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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.8 no.16 Ciudad de México may./ago. 2011

 

Reseñas

 

Przeworski, o de los límites y posibilidades del escepticismo y la democracia

 

Sergio Ortiz Leroux*

 

Przeworski, Adam (2010), Qué esperar de la democracia. Límites y posibilidades del autogobierno, Buenos Aires: Siglo XXI.

 

* Doctor en Ciencias Sociales, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)-México. Profesor-investigador de la Academia de Ciencia Política y Administración Urbana de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Director de Andamios. Correo electrónico: ortizleroux@hotmail.com

 

Los mexicanos tenemos una relación ambigua con la democracia. Durante varios lustros creímos que la democracia nos resolvería —casi por arte de magia— muchos de los problemas, rezagos y desafíos que distinguían a nuestro inacabado orden civil: pobreza, desigualdad, injusticia, inequidad, falta de libertades, impunidad, etcétera. Sin embargo, una vez que la democracia se aproximó aunque sea tímidamente a tocar las puertas de nuestra caótica vida pública, nos desilusionamos demasiado pronto de ella. ¿Qué sucedió? ¿Por qué pasamos tan rápidamente del encantamiento democrático al desencanto hacia la democracia mexicana? ¿Por qué la democracia tiene actualmente en nuestro país, si se me permite la expresión, tan "mala prensa"? Una posible respuesta a estas preguntas la ofrece Adam Przeworski en su libro Qué esperar de la democracia. Límites y posibilidades del autogobierno. Con un lenguaje claro y directo, que igual se vale de disciplinas como la historia política, la ciencia política, la sociología histórica y la economía política; y de herramientas teórico-metodológicas como la teoría de la elección social, la teoría de juegos o la estadística, Adam Przeworski, politólogo de origen polaco y profesor "Carroll and Milton" de Ciencia Política en la Universidad de Nueva York, afirma —en pocas palabras— que no se puede esperar demasiado de las democracias contemporáneas, ya que éstas enfrentan límites casi infranqueables relacionados con "la extensión de la igualdad económica, la participación efectiva, la agentividad perfecta y la libertad" (p. 52).

Para documentar su pesimismo, o si se prefiere, su optimismo informado, Przeworski ofrece a sus múltiples lectores de habla hispana un libro incómodo ("Lo que temo es que el desencanto [con la democracia] sea tan ingenuo como lo era la esperanza", p. 28), ambicioso ("presto atención a todas las democracias que han existido en el mundo entero en la época moderna", p. 34), polémico ("el ideal de autogobierno del pueblo no fue importado de la antigua Grecia, como fue inventado por Hannah Arendt en On Revolution, pp. 42-43) y oportuno ("No es ninguna sorpresa, que después de seguir la liberalización, la transición y la consolidación, hayamos descubierto que todavía hay algo que mejorar: la democracia", p. 28), que se ocupa de desentrañar aspectos centrales de la teoría democrática mediante el análisis exhaustivo de las fuentes de la extendida insatisfacción con las democracias en el mundo. Se podrá estar o no de acuerdo con las afirmaciones de Przeworski, con su escepticismo desencantado, con su individualismo metodológico, con su racionalidad de corte instrumental, con la forma en que selecciona e interpreta la evidencia histórica, pero lo que en todo caso no podrá ponerse en tela de juicio es que estamos ante un libro serio y riguroso, con modelos analíticos sofisticados y argumentos finamente tejidos e hilvanados, que no pasará desapercibido seguramente por los críticos y defensores de la democracia contemporánea. De ahora en adelante, cualquier estudioso del funcionamiento real de las democracias contemporáneas tendrá que justificar las razones por las cuales incluyó o, en su caso, ignoró entre sus fuentes bibliográficas las reflexiones penetrantes del autor, entre otras publicaciones, de Democracia y mercado: reformas políticas y económicas en la Europa del Este y América latina (Cambridge, 1995); Democracy and Development (2000); Las reformas económicas en las nuevas democracias (Alianza, 2003); Democracia sustentable (Paidós, 2003); States and Markets (Cambridge University Press, 2003) y Democracy and the Rule of Law (Cambridge University Press, 2003).

