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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.5 no.9 Ciudad de México dic. 2008

 

Artículos

 

Colgando por exceso: historia, ética e identidad en la novela Colombina descubierta, de Alicia Freilich

 

Hanging by Excess: History, Ethics and Identity in the novel Colombina descubierta by Alicia Freilich

 

Mariana Libertad Suárez*

 

* Doctora en Filología Hispánica. Correo electrónico: marianalibertad@gmail.com

 

Fecha de recepción: 15/09/2006
Fecha de aceptación: 05/07/2007

 

Resumen

En la década de los noventa del siglo XX, un grupo significativo de escritoras venezolanas se ha dado a la tarea de dialogar, desde sus ficciones, con los grandes sucesos de la Historia nacional. De este colectivo contestatario, se desprende la autora Alicia Freilich, quien en su novela Colombina descubierta (1991) trasciende la reelaboración de la Historia como espacio de identidad y apuesta por la desestabilización del discurso, de los artefactos de la memoria e, incluso, de la subjetividad en el sentido más tradicional del término, para así proponer la existencia de una identidad ética fundamentada en el nexo afectivo, en el intercambio y la capacidad proteica del individuo.

Palabras claves: Identidad ética, contrahistoria, Alicia Freilich, intimidad, subjetividad

 

Abstract

In the 1990s, a significant group of Venezuelan writers has carried out in its fiction a dialogue about the major events of national History. From this dissident group comes the author Alicia Freilich, who in her novel Colombina descubierta (1991), transcends the concept of reproduction of history as a set of identities and resorts to the destabilization of speech, of artefacts of memory and of subjectivity in the most traditional sense of the term. She thus proposes the existence of an ethical identity based on core emotional bonds, and on the individual's proteic ability.

Key words: Ethical identity, antihistory, Alicia Freilich, intimacy, subjectivity.

 

Por fin. Atrás las baratijas, esas reproducciones
tan cursis de Marc Chagall que cuelgan por exceso
en la sala y el comedor. ¿De dónde le vendrá al
padre esa obsesión por comprar cuanta chuchería
imite al pintor? Será el mal gusto de los pueblerinos.
Confunden Quincalla con arte.

Alicia Freilich, Claper

 

La imagen que refleja la desesperación del poder frente a la fusión y confusión de categorías previamente generadas en su interior, frente a la negación de las diferencias instituidas desde distintos saberes y, sobre todo, frente al rechazo a ciertos gestos de jerarquización que intentaban fundamentar —por medio de cualquier acto represor— la ética y la estética de un territorio emergente, constituye quizá el elemento definidor más claro de la escritura contrahistórica de Alicia Freilich. En sus tres obras: Cláper, Colombina descubierta y Vieja verde, la autora recoge la huida de ciertas minorías étnicas, sociales, genéricas y culturales venezolanas, de esos espacios subjetivos preestablecidos para ellas —a lo largo del siglo XX— en las diversas manifestaciones provenientes de la alta cultura. Al mismo tiempo, esta autora intenta caricaturizar los esfuerzos que desde los espacios de poder y, en especial, desde la literatura canónica se han llevado a cabo para detener esta fuga.

En cada una de las obras de Alicia Freilich, el tono paródico de su discurso reescribe una serie de textos moralizantes —incluyendo los cuentos de hadas, la tradición oral venezolana y las representaciones publicitarias de mediados de siglo XX— hasta estallar, de manera más o menos directa, el discurso científico social y, en particular, el que sirve de fundamento a la Historia. Por ello, más que como un intento de crear una obra intrahistórica1 —en que se narraran los hechos registrados y legitimados por la alta cultura y por la academia, pero desde la perspectiva de un sujeto anónimo—, la novela Colombina descubierta (1991) bien podría ser entendida como la textualización del deseo de cuestionar la pureza del acto de escritura y la pretendida estabilidad del saber positivista, desde su mismo proceso de formulación.

