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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.2 no.3 Ciudad de México dic. 2005

 

Artículos

 

Tiempo y política: acerca de los cambios sociales y los regímenes políticos

 

Time and Politics: On Social Change and Political Regimes

 

Edgar Sandoval*

 

* Profesor–investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Correo electrónico: sed_08@yahoo.com.mx.

 

Fecha de recepción:20/04/2005
Fecha de aceptación: 08/06/2005

 

Resumen

El trabajo presenta una serie de reflexiones desde el ámbito del tiempo, en especial de la duración, en torno al problema del cambio social y la movilidad de los regímenes políticos. La hipótesis es muy sencilla: los cambios sociales no están dados por los regímenes políticos, sino por la memoria de los pueblos. Por tal razón, los regímenes políticos tienen como preocupación conservar la memoria o, en algunos casos, reconstruirla, para los intereses de dichos regímenes. Es así como la idea de pasado, presente y futuro está en una relación estrecha con la política.

Palabras clave: Tiempo, duración, cambio social, régimen político, memoria, política.

 

Abstract

This article discusses some considerations about time and its implication in social change and mobility of political regimes. The hypothesis is that social changes don't come from governments, but from the memory of people. Therefore, governments concern about preserve memory or, in some cases, reconstruct it according to their own interests. Thus, the idea of past, present, and future has a close relationship with politics.

Key words: Time, duration, social change, political regime, political memory.

 

INTRODUCCIÓN

El tiempo, que borra o deja huella sobre una determinada acción colectiva, es fundamental para la vida política de una sociedad. Olvido y memoria son, en este sentido, dos elementos con los cuales la política —entendida como la capacidad de organizar, no el consenso o la armonía, sino el disenso y el conflicto— se enfrenta. El tiempo es el elemento que nos indica el grado de disenso y de conflicto de una sociedad determinada y su posible acrecimiento o su disolución. La relación entre tiempo y política es importante porque permite comprender las dinámicas de los regímenes políticos.

Así, el tiempo se inscribe en los debates políticos, los regímenes totalitarios y democráticos, para conseguir legitimidad, pues se enfrentan al problema del recuerdo o del olvido de sus disidentes. Para un régimen político es crucial construir la historia, construir tiempos sociales a partir de la invención de una única memoria, de un único relato acerca de su pasado. De esta manera, la relación entre tiempo y política se hace patente cuando concebimos el tema de la acción como primordial para la vida política. Quizá allí encontremos una de las causas por las cuales es importante reflexionar sobre esta relación.

El propósito de este artículo es tratar de dilucidar algunos problemas que se presentan cuando preguntamos acerca de las dinámicas de los cambios sociales y de los regímenes políticos en particular, así como plantear una serie de preguntas que se desprenden de esta relación y dejarlas abiertas para futuros trabajos. En primer lugar la pregunta eje de este artículo se refiere al régimen del cambio social. ¿Qué es lo que hace posible el cambio social: la estructura o el acontecimiento? En este sentido, las siguientes preguntas tal vez iluminen esta primera interrogante: ¿Qué es el pasado? ¿Cómo nos afecta el pasado? ¿Cuándo se olvida un acontecimiento? ¿Desde qué parámetros se recuerda un acontecimiento? ¿Cómo se forja la memoria de una comunidad y su posterior duración? ¿Cómo repercutirá el pasado para las acciones posteriores? ¿Cómo cambian los eventos con el transcurrir del tiempo? ¿Se puede encontrar el pasado en un lugar determinado? ¿El pasado es una fecha precisa? ¿De qué manera la política hace funcionar las distintas memorias y olvidos? ¿Cómo pueden ser recuperados los hechos y los eventos, si éstos son finitos? ¿Podemos hablar de hechos o tan sólo de interpretaciones? ¿En qué medida las interpretaciones de las acciones son más importantes que las acciones mismas?

