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Andamios

On-line version ISSN 2594-1917Print version ISSN 1870-0063

Andamios vol.3 n.5 Ciudad de México Dec. 2006

 

Artículos

 

Socialismo y marxismo: ¿dos cadáveres? (Regímenes burocrático–autoritarios y marxismo vulgar)

 

Socialism and marxism: two cadavers?

 

José Valenzuela Feijóo*

 

* Doctor en economía. Profesor titular en el Departamento de Economía, Universidad Autónoma Metropolitana, sede Iztapalapa, México. Correo electrónico: jovafe@prodigy.net.mx.

 

Fecha de recepción: 25/01/2006
Fecha de aceptación: 1/03/2006

 

Resumen

En el mundo contemporáneo existe una noción muy extendida: el derrumbe de la URSS (y de sus similares) es equivalente al fracaso del socialismo y de la teoría marxista. El autor rechaza este punto de vista y argumenta en favor de: a) el sistema social que se derrumbó en la URSS no era socialista. Este carácter lo perdió antes de 1950; b) la teoría oficial imperante en la URSS representó una brutal deformación del marxismo original; c)  el marxismo auténtico conserva su fuerte poder explicativo; d) las realidades del capitalismo contemporáneo obligan a seguir pensando en un orden social post–capitalista.

Palabras clave: socialismo, comunismo, estalinismo, burocracia, marxismo.

 

Abstract

In contemporary public opinion exists a widely held idea: the downfall of the USSR (and similar governments) is the definitive failure of socialism and of Marxist theory. The author criticizes this point of view and asserts that: a) the social system that collapsed had lost its socialist character before 1950; b) the official theory prevailing in the USSR represented a brutal deformation of original Marxism; c) authentic or "real" Marxist theory conserves its persuasive power; d) the reality of contemporary capitalism creates the obligation of thinking in a postcapitalist social order.

Key words: Socialism, communism, Stalinism, burocracy, Marxism.

 

ALGUNAS CONSIDERACIONES PRELIMINARES

La muerte del "socialismo realmente existente"

El derrumbe soviético y de su esfera de influencia no sólo elevó exponencialmente el poderío relativo de Estados Unidos. Junto a ello, hay algo no menos importante: el efecto provocado en las filas de la izquierda. Para ésta, en su gran mayoría, aquello fue el derrumbe del campo socialista y de todos los sueños e ideales históricamente acumulados. Además, se veía que tal debacle no era el producto de una derrota ocasionada por, v. gr., una invasión militar (como la que intentó la Alemania de Hitler) sino de un movimiento interno mayoritario que repulsaba al régimen. Si a esto se le añade la difusión masiva de lo que había sido el régimen autoritario de Stalin, se comprende lo duro del impacto, la desmoralización y desmovilización que le siguió.1 La primera conclusión fue la del fracaso histórico del socialismo. La segunda, que le siguió de inmediato, fue más radical: el socialismo era imposible. Pero, entonces, ¿había algo, más allá del capitalismo, que pudiera ser posible? Algunos contestaron que no, aceptando implícita o explícitamente eso del fin de la historia. Otros, ni siquiera se hicieron la pregunta. Y se retiraron a sus casas: se iniciaba la larga siesta del socialismo radical.2

El marxismo: ¿obsoleto?

El derrumbe del llamado "campo socialista" ha provocado efectos mayores en la correlación de fuerzas ideológicas. En particular, el marxismo ha resultado especialmente perjudicado. Se ha proclamado la falsedad de sus hipótesis básicas y, en términos generales, se le viene calificando como una doctrina obsoleta. Y que amén de nunca haber sido verdadera, ahora ni siquiera tiene adherentes. En suma, algo muerto, impropio de los tiempos actuales, los de la "globalización", la "tecnología" y el "libre mercado".3 En esta tarea mortuoria, la derecha política e intelectual se ha abalanzado con singular entusiasmo y fiereza. Algo que no puede sorprender: después de todo, en ello reside tal vez su función primordial. Quizás es más llamativa la actitud de una buena parte de la izquierda intelectual. Ésta, como ya lo hemos señalado, abandona con singular rapidez al marxismo, también lo declara "pasado de moda" y se llega a desvivir por eliminar sus huellas y sus olores. En breve, se avergüenza de su pasado y lo llega a sentir o explicar como un pecado de lesa juventud. Pero hay algo más: junto a la huida de Marx se observa una masiva caída en el irracionalismo cultural contemporáneo (el posmodernismo). En este desplazamiento, se llega a extremos patéticos como la reivindicación que se ha empezado a hacer de un nazi activo y confeso como fue Heidegger.4

¿De qué teoría se está hablando?

La deblacle de la URSS y su hinterland va íntimamente unida a la negación del marxismo. En realidad, esta supresión teórica viene a funcionar como el más estricto complemento de un enunciado previo que opera como supresión política: la ya indicada proclama de que el socialismo es un fracaso y un imposible. Por ende, rebelión y revolución son cosa de tontos (como ir contra la ley de la gravedad) y lo inteligente es aceptar que no hay más realidades que las del capitalismo.

Ahora bien, ¿con cargo a qué criterios se declara la muerte de la teoría de Marx? En realidad, el más somero de los repasos nos señala que aquí no opera ninguna de las normas que reconoce la ciencia para criticar y desechar hipótesis y teorías. La norma es bien diferente y, por su mismo tenor, llamativa y sugerente: es el cambio en la correlación política de fuerzas la que se utiliza para declarar la falsedad de la teoría. Por decirlo de alguna manera, estos críticos nos proponen como norma de lo verdadero la correlación política de fuerzas. Por lo mismo, si tal correlación se mueve, podemos esperar que se altere la verdad o falsedad de las teorías.

Lo curioso de la situación contemporánea no sólo reside en lo mencionado. Hay otro aspecto aún más decisivo: si le aplicamos a la teoría de Marx sobre el desarrollo del capitalismo (la que está en El capital) los cánones usuales en las ciencias modernas: coherencia lógica y aprobar los test empíricos, podemos comprobar que en el último cuarto de siglo la teoría de Marx muestra una validez impresionante.5 Al punto de que muchas hipótesis que al interior del mismo marxismo se calificaban como muy dudosas, falsas o simplemente ya inaplicables (o sea, falsas para el mundo actual aunque pudieran haber sido correctas para el siglo XIX), en este periodo neoliberal se han mostrado consistentes.6 En otras palabras, con el triunfo del neoliberalismo y el descrédito público de Marx, la teoría económica de éste se ha tornado más válida que nunca. Por lo menos, ha mostrado un poder explicativo muy superior al de todas las otras escuelas de economía rivales.7

Agreguemos, en El capital, las referencias al sistema socialista son mínimas, no pasan de muy pocas líneas, cinco o diez. Y en el resto de la obra de Marx, hay indicaciones gruesas y de carácter muy general. Y más de alguien podría señalar, con muy buenas razones, que se contradicen bastante con la experiencia soviética que va desde los treinta hasta el derrumbe final del sistema. En realidad, dan pábulo para pensar en una realidad que se va alejando más y más de las nociones e ideales marxianos. Como sea, no parece lícito verificar la teoría de Marx con cargo al test de la Unión Soviética.

Entonces, ¿qué ha fallado? ¿Cómo es posible asociar una práctica que ha terminado por fracasar tan ruidosamente con una teoría que pudiera quedar indemne, sin ni siquiera rasguños? ¿No hay aquí terquedad y dogmatismo teórico?

Precisemos: a) lo que cabe cuestionar es la teoría del socialismo que orientó esas experiencias históricas; b) advertir que esa teoría iba asociada a cierta forma de entender los principios marxistas de carácter más general, tanto en el plano de la filosofía ("materialismo dialéctico") como de la historia y sociología ("materialismo histórico"). Todo lo cual, por cierto, exige una muy cuidadosa revisión y evaluación.

En términos generales, estamos en presencia de una doctrina relativamente unitaria, que se declara tributaria de Marx, que fue dominante e incluso "oficial" en la Unión Soviética y su esfera de influencia, y que, a la vez, fue bastante criticada por otras corrientes de la izquierda mundial. A riesgo de simplificar más de la cuenta, para aludir a esas interpretaciones, emplearemos la expresión "marxismo vulgar".

Pero ¿cómo ha surgido esta doctrina? ¿Cuál es su contenido esencial? Para contestar, empezaremos por rastrear su base o condicionamiento material. Lo cual nos obliga a recordar mínimamente algunos rasgos que tipificaron la experiencia de la URSS. Luego trataremos de precisar el contenido de este "marxismo vulgar".

 

ALGUNAS INDICACIONES SOBRE LA EXPERIENCIA SOVIÉTICA

Lo antes indicado nos remite a la experiencia histórica de la Unión Soviética. Aquí, son muchos los sucesos y problemas que exigen una muy cuidadosa y serena investigación. No es del caso entrar a un examen como el que se necesita, pero al menos quisiera llamar la atención sobre algunos datos fundamentales que permiten ubicar el problema de fondo. Inicialmente, conviene advertir sobre tres procesos de significación mayor: a) la colectivización forzada del agro; b) el inicio de un proceso de industrialización muy acelerado y que se concentró en el desarrollo del Departamento II (medios de producción y armamentos); por lo mismo, una muy lenta expansión de la producción de bienes de consumo personal con el consiguiente impacto regresivo en la distribución del ingreso;8 c) la significación y consecuencia de los "Juicios de Moscú" (la ejecución y muerte de buena parte de la dirigencia partidaria, a partir de su oposición a la línea oficial en curso).