Aunque por su estructura resulte difícil de resumir, podría decirse que esta obra —partiendo de la celebración del V centenario del descubrimiento de América, y echando mano de delirios, sueños, chismes de corredor y comentarios de manicomio— pretende contar algunos episodios de la vida de Cristóbal Colón. Curiosamente, y al contrario de lo que ocurría con la escritura subversiva de los noventa en Venezuela, la perspectiva que se elige para hacerlo es la del descubridor y la de las personas que lo conocieron; no obstante, en el marco de esta novela, Colón no es un hombre letrado y valiente que, para satisfacer los deseos de la corona y demostrar sus conocimientos científicos, se echa al mar, sino una mujer que, empobrecida y endeudada, decide constituir una identidad proteica que le permita la generación de un nexo afectivo; un ser que autofantaseándose otro, elige emprender un viaje que le permitirá crear su conciencia ética.

Desde los mismos subtítulos dentro de la novela —"En el nombre del padre", "Y del hijo", "Y del espíritu santo", "Santísima Trinidad" y "Amén"—, se inicia el tono desafiante que regirá la escritura, pues con ellos se anuncia que —de alguna forma— la novela, en un solo gesto tematizará y/o parodiará ciertas nociones fundadoras del catolicismo, hará referencia al saber psicoanalítico y glosará la posibilidad de conocimiento contenida en ese sistema de creencias; no obstante, sólo hasta el momento en que se comienzan a narrar las peripecias de la protagonista de Colombina descubierta, Cristina Colón, la autora dejará claro que en esta obra, ese deseo estructural de desdecir no será presentado sólo como una simple carencia, sino que, en su condición de deseo, será entendido desde su gran capacidad de producir discursos y, por tanto, de generar realidades.

Por ello, no es de extrañar que, aunque las personas gramaticales empleadas para la narración se alternen de manera azarosa, al final de cada capítulo aparezcan las iniciales del personaje central reflejando su autoría; marcas identitarias que, además, variarán en cada caso, pues Cristina será a ratos Colombina, Biná, Christa o Paloma. En otras palabras, este personaje que encarna a una mujer, madre, soltera, judía, promiscua, errante y pobre, se erigirá dentro de la obra como un sujeto deseante y deseado que, aunque pudiera parecer paradójico, consigue producir un discurso desde su marginalidad, pronunciamiento que —en un gesto supino de ironía— se empleará dentro del relato fundamentalmente para mostrar la insuficiencia de la escritura y el poder represor de la representación:

Sefre hace un gesto de sorpresa y con obvio interés agrega:
—El joven descubridor añade que cada capítulo abre con un dibujo pintado en el ángulo superior y a la derecha de las cuatro páginas, especia de insignia formada por una pequeña cruz al lado de dos letras. Aunque a primera vista parece un garabato ilegible, señala que en el lenguaje cabalístico, significa Bendito Dios y también Casa y Vida, que son la B. y la H. Así concluye Brandinga:
—Por éstas y otras características, entre ellas que la narración es versátil y verosímil, puede tratarse de un Diario Privado del Gran Almirante más la secreta historia de sus hijos y de sus confidentes, con añadidos muy posteriores que incluyen lo contemporáneo. Hago míos los versos de Walt Whitman, ¿recuerdan? Camaradas, esto no es un libro. Quien vuelve sus páginas toca un hombre. Y yo agregaría, o una mujer, o ambos... o muchos... arcilla humana en los escritos sucesivos (Freilich, 1991: 114–115).

A esto se suma otra estrategia empleada por Alicia Freilich para topicalizar la representación: la exposición recurrente de la discontinuidad como posibilidad de existencia. Ciertamente, la narración se privilegia como plataforma generadora y soportadora del ser; sin embargo, la cohesión y la coherencia propia de cualquier narración de identidad se verá fragmentada, en todos los aspectos temáticos y estructurales de esta escritura para, finalmente, mostrar entre las ranuras del discurso algunas sombras del espacio íntimo, previo a la verbalización.

