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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.2 no.3 Ciudad de México dic. 2005

 

Artículos

 

Cioran y la ética de la introspección

 

Cioran and the ethics of introspection

 

Luis Ochoa Bilbao*

 

* Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de las Americas. Correo electrónico: luisotxoa@hotmail.com

 

Fecha de recepción: 30/01/2005
Fecha de aceptación:15/06/2005

 

Resumen

El artículo pretende recordar a Cioran, a diez años de su muerte, invitando a los lectores a comprender el estilo de su obra, que se denomina aquí como una ética de la introspección. Dicho estilo, menospreciado por la academia formal, rescata uno de los elementos olvidados en las ciencias sociales contemporáneas, la emotividad del conocimiento, del saber primigenio, que comienza siempre con la reflexión sobre uno mismo.

Palabras clave: Cioran, ética, introspección, aforismos, pesimismo.

 

Abstract

In honor to remember E. M Cioran after ten years of his death, the author invites us to understand his method, denominated as an ethic of introspection. This method, avoid by formal academics, recreates a forgotten element in contemporary social sciences, the joy of knowing something, which is the first kind of knowledge in human history, and always begins with self–examination.

Key words: Cioran, ethics, introspection, aphorisms, pessimism.

 

A diez años de su muerte, ocurrida el 20 de junio de 1995,1 las ideas, argumentos e impresiones de Emile Michel Cioran son tan vigentes como el desconsuelo que provoca observar y reflexionar acerca de la condición humana. Abordó muchos temas, prácticamente todos los que han sido preocupación central de la literatura, la filosofía y las ciencias sociales. Escribió sobre la vida, pero principalmente sobre la muerte y el suicidio; escribió también acerca de Dios y de los dioses, la religión, la civilización, así como sobre el tedio y el hastío que le provocaban las interminables noches en vela, debido al insomnio.

Este artículo busca recordar a Cioran, evaluando una particularidad en el contenido de su trabajo que denomino la ética de la introspección, y extendiendo una invitación para conocer su obra y preservar la memoria de un hombre elusivo y provocador.2

A pesar de rozar los motivos que han inspirado a científicos y filósofos, la obra de Cioran no es resultado de un proyecto académico, al contrario, es el fruto de la mente de un trasnochador, de un parásito ante el vértigo por la productividad del orden capitalista; es la obra de un suicida evasivo, la de un espíritu tan ocioso como la divinidad pero atrapado en el infierno de la conciencia. Es también una obra aparentemente dispersa, que sin embargo conserva rasgos notables de unidad; es profunda y lo suficientemente irreverente como para ser tomada a la ligera.

En México, los libros de Cioran parecen venderse bien. Se escribe poco acerca de él, aunque eso no significa que haya pasado desapercibido. El conocimiento de su obra, primero en España, se lo debemos a Fernando Savater y en México a Octavio Paz y Esther Seligson. Encontramos también algunas citas en Fernando Escalante o Luis Alberto Ayala. Tendremos que hacer más adelante, una evaluación del lugar que le corresponde a Cioran dentro de la reflexión social de nuestros días, especialmente para el mundo de lengua castellana.3 Por lo pronto podemos afirmar que Cioran forma parte del universo de autores contemporáneos que nutre la imaginación literaria y científica de nuestros filósofos, poetas y sociólogos. Es un moralista al estilo Montaigne, y un nihilista al estilo Nietzsche, sólo que pertenece al fin de los tiempos que se vaticinaba en el Apocalipsis. En Montaigne podemos apreciar cierto optimismo que presagiaba el Siglo de las Luces, en Nietzsche se puede leer el temor y la inquietud que le despertaba aquella civilización europea decimonónica; en Cioran ya todo es derrota y tristeza, y su pesimismo nace en la diaria comprobación de la miseria humana.