 

ACONTECIMIENTO VERSUS ESTRUCTURA

 

Como decimos de ciertas carreras, la historia
puede conducirnos a cualquier parte, siempre
que uno se salga de ella.
LÉVI–STRAUSS

 

El tema de la estructura versus acontecimiento es quizá uno de los mayores problemas al tratar de explicar y comprender los cambios sociales y las dinámicas de los regímenes políticos, lo es en buena medida porque estructura y acontecimiento son conceptos sumamente polémicos. Con el primero, la estructura, se pretende explicar, a través de las lentitudes del tiempo, los cambios sociales; con el segundo, el acontecimiento, se pretende ver el cambio social como producto de un accidente. Estos conceptos, estructura y acontecimiento, han estado presentes en diferentes debates, en especial en dos polémicas: Sartre–Lévi–Strauss y Braudel–Lévi–Strauss.1 Tratar de exponer estas dos polémicas rebasa el objeto de este artículo, sin embargo es importante tenerlas en cuenta para saber que se han presentado los términos casi siempre en forma difusa. Tanto Sartre como Braudel reprochaban a Lévi–Strauss su incapacidad para manejar el concepto de Historia, a tal punto que le atribuían una gran ignorancia sobre el tema. Pero tanto Sartre como Braudel dejaron de ser un punto de partida para iluminar esta polémica. A pesar de que ambos fundaron movimientos intelectuales y encabezaron revistas de suma importancia, no lograron hacer de sus ideas algo que permaneciera en el ámbito filosófico y social para dar respuesta al cambio social. Por el contrario, la noción de acontecimiento ganó cada vez más simpatía entre los círculos intelectuales para explicar y comprender el cambio social.

El tiempo es nuevamente objeto de discusión en las ciencias sociales; y lo es, en buena medida, porque a través de él explicamos las dinámicas de los cambios sociales. Reconocemos al menos dos temporalidades para entender una acción; por un lado, la estructura a la cual se le suele relacionar con la necesidad y; por otro lado, el acontecimiento al que se le ve como un accidente. Así, la importancia del tiempo quizá consiste en hacer posible la comunicabilidad de las experiencias y de las acciones. En efecto, sin el fluir del tiempo tal vez no sería posible comunicar nuestras experiencias, no sería posible la historia. En este sentido, la regularidad permite dar uniformidad a los recuerdos y a los olvidos. Es, entonces, como surge la cuestión sobre la normatividad que el tiempo impone.

A través del tema de la estructura o del acontecimiento se explican y comprenden las dinámicas de los regímenes sociales. Braudel es uno de los primeros en señalar que en los cambios sociales intervienen diferentes temporalidades. Heredero del pensamiento de Marc Bloch y Lucien Febvre, Braudel es uno de los pensadores que revoluciona la manera de pensar el tiempo de la historia. El tiempo para Braudel no es una línea recta, como lo es para la historia tradicional, "el tiempo es más bien el resultado de superposiciones de movimientos":

Cuando digo —comenta Braudel— que hay tres movimientos, se trata naturalmente de un esquema, pero es un esquema útil: de hecho, está el movimiento más lento, que se encuentra en la base, el movimiento más rápido, que está en lo alto, y entre los dos hay una serie de movimientos intermedios. Los acontecimientos de la superficie no tienen todos el mismo peso temporal: algunos desaparecen de un día para otro; otros, al contrario, abren vorágines que permiten mirar en profundidad; son eventos que duran, son eventos largos que no dejan de tener consecuencias. "El tiempo breve es la más caprichosa y la más engañosa de las duraciones". El tiempo breve es el tiempo de nuestra experiencia mundana, y el historiador quiere imponer otro, en el que las pasiones que ocupan nuestra existencia pierden gran parte de su sentido... el hombre siempre necesita otro tiempo más allá de aquél en que vive. (Braudel, 1984: 26)

Con estos movimientos, Braudel critica profundamente la noción de acontecimiento de la cual la historia tradicional se valió durante mucho tiempo para explicar los cambios sociales. Braudel, junto con otros historiadores reunidos en torno a los Annales, considera que los cambios sociales se comprenden desde lo que él llamó "tiempo largo", es decir, para estos historiadores una fecha o un suceso no explica la dinámica de los cambios sociales, sólo evidencia una conducta y una acción que se originó en otra parte. Para los Annales, el presente tiene el peso del pasado; los problemas del presente no son algo espontáneo, obedecen a procesos de larga duración. Los historiadores que defendían, y aun defienden el acontecimiento, pretenden ver al presente como una suerte de entidad independiente del pasado y del futuro. Porvenir y recuerdo pierden sentido porque el presente se erige como el único tiempo posible por ser el tiempo en el que ocurre la acción.

