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Andamios

On-line version ISSN 2594-1917Print version ISSN 1870-0063

Andamios vol.9 n.18 Ciudad de México Jan./Apr. 2012

 

Reseñas

 

Cuauhtémoc Cárdenas: sobre sus pasos

 

Rhina Roux*

 

Cárdenas Solórzano, C. (2010), Sobre mis pasos, México: Aguilar

 

* Doctora en Ciencia Política. Profesora-investigadora de la UAM-Xochimilco. Autora de: (2005), El Príncipe mexicano. Subalternidad, historia y Estado, México: Ediciones Era.

 

Reconstruir un trozo de su vida, exponiendo las raíces y razones de su actuar, ideas y convicciones, es la intención del libro de Cuauhtémoc Cárdenas, Sobre mis pasos. No se trata, precisa su autor, de una autobiografía: no se propone reconstruir la vida íntima, personal y familiar de quien escribe, aunque los sentimientos y afectos afloren inevitablemente en su relato. Madurado en diez años, Sobre mis pasos está más bien armado como narración de una vida pública: una reconstrucción personal y documentada de su pensar, su sentir y su hacer en el último medio siglo.

Desde sus recuerdos sobre la disidencia electoral henriquista en 1952 hasta la elección presidencial de 2006, Sobre mis pasos repasa así la participación de Cárdenas en acontecimientos de la vida política nacional y regional: su presencia en la protesta universitaria de 1954 por el golpe de Estado en Guatemala, la actividad profesional en el proyecto regional de la Cuenca del Rio Balsas, su descubrimiento de la Revolución cubana triunfante, la organización del Movimiento de Liberación Nacional, su vivencia del movimiento estudiantil de 1968, la gubernatura de Michoacán, su enfrentamiento con el régimen y la ruptura con el PRI, su candidatura presidencial y la crisis política de 1988, la fundación del Partido de la Revolución Democrática, los años del salinismo, la campaña presidencial de 1994, sus encuentros y desencuentros con el zapatismo, su experiencia en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México y la campaña presidencial del 2000.

Dos apéndices, incorporados a modo de claves para introducir al lector en una vida y un pensamiento, completan el volumen: el testamento político de su padre, escrito con ocasión del sexagésimo aniversario de la Revolución mexicana, y una breve cronología biográfica que ubica en el tiempo su trayectoria personal, profesional y política.

¿Qué llevó a este hombre a dedicar diez años de su vida a reconstruir sus pasos, exponiendo públicamente experiencias, ideas y razones? Quizá la respuesta no esté en la coyuntura, la polémica personal o los avatares cotidianos de la política, sino en esos resortes vitales que lo llevaron, cuarenta años atrás, a recolectar y ordenar, para su publicación, las notas y apuntes personales que su padre, el general Lázaro Cárdenas, había ido acumulando durante casi sesenta años en cuadernos y a veces en hojas sueltas: desde sus primeros días como militar revolucionario en 1911, hasta sus últimas notas, escritas pocos días antes de su muerte, el 19 de octubre de 1970. El producto de aquel trabajo apareció en 1972 como Apuntes, bajo el sello de la UNAM, dirigida entonces por el rector Pablo González Casanova.

Cuarenta años después, en el centenario de la Revolución mexicana, el hijo del general expone bajo la forma de libro una narración de su propia participación, como protagonista u observador, en un trozo de la historia mexicana. Recuerdos, experiencias, notas escritas al calor de los acontecimientos, anécdotas, sentimientos, ideas, reflexiones y discursos van tejiendo así, a lo largo de 18 capítulos, la trama de una vida pública en que se va revelando, al mismo tiempo, el paisaje de toda una época.

Una presencia recorre el libro a lo largo de sus páginas: la huella del padre. Esa figura no explica todo, pero ayuda a iluminar y comprender el ser y el hacer de este hombre. Esa influencia no se aprendió en los libros de historia o en la revisión de posiciones doctrinarias. Se fue conformando en la experiencia, en la observación de actitudes y en la convivencia cotidiana: esas que en la vida de cualquier ser humano van modelando la educación sentimental y moral, nutriendo la personalidad, las convicciones y hasta los rasgos de carácter.

De aquella experiencia vital destacan en su relato los viajes, dentro y fuera del país, acompañando a su padre.