Ya desde las primeras páginas del libro, el politólogo de origen polaco saca a relucir su espíritu desacralizador: "me propongo desmitificar, liberar nuestra comprensión de las democracias reales de la perspectiva de sus orígenes" (p. 33). Para cumplir su objetivo de tintes heterodoxos, nuestro autor somete las ideas de los padres fundadores de la democracia moderna a la prueba de formol de las herramientas analíticas de la ciencia social contemporánea. Al final de este singular —por decir lo menos— experimento metodológico, el ideal original de la democracia no sale bien librado, ya que éste responde menos al sueño de autogobierno del pueblo y más a las acciones e intereses reales y concretos de Los Federalistas, padres fundadores de la democracia moderna:

Yo sostengo [afirma Przeworski] dos tesis: (1) El ideal que, de modo más manifiesto, justificó la fundación de las instituciones representativas y su gradual evolución hacia la democracia era lógicamente incoherente y prácticamente irrealizable, (2) Las acciones de los fundadores pueden ser vistas como una racionalización de sus intereses; específicamente, las instituciones que crearon protegían sus privilegios (p. 45).

Pero la fuente de la inflación normativa, según Przeworski, no se encuentra exclusivamente en los ideales políticos de Los Federalistas, sino también, y sobre todo, en la filosofía política de Jean Jacques Rousseau: "En el ideal original de autogobierno, elaborado por Rousseau [...], las personas son libres porque cuando el pueblo gobierna nadie obedece más que a sí mismo" (p. 48). Desde el primer momento, este ideal enfrentó, según afirma el también profesor de la Universidad de Chicago, algunos problemas lógicos y prácticos:

Sólo es lógicamente coherente si todos están de acuerdo sobre el orden legal en el que todos quieren vivir. El principio de que el pueblo, en singular, se gobierna a sí mismo no se traduce fácilmente en un sistema institucional en el que las personas —en plural— se gobiernan a sí mismas. Por lo tanto, pasó a ser un tema de discusión el hecho de si era posible implementar este principio mediante instituciones representativas: en un momento determinado sólo gobiernan algunas personas. Cuando la realidad de las divisiones sociales, económicas y políticas se hizo evidente, la idea de que todo el pueblo pudiera ser representado simultáneamente por alguien se hizo insostenible. Entonces, ser gobernado por equipos de políticos seleccionados en elecciones periódicas se transformó en la segunda mejor posibilidad (pp. 48-49).

En clave przeworskiana, la realidad imperfecta de las democracias realmente existentes acabó ganándole la partida a los ideales geométricos de la democracia. Más allá de los sueños metafísicos de los filósofos, se encuentran las duras maderas de la política, las cuales, por ejemplo, le han presentado cuatro desafíos a las democracias contemporáneas: "(1) la incapacidad de generar igualdad en el terreno socioeconómico, (2) [la de] de hacer sentir a la gente que su participación es efectiva, (3) de asegurar que los gobiernos hagan lo que se supone que deben hacer y no hagan lo que no se les ha mandado a hacer, y (4) de equilibrar orden con no interferencia" (pp. 33-34).

Przeworski dedica los distintos capítulos de su libro a analizar los diferentes principios o condiciones de posibilidad del ideal de autogobierno: igualdad, participación, agentividad (agency) y libertad. Cada uno de los capítulos del presente volumen puede ser estudiado de manera independiente, pues en ellos se analizan detalladamente un amplio ramillete de temas y problemas que en su conjunto podrían ser las entradas de una enciclopedia de la democracia. Sin querer ser exhaustiva, la lista de llamadas que analiza el autor es la siguiente: aristocracia y democracia; democracia y propiedad; democracia y distribución del ingreso; democracia y participación; el papel del pueblo entre elecciones; votar, elegir y la paz civil; estructura del gobierno; equilibrio de poderes; neutralidad y supermayoría; la democracia y la regla de mayoría; ciudadanos y gobiernos; libertad como derechos enumerados; etcétera.