 

PERFIL BIOGRÁFICO

Cioran nació en Rumania el 8 de abril de 1911, en el pueblo de Rasinari, en la Transilvania de la monarquía austrohúngara. Su padre, Emilian, fue un miembro prominente de la comunidad ortodoxa de Rasinari y su madre, Elvirei, era originaria de Venetia de Jos (Cioran, 2001: 252). En su obra y sus entrevistas, Cioran reconoce que su infancia fue feliz, corriendo y jugando en lo que él denominó un paraíso, rodeado de la paz sublime que sólo los Cárpatos pueden inspirar. A pesar de una niñez mágica, el mismo Cioran reconoce que, desde entonces, su personalidad estaría marcada por la tristeza y la melancolía: "En efecto —escribió en una carta— soy unzufrieden (depresivo, descontento), pero siempre lo he sido, y éste es un mal del que siempre hemos padecido en nuestra familia, atormentada, ansiosa" (Cioran, 2001: 252).4

Dejará Rasinari en 1921 para estudiar en Sibiu, un lugar que también recordará con cariño. Durante el bachillerato dedica muchas horas a la lectura y en 1928 se matricula en la facultad de literatura y filosofía de la Universidad de Bucarest. Desde 1932 escribía y colaboraba en varias revistas, lo que anunciaba un oficio con posibilidades de éxito, y en ese mismo año "supera su examen de licenciatura, con los elogios del tribunal, en la especialidad de filosofía, con una tesis sobre el intuicionismo bergsoniano" (Cioran, 2001: 254).

Después de publicar su primera obra, En las cimas de la desesperación, y de ser premiado como un joven valor de la literatura rumana en 1934, obtiene una beca de la Fundación Humboldt para estudiar filosofía en Berlín. Regresará a Rumania en 1936 para salir nuevamente con rumbo definitivo a París un año después, amparado por el Instituto Francés de Bucarest. No se sabe con certeza si se quedó en París durante la guerra o si llegó a viajar hasta Rumania (Cioran, 2001: 254–256). Lo definitivo es que Cioran será nuevamente, y siempre, un apátrida (Diaconú, 1998: 37). Nació rumano bajo el dominio católico del imperio austrohúngaro, que mantuvo una política de magyarización5 a la que el padre de Cioran se opuso. Extranjero nuevamente, París se convertiría en su hogar definitivo, al grado de renunciar a escribir en rumano después de su emblemático libro Breviario de podredumbre. Adoptará el francés en su escritura,6 recorrerá Francia en bicicleta, durmiendo en los albergues juveniles, renovará su beca pero nunca estudiará ni redactará tesis alguna y vivirá de la "caridad pública" frecuentando los comedores estudiantiles.

Su oficio de escritor le permitirá vivir con la frugalidad propia de un monje, dedicado a rescatar sus impresiones en brillantes fragmentos que luego publicará, no sin antes vacilar ante la posibilidad de compartir con los demás ese mundo interior de un hombre sin fe ni profesión. Cuando Branka Bogavac Le Compte le preguntó "para usted ¿qué significa escribir?", Cioran contestó:

Tuve que hacer algo en mi vida, ya que vivía sin una profesión. Es así de sencillo. He intentado no trabajar, he leído y escrito mucho. Todo lo que he escrito, lo he escrito en momentos de depresión. Cuando escribo, es para liberarme de mí mismo, de mis obsesiones. Eso hace que mis libros sean un aspecto de mí, son confesiones más o menos camufladas. Escribir es una forma de vaciarse en sí mismo. Es una liberación. De lo contrario, lo que llevas dentro se convertiría en un complejo. (Cioran, 2001: 218)

Precisamente, su apartamento austero desde el que se veían los tejados del barrio latino, lo consiguió gracias a sus libros, gracias a que publicaba y eso en París, debido al "esnobismo literario", le convertía en una figura sobresaliente, emblemática, alguien a quien se le podía conceder un lugar dónde vivir por una módica cantidad.

