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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.9 no.19 Ciudad de México may./ago. 2012

 

Dossier

 

Nuevos retos y formas de la labor etnográfica a partir de la reconceptualización del objeto de estudio de la antropología social

 

New challenges and forms of ethnographic work from the conceptualization of the subject of study of social anthropology

 

Juan Antonio Doncel de la Colina*

 

* Profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Regiomontana. Dirección electrónica: jdoncel@yahoo.es.

 

Fecha de recepción: 20 de noviembre de 2011.
Fecha de aprobación: 30 de marzo de 2012.

 

Resumen

En el globalizado contexto mundial actual, el trabajo del etnógrafo difiere en gran medida de la forma en que, en otra época, éste debía abordar su labor. Para explicar el giro que han de tomar las modernas etnografías, debemos entender el proceso de reubicación y reconceptualización del objeto de estudio de la Antropología Social, el cual ha ido variando y adaptándose progresivamente a las circunstancias socio-históricas de cada momento. Con este fin, tratamos de describir el progresivo acercamiento del interés de esta Ciencia desde el "otro" al "nosotros", de la "periferia" al "centro", del objeto al sujeto, de la acción social a la intersubjetividad. En el terreno de la moderna etnografía esto se traduce en una necesaria revalorización y reconceptualización de sus herramientas metodológicas, siendo todo ello ejemplificado con dos productos de una reciente investigación acerca de estereotipos y de comunidades de extranjeros en Monterrey.1

Palabras clave: Acción social, intersubjetividad, entrevista en profundidad, observación participante, globalización.

 

Abstract

In the globalized context of the modern world, the work of ethnographers differs in great measure from the way that, in another time, they addressed their work. To explain the take of modern ethnographies, we should understand the process of relocation and reconceptualization of the object of study in social anthropology has changed and adapted progressively to the socio-historic circumstances of each moment. With this purpose, we have tried to uncover the progressive rapprochement of the interest of this science from the "them" to the "us", from the "outlying" to the "internal", from the object to the subject, from social action to intersubjectivity. In the realm of modern ethnography, this is understood as a necessary revalorization and reconceptualization of the methodological tools, both of which are exemplified in two outcomes from a recent investigation concerning stereotypes and international communities in Monterrey.

Keywords: Social action, intersubjectivity, in-depth interviewing, participatory observation, globalization.

 

Introducción

La descripción etnográfica constituye el principal medio para sustentar los hallazgos teóricos que contribuyen a enriquecer la disciplina antropológica social. Es por ello que si queremos comprender los nuevos desafíos que la etnografía debe afrontar en tiempos de cambio social tan vertiginoso como son los actuales, necesariamente debemos comenzar por analizar la forma en que el objeto de estudio de la Antropología Social ha ido variando y acomodándose a una perspectiva acerca del ser humano mucho más holística.

La Antropología Social se desarrolla como una disciplina que asienta sus raíces en la preocupación por el conocimiento de la naturaleza social y cultural del hombre a través de una pirueta epistemológica imposible: desde los albores de esta disciplina se ha tratado de conocer al otro, catalogándolo de "salvaje", "primitivo", etcétera, y despojándolo, en cierto sentido, de su plena humanidad. En otras palabras, cuando el antiguo antropólogo social trataba de entender y explicar aquellas sociedades "exóticas", él se posicionaba desde su atalaya como espectador, como observador imparcial, de modo que lo vemos tratando de comprender al hombre pero sin el hombre.

La conceptualización del objeto de estudio de cualquier ciencia social debe ser materia de observación y análisis para entender la metodología propia de dicha ciencia, pues esta conceptualización va a determinar en gran medida la naturaleza, las características y el alcance de las herramientas metodológicas que se emplean para abordar dicho objeto. Así, en el caso de la disciplina que nos ocupa, es importante repasar algunas consideraciones respecto a la evolución de la perspectiva epistemológica a lo largo de su corta historia, para posteriormente poder entender el modo en que las mismas herramientas metodológicas que se le consideran propias han tenido que ser utilizadas con nuevas precauciones y aprovechadas con nuevos contenidos.

Antes de comenzar a desarrollar nuestra reflexión, conviene aclarar que aunque nuestro foco de atención está puesto en la Antropología Social, no podemos obviar el hecho de que la historia de esta ciencia es la historia de la mutua y progresiva aproximación a la Sociología, de idéntico modo como está sucediendo con otras ciencias sociales. Como veremos a continuación, el desplazamiento del objeto de interés desde la periferia hacia el centro de nuestras sociedades representa un proceso de incursión en el terreno que tradicionalmente se había considerado propio de la Sociología. Aunque no es nuestro objetivo aquí establecer un debate acerca del cada vez más dinámico intercambio —tanto teórico como metodológico— entre disciplinas más o menos afines, lo que sí debemos advertir es que en el presente artículo se recurrirá en más de una ocasión a teóricos de la Sociología, pues consideramos que estos son interlocutores perfectamente legitimados y adecuados para contrastar las posiciones de sus colegas antropólogos y etnógrafos. Todos ellos, a la postre, científicos sociales.

