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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.8 no.17 Ciudad de México sep./dic. 2011

 

Artículos

 

Escritos urgentes. Nikos Poulantzas y el eurocomunismo de izquierda*

 

Paula Abal Medina**

 

** Doctora en Ciencias Sociales, Universidad Nacional General Sarmiento (UNGS), Argentina. Investigadora y docente, Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES)-CONICET, y Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Correo electrónico: paulaabalmedina@gmail.com

 

Fecha de recepción: 22 de octubre de 2008
Fecha de aceptación: 6 de agosto de 2009

 

Resumen

El presente artículo ensaya dos recorridos para analizar la productividad teórica y política del último libro del pensador greco-francés Nikos Poulantzas. En el primero, se reflexiona sobre su propuesta de articulación de socialismo y democracia. En este marco se enfoca la singularidad poulantziana pero situada históricamente en lo que se denominó el eurocomunismo. El segundo recorrido, analiza la influencia foucaultiana en su perspectiva relacional y su abordaje del poder. Aquí se trata de preocupaciones que se inscriben en "el 68" en tanto momento de visibilización de otros sujetos, espacios y resistencias sociales. A propósito de dicha influencia también se destaca la que se considera distancia irreductible entre ambos autores que se vincula con la ponderación que cada uno otorga a la lucha de clases.

Palabras clave: Eurocomunismo, democracia representativa, democracia participativa, movimiento obrero, movimientos sociales.

 

Abstract

This article essays two pathways to analyze theoretical and political productivity of the last book of the Greek-French philosopher Nikos Poulantzas. In the first one, reflecting on his proposal about the articulation between socialism and democracy. In this frame, we emphasize the uniqueness of the author but historically located in what is called Eurocommunism. The second route analyzes the influence of Foucault in Poulantzas' relational perspective and his approach to power. This time his concerns fall under 68' event as a moment of visibilization of other subjects, spaces and social resistances. About this influence it is also stressed the irreducible —in my opinion— distance between the two authors, linked to the weighting that each one grants to the class struggle.

Key words: Eurocommunism, representative democracy, participative democracy, labour movement, social movements.

 

INTRODUCCIÓN

Estado, poder y socialismo,1 de Nikos Poulantzas se publicó en 1978, justo un año antes de su muerte en Francia. La escritura es de urgencia como lo advierte su propio autor en las primeras páginas: "la urgencia que se encuentra en el origen de este texto concierne, ante todo, a la situación política en Europa" (Poulantzas, 1980: 1).

Afirmaba además que es esa temporalidad específica de los setenta la que impide a la teoría quedarse en su torre de marfil; si nunca, "hoy menos que nunca" (1980: 1). Se trata de apurar la teoría para un tiempo —político y subjetivo— sin tiempo.

La larga década de luchas sociales iniciada en los sesenta es la cadencia específica de su época de mayor producción teórica; la que abarcó procesos tan heterogéneos y sustantivos como el movimiento de liberación afroamericano, la revolución cubana, el movimiento hippie, el mayo francés, el otoño caliente italiano, las luchas estudiantiles, los diversos movimientos de liberación nacional y de lucha contra la colonización.

Pero EPS está escrito también en la víspera de un rotundo cambio de época; cuando se gestaba el neoliberalismo como proyecto de "destracción metódica de los colectivos" (Bourdieu, 1998), como respuesta política de las clases dominantes globales para disciplinar y restaurar, como lo afirma David Harvey, los parámetros de explotación luego del ciclo de luchas que tuvo lugar en los sesenta y setenta.

Fechar un proceso histórico es siempre arbitrario, sin embargo el período que va de 1978 a 1980 suele ser considerado, en la literatura europea, como un punto de inflexión, mencionándose la drástica transformación de la política monetaria de los Estados Unidos definida por Paul Volcker en julio de 1979; el triunfo de Margaret Thatcher en Inglaterra, y en 1980, el de Ronald Reagan en Estados Unidos; incluso los primeros pasos hacia la liberalización económica en China. En América latina, el neoliberalismo había emergido unos cuantos años antes con terrorismo de Estado: tal es el caso de Pinochet en Chile y Videla en Argentina.

Posiblemente es su condición desesperada la cualidad más distintiva del contexto de producción de EPS; un libro muy alejado del "abstraccionismo" por el que fuera criticado su autor años antes, ahora fusionado con su realidad histórica y, también, vislumbrando el ocaso. Escrito en la víspera de lo que Macciocchi llamó "la disolución de las escuelas" para ilustrar el transcurrir del mundo académico francés en el inicio de una década de profunda deslegitimación del marxismo como teoría social y filosofía de la praxis:2 "El 1980 fue el año de las Universidades Derribadas, de las Escuelas Pulverizadas. De los libros mezclados con escombros y ladrillos [...]" (Macciocchi, 1987: 474).3 Pero todo había comenzado, en realidad, en octubre de 1979, con el suicidio de Nikos Poulantzas:

Nikos, cuarenta y tres años, griego, escapado del régimen de los coroneles, convertido en el alumno predilecto de Althusser, después filósofo marxista y estudioso del Estado Moderno [...]. Nikos era joven, robusto, de alto cuerpo estatuario, y, sin embargo, había sido el primero en quebrantarse bajo el destino de derrota, que él enlazaba con la descomposición de la Union de la Gauche [...]. Había vivido de forma dolorosa el declive de una esperanza política que coincidía con la destrucción del mundo al que pertenecía (Macciocchi, 1987: 476-477).

El presente artículo ensaya dos recorridos para desembocar en unas reflexiones finales que intentan rescatar la actualidad de los debates de una época signada por el carácter revelador que acompaña a las temporalidades urgentes. Historia, política y teoría —sus intersecciones y colisiones— son abordados en ambos recorridos del siguiente modo: en el primero, reflexionando sobre la complejidad política y conceptual contenida en la propuesta de articulación de socialismo y democracia. En este marco me centro en la singularidad poulantziana pero situada históricamente en lo que se denominó el eurocomunismo. El segundo recorrido, analiza el sentido del desplazamiento del autor greco-francés en EPS para reflexionar sobre la influencia foucaultiana en su perspectiva relacional y su abordaje del poder. Esta vez se trata de preocupaciones que inscribo en los confines de los sesenta en tanto momentos de visibilización de otros sujetos, espacios, luchas y resistencias. A propósito del desplazamiento también destacamos la que a mi entender es la distancia irreductible entre ambos autores que se vincula con la ponderación que cada uno otorga a la lucha de clases.

 

EL EUROCOMUNISMO Y LA PROPUESTA DE SOCIALISMO DEMOCRÁTICO DE NIKOS POULANTZAS

El desarrollo de la política de izquierda
amenaza con socavar las relaciones
que conciernen a la seguridad y
a las políticas de defensa sobre las que
ha sido edificada la Alianza (atlántica).
Y ese desarrollo no dejará de afectar
a las relaciones entre Europa occidental
y los Estados Unidos.
En Italia, España y Portugal, y tal vez en
Francia, asistimos al crecimiento de la influencia
de los partidos comunistas, y nos planteamos
la cuestión de saber qué hacer...

Declaraciones de Henry Kissinger, diciembre de 1975

 

La temporalidad específica de Estado, poder y socialismo no puede comprenderse sin referir a los debates políticos y conceptuales que en los setenta proliferaron en especial en la Europa latina —bajo el nombre de eurocomunismo— entre dirigentes e intelectuales de los partidos comunistas. El epígrafe pretende ilustrar la influencia que estas experiencias y debates tuvieron entonces pese a su corta vida y su derrota política palpable en la virulencia que contenía el neoliberalismo como específico histórico del capitalismo global ya a principios de la década de 1980. Como afirmara Hobsbawm: "La situación de la izquierda en Europa es en la actualidad tan poco alentadora que es conveniente comenzar recordando los logros esenciales que tiene en su haber desde principios de la década de 1970" (Hobsbawm, 1983: 2).

La reflexión más desarrollada de Poulantzas sobre esos debates se encuentra contenida en aquel libro bajo el encabezado "Hacia un socialismo democrático". Es, sin duda, la articulación del socialismo y la democracia el desafío que protagoniza el debate de la izquierda europea en aquel entonces. Esa articulación es problemática, es compleja, puede adquirir múltiples formas; sin embargo, es para muchos exponentes del eurocomunismo, imperativa, y ello se origina en la crítica desencadenada a los rasgos burocrático-autoritarios del modelo soviético.