Las acciones, por otra parte, tienen ellas mismas una duración, la cual tendrá repercusiones en el sentido de éstas; la duración estriba en su narración, la narración en sus omisiones determina el tiempo de una acción. No sólo se trata, entonces, de comprender las dinámicas de los cambios sociales, siguiendo estas tres temporalidades. Además es importante ver como estas temporalidades nos afectan en la medida en que nuestra condición es la de habitar un mundo con historia. Quizá un mundo con historia es un mundo hecho de multitud de tiempos, construido a través de un conjunto de prácticas y de una multiplicidad de discursos.

La memoria y el olvido son, en este sentido, fundamentales para entender las dinámicas de los regímenes sociales. En un mundo así se puede introducir la contingencia en la forma de acontecimiento que pretende olvidar al pasado y erigir el presente como autónomo con respecto a éste. Uno de los problemas que podemos desprender son los tiempos históricos, en la medida en que pretendemos ver en uno de ellos el origen de la variabilidad; tiempos históricos que nos permiten explicar y comprender las acciones.

En "La larga duración" Braudel afirma que "La historia se nos presenta, al igual que la vida misma, como un espectáculo fugaz, móvil, formada por la trama de problemas intrincadamente mezclados y que pueda revestir, sucesivamente, multitud de aspectos diversos y contradictorios" (Braudel, 1984: 29). En este sentido, la distinción entre diversos tiempos, entre diversas duraciones o movimientos, permite pensar la posibilidad de buscar vías alternas que no sean la simple crónica, la cual se ha vuelto de una importancia fundamental para las sociedades actuales, e instalarnos en otros conocimientos de larga duración. El acontecimiento no agota el sentido de la acción y su veracidad:

[...] expresémoslo más claramente —reitera Braudel— que con el término de episódico: el tiempo corto, a medida de los individuos, de la vida cotidiana, de nuestras ilusiones, de nuestras rápidas tomas de conciencia; el tiempo por excelencia del cronista, del periodista... El descubrimiento masivo del documento ha hecho creer al historiador que en la autenticidad documental estaba contenida toda la verdad. (Braudel, 1984: 66)

La crónica no puede dar cuenta de la multiplicidad de tiempos, de la diversidad de experiencias y vivencias, del cúmulo de estratos y relieves. La crónica no puede dar cuenta de ello porque se agota en el tiempo presente, lo cual no puede ser de otra manera. Pero al instalarse en el presente, olvida el pasado y, por tanto, el futuro. Para Braudel:

[...] no existe un tiempo social de una sola y simple colada, sino un tiempo social susceptible de mil velocidades, de mil lentitudes, tiempo que no tiene prácticamente nada que ver con el tiempo periodístico de la crónica y de la historia tradicional. Creo, por tanto, en la realidad de una historia particularmente lenta de las civilizaciones [...] (Braudel, 1984: 60)

La acción, desde esta perspectiva, no se agota en el acontecimiento, pues el acontecimiento sólo hace evidente los procesos que pertenecen al orden de la estructura; la acción es, entonces, también parte de una estructura que va a estar presente en su finalidad, es decir la acción buscará una finalidad que estará dada precisamente por la estructura. La estructura para Braudel "es indudablemente un ensamblaje, una arquitectura; pero más aún, una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y transportar" (Braudel, 1984: 33). Quizá, en este sentido, podemos hacer patente que las acciones sociales están inscritas en una lógica de finalidad fincada por la estructura que se presenta con el rostro de la memoria pero, como lo señala Braudel, de una memoria que sobrepasa el régimen del acontecimiento y más bien se instala en el régimen de la memoria en términos de larga duración.

De esta manera, la crónica o el documento no tendrá mucho valor o no deberá tener el valor supremo que algunos teóricos le han dado por mucho tiempo. Así, el documento, que captura el acontecimiento, lejos de ser un testimonio se vuelve un mecanismo de poder. Esta característica del documento suscita una serie de interrogantes sobre la memoria.

La memoria no sólo debe considerarse como un registro a través del documento, sino también como una forma de conservar ciertas conductas, como la manera en que se hace evidente la regularidad —tan importante para comprender los cambios sociales—, la cual podemos encontrar en una historia de larga duración, en una historia basada no en los acontecimientos sino en las estructuras.