Esta propuesta logra invadir artefactos de la cultura que parecían muy bien cimentados; por ejemplo, el tópico del diario, más aún de los Diarios de Colón —al menos a primera vista—, pudiera parecer un lugar común que, por exceso, ha perdido su significado. A pesar de ello, en Colombina descubierta, la lectura del diario desde el silencio y la fragmentación, es decir, desde lo que no ha podido ser verbalizado y, más aún, desde lo que se ha intentado verbalizar de manera insuficiente, confiere una nueva función a este recurso, que ayuda a la apuesta por la intimidad como espacio de emergencia de una identidad ética.

Así pues, con la imposibilidad de asir y, más aún, de leer los diarios de Colón mostrado(a) dentro de esta novela, se deja en claro que ni las inconsistencias, ni los temores, ni los vacíos de la intimidad pueden convertirse en discurso, al tiempo que —con la fusión y confusión de personajes que acceden, interpretan y glosan la escritura del descubridor(a)— cada uno de estos elementos indecibles se transforma en el único código común que permite la lectura de Cristina Colón desde sí misma. Por eso, todos los discursos que intentan reorganizar la funcionalidad social e histórica de los diarios de Colón se acumulan de manera indiscriminada y se desvanecen por exceso, sin asidero alguno:

El canónico Torque Mata lleva sotana de almidonado cuello blanco, cubierta toda la cabeza con un solideo y en su expresión facial destaca la sombra de sus pobladas cejas. Habla en tono bajo.
—Este supuesto descubrimiento es tesis infundada, cuento vano y profano, descabellado novelín feminista y feminoide, panfleto irreverente y desechable... basura... El presentador sonríe con disimulo y mirando fijamente la cámara dice,
—Pero ahora, el debate adquiere dimensiones de acalorada controversia porque esta noche, desde La Coruña, el polémico Salvador Madar Yago, respetado escritor, declara en Rueda de Prensa, que con bastante probabilidad, Brandinga encontró un ignorado Diario intimista del Descubridor, pues el hasta hoy público Diario del Navegante, es una copia traída y llevada durante cinco centurias, de mano mano, a saber, las de los hijos Fernando y Diego (Freilich, 1991: 15).

Evidentemente, la lectura de los diarios en esta obra no sugiere la posibilidad de encontrar a Cristóbal Colón, sino que, por el contrario, llama a disipar esta figura mítica dentro de un discurso que acaba por arropar al sujeto mismo. Entonces, la pérdida de la figura mítica, cohesionada y concluida que supone Cristóbal Colón dentro de la Historia, gracias a la intervención de los diarios, de sus cartas y, sobre todo, de los vacíos que pueblan estas escrituras, supondrá en el texto la pérdida del sujeto y, por tanto, la recuperación de la intimidad, de la afectividad y de cualquier código que permita la interacción más allá del lenguaje.

A esto se suma que —a diferencia de lo que ocurriría con una novela histórica tradicional o, incluso, con las novelas intrahistóricas de finales del siglo XX— no hay en Colombina descubierta una intención manifiesta de construir subjetividades, naciones ni lugares de arraigo. Así pues, la búsqueda de los orígenes del continente americano, la ilusión de pertenencia que subyace tras el relato de la llegada de Colón a América y la pregunta por la identidad que preocupó tanto a la narrativa canónica latinoamericana de los siglos XIX y XX, quedarán reducidas en esta obra al acto de representación en estado puro, al tiempo que su existencia —concebida ya como una construcción asociada a las necesidades de poder—, será entendida únicamente como la consecuencia de un deseo preexistente. En un episodio muy locuaz, el hijo de Biná Colón —hombre, descendiente de una saga de conquistadores y dueño de una "verdad"— será el encargado de hacer explícita la capacidad productora del deseo:

Sin darme cuenta, o dándome, secundé tu conspiración para establecer el honor de los Colombo. Pero te seguí por la puerta falsa. Y es que eso de pretender que uno puede enseñar Historia es una mentira del tamaño del mundo. A mí el sueño patrio me importa un bledo, percibir un trozo de tierra bajo mi calzado es superfluo para cimentar con fuerza los venenosos garfios del nacionalismo (Freilich, 1991: 37).

