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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.2 no.4 Ciudad de México jun. 2006

 

Dossier: Debates de Teoría Política Contemporánea

 

Límites y horizontes del liberalismo. Una reflexión en torno a las ideas políticas de María Zambrano

 

Limits and horizons of liberalism: a reflection on the political ideas of María Zambrano

 

Jorge Velázquez Delgado*

 

* Profesor e investigador del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa. Correo electrónico: <ficinos@hotmail.com.>

 

Fecha de recepción: 04/09/2005
Fecha de aceptación: 12/12/2005

 

Resumen

La filosofía política de María Zambrano se define como una filosofía crítica de la Modernidad. Concretamente, como una reflexión filosófica en torno a la posibilidad que históricamente inclina a los hombres a realizar el viejo sueño de llegar a ser personas. Por esto, para Zambrano la metamorfosis del individuo en persona se acepta como el inquebrantable anhelo humano que al responder a un hondo enrraizamiento histórico que llega hasta san Agustín, perdura en nuestra Modernidad adquiriendo nuevas dimensiones con el liberalismo y la democracia. Para María Zambrano el liberalismo es la filosofía política por excelencia de la Modernidad. Sin embargo, en clara referencia a la experiencia histórica de la lucha de clases del siglo XIX, el liberalismo de principios del siglo XX deja de ser visto como el movimiento oscilante de la historia. Lo que Zambrano reconoce es la profunda y radical crisis del liberalismo. La misma crisis que hasta la fecha lo tiene postrado bajo una situación de indefinición e indeterminación. Su filosofía política es, de esta manera, un interesante intento por redefinirlo y redimensionarlo sin renunciar jamás a la identidad que expresa esta filosofía con la tradición filosófico–cultural que se desprende de toda la compleja problemática cultural española. Se quiere así contribuir —con la ayuda de la razón histórica y desde la razón poética—, a la metamorfosis del individuo en persona. Empresa admirable, más aún si se considera que pensar la historia desde este horizonte de reflexión filosófica, implica el radical compromiso ético–político por evitar refrendar al sentido de la historia como tragedia humana. Se busca que la historia deje de ser constante rito sacrifical. Cosa que eventualmente es posible en la medida en que se pueda hacer de la democracia un prometedor nuevo horizonte histórico para la realización de los destinos del hombre.

Palabras clave: Liberalismo, modernidad, persona humana, historia, marxismo.

 

Abstract

The political philosophy of María Zambrano is a critical one within the confines of Modernism. For her, the metamorphosis of the individual into a human being is the unbreakable human desire that forms part of a deep root that goes back to Saint Augustine and endures in modern times, acquiring new dimensions with liberalism and democracy. For Zambrano, liberalism is the political philosophy par excellence of Modernism. However, in light of the historical experience of class struggle in the 19th Century, liberalism ceased to be, in the early part of the 20th Century, the defining movement.

Key words: liberalism, Modernism, human beings, history, Marxism.

 

No será este el momento de discutir si la filosofía de María Zambrano es también una filosofía política. Simplemente aceptamos que lo es no únicamente por el valor que sus preocupaciones políticas adquieren al interior de su obra filosófica, sino principalmente porque a lo largo de dicha obra nos percatamos que, independientemente si tales preocupaciones políticas han sido determinantes o no en el modo de comprender la política a partir de María Zambrano, lo realmente fundamental y trascendente sigue siendo el conjunto de interrogantes que desde diferentes momentos hizo a la política como lo que ella es y como tal y como lo reconoce María Zambrano: la actividad fundamental del hombre.

Si se quisiera encapsular el pensamiento político de María Zambrano, quedaría inscrito como parte de la larga tradición liberal que hasta hoy ha seguido, querámoslo o no, la civilización occidental durante los últimos siglos. Pero ¿este pensamiento es liberal? ¿María Zambrano se identificaba plena y absolutamente con la tradición liberal de Occidente? Quizá fue más bien este pensamiento político la expresión de una profunda inquietud que buscó afanosamente recomponer, en los horizontes de sus propias limitantes históricas, la enorme fractura del espíritu europeo. Es decir, lo que pretendió Zambrano fue dar respuesta y, en consecuencia, resolver el dilema de cómo ser cristiano y moderno al mismo tiempo y bajo el desarrollo de un proceso de hegemonía universal de carácter plurisecular.

Ante las interrogantes que surgen en esta primera aproximación que hacemos al pensamiento político de María Zambrano, nos percatamos que dicho pensamiento no parte del presupuesto hobbessiano de la posibilidad de sintetizar, a través de la política, dos formas de poder irreductibles históricamente; pues nuestro tiempo no es ya el de este dilema de la política que llegó a envolver todo. Es más bien un tiempo en el que la larga plurisecularización moderna se comprende como resultado de la superación de una contradicción histórica en la que no existe ninguna duda con respecto al reconocimiento del Estado moderno y el sistema de comunidad política que de él surge. El republicanismo zambraniano debe verse bajo este amplio contexto de la modernidad política. Como también bajo el horizonte democrático abierto por la propia modernidad. Desde estas consideraciones, el conjunto de tesis políticas que encontramos en este pensamiento político llevan a pensar si, siguiendo a Zambrano, en nuestro propio futuro no existe un gran momento de síntesis histórica en el cual la escisión entre el espíritu del cristianismo y el de la modernidad da pie a una transformación de la que surja una vital fuerza histórica capaz de abrir los senderos por los cuales debe transitar, en un hipotético futuro esperanzador, la persona humana. Una visión de la política como ésta permite observar que la filosofía de Zambrano, como la de Heidegger y tantos otros, no ignora ni prescinde de la fuerza transversal de la filosofía de san Agustín en toda la configuración de la civilización occidental. De hecho, lo que se debe tener presente en la compresión de esta filosofía es, justamente, la sombra del famoso obispo de Hipona.

