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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.3 no.6 Ciudad de México jun. 2007

 

Reseñas

 

El arte de conversar

 

Felipe Vázquez*

 

Samuel Gordon, Palabras sin límites. Conversaciones con escritores. México: Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2005.

 

* Es crítico de literatura y editor. Correo electrónico: felipevazquez@yahoo.com

 

Si el ensayo es el centauro de los géneros literarios, como decía Alfonso Reyes, la entrevista es una suerte de Proteo: un ser indeterminado, un ser que puede ser muchos seres, pues su espacio específico está en un cruce de fronteras. Su nombre ya incluye su identidad: entrever, ver entre, mirar a través. Su función sería entonces dar testimonio de lo que sucede en el espacio que llamamos entre.

Espacio verbal tenso entre la literatura, el periodismo, la biografía, la crítica, la chismografía, etcétera, y que muchas veces adquiere la forma del territorio en el que se adentra, la entrevista es una práctica específica de la modernidad. Sin embargo podemos rastrear sus orígenes en la Grecia clásica, cuando el acto de conversar adquirió la forma de una metodología filosófica y, al mismo tiempo, la forma de un arte: un arte que conducía a la comprensión del alma, del mundo y del alma del mundo. Dialogar fue uno de los métodos para llegar al conocimiento y a la perfección moral. Sin duda la entrevista es una hija tardía de los diálogos filosóficos de la antigüedad clásica; una hija a veces corrupta debido a la vulgaridad y la codicia de los medios masivos de información. Se diría que la mayéutica de Platón ha conocido su lado más perverso en la actual bajeza moral del mundo mediático de la farándula. Sin embargo hay quienes mantienen la dignidad de este género anfibio y, en vez de entrevista, por ejemplo, le dan incluso el nombre de conversación. Así la considera Samuel Gordon (Semipalatinsk, Kazajstán, 1945) en su reciente libro Palabras sin límites. Conversaciones con escritores. Quizá como un eco de las Conversaciones con Goethe de Eckermann, Gordon sugiere que conversar es una forma de reconocimiento del otro, es ingresar en su mundo y compartir su vida. Es el reconocimiento recíproco de dos conciencias. "Conversar es humano", diría Octavio Paz en un poema de su libro Árbol adentro.

Si consideramos que la entrevista es una forma de voyeurismo, hallamos en ella un sesgo cosificador, inhumano, pues el entrevistador y el entrevistado no necesariamente se reconocen. Por lo contrario, en la conversación, en el diálogo, existe una comprensión mutua del otro, pues aunque haya posiciones encontradas entre los interlocutores, está siempre el ánimo de compartir ideas, vivencias y visiones del mundo. Podríamos decir que el arte de conversar consiste en compartir cosmovisiones. Y Palabras sin límites de Samuel Gordon es precisamente la puesta en marcha del arte de conversar, pues nos conduce al mundo literario, vital e histórico de Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz, Rosario Castellanos, Mario Vargas Llosa, Roberto Fernández Retamar y César López.

Samuel Gordon es conocido principalmente por sus estudios sobre la obra de Carlos Pellicer, entre los que cabe destacar la edición crítica de Esquemas para una oda tropical [A cuatro voces] (Gobierno del Estado de Tabasco, 1987); Carlos Pellicer. Breve biografía literaria (Conaculta, 1997); Dos calas en la historiografía literaria de Carlos Pellicer (en colaboración con Fernando Rodríguez; JGH Editores, 1997) y La fortuna crítica de Carlos Pellicer: Recepción internacional de su obra, 1919–1977 (Universidad Iberoamericana, 2003), asimismo recibió la enmienda de coordinar la edición crítica de Poesía de Carlos Pellicer para la Colección Archivos de la UNESCO. Pero también es un reconocido mexicanista, como se puede comprobar en De calli y tlan. Escritos mexicanos (El Equilibrista / UNAM, 1995), y es también un teórico riguroso de la producción literaria de Hispanoamérica, basta leer Operaciones críticas. Estudios sobre literatura latinoamericana del siglo XX (Hora y Veinte / Universidad Iberoamericana, 2004).

Ahora, en Palabras sin límites, Gordon considera que la conversación no sólo es una de las formas de la crítica literaria y de la biografía sino que, en cierta medida, es uno de los géneros literarios cuya forma está en función de la materia conversada. En efecto, además de la exposición "objetiva" de pregunta y respuesta, también está la voz del escritor que prescinde de su interlocutor, como en el caso de Fernández Retamar, donde Gordon decidió desaparecer de la conversación —el estilo requería que el médium fuera obliterado—, para que las palabras del escritor cubano tuvieran el efecto de estar dirigiéndose específicamente al lector. El resultado fue un texto de indudable calidad literaria, autosuficiente, que parece haber sido escrito por el propio Fernández Retamar para mostrar al lector su biografía literaria y parte de su laboratorio crítico y escritural. Quizá la conversación con Vargas Llosa hubiera soportado esta misma forma, debido a la calidad expositiva del escritor peruano; pero tal vez el rigor filológico de Gordon se impuso y decidió presentar ese texto en forma de pregunta y respuesta. Gordon lleva al extremo este rigor expositivo en la conversación con César López —quien estuvo implicado en el Caso Padilla, suceso que dividió a los intelectuales de América Latina a partir de 1968—, donde la fidelidad a las palabras del escritor cubano es también una fidelidad a sus silencios —que Gordon transcribió en forma de puntos suspensivos—. Aquí las reticencias sugieren una situación insoportable e indecible, pues surgen de un régimen donde practicar la libertad de expresión implica ser condenado al exilio o a varios años en un campo de trabajos forzados.