Estos tres procesos tienen lugar, básicamente, en la década de los treinta.9 Y si los pensamos con cuidado, nos abren una gran interrogante: dadas sus consecuencias, ¿se puede hablar, en tal contexto, de un régimen efectivamente socialista?

En cuanto al problema agrario, apuntemos: a) fue un proceso impulsado desde arriba, por el gobierno soviético, e implementado con métodos muy coercitivos. Bujarin hablaba de "explotación militar–feudal" de los campesinos y se ha señalado que "al menos 10 millones de campesinos, y tal vez más, murieron a consecuencia de la colectivización, la mitad de ellos durante el hambre impuesta sobre ellos en 1932–1933" (Cohen, 1976: 488);10 b) en términos económicos, el proceso liquidó la pequeña producción y permitió elevar la parte mercantilizada de la producción (algo vital para la población urbana) pero, a la larga, debilitó el crecimiento de la productividad agropecuaria; c) al final y más allá de las declaraciones oficiales, el proceso quebró de cuajo la alianza obrero–campesina con que se inició la revolución rusa.11

En cuanto al tipo de industrialización, podemos destacar los siguientes ingredientes: a) se eleva fuertemente la ocupación industrial urbana, con un impacto muy positivo en los niveles de alfabetización y calificación técnica; b) al cabo, permite que la URSS se transforme en una gran potencia militar, capaz de desafiar el poderío militar de Estados Unidos; c) se realiza implementando largas jornadas de trabajo y bajos niveles salariales. En que el bajo nivel salarial viene estructuralmente determinado por la baja incidencia de los bienes de consumo personal en el producto generado; d) al interior de las fábricas, se manejan patrones jerárquicos semejantes al de las fábricas capitalistas y se imponen la disciplina y la intensidad con muy poca autogestión y sí con mucho látigo; e) en términos generales, podemos suponer que este esquema no fue del agrado de la clase obrera más antigua: era demasiado esfuerzo para una remuneración demasiado baja:

Mientras los salarios reales de los obreros crecieron de forma lenta pero continua, entre 1923 y 1927, durante varios años a partir de 1928 los salarios reales cayeron, y los obreros, al igual que los demás sectores de la sociedad, se vieron sometidos a las duras presiones de la industrialización y constreñidos por la mano de hierro de la economía planificada. (Carr, 1989: 176–177)

Por lo mismo, los planes quinquenales fueron impuestos a la clase obrera y no resultaron de su libre decisión. Si ésta hubiera decidido, de seguro se le habría concedido mayor importancia a la producción de bienes de consumo; f) para los nuevos obreros, provenientes del campo (o sea, campesinos o hijos de campesinos), es muy probable que en un primer momento el cambio se haya sentido como un cambio de status social favorable: de campesino a obrero industrial urbano. Y todo parece indicar que estos segmentos apoyaron inicialmente a Stalin y el estilo de industrialización que impulsó; g) las características que adquirió el proceso provocaron distanciamiento y choques entre el grupo dirigente y la clase obrera, al menos con sus secciones más antiguas y asentadas. Como no podemos suponer que la clase obrera tenga vocación de fakir, tenemos que deducir que el sacrificio sufrido no fue producto de una decisión voluntaria.12 Y si la clase trabajadora no decide (y ni siquiera es consultada) en temas tan cruciales, resulta bastante difícil aceptar que estamos en presencia de un Estado obrero.

Los procesos de colectivización en el agro dieron lugar a ejecuciones masivas. Pero también el exterminio llegó a las partes más altas de la dirección bolchevique. El caso tal vez más paradigmático fue el de los llamados "juicios de Moscú", 1936–1938, y que entre otros dio lugar a la ejecución de dirigentes del prestigio de Bujarin, Rykov, Piatakov, Kamenev, Zinoviev, etcétera. También está la persecución y asesinato de Trotsky y de una buena parte de sus seguidores.

Esto acarrea consecuencias inmediatas: desaparecen cuadros de gran experiencia y capacidad, amén del miedo y desmoralización que eso provoca en buena parte de la militancia, la que justamente conoció y estimó a esos dirigentes. Pero hay efectos de mucho mayor impacto. Uno: la idea de que discutir y oponerse a la dirección equivale a la traición, a pasarse a las filas del enemigo de clase. Y que esta "traición" pone en peligro la misma vida de la persona que abre la boca. Dos: la consiguiente desmoralización que provocan tales métodos. Primero, en sus ejecutores: pensar que en el seno de la izquierda se pueden dirimir los conflictos con cargo al asesinato, introduce un elemento gangsteril–mafioso del todo ajeno a una organización que pretende construir una sociedad de nuevo tipo, como la comunista.13 Segundo, en los castigados: o se apartan de la política y asumen una actitud pasiva, o siguen, pero ahora en términos de oposición disimulada, clandestina. Pero entonces, ¿de qué socialismo estamos hablando? ¿De uno en que para luchar por el socialismo hay que hacerlo en la clandestinidad, como en los peores tiempos del zarismo? Tres: se acaba la discusión pública y abierta. Lo cual, ineludiblemente, da lugar a la hipocresía (cultura del adulo y simulación) y, sobremanera, a la despolitización masiva de la población.

En tal contexto, valga también subrayar: la construcción del socialismo es una tarea que exige la máxima conciencia, no es algo que pueda brotar de la espontaneidad (en el sentido de inconciencia) histórica. A la vez, debe ser realizada por los trabajadores. Si esto lo conjugamos con el terrible atraso ruso, el analfabetismo generalizado —factores heredados— más lo que el proceso venía imponiendo: centralización extrema, falta de participación de los de abajo y despolitización, lo que se deduce es bastante lamentable. Más claramente: todo se enfila a provocar un estruendoso fracaso del proyecto socialista original.14

En cuanto al grupo dirigente del periodo (Stalin, Voroshilov, Molotov y otros), pensamos que: i) en su actividad cotidiana se van separando más y más del pueblo y la clase: encerrados en sus oficinas dejan de convivir con el concreto mundo del trabajo y, por lo mismo, pierden sensibilidad ante las necesidades y sentires espontáneos de la clase;15 ii) en su calidad de "vanguardia consciente", no se limitan a proponer. De hecho, le imponen sus decisiones a la clase. En lo cual, la noción que se maneja sobre la naturaleza y funciones del Partido Comunista sirve como idea legitimadora. Recordemos, v. gr., el fatídico slogan de que "el Partido nunca se equivoca", admitido incluso por Trotsky; iii) al menos en un primer momento, lo hace con la convicción de que ese tipo de políticas sí favorecían al surgimiento y consolidación del socialismo y de la clase obrera como fuerza dirigente. Por lo demás, el ulterior triunfo en la Guerra y lo que siguió en Europa oriental, se prestaban muy fácilmente (en la óptica del grupo) a reforzar esa idea. Por lo menos todas las declaraciones conocidas apuntan en ese sentido, amén de que —más allá de la situación objetiva— parecen reflejar la real subjetividad o conciencia que imperaba en el grupo dirigente.16 Claro está, surge aquí un problema psicológico nada menor: ¿a qué extremos se puede inflar la subjetividad? ¿Tanto como para impedir ver la realidad objetiva en curso y, a la vez, justificar procedimientos que fueron simplemente criminales? ¿Acaso no hay muchos elementos como para pensar, no en una convicción real (por enloquecida que fuera), y sí en un puro y descarado cinismo?

Piénsese ahora en la nueva contradicción que surge: la separación–distancia objetiva con el pueblo y la clase versus la creencia de que se trabaja para la clase. La separación, si se mantiene, termina por generar intereses autónomos, diferentes a los de la clase. Luego, cuando estos intereses chocan, siempre se imponen los de arriba; por medio de la coacción, ideológica o política (fuerza). En este contexto, la realidad también empieza a mostrar que el ideal comunista se va alejando más y más, que se torna nebuloso y, ya para algunos, imposible. Con lo cual, la posible "fuerza moral" que antes pudo morar en el grupo burocrático de dirección ("trabajamos por el comunismo"), se derrumba del todo. Ahora, perdido el norte justificador, se recae en el cinismo moral y se pasa, simplemente, a administrar el poder heredado. Estos, muy claramente, son los tiempos de un Breshnev, tiempos de amplia debacle moral en la sociedad rusa. Ya Nikita Krushev había definido al comunismo como "abundancia de gulash". Es decir, yo te lleno la barriga y tú no te metes en los altos asuntos de los cuales sólo yo me encargo.

Se abren aquí nuevos problemas: los de abajo, ya menos rurales y más urbanos, empiezan a exigir más libertades y mejores niveles de vida. Las "razones" para preservar el sacrificio histórico, ya no funcionan. Frente a esto, el sistema de planeación burocrática y de centralismo excesivo se empieza a mostrar como ineficiente: caen los ritmos de crecimiento de la productividad y la economía comienza a dar muestras de debilidad y anemia. Con lo cual, los de arriba pierden más y más legitimidad. Surgen conflictos entre la burocracia política y la empresarial. Ésta tiende a vencer y se aprueban planes de reforma que estimulan la mercantilización de la economía. Es decir, mayor libertad de decisión de las empresas estatales y, por ende, de sus gerentes–administradores. Este segmento, además, establece alianzas con intelectuales, capas medias y parte de la clase obrera. Con lo cual, amenaza el poder de la burocracia central, la que muchas veces reaccionó con medidas de fuerza (en la URSS y en Checoslovaquia) y poniendo trabas a la liberación de los mercados.