La determinación más importante que hacemos sobre esta filosofía política, es considerarla también como un historicismo. En este sentido, lo que implica dicha filosofía es una toma de posición radical con respecto a la tríada valorativa (moral–política–historia) que sustenta a toda filosofía de la historia. La filosofía política de María Zambrano es, de este modo, una visión del mundo que en ningún momento se siente ajena a determinados juicios de valor relacionados con los acontecimientos o procesos históricos. Es esto lo que la confirma como una filosofía que sostiene que el único modo de llegar a superar el sentido trágico de la historia, pero sobre todo de superar a la política entendida como parte sustantiva de todo sospechoso reclamo necesario de ritos sacrificales, es asumiendo el compromiso y responsabilidad que establecemos con determinados juicios de valor que en esencia competen a la moral, a la política pero sobre todo a la propia historia.

Lo que en otras palabras nos dice esta filosofía política es que los enormes cambios históricos ocurridos desde los albores mismos de la modernidad hasta nuestros días, si bien llegan a ser y son objeto de múltiples ejercicios de infatigable metafísica histórico–política, son, antes que nada, la expresión del fenómeno universal de plurisecularización que hasta hoy ha sellado los derroteros del mundo moderno. A través de los múltiples juegos de temporalidades enfrentamos tales derroteros, lo que permite imaginar la democracia como parte sustantiva de un futuro esperanzador. La crudeza en cómo la democracia se construye como parte de un imaginario político de gran trascendencia histórica, permite suprimir cualquier determinismo histórico frente al cual no quede nada por hacer, únicamente esperar su feliz arribo.

Si tanto la persona humana como la democracia son construcciones históricas o, si se prefiere, humanas en el sentido profundo en como Zambrano emplea este término al interior de toda su filosofía, es claro que en especial estas construcciones llegaran a ser realmente tales en la medida y forma en cómo se ejercite la acción política. Pero, en el fondo del asunto, al parecer la valorización objetiva que realiza Zambrano en torno a la cuestión de la acción política, conduce a ver en ella, no a un nuevo tipo de demiurgo o fuerza que al pretender la realización de un tipo de absoluto o al enmascararse como si fuese tal, prescinde o renuncia a la búsqueda de aquellos principios o fundamentos que, de acuerdo con ella, serían los que tenderían a configurar un horizonte esperanzador para la configuración de la persona humana. Con esto lo que se entiende es que la política, independientemente de la matriz ideológica con la cual se le identifique, no es simplemente voluntad o voluntad deshumanizada, sino más bien significa un conjunto indeterminado de acciones —individuales y colectivas y de múltiple enrraizamiento histórico— que configuran al ethos cambiante de cualquier comunidad humana. Lo que se tiene que reconocer, entonces, es que el pensamiento político de María Zambrano supone un telos o, si se prefiere, una finalidad la cual en modo alguno es entendida como un absoluto inmanentista que atormente la conciencia de los individuos. Pues lo que termina por provocar tal absoluto es que los sujetos, construidos como actores políticos, se reconozcan como parte de un necesario e irrefrenable voluntarismo histórico que, además del supuesto factor mesiánico que llegue a implicar, al querer reformar al espíritu de la comunidad que supuestamente es natural a toda formación social, lo violenta y trastoca. Este voluntarismo le hacer ver a Zambrano la voluntad política como metamorfosis de la acción en absoluto; de una acción que al no evitar ser devorada por los apetitos del absolutismo, genera su propia figura histórica, es decir, una nueva inercia sacrifical de la historia.

Para María Zambrano política e historia constituyen un horizonte indisoluble en cualquier esfuerzo de comprensión histórica. Lo que como tal demuestra esta relación es que hasta hoy cualquier intento y esfuerzo encaminado a negar la profunda relación entre política e historia, simplemente será tan inútil como innecesaria. De ahí que lo que demuestre toda la reflexión de Zambrano sobre el ser humano y su destino, es que si bien existe un indudable sesgo trágico que hasta hoy permea a todo lo que el hombre es y ha sido, en particular el hombre de la civilización occidental; éste, en última instancia, llega a ser el sello indistinto de lo propiamente humano. Es esto lo que obliga ver a la presencia histórica de lo trágico como algo que indistintamente guarda una doble relación: por un lado, con el momento político que lo contextualiza como parte de un proceso histórico concreto y, por otro lado, con relación al devenir histórico que lo hace posible. La tragedia no es así nunca una experiencia aislada de la historia, sino algo que devela el carácter trascendental de los hechos históricos que originan y dan sentido a nuestra propia conciencia y experiencia histórica.