Ciertamente, en este texto no sería del todo pertinente acusar una propuesta de desmoronamiento de la "Historia" como ciencia capaz de sistematizar los hechos, ni mucho menos como disciplina fundamentada en la verdad; sin embargo, hay una clara exposición, en la obra, del desmoronamiento de la verdad histórica y, en consecuencia, de la "pertenencia" como categoría generadora del sujeto, con lo cual la idea de territorio, al igual que el tiempo, el género y muchos otros elementos empleados tradicionalmente como anclas para la adscripción social y cultural, quedarán reducidos a la arbitrariedad absoluta.

Incluso, pudiera parecer, en una primera aproximación a Colombina descubierta, que la arbitrariedad de la verdad histórica supone un incidente irrenunciable e inmodificable para cualquiera de los personajes; no obstante, el hecho de que este diagnóstico provenga de personajes periféricos o, mejor dicho, de la visión periférica de los personajes históricos aquí desplazados —como del hijo natural de Cristóbal (ahora Cristina) Colón, o bien de la mujer expulsada de su territorio en que se transforma el descubridor de América— pone en evidencia que quien diagnostica elige el espacio de la enfermedad para edificar su identidad ética.

O, lo que es lo mismo, a esta escritura no la acompaña precisamente una búsqueda de la nada, sino que el vacío que se pone en evidencia, junto a la arbitrariedad que permite la huida de los discursos regentes previamente enfrentados, sentarán las bases para nuevas alternativas del ser; alternativas en que la búsqueda de la unidad y de la coherencia es sustituida por la pérdida del equilibrio, por la multiplicidad y la capacidad proteica2 de la identidad. En otras palabras, alternativas en que la pérdida de la cohesión permita el acceso a la intimidad, a lo plural, a lo común e indecible:

Yo sí patento un nuevo mundo, la lógica del fracaso. Cuando preparo clases me planteo ¿en cuál de los pretextos utópicos me inscribo? Tú forjaste uno que otro invento al abolir el gigantesco espacio de mar. Eras artista, inventabas. El científico también crea fórmulas teóricas. Bueno, entonces ¿con cuál de las mitologías me identifico?¿Defiendo ésta o la otra revolución?¿Recomiendo aquella o nuestra democracia representativa de qué? ¿Me rindo ante ésta o todas las repúblicas resucitadas por la perestroika o prefiero las bananeras? (Freilich, 1991: 41).

Evidentemente, en la obra surge, a partir de la reflexión en torno a la verdad histórica, un proceso de inversión —cuando menos curioso— de las relaciones entre sujeto y objeto. Ya que nada constituye un elemento irrenunciable para la determinación de una identidad, entonces, cualquier cosa puede llegar a serlo; es decir, la relativización del valor del sujeto tradicional y central en la ciencia histórica de alguna forma sirve para revaluar las subjetividades periféricas construidas desde nociones diferentes a las de pertenencia, territorio y memoria, con lo cual se abre un espacio en la obra para el pronunciamiento de estas individualidades.

Aún más: no puede ser casual que el personaje encargado de enunciar los fragmentos antes citados sea historiador de profesión. Este hecho carga de una mayor ironía la propuesta reincidente en el texto de que no sólo la elección del documento, sino además su uso, constituye un proceso asociado a la voluntad.3 Entonces, el gesto liberador de la identidad que buscaba desde su formulación la "Nueva novela histórica", también será desestructurado en esta obra, pues, al reconocer en los márgenes del discurso la capacidad productiva del deseo mediada por el lenguaje, esta novela adquiere un poder preformativo que le resta valor de verdad a la escritura como proceso. Colombina descubierta se autodesigna construcción en su interior, al tiempo que reflexiona en torno al simulacro que ella encarna.