 

Proceso histórico de reubicación y conceptualización del objeto de estudio de la Antropología Social

La curiosidad por conocer los estilos de vida de sociedades diferentes a la propia ha estado presente a lo largo de la historia de la Humanidad. De hecho, "los libros de viajes se cuentan entre las formas más antiguas de literatura" (Mair, 1986: 24), pudiendo remontarnos hasta la Grecia Clásica y al historiador Herodoto, considerado por muchos el principal antecedente, precursor y referente originario de la futura ciencia antropológica. No obstante, "la idea de que los antropólogos debían salir a buscar sus propios datos en vez de confiar en lo que pudieran contarles los viajeros se generalizó a finales del pasado siglo" (Mari, 1986: 35). El momento en el que el investigador social comienza su búsqueda sistemática del conocimiento acerca del otro, se plantea por primera vez la problemática de la elección de las herramientas metodológicas a través de las que se pretende obtener dicho conocimiento. Es decir, establecido el "qué" se busca, se impone con igual fuerza la necesidad de definir el "cómo" se pretenden alcanzar los objetivos planteados.

Esta nueva preocupación metodológica se desprende de una igualmente nueva preocupación epistemológica y, en definitiva, de la institucionalización de una nueva ciencia. Como escribe Guber:

La reflexión sobre la diversidad de formas de vida humana no abandonaría los sillones de la especulación filosófica hasta fines del siglo XIX. Inglaterra, que reunió las tres cualidades de ser el primer estado nacional, cuna de la revolución industrial y metrópoli del mayor imperio capitalista, fue también el hogar de los "padres de la antropología" (2001: 23).

De esta cita se desprende una idea esencial a nuestra argumentación: el nacimiento e institucionalización académica de la antropología sólo puede ser entendida y explicada en su contexto histórico, fruto de una época marcada por los grandes imperios coloniales y por la idea y aspiración del "progreso" como eje rector y destino de toda sociedad humana. Así, el sesgo etnocéntrico que caracterizó a los primeros estudios etnográficos y, más aún, a las primeras teorías antropológicas, no está exento de intencionalidad, sino que es el resultado de un determinado equilibrio geopolítico entre la metrópoli y sus colonias. Del mismo modo, como veremos más adelante, el giro de forma y contenido que han dado los enfoques metodológicos para el estudio de nuestras sociedades contemporáneas no puede desvincularse de una comprensión macrosociológica del signo de nuestro tiempo, tiempo marcado de un modo definitivo por el fenómeno globalizador.

Desde la preocupación inicial por el estudio de las instituciones que vertebran la organización de comunidades ajenas a nuestras sociedades occidentales (y la consecuente barrera conceptual que dividía al conjunto de las sociedades humanas en "exóticas", "primitivas" o "salvajes" frente a las denominadas "civilizadas" o "industriales"), a lo largo de la historia de la Antropología Social la orientación de esta preocupación epistemológica ha virado también hacia el estudio de las propias sociedades occidentales. En este sentido, el desplazamiento del objeto de interés de la Antropología es la historia de un acercamiento progresivo desde la periferia hasta el centro de nosotros mismos.

Así, desde el interés por el estudio de aquellos lejanos pueblos que empezaban a nutrir a los grandes imperios coloniales europeos, el foco de atención se empezó a dirigir hacia las comunidades periféricas pero integrantes de las propias sociedades occidentales. En un primer momento fueron las comunidades campesinas las que empezaron a ser estudiadas y, más adelante, transportándonos del ámbito rural al urbano, el moderno antropólogo empezó a preocuparse por las subculturas de la marginalidad ubicadas en nuestras ciudades (subculturas juveniles, subculturas de la delincuencia, estudios sobre migración urbana, etcétera). Finalmente, al día de hoy no son pocos los estudiosos de la Antropología Social que fijan su atención en los centros de poder de sus propias sociedades, es decir, en nuestras propias instituciones económicas, políticas, religiosas, militares, etcétera.

Este proceso se encamina hacia la superación de pasadas visiones evolucionistas que imponen unas rígidas fronteras que dividen a la especie humana, visión que no puede explicarse ni aplicarse en el contexto de la aldea global macluhaniana. Tal era la rigidez de estos límites que segregan a nuestra especie que este antiguo paradigma aparenta la creación de subespecies, pues la hipotética igualación entre todos los integrantes de la especie sólo se puede dar alcanzando la siguiente fase evolutiva, lo que nunca podría suceder en una imparable carrera hacia el "progreso".