Si la relación entre política e historia es, como afirmamos, indisoluble: ¿qué es, entonces, lo que la ha convertido en una relación sobre–dimensionada en los derroteros de la modernidad? Es decir, en un tipo de relación la cual, como presente recurrente, quiere ser disociada para hacer de la política y de la historia referentes de nuestra propia conciencia que, al terminar en el regocijo de una sospechosa como criticable autonomía de la razón, concluye por no decir nada ni anunciar nada más allá del realismo objetivizante o del pragmatismo absolutizante del presente. En este sentido, es importante indicar que el pensamiento de María Zambrano parte de una larga tradición intelectual que no deja de reconocerse en el valor profundo de la relación entre política e historia, encierra las grandes claves para la comprensión histórica. Como, de igual modo, reconocer incluso que es producto y resultado de dicha relación ese supuesto río esperanzador con el cual solemos hablar de las expectativas que encierra el momento presente. Razón por la cual esta relación se comprende como una fuerza vital de carácter reformador o regenerador, como se quiera, de la historia. Sin duda alguna es ésta la gran lección histórica que hasta hoy ha guiado los derroteros de la modernidad. Pero de acuerdo con la lectura que hacemos del pensamiento político de María Zambrano, esta plurisecuralización es la misma que se nos muestra como uno de los principales obstáculos para conciliar, a través de la configuración de una nueva figura histórica, el espíritu del cristianismo con el de la modernidad. Es decir, con una figura histórica, en el profundo sentido hegeliano, que se reconozca tanto en la filosofía de san Agustín como en todo ese racionalismo moderno que no logra identificarse en los desplantes o desvaríos del cientificismo o en la dictadura del kantismo.

Lo que quizá sea importante preguntarnos es si en la utopía zambraniana, en ese ethos que supone esa síntesis histórica de prometedor futuro para la realización plena —nunca absoluta— de la persona humana, ésta necesariamente dejará de ser agustiniana y senequista. O será, en el mejor de los casos, resultado histórico de un neoestoicismo del cual es aún poco lo que se pueda hablar de él. Es decir, de una conciencia histórica la cual, al comprender el sentido trágico–sacrifical de la historia, asume como único destino la búsqueda de su propia causa que es, a la su vez, la búsqueda de su propio fin: la realización plena de la persona humana en su relación absoluta con su causa y fin, es decir, con su dios.

Si esto es así, es indudable que existen varias pistas para la comprensión que desde Zambrano y con Zambrano se le daría al problema de la modernidad como a las diferentes experiencias políticas que se han generado a lo largo de ella. No es quizá el momento de hablar aquí sobre la modernidad del pensamiento político de María Zambrano. Ni tampoco si sus tesis políticas son fuertes o débiles en el sentido de direccionalizar o encauzar la modernidad bajo las vías de un supuesto proyecto. En todo caso y por fuera de tales consideraciones, es indudable que para ella la modernidad merece ser asumida como parte de una conciencia crítica y libertaria de la historia que nunca renuncia a su indeclinable derecho a husmear sobre algún deseable futuro humano. El mismo que se quiere desde la construcción y posicionamiento de un pensar radical sobre nuestra propia condición humana. En tal sentido este pensamiento es también una antropología filosófica que en modo alguno se reconoce en el deseo de colocar al hombre en el más allá del bien y del mal. Lo que en mi particular criterio es lo fundamental del pensamiento político de María Zambrano, es que plantea la urgente tarea de que nuestra conciencia histórica sea capaz de generar una determinada acción política; pero principalmente caracterizada por la forma en como asume y reconoce con responsabilidad moral a la historia en su dinámica y en su contingencia. Por decir todo de manera breve: lo que Zambrano propone es la urgente tarea de humanizar el tiempo.

El papel que Zambrano le asigna a la política es su reconocimiento como parte de su inquietud de rescatar a la esperanza de la fatalidad.1 Como también, por otro lado, superar el contexto trágico que hasta hoy ha caracterizado a todo proceso histórico vivido bajo la proyección de la civilización occidental sobre el mundo. La serie de interrogantes que le lanza a la política en diferentes momentos de su vida pero que en particular son las que trata de responder en lo que quizá sean sus reflexiones mas conocidas sobre la política, Horizonte liberal y Democracia y persona, por fuera de cualquier otra consideración y por fuera de lo que se llegue a sostener, que dichas interrogantes reflejan un pensar radical en el que, a la par de establecer los referentes que de acuerdo con ella dan sentido a la política, establece una actitud crítica con la que encaró justamente las circunstancias que marcaron su vida. Es, pues, de frente a la ineludible pregunta ¿qué es la política?, que las circunstancias que dominan a nuestro tiempo merecen ser encaradas nuevamente. Pero, como bien sabemos, esta inquietante interrogante debe tener ya una verdadera montaña de respuestas; algunas plenamente identificadas y diluidas en el río de sabiduría de los clásicos del pensamiento político, y otras que buscan con gran brío ser la respuesta de nuestro tiempo a dicha pregunta; existe tal vez una que invariablemente se nos muestra, de acuerdo con María Zambrano también de forma ineludible: la política es razón de vida. Si la política es esto, es decir, que es la vida lo que la determina y constituye, de qué pasa, entonces, a depender la posibilidad de la política. Indudablemente de un imaginario político que si bien llega a ser identificado como parte sustancial del irrenunciable laberinto de esperanza del que tanto habló Zambrano, éste se devela como una urgente e imprescindible tarea de abrir amplios procesos democráticos que tengan por principio ser la base de la eventual transitoriedad de lo que hasta hoy ha sido el continuo factor sacrifical de la historia, en su humanización.