"En abril de 1957, pocas semanas después de obtener mi título de ingeniero civil, realizó mi padre una visita a la Tribu Yaqui. En Vicam se encontró por primera vez, después de muchos años de no haber visitado la región, con un grupo numeroso de integrantes de la Tribu y sus autoridades tradicionales", escribió Cárdenas rememorando uno de aquellos viajes en que el general Cárdenas, después del reparto agrario de 1937, se rencontró con el ancestral pueblo rebelde:

En esa nueva visita a Sonora se encontró con un grupo empobrecido, explotado por intervenciones e intromisiones distintas de funcionarios federales y estatales. Seguramente los recuerdos de su actuación en la zona durante la Revolución, las disposiciones que tomó desde la presidencia a favor de la Tribu, desvirtuadas por los regímenes posteriores, y mil recuerdos más, hicieron que cuando se vio frente a los yaquis, a los que sentía como parte de sí mismo, lo llenaran de dolor y por unos momentos se le cerró la garganta y se le rasaron los ojos. Eso constituyó una de las impresiones más fuertes que yo haya recibido de él, quien como nadie sabía controlar sus emociones. Por largo rato sentí un apretado nudo en la garganta (p. 37).

Quedó también en su recuerdo el encuentro con la Revolución cubana recién triunfante cuando, en julio de 1959, visitó Cuba acompañando a su padre, invitado a los festejos de la Revolución. Y quedó también registrada en su memoria, en los días de una estancia de trabajo en París, la imagen impresa de su padre, trepado en el toldo de un auto en pleno Zócalo de la ciudad de México, hablando a los universitarios que protestaban contra la invasión norteamericana de Cuba. Sobre aquella experiencia, cargada de significados, Cárdenas relata:

Al llegar a México se estaban dando los últimos combates que culminaron con la derrota de la invasión de Bahía de Cochinos. Me enteré, también, de las muchas vicisitudes por las que mi padre había pasado tratando de ir a Cuba, a solidarizarse activamente en la defensa de la soberanía e integridad de aquel país, que el gobierno mexicano impidió de manera absoluta, al cancelar los vuelos comerciales y al prohibir la salida hacia Cuba de aviones privados. Por otro lado, en las pláticas en casa sobre los acontecimientos de esos días, supe, en relación con la foto que había visto en el periódico de París, que un grupo de jóvenes universitarios había invitado a la manifestación que programaban terminar en el Zócalo y que mi padre, por su lado, había recibido información de que el gobierno pretendía impedirla haciendo uso de la violencia contra los manifestantes. Esto último, estoy cierto, fue definitivo para que mi padre asistiera en esa ocasión al Zócalo. Habló, como vi en la fotografía de la prensa francesa, desde el capacete de un auto, sin micrófono, ante una multitud sentada en el piso, que en absoluto silencio lo escuchó con gran atención. Me contaron amigos que asistieron, que fue un acto impresionante, profundamente impactante, que mostró la gran solidaridad de los sectores progresistas de México y sobre todo de los jóvenes con la Revolución entonces naciente (pp. 54-55).

La lectura de las notas personales del general significaría sin embargo un redescubrimiento del padre ya ausente. Sobre aquella experiencia, el hijo del general, con emoción y respeto, rememora:

Empezar a leer, adentrarme en sus escritos, poner en ellos mi atención y hacer de ellos mi lectura principal por alrededor de un año, fue una experiencia extraordinaria y maravillosa. Conocía muy de cerca a mi padre, su forma de ser, de reaccionar ante circunstancias determinadas, había convivido con él en casa, a solas y acompañado, en visitas que hacía a algunas personas o a ciertos sitios, en innumerables viajes, pero nunca imaginé la riqueza que me daría leer sus apuntes. A través de sus escritos encontré su amor e identidad con mi madre, su cuidado al relatar las impresiones de alguna persona o algún acontecimiento para no herir sentimientos y menos prestigios; la firmeza de sus ideas y convicciones, las explicaciones de por qué se habían dado acercamientos y distanciamientos o rupturas, lo encontré tal como él era, como lo conocía, pero reafirmando ante mí sus cualidades y valores, su humanismo y su grandeza (pp. 120-121).

Una corriente de ideas conformadora del Estado mexicano va dibujándose así claramente como herencia a lo largo de las páginas. Ese ideario, nutrido en la intensa actividad material e intelectual de la Revolución mexicana y en las luchas de los años veinte y treinta (en las resistencias de las comunidades agrarias, la organización sindical, la disputa por el petróleo y el apoyo a la República española), permite comprender las razones y sentimientos de quien escribe. Cuando el tiempo maduró, ese ideario embonó con un imaginario popular conformado en la experiencia y en la historia, creando un lenguaje común de protesta y rebelión.

