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Andamios

On-line version ISSN 2594-1917Print version ISSN 1870-0063

Andamios vol.6 n.11 Ciudad de México Aug. 2009

 

Entrevista

 

La Ciencia Política a examen. Trayectoria, debates e identidad. Entrevistas a Andreas Schedler, Francisco Valdés Ugalde y Víctor Alarcón Olguín

 

Sergio Ortiz Leroux* y Moisés Pérez Vega**

 

* Profesor investigador de tiempo completo de la Academia de Ciencia Política y Administración Urbana de la UACM. Correo electrónico: ortizleroux@hotmail.com

** Profesor investigador de tiempo completo de la Academia de Ciencia Política y Administración Urbana de la UACM. Correo electrónico: moyvega@hotmail.com

 

La Ciencia Política es una disciplina joven. A diferencia del Derecho, la Sociología o la Economía, no cuenta con más de medio siglo de vida, primero en Europa y Estados Unidos, y después en América Latina y México. A pesar de su corta edad, existe ya un acerbo de conocimientos acumulados sobre su estatuto epistemológico y sobre sus fortalezas y debilidades tanto a nivel teórico como metodológico; conocimientos que, evidentemente, están sujetos a constante examen y actualización. En esta ocasión, queremos hacer un nuevo corte de caja sobre el estado actual de la Ciencia Política. Lo hacemos porque estamos convencidos de que el proceso de maduración de una disciplina científica, al igual que sucede en los seres humanos, está directamente asociado al balance crítico y autocrítico sobre sus haberes pasados y deberes futuros. Para cumplir este cometido, hemos entrevistado en distintos momentos a tres exponentes clave de la ciencia política que se realiza en México: Andreas Schedler, Francisco Valdés Ugalde y Víctor Alarcón Olguín. Las preguntas de la entrevista han sido las mismas en los tres casos. Las respuestas, obviamente, difieren o coinciden en mayor o menor medida, pero en todos los casos expresan un interés o pasión común: contribuir a que la Ciencia Política adquiera la mayoría de edad. Andreas Schedler es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Viena; profesor investigador de la División de Estudios Políticos del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE); investigador Nivel II del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), y autor de numerosos artículos y libros en el área de la política comparada, de la cual es una de las autoridades más reconocidas en el mundo entero. Francisco Valdés Ugalde es Doctor en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPYS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); investigador titular "C" en el Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM; investigador Nivel II del SNI; presidente del Consejo Superior de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) , y autor de numerosos artículos y libros sobre temas como la Reforma del Estado y la teoría de las instituciones y la decisión social. Víctor Alarcón Olguín, por su parte, es Maestro en Gobierno y Estudios Internacionales por la Universidad de Notre Dame; profesor–investigador nivel "C" en el Área de Procesos Políticos del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa (UAM–I), y autor de numerosos artículos y libros sobre teoría y metodología políticas.

Agradecemos, finalmente, a Alejandra Rosas Zambrano y a Ángela Oyhandy Cioffi por su colaboración en la transcripción de las entrevistas.

 

Comencemos esta plática con una reflexión general que nos ayudará a definir las coordenadas de nuestro tema de conversación. ¿Qué debemos entender hoy por ciencia política? ¿En qué momento se encuentra actualmente la ciencia política en el mundo: en un momento de crisis o en uno de refundación? A partir de la respuesta a lo anterior, ¿cuáles serían sus principales fortalezas y debilidades tanto a nivel teórico como metodológico?

ANDREAS SCHEDLER (AS): Son varias preguntas a la vez. La pregunta de qué es la ciencia política la respondo de manera bastante sencilla: no es el método lo que la define, sino su lugar institucional. La ciencia política es lo que se hace en las universidades y centros de investigación en ciencia política. Luego, si preguntamos si la ciencia política en el mundo está en crisis o no, mi respuesta sería más compleja, aunque esencialmente optimista. Yo no la veo en crisis. Al contrario, veo una disciplina fuerte, vibrante, innovadora. Hay muchos campos de investigación y reflexión que nos ofrecen un desarrollo vertiginoso, controversias apasionantes, estudios sofisticados, cuidadosos e iluminadores. A mi propio campo de investigación, el estudio comparado de procesos de democratización, lo vivo así, como un espacio de investigación y discusión vibrante, con mucha relevancia, mucho movimiento, procesos continuos de aprendizaje. Claro que hay mucha heterogeneidad. Al lado de las praderas florecientes, también encontramos campos áridos, desérticos, petrificados. Al lado de los estudios sofisticados, originales y apasionantes, nos topamos con muchos trabajos simplones, repetitivos y aburridos. Pero en su conjunto, el paisaje de la ciencia política contemporánea no ofrece un panorama de crisis. De ninguna manera. En medio de (y por medio de) controversias fuertes, a diario seguimos descubriendo y aprendiendo muchas cosas sobre la política.

FRANCISCO VALDÉS UGALDE (FVU): Son tres preguntas muy importantes y que atañen al corazón de la problemática que la ciencia política atraviesa hoy en día. Creo que por ciencia política debe entenderse, como siempre se ha entendido y en esto no creo que haya cambios fundamentales en cuanto al objeto, la disciplina que explica las razones y las causas que motivan la organización de la actividad política, entendida como la acción pública destinada a la construcción de instituciones, normas y finalidades en torno a la distribución del poder, que normalmente se estructuran en sistemas políticos y que, a fin de cuentas, culminan en las preguntas principales de la disciplina: ¿qué es el Estado en cada momento del desarrollo político humano?, y ¿qué es el Estado a nivel de las sociedades particulares en las que existe como institución? A partir de la idea de que la ciencia política busca explicar conductas y cómo éstas se entrelazan con instituciones y normas, cómo la dinámica de interacción de los agentes sociales y políticos dan como resultado formas específicas de estructuración de lo público, me parece que esto es el objeto central de la ciencia política.

Ahora bien, en relación con el momento en que se encuentra la ciencia política en el mundo, de crisis o refundación, yo más bien veo un proceso caracterizado por rupturas y por acumulación incremental. Con frecuencia se habla de una distinción muy tajante entre la ciencia política positiva y la ciencia política normativa, la ciencia política y la teoría política, o entre la filosofía política y la explicación o el análisis político; ciertamente son distinciones necesarias dependiendo del nivel de estudio en el que se sitúe el profesional de la ciencia política, pero que no en todos los casos me parecen ni tajantemente separadas, ni contradictorias entre sí como cuerpos de doctrina o de explicación. Sí creo que en el momento actual de la ciencia política es muy importante construir los puentes entre todas ellas; creo que la ciencia política ha avanzado mucho en el estudio de lo que conocemos como ciencia política positiva o de la política realmente existente en los estados democráticos. Pongo el énfasis en los estados democráticos porque, como todos compartimos en la disciplina, estamos en un mundo crecientemente democrático, aunque no totalmente democrático. Pero digamos que un número considerable de sistemas políticos son hoy sistemas democráticos en los cuales por lo menos hay la libertad para elegir gobernantes y removerlos del cargo, aunque esto no necesariamente caracterice a la mayor parte de la población mundial. En eso tenemos todavía un problema con el Estado no democrático.

Creo que la ciencia política ha avanzado mucho en entender los procesos dentro del estado democrático y sus diferentes sistemas políticos, pero creo que se ha quedado rezagada en la comprensión de los fenómenos autoritarios y totalitarios, tanto los que permanecen per se, como, por ejemplo, el caso de China, donde vive un porcentaje importantísimo del género humano, la sexta parte, y de una gran cantidad de situaciones intermedias, que han pasado de autoritarismos a democracias.

En ese sentido, creo que el avance para comprender los procesos electorales y de decisión pública de agregación de preferencias, de organización del espacio público, de conformación de nuevas realidades estatales, de organización de la pluralidad en los estados democráticos, ha sido muy significativo. Contamos hoy con evidencia y con información empírica que llena realmente gigantescas bases de datos que permiten a los estudiosos analizar fenómenos para los cuales antes no se contaba con tanta información; lo mismo me refiero, por ejemplo, a temas de opinión pública, las series de encuestas, la tradición de encuestar de manera sistemática. La acumulación de información en ese aspecto es muy importante y constituye una fuente de información y de estudio que actualmente ha sido mucho más explorada que en el pasado.

Respecto a las situaciones intermedias de transiciones del autoritarismo a la democracia, hablando en términos generales (porque obviamente hay subregiones y casos que podemos reagrupar a su vez en otras categorías), la ciencia política pecó de un cierto exceso de optimismo y de simplismo. Empiezo por el simplismo, que consistió en considerar a una gran cantidad de casos que ahora vemos que tenían más diferencias que identidades, o diferencias lo suficientemente significativas como para no agruparlos de la misma forma, cuyo tránsito de formas autoritarias a sistemas electorales pluralistas y sistemas políticos democráticos (entre comillas) ha sido mucho más compleja de lo que la teoría de las transiciones suponía; pongo un solo ejemplo para no abrumar con la gran cantidad a que se pueden aludir: las transiciones que ocurrieron de dictaduras militares a la instauración de sistemas democráticos son relativamente más súbitas, desde el punto de vista de que al producirse la ruptura de la dictadura y los acuerdos básicos para fundar o re fundar un Estado democrático, caracterizó transiciones, digámoslo así, "nítidas", no porque sean totalmente claras, no porque hayan sido todos resultados de procesos felices o, por el contrario, muy complejos, pero revelan un paso donde uno puede encontrar el inicio de la democracia en un momento claro del tiempo, y de ahí en adelante un desmontaje de las formas autoritarias. Hasta cierto punto, cada caso fue distinto, y los otros casos, que son casos de "dictablandas" en los que no había ni un autoritarismo dictatorial pleno, ni tampoco una democracia pluralista competitiva, que es requisito de la poliarquía, o requisito de la democracia, como queramos llamarle, entendiendo por esto la existencia y presencia de elecciones libres, de ciudadanos capaces de informarse de las diferentes alternativas, de libertad para la organización de los partidos y las alternativas políticas, y de claros términos en los mandatos que los gobernantes tienen en cuanto al tiempo de ocupación de sus cargos para la renovación electoral de los mismos.

Estos dos tipos de transición, para seguir usando la palabra, aunque probablemente no sea la más adecuada, revelan problemas que no ha sabido resolver bien la ciencia política, porque en la medida en que se estudia el fenómeno democrático, el modelo de estudio tiende a ser el modelo de la democracia estadounidense, porque además es desde la democracia estadounidense y desde la academia estadounidense, y con algunas contribuciones europeas, que emanan las teorías y las herramientas de estudio más desarrolladas y sofisticadas. Por ejemplo, cuando se trata de estudiar procesos electorales, tenemos una gran sociología electoral formada en comunidades académicas de sociedades en las que hay una tradición más antigua de estudio de los procesos electorales, lo mismo de la opinión pública. Pero resulta que las características de esas sociedades son, al mismo tiempo que un objeto de estudio, un elemento que contribuye a conformar la herramienta con la que se estudia, y si esa herramienta se traslada a otras realidades, aunque no es totalmente inválido hacerlo, no siempre se "trasplantan" con las mediaciones metodológicas y epistemológicas y teóricas que considero que deberían hacerse.