Lo que Zambrano espera de la democracia es que se convierta en un proceso de la historia cuya lectura tiene que ser, si se quiere, una imagen simbólica que referida a la evolución humana, encierra el misterio de un renacimiento de la historia. O para decirlo en términos más convincentes y por fuera de toda marca o señal de inquietante apetito futurológico, la democracia es para Zambrano un sistema adecuado de convivencia política para el reconocimiento de individuos meta–morfoseados en personas. Bajo los signos de ese supuesto renacimiento, siguiendo a Zambrano, se realiza la verdadera redención del hombre como mendigo; y donde los hombres como lo que son, es decir, como actores y sujetos de la historia, en su configuración como personas, dejarán de ser vistos exclusivamente como simples individuos quienes al no vivir en y para la historia, no tienen ninguna otra posibilidad más que padecerla.

Aceptar que el pensamiento político de María Zambrano se reconoce como parte de la tradición liberal, no es motivo suficiente para no ver este pensamiento como una filosofía política ajena a cualquier distanciamiento crítico sobre dicha tradición. Pues lo valioso de este pensamiento es justamente el intenso trabajo de interrogar a una filosofía política que fue no sólo autocomplaciente, sino también incapaz de afrontar sus propias contradicciones, limitantes y debilidades. Mismasque se agudizaron en la medida en que avanzaba la terrible noche del fascismo. La crítica que hizo al liberalismo fue así sumamente puntual como clara y comprometida. Fue, como decimos, más que el necesario reclamo de un distanciamiento crítico con una tradición que en vez de continuar dando frutos, se vuelve infecunda en la medida en que se oscurece y no sabe dar la cara frente a los nuevos retos de la historia.

Por otro lado, Zambrano tampoco aceptaría un liberalismo camaleónico capaz de adaptarse al cambio de los vientos históricos. Pues ella no se reconocía con el liberalismo diluyente que se ve a sí mismo como el infaltable perro del hortelano de la modernidad. El liberalismo que enfrentó y criticó fue el liberalismo decimonónico el cual, por cierto, es el liberalismo fatigado que en cierto modo ella vivió desde esa especie de rincón incómodo y periférico de la modernidad occidental que era la España de su generación. Al rechazar la esencia camaleónica del tal liberalismo histórico, y al criticarlo tal y como lo deja ver toda su reflexión política, Zambrano renuncia a toda pretensión de la política a ser reducida a juegos meta–ideológicos. Traduciendo esto se puede decir que lo que ella ve en ese liberalismo no es otra cosa que una ideología que sirve para escindir a la humanidad en una nueva relación de elites y esclavos (Zambrano, 1996: 176). Zambrano afirma así que lo propio a todo liberalismo es su indeclinable vocación a desarrollarse sobre la esclavitud (Zambrano, 1996: 176). Al ser esto así lo único que queda es preguntar si el liberalismo, al ser definido por Zambrano "como el fin de la misma historia del racionalismo occidental",2 es reformable y, en caso de serlo, a qué está dispuesto a renunciar una tradición que es identificable justo por el modo de exclusión con que se ha mostrado desde siempre al mundo. El pensamiento político de María Zambrano es así, en este sentido, un importante intento por dar nuevamente sentido al liberalismo. Esta es su propuesta política y en esto radica lo que sería tal vez su inquietud de hablar de los criterios y fundamentos para la configuración del nuevo liberalismo que ella imaginó.

María Zambrano apostó por un liberalismo reformista e integrador, que en muchos sentidos y por fuera de cualquier polémica que esto llegue a implicar, es el mismo liberalismo que —al fraguarse como el intento de dar respuesta tanto de las propias contradicciones históricas y prácticas de dicha tradición como a los dramas históricos de la primera mitad del siglo XX— vive también sus mejores tiempos bajo los no menos dramáticos procesos históricos que siguieron a la Segunda Guerra Mundial; este liberalismo definió directa o indirectamente también los derroteros de la Guerra Fría. Pero, insistimos, el liberalismo que enfrentó Zambrano no fue otro que el mismo que la envolvió como parte de una generación.3 Es decir, el liberalismo de su momento histórico. Si se quiere decir esto en otros términos, fueron justo esas limitantes del liberalismo expresadas en clave contextual y generacional, las que le hacen dirigir la mirada hacia la política.

El pensamiento político de María Zambrano no es ni doctrinario ni pragmático. Es, en términos más simples pero justos, producto de una reflexión sobre el problema de la condición humana y de su destino bajo este horizonte liberal. Como tal, dicho horizonte es comprensible como referente central de una condición posibilitante; la cual es a su vez producto del sueño creador de la conciencia de la historia. Es decir, de ese estado de vigilia que permite al hombre abrirse al tiempo y reconocer su propio rostro en la historia.4 Parafraseando a Zambrano se puede decir, entonces, que lo que implica tal reconocimiento es la irrenunciable empresa de vernos a la vez en los abismos del pasado en un doble sentido: esto es, en la intrahistoria de nuestra sociedad y en la intrahistoria de la civilización a la cual hemos sido incorporados ya sea por destino o por azar histórico. Es decir, en la fundamental tarea de revisar, particularmente y de manera urgente en momentos de crisis, nuestro pasado.