Al margen de la academia, Cioran pronto se convirtió en un autor de culto para los jóvenes universitarios de posguerra. Sus libros alcanzaban un éxito tan marginal como el mismo Cioran,7 pero despertaron el interés de españoles, alemanes, argentinos y estadounidenses, que en varias ocasiones lo buscaron para entrevistarlo y charlar con él. Esa figura escurridiza, misteriosa y enigmáticamente depresiva y melancólica, que gustaba de pasear por las callejuelas del barrio latino, observando prostitutas y analizando los recovecos psicológicos del pueblo francés, era percibido como una autoridad del nihilismo, el suicido y la inutilidad, precisamente por no haber sido nunca una autoridad formal.

Sólo un espíritu tan desolado podía concebir títulos desgarradores para sus libros como La tentación de existir, Silogismos de la amargura, Del inconveniente de haber nacido, Ese maldito yo. Si se trataban de una provocación, de una estrategia publicitaria, entonces podríamos decir que Cioran era también un artista de la atracción y la mercadotecnia.

Todos los temas posibles le invitaron a escribir, y seguramente a charlar durantes horas interminables y suculentas, como recuerdan y cuentan quienes lo conocieron. Sin embargo, los que más destacan tienen que ver con el insomnio y la desesperanza de ver, con la "suerte" del iluminado, del Buda, la franca descomposición de las esperanzas racionales que los europeos depositaron en la humanidad. También destacan temas como la historia, Dios, y los dioses, los santos y la melancolía con todos sus motivos e inspiraciones, la literatura, la filosofía y la música.

Generalmente se le ubica como miembro fundamental de la constelación de creadores rumanos que marcaron época en Francia:

Una foto reciente muestra a Cioran, Mircea Eliade y Eugéne Ionesco en un bulevar parisino. Sólo falta Paul Celan [...] para completar la nómina de creadores rumanos que han ejercido, desde París y desde la lengua francesa, la más profunda influencia en lo mejor de la cultura occidental contemporánea. De todos ellos, quizá haya sido Cioran el que ha alcanzado más tarde el reconocimiento de la radical conmoción que su obra aporta a nuestro equipaje intelectual; me refiero, naturalmente, al reconocimiento más extenso y público [...]. (Savater, 1988: III)

Ese reconocimiento todavía dista de ser amplio. A pesar de que figuras como "Saint–John Perse, Gabriel Marcel, Henri Michaux, Samuel Beckett, Roger Caillois, Octavio Paz, Susan Sontag" (Savater, 1988: III) hayan reconocido el valor de sus aportaciones, más emotivas e intuitivas que teóricas, Cioran continúa motivando epígrafes, algunas citas y notas al pie de página, pero todavía pocos estudios dedicados a su obra.8

Lo que suele destacarse de manera más insistente es la dificultad de encasillar a Cioran en uno u otro estilo teórico e ideológico: "Se ha dicho de E. M. Cioran que es un escéptico, un nihilista o tal vez existencialista, que no es un filósofo de escuela, que su obra no admite comparación aceptable alguna y que resulta muy difícil calificarla por referencias" (Cotofleac, s/f: 1). Sin embargo se pueden encontrar coincidencias y similitudes, si de veras se quieren buscar, en muchos autores, y lo mismo ocurre con Cioran. El camino para trazar ciertas líneas de familiaridad pueden ser las referencias. Cioran cita a los místicos españoles (san Juan de la Cruz y santa Teresa), a los novelistas y cuentistas rusos, dialoga con la obra de María Zambrano y Paul Valéry y presume su amistad con Samuel Beckett. Entonces se descubre que la estrategia para encasillarle resulta inútil. Tales referencias heterogéneas sólo nos permiten concebir a Cioran como un escritor ecléctico, algo que quizá debamos agradecerle.

La vida de Cioran estuvo marcada por la contradicción y la ironía. Cioran no creía en las instituciones, de eso no cabe la menor duda, pero su vida íntima estuvo marcada por la compañía siempre fiel de Simone Boué, compañía más consistente y solidaria que muchos matrimonios formales. Su muerte también fue irónica, sobre todo por el debate que despertara entre los espíritus mundanos. Cioran murió el 20 de junio de 1995 y lo enterraron el 23; sin embargo antes se había desatado un pleito entre los dos popes de París por decidir quién oficiaría la ceremonia fúnebre según el rito religioso ortodoxo, de una celebridad rumana en Francia, pero que en vida había dicho y escrito más de una vez que era un hombre sin fe (Seligson, 2003: 97).