En suma, el impulso creciente hacia una mejor comprensión del "nosotros", sin descuidar y sin separar radicalmente la comprensión del "otro", representa el camino hacia una concepción unitaria del hombre y de las sociedades en las que vive inmerso. De este modo, en la actualidad el resultado de esta visión integradora no se reduce al trabajo de algún autor aislado, ni siquiera a una corriente de pensamiento más o menos en boga, sino que se materializa en el surgimiento de sub-disciplinas como la Antropología de las Instituciones, la Antropología de las Organizaciones, la Antropología Urbana o la Antropología Industrial, cuyo objeto de estudio se traslada desde sociedades "extrañas" hasta el estudio de la propia sociedad de la que forma parte integrante el propio antropólogo.

Creemos que este paso no se podría haber dado, sin llegar a la comprensión de que los principios sobre los que se asientan las instituciones religiosas, de parentesco, económicas, mágicas, jurídicas, políticas... de las más diversas comunidades, responden en su base, a los mismos impulsos que nos empujan a nosotros a la construcción social de nuestra realidad, a la misma esencia de las modernas instituciones que conforman el complejo entramado de nuestra sociedad contemporánea. Así, nos hallamos más cerca de una teorización que parta de un común denominador a toda la especie humana.

Esta nueva dirección se presenta en la actualidad como una nueva fuerza emergente pero relativa, pues, como señala Roca (1998), todavía predomina el interés por el estudio de "nuestros propios otros", por el estudio de las minorías y de los colectivos marginales, o por aquellas parcelas consideradas más exóticas de nuestra realidad social. No obstante, en los últimos años, son muchos los esfuerzos realizados para la comprensión y análisis antropológicos de instituciones centrales en nuestras sociedades. Entre las investigaciones de carácter empírico que tratan de explicar este tipo de instituciones, podemos destacar el ya clásico estudio antropológico que Greenwood y González (1989) realizaron acerca de las cooperativas industriales de Mondragón, para la comprensión de la cultura en la industria, vinculando los cambios estructurales con el sentido que los mismos tienen para sus participantes.

Asimismo, los antropólogos hemos incursionado incluso en aquellas instituciones que detentan, en última instancia, el poder coercitivo del Estado, para las que se reserva el uso legítimo de la violencia. Tal es el caso del estudio antropológico sobre un cuerpo de policía local llevado a cabo por Torrente (1997). En su trabajo, el investigador se sumerge en su propio objeto de investigación para hacer una descripción, explicación e interpretación desde "dentro" de la lógica organizacional, de la estructura interna, de la generación de una cultura policiaca propia y de la forma que tienen de gestionar las obligadas y constantes situaciones de contacto con el "exterior", es decir, con la ciudadanía. Por su parte, Anta Félez (1990) aborda el análisis de una institución militar española desde la lógica del ya extinto sistema de reclutamiento forzoso conocido como Servicio Militar Obligatorio. Para ofrecer un ejemplo más reciente, en este sentido podemos mencionar mi propio trabajo sobre la Armada Española (Doncel, 2009), estudio antropológico en el que se analiza la lógica y el sentido de una institución militar a partir de su estructura social, de sus valores rectores, de sus prácticas cotidianas y de sus rituales y principales símbolos identitarios, así como los cambios históricos que todos estos elementos han tenido que acometer, tanto en su reconstrucción interna como en lo que se refiere a las relaciones con la sociedad civil.

Pasemos ahora a reflexionar sobre las consecuencias que estos cambios han tenido en la reasignación de contenidos y de sentido de las principales herramientas metodológicas necesarias para la elaboración de los modernos estudios etnográficos.

 

Necesidad de reconsideración y readaptación de las principales herramientas etnográficas

Podemos considerar como un destacado punto de inflexión en este proceso al surgimiento de la Antropología Simbólica, cuyos principales representantes son Clifford Geertz y Victor Turner. Tal y como expone Ortner (1984), el primero de ellos aportó la consideración de los símbolos como transmisores de significados, así como la perspectiva empática, según la cual el individuo es concebido como ser social activo y que al buscar sentido al mundo construye la cultura. Por su parte, Turner también entiende los símbolos como operadores en el proceso social, alcanzando su mayor capacidad de transformación social cuando se articulan en torno a los rituales. Es lo que Turner (2005) denominó "eficacia de los símbolos".

Volviendo a la obra de C. Geertz, debemos destacar aquí dos ideas centrales de su pensamiento. Por una parte, la mencionada perspectiva empática obliga a trasladarse desde el enfoque etic, enfoque que ha marcado el devenir de gran parte de la historia de las Ciencias Sociales, hasta el enfoque emic. A partir de este enfoque el investigador deberá construir sus categorías analíticas a partir de la realidad social observada y de la propia interpretación del actor que conforma dicha realidad y no tanto a través de categorías generadas a priori, a partir de teorías más o menos generales.