Quizás por eso, el problema de la pertenencia genéricocultural logre desplazar del centro de un discurso pretendidamente histórico, el problema de la identidad nacional. En Colombina descubierta, la conmemoración del V Centenario del descubrimiento de América no es un detonante para comprender los orígenes de la Patria o los límites del territorio, sino que es el desencadenante de una subjetividad —en ocasiones un "yo", en otras un "tú"— absolutamente periférica, con conciencia clara de construcción y, además, con la capacidad de dejar en evidencia cómo tras cada discurso subyace la intervención del poder:

Misia Biná de las quimeras realizadas... Sea Su nombre... yo me quedo con el honrosao título de presunto historiador pero vine fue para lo que han dado en llamar con pocas luces, hacer América. Tú, inmigrante visionaria, abriste la ruta de los soñadores y pagas con creces tu avidez de libertad absoluta pues sin miramiento luego te repatrían en cadenas desvalida. Yo, vine calculador y continúo sin el impulso de romper los lazos. Enquistado, un pavor atávico me planta en la ambigua identidad del conformista que hace de la frustración su modus vivendi y traslado este mal hábito al encuadre histórico (Freilich, 1991: 40).

Es fácil leer en éstas y otras reflexiones que construyen a Cristina Colón la intención de revelar cómo detrás de cada categoría o de cada proyecto en que se ha anclado la figura del descubridor, se encuentra una determinación previa, es decir, la búsqueda de satisfacer un deseo que condiciona la existencia del héroe. A esto se suma el hecho de que Biná Colón —aun cuando sea quinientos años después de su llegada a América— muere en la obra y, con ello, rompe el carácter mítico e imperecedero que se le había dado al 12 de octubre en tanto momento de fundación.

A la par, surge la posibilidad de comprender este fragmento como un espacio donde se propone la necesidad del "tú", para la existencia y la construcción del "yo" o, en otras palabras, la necesidad del otro no jerarquizado, ni homogenizado para la edificación de una identidad, al tiempo que se hurga en lo no pensado por la Historia, entendiendo por tal no solamente aquellos seres y circunstancias que han sido obviados en la reconstrucción de los hechos, sino también aquellas prácticas recurrentes —como la exclusión, la categorización y el modelado conductual— que subyacen sin nombrarse tras toda propuesta de saber social.

Sin duda —aun cuando ninguno de los personajes enunciados en la narración pierda su particularidad—, no se puede negar la pluralidad ni las alianzas que establecen los personajes periféricos en la novela; de ahí que, más allá de la apuesta por un "yo", individual y arraigado, esta escritura sugiera una alternativa de ser ética y, por tanto, concertada, negociable y fundamentada en la interacción.

Se podría entender, entonces, no sólo Colombina descubierta, sino la obra de Alicia Freilich en general, como una escritura teórica. Ciertamente, como se comentó en párrafos anteriores, no hay en las voces que estructuran el relato una distancia que permita ver totalidades y organizarlas; no obstante, desde el momento en que el nudo del texto se reduce a la construcción subjetiva de Biná Colón, los mecanismos mediante los cuales se delinea esta individualidad y la reflexión posterior en torno a éstos, le dan al discurso un carácter ético y, en ocasiones, político.

Todo ello se refuerza con la transformación constante que sufre buena parte de los personajes al entrar en contacto con otros y, más que nada, con los sentidos que se generan por/durante el intercambio. El nexo afectivo prevalecerá en este texto como posibilidad de funcionamiento social, al tiempo que la búsqueda de contener cualquier subjetividad, tomando como fundamento "el saber", "la ciencia" y todas sus expresiones, resultará insustancial y hasta repetitiva. Cristina–Paloma–Biná Colón existirá sólo a partir de si es reconocida por los otros subalternos, mientras que cualquier mirada central que trate de definirla terminará por agotarse en su retórica. Basta leer los comentarios que hacia ella se desprenden desde el saber médico y psicoanalítico:

Hum... mi coleguita se lavó las manos, optó por mejor no menearlo... es evidente. Concluye mi amigo Anselmo, antes de firmar la relación médica, con una referencia tocante a ciertas comparaciones, lo que me orientó para descifrar el tejido mental de Paloma. Apunta: —No es, que su acción itinerante opaque su capacidad introspectiva. Al contrario, el bullir exterior estimula su remoción anímica. Recomiendo entonces llevarla de paseo, recorrer calles, incluso frecuentar la orilla marina. Pues en sus relatos, Paloma acota: —Nunca fui la típica viajera que transita megalópolis dispuesta a soltar sus instintos protegida por el anonimato. Ni tampoco la visitante de museos, coleccionistas de guías gastronómicas o la insoportable amateur de fotos Polaroid, No. (Freilich, 1991: 86).