Las contradicciones, ya en los ochenta, se tornan mayores. Los de abajo exigen mejores niveles de vida y mayor democracia. Ante ello, ¿cómo pueden responder los de arriba? En lo grueso, surgen dos líneas. Una, nos muestra el dilema de la alta burocracia política: si descentralizan la economía y se abren a la democracia, pierden automáticamente su poder. Es decir, se suicidan. Como fracción clasista están condenados a preservar el statu–quo y, por lo mismo, a ser sepultados por la necesidad histórica. Dos, la línea impulsada por la burocracia gerencial: creen resolver el problema de los niveles de vida por la ruta de la competencia mercantil y están dispuestos, dentro de ciertos límites, a operar con mayor democracia. Pero no se les escapa, con esto, la gran fragilidad de su poder empresarial. Como la propiedad no es privada sino estatal, su poder decisorio se ve mediado por la instancia política, la que en condiciones de democracia plena y abierta, puede pasar a funcionar contra esta capa gerencial. En términos estrictos, se trataba de un poder patrimonial precario, en tanto dependía del funcionamiento de la instancia política.

Lo que siguió fue una compleja combinación (y todavía no bien estudiada) entre lo que fue una revuelta de los de abajo contra el régimen (sin la cual éste no se habría derrumbado tan rápidamente) y de una contra–revolución desde arriba, contra el régimen y en favor de una restauración abiertamente capitalista. Expliquemos: de los de "arriba", en términos personales sólo una parte se vio realmente afectada, básicamente los más viejos y cierto sector de la burocracia política. Otra parte, tal vez mayoritaria, con cargo a una maniobra descomunal de transformismo, simulacro y habilidad, apoyó el derrumbe del antiguo sistema, y apoyándose en el mismo aparato estatal se autotransformó en un grupo de grandes propietarios privados: consiguió préstamos, compró empresas, estafó, robó, etcétera. De hecho, pasó a controlar la economía y los medios de comunicación como la televisión. Al pueblo, lo usó durante algún tiempo como carne de cañón en tales o cuales manifestaciones (caso de Yeltsin contra Gorbachev), para luego olvidarse de él. Ya no para reprimirlo como en los viejos tiempos, pero tampoco para reprimirlo con cargo al estilo burgués clásico. Lo que emergió fue un régimen en el que se mezclan ingredientes propios del feudalismo ruso (los del régimen zarista previo a la Primera Guerra Mundial), de la acumulación originaria capitalista y del fascismo gangsteril de corte eslavo. En términos económicos, lo que ahora impera es un régimen de capitalismo monopólico navegando en un contexto de acumulación originaria. Por lo mismo, se trata de un régimen muy poco estable y del que cabe esperar fuertes convulsiones futuras.

Concluyamos: si repasamos la experiencia histórica de la Unión Soviética podemos proponer dos hipótesis: a) lo que se derrumbó a fines de los ochenta del siglo XX no fue un régimen de carácter socialista; y no lo era, en primerísmo lugar, porque la clase obrera no tenía el control del Estado ni de la gestión de los procesos económicos de producción, distribución y consumo; b) la separación de la clase obrera del poder del Estado, comienza ya en los años treinta del pasado siglo. Proceso que a la muerte de Stalin, parece no tener vuelta atrás. Lo que emerge, ya desde los treinta y antes de la Segunda Guerra Mundial, es un régimen burocrático–autoritario que se recubre con una máscara socialista pero que, de hecho, rompe con las bases mismas de un sistema socialista.

 

EL MARXISMO VULGAR

Podemos calificar como "marxismo vulgar" a la ideología que codifica y "racionaliza" la práctica del grupo en el poder. Si se quiere, se trata de una variante (pues la vulgaridad puede tomar otros caminos) pero en todo caso es la históricamente más importante. Y es la que luego de ser identificada con la teoría de Marx, se ha pasado a declarar que es ya un cadáver. Por lo mismo, conviene bordar algunos comentarios en torno a esta configuración ideológica.

Cuando el marxismo se torna un fenómeno masivo, es inevitable que sufra cierta vulgarización. En aquellos sectores que lo empiezan a conocer, siempre se darán deformaciones, simplismos, etcétera. Esta, por decirlo de alguna manera, es una enfermedad inevitable del crecimiento y la difusión. Dicho esto, conviene agregar de inmediato: i) tal situación no se debería eternizar; al revés, con el paso del tiempo debería irse debilitando más y más; por supuesto, no es el paso del tiempo per se el que diluye las deformaciones sino la experiencia política vivida y reflexionada; sin ésta, no hay "adoctrinamiento" ni lecturas que puedan subsanar esos vicios; ii) la vulgarización no tiene por qué afectar a los grupos dirigentes y cuadros avanzados; más bien al revés, éstos deberían elevar el rigor y buen manejo de la teoría, con el consiguiente "efecto demostración" hacia abajo; lo cual, a su vez, exige discusiones públicas y abiertas; sobremanera, un despiadado ejercicio de autocrítica.

Sobre este último aspecto, el de la llamada "autocrítica", conviene llamar la atención. Lenin apuntaba que:

La actitud de un partido político frente a sus errores es uno de los criterios más importantes, y el más seguro para juzgar si ese partido es serio y si realiza realmente sus obligaciones hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer públicamente su error, descubrir las causas, analizar la situación que lo ha hecho nacer, examinar atentamente los medios para corregir ese error, he aquí la marca de un partido serio, he aquí lo que se llama cumplir con sus obligaciones, educar e instruir a la clase, y después, a las masas. (Stalin, 1981: 291)17

En la obra de Brecht sobre la Comuna de París, el dirigente Langevin señalaba muy agudamente:

Lo peor es que los funcionarios tienen interés en hacerse indispensables. Y esto desde hace milenios. Necesitamos encontrar gente capaz de organizar su trabajo de tal manera que en cualquier momento puedan ser reemplazados. [Y agrega:] ciudadanos, no pretendamos la infalibilidad, como todos los gobiernos del mundo lo han hecho hasta ahora. Nuestros actos deber ser públicos. Interesemos a las masas en nuestros errores. No tenemos nada que temer, excepto a nosotros mismos. (Brecht, 1981)18

El punto debería quedar claro. Una autocrítica en funciones es aprender de los errores con el afán de desplegar una conducta eficaz y coherente con los fines que se persiguen. Lo cual, como mínimo, exige: a) que se entienda y practique como crítica colectiva. El problema no es el de la autoflagelación ni el de tratar de superar con pases mágicos la espontánea propensión psicológica de cada individuo a justificar y racionalizar su conducta. Por lo mismo, la crítica objetiva debe provenir fundamentalmente de los otros; b) una autocrítica verdadera debe identificar los errores y desviaciones; pero sobremanera debe identificar las causas objetivas que han provocado tales problemas; c) la crítica debe ser totalmente pública y transparente; por lo mismo, servir como arma de educación política e ideológica de las masas y militantes. No olvidemos un principio previo y más fundamental: los trabajadores, o se liberan ellos mismos o no lo podrán hacer. No existen las interpósitas personas o grupos iluminados que les vayan a "regalar", graciosamente, esa libertad; d) la autocrítica debe necesariamente pasar del verbo a la práctica; es decir, debe traducirse en medidas concretas que remuevan las condiciones y causas que promovieron los errores. Lo cual, además, significa que el énfasis deja de estar en los individuos y se traslada a las condiciones que los llevaron a decidir y/o actuar de tal o cual manera.

El principio, con todo, en la experiencia histórica conocida ha sufrido muchas deformaciones.

Con una frecuencia alarmante, lo que muchas veces se ejerce es una autocrítica formal y vacía. En ocasiones, se apunta a temas colaterales y poco decisivos; en otras, se limita a exhortaciones o "golpes de pecho" de estilo jesuita. Es decir, hay llantos y lamentos sobre los errores, más promesas líricas sobre la voluntad de enmendarse. Pero no se remueven las condiciones que provocan los desvíos o errores del caso.

Otra posible variante viene dada por la "autocrítica" que ejerce Stalin. La cual, para decirlo con suavidad, es bastante "singular". Por un lado, en sus discursos la acepta y promueve: la declara "imprescindible".19 Pero al mismo tiempo: i) cuando él no la ejerce, la declara "criminal" y "traicionera"; en breve: no acepta críticas; ii) cuando él la ejerce, de hecho nunca apunta al grupo de dirección por él comandado y sí la dirige contra las bases: que a éstas "se les pasó la mano con los campesinos", "que se debe respetar a las nacionalidades", "que hay que cuidar y ser solícitos con las personas", etcétera. En otras palabras, cada vez que sostiene estar ejerciendo la autocrítica, lo que hace es fustigar a las bases del partido y/o a aquellos dirigentes que han tenido la osadía de oponerse a sus directrices. En realidad, a partir de la última parte de la década de los veinte, hasta su muerte, no se puede encontrar ningún reconocimiento sobre tal o cual error significativo ni la consiguiente rectificación real. La idea o principio subyacente es el ya conocido: el partido, o mejor dicho su grupo dirigente, nunca se equivoca.