En esta sintonía recupero la afirmación poulantziana:

[E]l socialismo será democrático o no será tal [...] lo que es más: ser optimista en lo que respecta a la vía democrática al socialismo no equivale a considerarla como una vía regia, fácil y sin riesgos. Los riesgos existen, pero hasta cierto punto desplazados: como máximo, los riesgos serían que nos encaminásemos hacia los campos y las matanzas, siendo ya sus víctimas designadas. A esto respondería que, riesgo por riesgo, es preferible esto de todas formas que matar a los demás para terminar nosotros mismos bajo la guillotina de un Comité de Salvación Pública o de cualquier dictador del proletariado (Poulantzas, 1980: 326. Cursivas mías).

Las marcas subjetivas tan patentes en la cita recién transcrita se reiteran entre muchos/as dirigentes de los partidos comunistas europeos en sus diversas declaraciones e intervenciones políticas, también en las producciones de carácter más académico.

La coyuntura desencadenada a partir de 1956 entremezcla miméticamente vidas personales, trayectorias políticas e intelectuales. Autocríticas, relatos biográficos, el uso de la primera persona del singular protagonizan las diversas escrituras. En su libro, La crisis del movimiento comunista, Fernando Claudín narra:

El año [19]56 fue para mí, como para tantos otros comunistas, el comienzo de la ruptura con una confortable y optimista representación del Estado y las perspectivas de nuestro movimiento [.]. Las revelaciones del "informe secreto" de Jruschev y las sublevaciones de los proletarios e intelectuales húngaros y polacos contra el sistema estaliniano destruyeron de golpe esa representación confortable y optimista. Y sobre sus ruinas se alzaron inquietantes signos de interrogación. Entre ellos, uno que englobaba todos los demás: ¿Qué marxismo era el nuestro —en su doble vertiente teórica y práctica— que en lugar de servirnos para descifrar la realidad nos la ocultaba y mistificaba? En mi caso, la respuesta a este interrogante capital fue abriéndose paso a través de un largo y penoso ajuste de cuentas con veinticinco años de educación estaliniana, y de sucesivos conflictos en el seno de la dirección del Partido Comunista de España (a la cual pertenecía desde 1947) (Claudín, 1978: 5-6).

En primer lugar, se puede decir que el eurocomunismo nace de la frustración soviética. Es ésta la referencia, a veces silenciosa, en general audible, de todas sus formulaciones. En segundo lugar, es también importante destacar que el proceso de desestalinización al que me referí antes no es sencillo, lineal ni unívoco; la dependencia de los partidos comunistas europeos con el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) era (como resulta evidente en el testimonio de Claudín) demasiado potente; por lo tanto ese proceso es más bien oscilante y contradictorio; motivo por el cual Claudín decide abandonar el Partido Comunista Español denunciando que "el eurocomunismo existe pero conserva muchos cordones umbilicales con el estalinismo". En tercer lugar, quisiera destacar que, a medida que maduraban y se precisaban las formulaciones sobre lo que debía ser el eurocomunismo, también las experiencias de las socialdemocracias exigían nuevos esfuerzos de diferenciación. El énfasis en la democracia, surgido de la contraposición con el estalinismo, tenía un efecto indeseado, en especial para el ala izquierda del eurocomunismo y acarreaba el peligro de adaptación al sistema capitalista.

La dilemática específica del eurocomunismo se inscribe en la tenue alternativa de cómo alejarse de una experiencia histórica —el estatismo autoritario soviético— sin dirigirse hacia otra tanto o más repudiada histórica e ideológicamente, la socialdemocracia. La una, porque había clausurado un horizonte democrático; la otra, porque había claudicado al proyecto revolucionario.

Ahora bien, ¿qué significó el replanteamiento de esa articulación (entre socialismo y democracia) para los eurocomunistas, y más específicamente para Poulantzas?, ¿cuáles son los principales contenidos de sus debates?, ¿cómo se replantea la concepción misma de democracia para que se vuelva compatible con el proyecto socialista? Los principales debates de los eurocomunistas se concentran en tres núcleos sustantivos: 1) la forma de concebir la democracia; sus posibilidades de articulación con el socialismo; 2) la temporalidad de la transición al socialismo, y 3) los sujetos del proyecto de transformación social.

Si los dos primeros núcleos son consecuencia de los diversos posicionamientos frente al dilema estalinismo-socialdemocracia, el último se vincula con las particularidades del desarrollo capitalista en Europa como consecuencia de la transformación de la composición de clase y la emergencia de nuevos movimientos sociales. En el presente apartado me referiré centralmente al primer núcleo, aunque aludiré al segundo vinculado con la temporalidad de la transición. El tercero será abordado más adelante a propósito del diálogo-discusión entre Poulantzas y Michel Foucault. En lo que sigue intentaré acercar elementos a los interrogantes referidos, singularizando la tonalidad de la propuesta política de Poulantzas en el marco del debate eurocomunista y la vía democrática de transición al socialismo.

La concepción de democracia es posiblemente el tema más controvertido y neurálgico del eurocomunismo. Las divergencias sobre las formas de reelaborar dicha concepción son, sin duda, importantes. Coincido con quienes advierten la existencia de un ala derecha o comunismo liberal y un ala izquierda entre los eurocomunistas.4 Quizás es conveniente destacar antes de avanzar en este análisis que aquí rescato lo que se puede definir como el momento gestacional del eurocomunismo, aquél que planteaba interrogantes y problemas, dirimía una alternativa a lo existente. Su devenir lo acercó más a una experiencia frustrada en la cual predominó un simple e incuestionado aggiornamiento ante las democracias burguesas.

Ahora bien, focalizando esos momentos iniciales, la principal tesis sería la siguiente: la democracia histórica vigente en las sociedades europeas no debe ser concebida como democracia burguesa, sino que la misma es la resultante de la lucha de clases y, por ello, hasta cierto punto es también el producto de las luchas y las conquistas de los sectores subalternos. Por este motivo, lejos de las formulaciones leninistas5 que enfrentaban revolución con democracia representativa —sintetizada, por ejemplo, en la ilustrativa consigna política formulada por Lenin: "papeleta electoral o fusil"— los eurocomunistas retomaron las posiciones de Rosa Luxemburgo en su análisis crítico de la revolución rusa:

"Como marxistas nunca fuimos fanáticos de la democracia formal", escribe Trotski [...]. Que nosotros no fuimos nunca fanáticos de la democracia formal, sólo significa lo siguiente: siempre hemos distinguido el núcleo social de la forma política de la democracia burguesa, siempre supimos ver la amarga semilla de la desigualdad y de la sujeción social que se oculta dentro de la dulce cáscara de la igualdad y la libertad formales no para rechazarla, sino para incitar a la clase obrera a no limitarse a la envoltura, a conquistar antes el poder político para llenarlo con un nuevo contenido social. La tarea histórica del proletariado, una vez llegado al poder, es crear, en lugar de la democracia burguesa, la democracia socialista, y no abolir toda democracia (Luxemburgo, 1977: 54. Cursivas de la autora).

Se me permitirá una breve digresión al hilo argumental que sostengo con el sólo objeto de aclarar el sentido del fragmento citado. El mismo no es una crítica descalificatoria de la revolución de octubre; por el contrario, partiendo de una reivindicación de dicho acontecimiento Luxemburgo intenta visibilizar sus límites y tensiones, vinculados con la Primera Guerra Mundial, la ocupación alemana y la realidad económica y social rusa:

[...] sería pretender cosas sobrehumanas de Lenin y sus compañeros exigirles, en tales circunstancias, que sepan crear como por encanto la mejor de las democracias, la más ejemplar de las dictaduras proletarias y una economía socialista floreciente. Con su decidida actitud revolucionaria, su energía ejemplar y su fidelidad escrupulosa al socialismo internacional ellos hicieron verdaderamente cuanto podía hacerse en una situación tan diabólicamente difícil. El peligro comienza en el momento en que, haciendo de la necesidad virtud, cristalizan en teoría la táctica a la que se vieron arrastrados por estas fatales circunstancias (Luxemburgo, 1977: 56).

Resulta sí interesante destacar la revalorización del pensamiento de Rosa Luxemburgo entre los eurocomunistas y ello dejando ahora de lado la pretensión de hacerla polemizar con Lenin y la revolución rusa más allá de lo que, entiendo, correspondería a una lectura cuidadosa de sus escritos. Poulantzas comparte esta reivindicación de la dirigente y pensadora alemana: "la primera crítica, correcta y fundamental, a la revolución bolchevique y a Lenin, fue la de Rosa Luxemburgo" (Poulantzas, 1980: 309).