Por otra parte, debemos destacar también la idea del actor social como agente activo en la construcción de la cultura a través de los significados que otorga a los más diversos eventos de su contexto sociocultural. Sin negar el papel coercitivo y director que la cultura ejerce sobre el individuo, para llegar a comprender en toda su complejidad dicha cultura no podremos obviar este elemento activo y generador de conflicto y de cambio social. Esto se desprende de una concepción de la cultura según la cual:

Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser, por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones (Geertz, 2005: 20).

Una primera consecuencia en el plano metodológico de la importancia esencial de las redes de significación que el actor social elabora sería la necesaria revalorización de la entrevista en profundidad, principal herramienta a través de la que podemos ahondar en las interpretaciones subjetivas, frente a la observación directa.2 En este sentido, la observación directa es, de entre todos los métodos cualitativos de investigación, el que más se acerca al planteamiento científico-positivista, pues en la aplicación de esta herramienta se prima, idealmente, el principio de no injerencia. Como escribe Ruiz Olabuénaga "uno de sus elementos insustituibles [de la observación] es el de no intrusismo. El observador no interviene ni manipulando ni estimulando sus objetos de observación, ni les interroga ni les encomienda ningún tipo de tarea que pueda alterar o condicionar su comportamiento" (2007: 126).

La pregunta que surge aquí es si se puede objetivar al hombre y a las sociedades como realidades externas al propio investigador, investigador que obviamente forma parte de su propio objeto de interés. En la pretensión de objetividad pura o en su imposibilidad (y la aceptación de esta última premisa influirá de un modo determinante en el modo adecuado de abordar la investigación etnográfica) es donde debemos ubicar el debate acerca de la igualación o distinción de las Ciencias Naturales respecto a las Ciencias Sociales. En este sentido, existen dos obras, escritas por sendos autores clásicos en el terreno de las Ciencias Sociales, que condensan y ejemplifican a la perfección este debate y esta evolución histórica hacia la diferenciación entre ambos tipos de ciencias. Se trata de Las reglas del método sociológico y Las nuevas reglas del método sociológico, escritas respectivamente por Durkheim y por Giddens y separadas por casi un siglo de desarrollo de las Ciencias Sociales.

El caso de la obra de Durkheim (escrita en 1895) debe ser contextualizado en el momento de surgimiento de una nueva disciplina, por lo que no es de extrañar que su planteamiento se oriente hacia una equiparación de la recién nacida Sociología con sus "hermanas mayores", disciplinas ampliamente legitimadas en el marco de las Ciencias Naturales. El resultado de esta pretensión de equiparación y, en último término, de legitimación ante la comunidad científica, es la conceptualización del hecho social como algo externo e independiente de las conciencias individuales (el hecho social objetivado y tratado como cosas), al mismo tiempo que se prima de una forma totalmente unilateral la acción coercitiva que el hecho social ejerce sobre estas conciencias individuales y se produce un divorcio total entre el "conocimiento sociológico" y el "conocimiento cotidiano" (Durkheim, 1986).

La consecuencia metodológica de esto es inmediata: el método comparativo, o experimentación indirecta, es visto como el método de la prueba en sociología, moviéndonos a partir de aquí desde una postura totalmente etic. Bajo esta premisa es obvio que no hay cabida para ninguna de las herramientas metodológicas que, como la entrevista en profundidad, pretenden dar voz al actor social para poder desentrañar las zonas de intersubjetividad de las que éste participa. Concretamente, podemos leer en la citada obra:

Los hechos sociales se deben tratar como cosas [...] Es cosa [...] todo lo que el espíritu no es capaz de comprender más que a condición de salir de sí mismo por vía de la observación y la experimentación [.] Es abordar su estudio tomando por principio el que se ignora absolutamente lo que ellos son y que sus propiedades características [...] no se pueden descubrir por la introspección. [Los] hechos [...] son necesariamente para nosotros [...] unos desconocidos [.] porque las representaciones que hemos podido hacernos de ellos en el curso de la vida, hechas sin método y sin crítica, carecen de todo valor científico [...] La conciencia nos los hace conocer [los hechos] hasta cierto punto [.] nos da de ellos impresiones confusas, pasajeras, subjetivas, pero no nociones claras y distintas, conceptos explicativos [... ] Lo que es preciso [.] es que las características de que nos sirvamos sean discernibles de un modo inmediato y puedan ser percibidas antes de la investigación [.] Para que puedan utilizarse [las nuevas definiciones] es preciso que el estudio de los hechos sociales haya avanzado mucho y que, por ello, se haya descubierto algún otro medio previo de reconocerlos allí donde se encuentren (Durkheim, 1986: 18-27).