Como toda crítica, la crítica de Zambrano al liberalismo es también entendida como parte de un explicable imperativo histórico a través del cual se quieren superar básicamente dos cosas. La primera de ellas se refiere a esa especie de desorientación y confusión de la que fue objeto, según Zambrano, el intelectual de su tiempo. La segunda fue lo que considero como la urgente tarea de superar la crisis bajo la cual cayó la civilización occidental a finales del siglo XIX y principios del XX. En gran parte fue este el contexto envolvente que explica el intento de una comprensión de la política como fuerza sustantiva de la condición humana; pero sobre todo como parte de una idea del mundo que no ve como algo ajeno a dicha condición la necesidad de fundamentar, bajo nuevos horizontes, la acción política.

Como se sabe ampliamente, cualquier intento de revaloración crítica de la política es más fuerte en la medida en que, al negar ser parte de un estoicismo acrítico o del enorme vacío que siempre trae consigo los desplantes y actitudes nihilistas de la historia, es capaz de afrontar una crisis en la cual su superación exige e impone la necesidad de restablecer los fundamentos de todo lo que fue colocado bajo el dominio absoluto de la crisis. Sin lugar a dudas, el concepto de crisis es siempre e invariablemente un concepto imprescindiblemente relativo y valorativo del juicio histórico. Con relación a la filosofía de María Zambrano la idea de crisis es, indudablemente, un concepto de corte historicista aplicable exclusivamente a la condición histórica a la que llegó la civilización occidental hacia el primer tercio del siglo XX (Zambrano, 2000). Y si fuera posible reducir esta filosofía a una sola imagen, esta no podría ser otra más que la imagen que ella misma plasma con respecto a la civilización occidental y su destino.

En el contexto de un ambiente generalizado de crisis histórica o de crisis de una civilización, la occidental, pensamos que no existe mejor parangón entre la idea que sostiene Zambrano del hombre con la del liberalismo. ¿Qué es el liberalismo para esta filósofa española? Para ella el liberalismo es la filosofía política de su tiempo y, siendo más radicales, esta filosofía política es la filosofía político–social de la modernidad. El socialismo y el comunismo serían, en tal sentido, derivaciones naturales de dicha filosofía político–social. Por decirlo en otros términos, serían algo así, el socialismo y el comunismo, el corolario lógico de un largo proceso histórico. O de acuerdo con Zambrano, la derivación —¿natural?— del racionalismo moderno. Lo importante del planteamiento zambraniano sobre dicha filosofía política es que no deja de verla como una trascendente fuerza renovadora de la historia. Es decir, lo que ella manifiesta, antes que nada, sobre dicha filosofía política, es su posibilidad de ser fuerza motriz y renovadora de la historia. De ahí que si para ella el hombre es criatura en constante nacimiento, el liberalismo nunca dejará de ser, interpretando esto de acuerdo con su idea de liberalismo, una filosofía política en constante renovación.

Quizá este constante nacimiento del hombre y esta renovación de tal filosofía política, les impide caer en las tentaciones del absolutismo.5 Pero, en última instancia, ¿qué es lo que les impide caer en tales tentaciones? Seguramente no es ni será su pretensión a la realización de un determinado absolutismo. Lo que hasta hace poco era la nota distintiva de la antropología filosófica que guiaba al liberalismo, era, entre otras cosas, su infinita resistencia a ser eso, es decir, a convertirse en una nueva experiencia del absoluto. El liberalismo era así una considerable fuerza histórico–política caracterizada por negar insistentemente cualquier tentación a cerrar el tiempo. Por ello, en una mala y confusa relación, fue, invariablemente, identificado con los presupuestos ideológico–políticos de la supuesta sociedad abierta proclamada a los cuatro vientos por Karl Popper. Zambrano, a contracorriente de todo lo que gustan afirmar ciertos liberales con estridentes tonos triunfales, no aceptaría un tipo de liberalismo como el que hoy se vive; de ese liberalismo que afirma que hoy estamos bajo el signo inconfundible e incuestionable del fin de la historia. Que hoy, gracias al supuesto triunfo del liberalismo sobre los diferentes regímenes totalitarios, sobre esos sistemas sociales que fueron expresión desbordante y desbordada de absolutismo, el tiempo se ha cerrado. Pues es este triunfalismo el mismo que hoy tiende a acorralarlo en una más de lo que al parecer son las infaltables tentaciones del absolutismo en la historia.

Si nuestro tiempo es algo muerto o, siendo menos dramáticos, una circunstancia o situación la cual es, de acuerdo con nuestra autora, un error;6 ésta es también, sin duda alguna, resultado específico de un tipo de acción concreta, es decir, del triunfo de la voluntad liberal sobre el mundo. Esta voluntad sería así comprendida como expresión de un largo movimiento de la historia económica que se piensa ajeno a toda irracionalidad profunda de la historia. Es esta misma acción la que, al declarar la muerte o inutilidad de cualquier otra forma de acción política, se devela como un nuevo tipo de poder el cual solo es comprendido, en términos zambranianos, como un nuevo absoluto que todo lo avasalla. El liberalismo comete así el grave pecado del absolutismo. Pero con la diferencia profunda que quizá hoy éste tiende a convertirse en un totalitarismo absoluto. Sin duda alguna y obligados a reconocer aquellos liberalismos críticos de esta nueva situación humana, es este liberalismo el mismo que al parecer nos conduce a vivir un nuevo nudo trágico de la historia. De vivir bajo signos inequívocos de un presente dilatado. Absurdamente dilatado.