En una situación como la que hemos venido describiendo, también se abre otra posibilidad de desarrollo: que los "de arriba" (o una parte de ellos) se aprovechen de la debilidad teórica y política de las capas obreras de reciente incorporación y las pasen a utilizar en función de sus intereses grupales y/o para dirimir los conflictos que pueden surgir al interior del grupo dirigente. De seguro, se podría sostener que ésas no serán prácticas propias de camaradas, pero la política real rara vez es tan angelical y la tentación de usar malas artes parece estar siempre abierta. En la URSS, por ejemplo, las nuevas promociones obreras, todas ellas provenientes del campo, constituyeron las más fuertes bases de apoyo que manejó Stalin. En estos sectores se difundió un obrerismo tosco, primitivo y rudo. Y que se acostumbró a confundir la firmeza política (la llamada "firmeza proletaria"), con el dogmatismo y la violencia ejercida contra los "camaradas" discrepantes.

La experiencia histórica también nos muestra otro fenómeno, muy conectado al anterior y que conviene recoger. Cuando el conflicto político se agudiza y se desemboca en una situación revolucionaria, la polémica política —al interior de la izquierda— se torna también más dura. Y como la misma coyuntura exige decisiones rápidas, no siempre la argumentación y/o fundamentación de las directrices políticas resulta satisfactoria. Peor aún, hay veces en que se acude a la "teoría" no para orientar el juicio político sino para justificarlo en términos de recursos a la autoridad y citas de estilo bíblico. Al final de cuentas, tenemos que primero se decide y luego se busca la justificación. Con lo cual, la teoría se degenera y transforma en vulgar ideología.

A su vez, a menos que exista una rápida corrección, fenómenos como el mencionado nos pasan a revelar algo bastante grave: el grupo dirigente comienza a defender intereses "poco claros" y con métodos "poco transparentes". Por lo mismo, debe recurrir a la ideología. Lo cual promueve otras interrogantes: ¿Por qué disimular? ¿A quién se pretende engañar?

El disimulo va dirigido a ciertos grupos. A éstos, hay algo que se les pretende ocultar. Y si así son las cosas, podemos inferir que ese algo a ocultar resulta perjudicial y desagradable al grupo de marras. El disimulo, en este caso, lo ejerce el grupo dirigente. ¿A quién afecta? A la base del Partido, a la clase representada y al bloque de aliados. En que lo medular, a la larga, es la clase trabajadora. Dado esto podemos deducir: i) emerge una disociación entre los intereses del grupo dirigente y la clase; ii) si se trata de un régimen socialista, la clase debe ejercer el poder del Estado. Lo hace por medio de sus delegados–representantes; pero si hay disociación y la dirección no cambia (desaparece el principio de revocabilidad), la conclusión resulta inevitable: la clase ha perdido el Poder. Este, de hecho, le ha sido arrebatado por sus dirigentes, los que se han separado y autonomizado, desarrollando intereses propios que son diferentes y contrarios a la clase; iii) bajo tales condiciones, se torna prácticamente inevitable el uso de la fuerza del Estado, contra la clase trabajadora. A menos que ésta asuma una actitud totalmente pasiva o de aceptación de la nueva situación; iv) un régimen que responde a tales características, más allá de la retórica oficial, no se puede catalogar como socialista.

Hemos visto que diversas circunstancias pueden ir: i) transformando una teoría compleja en un esquema simple y tosco, incapaz de recoger la riqueza de lo concreto; ii) transformando el contenido de verdad de la teoría —su componente científico— en una visión apologética, justificadora pero no explicativa. Todo lo cual son pasos en favor del marxismo vulgar.

Tratemos de precisar esta noción de "vulgaridad" doctrinaria. Recordemos primero lo escrito por Marx sobre lo que denominaba "economía vulgar". En sus palabras:

Entiendo por economía política clásica toda la economía que, desde W. Petty, investiga la concatenación interna del régimen burgués de producción, a diferencia de la economía vulgar, que no sabe más que hurgar en las concatenaciones aparentes, cuidándose tan sólo de explicar y hacer gratos los fenómenos más abultados, si se nos permite la frase, y mascando hasta convertirlos en papilla para uso doméstico de la burguesía los materiales suministrados por la economía científica desde mucho tiempo atrás, y que por lo demás se contenta con sistematizar, pedantizar y proclamar como verdades eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del régimen burgués de producción se forman acerca de su mundo, como el mejor de los mundos posibles. (Marx, 1973: 45)

En el texto de Marx podemos distinguir diversos ingredientes del fenómeno. Ellos serían: a) se estudia la exterioridad del fenómeno, su apariencia; b) al hacerlo, se hace amplio uso de las ideas que manejan los agentes económicos —en este caso la burguesía— sobre sus actividades y se procede a su ordenamiento y sistematización; c) se usan también las categorías de la economía científica, pero diluidas y simplificadas hasta su desnaturalización; d) se desemboca en una apología del orden económico vigente.

Al final de cuentas, estamos en presencia de una ideología, o sea, de una visión de la realidad que se deforma en función de los intereses clasistas a los que se responde. Y conviene también advertir: una ideología no es una pura colección de mentiras. En ella siempre encontramos, en proporción variada, diversos trozos de verdad: de lo contrario no sería eficaz en sus funciones ideológicas. Además, en el caso que nos preocupa, hasta puede llegar a reflejar, no del todo mal, la apariencia del fenómeno. Y si esto le sirve para encubrir o enmascarar los rasgos más esenciales y sustantivos, es por que tal exterioridad es en sí misma engañosa. Por ejemplo, se indica el dato más visible: en términos jurídicos, la propiedad privada ha prácticamente desaparecido y ha sido reemplazada por la propiedad estatal. La cual, se supone, expresa los intereses de la clase trabajadora y, por lo mismo, aparece como la forma de propiedad adecuada al sistema socialista. Si nos quedamos en este nivel del análisis, la conclusión es muy clara: el socialismo impera. Pero habría que hurgar con más cuidado en los procesos reales de decisión: ¿quiénes deciden el uso de los medios de producción y del excedente? Por lo mismo, ¿quiénes deciden las pautas que seguirá el proceso de desarrollo?

Retomemos nuestro problema inicial, ya no el de la "economía vulgar" a la que apunta Marx sino al del "marxismo vulgar". Para ello, nos preguntamos por la forma en que aquí operan los elementos a), b), c) y d) antes identificados.

Consideremos primero los puntos c) y d). En cuanto al punto d) cambiemos apologética del capital por apología del "socialismo realmente existente". En cuanto al punto c), en vez de la economía política clásica, podemos considerar la teoría de Marx. En breve, estudiamos la exterioridad del régimen vigente en la Unión Soviética a partir de los años treinta del pasado siglo. Y lo hacemos con cargo a categorías que parecen ser las de Marx, pero sujetas a una muy cruda deformación.

Sigamos. ¿Las ideas de quienes ordenan y sistematizan? ¿No son las de la burocracia dirigente, su modo de ver ese "socialismo"? ¿No es acartonada la visión de los burócratas y no es igualmente acartonada (amén de ultradogmática) la exposición que, v. gr., encontramos en el Manual de economía política oficial?20

Por último, en cuanto al punto a), el de estudiar sólo la exterioridad o apariencia del fenómeno, conviene detenerse en él con mayor cuidado. Para ello, junto con reseñar los aspectos principales de la descripción, veremos lo que se oculta, no se dice o tergiversa. Es decir, lo que provoca la emergencia de la visión ideológica sensu stricto. Para ello, examinaremos cuatro aspectos: i) economía planificada versus mercantil; ii) la propiedad socialista; iii) clases y conflictos en el socialismo; iv) el Estado socialista.

Plan versus mercado

En una economía socialista plenamente desarrollada (y con mayor razón en la fase comunista), se supone que la forma mercancía desaparece por completo. Pero éste no es el caso de la Unión Soviética. Tanto a fines de los treinta como después de la Segunda Guerra Mundial, se reconoce la existencia de relaciones mercantiles. Y se señala que éstas todavía existen en virtud de la presencia de dos formas de propiedad: la estatal dominante en la industria urbana y la koljosiana que opera en el campo. También se indica que el nexo entre los dos sectores, aunque asuma una forma mercantil, se ve muy influenciado por otro principio regulador: el del plan económico nacional.21 Todo lo cual resulta muy atendible. Se agregan otras dos consideraciones: i) al interior del sector estatal, no hay nexos mercantiles y la forma precio no es más que una apariencia que envuelve el real contenido no mercantil de las relaciones que allí se establecen; ii) si en este sector operan formas mercantiles más sustantivas, se debe al impacto del sector externo.

En el citado planteamiento, sobre todo en lo referido al sector estatal, surgen algunos problemas: a) se realiza un manejo puramente jurídico de la categoría propiedad; b) por lo mismo, no se advierte el relativo aislamiento e independencia con que pueden operar las diversas unidades económicas que funcionan al interior del sector. Es decir, por lo menos en algún grado, tales unidades ejercen algún poder de decisión sobre el uso de los recursos; lo cual significa privatización del poder patrimonial con la consiguiente necesidad de la forma mercancía.22 La presencia de esta realidad escapa casi completamente a los señalamientos oficiales sobre el problema; c) al final de cuentas, el artilugio de la forma jurídica evita plantear el problema de quiénes realmente deciden la asignación de los recursos productivos. Lo señalado nos lleva a discutir el problema de la propiedad socialista.