Quizá lo que debamos apostar es hacia una teoría de las transformaciones de la memoria, del cambio de ésta; apostar por una interrogación sobre las condiciones que hacen posible las dinámicas de la pareja memoria/olvido.

El tiempo, por tanto, no es un acontecimiento, pero tampoco es una estructura, quizá el tiempo es lo que permite ubicarnos en un aquí y ahora con la certeza de que ese aquí y ahora tiene una duración. ¿Cuánto dura una acción? ¿Qué es lo actual? Al respecto, Raymundo Mier señala:

La pregunta sobre la experiencia de la plenitud del tiempo presente y sobre el sentido de la evocación, culmina en una ficción, en una palabra conjetural, que revela la fragilidad de los criterios de verdad, en cuya persistencia funda la aparente evidencia del porvenir [...] La pregunta por la duración es la pregunta también por las condiciones de una identidad del tiempo colectivo y de su racionalidad particular [...] vivimos en la inminencia de los confines de una racionalidad, es decir en la inminencia del fin de la actualidad, la inminencia del crepúsculo del acontecimiento. (Mier, 2000)

A pesar de que las acciones mantienen cierta regularidad, cambian sus ritmos, sus duraciones; se nos presentan unas veces como contemporáneas y legibles, y otras veces como lejanas e ilegibles. Aquí se hace patente la intervención de varias temporalidades en las dinámicas de los cambios sociales, dinámicas que enfrentaremos en un primer momento con cierta regularidad que haga de ellas un proceso y no una irrupción. El accidente o acontecimiento con el cual pretenden muchos historiadores y filósofos tomar de sorpresa a la estructura, se desvanece cuando insertamos el acontecimiento en la estructura, además el acontecimiento hace patente la idea de estructura, al querer reconstruir los eventos evoca la estructura del lenguaje.

A partir del relato se funda cierta regularidad de la memoria, tal vez hay historia porque existe la capacidad de narrar, pues el relato hace patente el recuerdo y curiosamente, a través de sus omisiones, el olvido. Relato, memoria y tiempo se convierten en un problema para regular la información en los regímenes políticos, los cuales pretenden construir historia para legitimar su poder, es decir la historia en estos casos sirve para demostrar un poder obtenido, no por guerra o violencia, sino por consenso, armonía o necesidad.

Sin embargo nada más lejano que un poder obtenido por consenso y presentado como parte de una necesidad histórica; por el contrario, el poder obedece, la mayoría de las veces, a lucha y violencia disfrazadas como necesidad y consenso. El poder entonces será del universo de lo temporal, de aquello que puede dejar huella o de aquello que puede ser omitido, es aquí donde surge la interrogación sobre el poder con respecto al tiempo y al relato. En el siguiente apartado trataremos de ver hasta que punto la pareja memoria/olvido rige los cambios y logra legitimar a un régimen político.

 

MEMORIA/OLVIDO. LAS CARAS DE LOS REGÍMENES POLÍTICOS

Tal vez una de las características de los regímenes políticos sea su capacidad de mantener cierta identidad colectiva entre sus miembros, generar una identidad a través de perpetuar una memoria o de provocar un olvido. Los cambios sociales no sólo evocan diferentes temporalidades, sino también evocan una cierta dinámica de la pareja memoria/olvido. Sin embargo, la identidad producto, entre otras cosas, de la pareja memoria/olvido hace patente una serie de problemas. La identidad es una de las cosas que nos hace ser responsables, ser conscientes, ser parte de un grupo y compartir hábitos y tiempos sociales; pero también la identidad es consecuencia de los olvidos; de manera extraña la identidad evoca memoria y simultáneamente olvido.

Por medio de la memoria nos reconocemos como unidad, nos identificamos o nos alejamos; también reconocemos nuestra alteridad. La memoria hace posible la conciencia, trae las acciones pasadas al presente y por momentos las impone bajo diferentes formas, pero tener memoria no sólo significa recordar lo que aconteció en nosotros, significa también tener presente la memoria histórica, esos hechos que no pertenecen al orden de la individualidad, sino al orden de la colectividad.