Para María Zambrano la política es también una meditación profunda y radical sobre nuestro propio tiempo. Pues, en última instancia, la política determina lo que es decisivo de cada proceso histórico. La fuerza creadora que ella le atribuye a la política radica justo en esto último: en considerarla como una fuerza que, al pretender conducir los destinos humanos, genera horizontes de expectativa o periodos de esperanza,7 incluyendo entre estos, la irrenunciable búsqueda de un régimen no sacrifical. Esta búsqueda lleva a concebir la política como una reflexión sobre la posibilidad de construir una ética de la historia o, siendo menos pretenciosos, de imponernos la exigencia de establecer una comprensión de la historia en tales términos, es decir, colocarla bajo la mirada de la ética. Bajo una mirada que debe ser esencialmente reflexiva y nunca inquisitorial. Por múltiples razones, la fascinación liberal es también, querámoslo o no, una meditación sobre dicha posibilidad. Es decir, de un irrealizable o imposible deseo de domesticar al pasado, nuestro pasado humano. De desenmascararnos. Pero sobre todo de la infaltable pretensión de dejar de ver al pasado como un obstáculo. De querer ser la expresión exclusiva de nuestra propia soledad. Esto es, de la pretensión de no querer sostener ningún tipo de responsabilidad con la historia. Como de no asumir, de igual modo, ningún tipo de compromiso con el futuro.

Es la imagen de ficción que produce una concepción definitivamente tan desproporcionada de la realidad la que —al encerrarnos en el círculo de la soledad comprendida como el centro de un presente, en este caso, sumamente dilatado— permite afirmar que la construcción de la realidad a la que hemos llegado como resultado del hipotético y cuestionable triunfo liberal, en modo alguno resulta ser adecuada para la revelación de la persona humana. Pues para Zambrano, la persona humana es una realidad radical e irreductible a cualquier presupuesto absoluto bajo el cual se le quiera someter.

Frente a esta realidad, siguiendo a Zambrano, la política se debe definir y decidir si es mejor continuar reproduciéndola adoptando el cómodo refugio del conformismo, o si debe abrir otros horizontes de expectativa o escenarios de esperanza, justo para señalar por dónde se debe viajar en el intento de dar de nueva cuenta a la política algún sentido radicalmente diferente al actual en este cada vez más dilatado tiempo presente. Lo que la historia le impone así a la política es que no renuncie a su propia vocación de descubrir un orden social adecuado para que el "individuo en la plenitud de su ser persona sea finalidad de la historia" (Zambrano, 1992: 103).

Si los tiempos de crisis son a su vez los de una manifestación patológica que al abrir de par en par las amplias puertas del nihilismo, exhibe múltiples incongruencias, contradicciones y paradojas del racionalismo, en particular del racionalismo moderno que identifica a Rene Descartes como su padre putativo; tales tiempos llegan a ser, incuestionablemente, adecuados para convertir el conformismo en modo privilegiado de la vida social. Pero si el conformismo es actitud generalizada de la política, es decir, referente inocultable de la ataraxia moderna o conclusión racional sobre la ineficacia de la acción política, es justificable entonces hablar de la muerte de la política. Será esto, pues, lo que hoy se espera de la política: su conversión radical de un conformismo generalizado el cual es ampliamente identificable con un nuevo tipo de absoluto que no deja de hablar de su inevitable muerte. De ahí que resulte imposible esperar algo de ella bajo estos tiempos de dilatado presente. Cabe recordar, en la inquietud de recuperar un poco el indomesticable optimismo que es consustancial a la política, que para María Zambrano la política es en esencia poesía. Esto es, acto creador y, por lo mismo, generador de múltiples acciones comunicantes que en general tienden a ser identificadas con la indomable vocación anticonformista de los hombres. De este modo, lo definitivamente distintivo de la acción política en la modernidad es que, al tener como basamento dicho anticonformismo, genera una serie de procesos dinámicos; mismos que en general llegan a ser comprendidos como resultado de una muy compleja tensión de fuerzas sociales en la que cada una de todas ellas son a su vez producto y resultado de una misma preocupación central: la misma que define al hombre como una infinita tarea a realizar. Dicho anticonformismo no permite que se ahogue en la historia el grito de rebeldía que define al hombre. La política es así, para Zambrano, esencialmente anticonformismo. En tal sentido y sólo en tal sentido, la política es futuro, teleología. Horizonte de expectativa de la acción poética (Ortega Muñoz, 1994: 198–ss).

El hombre es así para Zambrano un ser inacabado; más aún cuando éste no ha adquirido rango o status de persona que, siguiendo lo que ella afirma, es en esencia lo propio a todos nosotros. El conformismo es, de este modo, el problema de una realidad que en su relativismo al asumir como propio a ella el regocijo de un nuevo absoluto, no quiere ver más allá de este actual momento presente al que desea eternizar. Al ser esto así, lo que provoca el conformismo es la ausencia de un diálogo generoso y profundo con la realidad pero sobre todo con la historia. Y por definición, la política es justamente el permanente diálogo abierto que sostenemos con la historia. El conformismo sería, de esta manera, incuestionable manifestación de una crisis que habla por sí misma de un olvido o pérdida de la memoria. De la imposible e impensable ausencia de nuestro inconsciente histórico. Lo que quiere todo conformismo es detener la historia; borrando en nosotros las imágenes y símbolos que configuran nuestro subconsciente colectivo como pueblo y como civilización.