La denominada propiedad socialista

El fenómeno de la propiedad se maneja en términos de su expresión jurídica. De hecho, hay una identificación y, por lo mismo, no surge el eventual problema de si la forma jurídica expresa bien o mal (v. gr. ocultando) la real relación de propiedad. Entendiendo ésta como la capacidad efectiva para decidir qué uso darle al patrimonio productivo y su correlato en términos de acceso y control del producto excedente.23 Por lo mismo, el análisis se limita a recoger la forma jurídica imperante y se deja completamente de lado lo que es el fenómeno sustantivo, el del poder patrimonial.

A nivel de la unidad económica (fábrica, complejo industrial) surgen dos interrogantes básicas: a) ¿quiénes deciden sobre el uso de los recursos en este nivel? ¿Son los trabajadores, son los directores o simplemente nadie y todo viene decidido desde arriba?; b) también desaparece, curiosamente, un problema que es clave: el de los patrones de división del trabajo que imperan en la fábrica. Estos patrones, en tanto heredados de la fábrica capitalista, no pueden sino reproducir ese tipo de relaciones. Es decir, entran en abierto cortocircuito con el afán de instaurar un poder de los trabajadores, a nivel de fábrica.24

Lo que la experiencia soviética fue mostrando apunta a: i) el poder ejercido a nivel de fábrica no era menor: por lo mismo no se podía eliminar la forma mercantil; ii) en este nivel, el poder se concentraba en la dirección–gerencia y no en el colectivo de trabajadores; iii) los patrones de división del trabajo que imperaban en las empresas soviéticas no diferían demasiado de los propios de las fábricas capitalistas; iv) un poder no menor de las decisiones económicas estaba centralizado en las esferas más altas de la economía. Más precisamente, a nivel del aparato estatal central.

Si el poder decisorio (o sea, la propiedad efectiva) está anclado en las instancias centrales, surge el problema de quiénes controlan, efectivamente, el poder del Estado. Al respecto, conviene citar, in extenso, la observación de Bettelheim:

El alcance real de la propiedad estatal depende de las relaciones reales existentes entre la masa de los trabajadores y el aparato estatal. Si este aparato está verdadera y concretamente dominado por los trabajadores (en lugar de hallarse sobre éstos y de dominarlos), la propiedad estatal es la forma jurídica de la propiedad social de los trabajadores; al contrario, si los trabajadores no dominan el aparato estatal, si éste es dominado por un cuerpo de funcionarios y administradores y escapa al control y a la dirección de las masas trabajadoras, es este cuerpo de funcionarios y administradores el que se convierte, efectivamente, en propietario (en el sentido de una relación de producción) de los medios de producción. Este cuerpo forma entonces una clase social (una burguesía estatal) en razón de las relaciones existentes entre él y los medios de producción, por una parte, y los trabajadores por la otra. Esta situación no implica, evidentemente, que esta clase consuma personalmente la totalidad del producto excedente, sino que dispone de éste según normas que son normas de clase, incluso si está obligado a dejar desempeñar un papel dominante al mercado y a los "criterios de rentabilidad". (Bettelheim, 1979: 138)

Clases y conflictos

En 1936, en entrevista con el periodista Roy Howard, éste le pregunta a Stalin por qué "sólo se presenta un único Partido a las elecciones". La respuesta es sugerente: "si no hay clases, si las fronteras entre las clases se borran, sólo queda una pequeña diferencia, una diferencia poco profunda entre las distintas capas de la sociedad socialista: no puede haber una base sustancial que permita la creación de partidos opuestos entre sí" (Stalin, 1981: 143).25 Como vemos, aquí ya se empieza a insinuar que en la URSS de la época ya no hay clases. O bien, que sólo hay una clase: la clase obrera. Por cierto, que en menos de 20 años hayan desaparecido las clases (un fenómeno que ya abarca milenios) es un despropósito histórico y sociológico bastante grotesco.

En otro texto, muy importante, de presentación del proyecto de Constitución, el mismo Stalin escribe: "todas las clases explotadoras han sido, pues, suprimidas" (Stalin, 1981: 158). Luego se refiere a obreros, campesinos e intelectuales. Apunta que en la URSS, hacia 1936, se "ha consolidado la propiedad socialista" y que los cambios ocurridos, "evidencian [...] que las líneas divisorias entre la clase obrera y los campesinos, así como entre estas clases y los intelectuales, se están borrando, y que está desapareciendo el viejo exclusivismo de clase. Esto significa que la distancia entre estos grupos sociales se acorta cada vez más" (Stalin, 1981: 161–162). Agrega: a) "las contradicciones económicas entre estos grupos sociales desaparecen, se borran"; b) "desaparecen y se borran, igualmente, sus contradicciones políticas" (Stalin, 1981: 162).

La postura de Stalin es algo vacilante: a veces habla de clases, en otras de capas. No alcanza a declarar que las clases ya se han extinguido en la URSS, pero si repasamos sus consideraciones, podemos deducir que entrega todos los elementos para declarar cancelado el fenómeno clasista. Después de todo, si no hay explotación, el grupo social que entendemos como clase social, en sentido estricto no puede existir. Como sea, nos interesa la deducción: en la URSS de la época, las bases objetivas del conflicto político ya han desaparecido. Stalin dixit: las "contradicciones políticas [...] se borran".

Tal conclusión es bastante fuerte. Y obviamente choca brutalmente con la realidad política de la URSS en tal época. Día con día se nos habla de los "renegados trotskistas", de los "fascinerosos bujarinistas", etcétera. Y se aplica sumariamente la pena de muerte a prácticamente todos los miembro de la dirección política de tiempos de Lenin: en el partido, "de sus 2.8 millones de miembros en 1934, al menos un millón, antistalinistas y stalinistas, fueron arrestados, y dos tercios de ellos fusilados". Asimismo, "110 de los 139 miembros numerarios y suplentes del Comité Central de 1934 fueron ejecutados o impulsados a suicidarse. Tras el asesinato de Trotsky en México en 1940, Stalin era el único que quedaba con vida de entre los componentes del círculo íntimo de Lenin" (Cohen, 1976: 490). ¿Cómo explicar tamaña incongruencia? Para ello, se alude a la noción del "cerco capitalista", lo que provocaría la presencia de agentes enemigos a sueldo al interior del país. Amén de lo sabido: a toda la oposición marxista, en sus más diversas orientaciones, se le declara "agente a sueldo" de las potencias extranjeras. Se trata de una "teoría" del todo ad–hoc y sumamente burda. Pero es la que se maneja.26

Para nuestros propósitos, hay dos puntos que interesa destacar: uno, se acude de nuevo a la variable externa para explicar procesos internos de gran significación; dos: se pretende que al interior de la sociedad soviética, las contradicciones básicas (i. e. las de clase) ya han desaparecido. El punto no se le podía escapar a Mao: "de hecho, los soviéticos no admiten la universalidad de la contradicción" (Tse Tung, 1976: 101). De hecho, esto significa que estamos ante un intento de simulación.

Conviene también señalar: el postulado de que no hay bases internas para el conflicto, es del todo congruente con el tratamiento que se le da a las relaciones de propiedad. De lo uno —no hay relaciones de explotación— se sigue necesariamente lo otro: no hay clases antagónicas y, por ende, no pueden existir conflictos serios a partir de esta base. Si los hay, se debe a la incidencia de la "variable externa". Con lo cual, entre otras cosas, amén de ocultar las más incómodas realidades, se puede también hacer un uso pleno del chauvinismo nacional: "mis enemigos no son opositores; son enemigos del país".27

Sobre el Estado "socialista"

Al respecto, se enarbolan algunas hipótesis que, a nivel oficial, se manejan como si fueran axiomas. Ellas son: a) "la clase obrera [...] es dueña del poder" (Stalin, 1981: 147); o sea, estamos en presencia de un estado obrero; b) el control del Estado se realiza por medio del Partido; c) este partido representa fielmente los intereses de la clase. Pero, ¿eran así las cosas?

A título previo recordemos una condición crucial: el Estado de la clase obrera debe ser un Estado de nuevo tipo. Esto en un doble sentido. Primero, los canales de mando, en este tipo de Estado, deben ser opuestos a los usuales en el Estado burgués: en vez de ir desde arriba hacia abajo, deben fluir desde abajo hacia arriba, desde la base a los puestos de dirección. Rasgo que encuentra una expresión mayor en el principio de revocabilidad de los dirigentes. Segundo, debe ser un Estado que conforme se vaya consolidando el poder de la clase, debe ir delegando sus funciones en las organizaciones sociales populares. Precisemos: la función medular de todo Estado es el uso de la fuerza (de una fuerza "especial", separada y "legítima" en exclusividad), para preservar las bases del sistema vigente. Pero en el socialismo —y no sólo en él— suele también asumir funciones adicionales, de orden económico, político y cultural. Se trata de funciones propias de la vida colectiva, que en principio no requieren la presencia estatal, pero que terminan siendo "secuestradas" por dicha instancia. Lo cual, les da una obvia connotación clasista, amén de que ayuda a confirmar el mito del Estado como representante del interés común y como institución que no puede ser abolida. En el caso del socialismo, esos mitos se deben criticar teórica y prácticamente: esto, por la vía de la paulatina pero firme tendencia a la des–estatización en favor de la sociedad civil (algo que para nada equivale a privatización; justamente al revés, se trata de socializar las actividades y funciones del caso). Como sea, existe un primer momento o fase en que resulta inevitable y necesaria la expansión de la actividad estatal. Al punto que en países como la URSS (con un espacio civil muy débil, como diría Gramsci) llega a abarcar y controlar a prácticamente toda la vida social. Claro está que, en una sociedad socialista, todas esas funciones adicionales deben irse saliendo de la órbita estatal para ser asumidas directamente por la sociedad civil. Lo cual, dicho sea de paso, también es expresión de la creciente capacidad de los trabajadores para gobernarse a sí mismos.28 Es decir, conforme vaya creciendo esta capacidad, se irá también extendiendo el proceso de des–estatización.