Por su parte, Giddens (1993) invierte, en muchos sentidos, este planteamiento, siendo uno de los principales objetivos declarados de su obra elaborar y replantear los problemas de las Ciencias Sociales en cuanto que éstas tienen como "materia" lo que ellas en sí presuponen: actividad humana e intersubjetividad. En este sentido, Giddens afirma que:

La sociología no se ocupa de un universo "pre-dado" de objetos, sino de uno que está constituido o es producido por los procederes activos de los sujetos [... ] Las estructuras no deben conceptualizarse simplemente como imponiendo coerciones a la actividad humana, sino en el sentido de permitirla [...] La inmersión en una forma de vida es el medio único y necesario por el cual un observador puede generar tales caracterizaciones. Sin embargo, aquí, "inmersión" (p. ej., en relación a una cultura ajena) no significa ni puede significar "convertirse en un miembro cabal" de la comunidad. "Llegar a conocer" una forma de vida ajena es saber cómo orientarse en ella, ser capaz de participar en ella como un conjunto de prácticas. Pero para el observador sociológico este es un modo de generar descripciones que tienen que ser mediadas, o sea, transformadas en categorías del discurso científico-social (1993: 165).

Coincidiendo con Giddens plenamente en la idea de que es la actividad humana y la intersubjetividad la materia de la que se nutren las Ciencias Sociales, encontramos en la entrevista en profundidad y en la observación participante las dos herramientas más adecuadas para adentrarnos en dicha materia. Por una parte, a través de la observación participante es cómo podemos registrar las manifestaciones de la acción social, dotando a las mismas del sentido que le dan los actores que la llevan a cabo. Por otra parte, a través de la entrevista en profundidad podemos explorar las zonas de intersubjetividad compartida por dichos actores sociales. Por el contrario, no nos interesa la subjetividad extrema del individuo aislado (como puede interesar a otras disciplinas, tales como la Psicología), sino que nos interesa únicamente el individuo social y comunicativo, es decir, el individuo en cuanto que participa de un determinado substrato cultural y que forma parte de determinados grupos sociales.

En suma, contamos con dos herramientas perfectamente complementarias, dado que lo que "se dice" (sólo podemos llegar a la subjetividad humana y, a continuación, a la intersubjetividad social, a través del lenguaje) y lo que "se hace" puede ser contrastado y/o validado durante el transcurso de este doble trabajo etnográfico. Conectando de nuevo la obra de Giddens, en cuanto que justificadora de cierto enfoque metodológico, respecto a la importancia de la observación participante podemos leer:

La captación intuitiva o empática de la conciencia [considerada] como posible fuente de hipótesis sobre la conducta humana [...] Tomó [...] forma de método, un medio para estudiar al hombre que, como tal, dependía de la "revivencia" o la "recreación" de las experiencias de otros [Este método estaría basado en la] idea central de Wittgenstein y de ciertas versiones de la fenomenología existencialista; la comprensión de uno mismo está conectada integralmente con la comprensión de los otros (Giddens, 1993: 20-21).

En cuanto a la relevancia de la comunicación y del lenguaje, al que accedemos a través de la entrevista en profundidad, así como el papel determinante e inseparable del lenguaje respecto a la práctica social, Giddens escribe:

La intencionalidad, en el sentido fenomenológico, no debe ser considerada [...] como la expresión de un mundo inefable, mundo interior de experiencias mentales privadas, sino como algo que depende necesariamente de las categorías comunicativas del lenguaje [.] Es una cuestión de semántica antes que de empatía; y la reflexividad, como propiedad distintiva de la especie humana, depende, íntima e integralmente, del carácter social del lenguaje [.] Ante todo, el lenguaje es un sistema simbólico o de signos. Pero no es simplemente [.] una estructura de "descripciones potenciales": es un medio para la actividad social práctica (1993: 21).

Una vez expuestos algunos de los motivos por los que creemos en el papel esencial que deben jugar algunas de las herramientas propias de la investigación cualitativa para el desarrollo de la etnografía contemporánea, pasemos a ejemplificar la aplicación de estas herramientas con un reciente caso práctico. Se trata de la investigación llevada a cabo desde el Centro de Estudios Interculturales del Noreste de la Universidad Regiomontana, investigación denominada "Extranjeros en Monterrey: representaciones y construcción de comunidades y de identidades ciudadanas" y que trata de comprender una parcela del fenómeno migratorio, el cual representa sólo una parcela del amplio fenómeno globalizador.

 

Importancia de la versatilidad de los métodos de investigación etnográfica hoy. Un ejemplo práctico

Como señalábamos al principio de este artículo, el momento histórico en el que se ubica la labor de cualquier ciencia social influye de una manera definitiva en los paradigmas epistemológicos y metodológicos de la misma. En este sentido, parece una realidad incuestionable que el signo de nuestro tiempo viene marcado por la Globalización, entendida ésta como una nueva revolución industrial —que apenas ha comenzado— impulsada por poderosas tecnologías de la información y la comunicación (Appadurai, 2007). De este modo, debemos considerar que estamos viviendo una Era en estado de gestación que ofrece las condiciones que hacen posible el cambio social (o que más bien obligan al cambio).