En algunos casos, más convencidos por contraposición a la experiencia soviética estalinista; en otros, más por la concepción de la democracia como producto de la lucha de clases, los eurocomunistas ubican en el centro de la escena el debate sobre la democracia. Además de sintetizar en este punto el análisis poulantziano, me interesa visibilizar también el de Cristhine Buci-Glucksmann. Entre uno y otro ubico lo que, a mi entender, son los aportes más interesantes y actualizables, del proyecto de socialismo democrático.

La fuerza conceptual del planteo de EPS reside en la aplicación del análisis relacionista a estas preocupaciones: las instituciones de las democracias en el capitalismo son la resultante de relaciones de fuerza y no reflejos exactos de los intereses de las clases dominantes. Al igual que para pensar el Estado capitalista, Poulantzas rechazó tanto a quienes concebían la democracia como instrumento-creación de la burguesía como a quienes la despojaban de sus contradicciones para pensarla como deseable en sí misma. Es cierto que, en este caso, dado que se reflexiona más sobre la Revolución rusa, encuentro especialmente fundamentada la crítica a la primera concepción:

Las instituciones de la democracia representativa y las libertades políticas son a menudo reducidas por Lenin (esto no sucedió nunca a Marx) a una pura y simple emanación de la burguesía: democracia representativa = democracia burguesa = dictadura de la burguesía [...]. Se quiera o no, la línea principal de Lenin fue originariamente [...] la de una sustitución radical de la llamada democracia formal por la llamada democracia real, de la democracia representativa por la democracia directa llamada consejista. Lo que me lleva a plantear: ¿no fue más bien esta misma situación, esta misma línea (sustitución radical de la democracia representativa por la democracia directa de base) la que constituyó el factor principal de lo que sucedió en la Unión Soviética? (Poulantzas, 1980: 308-309. Cursivas mías).

En este sentido, el problema planteado por Poulantzas radica en aquellas posiciones que despojan a la democracia representativa de su carácter polémico, subvalorando las huellas históricas que se inscriben en dicha forma política como resultante de las luchas subalternas. Porque aún en condiciones de profunda asimetría, las clases subalternas han modelado de algún modo esa institucionalidad burguesa. Por lo tanto, sostenía Poulantzas, el socialismo no debe rechazar esa forma de democracia; sí proponerse su transformación. Por ello, cuestionaba la sustitución radical que pretendió Lenin en los inicios de la Revolución rusa.

Se puede observar que es la perspectiva relacional la que posibilita esta comprensión específica de la democracia. Y como consecuencia de aplicar esta perspectiva al problema político en cuestión surge, además del rechazo a la tesis de la sustitución, una crítica a ciertos postulados eurocomunistas que, superficialmente analizados, podrían ser asimilados a la posición de Poulantzas.

La otra crítica se dirige a ciertos supuestos del ala derecha del eurocomunismo que contraponen democracia y dominación burguesa (no ya asimiladas como en Lenin). Como resultado de esa contraposición, la democracia es concebida como conquista de las luchas populares en detrimento de la dominación burguesa. Para decirlo de otro modo: en los momentos en que la lucha de los sectores subalternos se intensifica, se expande la democracia representativa como forma de organización social y se retrae la dominación-coerción burguesa, una suerte de movimiento de avance-retroceso entre dos formas puras, movimiento de suma cero. Este razonamiento, así postulado, posee ciertas consecuencias políticas ya que las instituciones de la democracia tienden a ser reivindicadas sin cuestionamientos, y dado que éstos últimos se centran únicamente en la transformación de las instituciones represivas.6

Por el contrario, de la perspectiva poulantziana que aquí analizo se desprende la necesidad de transformar las instituciones democráticas vigentes en el capitalismo. Adoptar un punto de partida relacional significa que todo el proceso histórico, sus acontecimientos y resultados son inteligibles como condensaciones específicas de relaciones de fuerza. Por lo tanto, las instituciones de la democracia durante el capitalismo expresan contradicciones, tensiones y el antagonismo irreductible de la lucha de clases, de ellas emerge de forma variable una constante de la reproducción capitalista: la primacía de la burguesía.

En este sentido, una de las características centrales de la propuesta de socialismo democrático de Poulantzas es que la democracia representativa, el conjunto de sus instituciones, emergida y emergiendo de las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clases en el capitalismo, debe ser transformada en su conjunto.

En segundo lugar, surge el problema de la articulación de la democracia representativa transformada con una democracia consejista, democracia directa de base, autogestionaria.7 ¿Cómo articular estas dos formas de democracia de modo que logren enriquecer el proyecto de transformación social? Entendiendo que en cada una de ellas se ejercitan formas de existencia, modos de organización y constitución de relaciones sociales divergentes, "Cómo emprender una transformación radical del Estado articulando la ampliación y la profundización de las instituciones de la democracia representativa y de las libertades con el despliegue de las formas de democracia directa de base y el enjambre de los focos autogestionarios: aquí está el problema esencial de una vía democrática al socialismo y de un socialismo democrático" (Poulantzas: 1980: 313-314. Cursivas mías).

Las dificultades para pensar esa articulación residen justamente en que, en términos históricos, fueron formas alternativas cuando no antagónicas de relación social. Quisiera destacar lo fértil que resultaría, para complejizar este planteamiento, la revisión de los escritos de Gramsci cuando se constituían en Italia —durante lo que se denominó el "bienio rojo" (1919-20)— los consejos de fábrica. En esos textos, Gramsci reflexiona sobre las diferencias entre consejismo y representación al analizar las funciones del partido, el sindicato y los consejos de fábrica. Las particularidades de este debate ameritarían un desarrollo que no puedo realizar aquí. Simplemente quiero destacar la fecundidad de ligar estas discusiones dada la preocupación compartida (en tiempos, lugares y proyectos políticos muy divergentes) de discernir lo singular de cada modo de organización social y las potencialidades que alberga su compatibilización. De esta forma, Gramsci ubicó al partido y al sindicato como instituciones nacidas de la democracia burguesa, y organizadas con base en el principio de la representación, y a los consejos de fábrica como formas alternativas. A partir de ello fundó el peso que debe tener el consejismo en un proceso de transformación revolucionaria. Caracterizó con precisión las diferencias entre representación y consejismo aludiendo a las formas de participación (indirecta por delegación, directa; respectivamente); al tipo de movimiento decisional (vertical, horizontal); al fundamento social (escisión de lo político y lo económico, la unión de ambos planos); a los modos de existencia de lo político (abstracción de la serialidad, creación material de una colectivización política); al tipo de asociación ("voluntaria"-contractual, autónoma-revolucionaria); a la forma de integración (determinada por la condición de miembro-afiliado en las instituciones representativas, por la de productor en los consejos); al tipo de estrategia ejercitada (defensiva, ofensiva), y a las formas del consentimiento (aritmético, morfológico) (Gramsci, s/f).

Poulantzas avanza menos en esta reflexión vinculada con la singularidad de cada forma (por ello la propuesta de revisar los escritos gramscianos) y mucho más en pensar las formas de articulación entre una y otra. Es decir, que el punto de partida es que no existe una forma de articulación, sino varias, y que la forma adoptada es un elemento central del proyecto de socialismo democrático.

En este marco, el autor analiza dos modos de articulación ineficaces para el proyecto de socialismo democrático: los que coexisten de forma paralela y en relaciones de competencia disputándose la hegemonía del modo de ordenación social; y una segunda posibilidad en la cual una de las dos formas termina subordinándose a la otra y, por tanto, siendo integrada por la misma (en términos históricos ha tendido a ser subordinación del consejismo a la representación). Para Poulantzas, ni una forma ni la otra posibilitan una articulación que complemente estos principios organizadores.

Con el objetivo de ilustrar y reflexionar sobre las formas de articulación del par representación-consejismo, Poulantzas alude tanto a experiencias históricas como a perspectivas teóricas. Entre las primeras, la experiencia soviética es, por supuesto, una de las reflexiones centrales que acecha el debate. Pero también otras más contemporáneas como los casos de Chile y Portugal. Entre las perspectivas teóricas se refiere a la tecno-burocrática y a la neo-libertaria. En este sentido, las situaciones de "doble poder" que adoptan una coexistencia competitiva y por ende de oposición irresuelta entre ambas formas de organización social pueden culminar en la irrupción violenta de la burguesía, como en el caso de la dictadura de Pinochet en Chile.8

Cuando una de las dos formas posee primacía sobre la otra (por lo general la representación), el peligro de intervención de la burguesía adopta más bien la forma de "socialdemocratización" del proceso; resultando central la puesta en práctica de diversos mecanismos de cooptación e integración. En este sentido, un riesgo propio de la vía democrática al socialismo está dado por su temporalidad específica, que es la que de algún modo amplía los márgenes y posibilidades de intervención o irrupción de la burguesía, "en la medida que ya no se trata de la destrucción del aparato de Estado y su sustitución por el segundo poder, sino de su transformación en un largo proceso [...] esto ofrece mayores posibilidades al adversario, bien para boicotear una experiencia de socialismo democrático bien para intervenir brutalmente para ponerle término" (Poulantzas, 1980: 323. Cursivas mías).