Sin duda, uno de los componentes más violentos de este fragmento está asociado al descrédito explícito de todos los artefactos de la memoria. No existe en el personaje nómada la necesidad de fijar anclajes ni coleccionando recuerdos turísticos, ni haciendo uso de la fotografía. Al contrario, la imagen, al igual que la palabra, será asumida en toda la novela como uno de los tantos mecanismos asociados al poder que no tienen la capacidad de copiar la realidad, sino únicamente de generarla, fijarla y legitimarla. Por ello, de manera abrupta, Paloma irrumpe en el discurrir de la ciencia para negar la subjetividad que —anclada en un pasado más o menos legítimo— pretendía otorgársele.

Asimismo, la estrategia más eficaz en el momento de exponer la insuficiencia del saber médico en la generación de identidades es, precisamente, la repetición mecánica. Los comentarios de los médicos quedan diluidos en balbuceos ininteligibles al tiempo que la superposición de sus voces a la de la paciente evidencia la imposibilidad de comunicación que atraviesa el saber científico. Sin duda, se propone, en estos monólogos superpuestos, que la interacción tiene su único origen en la comunicación afectiva, al tiempo que sólo es posible ser desde la conciencia del otro; por ello, más allá de una búsqueda de identidad automática, en esta escritura podría hablarse de una propuesta asociada a la igualdad.

Hay, pues, en Colombina descubierta, una renuncia explícita a la homogenización, a la omisión y a la producción en serie de las minorías. Fundamentándose en la particularidad que reside en el espacio íntimo y que permite la comunicación más allá del lenguaje, la diversidad emerge como noción y establece vínculos que permiten el nacimiento de una identidad ética; de ahí que en este texto, se ponga en escena la saturación de los moldes identitarios generados en el discurso histórico, para que la formación subjetiva se mantenga al margen de cualquier sentido preexistente y alcance la afirmación del sí en el proceso mismo de interacción.

Todo ello se reafirma con la reflexión en torno al saber científico. El acercamiento positivista, más que explicar, iluminar o reconocer la existencia de Biná Colón, sólo se propone, en esta obra, sin éxito alguno además, obturar el fluir del deseo y de la consecuente subjetividad que encarna la protagonista:

Si en las civilizaciones alborales, rayo de sol es iluminación de progreso, para Colombina, un resplandor de luna, equivale a una piedra luminar, que por su naturaleza elusiva y al mismo tiempo imperecedera, le ofrece apoyo sin opresión, amor incondicional, ¿el que no recibió de sus progenitores o sustitutos, amantes, maridos, hijos?¿Será la luna su identidad semita reprimida?

Por ahora son factores imponderables debido al evidente bloqueo que padece, el cual nos impide reconstruir y por tanto, proyectar un diagnóstico terminante y resolutivo (Freilich, 1991: 87).

No es posible leer en ninguna de las voces que estructuran el relato la capacidad de establecer equivalencias automáticas. No necesariamente el descubridor es Cristóbal Colón, ni Cristóbal Colón es, de manera automática, un hombre al servicio de la monarquía. Al contrario, la mismidad es sustituida en esta novela por el principio de igualdad que sólo se hace posible en la medida en que ha emergido en su interior un elemento: la diferencia; es decir, Cristina Colón será igual a Cristóbal Colón, a Biná Colón, a Paloma Colón o a Colombina sólo en la medida en que estas subjetividades no han sido instituidas como una misma y única identidad desde el poder o, lo que es lo mismo, sólo en tanto que la mismidad ha sido rota y ha sido sustituida por la búsqueda ética de la igualdad.

