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Andamios

On-line version ISSN 2594-1917Print version ISSN 1870-0063

Andamios vol.6 n.12 Ciudad de México Dec. 2009

 

Reseñas

 

Más allá de la "Obamanía": El poder de la comunicación política

 

Ángel Sermeño*

 

Obama, B., Los sueños de mi padre. Una historia de raza y herencia, México: Debate, 2009, 405 pp. La audacia de la esperanza. Cómo restaurar el sueño americano, Barcelona: Península, 2008, 385 pp.

 

* Profesor–investigador de la Academia de Ciencia Política y Administración Urbana de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). angelsermeno@yahoo.com.mx

 

I

La presente reseña exige una obligada justificación a modo de brevísimo preámbulo. En marzo de 2009 apareció la edición para el mercado mexicano de la ya para entonces más que célebre autobiografía del 44° y actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. De la misma forma, desde finales de 2008 (Obama tomó posesión en noviembre de ese año) también estaba al alcance en nuestro medio editorial su segundo libro, que narra las experiencias y reflexiones políticas que le proporcionó su paso por el Senado estadounidense. Entre uno y otro libro hay un lapso de once años (1995 al 2006 en las ediciones originales) que vuelve posible presenciar la génesis del fenómeno Obama con el plusvalor que le proporciona la narración en primera persona; esto es, la consolidación de su metamorfosis identitaria, proceso que, como sabemos, le encumbró, no sin retos ni luchas, pero con una celeridad pocas veces vista, en las altas esferas del poder de la nación más rica y poderosa del orbe. De Obama, un estadounidense promedio que cargaba con el lastre de ser mestizo en una sociedad ostensiblemente segregacionista y racista, no parecía posible esperar otra cosa que contemplar las vicisitudes de un ciudadano común. Bastante carga simbólica tenía ya el hecho de haber sido elegido el primer presidente negro de la Harvard Law Review. Por ello, ante lo suficiente que era añadir un signo de optimismo en el fundacional conflicto racial estadounidense, avanzar hacia lo inesperado de su ascensión a la Casa Blanca con sólo el apoyo de su esfuerzo y magnetismo me parece tan seductor como increíble.

El indudable atractivo de Barack Obama, que le vuelve un personaje de asombrosa popularidad, estriba en una bien lograda aunque improbable combinación de factores: a) su exótico origen (padre africano negro, madre blanca anglosajona); b) el concienzudo camino de aprendizaje e introspección espiritual, a todas luces muy bien conducido por él mismo, que le han permitido apuntalar un mesiánico sentido de destino expresado en c) su vigorosa autoconfianza y autocontrol y d) en la notable habilidad comunicativa —su inusual franqueza y apertura que le permiten despertar afectoc, y e) en el gran acierto de eludir los riesgos de incurrir en la amargura e ira frecuentemente auto–destructiva, tan propia de aquellos que definen su identidad a partir de pertenecer a grupos oprimidos. Probablemente esta lista esté incompleta. No obstante, revisarla y, en su caso, completarla me parece que constituye una de las principales claves de lectura de las dos obras aquí comentadas. Por supuesto, no se trata de ceder a la fácil tentación de proponer un abordaje al estilo de las narrativas de superación personal y autoayuda. La historia de Obama tiene a raudales los ingredientes para justificar ese abordaje: un hombre hecho a sí mismo que se supera como individuo en el marco de una sociedad competitiva. Naturalmente, no es el enfoque que esta reseña sugiere. Más allá del tono mítico que imprime a ambos libros el acento autobiográfico y la aparente levedad y superficialidad asociadas a dicho acento, lo que sostengo sobre estos libros es que constituyen obras de mayor calado. Y en tal afirmación radica la justificación del espacio concedido al comentario de dos textos que, aparentemente, no corresponderían a la naturaleza de una revista académica de investigación.

Los textos en cuestión no son, ciertamente, grandes tratados de multiculturalismo, religión cívica o comunicación política. Pero el lector que entre en contacto con ellos no se quedará de ninguna manera con las manos vacías. En realidad, el entusiasmo que despiertan en mí estos dos volúmenes va más allá de la atractiva y extraordinaria sucesión de eventos vinculados al fenómeno de Obama. Mi entusiasmo se alimenta más bien de la contemplación del fructífero ejercicio de reflexión sobre un mundo cambiante y vertiginoso, en donde los viejos desafíos y sus mutaciones posmodernas siguen tan vigentes y retadoras. Así que más que respuestas seguras, la creativa y honesta manera de abordarlas es lo que valoro como una positiva experiencia para el lector. Para mí, sí que lo ha sido.

 

II

Puede decirse, tal vez con algo de ligereza, que Los sueños sobre mi padre tiene un claro tinte psicoanalítico. Ello en el sentido de que dicho texto contiene una abierta y directa reflexión sobre el padre ausente. El éxito de la narración radica tanto en la magistral manera de exponer los difíciles dilemas subjetivos asociados con la construcción de la propia identidad, como en la capacidad de dar a esa reflexión una dimensión al mismo tiempo compleja como universalizable. Como todo ser humano, Obama anhela pertenecer a un lugar y ser reconocido pero su biografía lo muestra vulnerable, sin padre y sin ligaduras en distintos instantes decisivos para la configuración de la autoconfianza. En su condición de mestizo es demasiado blanco para ser considerado negro y, en obvia contrapartida, demasiado negro para sentirse cómodo apelando a una seguridad autocomplaciente en el mundo de los blancos. Por otra parte, su fragmentada composición biográfica también presenta aspectos valiosísimos. Una madre y una abuela extraordinarias que le forjan el carácter y estimulan el florecimiento de su perspicaz inteligencia. Una infancia feliz que, no obstante, no le regateará la inquietud ineludible de definirse racialmente, la ausencia de raíces y la fragilidad de crecer sin padre.