Como ya se dijo, las perspectivas teóricas cuestionadas son denominadas por el autor como "tecno-burocrática" y "neolibertaria". La primera alberga una estatolatría ya sea, en las muy distintas variantes, estalinista o socialdemócrata. Primacía del Estado y subordinación de la autogestión y formas de democracia directa; su fundamento más reiterado: la complejidad del funcionamiento social y requerimiento de expertos y especialistas. La perspectiva neolibertaria es cuestionada del siguiente modo:

Pero también de otra forma preconizada actualmente con bastante frecuencia: el único medio de evitar el estatismo sería situarse fuera del Estado, abandonar su propia transformación, dejar en lo esencial el Estado (este mal radical y eterno) tal como es y limitarlo simplemente desde el exterior mediante "contrapoderes" autogestionarios de base; en resumen, poner al Estado en cuarentena e impedir la propagación de su enfermedad aislando su foco [...]. El de un poder diseminado, desmenuzado y pulverizado en una pluralidad infinita de micropoderes exteriores al Estado, los únicos de los que valdría la pena ocuparse (Poulantzas, 1980: 322).

Contrapoderes, también podríamos agregar líneas de fuga y éxodos constituyentes; terminología específica de la perspectiva aludida por Poulantzas. ¿En qué medida el origen de esta tradición puede encontrarse en Michel Foucault y rastrearse su influencia en pensadores diversos como Toni Negri, Gilles Deleuze, Michel de Certeau y John Holloway? Ahondar en esta línea argumental llevaría tiempo y tal vez me desviaría en parte del objetivo de este artículo; sólo parcialmente será retomado en el próximo apartado cuando haga referencia al "giro" (siempre a la distancia) hacia Michel Foucault que se puede encontrar en EPS. Sí quiero retener aquí lo siguiente: así como en el centro del eurocomunismo se asienta el problema de cómo rebasar el límite estatista de la política y cómo "romper con la identificación de lo político con lo estatalista" (Buci-Glucksmann); Poulantzas ubica muy bien la reacción inversa a este planteamiento que hace de lo estatal el problema y en una suerte de reacción fóbica re-localiza lo político en ruptura absoluta con lo estatal.

A propósito de la temporalidad referida más arriba como problema propio de la vía democrática al socialismo; si ha sido menos analizada por Poulantzas sí resulta central en otros planteamientos. Por ejemplo, en el análisis de Eric Hobsbawm (1978) en una entrevista publicada en la Revista Mexicana de Sociología, en la cual afirma la necesidad de pensar la "posibilidad teórica de una transición a largo plazo, de una larga época de transición hacia el socialismo, más que rápida, dramática, resuelta en el momento de la toma de poder, del gran vuelco" (Hobsbawm, 1978: 256).9 En el mismo sentido razona Ludolfo Paramio cuando afirma que la nueva estrategia consistía en "elaborar un proyecto que llevara al socialismo a través de un proceso gradual, de rupturas sucesivas" (1985). En principio, el ritmo de la transición, ya analizado por Gramsci, ha sido siempre una preocupación al reflexionar qué estrategia política es adecuada a Occidente. El problema es cómo evitar que gradualismo se confunda con reformismo; de ahí la importancia de destacar la idea de rupturas que menciona Paramio para sintetizar la posición eurocomunista.

El desafío se concentra en la alternativa de la complementariedad, el problema es cómo complementar formas de organización social regidas por principios, relaciones y fundamentos de orden tan divergente, cuando no contradictorio. Las preguntas que Poulantzas se hace, no para responder, sí para señalar y advertir sobre la complejidad que involucra esa forma de articulación, resultan ilustrativas de la riqueza del planteamiento: ¿cómo evitar la reducción a un simple paralelismo o yuxtaposición entre representación y consejismo?, ¿en qué dominios, a propósito de qué decisiones, en qué momento, uno debe tener prioridad sobre el otro?, ¿de qué forma prever la reglamentación de sus conflictos, hasta cierto punto inevitables, sin encaminarse, lenta pero seguramente, hacia una situación, efectiva o larvada, de doble poder precisamente? (Poulantzas, 1980: 324-325).

Por tratarse de desafíos tan actuales e impulsados por la riqueza del planteamiento poulantziano quiero incorporar a esta discusión —de forma sintética tal cual fue realizado con ciertos escritos de Gramsci— cierta reflexión de Cristhine Buci-Glucksmann sobre el consentimiento. El objetivo es evidenciar algunos de los problemas contenidos en la problemática de la complementariedad de representación y consejismo.

Lo que algunos autores plantean recurriendo a una suerte de esencialización de los sectores subalternos10 en tanto despojados de espíritu de lucha, es analizado por Buci-Glucksmann —en el fértil terreno de reflexión gramsciano— distinguiendo dos formas de consentimiento: pasivo e indirecto, y activo y directo. Así introduce la problematización en torno al consentimiento en el marco del proyecto de socialismo democrático:

Se trata, pues, de una cuestión política desde el momento en que el problema de una vía democrática al socialismo, diferente de la socialdemocracia y del stalinismo, se encuentra planteado. Por consiguiente un socialismo diferente, capaz de articular dos pasos históricamente contradictorios: la transformación de la democracia representativa y la creación de nuevas formas de democracia de base (autogestión). Ahora bien, semejante instrumentación ¿no requerirá un nuevo enfoque del consentimiento tanto en el plano de la práctica política como de las instituciones? (Buci-Glucksmann, 1979: 380. Cursivas mías).

Planteamiento muy adecuado el de la dirigente comunista francesa, dada la tradición de perspectivas jurídicas y sociológicas de saturar el sentido del consenso definiéndolo de forma unívoca; tendencia reforzada al situar el concepto en contraposición a la coerción.

Por otro lado, el aserto citado permite cuestionar desde una perspectiva muy interesante el clásico problema de cierta teoría política que refiere a la "apatía de las masas". En todo caso, se puede decir con Buci-Glucksmann que es el tipo de consentimiento (indirecto, mediado, serial) que moviliza la representación, como forma de organización social de las democracias occidentales capitalistas, el que impide proyectar una transformación radical.

En este sentido, la propuesta es la de analizar y definir modos de consentimiento, es decir, formas de consentir; y en el marco del debate de un socialismo democrático me animo a sostener que significa politizar las formas de consentir.

 

CONSECUENCIAS POLÍTICAS DE LAS PROXIMIDADES Y DISTANCIAS ENTRE MICHEL FOUCAULT Y NIKOS POULANTZAS

El presente apartado se propone reflexionar sobre otros contenidos sustantivos del eurocomunismo, pero además focalizar en otra argumentación, esta vez, más situada en los corrimientos conceptuales (y también político-ideológicos, dadas las singularidades del libro, el autor y la época en cuestión). En este sentido, el Poulantzas de Poder político y clases sociales (1971) ensimismado con el estructuralismo althusseriano registra un desplazamiento (siempre relativo y desde una tonalidad propia sumamente rica) hacia algunas problematizaciones foucaultianas en su último libro, Estado, poder y socialismo.

La historia que enmarca este movimiento es, para decirlo de manera sintética y europea: mayo de 1968. En realidad, es esa cadencia específica de la década de 1960 que abarca procesos y acontecimientos a la vez heterogéneos en términos de sujetos, reivindicaciones y repertorios de acción colectiva, homogéneos en tanto expresiones de intensa conflictividad social y que desbordan el territorio fabril y al trabajador como espacio y sujeto de esa manifestación social.

De algún modo el 68' visibiliza las transformaciones que volvían —para algunos— no inválida pero sí insuficiente la siguiente reflexión gramsciana, cuando el bienio rojo ilustraba el potencial político de los consejos de fábrica:

[E]l proceso revolucionario se realiza en el campo de producción, en la fábrica, donde las relaciones son de opresor a oprimido, de explotador a explotado, donde no hay libertad para el obrero ni existe democracia: el proceso revolucionario se realiza allí donde el obrero no es nadie y quiere convertirse en el todo, allí donde el poder del propietario es ilimitado, poder de vida o muerte sobre el obrero, sobre la mujer del obrero, sobre los hijos del obrero (Gramsci, s/f).