No creo que estemos en una refundación; tampoco en una crisis total de la ciencia política. Yo señalaría que uno de los principales elementos, uno de los principales problemas a los cuales se enfrenta hoy la teoría política es cómo poder vincular explicaciones positivas, para seguir usando nuestra "jerga", con apreciaciones de carácter normativo; cómo vincular lo que realmente ocurre en la política, es decir, actores que buscan la satisfacción de ciertos intereses, para lo cual se organizan en formas de acción colectiva y llevan a cabo determinado tipo de procesos, con lo que, en teoría, la política democrática nos dice que debería ser un estado democrático. Y el contraste que tenemos entre unas cosas y las otras ha dado lugar a un conjunto de preocupaciones y reflexiones sobre la ética de los políticos, sobre la intensidad de la participación de los ciudadanos, sobre la rendición de cuentas y la transparencia en los actos de la autoridad pública, sobre el grado de institucionalización de los derechos en las instituciones que supuestamente deberían procurarlos y garantizarlos. Como todas éstas son áreas, aspectos de la realidad política en las que encontramos siempre la tensión entre realidad y valores, entre conocimiento y deontología, me parece que ahí hay un núcleo muy importante que la ciencia política no ha logrado abordar en forma central, y creo que está destinado a adquirir importancia creciente en el futuro.

Para concluir con este punto, es muy importante no perder de vista que, por más positiva que sea la explicación, si estamos hablando de un estado democrático, estamos siempre hablando de una decisión que se tomó para que ese Estado fuera democrático, y cuando una sociedad tomó esa decisión lo hizo en un momento determinado del tiempo para organizarse políticamente de manera democrática, incrustó valores en las instituciones que le dieron vida. Esos valores se confrontan de manera sistemática con las prácticas y las prácticas van moldeando los valores y así sucesivamente. Ciertamente, estamos lejos de un ideal en cuanto a la integración intelectual entre ambas dimensiones de los problemas pero, desde el punto de vista de la ciencia política, el no perder de vista esta interacción es muy importante porque no podemos limitarnos simplemente a explicar las conductas de los actores políticos para aducir conclusiones fatalistas. Creo que en ese sentido la ciencia política tiene otros deberes.

VÍCTOR ALARCÓN OLQUÍN (VAO) : Gracias por darme la oportunidad de intercambiar estas ideas con los lectores de Andamios. Me parece un ejercicio muy valioso hacer de vez en vez esta suerte de corte de caja. Creo que la ciencia política vive un momento que, si bien para muchos es de crisis, para otros —entre los cuales me encuentro— puede verse como el nacimiento de una ciencia política latinoamericana. La idea de "crisis de la ciencia política" nos ha llegado desde los paradigmas de las sociedades más democráticas y desarrolladas, con ciertos cortes basados en el institucionalismo, el rational choice y la cuantificación. Pero, curiosamente, en nuestras sociedades —donde todavía estamos saliendo de la oscuridad autoritaria y en las que tenemos otros cortes valorativos—, nuestros referentes históricos, de sociabilidad y desempeño cultural han prefigurado nuestras trayectorias de muy diversa manera. Ciertamente, a lo mejor eso no nos dice mucho. Entonces, me parece que lo que puede ser interesante para nosotros es preguntarse cómo —a pesar de que se afirma que la ciencia política está en crisis o muerta— se está prefigurando un momento fundacional muy atractivo de la ciencia política en nuestros países. ¿En qué radica la fortaleza de esa refundación —más bien verdadera fundación— de una ciencia política latinoamericana? Creo que en el creciente interés que existe desde el seno de la academia por crear su propia identidad. Nosotros hemos vivido de identidades prestadas en muchos sentidos. Yo, por ejemplo, pertenezco quizá a la primera generación de politólogos que no somos tránsfugas de otras disciplinas, como la sociología, el derecho o la historia. Nosotros, más bien, nos beneficiamos de los historiadores políticos, los sociólogos políticos y los constitucionalistas. Nuestro bagaje, entonces, se ha enriquecido por esas tres importantes tradiciones, y además por la incorporación de una cuarta tradición: la de la ciencia política cuantitativa. En consecuencia, somos una generación híbrida, que va de lo cultural a lo racional, de lo valorativo a lo estrictamente paramétrico, por poner así las coordenadas. Ello, paradójicamente, también implica una debilidad para mi generación, que todavía no termina de colocarse en un lado o en otro, aunque uno pudiera poner en duda si ello es estrictamente necesario. En cambio, las apuestas que están dando las generaciones más jóvenes son más claras y más abiertas, aunque igual de polémicas. Con menos dudas, las nuevas generaciones abrazan abiertamente la vertiente cuantitativa, tal como se cultiva en espacios como el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) o el CIDE. De alguna manera, FLACSO es una institución híbrida, una suerte de vínculo entre una y otra tradición. Otras instituciones, como la uam y la UNAM, continúan desarrollando cierto tipo de tradición de ciencia política, donde todavía tienen peso la sociología política, la historia y la filosofía política, mientras que hay otra vertiente que, como en El Colegio de México (COLMEX) o el Instituto Nacional de Administración Pública (INAP), el componente administrativo es un rasgo muy definido. Esto quizá sea importante contextualizarlo para instituciones incipientes dentro de la disciplina como la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Diría, entonces, que estamos en un contexto de fortaleza para las generaciones previas y actuales, y las debilidades estarían circunscritas más bien a lo que todavía no se hace plenamente en las revistas académicas. Las agendas de investigación tienen todavía un alto nivel de volatilidad. Salvo en temas específicos como políticas públicas, elecciones o partidos, todavía estamos lejos de estudiar puntualmente al poder Legislativo, al poder Judicial y, evidentemente, hacer un balance de lo que fue el sistema político mexicano y el presidencialismo. Si ese es el panorama general, el problema, en todo caso, es que todavía no tenemos un aprendizaje muy sólido en términos de metodologías, técnicas y grupos de trabajo establecidos, que permitan pasar del individualismo que prevalece en nuestro quehacer hacia una ciencia política transdisciplinaria e interinstitucional, que además pueda desarrollarse colectivamente en cooperación con las propias instituciones evaluadas. Todavía prevalece la idea de que la academia no debe entrar a las instituciones y que las instituciones no deben entrar a la academia. En algún momento, esto fue una fortaleza para la autonomía de la investigación, que evidentemente debe prevalecer. Pero, al mismo tiempo, nos creó la debilidad de que las instituciones siguen siendo grandes desconocidos en muchos aspectos, no solamente en el aspecto descriptivo, sino realmente en el aspecto de la evaluación o de la práctica profesional. Las generaciones jóvenes, ciertamente, tienen menos miedo, más audacia y frescura para interactuar con las instituciones. No tienen el prurito de que te estás desvirtuando o contaminando, o de que la investigación acabe teniendo un sesgo no científico. En fin, este balance —hecho un poco a vuelo de pájaro— me permite afirmar que la ciencia política no está en crisis, sino en un proceso de verdadera fundación.

 

En un famoso artículo titulado "¿Hacia dónde va la ciencia política?", el politólogo italiano Giovanni Sartori ha desatado la polémica entre la comunidad politológica al afirmar que la ciencia política no va "a ningún lado". Los argumentos del profesor Sartori pueden sintetizarse en cuatro puntos: a) el objeto de su crítica no es la ciencia política en general, sino la ciencia política estadounidense; b) el modelo científico a seguir por la ciencia política ha sido y debe seguir siendo la economía, a pesar de las diferencias insalvables que existen entre el comportamiento económico, que se apega a un solo criterio (utilidad, maximización del interés), y el comportamiento político, que supone una variedad de motivaciones; c) la ciencia política dominante ha adoptado un modelo inapropiado de ciencia (extraído de las ciencias duras), ha fracasado en su intento en establecer una identidad (como ciencia blanda) por no determinar su metodología propia y ha ignorado la lógica pura y simple. A la hora de "aterrizar" estas premisas, dirige su crítica al excesivo cuantitativismo y a la falta de nexo entre teoría y práctica que han caracterizado a la ciencia política estadounidense en décadas recientes, y d) la alternativa que propone ante esta crisis es resistir a la cuantificación de la disciplina, es decir, "pensar antes que contar y usar la lógica al pensar". ¿Cuál es su reacción ante la posición pesimista de Sartori acerca de la ciencia política estadounidense? ¿Se ha privilegiado en ésta el método sobre la relevancia de la investigación y la cuantificación sobre la lógica?

AS: En términos globales, no comparto el diagnóstico de Sartori. Ciertamente, hoy en día tenemos una ciencia política muy diferente a la que teníamos todavía hace unos 15 o 20 años. Hemos presenciado cuatro tendencias muy notables: el uso creciente de métodos cuantitativos (estadísticos); una mayor reflexión y exigencia respecto a métodos y diseños de investigación; la creciente hegemonía de la teoría de la elección racional, y la expansión de métodos formales (modelos matemáticos). El maestro Sartori nada más nombra la primera tendencia y la describe de manera bastante parcial.

Ciertamente, hay innumerables trabajos cuantitativos que son muy, muy malos: simples, previsibles, descuidados. Trabajos insufribles que cargan con todos los pecados que critica Sartori: abordan temas irrelevantes, prescinden de toda reflexión conceptual, alcanzan la profundidad teórica de una pecera, hacen malabares alegres con datos de mala calidad, eligen métodos estadísticos cuestionables y al final interpretan sus resultados con aires de certidumbre y una retórica de grandes hallazgos que no tiene sustento en los trazos tenues de evidencia empírica que posiblemente encontraron. Sin embargo, hay que ver dos cosas. Primero, que la mala calidad no es un dominio exclusivo de los estudios cuantitativos. Dudo mucho que la calidad de los estudios cualitativos sea mejor en promedio. Segundo, la mayoría de la "basura" cuantitativa no entra en las revistas o las editoriales de primera. No pasa por nuestros filtros disciplinarios de excelencia. Quizás hay que añadir: todavía no. Ciertamente, existe la tendencia inquietante de premiar la sofisticación cuantitativa por encima de la reflexión sustantiva. Los métodos son herramientas. No los debemos convertir en objetos de veneración.