La influencia de este fenómeno se deja sentir con fuerza en todos los planos de la vida humana: en lo social, en lo cultural, en lo político, en lo económico, en lo demográfico, etcétera. En el terreno de la configuración de identidades sociales y de la construcción de comunidades —terreno esencial para una buena parte de la moderna Antropología Social— es innegable que el dinamismo, la indefinición, el conflicto y la reconstrucción se han visto acelerados e intensificados de una forma a veces dramática.

Fenómenos asociados directamente a la Globalización, tales como las migraciones internacionales o la incontenible circulación de ideas y valores que se dan a través de los modernos medios de comunicación, traen como resultado nuevas lógicas de interacción, la disolución o reconfiguración de antiguos grupos de referencia para el individuo, así como la creación de nuevos grupos. El resultado de estas nuevas dinámicas aparece como elemento de fusión, o por lo menos de confusión, entre la definición de quienes somos "nosotros" y quienes son los "otros". Esta es una de las caras de la moneda del fenómeno, pues tampoco podemos obviar la reacción —temerosa— a este incierto momento histórico que en muchas ocasiones se está traduciendo en un atrincheramiento del individuo en sus antiguos referentes identitarios, como pueden ser la pertenencia a una nación o a una religión.

Ante este panorama de indefinición o, cuando menos, de constante redefinición de las identidades, la Ciencia Antropológica, como cualquier otra institución, debe adecuarse a los valores y al ritmo de su tiempo. Esto significa, entre otras cosas, que los nuevos enfoques metodológicos deben plantearse de tal modo que ofrezcan la flexibilidad y la versatilidad necesarias para tratar de comprender una realidad social cada vez más escurridiza, es decir, que sean capaces de adaptarse a la cada vez más cambiante realidad sociocultural que nos rodea.

Es en este contexto en el que debemos ubicar el caso que vamos a mencionar, ya para finalizar este artículo, como ejemplo actual sobre el que hemos aplicado las dos herramientas metodológicas a las que más nos hemos estado refiriendo anteriormente. Se trata éste de un amplio proyecto de investigación entre cuyos principales objetivos aparece, por un lado, el análisis de la lógica y la forma que adquieren las dinámicas de interacción entre los extranjeros que residen en la ciudad de Monterrey; dinámicas analizadas a tres niveles: intracomunitarias, intercomunitarias y entre la comunidad y la sociedad receptora. Por otra parte, también se ha tratado de analizar el proceso de construcción de estereotipos —seguidos en muchos casos de prejuicios y, finalmente, de conductas discriminatorias— que se da entre estos inmigrantes extranjeros; del mismo modo que en el caso anterior, distinguimos aquí tres niveles de análisis: cómo se autoperciben, cómo creen que son percibidos por el otro —otro "extranjero" u otro "regiomontano"— y cómo perciben al otro —de nuevo, tanto al otro "extranjero" como al otro "regiomontano"—.

En suma, hemos planteado un doble objetivo que coincide plenamente con la afirmación fundamental hecha por Giddens (y ya mencionada en el apartado anterior), según la cual la actividad humana y la intersubjetividad son la substancia básica de la que se alimentan las Ciencias Sociales. En este sentido, en el proceso de elaboración de nuestro diseño de investigación se eligió un método principalmente cualitativo (a través de entrevistas en profundidad y de observación participante). Esta elección fue una consecuencia directa de los objetivos planteados, pues se consideró que así encontraríamos la vía más rica y efectiva para ahondar en cuestiones tan abstractas como las representaciones sociales, los estereotipos y las conductas que generan estas representaciones sociales; conductas que cristalizan finalmente en determinadas redes de interacción social.

Los primeros dos productos emanados de esta investigación, todavía en proceso, representan con claridad esta doble vertiente, de un mismo proyecto y de una misma ciencia. El primero de ellos, el que se mueve en el terreno de la intersubjetividad, es el capítulo titulado Construcción de estereotipos y dinámicas sociales entre inmigrantes extranjeros en el área metropolitana de Monterrey (Doncel, 2011a). El segundo, el que se centra más en los resultados y las lógicas de la acción social, se trata del libro titulado Extranjeros en Monterrey: construcción de comunidades y de identidades ciudadanas. Tipología de comunidades y dinámicas de interacción intracomunitarias (Doncel, 2011b).