La década de 1960 le dejó en claro a ciertos sectores de la intelectualidad de la izquierda lo que para ser más gráficos podemos formular así: no sólo en las fábricas, no sólo el obrero, no sólo las relaciones de explotación; también estudiantes y mujeres, ecologistas y consumidores; las universidades, el hogar, el espacio público... relaciones de opresión contenidas en la sociedad toda.

Cuando cierto segmento de la intelectualidad de la izquierda europea reconoció la diversidad de sujetos comenzó a problematizar el carácter de las articulaciones, los "quiénes" del proyecto de transformación social. El debate sobre los nuevos movimientos sociales adquirió fuerte centralidad. El eurocomunismo —aún en su ambigüedad— no permaneció ajeno; dado el trasfondo de debate más inmediato a EPS, Poulantzas tampoco. Seleccionando la formulación más política de esta problematización, dice el filósofo greco-francés: "para que la izquierda consiga suscitar este amplio movimiento, es preciso que tenga los medios para ello y que asuma fundamentalmente las nuevas reivindicaciones populares en estos frentes que se han llamado a veces, erróneamente, 'frentes secundarios' (luchas femeninas, luchas ecologistas, etcétera)" (Poulantzas, 1980: 324).

Esta formulación general, esbozada en EPS, es profundizada en el marco de una entrevista que Stuart Hall y Alan Hunt le hicieron a Poulantzas en abril de 1979. En ella afirma que la articulación de reivindicaciones, sujetos y organizaciones tan heterogéneas obliga a revisar el rol del partido. En especial, cuestiona la concepción leninista del partido como único centralizador y reivindica la existencia de movimientos sociales cuyo tipo de organización pueda ser relativamente independiente de la organización política del partido. Es decir, de algún modo cuestiona una línea de debate eurocomunista, que sigue pensando en un partido ideal capaz de contener estos tipos diversos de movimientos sociales. Por el contrario, dirá Poulantzas, el desafío debe dirigirse de modo tal y concebir un partido revolucionario capaz de contemplar, por ejemplo, la cuestión de la mujer; pero sin que ello signifique subsumir el movimiento de mujeres al partido. Partido transformado y movimientos sociales desempeñan ambos un rol sustantivo.

Asimismo, en función de esta problemática y continuando la reflexión en torno a la articulación de democracia representativa y democracia directa, presenta la del pluralismo político, también discutida por Pietro Ingrao11 (1980):

¿Tiene el partido un rol central? Desde luego que lo tiene mientras uno piense que la política tiene un rol central y mientras también se le asigne ese rol central al Estado. Pero entonces mientras se necesite algún tipo de organización debemos tener algún tipo de centralismo o modo de homogeneización de las diferencias si debemos articular democracia representativa y democracia directa. Si hasta el presente este papel de centralización ha sido desempeñado por un partido, en el futuro algunas funciones desempeñadas por el partido deben ser transferidas a los órganos representativos donde muchos partidos pueden jugar su propio rol. Debemos mantener esta diferenciación y no identificación entre el partido y el Estado. En Italia, por ejemplo, en las asambleas regionales con mayorías comunistas y socialistas, la coordinación entre las formas de democracia directa, movimientos de ciudadanos, movimientos ecológicos, por un lado, y la democracia representativa no pasan por la centralización proporcionada por el Partido Comunista (Poulantzas, 1979: 201. Traducción mía).

La relación entre los movimientos sociales y la clase obrera es debatida intensamente. En este sentido, Paramio reflexionaba sobre el eurocomunismo:

¿[C]uál podía ser la base social del nuevo proyecto?; ¿seguía siendo la clase obrera con o sin el campesinado, la fuerza esencialmente única del proyecto socialista? La experiencia de los años sesenta había sembrado serias dudas sobre el potencial revolucionario de la clase obrera y, en cambio, habían aflorado unos nuevos movimientos sociales cuyos principales representantes a comienzos de los años setenta eran el feminismo y el ecologismo [...]. Creaba el problema de saber cómo se relacionaban los nuevos movimientos con la buena y vieja clase obrera para articularse en un mismo proyecto de transformación de la sociedad (Paramio, 1985).

Josep Palau —otrora secretario de la Unión de Juventudes Comunistas de España— sostenía que "la derrota del eurocomunismo bloquearía la posibilidad, hoy abierta, de diálogo entre la izquierda tradicional y el movimiento obrero con las nuevas sensibilidades y movimientos juveniles, feministas, de liberación sexual, ecologistas [...]. Diálogo imprescindible para la configuración de una alternativa transformadora, sugerente y viable a la crisis de civilización" (Palau, 1981).12

Más allá de las diferencias13 entre las posturas mencionadas me interesa destacar y documentar la forma en que los sucesos de los sesenta dinamizaron un debate intenso en las izquierdas comunistas alrededor de los sujetos, espacios, modos de acción colectiva y sus posibilidades de articulación.14

En este sentido —para decirlo de manera foucaultiana— es la disciplina, en tanto forma histórica, la que es resistida por diversos sujetos en distintos espacios sociales. "Relaciones de poder" es la herramienta conceptual que posibilita la intelección de esta realidad social. A propósito del 68', afirma Foucault:

No se ve de qué lado —a derecha o a izquierda— habría podido ser planteado este problema del poder. A la derecha, no se planteaba más que en términos de constitución, de soberanía, etcétera, por lo tanto en términos jurídicos. Del lado marxista, en términos de aparato de Estado. La manera como el poder se ejercía concretamente y en detalle, con toda su especificidad, sus técnicas y sus tácticas, no se planteaba; uno se contentaba con denunciarlo en el otro, en el adversario, de un modo a la vez polémico y global: el poder en el socialismo soviético era llamado por sus adversarios totalitarismo; y en el capitalismo occidental era denunciado por los marxistas como dominación de clase, pero la mecánica del poder jamás era analizada. Sólo se ha podido comenzar a realizar este trabajo después del 68, es decir a partir de luchas cotidianas y realizadas por la base, con aquellos que tenían que enfrentarse en los eslabones más finos de la red del poder. Fue ahí donde la cara concreta del poder apareció y al mismo tiempo la fecundidad verosímil de estos análisis del poder para darse cuenta de las cosas que habían permanecido hasta entonces fuera del campo del análisis político (Foucault, 1992a: 180. Cursivas mías).

El desplazamiento de Poulantzas hacia Foucault se restringe, a mi entender, a la aplicación de la noción de relaciones de poder al estudio del Estado capitalista. Es decir, se trata de algún modo de la superación de una concepción instrumental del Estado tal cual es criticada por Foucault en el fragmento citado: la de concebirlo como aparato. Ahora bien, este corrimiento que enriquece la perspectiva de Poulantzas es de método y no de perspectiva teórica. Poulantzas analiza la manera en que el poder se ejerce sin que ello signifique abandonar el postulado del papel determinante de las relaciones sociales de producción.

¿Cuáles son entonces los postulados de método que Poulantzas comparte con Foucault para la elaboración de una teoría del Estado capitalista?, ¿cuál es de todos modos la distancia irreductible de estos enfoques en función del punto de vista marxista de Poulantzas?

Entre los postulados de método que acercan a los autores (Foucault y Poulantzas) destaco tanto el abordaje de la dimensión productiva del poder como la perspectiva relacional; ambos elementos modelan su concepción del Estado capitalista. Con relación al primero, Poulantzas cuestiona la concepción de Estado presente en Ideología y aparatos ideológicos de Estado de Althusser (1974) al sostener que:

Tal como ha sido sistematizada por Althusser esa concepción reposa sobre el supuesto de un Estado que no actuara, no funcionara, más que por la represión y por la inculcación ideológica. Supone, en cierta forma, que la eficacia del Estado reside en que prohíbe, excluye, impide, impone, o también en que engaña, miente, oculta, esconde o hace creer [...]. El Estado actúa también de manera positiva, crea, transforma, produce realidades (Poulantzas, 1980: 2930. Cursivas mías).

La proximidad de este aserto con la analítica foucaultiana es muy clara. La pregunta de investigación de Foucault es, sin duda, ¿qué produce el poder? El poder se ejercita para facilitar, seducir, obstruir, incitar, inducir otro conjunto de acciones. De este modo, para el filósofo francés, el poder tiene entonces una dimensión productiva: "produce cosas, induce placer, forma saber; produce discursos" (Foucault, 1992: 137. Cursivas del autor). Se puede observar que esta perspectiva parte del rechazo tanto del postulado de la modalidad, según el cual el poder actúa sólo por medio de la represión o la ideología; como del postulado de la legalidad, según el cual el poder del Estado se expresa en la ley entendida como un estado de paz impuesto ya sea consensual o coercitivamente (Hora y Tarcus, 1993: 16).