Ahora bien, para que esos rasgos y procesos se hagan realidad, se necesita crear y consolidar instituciones ad–hoc: organizaciones sociales que normen y canalicen las conductas en un sentido congruente con las finalidades del nuevo orden.

Pues bien, en la experiencia soviética ese tipo de instituciones no se desarrollaron. Peor aún, los Soviets (consejos obreros y campesinos) se debilitaron y diluyeron muy pronto. Gramsci decía que "el consejo de fábrica es el modelo del estado proletario" (Grasmci, 1981: 99), pero de ese modelo no quedó ni el recuerdo en la URSS. Y todo intento de promover desde abajo organismos de un efectivo poder obrero fue combatido y calificado como muestra de "anarquismo". Consecutivamente, lo que tuvo lugar fue el desarrollo de un aparato estatal (incluyendo la organización partidaria) ultracentralizado y muy autoritario. Asimismo se observó un aparato burocrático que crecía y crecía, apoderándose de todas las funciones sociales y, por lo mismo, asfixiando las iniciativas que podían brotar desde abajo y la consiguiente capacidad de gestión de la cosa pública por parte de los trabajadores. En suma, ni canales de mando de abajo hacia arriba ni adelgazamiento estatal. Por lo mismo, eso de "Estado de nuevo tipo" no se veía por ningún lado.

Retomemos a Stalin. En su informe al 18° Congreso del Partido Comunista, de 1939, refiriéndose al Estado soviético y sus funciones, apunta:

Ha desaparecido, se ha extinguido la función de aplastamiento militar dentro del país, porque la explotación ha sido suprimida, ya no existen explotadores y no hay a quién aplastar. En el lugar de la función de represión, surgió la función, para el estado, de salvaguardar la propiedad socialista contra los ladrones y dilapidadores de los bienes del pueblo. Se ha mantenido plenamente la función de defensa militar del país contra ataques del exterior; [...] Asimismo, se ha conservado, obteniendo un desarrollo completo, la función de los organismos del Estado en el trabajo de organización económica y de educación cultural. Ahora, la tarea fundamental de nuestro Estado, dentro del país, consiste en desplegar el trabajo pacífico de organización económica y de educación cultural. (Stalin, 1981: 466)

Aquí, el único argumento serio es el de la defensa nacional. En cuanto a disponer de tamaño aparato para perseguir a "los ladrones", es algo perfectamente ridículo. Aparte de que si de eso se tratara, ¿no bastaría con las organizaciones civiles, de fábrica y vecinales? Luego, en un tercer punto, se habla de las actividades económicas y culturales. Pero surge lo ya apuntado: no hay ningún afán para que éstas sean transferidas a la sociedad civil, al mundo de los trabajadores. Lo peor o más bien grotesco es el enunciado principal, según el cual "no hay a quién aplastar". O lo que siempre le sigue: si surgen conflictos, son causados por la "variable externa".29

En todo lo que hemos venido anotando, si nos concentramos en lo más esencial, podemos ver que en esta versión del "marxismo vulgar" se proporciona una visión deformada y falsa de tres aspectos claves: la propiedad, las clases y su conflicto, el Estado en funciones. Estamos, por lo tanto, en presencia de una ideología (en el sentido de falsa conciencia). Y si esto es así, es que también estamos en presencia de una clase que es dominante pero que pretende ocultar el hecho de su dominación.

Concluyamos: por debajo de todo lo señalado, nos encontramos con el dato crucial: la emergencia de una clase dominante que es nueva y peculiar. Esta clase: i) controla los medios de producción y el producto excedente generado; es la que decide qué utilización darle tanto a los medios de producción (y de hecho también a la fuerza de trabajo) y al excedente económico: cuánto se acumula, cuánto se aplica a sectores improductivos (como el militar), cuánto a la elevación del consumo, etcétera; ii) lo hace por la mediación de la variable política; lo cual torna inseguro o inestable a ese poder patrimonial: la "mala suerte política" puede dejar sin propiedad a tal o cual grupo familiar; iii) asimismo es una propiedad que funciona de hecho más que de derecho: no está adecuadamente sancionada por la ley: no se puede heredar, transferir, etcétera; inclusive contradice la letra de la Constitución; por todo ello la dota de mayor inseguridad; iv) la propiedad real, por sus muy peculiares características, se reproduce y asegura a nivel de la clase, no a nivel personal; situación muy diferente a la que, v. gr., tiene lugar en el capitalismo; v) por lo menos en la Unión Soviética y hasta la inmediata posguerra, el ejercicio de la propiedad por el grupo dirigente fue asociado a patrones de consumo bastante austeros;30 Entre este nivel y el de los obreros calificados de la gran industria la diferencia, en términos cuantitativos, no era sustancial; aunque cualitativamente, por la vía del acceso rápido a bienes muy escasos y racionados, como autos y hasta cigarrillos con filtro, podía tener algún impacto; pero en lo grueso, esa austeridad tenía lugar, lo cual también servía para ocultar la misma presencia de la nueva clase.

Recapitulemos: en la Unión Soviética que desemboca en Breshnev y Gorbachev (régimen que se incuba en los treinta y que se consolida en la posguerra), el examen efectuado nos indica que tanto las instituciones económicas como las políticas, así como la ideología dominante, más allá de las apariencias y declaraciones, poseían un carácter del todo contrapuesto a los principios socialistas. Lo que de esto se desprende es muy obvio: lo que se derrumbó en la URSS, hacia el final del siglo XX, no era socialismo. Así como tampoco la ideología dominante allí utilizada se puede confundir con la teoría de Marx.31

 

PROBLEMAS PENDIENTES

Hemos visto que las causas o "razones" que se aducen para declarar la muerte del socialismo y de la teoría marxista, son falaces. Pero esto no resuelve todos los problemas. Lo que sí nos permite es evitar las trampas de la ideología dominante y encauzar la discusión a los fenómenos en verdad relevantes (relevantes para la izquierda), los que tienen que ver tanto con el ulterior desarrollo de la teoría como con el relanzamiento del movimiento socialista. Por cierto están las preguntas centrales: i) ¿se debe rechazar el capitalismo y buscar una forma social superior? ii) ¿Es el socialismo esa forma superior? ¿Pero qué debemos entender por socialismo? iii) ¿Por qué los fracasos históricos del socialismo? ¿Son inevitables y entonces el socialismo no tiene sentido? iv) ¿Habría que buscar otro sistema alternativo? ¿Cuál? Aquí mal podríamos abordar semejantes interrogantes. Pero bien podemos por lo menos ensayar una mínima alusión a algunas exigencias de corte teórico que van asociadas a la mencionada problemática.

En cuanto a la vigencia de la teoría marxista, conviene distinguir dos segmentos. Uno, el de la teoría del capitalismo, la escrita por Marx. Dos, la teoría del socialismo, de su origen, construcción y consolidación, que obviamente no puede ser de Marx pero que sí debería ser congruente con los principios más generales de la teoría o "visión" que Marx nos ha aportado.

En lo primero, el enfoque de Marx sigue siendo muy pertinente y también muy superior al que manejan otros paradigmas, señaladamente el neoclásico (el cual viene operando como el núcleo más duro de la ideología burguesa hoy dominante). En esto no está demás precisar: pertinencia y validez no significan que ya todo está resuelto y bien contestado.32 Pensar así es perfectamente tonto. Como la realidad se desarrolla y, por lo mismo, da lugar a la emergencia de nuevos fenómenos, el trabajo teórico se debe mantener y ahondar.33 Ergo, lo que de Marx se preserva son las categorías, leyes e hipótesis que se refieren a los rasgos más esenciales del capitalismo y no a sus manifestaciones más concretas y contemporáneas. Cuando Marx, en El capital, asciende a lo concreto, aterriza en un capitalismo de libre competencia. Pero hoy lo dominante son las estructuras oligopólicas. La moraleja es muy clara: hoy, el ascenso a lo concreto debe seguir otros derroteros. Junto a las tareas que exige la aparición de nuevas realidades, están otras no menos importantes: la corrección de las insuficiencias y errores que podemos encontrar en El capital y en algunas otras obras de gran calado e impacto que responden a la matriz marxiana.

Desde el punto de vista de las exigencias políticas más urgentes hay un tema crucial: el de la clase obrera y el de los factores que le posibilitan o impiden actuar como sujeto revolucionario. Es decir, ¿qué sucede hoy con la clase obrera? ¿Cómo evoluciona, cómo se estructura y desestructura? ¿Se integra al capitalismo? ¿Por qué lo hace? ¿Qué factores inciden en su desarrollo político? Junto a ello está el problema de los nuevos actores sociales y de su eventual propensión al cambio. ¿En qué medida y con qué propósitos? ¿Cómo se pueden articular entre sí y con la clase obrera?