La expansión de métodos cuantitativos ha sido sólo una de las transformaciones recientes que ha sufrido (o gozado) la ciencia política contemporánea. Otra ha consistido en el establecimiento firme de un debate metodológico mucho más extenso, exigente y sofisticado de lo que existía hace veinte años. El detonador de este debate a medianos de los noventa fue el multicitado libro de Gary King, Robert Keohane y Sidney Verba (El diseño de la investigación social. La inferencia científica en los estudios cualitativos, Alianza Editorial, Madrid, 2000). Ha sido el libro metodológico más influyente de las últimas décadas. No por las verdades que profesa, sino por las discusiones que ha provocado. Antes teníamos libros metodológicos de un nivel de abstracción muy alto sobre la filosofía o sociología de las ciencias, junto con libros muy concretos sobre métodos específicos de investigación: cómo hacer entrevistas, cómo examinar archivos, cómo correr regresiones, etcétera. En cambio, el libro de King, Keohane y Verba se situaba en un nivel intermedio de abstracción sobre el diseño de la investigación. En esencia, fue un esfuerzo por extender los cánones de razonamiento de los estudios cuantitativos "positivos" a los estudios cualitativos. Muchos lo denunciaron como un proyecto de aspiraciones "coloniales" y creo que tenían razón. El caso es, sin embargo, que ha sido un proyecto sumamente exitoso. Desde su aparición, las exigencias metodológicas se han redefinido. Ahora, cuando realizamos trabajos de investigación, estamos obligados a un nivel de reflexión mucho mayor acerca de nuestro diseño de investigación, nuestra elección de métodos y nuestra interpretación de evidencia empírica. Muchos de los grandes libros que se publicaron en los años sesenta y setenta, ahora no pasarían como tesis doctorales en una universidad de primera.

En general, la nueva conciencia metodológica me parece saludable. Nos exige claridad y transparencia en nuestros diseños de investigación. Al mismo tiempo, como las discusiones metodológicas en el mainstream de la disciplina se dan en clave positivista, generan ciertas patologías, también entre colegas y estudiantes que se sitúan dentro de la tradición cualitativa. El positivismo privilegia la observación. Es una declaración de fe en nuestros ojos, nuestro sentido de la vista. Creemos lo que vemos. Nos agarramos de lo que vemos. En el momento en que trascendemos la esfera de hechos y acciones "simple y claramente observables" para estudiar el mundo simbólico de discursos y significados, las reglas de observación factual e inferencia causal que aprendemos del positivismo ya no sirven para mucho. Querer seguir aplicándolas a la tarea de descifrar mundos simbólicos a veces lleva a malabares y distorsiones considerables. Por ejemplo, a estudiantes de tesis que quieren hacer un análisis de discursos los he visto agonizar terriblemente tratando de identificar hechos observables y construir hipótesis causales. El positivismo no entiende bien el hecho fundamental de que todos los fenómenos sociales que estudiamos son construcciones sociales. No podemos observarlos sin antes comprenderlos. La primacía que el positivismo da a la observación convierte el techo de nuestro edificio metodológico en su fundamento.

FVU: Creo que en aspectos que abordé previamente hay ya ciertos componentes que permiten acercarnos a este punto. Voy a tratar de hacerlo paso a paso con la paráfrasis que hacen de los argumentos de Giovanni Sartori. Ciertamente creo que el objeto de su crítica no es la ciencia política en general, sino la ciencia política al estilo estadounidense. Creo que hemos tendido con frecuencia —y se ve reflejado muchas veces cuando se dirigen tesis, por ejemplo en los estudios sobre los Congresos, ante la carencia o la escasez de metodologías para estudiar los Congresos en realidades como las de los países de América Latina o de Asia— a acudir a los modelos con los cuales se ha explicado el Congreso de los Estados Unidos o el Parlamento inglés o la Asamblea francesa, pero creo que aquí estamos frente a realidades más complejas que esas metodologías no necesariamente reflejan. Eso me parece que no es necesariamente una responsabilidad de la ciencia política estadounidense: es en todo caso una falla de los científicos sociales que la toman como referencia obligada, y tienen que hacerlo, pero trasladan marcos conceptuales de manera mecánica al estudio de las condiciones de otros lugares y eso sí es algo que forma parte de nuestra responsabilidad: reformular la metodología frente al estudio de realidades en las cuales la cultura política, los valores o las tradiciones varían grandemente. Consideremos simplemente las variables de tiempo; no es lo mismo estudiar un congreso formado por parlamentarios que acaban de emerger en el tiempo y que antes no existían como tales —porque estos sistemas políticos no tenían parlamentos o tenían parlamentos de oropel para justificar y afianzar el autoritarismo— que Congresos que tienen 200 o 300 años de historia y que han estado casi de manera permanente actuando, generando una tradición y una cultura política, en los cuales los congresistas están formados por todo un conjunto de prácticas y reglas de las que carecen otros fenómenos congresuales más recientes, a los cuales es imposible analizar de la misma forma. Otro tanto puede decirse del presidencialismo o del estudio de los poderes ejecutivos. Se traslada con frecuencia una serie de variables muy escuetas basadas en un sistema presidencial como el estadounidense que se implantó (y evolucionó) previamente, para entender el sistema presidencial en sociedades que lo implantaron tardíamente y como copia. No olvidemos que el sistema estadounidense innovó en su propia realidad, que tuvo profundas raíces en su origen, en su formación, y que por lo tanto uno y otros no pueden ser explicados de la misma forma. Aquí está uno de los problemas principales.

Respecto a la influencia de la economía sobre la ciencia política, creo que, efectivamente, a partir de la economía se estructuró una versión de la ciencia política que podemos datar en textos fundadores como los de Duncan Black, Anthony Downs, James Buchanan, Gordon Tullock, William Riker y otros, en los cuales, a partir de los modelos de la microeconomía neoclásica, se trasladó la caracterización de la conducta individual a la política. Creo que ese influjo ayudó mucho a aplicar métodos formales de la economía bajo el supuesto de que los actores políticos son actores racionales que buscan finalidades y que al hacerlo producen resultados buscados o no buscados de su acción.

El problema es que, a diferencia de la economía, o de cómo estaba planteada en el esquema de la microeconomía, la explicación de la política se enfrentó de inmediato al problema de las instituciones lo que ahora, mutatis mutandis, le está pasando a la propia economía. Esta disciplina está volviendo a tener que vérselas con la explicación de las instituciones. Entonces, me parece que la aportación que se hizo desde esa perspectiva es un buen influjo; es una ayuda, un insumo importante porque al final de cuentas la economía es, de las ciencias sociales, la más formalizada, y que nos permitió pasar de una tradición de descripción gruesa a una disciplina que se preocupa más por la explicación analítica, en lo cual sigo viendo un mérito importante. Pero, al mismo tiempo, cuando se simplifican demasiado las variables explicativas, corremos el riesgo de perder variables importantes, es decir, si tenemos demasiado fijas en el tiempo las variables relevantes de análisis, podemos perder completamente de vista la percepción de una situación concreta, de una región particular, en donde los datos históricos, en donde las influencias culturales, en donde las prácticas de los agentes, en donde las características de las instituciones son muy distintas o difieren de manera muy relevante para poder ser entendidas con aquella simplificación intelectiva. De ahí entonces que creo que el influjo de la economía, o el proyecto de una teoría económica de la política, fue plenamente justificada en su momento, pero se ha olvidado con frecuencia que los teóricos que lo hicieron en realidad lo que buscaban era cómo a partir de ahí podrían dar un segundo paso: fundar una teoría de la política, y ese segundo paso los sucesores de aquellos fundadores no lo hemos dado en la manera necesaria. Recuerdo con nitidez, por ejemplo, cómo en el texto de la Teoría económica de la democracia, escrito por Anthony Downs en los años cincuenta, al hablar de la racionalidad de los políticos y de que el político actuará siempre conforme a su interés y no conforme al interés público, introducía, sin embargo, una observación que afirmaba que esto sería así "a menos que las reglas constitucionales, legales y culturales se lo impidan". Y entonces, ¿qué pasó con ese reto? Eso es nuestro objeto.

¿Qué es lo que puede hacer que un político haga que su interés particular, que es legítimo e inevitable por lo demás, al entrar en la institución y en los procedimientos institucionales de la política, converja a fortiori con el interés público? Y si no lo hace, ¿cuáles son los incentivos negativos suficientemente poderosos para que su interés se vea forzado a efectivamente confluir con el interés público? Ahí tenemos un ejemplo de problema muy claro de combinación entre la explicación positiva y la teoría normativa del que no se ha ocupado suficientemente la ciencia política.

Ahora bien, respecto al modelo de ciencia, ciertamente el problema de la cuantificación puede volverse una manía: la manía de hacer bases de datos, cuantificarlo todo. Aquí estamos frente a un problema delicado; esos métodos son de gran ayuda, pueden contribuir a clarificar, a generar explicaciones, pero la aplicación per se del método a cualquier cosa no contribuye a explicar nada; cuando uno explica, lo que hace es responder a una pregunta, y a esa pregunta se responde siempre, inicialmente, con una hipótesis; después esa hipótesis permite encontrar o buscar las dimensiones del problema, y de acuerdo con las dimensiones que tiene el problema se eligen los instrumentos que deben aplicarse. Si no se sigue ese camino, que es elemental en cualquier ciencia, tanto en las ciencias naturales como en las ciencias sociales, el debate sobre métodos es irrelevante.