La concepción del Estado como relación —luego de fundar la crítica a lo que entiende fueron las dos concepciones predominantes de la teoría política sobre el Estado (la del Estado-instrumento15 y la del Estado-sujeto16)— es la afirmación más esencial de su planteamiento: "el Estado, capitalista en este caso, no debe ser considerado como una entidad intrínseca, sino como una relación, más exactamente como una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase" (Poulantzas, 1980: 154).

Se puede decir que el acuerdo de abordaje entre Poulantzas y Foucault se consuma en la primera parte de la frase de Poulantzas citada; cuando aclara: "más exactamente como una relación entre clases y fracciones de clases" encontramos, en cambio, la profundidad de sus diferencias.

Las coincidencias consisten en el rechazo a la esencialización del poder; el poder no es de una clase o sector social; el poder no distingue a quienes lo detentan y a quienes lo sufren. Foucault afirma "que el poder no es algo que se adquiera, arranque o comparta, algo que se conserve o se deje escapar; el poder se ejerce a partir de innumerables puntos, y en el juego de relaciones móviles y no igualitarias" (Foucault, 1992: 114). A su vez, Poulantzas afirma que: "el campo de poder es estrictamente relacional [...] el poder no es, en sí mismo, una cantidad o cosa que se posea, ni una cualidad ligada a una esencia de clase" (Poulantzas, 1980: 177).

Hasta aquí, se puede sostener, en sintonía con Jessop, que la influencia de Foucault sobre Poulantzas es bastante más intensa de lo que en general admiten quienes estudian su producción como una variante de marxismo estructural: "Esa influencia no es un mero coqueteo con el lenguaje de Foucault pues Poulantzas llegó a compartir con él supuestos fundamentales acerca del poder" (Jessop, 2006: 105-106). Esos supuestos abarcan, a mi entender, la concepción relacional y productiva del poder.

Sin embargo, las diferencias están contenidas aún en aquellos fragmentos especialmente seleccionados para ilustrar los acuerdos de Poulantzas y Foucault. Cuando Foucault sostiene que "el poder se ejerce en el juego de relaciones móviles" se devela cómo se infiltra la diferencia. Se puede deducir que Poulantzas destacaría una movilidad restringida por el equilibrio siempre inestable de los compromisos de las clases y fracciones que integran el bloque en el poder; contraria a la persistente fijación de las relaciones de fuerza en tanto relaciones de clase. Destaco esto en el lugar equivocado porque aún se intenta mirar las proximidades. Sólo un paréntesis que en todo caso retomaré más adelante.

No pretendo aquí más que visibilizar los grandes trazos de reflexión que acercan y alejan a estos autores para cerrar el apartado refiriendo a la dimensión política de esta concepción renovada del Estado, y la propuesta de un socialismo democrático. En primer lugar, porque éste es el objetivo del artículo; en segundo lugar, porque cuando se extreman las comparaciones entre autores contemporáneos se corre el riesgo de confundir perspectivas con posturas coyunturales; de fusionar diferencias de contenido sustantivas con declaraciones exacerbadas emergidas de disputas intelectuales. Por eso, mi análisis no pretende acercarse demasiado a la literalidad de lo dicho por ambos y su cronología para definir si el primer Poulantzas era foucaultiano antes de Foucault17 mismo; o si las críticas del último Poulantzas no son válidas para el último Foucault; si algunos intentos logrados pueden encontrarse en este tipo de análisis (como en parte en el de Jessop) las más de las veces creo que resultan esfuerzos inconducentes.

Hasta ahora la influencia de Foucault posibilita a Poulantzas profundizar en tres rasgos sustantivos del Estado capitalista con importantes consecuencias políticas. En primer lugar y en respuesta a las concepciones del Estado-cosa, el Estado no es usado, manipulado, es capitalista. Su funcionamiento, su materialidad, es la expresión de una relación que lo estructura y lo define. Desde el punto de vista político esto implica que no hay estrategias de desalojo posibles; hay que alterar las relaciones de fuerzas a los efectos de transformar el Estado en el marco del proyecto de un socialismo democrático.

En segundo lugar, se destaca la concepción del estado capitalista como campo de batalla, lo que lo lleva a enfatizar la disputa permanente que atraviesa al conjunto del Estado y a comprender la política de Estado como resultante de avances y retrocesos, choques recíprocos, acuerdos siempre inestables; por lo tanto, como resultante del antagonismo y las contradicciones que definen una relación de fuerzas —ya en palabras de Poulantzas— de clases y fracciones de clases en un momento histórico determinado. También esta concepción del Estado como campo de batalla involucra la dimensión microfísica del poder; implica una revalorización de la productividad del ejercicio del poder en aquellos espacios "insignificantes".

En términos de estrategia política, esto implica a la vez evitar las posturas abstencionistas que concluyen en situaciones de mayor estatismo, a la par que motivar la participación en los mecanismos de poder que se dirimen en el campo estatal con el objeto de intensificar sus contradicciones y conflictos internos. Como lo afirma Jessop, para Poulantzas, dicha participación no necesariamente termina en la absorción total ni en la pérdida de autonomía, pues el que las clases subalternas queden integradas depende de la estrategia de conjunto de estos sectores sociales y no de su participación parcial (Jessop, 2001: 95; Poulantzas, 1980: 185-186).

Una última característica también emergida de la perspectiva relacional es la posibilidad de deslocalizar-desplazar el ejercicio del poder real, de un aparato a otro, de una institución representativa a otra. De nuevo, es concordante con la ausencia de localización del poder de la que también habla Foucault. En sintonía, decía Poulantzas que no existe un vértice desde el cual el poder emane; o varios vértices que, si logran ser controlados, se garantiza el poder del Estado. Con bastante rapidez, cuando un vértice es ocupado el ejercicio del poder real puede trasladarse a otro. En términos políticos estas reflexiones están ligadas al problema de la temporalidad de la transformación hacia el socialismo democrático; problemática ya referida en el apartado anterior.

Finalmente, cabe arribar a las diferencias irreductibles entre perspectivas. En palabras de Poulantzas: "como es sabido Foucault recusa toda interpretación que pretenda fundar esa materialidad del poder y, por consiguiente, del Estado, en las relaciones de producción y en la división social del trabajo" (Poulantzas, 1980: 183). Renunciar a una reflexión sobre el fundamento del poder y el para qué del ejercicio del poder contiene profundas consecuencias que son destacadas-de-nunciadas por Poulantzas.

Para decirlo de forma polémica, la consecuencia política de la perspectiva foucaultiana es la negación de un proyecto radical de transformación social. El orden social puede alterarse, mas nunca subvertirse. El situacionismo de Foucault enoja profundamente a Poulantzas porque sus relaciones de poder flotan en el aire:

Si el poder tiene por campo de constitución una relación no igualitaria de relaciones de fuerzas, no por eso su materialidad se agota en las modalidades de su ejercicio. El poder tiene siempre un fundamento preciso [...]. Para Foucault, la relación de poder no tiene nunca otro fundamento que ella misma, se convierte en simple situación a la que el poder es siempre inmanente, y la cuestión de qué poder y para qué parece en él completamente dirimente. Cosa que en Foucault tiene un resultado preciso, aporía nodal y absolutamente insoslayable de su obra: las famosas resistencias [...] quedan en él como una aserción puramente gratuita, en el sentido de no tener fundamento alguno; son pura afirmación de principio (Poulantzas, 1980: 179-180).

El fundamento determinante —aunque no exclusivo— de las relaciones de poder es la explotación. La explotación es el para qué determinante del ejercicio del poder, aquél que en el análisis de Foucault parece subestimado al limitar su preocupación en torno al interrogante: ¿cómo se ejerce el poder?

En este punto radica la importancia de la proposición política que atraviesa este apartado: la articulación de los sectores subalternos y de sus luchas. Afirma Poulantzas que "toda lucha, incluso heterogénea a las luchas de las clases propiamente dichas (lucha hombre-mujer, por ejemplo) no adquiere indudablemente su propio sentido [...] más que en la medida en que las luchas de clases existen y permiten así a las otras luchas desplegarse (lo que deja en pie totalmente la cuestión de la articulación de esas luchas con las luchas de clase)" (Poulantzas, 1980: 179).