 

LA ÉTICA DE LA INTROSPECCIÓN

Cioran escribe para sí mismo, en una especie de catarsis, muy al estilo de las confesiones indirectas de Ernest Becker (Ayala, 1996). Cioran también es capaz de renovar nuestro entusiasmo por el ensayo como ha ocurrido con Canetti, Elias, Alberoni o Baudrillard, y por los fragmentos de genialidad como en Paul Valéry, Samuel Beckett y Gottfried Benn. Representa, junto con estos nombres, la otra cara de la ciencia positivista, de la objetividad y la descripción numérica. En lugar de interpretar fenómenos cuantificables, Cioran expresa sus más profundos temores y emociones cuando toca cualquier tema. Aunque arremetió contra la filosofía, la historia y la política, en realidad denunciaba la inocente fe del ser humano depositada en sí mismo y sus obras.

El ensayo y los aforismos, los estilos de Cioran, han sido menospreciados por la academia formal y escrupulosa, pero rescata uno de los elementos olvidados en las ciencias sociales contemporáneas: la emotividad del conocimiento, del saber primigenio, que comienza siempre con la reflexión sobre uno mismo. Por este motivo me parece necesario explicar lo que considero una aportación importante de Cioran, para el pensamiento social contemporáneo; más que una aportación, quizá se trate de un redescubrimiento: la ética de la introspección.

Cioran asume que escribe por capricho, y en muchas ocasiones, aparentemente, contra lo que él hubiera deseado. Esto se observa, por ejemplo, en el prólogo de su libro En las cimas de la desesperación:9

Escribí este libro en 1933, a los veintidós años, en una ciudad que amaba, Sibiu, en Transilvania. Había acabado mis estudios de filosofía y, para engañar a mis padres y engañarme también a mí mismo, fingí trabajar en una tesis sobre Bergson. Debo confesar que en aquella época la jerga filosófica halagaba mi vanidad y me hacía despreciar a toda persona que utilizara el lenguaje normal. Pero una conmoción interior acabó con ello, echando por tierra todos mis proyectos.
El fenómeno capital, el desastre por excelencia es la vigilia ininterrumpida, esa nada sin tregua. [aquí Cioran se refiere al insomnio]
[...] En semejante estado de espíritu concebí este libro, el cual fue para mí una especie de liberación, de explosión saludable. De no haberlo escrito, hubiera, sin duda, puesto un término a mis noches. (Cioran, 1999: 9–10)

Hay tres elementos fundamentales en este pasaje: 1) Cioran escribe como una estrategia de engaño; 2) también escribe porque no soporta el martirio del insomnio,10 porque se siente exasperado por la impertinente lucidez de una conciencia incisiva y sin descanso; y 3) Cioran escribe en lo que debemos entender como una estrategia de evasión, para escapar del suicido. Los motivos son íntimos, secretos que luego fueron develados y que nos sugieren un diálogo interno que florece, muy a pesar de la amargura de su propio creador.

La ética de la introspección es precisamente ese ejercicio que comienza en uno y que termina con uno mismo, pero cuyo periplo teórico no deja de tocar e impactar a todos aquellos que de alguna forma han entrado en contacto con el recorrido íntimo del autor, reconociendo ciertos valores e impresiones compartidas. La ética es normativa, "pretende determinar qué debe hacerse" (Oppenheim, 1976: 20). Y Cioran predica con el ejemplo, señalando el camino que podrían tomar nuestros pensamientos. Los cuatro elementos que destacan en la ética de la introspección de Cioran son los siguientes.