El contexto bajo el cual se desarrolló el pensamiento político de María Zambrano fue, incuestionablemente, el de una crisis envolvente y generalizada que condujo al liberalismo a ser parte de un determinado conformismo. La reflexión de Zambrano sobre el liberalismo de tiempo, de un liberalismo atormentado es, se quiera o no, la de una acusación a una filosofía política que se mostró incapaz de renovarse. Pero, en esos días como en los nuestros, el liberalismo está en condiciones y sobre todo en la disposición de renovarse a través de la negación del principio en que se fundamenta toda su arquitectura ideológico–política. Tiene, pues, el liberalismo una clara y abierta disposición a renunciar de una vez por todas al individualismo que propone y promueve como la piedra de toque de toda su amplia y reconocida filosofía económico–social. Es para el liberalismo realmente existente y hegemónico como a ese liberalismo duro, decimonónico, que Zambrano enfrentó; el liberalismo que ve a la persona humana como parte de una retórica pero nunca como una meta histórica a realizar. Del mismo que ve a la persona humana como algo fundamental pero que no logra establecer algún campo de distinción sustantiva entre lo que sería el individuo y la persona humana. De un liberalismo para el cual el problema de la persona humana es un asunto esencialmente metafísico o metahistórico del que es preferible no hablar.

Es claro que, si para el liberalismo los conceptos de individualismo y persona humana son, hasta cierto punto, conceptos intercambiables, la política no adquiere ningún valor o importancia en la medida en que se niega y se le niega como fundamento y posibilidad de la existencia de la sociedad. Aclarando esto, lo que se quiere decir es que en sí lo que se niega es la posibilidad de la política. En especial a su vocación como fuerza determinante en la condición y transformación del hombre en persona humana. Pero si la historia es definida como un largo proceso de liberación en la que la imagen que ofrece Zambrano de ella, no deja de ser una gran paradoja; esta imagen es la del hombre–mendigo, es decir, la de un ser que se muestra incapaz de superar el "círculo infernal de la necesidad" (Ortega Muñoz, 1994: 85).

La cuestión que debe resolver la política y la historia es esa imagen del hombre, que es hoy más violenta que nunca en la medida en que el capitalismo, al ser el resultado de un complejo y largo proceso histórico en el cual el liberalismo lo quiere ver como el reino insuperable del individualismo, nos impone no únicamente un incuestionable imperio simbólico en el que todos los significantes se revelan como algo ya dado; sino un sistema que al reproducir la imagen del hombre–mendigo, la eleva hoy a dimensiones planetarias. El infernal círculo de la necesidad no es ya el histórico sometimiento en el que vivía el hombre bajo la tiranía de la escasez. Ahora existe una nueva condición histórica en el que las nuevas relaciones sociales hablan de una paradoja; misma que ha sido estudiada desde diferentes análisis filosóficos en los dos últimos siglos. Lo que hoy tenemos es un sistema de reproducción material que en vez de proponer e intensificar un modo de sociabilidad que permita la realización de la persona humana, termina por aislar a los hombres en el regocijo de su irrefrenable individualismo consumista. No es por tanto casual que dado tal sistema de necesidades, el individuo termine por sentirse devorado justo por el medio que creía que era su liberación, esto es, la superación de ese infernal círculo del que hablamos. Lo que María Zambrano critica del liberalismo es que no ha podido negarse como parte de un proceso histórico que ha seguido hasta hoy la alienación del ser humano.8 Este proceso, al alejarnos de nuestro ser, provoca que todos padezcamos la historia. Pero también, al igual que en la vieja aporía platónica, que despertemos en el reconocimiento de la libertad.

Si para el liberalismo, individuo y persona resultan ser horizontes irreductibles, la naturaleza de la política se determina, entonces, en este contexto liberal, como una acción y una especulación histórica de la que sólo cabe esperar fracasos y derrotas. Pues es evidente que bajo dicho contexto no existe la mínima posibilidad para el reconocimiento de la persona humana. La persona humana es así hoy un proyecto o, mejor aún, parte de un proyecto para un nuevo tipo de sociabilidad, es decir, de una realidad política que tiene por referente central a la persona humana. Estrictamente hablando, interpretando aquí a Zambrano, hasta nuestros días no ha existido lo que ella considera que sería esa sociedad ideal para la realización de la persona humana. Si esto es así, diremos que no existe, entonces, en este largo tren plurisecular de la historia, referentes concretos, históricos, de lo que es, de acuerdo con ella, la persona humana. La tarea y el reto que hereda Zambrano a las futuras generaciones es, desde mi punto de vista, realizar la empresa de definir, especialmente para nuestro tiempo y a partir de esta filosofía política, qué entendemos por persona humana.