Con el objetivo de ir cerrando este planteamiento propongo sintetizar del siguiente modo los problemas emergidos del abordaje foucaultiano teniendo en cuenta la perspectiva de Poulantzas: 1) el enfoque de Foucault permite analizar las luchas en una coexistencia atomizada; en cambio, impide analizar las articulaciones entre esas luchas-resistencias que necesariamente requieren un fundamento; 2) en el mismo sentido, el análisis en torno al ejercicio del poder impide pensar en términos de estrategia política la articulación de los quiénes, es decir, de los sujetos subalternos; 3) en la medida que se rehúsa un análisis sobre los fundamentos de las relaciones de poder cualquier lucha y resistencia no puede ser pensada en el esquema foucaultiano más que como forma defensiva, y con ello se impide analizar cómo la resistencia es algo más que la reproducción, con márgenes variables, de un mismo orden social. En otras palabras, no puede pensarse la lucha desbordando la relación de poder misma, no puede "verse" su sentido creador y fundante, o en palabras de Gramsci, los rastros de iniciativa autónoma de la actividad subalterna (Gramsci, 2000); 4) por último, como consecuencia de lo anterior, no puede visualizarse el cambio y la transformación social.

Lo dicho hasta aquí no se vincula con la función del intelectual como pretende afirmar Foucault en su defensa frente a las críticas, en especial emergidas desde el comunismo, sino con aquello que sus escritos permiten ver y aquello que invisibilizan. Es a mi entender indiscutible que Foucault brinda un marco muy fértil para analizar la mecánica del poder: su complejidad, viscosidad y espesor; la forma infinitesimal de su movimiento... Pero también creo que las cuestiones de método monopolizan su perspectiva y clausuran una preocupación central de la teoría social y política: el cambio y el porvenir.

En este sentido, coincido con Legrand cuando afirma que los conceptos centrales de las relaciones de poder en la sociedad disciplinaria en Foucault quedan completamente ciegos si no se los articula con una teoría de la explotación, y con una teoría del modo de producción capitalista (Legrand, 2006: 22). Posiblemente, esta combinación logra ser ensayada, creo que de forma positiva, en EPS de Nikos Poulantzas.

A mi entender, las incorporaciones de la perspectiva relacional en Poulantzas, con énfasis en la productividad del poder y en la ponderación de la escala microfísica, todas ellas cuestiones de método, no conforman una suerte de híbrido como algunos teóricos han sugerido (Hall, 1980), sino que, situadas en cuestiones de método, han tendido a enriquecer la mirada sin por ello vaciar el análisis de la pregunta por las fijaciones de esas asimetrías y los fundamentos de esas relaciones de poder.

 

CONCLUSIONES

Nikos Poulantzas es uno entre los tantos hombres y mujeres que en la década de 1970 y en distintas latitudes se encontró corroído por una temporalidad de urgencia, aquella que conjuga la desesperada necesidad de capturar una alternativa en el momento mismo que se disuelve en el devenir.

Esa disolución es retenida por Macciocchi del siguiente modo: "en el cementerio de Montparnasse, sentimos un viento de destrucción soplar sobre un largo período de vida intelectual, uno de cuyos protagonistas había sido Nikos. En nuestro desalentado grupo de profesores entrevi a Althusser. Con el pelo gris, polvoriento, con una sonrisa ambigua, casi una mueca en un rostro sin emoción. Nos encontramos el uno en brazos del otro, sin ninguna respuesta para la vieja pregunta: '¿qué hacer?"' (Macciocchi, 1987: 477. Cursivas mías).

La escena recrea la tonalidad emotiva de un proyecto político derrotado. Varias décadas han transcurrido desde entonces y con ellas el trabajoso ejercicio de deconstruir el derrotismo como impotencia para reponer en el horizonte colectivo un proyecto de transformación y emancipación social.

Los momentos de urgencia están hechos de alternativas suprimidas. Temporalidades en las cuales el orden se discute y las alternativas se visibilizan amenazando con subvertirlo. Volver a esos instantes aplazados es un ejercicio de enriquecimiento de la experiencia académica y política. Vale la pena entonces sintetizar los principales aportes del eurocomunismo de izquierdas, en especial a través de Poulantzas.

El proyecto de socialismo democrático estaba demasiado tensionado por sus fantasmas (estalinismo soviético y socialdemocracia), circunstancia que lo volvió algo defensivo e impidió instalar la creatividad como centro de la reflexión frente a un capitalismo en vertiginosa mutación. Este es quizás su mayor límite. Pese a él, la democracia representativa logró ser significada de una forma nueva.

En primer lugar, definí el cuestionamiento a la tesis leninista de la sustitución radical de democracia burguesa por consejismo resultante del abordaje relacional de dicha institucionalidad. En este sentido, la democracia burguesa no puede ser subsumida a la dictadura burguesa. La democracia representativa es para Poulantzas resultante de relaciones de fuerza y, por tanto, portadora de las marcas de las clases subalternas.

En segundo lugar, es interesante destacar la crítica al desliz del ala de derecha del eurocomunismo que denominé como tesis eurocomunista de la contraposición. Una distinción entre democracia y dominación burguesa lleva a la defensa cerrada de las instituciones representativas, restringiendo la crítica a las instituciones represivas. Las primeras permanecerían sin cambios en el proyecto de socialismo democrático y las segundas transformadas o eliminadas.

La institucionalidad representativa es concebida como forma política concedida o más aún arrancada por las luchas subalternas y de ahí su defensa. Esta contraposición en el interior de una forma política cuya productividad reside en la producción y reproducción de esa escisión, tiene consecuencias indeseables para el proyecto de socialismo que vislumbran exponentes de la izquierda eurocomunista como Poulantzas, Buci-Glucksmann e Ingrao. Perry Anderson analiza en clave gramsciana la especificidad de la hegemonía burguesa en Occidente y sostiene que en las más tranquilas democracias el ejército puede permanecer silencioso en sus cuarteles, pero que ante cualquier amenaza revolucionaria, el poder se desplaza, se redespliega desde los aparatos representativos a los represivos. De nuevo, el abordaje relacional permite comprender cómo la asimetría de clases preña y construye el conjunto de la forma política, y también las relaciones entre sus instituciones. Dicha apariencia de escisión es el principal sostén de la hegemonía burguesa y un proyecto de izquierdas no puede desconocer esta cuestión.

En este marco sitúo la preocupación en torno a la articulación de una democracia representativa transformada y una democracia de base, directa, consejista y autogestionaria. El desafío es cómo producir la articulación entre formas de organización de las relaciones sociales tan divergentes, cuando no antagónicas: representación y consejismo. Aquí ubico la tesis de la articulación del eurocomunismo de izquierda. Esa articulación debe generarse haciendo desbordar lo político más allá de lo estatal, rompiendo con esa identificación que sólo funciona como corsé y límite negativo de la potencia creativa de las luchas sociales; lo político como transgresión del límite estatalista, transgresión de las instituciones representativas, partidos y sindicatos; como desborde, como un más allá irreductible a lo estatal. Sin embargo, tampoco debe concebirse como movimiento de fuga, paralelo al Estado, que renuncie a la circulación y transformación de esos terrenos. Lo estatal es parte del campo de batalla, y por ello terreno a disputar. En este sentido, se cuestionan a la vez los proyectos tecno-burocráticos que establecen la exclusividad del campo estatal como los neo-libertarios que definen el contrapoder como único modo de antagonismo.

Finalmente, la incorporación de Foucault al debate me permitió definir otra cuestión central presente en el planteamiento eurocomunista, a saber, la reflexión sobre la explotación y la opresión, y con ella el carácter de una recomposición subalterna que se dirime entre diversos sujetos sociales, traspasando las fronteras fabriles. La distinción que con claridad establecen autores como Poulantzas y Buci-Glucksmann es que la especificidad de la relación capital-trabajo no puede diluirse, y que es fundamental la articulación práctica y teórica entre el momento de la explotación de clase y el momento más general de la opresión.

¿Cuál es el "qué hacer" de nuestros tiempos? Es el interrogante que abre la posibilidad de poner en el centro de las problematizaciones la articulación específica de formas representativas y consejistas, de diversas luchas subalternas y sujetos sociales, de analizar la especificidad del Estado capitalista y cuáles son las consecuencias políticas de su funcionamiento, de ponderar las disputas microfísicas del cambio que, por ser tales, no deben ser menospreciadas; del para qué de las luchas subalternas, de la visibilización de un campo político siempre más allá del Estado, de la necesidad de valorizar las luchas en el Estado, de ejercitar la perspectiva relacional para definir las posiciones políticas aplicadas en este artículo a la democracia y al Estado, de valorizar el debate sobre la mecánica (el cómo) pero subordinado al fundamento del orden social capitalista y su cambio (el por qué y el para qué). Todas ellas problemáticas que trazan los rasgos propios del pensamiento marxista de Nikos Poulantzas, cuya razón de ser sólo reside en la transformación radical de la sociedad capitalista.