VAO: Coincidiría en buena medida con el diagnóstico de Sartori. Curiosamente, quizá valdría la pena recordar aquí a uno de los grandes clásicos que está precisamente a caballo dentro de este proceso: Karl Mannheim, quien en Ideología y Utopía (Fondo de Cultura Económica, México, 1987) dedica un capítulo muy importante a la cuestión de la existencia o no de la ciencia política. Incluso, él es uno de los primeros que afirman que la ciencia política como tal no existe. Mannheim da una respuesta muy anticipatoria y muy en el corte de los argumentos que años más tarde encontramos en Sartori. Curiosamente, si nos remontamos a hablar, no de la ciencia política, sino de las ciencias sociales en general, Mannheim dirigía su atención al compromiso inicial de quienes intentamos comprender a la sociedad y su condición general: creación, naturaleza, historia, desarrollo y consecuencias. En realidad, tendríamos que hacer una buena separación de los actores que participamos en este proceso. Hasta ahora, nosotros hemos sido actores hermenéuticos e ideológicos y no hemos sido actores científicos. Como actores hermenéuticos, nos dedicamos básicamente a interpretar, es decir, anteponemos nuestra percepción personal antes que desarrollar la capacidad de observar al objeto de estudio; entramos con una visera que anticipa en mucho lo que ya queremos ver, leer o decidir. Por tanto, al tener esta condición hermenéutica, somos extremadamente ideológicos y, en consecuencia, construimos más en función de las utopías y las ideologías que en función de la realidad misma. Ahora, ¿qué concluye Mannheim en Ideología y Utopía? Si nosotros queremos pasar a ser auténticamente científicos —y dejar por un momento de lado la parte hermenéutica y utópica—, tenemos que ir a la parte objetiva. Ciertamente, no podemos ser neutrales, no podemos desprendernos de todo lo que somos y todo lo que pensamos, pero sí podemos ser objetivos en función de que le demos un peso específico al método. Desde luego, el método no es una camisa de fuerza, sino una guía, ya que nos permite tener ciertos elementos de consenso. En cierto sentido, lo que hemos construido como método científico, busca construir precisamente ese tipo de consensos; consensos sobre conceptos, sobre técnicas, sobre cómo resolver una cosa frente a otra. Esto es, precisamente, lo que no hemos sabido construir. Carecemos en la ciencia política de verdaderos grupos de investigación, como sí existen, por ejemplo, en las ciencias duras, que al mismo tiempo están observando una misma estrella en cinco o seis partes del mundo, y ésta se ve desde un ángulo de observación de 360 grados. Nosotros tenemos todavía perspectivas muy individualistas, que a lo mejor enfocan 30 o 40 grados de un fenómeno, pero hasta que no tengamos la información complementaria de los demás no podremos tener una verdadera idea objetiva de lo que es realmente ese fenómeno. Sin embargo, no dejamos de opinar, decidir o generar influencia en ciertas acciones, aún desde la pequeña parcela de realidad con la que estamos trabajando. En consecuencia, los presupuestos lógicos con los cuales muchas veces construimos nuestros lenguajes, valores y parámetros son muy elementales o extremadamente incompletos, dado que no hemos generado la verdadera hibridez o la verdadera integración en diversos niveles y escalas para enriquecer nuestro propio lenguaje. Nuestras escalas de medición y escalas conceptuales, incluso nuestras escalas valorativas, son muy elementales. Resulta impresionante encontrar, por ejemplo, que en la filosofía política sigamos remontándonos a los modelos heredados de hace más de dos mil quinientos años para seguir indagando qué es democracia y qué no es democracia, justicia o ética. En cambio, lo que es muy claro es que la evolución de la ciencia política, siguiendo la idea de Sartori, ha encontrado un campo muy fructífero en la economía. Y al encontrar ese campo fructífero en la economía, se retorna a una parte original de la ciencia social. De hecho, cuando la sociología nace deriva precisamente de los desarrollos que hacen los físicos y los matemáticos, y que dan origen a la primera economía política. De ahí lo vigoroso que para muchos sigue siendo el paradigma del rational choice, que es uno de los enfoques paradigmáticos en la ciencia política estadounidense. Sin embargo, el asunto clave es que mientras no tengamos una fuerza interpretativa, argumentativa o valorativa que logre integrar preguntas de investigación pertinentes para que esos datos no sustituyan sino complementen a la teoría y le den la proyección que necesita para tener una visión más integrada, la ciencia política no podrá ir más allá del paradigma que hasta ahora ha intentado ser la máquina que intenta jalar a todos los demás vagones. El problema es que si esa máquina empieza a mostrar visos de agotamiento, porque no está encontrando las teorías ni está teniendo la capacidad de lectura adecuada para ir a la par de los fenómenos que se van desarrollando, pues evidentemente estaremos haciendo sólo "metodología para metodólogos", como señalara en su momento otro gran autor de las ciencias sociales latinoamericanas: José Medina Echevarría, en un epígrafe de uno de sus textos de los años cincuenta. Es decir, no estamos haciendo una metodología para interpretar la realidad o para responder realmente a problemas concretos, sino solamente para alimentar una discusión inocua entre los propios metodólogos. De alguna manera, nos peleamos por definir la bondad de una técnica a partir de unos cuantos puntos decimales, y no por si realmente estamos resolviendo el problema del hambre, el problema de la marginación o el problema de la distribución del ingreso. Entonces, efectivamente, ahí está la economía, porque todos nos vemos involucrados en la asignación de recursos, discutir preferencias y resolver cuestiones cuantitativas; pero hay una gran diferencia entre una técnica que sirva para tomar una decisión y otra que sirva simplemente para probar la bondad del instrumento. Eso es lo que me parece que en buena medida resalta Sartori. No es perjudicial en sí mismo lo cuantitativo, pero no debemos olvidar que lo cuantitativo está en asociación con otras cuestiones de importancia a las que nosotros como científicos sociales debemos estar comprometidos: por ejemplo, cómo aplicar una mejor política pública, cómo determinar que haya menos discriminación, etcétera. El asunto de fondo es, me parece, que la ciencia política —con un método objetivo, con sus conceptos, con sus valores y con sus procedimientos establecidos por consenso— pueda impactar a una buena toma de decisión o a una buena interpretación de la realidad.

 

En los últimos años, la Teoría de la Elección Racional ha pretendido constituirse en el enfoque hegemónico de la ciencia política. Quizá por ello, se han acentuado recientemente las críticas internas (dentro de y cerca de los supuestos del enfoque) y externas (fuera de y lejos de los supuestos del enfoque) al mismo. Entre las primeras, sobresalen aquellas que destacan su monismo metodológico (A. Sen), la problemática relación entre actores y estructura (D. North) y sus "patologías" metodológicas (I. Shapiro). Entre las segundas, destacan las críticas de corte sociológico y culturalista que resaltan la importancia de las estructuras sociales, por un lado, y de la cultura, por el otro, en el análisis de los procesos políticos, dimensiones que comúnmente son dejadas de lado por el programa original del enfoque de la elección racional. ¿Cómo evaluar estas críticas en su justa dimensión? ¿Pueden explicarse los fenómenos políticos, en principio, en términos del individuo y sus preferencias, y no en términos de elites, grupos y clases sociales o de estructuras y sus correspondientes funciones?

AS: Tomo primero la última pregunta, que me parece sencilla, y la respondo abrazando el llamado "individualismo metodológico", lo que no tiene nada de original. A estas alturas, ya casi todos los politólogos somos individualistas metodológicos. La idea es sencilla: aunque nuestras explicaciones recurran a actores colectivos, organizaciones grandes, clases sociales o estructuras profundas de la sociedad, en última instancia nuestra cadena de explicación tiene que pasar por individuos. Si no podemos señalar cómo nuestra explicación opera a nivel individual, en términos del razonamiento, la acción e interacción de actores individuales, tenemos que sospechar de ella.

Una cuestión diferente es cómo evaluamos la Teoría de la Elección Racional. En esencia, la teoría de elección racional (que prefiero ver escrita con minúsculas, para que no parezca denominación religiosa) descansa sobre la premisa fundamental de que los actores políticos se mueven de manera estratégica. Persiguen sus fines tomando en cuenta que no están solos en el mundo. Saben que pueden fracasar fácilmente si ignoran las voluntades y los recursos de otros actores. La inteligencia estratégica es la inteligencia de actuar frente a otros cuyos intereses e ideas no necesariamente coinciden con los nuestros. Aun cuando queremos ser buenos y miramos más allá de nuestros intereses propios, tenemos que actuar de manera estratégica. Recordemos la distinción que dibujó Max Weber entre la ética de las buenas intenciones (Gesinnungsethik) y la ética de la responsabilidad (Verantwortungsethik). La primera es una ética solitaria, que se contenta con querer y hacer lo que algún canon de buen comportamiento nos prescribe, sin importar las consecuencias. La segunda es una ética social, que sabe que las buenas intenciones muchas veces nos llevan a resultados desastrosos. Por lo tanto, filtra sus decisiones morales por los lentes de la racionalidad estratégica.

Ahora bien, si la racionalidad estratégica es ubicua en nuestra vida cotidiana, es muy plausible que en política sea la racionalidad dominante. La política es un juego complejo entre aliados y adversarios. Es un espacio de poder, una arena plural en donde ideas divergentes, intereses opuestos y actores desiguales se encuentran, compiten y cooperan. Político que no toma en cuenta a los demás, que no piensa de manera estratégica, será un político fracasado por más aspiraciones de héroe o redentor solitario que tenga. Si no se anticipa a los planes de sus aliados y adversarios, no va a ser nunca un agente de cambio, sino un objeto de lástima. Lo anterior quiere decir que para la esfera competitiva del poder, el supuesto básico de la teoría de elección racional me parece acertado. Quieran lo que quieran, los actores políticos quieren tener éxito, y para obtenerlo tienen que ser estratégicos.

Ciertamente, las versiones más sencillas de elección racional se basan en concepciones de racionalidad muy estrechas. Básicamente, estipulan que los actores políticos se mueven por intereses personales y materiales de corto plazo. Lo único que cuenta son los cálculos económicos: lo demás es retórica. Los motivos normativos solamente cuentan cuando los intereses personales son indeterminados. En lo personal, no comparto esta visión de la política como esfera enteramente amoral. Aunque concedo, tristemente, que aún en democracia la política muchas veces se encarga ella misma de confirmar el cinismo o "realismo" desencantado. También hay que decir que la teoría de elección racional se ha hecho cada vez más sofisticada, construyendo modelos cada vez más complejos que incluyen muchos elementos que van más allá del modelo microeconómico inicial. Ya no es raro ver que explicaciones de rational choice incorporen elementos de racionalidad cognitiva (percepciones e información), racionalidad expresiva (la sinceridad de las "señales" que emiten los actores) y racionalidad normativa (demandas por equidad o concepciones de justicia, por ejemplo).

FVU: La teoría de la elección racional, más que pretender constituirse en el enfoque hegemónico de la ciencia política ha tenido una influencia considerable sobre la práctica de la ciencia política. Hay dos razones para entender esto y aceptar incluso buena parte de las explicaciones que nos ha proporcionado. Por una parte, al considerar al actor político como un actor que toma decisiones racionales y busca maximizar beneficios en función de su esquema de preferencias, es lógico que la ciencia política busque los cursos de acción que siguen estos actores, los resultados que obtienen y la forma en que interactúan con los demás actores en este proceso de maximización, para usar el propio lenguaje de la teoría. Esta forma de explicación tiene grandes ventajas, pero también límites; las críticas que se han hecho y que se mencionan en la propia pregunta, críticas desde adentro y críticas desde fuera del esquema de la elección racional, han levantado varios aspectos importantes respecto de la teoría de la elección racional. Uno de ellos es el que no todas las acciones de los actores políticos son acciones racionales o bien, si consideramos que todas sus acciones deben tratarse como si fueran racionales, tenemos situaciones en las cuales las pasiones, los sentimientos, la cultura política, etcétera, son más difíciles de analizar y de incorporar a la explicación bajo este supuesto que si ampliamos los supuestos y admitimos de que hay componentes de otro tipo en el mismo actor, y conformamos ese actor como una entidad más compleja.

Por otra parte, también está el tema de que al final de cuentas los actores no actúan en el vacío, actúan en una estructura de relaciones. Siempre esa estructura de relaciones está compuesta por las acciones y formas de comportamiento de los otros actores, y en ese sentido a mí me parece que este programa de la ciencia política, fundado en la elección racional, ha permitido llegar a conclusiones importantes sobre los procesos políticos. Tampoco debemos olvidar que regularmente toma por dados elementos del contexto y esta aceptación axiomática es con frecuencia la admisión de que se actúa bajo circunstancias parecidas a las de las democracias desarrolladas, lo que se estrella en los países de desarrollo político distinto, de reciente democratización, o en países no democráticos en los que la estructura de relación entre los actores es muy diferente. Me parece que autores como Douglas North han hecho un gran servicio y una gran aportación al estudiar la forma en que se vinculan los actores con las estructuras y, sin dar por supuestas las características de las estructuras, las describe y las incorpora a partir de los elementos singulares que cada una de éstas tiene en diferentes contextos; eso permite que vuelva a entrar el tema de la cultura, el tema del nivel de desarrollo político de un país, el tema de la segmentación y de la polarización social. En sociedades con grados de polarización muy alto y de desigualdad muy grande, los procesos políticos con frecuencia generan un contexto estructural de acción de los actores, en los que se producen deformaciones lógicas de algunos de los supuestos de la elección racional. Uno de esos elementos es sin duda el que en democracias poco desarrolladas, la igualdad política, la naturalización de los derechos impersonales, el acceso de libre entrada a todos los agentes sociales, económicos y políticos a las instituciones; no son hechos que puedan considerarse naturales sino, por el contrario, excepcionales.

