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Andamios

On-line version ISSN 2594-1917Print version ISSN 1870-0063

Andamios vol.3 n.6 Ciudad de México Jun. 2007

 

Reseñas

 

Adam Ferguson: la visibilidad de las sombras

 

Sergio Ortiz Leroux*

 

María Isabel Wences Simon, Sociedad civil y virtud cívica en Adam Ferguson. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2006, 302 pp.

 

* Doctor en investigación en ciencias sociales (Flacso–México). Profesor–investigador de tiempo completo de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Correo electrónico: ortizleroux@hotmail.com

 

Hannah Arendt sostiene que nuestra aparición en el mundo es fruto de un milagro que no tiene alguna explicación lógica. Aparecimos súbitamente en un mundo social al que no pedimos llegar y que ya estaba previamente definido en sus contornos esenciales: historia, cultura, lenguaje, mitos, héroes y religión. Adam Ferguson apareció en el mundo como resultado no de un milagro de naturaleza arendtiana sino de una suerte de broma del mal gusto que le jugaron su tiempo y sus circunstancias históricas. El filósofo y teórico social nacido en Logierait, Condado de Perth, Escocia, el 20 de junio de 1723, llegó al mundo en un siglo irónico e inoportuno en el que la sombra de la Ilustración francesa, inglesa y alemana era tan grande, y la estela de las ideas de ilustrados escoceses —como David Hume y Adam Smith— era tan visible, que éstas acabaron por hacer invisible su propia visibilidad. Ferguson, para desgracia de nuestros contemporáneos, ha pasado prácticamente desapercibido —especialmente en México y América Latina— para los principales estudiosos de las ideas y doctrinas políticas y sociales. Si uno consulta las más autorizadas obras, enciclopedias y diccionarios especializados en la historia de la filosofía política, de la teoría política, de las ideas políticas, del pensamiento político moderno, o en los orígenes de la teoría sociológica moderna, se encuentra con el dato duro de que no existe un solo capítulo, apartado o entrada especial dedicado al pensamiento del ilustrado escocés. En todo caso, su nombre aparece perdido al final en los índices de autores y materias. Y sus ideas, en el mejor de los casos, permanecen siempre a la sombra de los árboles majestuosos de Smith y Hume.

Es aquí donde adquiere su verdadera magnitud el libro de María Isabel Wences Simon. Su principal contribución, entre muchas otras, consiste en sacar de la sombra de los grandes nombres a Ferguson a fin de demostrar que su pensamiento brilla con luz propia y que no tiene que bajar la mirada ni pedirle permiso a ningún otro autor clásico de la política y la sociedad. Después de su lectura, nos queda la sensación de que el velador del Panteón de los Ilustres Hombres de la Teoría Política ha sido muy injusto con Adam Ferguson.

Para darle justa visibilidad a las ideas del ilustrado escocés, Wences Simon elabora un estudio muy completo, bien escrito y documentado sobre la vida, el contexto histórico–social y, sobre todo, la obra del autor de Un ensayo sobre la historia de la sociedad civil. Cual si fuera una arqueóloga que no desestima ninguna fuente primaria con la que se encuentra en el camino, la autora nos lleva de la mano para develarnos paso a paso, ayudada por un extenso aparato crítico, la original propuesta furgusoniana de construir una sociedad civil virtuosa que ofrezca una salida al problema de la modernidad en su fase comercial. En el camino de su propósito o, mejor dicho, de su despropósito, varias tensiones se van haciendo evidentes en el pensamiento de Ferguson: la tensión entre los principios del humanismo cívico y los axiomas del liberalismo económico; entre la dimensión económica del interés y la dimensión ética–política de la virtud; entre la facticidad de la historia económica y la normatividad de la filosofía moral y política; entre los beneficios de la sociedad comercial y los peligros del individualismo privatista; entre la nostalgia de una Antigüedad que no se ha acabado de ir y el peligro de una Modernidad que no ha terminado de llegar. No siempre, por cierto, sale bien librado de las paradojas que se cultivan en su propio pensamiento. Los lectores nunca sabemos a ciencia cierta quién es el verdadero Ferguson que nos está hablando: ¿el capellán guerrero o el maestro y pedagogo universitario?, ¿el político pragmático o el historiador romántico?, ¿el último de los antiguos romanos o el primero de los modernos ilustrados? Lo cierto, más allá de este aparente laberinto sin salida, es que el ilustrado escocés sienta las bases de un tipo de liberalismo cívico o humanismo económico que sabe que "si se encasilla lo 'civil' de la sociedad civil únicamente en la esfera del mercado pueden desplegarse grandes inconvenientes sociopolíticos, puesto que la supeditación al compás económico implica la inevitable reducción de las dimensiones política y ética del individuo" (p. 22). Su fórmula heterodoxa, entonces, busca conciliar dos tradiciones de pensamiento que, para muchos, son como el agua y el aceite: el liberalismo acompañado del individualismo económico, y el humanismo cívico clásico escoltado por la virtud republicana.