Por ello, no pareciera azaroso el nombre, es decir, la marca de subjetividad jurídica que elige cada personaje para llamar a la protagonista, ni tampoco el apelativo que ella escoge en el momento de autodesignarse frente a quienes la interpelan. La mutabilidad supondrá, en Colombina descubierta, no sólo una forma de detonar los lugares de identidad previamente asignados a ciertos personajes en la Historia, sino que además servirá para cuestionar la inamovilidad del ser proveniente de la mitificación. En el momento mismo en que Colón muere y, por tanto, es inscrito en el transcurrir del tiempo, pierde su condición de mito y permite que su identidad —y, por tanto, todos aquellos lugares de pertenencia generados a partir de ésta— sea vulnerada y se abra a cualquier alteración que le pueda proporcionar el encuentro con el otro.

Podría decirse, entonces, que este (ab)uso del nombre en este texto, contiene la reafirmación de la diferencia, puesto que la flexión femenina de cada sustantivo —que, en ocasiones, resulta por demás forzada—, deja claro que Colombina no reclama ser Cristóbal, sino ser igual a él; gesto en el que inscribe, además, una propuesta plural de sujeto. La alternabilidad del "yo" provoca en esta obra la ruptura de una serie de jerarquías establecidas no sólo en la Historia, sino también en todos los discursos de fundación. Este sujeto múltiple que protagoniza la novela, dada su capacidad nomádica, ciertamente descubre, pero reconoce en el encuentro con el otro la posibilidad de ser descubierta y, por tanto, construida desde perspectivas e identidades en fuga.

A esto se suma que el símbolo elegido para identificar a Biná es la santísima trinidad, construcción que además de tender a la competitud, porta un tono de misterio que bien hubiera podido asociar a la mujer a un espacio más tradicionalmente entendido para ella; sin embargo, la trinidad que muestra Freilich en su obra, si bien propone un sujeto que es múltiple, pero que se reduce a uno, se desencadena en la dispersión y en la imposibilidad de ser designado por el lenguaje. Más que tender a la unidad, las identidades de la protagonista se tornan cada vez más numerosas y diversas.

En otras palabras, el símbolo de la santísima trinidad, en esta obra, pierde —al igual que cualquier otro elemento tradicionalmente conducente a la unidad— el centro y, con ello, abre una posibilidad de "volver a ser" para cada personaje. Christa Colón, al igual que otros sujetos periféricos construidos en el relato, se multiplica y, con ello, consigue tornarse otro. Por tanto, esta y otras individualidades alcanzan, una y otras vez a lo largo de su desarrollo, la capacidad recognoscente que les permitirá verse e imaginarse otros o, lo que es lo mismo, concertar, comunicarse y edificarse desde otra alternativa del ser.

En este texto, la intimidad expone todas las lecturas del pasado que contiene, la semantización y la resemantización de cualquier hecho histórico desde la experiencia, y el pluriperspectivismo emanado de la dispersión fundamental de las identidades éticas, a partir de lo cual, la verdad histórica —tradicionalmente al servicio de la construcción de las identidades— será depuesta a favor de la memoria afectiva, ahora puesta al servicio de la interacción. Así pues, la asociación entre la experiencia y los hechos, más allá de cualquier intento de escritura, contendrá la posibilidad de multiplicarse hasta el infinito.

Por eso mismo, en lugar de reconstruir o reescribir la Historia oficial, podría afirmarse que Alicia Freilich busca, con Colombina descubierta, escenificar una apuesta por la concertación y, por eso, la novela intenta (re)presentar —es, decir, traer nuevamente al presente— el ejercicio de exclusión contenido en cualquier establecimiento de una "verdad" y una alternativa de ser que se cuela en los cimientos de ésta.

Colombina descubierta podría leerse como un esfuerzo por demostrar la inestabilidad del sujeto y su existencia sólo en condición de texto. Es una apuesta por el tránsito entre la sumisión y la dispersión, que acaba con el quebrantamiento de cualquier proyecto unificador de la historia y, como consecuencia de ello, de la identidad, que pasará a ser, hacia las últimas páginas de esta novela, un constructo anacrónico, espacial, múltiple y ético.