 

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NOTAS

* Quisiera agradecer especialmente a Oscar Moreno, José Seoane, Rodrigo Pascual y Maristella Svampa por los comentarios y sugerencias realizadas a este trabajo. A Cora Arias, Pablo Míguez, Nicolás Diana y Mabel Thwaites Rey por diversas sugerencias bibliográficas que enriquecieron estas reflexiones.

1 De aquí en adelante: EPS.

2 Véase Amadeo (2007).

3 Nikos Poulantzas se suicidó el 3 de octubre de 1979; Lacan disolvió su escuela el 16 de marzo de 1980; Sartre murió el 15 de abril de 1980; Barthes el 18 de febrero de 1980; Althusser estranguló a su mujer el 17 de noviembre de 1980 (Macciocchi, 1987: 472).

4 Como lo afirma Henri Weber (1978), existe una vertiente de izquierda y otra de derecha en el interior del eurocomunismo: entre los primeros nombra a Bruno Trentin, Fernando Claudín, Nikos Poulantzas y Christine Buci-Glucksmann; entre los segundos a Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista Italiano (PCI), Georges Marchais, secretario general del Partido Comunista Francés (PCF) y Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista Español (PCE). Se puede constatar el predominio de la vertiente de derecha en función de los lugares de decisión ocupados por los exponentes nombrados en los partidos comunistas. Sin embargo, el objetivo de este trabajo se orienta al debate del ideario contenido en los inicios del eurocomunismo y, en especial, de los exponentes del "ala izquierda".

5 Si no es posible en este escrito reconstruir la complejidad de esta problemática, sí quiero advertir que el cuestionamiento total de Lenin a la democracia, en particular a las elecciones, que se expresa en la frase ilustrada ("papeleta electoral o fusil") debe ser problematizado, matizado y aprehendido históricamente. Recomiendo la lectura de "Eurocomunismo y Socialismo" de Fernando Claudín, en particular el apartado "La experiencia histórica", en el cual se analizan con cierto rigor las transformaciones del planteamiento leninista en torno a la democracia mostrando la concepción positiva que Lenin mantuvo como posición teórico-política antes de la revolución. Determinados acontecimientos y singularidades de la realidad social soviética (la inexistencia de una tradición democrática en Rusia; el hecho de que la lucha efectivamente se dirigió contra la autocracia zarista; el carácter minoritario del proletariado en Rusia; la oposición interior de las corrientes socialistas no bolcheviques, la actitud de la socialdemocracia internacional y la intervención de los estados "democráticos-burgueses") conllevaron a afirmar la concepción de la democracia como "creación" de la burguesía (Claudín, 1977: 79-119). En este sentido, resulta significativo destacar que varios de los más importantes exponentes del eurocomunismo, por ejemplo, Santiago Carrillo, han tendido a simplificar la posición leninista como "enemiga de la democracia", trazando una línea de continuidad entre Lenin y Stalin. Véase Carrillo (1977).

6 En general este análisis suele ser coincidente con las posiciones políticas de los denominados exponentes de la "vertiente de derecha" del eurocomunismo. Sin embargo, en tanto confusión de método puede rastrearse en otros dirigentes. Por ejemplo, en los escritos de Fernando Claudín: "Toda la historia de las formaciones sociales capitalistas confirma plenamente la contradicción entre democracia y dominación de la burguesía. Cada parcela de democracia en las estructuras del estado o de la sociedad civil ha sido conquistada por la lucha de la clase obrera y de otros sectores populares [...]". (Claudín, 1977: 82).

7 Vale destacar que "consejista", "autogestión", "basista"; etcétera, son usadas como sinónimos en este trabajo, sólo replicando la utilización que hace Poulantzas en EPS.

8 Resulta interesante destacar cómo en los escritos de distintos exponentes de la izquierda europea se estudia y analiza la experiencia chilena (el golpe militar encabezado por Augusto Pinochet al gobierno de Salvador Allende) con el objeto de nutrir la reflexión sobre la transformación del proyecto socialista. Tanto Poulantzas como Miliband, Claudín, Carrillo, Berlinguer, Hobsbawm, Buci-Glucksmann y Debray, entre otros, debaten esta experiencia.

9 Santos Juliá cuestiona fuertemente esta dimensión temporal de la transición al socialismo del eurocomunismo: "la revolución pasó a ser, pues, la perspectiva, el horizonte, en que se situaba una política, pero no su resultado. La revolución aparece así como un coronamiento de unas indefinidas etapas de un tiempo fragmentado y discontinuo. No es posible entrar aquí en esta concepción por etapas del tiempo de revolución. Sólo indicar que desde el momento que se concibe, anuncia y ejecuta así una política supuestamente revolucionaria, un comunista repite la lógica interna de la socialdemocracia y se sitúa en el mismo tiempo histórico que un socialista" (Juliá, 1983: 30).

10 En términos caricaturescos esta posición está contenida en la frase de Zinoviev citada por Juliá: "No pudimos prever este sentimiento de las masas, admite Zinoviev cuando lamenta con algún desconsuelo que las masas aspiran al descanso y al pan y alimentan un sordo descontento contra los comunistas que llaman al combate y no comprenden la necesidad del descanso" (Juliá, 1983: 26).

11 En esta misma entrevista Poulantzas menciona directamente a Pietro Ingrao para situarlo como exponente de izquierda del eurocomunismo: "Para ser concreto cada vez que he leído a Carrillo he encontrado más bien el ala derecha del eurocomunismo y cada vez que he leído a Ingrao del PCI he encontrado el ala izquierda de las posiciones del eurocomunismo" (Poulantzas, 1979: 196. Traducción mía).

12 También traza la relación con el 68': "la lucha por la consolidación y profundización del eurocomunismo, en tanto que aportación desde el pc a la renovación política de la izquierda es inseparable de la incorporación a la lucha política de los sectores sociales, entre ellos las nuevas generaciones, particularmente golpeados social y culturalmente por la crisis y que emergen hoy con fuerza. La propia gestación de la reflexión eurocomunista tuvo un importante acicate en el mayo francés" (Palau, 1981).

13 Por ejemplo, se puede notar rápidamente que las afirmaciones de Carrillo destacan en especial la necesidad de articulación entre sujetos y entonces se habla de "interclasismo". Poulantzas (también Claudín) enfatiza más bien la necesidad de ampliar las luchas y reivindicaciones de la izquierda a los efectos de involucrar aquellas que se hicieron visibles en los sesenta.

14 Therborn sostiene que: "la reorientación de la mayoría de los Partidos Occidentales Comunistas y sus nuevas perspectivas de poder en Europa latina provinieron de las agitaciones de finales de los años sesenta. Se requirió tiempo para el cambio, al principio los nuevos movimientos y los 'viejos' partidos comunistas estaban en desacuerdo el uno con el otro, la expresión más dramática de ese desencuentro ocurrió durante los acontecimientos de mayo en Francia en 1968" (1980: 15. Traducción mía).

15 En principio refiere a las posiciones de la iii Internacional, Etienne Balibar y el estalinismo.

16 La concepción se remonta a Hegel, puede rastrearse su influencia en Weber, Keynes y también en las corrientes dominantes de la sociología política, en especial el funcionalismo.

17 De hecho, Poulantzas afirma en EPS: "[...] las observaciones presentadas hasta ahora recogen, desarrollándolos y sistematizándolos, los análisis ya presentes, a través de sus evoluciones, en mis textos aparecidos antes de la publicación de Vigilar y castigar (1975) y La voluntad de saber (1976). ¡Algunos de nosotros no hemos esperado a Foucault para proponer análisis de poder con los cuales, en algunos puntos, concuerdan ahora los suyos, cosa que no puede por menos de satisfacernos!" (Poulantzas, 1980: 176).

 

INFORMACIÓN SOBRE LA AUTORA

PAULA ABAL MEDINA. Doctora en Ciencias Sociales, Instituto de Estudios Sociales-Universidad Nacional General Sarmiento (IDES-UNGS). Maestra y Especialista en Ciencias Sociales del Trabajo, Universidad de Buenos Aires (UBA), y Licenciada en Sociología (UBA). Investigadora del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina. Docente de Grado y Posgrado del IDAES y de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).

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