Entonces creo que en balance, la teoría de la elección racional ha hecho contribuciones importantes, pero en definitiva se ha encontrado también con realidades que implican su modificación y su contrastación en forma significativa, y en este sentido me parece que el dato de hegemonía, o supuesta hegemonía, no es tan importante como el de la valoración de sus contribuciones frente a lo que aún no puede explicar la ciencia política.

VAO: Como ustedes saben, hace poco tiempo me di a la tarea de coordinar un volumen sobre metodologías políticas y el subtítulo que escogí fue: "Enfoques, procesos e instituciones" (Metodologías para el Análisis Político. Enfoques, procesos e instituciones, UAM/Plaza y Valdés, México, 2006), en el entendido de que ello respondía, precisamente, a la necesidad de complementación —más que de subdivisión a la manera de Gabriel Almond— entre las escuelas y sectas de la ciencia política. En los últimos años, en la ciencia política hay muy poca posibilidad de hibridez y mestizaje. Yo, abiertamente, estoy mucho más en la lógica del mestizaje, la hibridación y la inter–conectividad que refleja lo que son actualmente las sociedades modernas. Por tanto, soy partidario de una ciencia política que, más que rivalizar, demuestre que cada uno de sus campos es pertinente porque ha logrado explicar una parte de la realidad. Desde luego, alguien dirá: "eso es eclecticismo", pues sí, lo es. Frente al purismo ideológico o el purismo hermenéutico, creo que la ciencia política que practican ahora las nuevas generaciones tiene una mayor soltura, una mayor interacción y una verdadera complementariedad. Nosotros, evidentemente, no dejamos de tener explicaciones sociales, históricas, culturales, racionales o económicas de alcance comprehensivo. Todo sigue siendo parte de esa gran radiografía que tenemos que construir alrededor de todos los fenómenos que nos interesan. Entonces, el hecho de que el rational choice se quiera entronizar como la versión más preferente o la más específica, bueno eso sí es un problema. Porque entonces los otros enfoques estarían subordinados o simplemente no serían válidos para quienes se concentran en normar sus criterios o tomar sus decisiones mediante la teoría de juegos, la teoría de escenarios o la prospectiva. Si esas formas de interpretar la realidad excluyen lo que son las externalidades, entonces estaríamos explicando solamente el 10 o el 20% de la realidad. Más bien, diría que muchas veces los modelos de elección racional explican las limitaciones que tenemos en términos de información, de capacidad interpretativa y de visión integradora del fenómeno político. Por eso, mi apuesta es al revés: defender la idea de integración a partir de tomar tanto como se pueda de los distintos elementos disponibles y, evidentemente, tener la objetividad de señalar "de esto estoy tomando esto", porque la explicación que deriva para llegar a ese resultado se encuentra fundamentada en "esto y en aquello". Si estoy tomando factores sociológicos, culturalistas o filosóficos es por un conjunto de razones que deben quedar explicitadas desde la definición del objeto de estudio. De ahí que resulte muy importante la honestidad del investigador, quien tiene que mostrar y explicar la baraja completa. Esto es lo que me parece interesante del reto: poder jugar con un repertorio de técnicas y de opciones. Eso, curiosamente, es lo que no teníamos nosotros y en muchos sentidos carecíamos de buenas metodologías de enseñanza y de buenas metodologías de interacción o de involucramiento de la gente con su propio objeto de estudio y con su propio instrumental técnico. Creo que uno de los procesos más importantes y novedosos de la ciencia política actual es que ha pretendido concentrar una sola manera de enseñanza basada en el rational choice; sin embargo, me parece que esta suerte de monismo metodológico termina traicionando a la propia pluralidad que debe disponer no sólo un cientista político sino en general todo cientista social o profesional que, al igual que el médico, debe tener acceso a todas las posibles técnicas para poder "salvar al paciente", si se me permite la analogía. Creo que un politólogo tiene, efectivamente, todo el derecho a confesarse partidario del rational choice. Empero, eso no debe ser limitativo o no tendría porque ser motivo de que independientemente de ello no pueda tener la posibilidad de interactuar. Eso es lo que hicieron, en su momento, gente como Adam Przeworski y Gerald A. Cohen, entre otros, quienes ligaron el marxismo con la elección racional. El marxismo analítico y la elección racional parecieran ser un ornitorrinco; sin embargo, curiosamente es una buena combinación de preguntas y métodos de investigación que provienen tanto del corpus del pensamiento marxista como del instrumental de la elección racional. Imaginémonos qué habría sucedido si Karl Marx hubiera tenido en su tiempo el instrumental o la preparación matemática que tienen ahora un Anthony Downs o un Amartya Sen. En muchos temas, como por ejemplo la llamada "renta básica" —que es un asunto de enorme actualidad para la ciudadanía y el republicanismo—, se podrían hacer varias conexiones con la teoría de la elección racional. Temas que vendrían apoyados, evidentemente, por preguntas éticas clave como: ¿qué es una sociedad justa?, y ¿cómo podemos hacer que la distribución del ingreso sea más equitativa? En realidad, la teoría de la elección racional no ha salido bien librada como paradigma dominante de las críticas como las que se han señalado. Por el contrario, los mismos cultivadores de la elección racional han reconocido la importancia de combinar su propio núcleo de conceptualización con otros ejes.

Así, la elección racional ha terminado de generar lo que ahora se conoce como el "gran vecindario del neo–institucionalismo": los institucionalistas culturalistas, los institucionalistas históricos, los institucionalistas sociológicos, los blandos o duros. Al final de cuentas han tenido que admitir muchas de estas interacciones para dar salida a las críticas que han surgido al paso del tiempo dentro del paradigma.

 

El proceso de maduración de cualquier ciencia está directamente relacionado con la consolidación de una identidad diferenciada de otras disciplinas científicas. ¿Podemos hablar actualmente de una ciencia política madura? ¿Qué avances existen en materia de identidad en la ciencia política? ¿En dónde rastrear las señas de la identidad disciplinar: en las temáticas que se abordan, en el método que se utiliza o en ambas?

AS: La identidad de la disciplina es primariamente temática. En las sociedades modernas, funcionalmente diferenciadas (como dice la teoría de los sistemas), la política se ha constituido como una esfera autónoma, con lógica propia, separada de otras esferas como la economía (aunque dependiente de ellas e influyente en ellas). La ciencia política estudia esta esfera autónoma de la política. En esencia, es el estudio del Estado moderno —sus estructuras y procesos internos, sus relaciones con la sociedad y el sistema internacional. En este sentido, tenemos un campo propio de investigación que delimita las fronteras sustantivas de la disciplina. En cambio, no tenemos un método de investigación que sea propio de la ciencia política. Es decir, no tenemos ni un método común ni uno que fuera propio de la disciplina.

Pero, ojo, esto no quiere decir que no compartamos estándares de excelencia en nuestra labor de investigación. Desde la perspectiva de muchos, lo que define la ciencia es el famoso método científico (siempre evocado en singular, como si hubiera uno sólo). Desde la perspectiva de muchos también, lo que define el método científico es un conjunto de reglas que nos dicen, paso por paso, cómo debemos proceder para generar conocimientos nuevos. Es una perspectiva burocrática de la ciencia. Concibe a los investigadores como una suerte de funcionarios públicos que aplican de manera mecánica reglas preestablecidas a situaciones predefinidas. No es así. La investigación es mucho más compleja y creativa que las rutinas administrativas y mucho menos previsible y aburrida.

Lo que hacemos cuando tratamos de realizar investigación empírica de primera no es aplicar un conjunto de reglas, sino balancear un conjunto de criterios. Siempre enfrentamos trade–offs en las ciencias sociales. ¿Queremos estudiar poco, pero de manera profunda, o mucho, aunque sea de manera superficial? ¿Buscamos explicaciones parsimoniosas que nos explican una fracción de la realidad o explicaciones comprensivas que reflejan la complejidad de los fenómenos políticos? ¿Queremos desarrollar conceptos ricos que captan finamente las particularidades de ciertos casos o conceptos más delgados que puedan viajar a través del tiempo y el espacio?, etcétera. El libro de King, Keohane y Verba sigue la tradición metodológica que podemos llamar burocrática o legislativa, que pretende definir catálogos de reglas para las ciencias sociales. En cambio, un tratado metodológico que discute de manera muy didáctica nuestra necesidad cotidiana de ponderar criterios diversos y muchas veces divergentes es el libro de John Gerring, Social Science Methodology: A Criterial Framework (Cambridge University Press, Cambridge, uk, 2001). En la ciencia política, no compartimos reglas burocráticas, pero sí creo (tentativamente) que compartimos de manera muy amplia estándares de excelencia. La ciencia es controversia, vive del debate crítico. Sin embargo, en las aproximadamente dos décadas que ya llevo en esta chamba, una y otra vez me han sorprendido las coincidencias que encontramos entre colegas cuando discutimos trabajos de investigación, evaluamos manuscritos, calificamos tesis o entrevistamos candidatos para posiciones de investigación.