1. El desencanto pero no la decepción. Se decepciona quien tiene un proyecto, quien confía en el futuro y ambiciona cristalizar sus deseos. La decepción es para los que abrigaron la ilusión de vivir la consumación del mito. Por el contrario, el desencanto es una especie de iluminación, que surge de la mente y no del corazón. Le llamo iluminación al desencanto por ser un proceso de descubrimiento y no el resultado de una mala impresión. Por supuesto esta idea procede del budismo que tanto despertara el interés de Cioran. En el budismo iluminación se refiere a la "caída de la venda que cubría los ojos", es decir a esa comprensión del mundo que ya no guarda secretos y que pierde su misterio. Cioran descubre, por ejemplo, que Dios pertenece al universo de la imaginación, aunque también sabe comprender el porqué: "es obvio que Dios era una solución y que nunca se encontrará otra igualmente satisfactoria" (Cioran, 1998: 106). En este caso, el desencanto es con respecto al mito, y la iluminación permite la comprensión. No cabe la decepción en un espíritu que ya no abriga esperanza alguna.

2. La efectividad de un viaje introspectivo, depende del impacto que se produzca cuando uno se observe como ante un espejo. Introspección es también el sendero que recorre la autocrítica. Cioran escribe sobre el ser humano apartándose de la ilusión renacentista, sin utilizar los anteojos polarizados por la fe en la razón. Le gusta especialmente recalcar su "aspecto ambiguo" (Seligson, 2003: 71), esa intrínseca contradicción de un ente que en vida discurre sobre la existencia, a pesar de la inminencia de la muerte. En otras palabras, la ética de la introspección valora todos los resultados inesperados que desestabilizan las firmes convicciones de los sujetos. Cioran despreciaba a los profetas, por que los consideraba fanáticos seguros de su misión, cuando la verdadera naturaleza humana descansa en la duda (Cioran, 1999: 161). En Cioran, son esos pasajes en los que dialoga consigo mismo, donde descubrimos el sarcasmo con el que aceptaba que su "misión es ver las cosas tal como son. Todo lo contrario de una misión..." (Cioran, 2000b: 85).

3. Soportarse a sí mismo a través de la ironía. Podríamos decir que esta sentencia dibuja con claridad la obra de Cioran. Habrá quienes encuentren rastros de un espíritu existencialista, sin embargo "a los existencialistas no les gusta bromear" (Poniatowska, 2002: 9). Por el contrario, Cioran parece más bien un amargo humorista, extremadamente certero e incisivo, como todo buen humorista: "solo se deberían escribir libros para decir cosas que uno no se atrevería a confiar a nadie" (Cioran, 1998: 31).

4. El ejercicio de escribir, como necesidad vital, como purga. Y el estilo, el aforismo. Para que la ética de la introspección sea contundente, no debe dejarse espacio para que aflore la duda y se planteen preguntas. Al componerse la obra de Cioran de explosiones intuitivas, destellos y sentencias sobre la vida, no es necesario pedir explicaciones. El encanto del aforismo es precisamente decirlo todo, en pocas palabras, y abrirle al mismo tiempo una ventana al lector para la reflexión personal. Por este motivo debemos reconocer la insistencia de Cioran a la hora de escribir aforismos, ya que se prestan a múltiples interpretaciones evadiendo las pretensiones monolíticas de la ciencia formal y de la memoria ordenada. El aforismo estremece al lector y fomenta la reflexión, siempre con un final no previsto; también, abriendo la posibilidad de emprender una nueva lectura cuando la vida —el azar— así lo disponga. Si la ciencia pretende entender el mundo, la tecnología transformarlo y el arte admirarlo, el aforismo parece que sólo busca soportarlo. Si el aforismo es el recurso del verdugo, por ser tajante e intempestivo, el ensayo es el recurso del torturador, por ser sutil, metódico y paciente. En su descarnada visión del mundo y del ser humano, Cioran abordó ambos estilos, considerando que se tratan fórmulas literarias y filosóficas que ofrecen muchos permisos, motivando particularmente el ejercicio introspectivo, la explicación intuitiva y la provocación intelectual.