La sensación que queda después del viaje por la enciclopedia przeworskiana de la democracia no sólo es de agotamiento (¡atención: lectores perezosos o distraídos, absténganse de leer esta obra!), sino principalmente de escepticismo. La democracia de hoy no es lo que lo que se prometió que sería. En efecto, la igualdad en la que pensaban los padres fundadores no era una igualdad económica ni social, sino una igualdad política formal, una igualdad ante la ley que diera a todos iguales oportunidades de influir en los resultados colectivos. La participación, por su parte, no puede ser igual y efectiva, ya que no hay ninguna forma de toma decisiones colectiva, salvo la unanimidad, capaz de dar eficacia causal a la participación individual. El autogobierno colectivo, entonces, se alcanza no cuando cada votante tiene influencia causal en el resultado final, sino cuando la elección colectiva es resultado de la suma de voluntades individuales. En el caso de la agentividad, existen costos inevitables: los gobernados deben dar a los gobiernos cierto margen para su acción. El autogobierno, por tanto, no se implementa en una serie de referendos sino en elecciones periódicas con mandatos amplios y a menudo vagos. Finalmente, pero no al último, la libertad es un principio difícil de realizar, ya que no existe un equilibrio entre el orden y la no interferencia (libertad negativa). Más bien lo que hay es una serie de equilibrios inestables que ningún diseño institucional podrá resolver de una vez y para siempre.

Llegados a este punto, valdría la pena detenernos un momento a fin de preguntarle al autor y de paso a nosotros mismos: ¿Podremos avanzar en el presente o en el futuro en el terreno de la igualdad, la participación, la agentividad y la libertad sin renunciar a la democracia? ¿Tendremos que quedarnos cruzados de brazos ante los límites y posibilidades del autogobierno en las democracias realmente existentes? Przeworski afirma que hay que mantener, ciertamente, una mirada crítica sobre la democracia, pues el reconocimiento de sus límites y posibilidades no es sinónimo de complacencia sino más bien es una suerte de guía útil y eficaz para la acción política. Sin embargo, el titular de la cátedra "Carroll and Milton" no deja de advertirnos los peligros que provocan las expectativas irracionales y desbordadas sobre el también llamado gobierno popular, pues éstas —entre otras cosas— alimentan las campañas populistas y ciegan las reformas factibles. Por mi parte, no me resigno a caer en el escepticismo przerworskiano, pero tampoco me dejo seducir por el canto de las sirenas. Como diría la sabiduría popular, "ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre". Ciertamente, cualquier programa democrático tiene como uno de sus puntos de partida un diagnóstico preciso y sin concesiones sobre los alcances y límites de las democracias contemporáneas realmente existentes. En este aspecto, la contribución de Przeworski es incuestionable. Sin embargo, me parece que nuestro autor desconoce, olvida o menosprecia que eso que en el campo de la política y de lo político se denomina eufemísticamente como "la realidad", se compone no solamente por una dimensión institucional, empírica o positiva, sino también se integra por una dimensión simbólica o subjetiva, la cual tiene, por lo menos, la misma importancia que la base institucional.

La democracia, según nos advierte magistralmente Alexis de Tocqueville en La democracia en América, vale más por lo que consigue que se haga que por lo que hace por sí misma. Más que una guía para la acción o un profeta de la revelación, la democracia es simplemente un detonador del cambio, pues no da al pueblo el gobierno más hábil o más eficaz, pero logra lo que el gobierno más hábil o más eficaz no consigue: extender por toda la sociedad una inquieta actividad, una fuerza abundante y una energía que no existen sin ella. La democracia es, por definición, un proyecto histórico inacabado e inacabable, dado que su sentido instituyente (sus bases simbólicas) no puede agotarse en lo instituido (sus bases institucionales).

Si lo dicho aquí tiene algún sentido, entonces no hay razones suficientes para compartir el escepticismo de Przeworski. Si bien es cierto que la democracia de hoy enfrenta límites infranqueables relacionados con la extensión de la igualdad económica, la participación efectiva, la agentividad perfecta y la libertad, también es cierto que la democracia de mañana requiere mantener abiertos el debate y la realización o concreción histórica de estos principios generales del ideal de autogobierno, si es que no quiere caer en el fantasma del totalitarismo. La democracia, no se olvide, llama a más democracia en un vértigo sin principio ni fin. Por eso la libertad, la igualdad o la participación en las democracias de hoy no serán las mismas de aquellas del mañana. No lo pueden ser. Sin embargo, habría que reconocer que el escepticismo que Adam Przeworski nos transmite en este libro es sin duda un muy buen punto de partida para hacernos cargo de la democracia como un proyecto histórico abierto, no dirigido, de realización necesariamente provisional y contingente del ideal clásico —y griego, como diría Cornelius Castoriadis— de autogobierno.

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