Quiero reiterar que Gordon centra las conversaciones de modo que el escritor exponga su mundo literario, su evolución intelectual, los mecanismos psicológicos que lo han llevado a escribir, su actitud ideológica ante la literatura, e incluso su militancia literaria y los problemas que esto incluía en regímenes totalitarios. Dialogar de esta manera requirió, por parte de Gordon, leer a fondo la obra de cada escritor, conocer su biografía y adentrarse en la recepción crítica que había tenido dicha obra. De este modo, pudo elaborar preguntas clave cuya respuesta condujera al escritor a ahondar en sus procesos de escritura, en sus influencias o afinidades literarias y en el contexto psicológico y crítico que dio origen a determinadas obras.

A manera de invitación a la lectura de este libro y a riesgo de simplificar demasiado lo referido por cada escritor, daré una vista panorámica de cada texto.

Miguel Ángel Asturias planteó su posición respecto de un problema que a fines de los 60 y principios de los 70 del siglo pasado se debatía en América Latina: el compromiso del escritor, las relaciones entre literatura y revolución. Algunas de las respuestas de Asturias, animadas en parte por el marxismo dogmático, hoy quizá nos hagan sonreír si no recordamos que dichas respuestas nacían también ante los graves problemas sociales de Latinoamérica.

Rosario Castellanos, por su parte, al abordar algunos aspectos de la mujer —que mostró por medio de varios personajes en su libro de cuentos Álbum de familia—, emprende el análisis psicológico de la mujer mexicana. Luego, a partir de la figura de la mujer intelectual —que había estudiado en su tesis de maestría Sobre cultura femenina, publicada en 1950 por la revista América, sin duda uno de los estudios de género pioneros en México—, comenta el proceso que la condujo a ser escritora y a ganarse un espacio en el mundo intelectual del México de mediados del siglo XX.

Las conversaciones con Vargas Llosa y Fernández Retamar coinciden en que ambos escritores dan una visión completa de su producción crítica y literaria. El escritor peruano hace un seguimiento de sus fuentes literarias, que las remonta a las novelas de caballería de la Edad Media, hasta las complejas estrategias narrativas de la novela moderna; plantea la relación problemática que sucede entre la novela y la Modernidad, entre la literatura y la realidad (o eso que llamamos realidad), y la que se establece entre la literatura y su autor. Contra el estructuralismo francés que campeaba en los 70 (aclaro que esta conversación se realizó en 1976), Vargas Llosa declara, al hablar de Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, que "nunca un libro me ha interesado disociado de su autor. [...] Yo soy un gran lector de biografías literarias. [...] Soy un convencido de que la vida de un escritor es fundamental para poder entender lo que escribió". Palabras que podrían dar fundamento a este libro de Gordon y al papel que juegan las entrevistas en la recepción de una obra.

El escritor cubano, por su parte y más allá de ese yoísmo que roza los márgenes de la inmoralidad, comenta sus contribuciones a una teoría literaria de América Latina, y el papel protagónico que jugó, a partir de su producción poética, en lo que se llamó poesía conversacional o poesía coloquial, que tuvo mucho auge —quizá la mayor parte de las veces desde una actitud más ideológica que estética— en la segunda mitad del siglo XX. Asimismo expone la difícil relación que se estableció entre la actividad del escritor y su conciencia social a partir de la revolución cubana, y pone en claro el legado estético y revolucionario de José Martí.

Es una desgracia que sobreviviera sólo una de tres conversaciones que Gordon grabó con Octavio Paz, pues al terminar de leer este texto uno siente el deseo de continuar inmerso en la visión horizóntica que Paz tenía de la cultura. A pesar de su brevedad, este diálogo nos trasmite lo que podríamos llamar destino poético; es decir: plantea la pregunta de cómo un hombre está destinado a escribir poesía y cómo cumple, pese a él, esa fatalidad sagrada, ese misterio que lo condena a ser creador de otro misterio, pues la poesía, entre otras cosas, cifra un misterio cuya revelación es casi siempre inefable.

Como contrapunto respecto de Fernández Retamar —un hombre integrado en las estructuras del poder revolucionario en Cuba—, la última conversación es con el también poeta cubano César López, quien estuvo implicado en la polémica del Caso Padilla. César López era director de literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) cuando Heberto Padilla ganó el Premio de Poesía Julián del Casal en 1968, poemario que el comité director de la uneac publicó con una declaración donde se acusaba a Padilla de ser "antihistoricista" y enemigo de la revolución cubana, por lo tanto fue encarcelado y, como en un eco de los procesos de Moscú en 1937, fue obligado a retractarse. César López fue acusado injustamente de haber propiciado que el premio fuera para Heberto Padilla y fue removido de la dirección de literatura de la uneac. Este hecho hizo visible la purga de intelectuales que venía de años atrás y mostró no sólo la existencia de campos de concentración en la isla sino el desvío del régimen revolucionario hacia el totalitarismo.

Los méritos literarios, historiográficos y críticos de Palabras sin límites son evidentes. Resulta además un libro de consulta imprescindible para quienes abordan la obra de los escritores referidos y para quienes se interesan en la historiografía literaria de América Latina de la segunda mitad del siglo XX.

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