Al incursionar en la obra de Cioran, debemos pedirle contundencia, no así congruencia. En muchos de sus pasajes podemos apreciar el entusiasmo que el suicidio despertaba en él, y en otros lo que se puede considerar un profundo agradecimiento a la vida. En algunas de sus líneas descubrimos al Cioran escéptico, agnóstico e incluso ateo, mientras que en otras dialoga con Dios y con los dioses como un creyente convencido. De igual forma, rechaza abiertamente la lógica de la academia formal y el protagonismo del filósofo contemporáneo, pero también actúa como un iluminado que comparte su camino y sus ideas y que disfruta de su discreta fama, recibiendo a estudiantes, pensadores y escritores de todas partes, para dialogar con ellos como si se tratara de un sabio anacoreta cuyo paradero hubiera sido descubierto. Cada uno de sus libros nos demuestra que nunca renunció a la vida, a pesar de sentirse tan atraído por la idea del suicidio, ni quiso pasar por ella en el anonimato, a pesar de renunciar a una vida pública o académica.11 Parece discreto, pero es, sin embargo, arrogante en su silencio: "no es humilde aquel que se odia" (Cioran, 1998: 30). En efecto, no hay humildad en las líneas que escribiera ni en su tránsito por el mundo. Con toda la soberbia de hablar por él y escribir para los demás, Cioran se sabía educador.

De alguna forma Cioran podría parecer un pensador lejano para el público mexicano. La melancólica inocencia de un campesino de los Cárpatos y el escepticismo francés de la posguerra, nos resultarían ajenos si no fuéramos fáciles víctimas de contagiarnos precisamente por la inocencia, la melancolía y el escepticismo. Cioran escribió y vivió en el ojo del huracán, en el convulso y refinado Paris que transitó por dos guerras, una vergonzosa ocupación alemana, la independencia de Argelia, las simpatías por el estalinismo y las revueltas del 68. Todos estos episodios de una historia particular, encierran emociones universales, por eso cualquier lector de Cioran podrá encontrar muchos pasajes como para identificarse con este autor difícil de catalogar.

También ocurre que cualquier observador sensato del mundo, capaz de descifrar el presente y presagiar el devenir de los acontecimientos que han "universalizado" los prejuicios occidentales; capaz de reconocer la catástrofe que se abate sobre el hoy y que no se atreve a pregonar un mañana, entendería los motivos de Cioran y su perfil de escritor y anacoreta. El mundo es desolación. Y quien lo comprende en toda su magnitud podrá librarse de tal fatalidad a través de la locura, el suicidio y la creación literaria, musical; artística en cualquier magnitud.

Nietzsche comenzó El origen de la tragedia con la intención de crear un sistema de pensamiento tal y como los ilustrados que él mismo llegó a criticar. Sin embargo pronto perdió ese objetivo y sus libros comenzaron a reflejar el pensamiento de un hombre que escribía porque no tenía más opción. Distinto de Nietzsche, Cioran sí realizó toda una obra sin imaginarla como un proyecto con límites formales.

La intuición, su estado de ánimo y, sobre todo, la derrota de la apatía, fueron esos motores que lo llevaron a plasmar su huella en el tiempo, y evitar que se borrara fácilmente.

Cioran (2000: 71) escribió sobre Paul Valéry que "para un autor resulta una verdadera desgracia ser comprendido" y más adelante agrega que Valéry "cometió la imprudencia de dar demasiadas precisiones sobre sí mismo como de su obra".

En estricto sentido, lo mismo podríamos señalar de Cioran. Escribió en muchas páginas su diario. Todo lo que nos dejó es precisamente un recuento de su vida y de sus emociones. De manera abrupta, fragmentaria quizá, pero más clara de lo que él mismo hubiera imaginado. Insisto, la obra de Cioran no es un proyecto, más bien una explosión intuitiva que adquirió la forma filosófica de la reflexión. Ideas a la manera de juegos pirotécnicos que amenazan con incendiarlo todo. No debemos, por lo tanto, buscar su coherencia sino pedirle provocación. Sabemos de Cioran porque escribió, porque dejó testimonio de su tránsito por la vida. En el fondo, era más cuerdo de lo que él mismo deseaba. Fue capaz de objetivar sus pesadillas y eso lo convierte en un torturador sutil, pero racional al fin.