 

BIBLIOGRAFÍA

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Rivas, L. M. (2000), La novela intrahistórica: Tres miradas femeninas de la historia venezolana. Valencia, Venezuela: Universidad de Carabobo.        [ Links ]

 

NOTAS

1 En su libro La mirada intrahistórica: tres miradas femeninas de la historia venezolana (2000), Luz Marina Rivas, entre muchos nuevos aportes, propone la noción de novela instrahistórica como una categoría útil para leer las obras de tres escritoras venezolanas del siglo XX. Asegura la autora que "la novela intrahistórica subvierte la historia oficial porque propone nuevos caminos para la comprensión del pasado desde una perspectiva subalterna [... ] como obra de ficción que es, tiene su propia poética, que intentaremos caracterizar aquí. Esa poética tiene los siguientes rasgos: construcción de personajes ficcionales subalternos (frecuente la narración en primera persona) a través de los cuales se ficcionaliza la historia de lo cotidiano; apropiación de los géneros de la intimidad y de los márgenes, es decir, formas de contraliteraturas [...] que incluyen diarios, testimonios, relatos autobiográficos); apropiación de lenguajes y formas de la cultura popular, como la oralidad, el mito y distintas formas de la cultura de masas; metahistoria, como una forma de hacer presente la conciencia de la historia que define la novela histórica" (Rivas, 2000: 67–68). Sin duda —y así se verá a lo largo del texto— la propuesta de Alicia Freilich de muchas maneras se acerca a esta tipología perfilada por Luz Marina Rivas; no obstante, el distanciamiento entre el corpus estudiado en La mirada intrahistórica y la obra que aquí nos ocupa emerge en el momento de preguntarse por la búsqueda ético–discursiva desarrollada en cada una de las obras. Sin duda, al momento de contrastar las propuestas mencionadas, se evidencia que la reflexión subyacente a Colombina descubierta no apunta a la inserción de un grupo minoritario dentro de la memoria colectiva, sino a la puesta en cuestión de la memoria como construcción lingüística y, por tanto, de la literatura y su función. En otras palabras, más que una reescritura o subversión de la Historia Oficial, Freilich apuesta por la denuncia de la inutilidad actual, la insuficiencia y la imposibilidad de constituirse como verdad que define a ésta y todas las disciplinas que constituyen el saber científico social.

2 La imagen de Proteo para definir la propuesta identitaria de Alicia Freilich no sólo fue elegida por la condición mutable y mutante de la subjetividad deconstruida en Colombina descubierta, sino también por la resistencia de "contar lo que ve" que caracterizaba al personaje homérico; es decir, la protagonista de la novela de Alicia Freilich no sólo se mostrará vulnerable ante la presencia del otro y, a partir de ahí, constituirá su identidad, sino que, además, dispersará cualquier intento de "leer el futuro" a partir de ese pasado que ella encarna, en el momento mismo en que se autofantasea y renuncia a concentrar una verdad.

3 En La arqueología del saber, Michel Focault propone que "la historia, en su forma tradicional, se dedicaba a 'memorizar' los monumentos del pasado, a transformarlos en documentos y a hacer hablar esos rastros que, por sí mismos, no son verbales a menudo, o bien dicen en silencio algo distinto de lo que en realidad dicen. En nuestros días, la historia es lo que transforma los documentos en monumentos, y que, allí donde se trataba de reconocer por su vaciado lo que había sido, despliega una masa de elementos que hay que aislar, agrupar, hacer pertinentes, disponer en relaciones, construir en conjuntos" (Foucault, 1970: 10– 11). Precisamente, aquí se fundamenta la propuesta de Alicia Freilich. La autora suscribe el hecho de que la continuidad constituye una posibilidad de lectura y no una condición del objeto mismo y, más aún, recupera el hecho de que cualquier objeto aparentemente monolítico en realidad está compuesto de pequeñas partes legibles de manera independiente; sin embargo, no sugiere que la reconstrucción traiga consigo un proceso de indagación acerca de cómo y en qué momento los elementos se asocian, sino que asegura que cada individuo, desde el espacio de enunciación que elija, tendrá la posibilidad de convertir cada documento en un monumento diferente, al tiempo que cada monumento será leído desde cualquiera de las posiciones donde se genere la interacción.

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