Más aún, a través de un mismo trabajo de campo —aunque obviamente con un tratamiento diferenciado de los datos obtenidos— hemos logrado adentrarnos en ambos territorios, logrando finalmente dos productos igualmente diferenciados. Aquí es donde cabe señalar aquellas adaptaciones metodológicas a las que nos referíamos anteriormente. Durante nuestro trabajo de campo se realizaron más de cien entrevistas y se extrajeron abundantes datos fruto de la asistencia y observación de numerosos eventos, públicos y privados, de estas comunidades de extranjeros. Para la elaboración del producto en forma de libro (Doncel, 2011b), todos estos datos fueron tratados sistemáticamente para construir una serie de categorías en las que ubicar a las comunidades objeto de nuestra atención (tipología elaborada en atención principalmente a sus características socio-laborales e históricas), así como para tratar de ubicarlas en una escala que oscila entre mayor grado de cohesión sociocultural interna hasta mayor grado de disolución sociocultural.

Por el contrario, al ocuparnos de las percepciones en el capítulo dedicado a los estereotipos (para explicar sólo al final las acciones), debimos alterar el sistema a partir del cual habíamos estado clasificando los datos recabados. El objetivo principal ahora ya no pasaba por ordenar todo nuestro universo en atención a características objetivas y externas tanto al observador como al observado (se habían considerado en este caso indicadores como ocupación laboral, centros de reunión, existencia de asociaciones, distribución espacial en el territorio urbano, etcétera), sino que ahora debíamos centrarnos en el análisis de contenido y en las subjetividades compartidas de los informantes.

Por ello, los resultados de las entrevistas adquirieron un mayor peso y la calidad de los datos obtenidos en las mismas pasó a imponerse sobre la cantidad de datos "externos" recabados en el conjunto del trabajo de campo. De este modo, se seleccionó a un número reducido de informantes (seis) porque, aún moviéndonos en el terreno de la intersubjetividad, nos interesaba especialmente —para la cuestión de los estereotipos y de las identidades étnicas y/o nacionales— "descubrir la línea discursiva de un mismo informante, los procesos de elaboración cognitivos, afectivos y actitudinales (procesos de orden más psicológico) y las contradicciones y conflictos que surgen en estos procesos" (Doncel, 2011a: 160).

Otra diferencia importante entre ambos productos es que en el primero de ellos (el dedicado a los estereotipos y en el que el sujeto social adquiere mayor protagonismo) tiene una mayor vocación teórica. De hecho, la selección de citas obtenidas de estos seis informantes nos hubo de servir para ejemplificar las posiciones teóricas de diversos antropólogos sociales y psicólogos sociales acerca de la tríada estereotipo-prejuicio-discriminación y de la delimitación de lo que es un grupo étnico. Por otra parte, el hecho de construir un texto interdisciplinar en el que se daba una clara aproximación psicologista obligaba, en cierta forma, a dar mayor protagonismo al sujeto y a sus personales elaboraciones cognitivas.

En definitiva, se presentaron dos productos en muchos sentidos muy diferentes, pero que forman parte de un mismo proyecto de investigación. En uno se primó la importancia de los datos externos al individuo u objetivos y en el otro sus elaboraciones subjetivas. En uno se ofreció un trabajo etnográfico con vocación descriptiva y en otro una reflexión teórica con pretensiones explicativas. No obstante, a pesar de esta doble vertiente surgida en el proceso investigador, no creemos que estemos persiguiendo dos objetivos inconexos, sino que ambos forman parte de una misma explicación holística, pues no podemos entender la acción sin el pensamiento, ni viceversa.

Esta reflexión creo que es extensiva a la situación y polémica planteada a lo largo del presente artículo. La flexibilidad metodológica a la que nos hemos referido más arriba pasa por adaptarse a la comprensión de la construcción social de la realidad desde y hacia el individuo, por lo que no debemos descuidar ninguna de éstas, dos caras de una misma moneda. Cuestión aparte es el peso relativo que se quiera dar a cada una de estas caras o, por otra parte, los instrumentos y los planteamientos metodológicos que elijamos para investigar en cada ocasión.

Ya para terminar, así como para conectar el final del artículo con su comienzo, debemos señalar que el universo de estudio que nos hemos propuesto empezar a conocer pivota entre aquellas comunidades marginales —que tradicionalmente interesaron tan ávidamente a los antropólogos sociales— y entre aquellos que forman parte activa de los centros de poder de nuestras sociedades. Al margen de los criterios que se tuvieron en cuenta para seleccionar la muestra de comunidades (uno de los cuales fue la posición relativa en la estructura socioeconómica de sus integrantes en la sociedad de acogida, lo que arrojó realidades sociales muy dispares), una de las complejidades que arroja el universo de estudio elegido es que oscila entre la marginalidad cultural que otorga invariablemente la condición de migrante y la centralidad, en lo que a poder económico se refiere, para una gran parte de los extranjeros que residen en esta ciudad. En todo caso, esta disyuntiva entre margen y centro constituye una tensión dialéctica clave para el desarrollo de todo ser social, de modo que este juego de posiciones, siempre relativas, seguirá siendo objeto de preocupación para el antropólogo social.