La invitación de este artículo es encontrarse con él, no tanto por el valor instructivo de su pensamiento, sino por el valor emotivo de su obra. Sus ensayos y aforismos representan el trabajo de un hombre solitario, discreto, depresivo y distante, pero también nos muestra la mente brillante de un observador agudo. Eso le pedimos a nuestros científicos, que observen, y que observen bien para luego estructurar hipótesis y sistemas de comprensión del mundo. En el caso de Cioran, esa capacidad de observar, con detalle y profundidad, sirve más bien para provocar tormentas emocionales.

Desde los dos polos del dogmatismo, la extrema derecha y la extrema izquierda, se le critica a Cioran por ser un autor ajeno a los compromisos del saber. Se le señala como un hombre que arrió banderas muy al principio de su vida. Sus críticos consideran que sus libros, al no proponer algo constructivo que pueda ser aprovechado y traducido en proyectos productivos o emancipadores, no debieran ser tomados en serio. Cuando Savater presentó su tesis doctoral sobre Cioran, le fue negada la defensa pública de su trabajo porque los notables de la filosofía española de entonces (década de los setenta), consideraron que se trataba de una burla que denigraba su profesión dedicarle tiempo a un autor sin método ni proyecto. Todo esto lejos de ser un obstáculo bien podría servir como aliciente para acercarse a la obra de Cioran, si el establishment intelectual censura con tanta rudeza a un autor, casi sin duda merece ser tomado en cuenta por su irreverencia y por provocar tanto resquemor.

Lo que Cioran rescata, muy seguramente sin habérselo propuesto, es la contundencia del sentido común. El saber se ha institucionalizado, sus búsquedas han sido programadas con anterioridad, así como las herramientas y los esquemas en los que está permitido construir saberes, mientras que la emotividad de la "experiencia inicial del pensamiento" se desprecia por ceder a la "veleidad del ánimo y la percepción engañosa" (Escohotado, 1995: 23). Sin embargo esa experiencia del saber, tan amplia como la pudieron imaginar los primeros filósofos griegos, "que expresa tanto la acción interna del pensar y el contenido allí descubierto como el acto más limitado del pensador en su inmediata singularidad" (Escohotado, 1995: 24), está presente a lo largo de la obra de Cioran. No significa que haya renunciado al platonismo, porque aun intentándolo es imposible abandonarlo, pero, al menos, esa ética de la introspección nos permite imaginar la génesis del pensamiento occidental, que no es otra cosa que un diálogo interno. Ese diálogo, para los cristianos es con Dios, para el mundo racional es con la conciencia, para Cioran, es con él mismo y con sus miserias.

Al final de una conversación con François Bondy (Cioran, 2001: 26), cuando se disponía a salir de casa de Cioran y después de charlar sobre su vida, su obra, sus miedos y placeres, Cioran le advierte, le insiste: "No olvide decirles que soy un marginal, un marginal que escribe para hacer despertar. Repítaselo, mis libros pueden hacer despertar".

 

BIBLIOGRAFÍA

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Notas

1 Ochenta y cuatro años le tomó a Cioran (1911–1995) encontrarse con una muerte que siempre le sedujo, pero a la que veía desde la distancia y a la que evadió a través del purgatorio de la escritura. Una dura e irónica muestra de la crueldad de la vida, capaz de inspirar escabrosas sospechas de responder a un plan divino: la muerte le llega demasiado tarde a quien tanto la desea. El único consuelo, si así queremos verlo, es que, a decir de Simone Boué (su compañera), "Cioran perdió completamente la razón hace dos años [1993]" (Seligson, 2003: 97).