FVU: Continuando con algunos de los elementos de la respuesta anterior, la ciencia política es una ciencia que ha tenido un avance importante al convertirse en una disciplina mucho más analítica, que incluso utiliza métodos de carácter algebraico y cuantitativos importantes, pero al mismo tiempo, insistiría, es una ciencia a la cual le falta más capacidad para explicar a la mayor parte del mundo. Normalmente, cuando se trata de comunidades académicas muy densas, como la de los Estados Unidos, Inglaterra o Francia y algunos otros países que tienen una base universitaria y académica importante y desarrollada, se producen tradiciones y líneas de trabajo y de investigación que abordan muchísimos científicos sociales que generan una gran cantidad de publicaciones. Pero tenemos otras regiones en las cuales hay un raquitismo institucional de la academia, como en los países de América Latina, por ejemplo, en los cuales todavía falta esta identidad de la ciencia política, porque además es una ciencia que se va haciendo conforme van transformándose las estructuras políticas y los comportamientos de los agentes y, en buena medida, se desarrolla en un contexto de cambio social de naturaleza diferente al que se presenta en otras realidades. En este sentido entonces me parece que la amplitud de fenómenos no suficientemente explicados, como el populismo, el cesarismo, la desafección sobre la democracia en buena parte de las poblaciones y de las ciudadanías de América Latina y de otras regiones del mundo, son asuntos que requieren explicaciones no tradicionales. Para esto, es necesaria una visión amplia que tome en consideración qué explicaciones se han dado en distintas partes del mundo, en otros momentos de la historia y tratar de entender hoy cuál es la influencia de comportamientos concretos, cómo se conduce la cultura, cómo actúan los individuos y los actores políticos propiamente definidos en contextos mucho más complejos y diversos de los que presupone en general la ciencia política surgida en la democracia. Esto va junto con otro elemento importante que ya abordamos antes en la entrevista, que es la vinculación entre la teoría normativa y la teoría positiva. La ciencia política, en su mayor producción, ha sido una ciencia política que ha desmentido muchas de las características normativas de la teoría política, pero muchos de sus resultados aún están por analizarse en términos de qué implican desde el punto de vista normativo. Retomo el ejemplo que mencioné anteriormente: el propio Anthony Downs, uno de los autores seminales de la ciencia política moderna, consideraba que los actores racionales en la política actuarán siempre maximizando sus posibilidades de obtención de poder y renta, sin embargo también señalaba que esto sólo podría ser regulado en la medida en que existieran normas de tipo constitucional y legal (que no excluyen paralelismos en lo cultural) que puedan disciplinar y controlar la forma en que se produce este fenómeno. No debe espantar a nadie que los políticos quieran poder, para eso están, para querer el poder y usar el poder; el problema es otro: cómo, para qué y en qué contexto usan el poder, y de ahí entonces que la teoría positiva, por lo menos en casos como los de nuestros países, requiera mejores explicaciones acerca de qué recomendaciones normativas de transformación política se pueden extraer de las enseñanzas que nos da la explicación del comportamiento y las instituciones políticas.

VAO: Yo diría que en ambos. Si se me permite ser un poco autobiográfico y recordar cómo empecé a estudiar ciencia política a principios de los años ochenta, cuando entré a la licenciatura en la UNAM, diría que ahora —más de 25 años después— veo las cosas con absoluto optimismo, ya que el aprendizaje ha sido continuo. El desafío, ciertamente, ha sido muy fuerte, en el sentido de las innovaciones que las nuevas generaciones han introducido incluso para modificar el entorno de la investigación. Sin embargo, creo que estos elementos nos permiten hablar de "una comunidad politológica" que se refleja no solamente en el número de instituciones que existen ahora en el Área Metropolitana de la Ciudad de México o en la fundación de centros dentro de las universidades del interior de la República, sino también se expresa en el fortalecimiento de la organización disciplinaria desde el punto de vista profesional. Por ejemplo, el que exista ahora una Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (de la cual tengo el honor de formar parte actualmente de su Consejo Directivo) o que existan una gran cantidad de congresos y eventos que se suceden año con año, nos da una idea de la enorme movilidad práctica y concreta de los politólogos, y nos da una idea de que hay una comunidad politológica real, concreta y cotidiana. Ahora bien, ¿qué tan fuerte es esa identidad y qué tanto —como señalan— esa comunidad se ha construido a partir de las temáticas o del método? Creo que lo que hasta ahora ha predominado más han sido las temáticas, las cuales han surgido en buena medida por la necesidad de la coyuntura política en que se mueven nuestras sociedades. De repente nos vimos inmersos en las transiciones y ahora estamos inmersos en la construcción institucional, en el aprendizaje de cambio de paradigma de la cultura autoritaria a la cultura democrática. De alguna manera estamos tratando de responder a las exigencias que plantean los propios actores políticos que están a cargo de las decisiones.

En este sentido, creo que la academia todavía está por detrás de las necesidades reales que marcan las instituciones o los hacedores de decisión política, por lo que tenemos que apresurar el paso. Es decir, debemos tener una ciencia política más protagónica, con mayor solidez en nuestro instrumental y discurso. Quizás ahora con mucha timidez tenemos la idea de que la ciencia política es sinónimo de encuestas o de grupos de enfoque, o incluso es una ciencia que tiene que someterse cada vez más a los esquemas de la comunicación política. Estamos preocupados por capacitar a los políticos para que éstos se muevan bien, se expresen bien y tengan "buena apariencia", pero no los capacitamos para que tengan buenas propuestas o sepan resolver a cabalidad los problemas de la construcción eficaz de las decisiones. Los politólogos no hemos sido capaces de enriquecer propuestas, de integrar programas de gobierno adecuados, a fin de que eso sea lo que predomine en una campaña y no solamente la imagen. Entonces, nosotros tenemos que vigilar que el cuerpo de la "ciencia política" crezca armónicamente. Es precisamente este desarrollo armónico, esta complementación o esta visión de conjunto lo que debemos tratar que prevalezca. Como ya lo he afirmado, creo que son igualmente perjudiciales tanto una ciencia política demasiado ideologizada como una ciencia política demasiado cuantitativa. Siempre los extremos son nocivos. En cambio, si buscamos ese punto intermedio, ese espacio de convergencia en donde todos los elementos puedan ser factibles de ser captados o aplicados según la necesidad del momento, podríamos darnos un mejor sentido de identidad. Sin embargo, creo que la identidad de los politólogos se ha venido fortaleciendo por el peso de la necesidad de interacción entre colegas y grupos de investigación. En efecto, la manera en que se comunican unos con otros, la mayor facilidad con que ahora se encuentran análisis que no solamente están centrados en el típico estudio de caso —ubicado en un solo país, con un solo actor—, sino que incluso presentan intentos de comparación, con datos que al menos provienen de otras latitudes o regiones del mundo, son, entre otros, elementos que nos permiten hablar de la presencia de una comunidad politológica.

 

La ciencia política ha tenido un desarrollo desigual. En los países desarrollados (Estados Unidos y Europa), se definen las agendas de investigación, se perfeccionan los métodos y las técnicas, y se concentran las facultades, institutos y publicaciones especializados. Ante esta situación, ¿qué estrategia deben asumir los politólogos de los países periféricos? ¿Su ventaja comparativa está en la imitación y /o continuación de las agendas y métodos hegemónicos o en la innovación de los mismos? En suma, el problema se reduce a la pregunta: ¿imitación u originalidad?

AS: La mera imitación no nos lleva a ninguna parte. Ciencia que no es innovadora deja de ser ciencia. Cualquier practicante de la ciencia política, esté en donde esté, dentro o fuera de los Estados Unidos, si quiere ser exitoso en la disciplina, si quiere tener voz y peso propios, tiene que ser innovador. La ciencia demanda eso: la "contribución" de un trabajo es lo nuevo que aporta. Si no tiene un elemento innovador que pueda demostrar, ningún trabajo vuela. En ese sentido, me parece clarísimo que tenemos que apostar por la innovación.

Al mismo tiempo, también está clarísimo que no podemos ser innovadores sin descansar sobre lo que ya se ha hecho. Un estudio que no esté anclado en la investigación existente no puede ser innovador. He visto colegas que llegan a afirmar: "Yo estudio la política mexicana y ni leo lo que escriben los gringos sobre México, porque quiero desarrollar mi propia teoría original." Al final, esas personas no van a saber, ni tienen modo de saber, si son originales o no, porque carecen de los puntos de referencia necesarios. Quien ignora lo viejo, no sabrá reconocer lo nuevo. En las ciencias, ni el nacionalismo científico ni el individualismo vanidoso tienen sentido.

No hay que asumirnos ni como periféricos, ni como meros consumidores de teorías ajenas, ni como simples exportadores de materias primas (datos y relatos). No hay que exagerar la importancia de nuestra ubicación geográfica, sea en México o en otro lugar de la periferia o semiperiferia capitalista. El lugar en sí no significa demasiado. Significa que hay realidades políticas y sociales que conocemos de cerca, mientras los colegas de otros países o regiones tienen que emprender viajes extensos de "trabajo de campo" para medio entenderlas. Significa también que muchas veces tenemos menos recursos que nuestros colegas del norte, menos infraestructura, menos autonomía política, menos capital social, menor reputación institucional. Las cosas cuestan más trabajo: el idioma inglés sigue siendo un umbral alto y no tenemos las redes sociales de los egresados de Berkeley o de Princeton. Pero el reto básico es el mismo: vincularnos con la comunidad académica dentro y fuera, y tratar de hacer nuestra contribución, sea empírica, teórica, conceptual o metodológica.

FVU: Esta pregunta nos lleva al problema de la relación entre países desarrollados y países no desarrollados, lo que conduce a la definición de las agendas de investigación. Creo que esto se relaciona de nuevo con el tema de la formación de muchos científicos sociales en los países avanzados, que aprenden a investigar sobre la base de los supuestos de las estructuras y los procesos que se observan en esos países desarrollados y, con excepción de ciertos reductos que se dedican al estudio de los países no avanzados, la contrastación de estas metodologías y teorías con la realidad de países no avanzados aún está en pañales.

A mí me parece que la estrategia que deben asumir los politólogos de los países periféricos no es desechar lo que se ha hecho y lo que se ha avanzado en distintas tradiciones en los países centrales, sino reflexionar, analizar y confrontar a partir de su propia realidad, la verdad o falsedad de esos paradigmas y afirmaciones que derivan de los estudios realizados en otros países.

Me parece que esto es un ejercicio de confrontación de las teorías con el estudio de la realidad propia, y que en este sentido la disyuntiva de la imitación de los patrones y agendas científicas de los países desarrollados contra la innovación o el absoluto cambio o rechazo de esos paradigmas para establecer otros de nuevo tipo, es un ejercicio quimérico. Me parece que como en toda disciplina y como en toda ciencia, la imitación y la originalidad van juntas, si no se replican experimentos que se han hecho en otras partes, en latitudes distintas, entonces no se tiene la prueba de si ese modelo puede tener un significado en una realidad distinta. Al final de cuentas estamos frente a la acción política de los seres humanos y eso tiene universalidad sobre la que ya los clásicos de la ciencia política y de la teoría política, los fundadores en el siglo XVI y después, establecieron de manera ejemplar y singular paradigmas esenciales que siguen estando ahí presentes y representan aún un reto para la investigación el día de hoy. Menciono tres nombres simplemente y ustedes me van a entender: Maquiavelo, Hobbes y Kant. Ninguno de ellos ha perdido actualidad, todos requieren de nuevo una relectura a partir de las condiciones actuales y en medio está toda la investigación y toda la teoría que, insisto, tanto en el ámbito de la explicación positiva como de la recomendación normativa en la teoría, se ha hecho acerca del desarrollo político de los pueblos, que es lo que importa explicar y estimular. A mí me parece que en ese sentido no hay una disyuntiva, creo que lo importante es saber ser científico en las condiciones en que se practica la ciencia, y un aspecto que me parece muy importante y que ya mencioné un poco antes, que me parece complementario de esta agenda, es que mientras no se densifiquen las comunidades de la ciencia política en realidades como las nuestras, en países como los de América Latina, y se conviertan en verdaderas comunidades profesionales dedicadas al estudio de la realidad política, la ciencia política no va a avanzar de manera lo suficientemente fuerte y significativa como para representar una densidad teórica y de masa crítica como la que se ha conseguido en otros países que han dedicado a la formación de instituciones universitarias y centros de investigación no sólo muchos años, sino también muchísimos recursos, a diferencia de nuestros países, en que la ciencia sigue siendo asignatura pendiente.