La ruptura cardenista de 1988 fue el punto de quiebre y de no retorno del régimen político posrevolucionario. Aquella ruptura, producida en la cresta de una oleada de movilización social (el terremoto de 1985, la huelga magisterial, el movimiento estudiantil de 1987), abrió una crisis profunda del régimen. Recuperando el ideario de la Revolución mexicana, el hijo del general se propuso entonces emprender un viraje en la conducción estatal apelando a la democratización del pri, entendida como la apertura a sus militantes del proceso de designación del candidato presidencial. Desafió así una de las reglas no escritas de reproducción del poder estatal y de reproducción de la élite gobernante: la subordinación del partido oficial a la designación presidencial de su sucesor. Esa fue la forma sencilla, pero profunda, en que apareció en la superficie la crisis de la relación estatal mexicana.

A lo largo de tres capítulos, Cárdenas reconstruye aquellos días exponiendo hechos, razones, sentimientos y reflexiones: desde la gestación de la Corriente Democrática en 1986 hasta las evidencias del fraude electoral, pasando por su enfrentamiento con la burocracia estatal, el laborioso camino de construcción del Frente Democrático Nacional y sus recorridos por el país durante la campaña electoral, desmontando de paso aquella interpretación que vio en el movimiento cardenista un fenómeno arcaico, nostálgico y acotado regionalmente a ciertas zonas de la geografía nacional.

Un diálogo implícito se fue creando en la campaña electoral, poniendo en conexión las ideas y visiones del dirigente con la memoria, la experiencia y la imagen de futuro de la multitud. Así se fue conformando el discurso propio y novedoso de aquella insubordinación nacional, viejo y nuevo a la vez y por todos compartido. De esta conexión, inasible para otras miradas, escribió Cárdenas al describir su encuentro con los habitantes de La Laguna:

Mucho hubo, en la respuesta de la región, de gratitud hacia mi padre, pero en esta ocasión había algo más. Si bien su recuerdo estaba por encima de cualquier otro sentimiento, lo que se reflejaba no sólo en las expresiones de cariño sino también en las posiciones políticas firmes y de avanzada, la contundencia y la fuerza de los actos, la alegría y la esperanza de un cambio y la decisión evidente de luchar mostraban una diferencia cualitativa en la participación de la gente en la campaña.

Al dejar La Laguna iba yo con la convicción íntima de que la candidatura había calado hondo en las conciencias y la seguí encontrando en la intensa participación que se empezó a manifestar en otras partes, en las que no existían los antecedentes políticos de la Comarca Lagunera (pp. 227-228).

El desbordado mitin en Ciudad Universitaria, el 26 de mayo de 1988, confirmó aquella intuición.

En el imaginario colectivo lo que se expresaba era en realidad un doble movimiento: de recuperación del pasado cardenista, sí, pero a la vez de ruptura con las prácticas propias de la "revolución institucionalizada": la crítica a la antidemocracia, al fraude electoral y la corrupción; un cuestionamiento embrionario del corporativismo expresado en un rechazo al acarreo y a la coacción para votar a favor del PRI y al hostigamiento que significaba estar en la oposición y, por último, un rechazo al clientelismo como norma de funcionamiento de las organizaciones sociales ligadas al aparato estatal.1

A más de veinte años de distancia, Cuauhtémoc Cárdenas no sólo reconstruye la crónica de aquellas jornadas. Expone también las razones y circunstancias de un dirigente político en momentos de decisiones cruciales: una de ellas, considerando la débil estructura organizativa del movimiento y la ausencia de señales de inconformidad en las fuerzas armadas, la de no abandonar la vía constitucional de la protesta, ante la consumación del fraude y la usurpación del mando estatal.

La insubordinación electoral de 1988 no logró contener la destrucción de los lazos protectores arrancados por la Revolución mexicana y consagrados en su texto constitucional: la desaparición jurídica del ejido, el desmantelamiento de contratos colectivos de trabajo, la integración subordinada a Estados Unidos, el desmantelamiento de la estructura productiva estatal y el despojo de los bienes naturales como patrimonio común del pueblo mexicano. Empujó en cambio la mutación del régimen político, cuyo engranaje metalegal había funcionado sin alteraciones durante casi cincuenta años. El socavamiento del monopolio estatal de las gubernaturas iniciado en 1989, la pérdida de la mayoría priísta en la Cámara de Diputados en las elecciones de 1997, la elección de Cárdenas como Jefe de Gobierno de la ciudad de México, la conformación de un nuevo sistema de partidos políticos y la alternancia presidencial en 2000 fueron acontecimientos que confirmaron que la ruptura cardenista de 1988 no sólo había significado una disputa interna del pri, sino el anuncio de un cambio de época.