En lo segundo —la teoría del socialismo— lo que tenemos son más bien carencias. De seguro encontramos hipótesis que iluminan tal o cual punto (en Lenin, en Bujarin y Preobrallensky, en Trostsky y Mao, en "civiles" como Sweezy y Bettelheim, etcétera) pero todavía es mucho lo que falta. Por ejemplo, la ausencia de análisis exhaustivos y rigurosos sobre las experiencias de construcción del socialismo, todas ellas fracasadas, es hasta escandalosa y habla muy mal de la capacidad autocrítica de la izquierda contemporánea.34 En este contexto, hay temas claves en torno a los cuales la discusión casi ha desaparecido. Por ejemplo, el de las relaciones entre la agricultura y la industria, entre el Departamento I (medios de producción) y el Departamento II (bienes de consumo personal), entre los mercados internos y los externos, etcétera. En general, el tema es nada menos que el de la estrategia de un desarrollo económico socialista. La cual, además, no podría ser igual en países como la ex–URSS o en Cuba.

Hay un tema que parece absolutamente central: ¿cómo construir y preservar un auténtico poder obrero? ¿Cómo asegurar el dominio de los trabajadores en las palancas del poder, del económico y del político? ¿Cómo generarlo y cómo asegurar que no se disuelva? Esto en general y en un nivel más concreto hay que preguntar: ¿por qué los soviets nunca funcionaron a plenitud y por qué acabaron por desaparecer? ¿Por qué el socialismo degeneró en un sistema burocrático–autoritario? Luego, en este contexto, ¿cómo avanzar a la disolución de fenómenos tan complejos y antiguos como las clases sociales y el Estado? ¿Qué es eso del "adormecimiento" al que aludía Engels? Es decir, para resumir todo en una pregunta, ¿cómo avanzar desde el socialismo hacia el comunismo?

Pero retomar tal interrogante, ¿no es perder el tiempo por querer volver a la utopía? Para el caso, si revisamos mínimamente la historia de los humanos, bien se podría sostener que sin sueños y utopías poco o nada habría progresado la humanidad. Es decir, en último análisis pareciera que nada es más práctico que la utopía. Pero, ¿en verdad son así las cosas? Si lo son o no, es algo que también deberíamos discutir e investigar. Al final de cuentas nos encontramos con que invitar a discutir sobre el capitalismo contemporáneo y las perspectivas del socialismo, nos conduce a otra invitación, la que nos lleva a discutir la utopía. Es decir ¿tenemos derecho, los humanos, a soñar con un mundo mejor? El punto que se deduce debería quedar claro. Si la respuesta es negativa, el socialismo y la teoría marxista serían cadáveres de pleno derecho. Pero si es positiva y podemos soñar, no habría cadáveres y sí mucha vida. Una en que nuestra obligación sería luchar para acercarnos a ese mundo mejor.35

 

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NOTAS

1 "Saber es un dolor. Y lo supimos: / cada dato salido de la sombra / nos dio el padecimiento necesario", escribía un atribulado Neruda.

2 "No es que tú me hayas dejado, / es que te has ido de un sueño / en el que yo me he quedado" Bergamín (1997).

3 ¿Cuántas veces ha sido enterrado el marxismo? ¿Cuántas se le ha declarado obsoleto? El número es impresionante, amén de que la frecuencia y fuerza de las negaciones se eleva exponencialmente a partir de las grandes derrotas de la clase obrera. Por ejemplo, después de la Comuna de París y de la feroz represión que le siguió, se le declaró enterrado per saecula. Thiers, primero constataba en su obra: "el suelo está sembrado de sus cadáveres (el de los comuneros); este espantoso espectáculo servirá de lección". Luego, pasaba a pronosticar: "el socialismo se ha acabado por mucho tiempo", cf. Lisagaray (1987: 513 y 507). Pocos años después, la Socialdemocracia alemana aumentaba más y más su influencia hasta llegar a convertirse en el partido político alemán más influyente. Y antes de medio siglo, triunfaría la revolución bolchevique. En realidad, como al entierro siempre le ha seguido una resurrección, tenemos un número igualmente impresionante de resurrecciones, al punto de que el "muertito" ya parece inmortal.

4 Las vaguedades, tautologías burdas e incoherencias enfermizas de Heidegger, lo tornan nulo como pensador. Pero su mensaje emocional ha resultado psicológicamente eficaz en determinadas circunstancias, de desintegración y desamparo social. Por su contenido e impacto, poco difiere del soltado por esos deslenguados predicadores brasileños que hoy abarrotan todas las radios, horario nocturno, de América Latina. Aunque a las capas medias les obnubila que les hablen de la "dasein", de la tremenda "profundidad" del juicio vivir o "estar en el mundo" (el "in–der–welt sein"), etcétera, a los pobres urbanos, eso de que "se vive aquí" les parece bastante obvio y prefieren la cálida sencillez de los buenos cariocas y bahianos.

5 Si el lector vuelve a leer la sección 7 del tomo I, o los "Manuscritos económico–filosóficos", le parecerá estar leyendo una crónica sobre el capitalismo del último cuarto de siglo (de 1980 para acá).

6 Por ejemplo, la hipótesis del descenso absoluto del salario real (noción de la pauperización absoluta). Digamos que hay textos de Marx en que se rechaza claramente esta idea y otros que al respecto son ambiguos. Pero se trata de una idea que, al final de cuentas, no encaja ni con el sistema de Marx ni, lo que es más importante, con las tendencias de largo plazo del salario real. Por lo mismo, más allá de lo que Marx pudiera haber dicho en tal o cual párrafo, es una hipótesis falsa para el largo–largo plazo. Con todo adviértase la evolución del salario real en Estados Unidos: el salario real por hora trabajada (en dólares de 1982) para el sector privado no agrícola, pasó desde $U.S. 6.69 en 1959 a $U.S. 8.55 en 1973. A partir de este año empieza a descender llegando a un nivel de $U.S. 7.39 en 1995. El descenso porcentual, entre 1973 y 1995 fue de 14 por ciento. En 1998, el salario real fue similar al de 1967, ¡luego de 31 años! Posteriormente se da una recuperación lenta y al iniciar el nuevo siglo aún no se recuperaba el nivel de 1973. La fuente es "Economic Report of the President", Washington, 2002. Como si fuera poco, en las últimas dos décadas se observa un aumento en el largo de la jornada de trabajo.

7 Comparaciones con teorías rivales, cf. Moseley (1994). Para un examen de la evolución más reciente de la economía de Estados Unidos, ver Valenzuela Feijóo (2003).

8 Las importaciones, que nunca fueron elevadas, se manejaron con un alto porcentaje de bienes de capital.

9 El giro se procesa a fines de 1928 y emerge con claridad en 1929. Esto, en cuanto a los problemas agrario e industrial. El giro político en contra de la democracia partidaria y a favor del centralismo burocrático empieza antes.

10 La cifra es la que Stalin le confesó a Churchill.

11 Mao Tse Tung señalaba que Stalin "evidencia una gran desconfianza con respecto a los campesinos", agregando que en la URSS, "el Estado ejerce un control asfixiante sobre los campesinos, y Stalin nunca encontró el buen método y la buena vía que conducen del capitalismo al socialismo y del socialismo al comunismo" (Tse Tung, 1976: 4); cf. tb. Stalin (1976).

12 Según Carr, "Tomski (que era el máximo dirigente de los sindicatos soviéticos) y muchos de sus colegas fueron impacientándose cada vez más ante las presiones impuestas a los trabajadores industriales por el plan, y ante el abandono de tradiciones sindicales respetadas durante largo tiempo. No es del todo paradójico que los sindicatos se opusieran a las políticas de expansión industrial vigentes" (Carr, 1989: 178). Otro autor señala que "en virtud de decisiones del partido son relevados de sus funciones, en gran proporción, los cuadros sindicales que sostienen tal punto de vista (de defensa del obrero industrial), y reemplazados del 78 a 86% de los miembros de los comités sindicales de fábrica, en Moscú y Leningrado, en Ucrania y el Ural" (Bettelheim, 1979: 418).

13 El lenguaje usado en las acusaciones es del tipo: "banda unificada de trotskistas–bujarinistas", a los cuales, en serie, se les aplican calificativos como "monstruos", "detritus del género humano", "pigmeos guardias blancos", "mosquitos contrarrevolucionarios", "basura inservible", "lacayos de los fascistas","agentes pagados de la Gestapo", etcétera. Se comprende que este lenguaje, propio de gañanes, no contribuye precisamente a la elevación ideológica de la clase. Ver un texto que fue ampliamente usado en las escuelas de cuadros de esta corriente: PCUS (1939: 382 y 405–406).