En este sentido, partimos de definir la política como la posibilidad de encauzar la memoria o el olvido para determinados fines; la política tiene que crear memoria y olvido, crear justicia con respecto al pasado y establecer una moral con respecto al porvenir; además la política administrará los actos que ocurrieron hace mucho tiempo y que no se lograron registrar. El trabajo de la política es administrar el pasado en función, no del presente, sino del futuro. No olvidar quienes somos es fundamental en el poder cuando se quiere perpetuar un régimen; olvidar quienes somos es igualmente fundamental cuando se quiere instaurar un régimen distinto; el problema es eminentemente político. En palabras de Arendt:

La acción que tiene un significado para el hombre vivo sólo es válida para el muerto; su cumplimiento, sólo para las mentes que la han heredado y la cuestionan [...] Lo fundamental es que se les escapaba el "cumplimiento", que sin duda todo hecho acontecido debe tener en la mente de quienes han de contarlo a la historia para trasladar su significación; y sin esta conciencia del cumplimiento después de la acción, sin la articulación operada por el recuerdo, sencillamente ya no había relato que se pudiera transmitir. (Arendt, 1996: 12)

El relato del pasado, entonces, tendrá que ser políticamente útil para construir identidad; tendrá que alojarse en el universo de la creencia, pues creer en lo que somos es crucial para el funcionamiento de una sociedad. El interés de la política es fundar una memoria, una creencia, una acción, una interpretación con base, entre otras cosas, en la eliminación de algunos recuerdos o en la exclusión de otros; podemos decir que la política nace no a partir de la convivencia entre los hombres, sino a partir de la herencia de éstos.

La característica de la convivencia parece obvia y se refuerza cuando evocamos la noción de identidad. Sin embargo esta característica desprende una interrogante: ¿Qué significa que los hombres vivan juntos? Esta pregunta desprende varias posibles respuestas y problemas, la que aquí interesa es el sentido de historicidad de la convivencia, vivir juntos significa que somos sociales; que tenemos un pasado, un presente y un futuro por construir en común. Lo más importante, significa que tenemos un compromiso con los que todavía no están presentes, pero estarán; en suma, significa una obligación y una interrogante sobre lo que heredamos.

Quizá cuando se construye una identidad se impone un pasado común y un futuro igualmente común. La identidad, reiteramos, es un problema político, un problema de exclusión, pues evoca cierta temporalidad que se vuelve una suerte de paradoja: requiere regularidad y, curiosamente, también cambio. Regularidad que permite el reconocimiento de lo que se es y cambio que permita llegar a ser. En este sentido, la identidad está atravesada por el tiempo.

Por otro lado, la identidad nacional, que tan persistentemente busca un régimen político, está atravesada por una temporalidad que evoca tanto a la estructura —cuando se quiere conservar una conducta— y al acontecimiento cuando se quiere cambiar un hábito; la estructura que se presenta como un proceso que da continuidad a la acción social y el acontecimiento que se presenta como un accidente que desborda el rumbo de la acción social y hace que ésta interrumpa su finalidad, cuando la tiene; o bien hace patente la fragilidad de los destinos sociales.

En La condición humana, Arendt distinguió tres dimensiones: la vida, la mundanidad y la pluralidad, a las cuales atribuye tres categorías: labor, trabajo y acción, respectivamente. El tema de la acción resulta más importante e interesante que los demás porque evoca, al mismo tiempo, pluralidad y libertad. La acción no sólo se instala en una determinada temporalidad, también da cuenta de sí misma a través del relato, y podemos sostener que la acción necesariamente involucra interpretación pues la acción es finita. Además la acción comparte un espacio público y transforma al mundo en común; sin embargo este espacio compartido, por más que sea una tarea o una actividad, tiene ciertos límites. La unión entre una y otra acción es el recuerdo compartido y el recuerdo se elabora por un lenguaje común; por una información seleccionada de acuerdo con interpretaciones que le dan un sentido o, mejor dicho, le proporcionan sentido al pasado.

Podemos desprender una doble dimensión de la identidad: una dimensión temporal y otra espacial; la primera involucra, como lo tratamos de ver líneas arriba, la intervención de la memoria y del olvido; la segunda, como lo trataremos de ver a continuación, involucra poder y violencia. El espacio involucra tiempo y memoria, pero la memoria que está presente en el espacio lo está a condición de lucha; involucra, por tanto, tiempos en conflicto. Para Arendt, el lugar o escenario donde se pone en juego estos elementos, es una ciudad y marca el principio de la política. La ciudad establece normas, leyes y suprime la pluralidad; en su lugar homogeneiza, con lo cual hace patente el uso del poder no a través de la fuerza, sino a través del tiempo.