Los sucesivos episodios que narran tales momentos decisivos son sencillamente cautivadores y brillantes. Dejo al probable lector futuro el placer de su recorrido. En este breve espacio comento fugazmente tres de ellos, que me parece destacan sobremanera. En primer lugar, la construcción imaginada de la identidad del padre. Evidentemente sobrecargada de mito y alimentada a propósito en esa dirección por la madre, es la fuente primaria de la que Obama parece extraer en gran medida ese sentido mesiánico de destino. Lo notable, me parece, es que la ecuación funciona (mi padre es inteligente y posee determinación y carácter, luego estoy destinado a ser como él) y también es notable el ejercicio de reconciliación que Obama hace con la realidad al descubrir que su padre de carne y hueso en la realidad ha vivido y muerto en la amargura y atrapado por el alcoholismo.

La segunda cuestión a destacar tiene que ver con la manera nada fácil de escapar de las trampas de la identidad étnica, con la ira y la frustración autodestructiva que produce el saberse víctima y de remontar la humillación y el sufrimiento asociado con dicha opresión. ¿Cómo no caer en el autodesprecio? ¿Cómo no ser condescendiente con el opresor? ¿Cómo escapar a la salida fácil de la autocomplacencia que puede provocar el saberse y sentirse víctima? ¿Cómo manejar la culpa de reconocerse diferente y en tal sentido afortunado? ¿Cómo no odiar cuando se tienen razones de sobra para hacerlo? La manera en que Obama enfrenta estos y otros más profundos cuestionamientos no merecen ser resumidos y es parte del encanto del texto.

La tercera temática se refiere a la definición de la vocación política de Obama; a su experiencia aún juvenil como organizador comunitario o, quizá en una noción más familiar pero no del todo homologable para nuestro contexto, como trabajador social. Se trata de las cavilaciones morales del personaje en torno a la búsqueda de justicia social, la defensa de los derechos, los límites estructurales de las instituciones sociales e, incluso, de la propia condición humana que hasta en las víctimas y los marginados hace florecer la envidia, las divisiones internas que socavan la eficacia de las políticas de bienestar. Pobres, desclasados, obreros diezmados, madres solteras, comunidades marginadas y sin esperanza. La experiencia con sus altibajos de la solidaridad, la organización y la comunidad como el o los ingredientes que faltaban para encontrar el lugar y los objetivos del proyecto de vida que conducirían a la experiencia de la representación política profesional y al exitoso asalto final a la Casa Blanca.

 

III

El segundo libro de Obama, La audacia de la esperanza, mantiene el tono autobiográfico de Los sueños de mi padre, pero es un texto diferente. En el lapso de once años, tanto el contexto como el autor han, evidentemente, evolucionado. En concreto, el segundo volumen contiene el ideario y la propuesta de campaña del político profesional. La trepidante metamorfosis de Obama se ha completado y a pesar de su juventud se exhibe ya como un político de perfil maduro. Emerge del electrizante discurso que, en julio de 2004 durante la Convención Nacional Demócrata, consolida a Obama como una figura de alcance nacional en el espectro político norteamericano. Las tesis que estructuran esa pieza de oratoria excepcional son, por tanto, desarrolladas con mayor espacio y profundidad en La audacia de la esperanza. Tal carácter pragmático no hace desmerecer la calidad expositiva de la obra, que sigue estando determinada por la convincente honestidad del autor; de hecho, muestra la capacidad propositiva y persuasiva del político profesional ante el ciudadano desconfiado y escéptico ante la política y los políticos, y que justifica su desencanto, entre otras muchas razones, por las promesas incumplidas y el deterioro de la vida pública.

Desde el punto de vista del tema de la crisis de la representación política, el fenómeno Obama supone, en consecuencia, una bocanada de aire fresco, dado que constituye una suerte de experiencia que rema a contracorriente. Recordemos que en la discusión sobre la crisis de la representación se asumen como críticas casi irremontables la constatación del ensanchamiento de la distancia entre representado y representante, de la baja calidad de los aspirantes a ocupar cargos públicos y, sobre todo, de la colonización de los medios y de las técnicas de marketing en la dinámica de la competencia electoral. Sobre este último punto en particular, se deplora que sean los medios los que construyan de manera artificial las promesas vacías de los candidatos y, de hecho, la propia personalidad del contendiente apuntalada en imágenes manipuladas. Sin la capacidad de restaurar la confianza del electorado, esto es, de remontar la distancia entre el ciudadano y el político y sin esa generación de carisma, empatía y eficacia comunicativa, la difícil conquista de la Casa Blanca seguramente habría sido una tarea imposible.

Por supuesto, una cosa es la habilidad para comunicarse políticamente de forma eficaz con una ciudadanía desencantada y escéptica, y otra muy distinta gobernar, esto es, tomar decisiones que afectan la vida de millones y resistir las presiones de los juegos de poder; negociar y conceder sin traicionar los ideales y valores. Por más progresista que nos parezca, Obama ha llegado a la cúspide del poder de algo que para gran parte de humanidad es percibido como un imperio, decadente y debilitado en la coyuntura actual, pero a final de cuentas un imperio en sí. Así que para moderar el tono elogioso de esta reseña, cabría distinguir el juicio ulterior que a todos nos merezca el desempeño concreto de la presidencia de Obama de lo que ahora está en juego, y reflexionar sobre los aciertos o desaciertos de un político capaz de restaurar el imaginario político de su nación en torno a la oferta creíble de cimentar la acción política, sobre la base de la noción del bien común. Tendremos, como reitero, la oportunidad de evaluar su desempeño. Con todo, el valor de los dos textos aquí comentados se sostiene sobre sus propios méritos.

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