VAO: El problema es si la imitación per se te crea un cargo de conciencia o no. Desde luego, todo mundo aspira a ser original. Nadie estaría en contra de esta propuesta. Ahora bien, el problema comienza cuando nosotros ubicamos aquello que no nos funciona, no nos interesa o no nos parece conveniente bajo el concepto de imitación; quizás en este momento diríamos que a lo mejor se trata de una falsa dicotomía. ¿Por qué? Porque en un momento dado lo importante es, por ejemplo, ¿cómo garantizar que una comunidad pueda resolver sus problemas de transporte? La pregunta es la misma en Tailandia, México o Suecia, porque se tiene que resolver una necesidad de la gente. La diferencia, en todo caso, no está en el "qué" sino en el "cómo". Eso sí puede marcar diferencias entre escuelas, métodos, corrientes e ideologías, estemos o no desconociendo la pertinencia o la validez de algo que si bien no lo vea cercano a mi propia experiencia, piense que pueda ser útil para mi propia realidad. Entonces, evidentemente, esa sí es una premisa con la que todo proceso de interacción, de mestizaje, de hibridez o de adaptación tiene que hacerse cargo. Sin embargo, no podemos llegar al extremo opuesto, que sostiene que simplemente por el hecho de que algo viene de afuera no lo vamos a hacer, no está adaptado o no tiene nada que ver con nuestra realidad. Más bien, si estamos hablando de una ciencia política que trascienda fronteras y parámetros, entonces lo único que ponemos por delante es la pertinencia objetiva de codificar y de entender problemas comunes, como por ejemplo el sida. Los protocolos de investigación no distinguen si es en África o en Europa; evidentemente hay diferencias entre los protocolos de investigación que permiten investigar, por ejemplo, con cuatro reactivos en Europa y con un solo reactivo en África, pero en el fondo ambos tienen el mismo objetivo e intención: resolver un problema común. Lo que no tenemos en la ciencia política es esa experiencia. Eso es lo que sí veo en el problema de la "imitación" (entre comillas): la auto–limitación que muchas veces genera esa distancia y el prejuicio que muchas veces impide que nosotros verdaderamente podamos hacerlo, sea por falta de recursos o porque realmente no tenemos todavía un nivel de experiencia, lo que no significa que seamos mejores o peores. Simplemente tenemos otro contexto u otra realidad. Creo, entonces, que este tipo de situaciones depende de qué tanto en América Latina —y especialmente en México— se fue construyendo una ciencia política engañosamente muy autosuficiente. México es un país que tiene una recepción muy grande de gente de muchos lados, pero curiosamente los mexicanos —salvo cuando salimos a estudiar a alguna universidad del extranjero— no mantenemos la misma dinámica de investigación o de grupos de investigación como sí la tienen los chilenos, los argentinos o los colombianos, quienes, evidentemente, por sus circunstancias políticas se han visto más obligados a quedarse fuera de sus países. Me llama mucho la atención, por ejemplo, cómo se ha "latinoamericanizado" la ciencia política estadounidense, en particular dos o tres nacionalidades son las que tienen mayor cantidad de politólogos como líderes en sus respectivos campos. Por citar algunos nombres importantes: Gerardo Munck, Guillermo O'Donnell, Jorge Domínguez y Arturo Valenzuela, entre otros. O el caso de Andreas Schedler, de origen austriaco, quien está haciendo política comparada a gran nivel en una institución mexicana. Todo esto te habla de que la desfocalización o desregionalización de la ciencia política es quizá un elemento que empieza a permear en la propia identidad disciplinar. De ahí que ya no podamos hablar de una ciencia política nacional o regional en sentido estricto. Estamos viendo una globalización e interacción que está facilitando que muchas cosas puedan ser rápidamente adoptadas. Simplemente las estamos incorporando como parte de nuestro bagaje cotidiano, sin prejuiciar si vienen de fuera o de lejos. Esta actitud está mucho más enraizada en las nuevas generaciones que en mi propia generación. Por ejemplo, en los años ochenta discutíamos apasionadamente las fortalezas y debilidades de las corrientes del marxismo: el trotskismo, el estalinismo, el maoísmo. Incluso, cuando el eminente profesor Marcos Kaplan (q.e.p.d.) se atrevió a darnos por primera vez a Agnes Heller y la llamada "Escuela de Budapest", todo el mundo se le quedó viendo cómo diciendo: "¿de qué me está usted hablando?, ¿marxismo cálido contra marxismo frío?". O cuando llegó Antonio Gramsci, todos los que eran ortodoxos (maoístas, trotskistas o estalinistas) se vieron invadidos o pervertidos por un conjunto de actores que venían de otro lado: la Europa de la crítica cultural, el eurocomunismo o el resurgimiento de la socialdemocracia. Finalmente, eso es lo que está pasando hoy en día con la teoría de la elección racional. En vez de tener explosiones catastróficas, estamos presenciando procesos centrípetos, es decir, elementos que todavía se han logrado fusionar o amalgamar. Esa es una de las grandes virtudes que no ha sido suficientemente valorada, por lo menos en nuestro propio espacio latinoamericano. Todo ello, creo, ha fortalecido mucho la identidad disciplinaria en los últimos años.

 

En México, la producción científica de corte politológico ha tendido a intensificarse como consecuencia del proceso de cambio político suscitado en décadas recientes. Al respecto, cabe preguntarse: ¿el diagnóstico crítico de Sartori sobre la ciencia política estadounidense puede extenderse a la ciencia política mexicana? ¿Observa un predominio del enfoque de la elección racional o de la cuantificación en las principales revistas mexicanas en temas de ciencia política? ¿Cuál su perspectiva sobre el estado actual de la ciencia política en México?

AS: La ciencia política mexicana no es la estadounidense. Todavía anda en otro mundo. En buena parte. Igual que en muchas latitudes fuera de Estados Unidos, se mueve todavía en un mundo más relajado y más protegido. Las presiones y las exigencias múltiples que se viven en la academia estadounidense, muchas veces no se viven de la misma manera ni en Europa, ni en Japón, ni en la India, ni en México ni en América Latina en general. Hay mucha gente en México que hace ciencia política, pero muchos de ellos trabajan en condiciones bastante complicadas. Las universidades privadas en México son colegios, fábricas de docencia que no dejan gran espacio para la investigación empírica. Las universidades públicas de provincia muchas veces están sujetas a los vaivenes de su dependencia política, del gobernador en turno, al tiempo que se devoran en la grilla interna propia de comunidades pequeñas e inseguras. En general, ni los privados ni los públicos tienen la infraestructura y los recursos necesarios para sostener la investigación de punta. La Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, la mayor casa de estudios políticos en el país, sí tiene la autonomía y los recursos requeridos, pero los dilapida generosamente en nombre de una concepción política de la ciencia política.

De esta manera, el grueso de la producción "seria" en ciencia política se da en un puñado de instituciones que todos conocemos. Me van a crucificar por mis generalidades que no hacen justicia a las excepciones notables de excelencia, relevancia e innovación que también existen. Pero en términos generales, la ciencia política mexicana sigue siendo muy parroquial y "rollera". Le hace mucha falta una mayor presencia de aquella ciencia política que critica Sartori con tanta elocuencia. Le hace falta más investigación empírica y sistemática, más generación de datos, más estadística y matemática, mayor atención a los cánones de observación e inferencia, mayor vinculación con la literatura comparada. Aun cuando no comparto premisas positivistas fundamentales, opino que a la ciencia política del país le caería muy bien una mayor dosis de positivismo empírico.

FVU: La manera como yo lo veo es que en México tuvimos una tradición de ciencia política, si se le puede llamar de esa manera, que se dedicaba básicamente a la "lectura de la bola de cristal", porque en realidad el sistema político tenía tales características que, digámoslo con toda franqueza, para los politólogos había poco trabajo, y buena parte de la supuesta politología o era historiografía o bien era "adivinar" quién sería el próximo candidato a cualquier puesto: gobernador, diputado, presidente municipal. Para eso había que escrutar al partido dominante o al presidente de la República, y el que tenía el mejor chisme era el mejor politólogo.

Se hicieron también algunos estudios sobre la relación entre la sociedad, sus estructuras, su heterogeneidad y la organización de la política, pero eso no era propiamente ciencia política, eso era sociología. O bien se hizo historia de la formación de las instituciones políticas.

Creo que no puede extenderse del todo el diagnóstico de Sartori sobre la ciencia política estadounidense a la ciencia política mexicana, porque tienen niveles de desarrollo muy diferentes, porque la diversidad de temas y enfoques con los que se manejan los asuntos de política mexicana, en la academia mexicana, también son diversos. También son más pobres que en Estados Unidos desde el punto de vista de la densidad de los estudios, de la densidad en el sentido de la cantidad de gente estudiando los mismos fenómenos, los grupos, las comunidades, las academias, no en el sentido de la universidad, sino las academias en el sentido de las organizaciones académicas destinadas al estudio de los problemas parlamentarios, municipales, de los congresos, etcétera. Yo creo que eso está en pañales, está desarrollándose, está iniciándose; entonces es temprano para ver esto. Sí detecto —y me parece una contribución considerablemente importante— que hay una influencia de los enfoques epistémicos que provienen del individualismo metodológico para el estudio de la política en México, algunos de los cuales se emparientan directamente con los temas de elección social y elección racional y me parecen benéficos.

Yo generalmente me pronuncio en contra de las hegemonías académicas. A mí no me gusta que exista el predominio de un solo enfoque. Sí creo que debemos pasar de la descripción gruesa de antaño a los estudios de carácter más explicativos, de causalidad, de por qué pasan las cosas, y en este sentido creo que hemos empezado a tener contribuciones importantes que nos permiten distinguir entre estas grandes colecciones de hechos y narraciones acerca de cómo se comportaba un actor, a cómo está interactuando hoy en un sistema político que también cambió, pero esto también es posible porque el sistema político cambió. Al cambiar el sistema político, y para decirlo contrario sensu a lo que dije respecto del momento anterior, hoy los politólogos sí tenemos trabajo, a veces demasiado, y somos insuficientes para explicar todo lo que está pasando. En ese sentido, entonces, creo que el diagnóstico de Sartori no puede extenderse a la totalidad; no observo un predominio del enfoque de la elección racional o de la cuantificación en las principales revistas mexicanas en temas de ciencia política; creo que sigue habiendo diversidad, y eso me parece también bueno, aunque, lo que sí noto, y eso sí me preocupa, es que hay poco debate, es decir, creo que se organizan pocos seminarios, congresos, coloquios entre los distintos puntos de vista para explicar los problemas, y ahí me parece que tenemos un problema de comunidad científica. Deberíamos promover más la discusión y creo que las revistas pueden jugar un papel muy importante en esto, porque las revistas están recogiendo buena parte de lo más relevante de la producción reciente.