"El 12 de diciembre de 2008, a las 11:25 de la mañana, falleció mi madre", escribió Cárdenas en su capítulo final: "Fue un golpe duro, muy duro. Un hueco, sentimientos que se remueven cada vez que se hace un recuerdo cariñoso de ella. Fueron penosos sus últimos días, en los que se fue apagando poco a poco, sin perder la lucidez. Su recuerdo cariñoso y el ejemplo de su vida estarán siempre presentes en mí". Aparece entonces la voz del nieto, el Cuate, dibujando el retrato de su abuela, doña Amalia:

Por la memoria de Amalia, que es magia pura y buena, he podido estar presente aquel 3 de junio de 1928 en que un joven general la vio por primera vez en Tacámbaro [...] Su magia me llevó con ella a tantos y tan distintos lugares que me ha permitido verla poniendo a mi padre recién nacido dentro de la caja de un abrigo mientras llegaba su primera cuna. La acompañé en la casa mientras mi abuelo tomaba posesión en el Estadio Nacional y juntos visitamos a la viuda de Leon Trotsky quien la recibió siempre con flores. La vi sonriente, feliz y conmovida en Bellas Artes, aquel martes 12 de abril de 1938 en el que miles de personas comenzaron a llegar hasta ella para contribuir con el pago de las deudas que generó la expropiación petrolera.

Su magia me ha dejado verla solidaria lo mismo con los ferrocarrileros que con los electricistas de Galván, triste por la muerte de Genaro Vázquez Rojas e indignada por el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia. Por su magia viví la emoción del triunfo de la Revolución cubana y la vi enojada por la irrupción del ejército en la Universidad Michoacana en 1966 y marchar silenciosa en 1968.

A partir de mediados de los años setenta lo de ella ha seguido siendo magia y lo mío es simple memoria. Vietnam, Chile, Nicaragua, el 88, Chiapas, en fin, innumerables lugares y acontecimientos donde ha estado presente siempre defendiendo sus principios y cuidando y perpetuando el legado del hombre con el que compartió gran parte de su vida y sus anhelos, Lázaro Cárdenas.

¿Qué sigue?, se plantea Cuauhtémoc Cárdenas a modo de interrogante en las últimas páginas.

La nueva expansión universal del reino de la mercancía terminó de destruir los fundamentos materiales, jurídicos y culturales de una relación estatal tejida en la experiencia y la mentalidad de los seres humanos antes que en los textos escritos. En su lugar no asoma, sin embargo, una República de ciudadanos autónomos regida por el gobierno impersonal de la ley, sino la desintegración del mando estatal y el desmoronamiento del andamiaje en que se sostenía la unidad política. Desamparo, impunidad, migraciones bíblicas, la fragmentación del territorio nacional en múltiples señoríos regionales controlados por caciques y bandas del narcotráfico y una espiral de violencia descontrolada se apoderan entonces de la escena.

En medio de la catástrofe, Cárdenas propone no la restauración de un pasado que se ha ido para siempre, excepto como herencia común de todos nosotros. Propone más bien, en este nuevo tiempo, imaginar la recuperación de las antiguas reglas protectoras del mundo humano en la modernidad de la ciudadanía y los derechos universales: democracia participativa (y no sólo electoral), estado de derecho, el rescate de la soberanía, la integración latinoamericana, la recuperación de la ética en la conducción política.

Largos e insospechados serán los senderos que nos permitan salir del Diluvio y construir una República fundada en la libertad, la fraternidad y la justicia. Pero es condición humana que aquí, como en la historia acumulada en generaciones pasadas, la experiencia cardenista no quede perdida.

 

Nota

1 Una lectura complementaria del relato de Cárdenas, reveladora del ánimo y del imaginario que rodearon la campaña electoral de 1988, es la de los cientos de cartas entregadas en mano al candidato durante su campaña por todo el país: un memorial de sentimientos y agravios ordenado y clasificado en: Gilly A. (coord.) (1989), Cartas a Cuauhtémoc Cárdenas, México: Era.

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