Ahora bien, la definición que María Zambrano ofrece de democracia como aquella sociedad en la "cual no sólo sea permitido sino exigido ser persona" (Ortega Muñoz, 1994: 205), es lo que permite decir que dicha sociedad actualmente no forma parte del presente. La democracia es así en nuestros imaginarios políticos y en el de Zambrano, un futuro no actualizado que implica, como ya se ha dicho, comprender la historia como un proceso civilizatorio o proceso de humanización evolutiva, irreversible e irrefrenable que, al igual que el marxismo, ese futuro no actualizado supone también la eliminación de las clases sociales y, en primer término, la renuncia a la economía liberal. Pero Zambrano no fue marxista; fue alguien que, como muchos otros, pensó la política como vía de solución para los problemas de su tiempo. Vía de solución en la que si bien la política es asumida como un método radical, ella entiende que por su propia naturaleza el liberalismo no es parte ya de dicho método. Para ella, entonces, el liberalismo se vuelve parte del problema y no de la solución. Es tal vez esto lo que explica el distanciamiento crítico que hizo al liberalismo. Y lo que explica también porqué no se adhirió a él. Este rechazo al liberalismo como también al marxismo soviético, dicen mucho sobre un pensar libre que, en primera instancia, cuestiona el racionalismo occidental en sus más representativas expresiones, como lo han sido justamente el liberalismo y el marxismo. Es decir, de lo que han sido estos dos hermanos rivales de la historia que ha generado, de acuerdo con ella, el laboratorio histórico del racionalismo moderno.

Lo que en el fondo cuestiona Zambrano de estas dos grandes filosofías políticas de la modernidad es su pretensión de convertirse en formas insuperables e insalvables del absoluto. Pero esta hermandad consumada en múltiples ocasiones como un verdadero fraticidio, más allá de responder o no a modos concretos del absoluto en los términos como lo entiende Zambrano —y en la medida en que de acuerdo con ella su grave error fue la incapacidad histórica que han mostrado para expresarse como la ausencia de una fe en la vida y como modos de acción política en la que dimensionaron quizá como nunca la parte sacrifical de la historia—, queda la enorme cuestión de si tales filosofías han periclitado ya.

La respuesta a esta pregunta debe ser la siguiente: en modo alguno es posible afirmar que el liberalismo o el socialismo sean filosofías políticas que ya no tienen nada que ofrecer al mundo, pues en cierta medida continúan siendo parte de un intenso debate que no ha concluido. Sin embargo conviene centrar un poco los términos de este debate partiendo de lo que Zambrano nunca dejó de reconocer, esto es, la lucha de clases como una realidad frente a la cual el liberalismo define su propio drama al no saber qué hacer con la cuestión social que implica esta realidad. Por otro lado, queda la cuestión de si la relación entre democracia y cultura se determina como parte de un conflicto de carácter irresoluble o como un juego de complementariedades a través del cual se establecen las condiciones básicas y necesarias para un tipo de sociedad más adecuada para el desarrollo y realización de la persona humana. Recordemos, pues, que para Zambrano esta relación no puede ser jamás considerada como una antinomia histórica. Sino el basamento de toda una nueva concepción de la política en la que si bien se parte tal vez de la idea de que hay que "salvarlo todo", conviene empezar por reconocer que en política no todo debe ser necesariamente pensado en términos de conflictos irresolubles. El inconfundible error del liberalismo fue definir la relación individuo–sociedad como parte de un conflicto de carácter irresoluble. La superación de un conflicto de tales proporciones es lo que seguramente ha conducido a proponer soluciones en diferente sentido, pero en general no han evitado tejer determinadas formas de sociabilidad en las que el espectro del absoluto aparece acompañado, irremediablemente, de nuevas expresiones de historia sacrifical.

 

BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS

1 Jesús Moreno Sanz, en el estudio introductorio que hace a la importante reflexión de María Zambrano sobre el liberalismo, afirma que: "En el propósito de Zambrano de rescatar la esperanza de la fatalidad —es decir, rescatar de la oscuridad trágica su elemento más radical, el que precisamente hace que las situaciones humanas sean trágicas, que no es otro que el propio anhelo y sus figuras de esperanza— ocupa un lugar decisivo, desde este mismo Horizonte liberal, la concepción que va prefigurando de pueblo y masa" (Zambrano, 1996: 67).

2 Zambrano (1996: 176). "[...] la modernidad y el liberalismo, aparecen ya como el final de la misma historia del racionalismo occidental, como el último horizonte ya cegado" (Zambrano, 1996: 178).

3 Sin duda alguna, el concepto de generación en María Zambrano es también un concepto cargado de múltiples tintes dramáticos. Particularmente por el sesgo envolvente que nos ubica y sella como parte de una generación que solamente es comprendida en términos de su propio contexto.

4 "En ese caminar, como un espejo, el hombre descubre su propio rostro" (Ortega Muñoz, 1999: 284).

5 Sin pretender exponer aquí una lectura superficial y negativa como errática sobre la filosofía política de María Zambrano, se entiende por absolutismo un concepto negativo cuyo referente no es otro más que el concepto de enajenación que encontramos en el joven Marx. En Zambrano el absolutismo será, de este modo e invariablemente, un concepto negativo que referido a la política se determina como la fuente de las condiciones enajenantes o alienantes que produce, en particular, la acción política.

6 "El error de todos los absolutismos ha sido querer detener el tiempo y aun querer retenerlo" (Zambrano, 1992: 91).

7 Zambrano no ignora que los periodos de esperanza aparecen también ligados a la muerte. Por ello dice lo siguiente: "Es cierto, igualmente, que estos decenios a que nos referimos han existido períodos de esperanza y aun diríamos de plenitud de la esperanza, mas en modo trágico: ligada a la muerte" (Zambrano, 1992: 29).

8 Para Zambrano alienación es alejamiento de nuestro ser.

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