 

Conclusión

Hasta aquí hemos repasado algunos de los que consideremos elementos esenciales para la comprensión de la forma en que una disciplina científica (la Etnografía, entendida como inseparable compañera de la Antropología Social) evoluciona. Básicamente hemos realizado un rápido repaso del desarrollo de la Antropología Social y del trabajo del etnógrafo atendiendo a tres niveles de análisis: el histórico o contextual, el epistemológico y el metodológico. Estos constituyen tres niveles íntimamente interconectados, de modo que no podemos comprender ninguno de ellos sin percatarnos de la influencia que recibe de y que ejerce sobre los restantes niveles.

Así, en cuanto al nivel histórico, hemos señalado la importancia decisiva que en su momento tuvieron los imperios coloniales para explicar la forma y el contenido de la recién nacida Antropología Social, así como a las consecuencias de esto sobre la forma de entender la Etnografía. Del mismo modo, el factor histórico que el antropólogo o el etnógrafo de hoy en día no puede obviar en su trabajo —tanto teórico como empírico— es el referido a la Globalización. Estos son factores explicativos que nos pueden ayudar a entender el porqué del desplazamiento del objeto de interés antropológico desde sociedades lejanas a la propia hacia parcelas de nuestra realidad cada vez más cercanas; del mismo modo, este paulatino acercamiento a nosotros mismos se convierte en un camino hacia una concepción unitaria del hombre, contra posturas científicas más etnocéntricas y, seguramente, hacia un mayor relativismo cultural.

Íntimamente relacionado con esta progresiva preocupación por lo propio, aparece la evolución epistemológica que traslada el foco de atención desde el objeto hacia el sujeto, desde las posiciones etic hacia las posiciones emic, desde la concepción del individuo como agente pasivo —moldeado unilateralmente por su contexto sociocultural— hacia el actor social con capacidad performativa y creador de significados como vehículos para la construcción sociocultural.3

Por último, las transformaciones o adaptaciones que a nivel metodológico ha tenido que abordar la Etnografía han sido consideradas como una respuesta directa a las nuevas demandas epistemológicas de una ciencia antropológica que debe cambiar al mismo ritmo que lo hacen las sociedades que pretende estudiar. Más concretamente, han sido de especial utilidad los conceptos relativos a la perspectiva empática (Geertz, 2005) y a la acción humana e intersubjetividad, entendidos estos últimos como materia básica con las que debe trabajar el científico social (Giddens, 1993). Su utilidad ha radicado en su aplicación a las dos principales herramientas etnográficas de las que nos hemos ocupado aquí: la entrevista en profundidad y la observación participante.

Así, con la observación participante podemos cumplir con las exigencias de la mencionada perspectiva empática y adentrarnos en el terreno de la acción humana, pero no desprovista de significación dada por el actor; problema éste que sí plantea la observación directa. Si a través de la observación participante podemos acceder a analizar actividad humana —explicada y significada por el propio actor social—, a través de la entrevista podremos acceder, a través del lenguaje, a las zonas de intersubjetividad del colectivo humano o referidas al fenómeno que observamos.

En suma, la actividad y la intersubjetividad constituyen dos áreas que, lejos de estar incomunicadas, forman parte de la totalidad del hecho social, del mismo modo que las dos herramientas metodológicas mencionadas aparecen como perfectamente compatibles y prácticas para lograr explicar este continuum. Esta compatibilidad o complementariedad radica, en último término, en su capacidad para contrastar y validar lo que el actor dice con lo que el actor hace. Por otra parte, a través del caso utilizado para ejemplificar todo esto, hemos podido comprobar cómo la preferencia en el uso de una u otra herramienta dependerá de los objetivos y del posicionamiento teórico del investigador.

 

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Notas

1 Este estudio forma parte del proyecto de investigación titulado "Dinámicas de interacción, integración y conflicto de las comunidades de extranjeros en Monterrey", financiado por CONACyT en su convocatoria de 2009 de Investigación Básica SEP-CONACyT, Modalidad Joven Investigador (J2), dirigido por el Dr. Juan Antonio Doncel de la Colina.

2 A medio camino entre ésta y aquella podemos ubicar la segunda herramienta básica para hacer etnografía hoy: la observación participante.

3 Este último punto conecta directamente con algunos de los acontecimientos que estamos viviendo hoy en día, acontecimientos históricos como las revoluciones árabes o los movimientos antiglobalización; movimientos, curiosamente, que sólo son posibles gracias al fenómeno contra el que se definen.

 

Información sobre el autor:

Juan Antonio Doncel de la Colina. Doctor en Antropología Social y Licenciado en Sociología. Profesor de la Universidad Regiomontana (Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Maestro distinguido e investigador en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Regiomontana. Correo electrónico: jdoncel@yahoo.es.

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