Encontramos tres antinomias en Arendt: "novedad y duración"; "desconstrucción y constitución" y "violencia y poder". Asimismo son tres ciudades el origen de la política, a saber: Troya, Atenas y Roma, esta última es la "ciudad que se ha librado de la violencia". En la primera no hay alianzas o tratados sino la completa destrucción, a lo que da lugar el nacimiento de una nueva ciudad; en cambio en Roma si existen alianzas y se pacta; no hay ni aniquilación de los vencidos, ni de la ciudad. Por tanto, el nacimiento de la política no es la destrucción, sino la construcción con base en alianzas.

De este modo, si Grecia reemplaza a Troya destruyéndola, Roma sustituye a Grecia reedificándola. La obra de Roma no fue ni más ni menos que la creación "de la política... allí donde ésta tenía para los griegos sus límites y acababa". (Esposito, 1999: 58)

[...] Y la misma desconfianza ante una historia "[que da] siempre la impresión de estar a favor de lo más fuerte, es decir, de lo realmente sucedido". Contra todos aquellos, [...] que han sido derrotados y, como consecuencia, borrados. "¿Cómo llorar —repite como un eco Weil— la desaparición de cosas de las que, por decirlo así, nada se sabe? No se sabe nada de ellos, porque han desaparecido... La historia es la sede de un proceso darwiniano más despiadado incluso que el que gobierna la vida animal y vegetal. Los vencidos desaparecen. No son nada". (Weil citada por Esposito, 1999: 97–98)

Si no hay historia, no podemos tener conocimiento de lo que ha pasado, de los crímenes cometidos, de las luchas perdidas injustamente, de los extractos que hay tras eso que está por fuera o es mero relieve, no podemos saber las distintas vías que hicieron posible lo que somos, en suma, no podemos saber bajo qué condiciones se ha construido la ciudad o el espacio en el que nos encontramos. Por tanto, es el poema homérico donde se puede desprender la categoría de la verdad en la historia, donde podemos desprender que la relación entre verdad e historia se convierte en el totalitarismo, en una distorsión de la política, "en un mal".

En este sentido, los regímenes totalitarios pretenden eliminar las incertidumbres al imponer certezas. Tal vez, en los regímenes totalitarios, el poder se hace evidente a través de la imposición de sólo un recuerdo, de una sola historia, de la imposición de certezas. Los regímenes totalitarios, al presentar una historia, suprimen la contingencia; es evidente, en este tipo de regímenes, suprimir con fuerza física el conflicto propio de los hombres por su pluralidad de tiempos.

Así, el sentido de futuro permite construir, planear y diseñar proyectos de convivencia y el pasado es un constante trabajo por hacer, algo que se hace para dar continuidad a la vida que no se impone por la fuerza o por el azar sino, desde esta perspectiva, por la acción y la palabra. Acción y palabra son nombres de la libertad y de la imaginación que los regímenes totalitarios han cancelado. La estructura, por tanto, será una necesidad histórica utilizada, la mayoría de las veces, por los regímenes políticos totalitarios para obtener y establecer certezas. El futuro, en este sentido, es algo por hacerse y no algo que está sujeto a la tiranía del pasado o del presente.

El tiempo, habíamos dicho arriba, es uno de los elementos por los que se asigna una identidad y una alteridad, por lo que se identifica o se extraña, por lo que se privilegia o se excluye, integra y dispersa, se produce el cambio o la permanencia. En estos términos, la política es la manera de organizar el tiempo, la política usa el tiempo para determinados propósitos; unas veces excluye, otras integra; unas veces da identidad a una comunidad, al recordar un pasado común; otras da alteridad, al romper el tiempo en generaciones que no se identifican. Así, hay una pluralidad de expectativas ritmadas por el tiempo; de esta manera existe una aparente continuidad en los procesos políticos.

 

CONCLUSIONES

En los puntos anteriores tratamos de ver cómo existe una relación entre tiempo y política, y cuáles son las consecuencias de dicha relación; ahora trataremos de concluir esta hipótesis y ver una de sus principales características: la finitud de las acciones. No sólo se trata de reflexionar sobre qué es lo que provoca el cambio social: la estructura o el acontecimiento; o saber qué es lo que impulsa el cambio social: la memoria o el olvido; sino de saber hasta qué punto la finitud de las acciones determinan el rumbo de la vida social.