14 Hacia fines de los treinta, escribía Trotsky sobre la URSS: "hacer la primera revolución socialista le ha correspondido al proletariado de un país atrasado. Según todas las evidencias, es muy posible que tenga que pagar este privilegio histórico con una segunda revolución, contra el absolutismo burocrático [...] la autocracia burocrática deberá ceder el puesto a la democracia soviética" (Trotsky, 1973: 273). Es llamativa la coincidencia entre esta observación y los propósitos de la Revolución Cultural que impulsara Mao en China, tres décadas después, durante los sesenta. También hay que subrayar: en la URSS ni siquiera brotó el intento (Trotsky sobreestimó largamente las potencialidades de la situación soviética) y en China terminó por ser derrotado. Y si estos procesos parecen ineludibles, también resultan muy complicados. La burocracia, de acuerdo con la experiencia histórica conocida, cristaliza más rápido que lo supuesto, así como la capacidad de respuesta de la clase obrera es menos fuerte que lo deseado. El mismo proceso de burocratización la va corroyendo y hasta nulificando. La moraleja podría ser: aplica las reglas de la democracia obrera desde el primer minuto de la revolución; aplica sin dilaciones todos los antídotos contra la burocratización. Si no, esta hidra te comerá muy rápidamente. De toda la plana mayor de los bolcheviques, el que mejor entendió el problema parece haber sido Bujarin, que advertía: "es indispensable examinar la posibilidad de una degeneración de la clase obrera. [...] Peligro muy grave [...] que tiene su origen en las tendencias contradictorias de nuestra evolución y en la situación, contradictoria también, de la clase obrera que se halla, por un lado, en la base de la pirámide social y, por el otro, en la cúspide de la misma pirámide. Situación contradictoria que es, a su vez, fuente de otros antagonismos cuya desaparición costará muchos años, incluso toda una época. [...] La circunstancia de que en el mundo entero las clases dominantes mantengan, hasta donde les es posible, en la ignorancia a las clases laboriosas, es la causa de que cada revolución se encuentre amenazada por una degeneración interior que debe ser superada por tendencias opuestas" (Bujarin, 1978: 59).

15 Los viejos comunistas españoles contaban una anécdota. El ministro encargado de transportes, en la Bulgaria socialista, era una persona austera que trabajaba en su oficina de 12 a 14 o más horas. A veces, durmiendo en la misma oficina y sin domingos ni vacaciones. Como quien dice, un "modelo de abnegación proletaria". Pero cuando le preguntaron (con muy poca inocencia y bastante mala leche), por el precio del pasaje en el bus urbano, ¡resultó que no lo sabía! Bueno, en realidad no lo había usado en muchos años.

16 En otras palabras, de acuerdo con esta óptica, no se podría hablar del habitual cinismo de los políticos tradicionales ("digo esto, hago lo otro") sino de convicciones íntimas. Ciertamente, no ha sido una tragedia menor que tales convicciones llegaran a legitimar las persecuciones y crímenes más abyectos contra los que fueran camaradas de partido y de ideales. Amén de que hay muchos elementos en favor de la otra hipótesis: del cinismo puro y simple. Trotsky, v. gr., hablaba de "un grupo social para el que mentir se ha convertido en una necesidad política vital" (Trotsky, 1973: 264). Bujarin describió a Stalin como "un intrigante sin principio que lo subordina todo a la preservación de su poder. Cambia las teorías según a quién desee quitarse de encima en ese momento" (Cohen, 1976: 405). Hay aquí temas de investigación que el marxismo no ha abordado. No sólo sobre la evolución concreta que tomó la revolución rusa. En un sentido más general y previo, se trata de temas claves de la psicología social, como el de la formación de la conciencia personal y política de personas y grupos.

17 Citar a Lenin por la vía de Stalin, lo hacemos a propósito. En los textos de Stalin, impresiona la radical oposición entre lo que el texto señala y la práctica política real.

18 Valga también recordar aquí un señalamiento de Mao: "el hombre es un animal extraño. Ni bien se halla en una situación privilegiada, se muestra arrogante... No tenerlo en cuenta resulta muy peligroso" (Tse Tung, 1976: 55). Esto nos recuerda al bachiller Carrasco cuando —en el capítulo cuatro de la segunda parte— previene a Sancho: "Mirad, Sancho —dijo Sansón—, que los oficios mudan las costumbres, y podría ser que viéndoos gobernador no conociésedes a la madre que os parió" (Cervantes, 2001: 661).

19 Y lo hace con un tono que al lector que nada conoce del contexto histórico concreto, le puede parecer muy sincero.

20 No en balde Mao calificaba duramente este libro: "su lectura es aburrida", "no despierta el interés del lector", "la lógica y hasta la lógica formal están ausentes de él", "ignora los razonamientos", etcétera; cf. Mao Tse Tung, "Notas de lecturas del Manual de economía política de la Unión Soviética" (Tse Tung, 1976).

21 Los planteos originales se encuentran en el clásico texto de Stalin, "Problemas económicos del socialismo en la URSS" (Stalin, 1976; tb. Tse Tung, 1976).

22 Charles Bettelheim (1975 y 1974) ha llamado la atención sobre este punto.

23 Un examen detallado de la categoría propiedad, cf. Valenzuela Feijóo (2001).

24 En sus lecturas de Stalin, Mao reclama: "el sistema de la jerarquía refleja las relaciones entre padres e hijos, entre gatos y ratones. Hay que destruirlo día a día. Enviar a los cuadros al campo a que trabajen en las granjas experimentales es uno de los métodos para transformar el sistema de la jerarquía", cf. "A propósito de los 'Problemas económicos del socialismo en la URSS' de Stalin" (Tse Tung, 1976: 7).

25 Bujarin, por su lado, indicaba que: "es necesario un segundo partido. Si sigue habiendo una sola lista de candidatos en las elecciones y no hay una auténtica pugna, acabaremos teniendo algo parecido al nazismo. Para diferenciarnos claramente de los nazis tanto a los ojos de los pueblos de Rusia como a los de los pueblos de occidente hemos de introducir un sistema de dos listas electorales, en vez del sistema de partido único" (Löwy, 1972: 435).

26 La coherencia no es precisamente una virtud en estas "explicaciones". Como que el mismo Stalin, en la misma época, pasa también a hablar de la "podrida teoría de la extinción de la lucha de clases".

27 Es decir, se aplica la misma técnica con que la ultraderecha occidental ataca a sus críticos, calificándolos como "agentes del comunismo internacional", de "potencias extranjeras", etcétera.

28 Bujarin llegó a señalar que la clase obrera "sólo madura como organizador de la sociedad en el periodo de su dictadura" y, a partir de este reconocimiento, llamaba a crear "cientos y miles de sociedades, círculos y asociaciones voluntarias, pequeños y grandes, de rápida expansión" que permitieran impulsar la "iniciativa descentralizada" y combatir la burocracia y degeneración del Estado soviético (Cohen, 1976: 200 y ss).

29 Desde el punto de vista teórico se sostienen puntos también grotescos, como la posible existencia de un Estado ¡durante el periodo comunista! Esto, "si no se liquida el cerco capitalista" (Stalin, 1981). En realidad, lo que este señalamiento demuestra es que el tema del comunismo ha dejado de interesar, que en él ya no se piensa. Y si hay que hacer alguna referencia, se sale del paso con cualquier grosería.

30 Algo que históricamente no es una novedad. En sus orígenes, la burguesía inglesa operaba con patrones de consumo tremendamente austeros. El llamado "consumo de ostentación" es algo que viene en un periodo históricamente ulterior. Diríamos que es lo que va de un Smith que glorifica la austeridad a un Galbraith que la considera absolutamente necesaria para la sobrevivencia actual del sistema.

31 Como apuntara el historiador soviético Medvedev, citado en el libro de Cohen: "el estalinismo no puede ser considerado como el marxismo–leninismo o el comunismo de tres décadas. Es la corrupción que Stalin introdujo en la teoría y práctica del movimiento comunista. Es un fenómeno profundamente ajeno al marxismo–leninismo, es seudocomunismo y seudosocialismo [...] El proceso de purificar el movimiento comunista, de lavar todas las capas de inmundicias estalinistas, no ha terminado aún. Tiene que proseguirse hasta el final" (Cohen, 1976: 552). Agreguemos: el tono emocional de Medvedev es comprensible, pero no es suficiente para lograr una efectiva superación del problema que describe.

32 Los que trabajan en la construcción de la ideología dominante, son verdaderos ejércitos. De aquí la impresión de tener bien cubiertos casi todos los temas. Al revés, los que laboran en el campo crítico, son una pequeña y a veces delgadísima minoría. De aquí que muchos temas no puedan ser bien cubiertos. Este es un fenómeno casi inevitable, pero la superioridad de la matriz teórica —bien manejada, claro está— permite cubrir mejor y en menos tiempo tal o cual campo problemático.

33 Trabajar las estructuras oligopólicas, su impacto en los niveles de actividad económica, en la acumulación, en el progreso técnico y la distribución del ingreso, es algo imprescindible y que obviamente Marx no abordó. En este aspecto, hay trabajos ejemplares de autores como Kalecki, Steindl, Sylos Labini, Sweezy y otros, que se deben asimilar y continuar. El papel actual del capital financiero es otro tema imprescindible y para el cual el valioso texto de Hilferding es ya insuficiente. En temas menos económicos también encontramos tareas urgentes. Por ejemplo, el de la relación entre las estructuras socioeconómicas y las estructuras de la personalidad (o "carácter social"). Hay trabajos pioneros de E. Fromm (como El miedo a la libertad, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, Sociopsicoanálisis del campesino mexicano, etcétera) que no se han continuado con la fuerza necesaria.

34 Sobre la URSS hay trabajos notables, como la monumental obra de E. H. Carr y la de Bettelheim. Pero estas obras no cubren la postguerra. Adviértase también que no hay rusos en la lista: el primero es inglés y el segundo francés.

35 Recordemos los versos de Schiller: "La esperanza nos introduce en la vida, / revolotea en torno al alegre muchacho, / su apariencia encantadora seduce al joven, / no será enterrada con el viejo; / pues aún siembra en la tumba la esperanza / quien en ella concluye su cansada carrera".

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