Y respecto al estado actual de la ciencia política en México, mi perspectiva es que es una disciplina que requiere mayor desarrollo, que debería tener mucho más espacio en las instituciones académicas. Por desgracia, la formación básica en ciencia política, es decir, en licenciatura, es muy deficiente; tenemos facultades y escuelas, con muy pocas excepciones, que en general enseñan viejos modelos que están ya completamente fuera de la actualidad de la ciencia política. Me parece indispensable una renovación de la enseñanza, en la licenciatura principalmente, para que luego sea posible en los otros niveles. Sin embargo, también tenemos varias instituciones que ofrecen programas de posgrado que son muy consistentes, que son muy serios, y sin embargo, son insuficientes. Es poca la masa crítica que reúnen como para que pudiéramos tener una ciencia política más robusta.

Y respecto de los temas, pues me parece que actualmente se trabajan todos los temas. El problema es que la magnitud de los problemas rebasa la cantidad de investigadores, y rebasa la cantidad de investigaciones que se hacen sobre los problemas que tienen que ver con la debilidad de la democracia, la persistencia del antiguo régimen en muchos aspectos, las dificultades para estructurar un sistema político bajo lógicas diferentes a las del pasado, los problemas de cultura política, etcétera. La lista podría continuar hacia muchos otros aspectos que son insuficientemente estudiados. Además, por desgracia, las investigaciones tienen insuficiente resonancia en la opinión pública y aún más insuficiente impacto en los medios políticos. Tenemos una clase política profundamente anti–intelectual en todos los niveles, y muy analfabeta en política y otros rubros más elementales, y eso es también un problema. Mientras que uno ve en los países desarrollados cómo los políticos, los gobernantes, suelen dialogar de manera continua con la academia para analizar problemas, en México esto es aún realmente escaso, y cuando ocurre, ocurre de manera muy oportunista respecto de los temas y problemas que están enfrente. Se hacen para hacer un poco el introito a la obra que permitirá legitimar una legislación, como ha ocurrido recientemente con varios proyectos de ley que ni siquiera quiero mencionar para no ofender a nadie. Ahí veo que hay varios problemas que nos colocan todavía en una posición de raquitismo.

VAO: En México hay instituciones, como el CIDE, el Tecnológico de Monterrey y el ITAM, que abiertamente han tomado la apuesta de enseñar este tipo de ciencia política. De hecho, ya hay generaciones completas y ello ha tenido un impacto importante en la conformación de la propia clase política en los últimos años. En efecto, no podríamos entender el surgimiento de la llamada "tecnocracia" si no estuviera asociado con aquellos profesionales que vienen del campo de la economía y del campo de la ciencia política asociado a esos paradigmas. Como consecuencia de lo anterior, se ha dado un cambio en la élite del poder, que originariamente provenía de un campo muy dominado por las universidades públicas, particularmente la UNAM. Esta situación obliga a las universidades públicas a empezar a saldar cuentas consigo mismas, a fin de enseñar no solamente un tipo de ciencia política o ciertas corrientes de la misma, sino un repertorio más amplio. Cuestión que, por cierto, no sé qué tanto suceda a la inversa, es decir, qué tanto estén abiertos quienes defienden la cuantificación. Ahí, creo que ellos están demasiado preocupados todavía por imponer su paradigma. En contraste, una cuestión que me parece más plausible es que empiezo a encontrar entre algunos colegas de las universidades públicas una mayor disposición para hacer este ejercicio de manera más equilibrada y empezar a traer cosas del otro campo al suyo propio. Generalmente, ¿qué es lo que sucedía en las revistas académicas? En las revistas predominaban los estudios de histórica política, los recuentos de una determinada coyuntura, y eso nos acercaba más a los historiadores. Ahí, por ejemplo, el gran paradigma de lo que es y lo que puede hacer la historia política es el que nos heredó Gastón García Cantú, y, evidentemente, quien siguió en esa escuela y sigue siendo un gran aporte es Arnaldo Córdova. Otro que está en esa línea es mi querido profesor Javier Garciadiego. En conjunto, son politólogos, sociólogos o abogados formados alrededor de la metodología histórica. Se trata, indudablemente, de una fuente esencial para entender la coyuntura, el contexto y la trascendencia de un período de larga duración. De ahí que un politólogo no pueda prescindir de esa formación. Un politólogo sin historia y sin memoria, no me parece pensable o factible. Por otro lado, se encuentran todas las contribuciones que provienen de la sociología política, que para nosotros tiene su origen moderno con Pablo González Casanova y La Democracia en México (Era, México, 1965), primer gran estudio diagnóstico sobre las condiciones institucionales y estructurales que se presentan en una realidad dada como es el caso de México. ¿Cuál es la pretensión de ese diagnóstico? Generar los cambios necesarios para salir de una situación de pobreza o de subdesarrollo político y económico a partir de comparar una alternativa liberal–pluralista —como él lo pensaba— o una alternativa marxista. Después, le siguió Daniel Cosío Villegas, con el libro El sistema político mexicano (México, Joaquín Mortiz, 1972). En él, también hallamos las dos columnas vertebrales —tanto por la vertiente liberal como por la vertiente marxista— que son los primeros grandes antecedentes de lo que el institucionalismo o la versión sociológica de la ciencia política podía darnos de entonces a lo que sigue aconteciendo a la fecha entre el "nacionalismo" y el "neoliberalismo". Posteriormente, creo que todas las derivaciones subsecuentes —y que ahora son como un tercer brazo analítico— han confluido en los estudios de la elección racional o de cuantificación económica. Todavía estamos esperando el gran estudio que nos permita entender, precisamente, el valor de la cuantificación por sí mismo y no como un elemento de apoyo. Nos hace falta todavía ese gran estudio que demuestre las bondades del rational choice. Ahora bien, ¿a qué nos ha acercado el rational choice? Bueno, nos ha acercado a muy buenos ejercicios aproximativos a nivel de los libros o de las revistas. Por ejemplo, en los estudios legislativos, a entender dentro de la lógica de la toma de decisiones, a la política de coaliciones o la política de alianzas; en los estudios electorales, a entender la dinámica del voto y el comportamiento prospectivo y retrospectivo del votante mexicano. Aquí también, hay un área de estudio muy interesante que hasta ahora había estado postergada: la de la psicología y la cultura política, que se plantea el entendimiento de los valores y actitudes de los mexicanos. Anteriormente, ya Samuel Ramos u Octavio Paz habían intentado comprender la naturaleza del mexicano desde una perspectiva sociológico–antropológica. Igualmente, los primeros estudios cuantitativos que empiezan a hacer gentes del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, como Lucio Mendieta o Raúl Benítez Zenteno, o los trabajos de Rafael Segovia sobre la politización del niño mexicano, se encuentran en una línea de estudio similar. Pero, curiosamente, los estudios sobre élites fueron los primeros que nos llegaron desde fuera en clave cuantitativa. Destaca, al respecto, Peter H. Smith, con su libro Los laberintos del poder: El reclutamiento de las élites políticas en México, 1900–1971 (El Colegio de México, México, 1982), y en clave más cualitativa, Roderic Ai Camp, con sus estudios sobre el reclutamiento político en México. Todo esto nos da una idea de que estamos ante una disciplina que en términos prácticos no tiene más allá de medio siglo de vida, pero que no carece de referentes o tradiciones. Si tomamos en cuenta que la hoy Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, fundada en 1951, fue la primera facultad de estudios de y sobre la política, y que nuestro primer titulado formal —si mal no recuerdo— fue Moisés Ochoa Campos, quien escribió una tesis sobre la reforma municipal en México —todavía más en tono de administración pública que propiame nte de ciencia política— mucho se ha recorrido desde entonces gracias a la presencia de pensadores como Raúl Cardiel Reyes, Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero, entre muchos otros quienes dieron forma a los primeros estudios politológicos, mismos que después fueron retomados por otras instituciones. Sin embargo, ya Moisés Ochoa se planteaba qué podemos hacer para mejorar las instituciones. Claro, es un estudio completamente administrativo y hasta tiempos muy recientes es cuando en México también tomamos en cuenta cuestiones a las que antes se les tenía cierta aversión: la administración pública y las políticas públicas. Siempre estuvo presente la disyuntiva de si somos politólogos y administradores públicos, o somos puramente politólogos. Desde luego, cada vez estoy más convencido de que somos politólogos y aparte somos algo más como cientistas sociales. ¿Por qué? Porque estamos interactuando en más de un campo de conocimiento y porque los actores relevantes que dejaron alguna pauta para el desarrollo de la ciencia política, marcaron también un conjunto de derroteros sobre los cuales no podemos dejar de tener un reconocimiento general, para de ahí partir para encontrar politólogos cada vez más especializados. Los dos campos de inicio en los que yo me desarrollé: la filosofía política y la historia política, se complementaron más tarde con la política comparada y el estudio de las instituciones políticas. Ahora, mi actividad cotidiana se centra en el estudio de los partidos políticos o el estudio del Congreso, que son dos áreas mucho más aterrizadas. Actualmente, en el campo de los partidos políticos te permite especializar en el estudio de las plataformas, la selección de candidatos o en los esquemas de organización y financiamiento, por ejemplo. Hemos llegado realmente a un nivel de desglose muy detallado. Incluso, más allá de ubicar si estás dentro de una corriente o no, lo que sí se observa es la enorme velocidad con que los temas se van subdividiendo y eso sí creo que es algo a lo que debemos prestar atención porque al rato, si no tenemos un mínimo de auto–crítica, vamos a llegar a un nivel tal de minuciosidad o especificidad que x o y estudio será únicamente relevante para una o dos personas, o incluso solamente para el que lo escribió. Corremos el riesgo de perder la visión de conjunto, la perspectiva armónica dentro del bosque, en nuestro afán de llegar al descubrimiento de una subespecie microscópica. Claro, si alguien me demuestra que con ese descubrimiento microscópico el mundo se puede o no colapsar, pues entonces tendremos que considerarlo y reconocer nuestro error, que es otra gran virtud del aprendizaje que no podemos olvidar en la enseñanza de la ciencia. Pero creo que sí hay que mantener cierto equilibrio en esta situación. Los journals, por su parte, también tienen que generar este tipo de auto–evaluación: ¿qué tanto realmente necesitamos salir por salir o publicar por publicar? Otro aspecto que es más bien de política científica —más que de ciencia política— es que las instituciones se vean obligadas a demostrar resultados simplemente por cubrir las modas y los requerimientos administrativos, y no tanto como un compromiso real de interactuar y proceder a construir una ciencia política que puede llevarse su propio tiempo, que tiene que madurar, que tiene que comprobarse y generar todos los elementos de seguimiento de mediano o largo plazo. En ocasiones, un mal efecto de las políticas educativas es que resulta muy fácil hacer una encuesta o algunas interpretaciones y con eso escribimos un artículo de corto plazo para cubrir los puntos o un requisito institucional. Realmente lo estamos haciendo por el mero afán de resolver cosas inmediatas y no con el verdadero objetivo de realizar una investigación que pueda contextualizarse en algo más estructural, en algo más armónico o en algo más interactivo que produzca un mejor y productivo resultado.

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