La finitud no sólo significa muerte o clausura, significa además el paso de la acción y la experiencia del lenguaje, del relato y de la narración; la finitud significa también crear un mundo histórico. Esta característica es la que hace dudar del sentido de la acción, pues no solamente hay identidad porque se tiene memoria, sino que aparece la identidad porque hay olvido. Las relaciones con los otros tienen que ver, en gran medida, con las identidades que cada cual se crea bajo un espacio compartido. Asimismo, el significado de las acciones tiene sentido no sólo para nuestros contemporáneos, sino además para el que habita un mundo que está cargado de recuerdos; para el lejano en la medida que pueda ser legible y para el que todavía no está presente. El tiempo se hereda y con ello los recuerdos y los olvidos, la herencia no son objetos o cosas, la herencia alude a un mundo con sentido.

Entonces la muerte surge como destino de toda acción, es a partir de la finitud como tal vez los actos cobran sentido, la finitud determina las consecuencias de una acción individual o colectiva pues curiosamente inaugura y clausura. Tal vez la transformación de los eventos, el carácter finito de las acciones y su posterior interpretación para recuperar dicha acción que, en lo sucesivo se convertirá en narración, es fundamental en los regímenes políticos. Las acciones tienen cierto tiempo de vida, después pasan a ser recuerdo a partir de las interpretaciones marcadas por la memoria o desaparecen debido al olvido; sin embargo las interpretaciones también pertenecerán al orden de lo sucedido, del suceso, así el tiempo constituye factor de discontinuidad, de ruptura y paradójicamente de continuidad y permanencia.

El tiempo y la política no suprimen otros tiempos y otras políticas, más bien privilegian y excluyen, es decir están en constante lucha por el reconocimiento de un tiempo común y de una memoria homogénea. Sin embargo la política no elimina el absurdo, la memoria histórica tiene como pilar el recuerdo de un pasado compartido, este pasado es sólo una versión del pasado. Hay una historia que cuenta ese pasado, pero esa historia no agota el tiempo pasado, por el contrario: existe la disidencia, la cual proclama lecturas distintas; hay historias que son privilegiadas por encima de otras, tal vez lo que hace la política es privilegiar un relato del pasado por encima de otro y a pesar de otros relatos.

El relato, que registra el tiempo, es fundamental para la continuidad de un régimen político; en la medida que la memoria histórica de una comunidad está fuertemente influida por las interpretaciones que se han hecho de un evento particular. Las revoluciones que se dieron entre 1910 y 1920, así como los movimientos estudiantiles y obreros que se dieron en la década de los sesenta, por mencionar dos ejemplos, son dos hechos históricos que tuvieron sus orígenes, sus circunstancias; tuvieron efectos en el tiempo en que ocurrieron, hubo cambios de poder, hubo crímenes atroces, etcétera, sin embargo son históricos, pertenecen al pasado. ¿Cómo rescatarlos? ¿Cómo interpretarlos? ¿En qué medida afectan esos hechos históricos nuestras vidas? ¿En qué medida el tiempo que no sólo es historia sino también es memoria —recuerdo, movimiento, esperanza, promesa, relato, juramento— afecta las relaciones humanas, afecta la política?

Así, algunos grupos están instalados en las dictaduras; otros, en los movimientos estudiantiles; otros más, en la revolución. Ahora bien, a nuestro parecer, lo interesante es que todos estos tiempos confluyen en un determinado momento, se encuentran en un punto diversas memorias, se entienden diferentes tiempos a partir de un tiempo global. No obstante, el problema se complica cuando introducimos el tema de la interpretación de dichos eventos, porque estos diferentes tiempos son también diferentes interpretaciones de un mismo evento. Los que vivieron la experiencia totalitaria, o la revolución, tienen en muchos casos interpretaciones distintas; la memoria histórica, por tanto, desprende una interpretación de un evento. En este sentido, lo que es importante no son sólo las acciones, sino las interpretaciones de éstas, porque las acciones tienen una duración y lo único que perdura es el relato, el cual ha aprisionado al tiempo.

 

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Nota

1 Al respecto véase "Fernand Braudel, historiador, 'Homme de la conjeture' " en Wallerstein (1998).

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