En el análisis de la sociedad civil virtuosa en clave fergusoniana, la "arqueóloga" Wences Simon distingue metodológica y conceptualmente cuatro sentidos distintos de la idea de sociedad civil: a) la sociedad civil civilizada (sociedad civilizada), que se refiere al último estadio, hasta entonces conocido, de evolución de la historia de la humanidad, contrapuesta a las sociedades bárbaras —cazadoras y pastoriles— y a las sociedades agrícolas; b) la sociedad civil comercial (sociedad comercial), que si bien alude al mismo fenómeno histórico que la sociedad civil civilizada, se diferencia porque se acompaña de una serie de elementos típicamente modernos de naturaleza económica: comercio, crédito y división del trabajo; c) la sociedad civil de mercado (sociedad de mercado), en la cual la dimensión "civil" de la sociedad se ciñe exclusivamente a la esfera del mercado, que se define como el espacio en el cual convergen y se relacionan entre sí los individuos, entendidos éstos como agentes privados que buscan la satisfacción de su propio interés particular; y d) la sociedad civil virtuosa, que se diferencia de la sociedad comercial porque no subordina a la norma económica las demás dimensiones de la vida social, sino reconoce los planos ético y político del individuo.

Estos distintos sentidos de la noción de sociedad civil se ven reflejados a lo largo de los seis capítulos en los que se divide el libro de Wences Simon. Los dos primeros ofrecen un panorama general sobre la Ilustración escocesa, mediante el análisis de las condiciones políticas, económicas y sociales que configuraron este movimiento intelectual y la radiografía de la subjetividad de esta singular corriente cultural a partir del relato de la biografía generacional de uno de sus más arquetípicos protagonistas: Adam Ferguson. En los cuatro capítulos siguientes se va construyendo el núcleo central del trabajo: en un primer momento, se desarrollan los supuestos antropológicos (la naturaleza humana) y metodológicos (la teoría de los estadios) necesarios para elaborar, en un segundo momento, una propuesta normativa de sociedad civil virtuosa que se haga cargo simultáneamente tanto de las ventajas como de las no pocas desventajas de la sociedad civil comercial.

Cada uno de estos capítulos, al mismo tiempo, contiene una unidad propia que revela secretamente la personalidad intensa de un hombre que parece desdoblarse entre el idealismo y el materialismo, entre un optimismo que le hace volar y un pesimismo que le obliga a tocar tierra. Es como si el espíritu atormentado de Ferguson se viera sometido a la prueba de escuchar al mismo tiempo los consejos de su alter ego Rousseau y de su alter ego Montesquieu. Sin embargo, no todo es confusión ni aparente esquizofrenia. Entre el republicanismo del autor de El Contrato Social y el liberalismo del autor del Espíritu de las leyes, el filósofo escocés se va abriendo paso a fin de dibujar los contornos de una propuesta original de sociedad civil liberal–republicana o republicana–liberal —el orden de los factores no afecta, en este caso, el producto— que pone en el centro el cultivo de una serie de virtudes cívicas mayores y menores (condición activa, amor a la patria, libertad, etcétera) como remedio para atacar los males (interés, reposo y lujo) provocados por la corrupción del espíritu público. Propuesta que, dicho sea de paso, tiene mucho que decir a quienes hoy en día se ocupan y preocupan por recuperar el discurso de la sociedad civil como una esfera social, autónoma de la esfera del Estado y del ámbito del mercado, en donde se sedimenten los principios de solidaridad, fraternidad, igualdad y libertad en las sociedades contemporáneas.

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