2 Como se trata de una invitación y no de una mera descripción de la vida y obra de Cioran, me permití hacer un ejercicio un tanto lúdico y personal, dejándome llevar en algunos momentos por el ímpetu de escribir sobre Cioran. Considero este trabajo como un ensayo más que como una nota crítica.

3 Cioran es conocido en Alemania, gracias a las traducciones de Paul Celan y Verena von der Hieden–Rynsch, y en Estados Unidos gracias Susan Sontag. En Rumania es una celebridad reciente, ahora que sus escritos fueron traducidos al rumano, porque Cioran empezó a escribir en francés en 1944. Hay que advertir que en todos lados parece tratarse de un autor marginal, que apenas comienza a cobrar notoriedad.

4 Comenta Cioran en una entrevista: "En mi infancia yo era violentamente ateo, por no decir algo peor. Cuando recitaban la oración de la comida, me levantaba al instante y abandonaba la mesa" (Cioran, 2001: 13).

5 Este concepto se refiere a la introducción del catolicismo y a la oficialización del húngaro (magyar significa húngaro) como idioma, en un intento del Imperio Austro–húngaro por debilitar el cristianismo ortodoxo de Rumania.

6 "El francés fue como una camisa de fuerza para mí. Escribir en otra lengua es una experiencia asombrosa. Se reflexiona sobre las palabras, sobre la escritura. Cuando escribía en rumano, yo no me daba cuenta de qué escribía, simplemente escribía. Las palabras no eran entonces independientes de mí. En cuanto me puse a escribir en francés todas las palabras se hicieron conscientes, las tenía delante, fuera de mí, en sus celdillas y las iba cogiendo [...]" (Cioran, 2001: 25).

7 "[...] imagínese la proeza: en seis lustros, un escritor de París (¡y de chez Gallimard!) no ha inventado ninguna nueva doctrina, no ha patrocinado ningún movimiento intelectual revulsivo, no ha acuñado ninguna terminología o jerga característica, no ha traído ninguna buena nueva a compartir con las ya existentes, no ha salido ni entrado media docena de veces en significativos partidos o iglesias, aureolado de sonadas polémicas, no ha tomado postura sobre los acontecimientos del día, no ha firmado manifiestos ni cartas de enérgica repulsa, no ha estado de moda, no ha pasado de moda, no ha sido condecorado ni ha desayunado con Giscard, no ha dado conferencias ni ha sido invitado por ninguna universidad extranjera a explicar sus puntos de vista... y, sin embargo, no ha dejado de pensar, en el sentido más enérgico del término, y de escribir lo que pensaba, y ha ayudado —por vía negativa— a pensar a muchos [...]" (Savater, 1988: IV).

8 Al respecto podemos mencionar los siguientes textos: Fernando Savater, Eseu despre Cioran, Humanitas 1998 (en español Ensayo sobre Cioran, Madrid, Espasa–Calpe, 1992); Patrice Bollon, Cioran l'héritéque, Gallimard, 1997; Gabriel Liiceanu, Itinerariile unei vieti: Apocalipsa dupa Cioran, Humanitas, 1995 (en francés, Itinéraire d'une vie: E. M. Cioran, Michalon 1995).

9 Este libro fue publicado originalmente en Rumania en 1934 y en francés en 1990 por Éditions de l'Herne.

10 Cuenta Cioran que sufría de insomnio y en varias ocasiones sugiere que esa era la fuente que alimentó su amargura: vivir tanto y vivir cada hora. No existe cuerpo ni mente que resista tal suplicio, salvo compartiéndolo con los desahuciados. Con Nietzsche, Cioran se identificaba en la ternura por el dolor; con Buda en su pasión por la desaparición. Menuda pretensión la de Cioran, convivir en el panteón de las dudas y las ideas con Nietzsche y el Buda.

11 Sus incursiones académicas él mismo las ha señalado como fracasos, y renunció, entre otras cosas, al premio Saint–Beuve en 1957.

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