colectiva está sometido aún a debate. Sin embargo, tomando la explicación que propone Melucci (2002: 43) "identidad colectiva" tiene que ver con un proceso de "construcción de un sistema de acción". En éste, los actores colectivos son capaces de definirse a sí mismos, sus fines, sus medios y el ambiente en el que actuarán. Tal proceso no es lineal, pues implica "interacción y negociaciones" entre una "pluralidad de orientaciones". Es decir, Melucci se contrapone a la concepción de identidad colectiva como "un dato" o "una especie de esencia del movimiento".

6 Entre otros participantes, Perelló, Moreno, Cervantes, Ortega y Yoldi, intervinieron en una serie de reuniones de trabajo celebradas en la UNAM para conmemorar el trigésimo aniversario del Movimiento Estudiantil Mexicano. El texto que resultó del registro de las ponencias, intervenciones y comentarios de los participantes fue coordinado por González (2003).

 

Información sobre la autora:

Ahremi Cerón. Licenciada en Historia de las Ideas por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Actualmente es Estudiante de la Maestría en Historia y Etnohistoria en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.

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