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Andamios

On-line version ISSN 2594-1917Print version ISSN 1870-0063

Andamios vol.2 n.3 Ciudad de México Dec. 2005

 

Dossier: Comunicación política

 

El País frente a los atentados del 11–S norteamericano: "acriticismo" y alineamiento discursivo con la postura estadounidense1

 

The Coverage in El País of 9–11 Attacks in the United States: Acriticism or Alignment with the U.S. Line

 

José Manuel Jarque*

 

* Profesor del Departamento de Periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona. Correo electrónico: josemanuel.jarque@uab.es

 

Fecha de recepción:15/03/2005
Fecha de aceptación: 27/06/2005

 

Resumen

El presente artículo expone cuál fue la lógica discursiva y el posicionamiento ideológico de El País en torno a los atentados del 11–S de 2 001, sucesos que forman parte de un conflicto más complejo. Para mostrarlo, se analizan los editoriales que el diario publicó durante el primer mes, después de los atentados, hasta la intervención en Afganistán. Se parte, a la par, del instrumental intelectual que ofrece la teoría de conflictos y del enfoque crítico que ofrece el Análisis Crítico de Discurso (ACD), para la aproximación y análisis de los textos.

Palabras clave: Análisis Crítico de Discurso (ACD), 11–S, teoría de conflictos, El País, modelo propaganda, triángulo conflictual, perfil ideológico, análisis de editoriales, conflicto.

 

Abstract

In this article the author analyze the ideological position and argumentation of El País around the 9–11, which is involved in a complex conflict. It is a a critical reading from the editorials published by this newspaper, since the first month after the attacks, until the war on Afghanistan, using, simultaneously, conflict theory and Critical Discourse Analysis.

Key words: Critical Discourse Analysis; 9–11; Conflict Theory; El País; propaganda model; triangle of conflicts; ideological profile; editorial analysis; conflict.

 

El 11 de septiembre de 2001 pudimos seguir en directo el impacto de dos aviones contra el World Trade Center de Nueva York —centro financiero de Estados Unidos—. Un mes más tarde el presidente norteamericano George W. Bush anunciaba el ataque contra Afganistán como respuesta a la agresión. En el mes que separa los dos sucesos, el diario El País editorializó profusamente sobre el tema alineándose con uno de los bandos implicados en la situación de conflicto derivada de los atentados. El diario justificó la acción bélica contra el régimen afgano talibán vulnerando en ocasiones, y como se mostrará en este artículo, el compromiso ético y profesional que mantiene con sus lectores.

 

¿POR QUÉ ES IMPORTANTE ESTUDIAR EL 11–S?

Pese a que ya han transcurrido más de cuatro años del terrible ataque, los atentados contra Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 han tenido, entre otras consecuencias, repercusión en el orden internacional desencadenando un cambio de escenario mundial en el que Estados Unidos ha asumido con más fuerza y de forma manifiesta su papel de primera potencia política y militar del planeta. Además, el estudio del 11–S importa desde una perspectiva comunicativa porque sirve para ilustrar, analizar y desmenuzar las estrategias y discursos que movilizan las instituciones con poder —léase políticas, mediáticas, académicas, etcétera— en situaciones de crisis. En el caso que nos ocupa sirve para estudiar cómo la respuesta bélica norteamericana a la catástrofe de Nueva York estuvo acompañada de una contraofensiva propagandística institucional y mediática que legitimó la actuación militar de Estados Unidos contra Afganistán y ahogó, por la sonoridad del discurso hegemónico, discursos alternativos.

En esta línea de estudio se enmarca el presente artículo que muestra cómo El País, periódico escogido para la investigación, optó en su línea editorial por una estrategia discursiva que le llevó a vulnerar, en ocasiones, el compromiso ético que tiene con sus lectores de dar información verídica, no mentir o de separar opinión e información, entre otros principios. Escogimos El País para nuestra investigación porque está considerado el paradigma de lo que debe ser un diario de calidad en el estado español. Sólo se analizaron las editoriales del primer mes, que tenían los atentados del 11–S como tema principal o subyacente (un total de 25 piezas entre el 12/09/2001 y el 11/10/2001). Se escogió la pieza editorial porque ahí se localiza el concentrado ideológico del diario y, por lo tanto, donde se pueden observar con más precisión los giros que denotaban la adhesión del medio con uno de los grupos implicados en la situación de conflicto derivada de los atentados. Además porque esa línea editorial impregna, a posteriori en mayor o menor medida, las diferentes noticias en torno al tema y que se publicarán en las restantes secciones del medio.

Con el análisis de los editoriales pretendemos conocer cuál fue el posicionamiento ideológico del diario en la situación de conflicto del 11–S y qué estrategias discursivas desplegó para legitimar su posicionamiento. Para estudiarlo nos dotamos de un instrumental que bebe de la teoría de los conflictos y del Análisis Crítico del Discurso (ACD) . Pero antes de exponer los resultados sobre la actuación de El País en torno al 11–S de 2001, veamos estas dos herramientas con algo más de detalle.

 

EL CONFLICTO COMO CATEGORÍA DE ANÁLISIS

Donde hay vida social, hay conflicto, que es la expresión de las tensiones o pugnas entre individuos o grupos sociales —con sus preferencias o intereses— o de sociedades enteras. Tal y como afirma el sociólogo Salvador Giner sobre esta cuestión:

El conflicto es una de las categorías más vastas de la vida social. Toda ella es o conflicto o integración [..] Como señaló Simmel, el conflicto social es uno de los modos básicos de vida en sociedad; mediante él los hombres intentan resolver dualismos divergentes y alcanzan un nuevo tipo de integración o unidad, aunque ello sea a costa de la opresión, el aniquilamiento o la subyugación del rival o los rivales. Este proceso de unificación y resolución de antagonismos tiene también consecuencias disociativas, especialmente cuando nuevos subgrupos dejan de serlo para convertirse en grupos independientes. (Giner, 1995: 62–63)

Según Giner (1995), al ser el conflicto una categoría de análisis tan general, resulta más productivo analizarlo —desde una perspectiva sociológica— de acuerdo con casos específicos: tensiones laborales, guerras, revueltas, conflictos de género, etcétera. Pese a la dificultad de poder establecer una definición satisfactoria de conflicto, la sociología no ha renunciado a ello. Salvador Aguilar, en un claro intento de sintetizar las aportaciones de diferentes tradiciones sociológicas en torno al conflicto, lo define como una categoría que responde a tres características:

Situaciones de juego de suma cero entre actores sociales2 (un actor busca o pretende conseguir un determinado recurso que, en caso de conseguirlo, implica su pérdida por parte del otro actor); que involucran como elemento central recursos sociales escasos ("recursos" en el sentido más amplio: todo aquello socialmente valuado, sea material, simbólico o relacional); y que generan enfrentamiento entre los actores involucrados, los cuales, para tal fin, movilizan políticamente los intereses en presencia, individuales y/o colectivos. (Aguilar, 2001: 177)

Tres características de las que se infiere que cualquier aproximación al conflicto social debe tener en cuenta tanto las causas estructurales que favorecen situaciones conflictivas en la sociedad como sus dimensiones observables o manifestaciones. Los conflictos —y siguiendo las observaciones de Aguilar— muestran una primera dimensión o conflicto político, que representa el nivel más accesible para cualquier observador, por ejemplo los medios de comunicación. En esta primera categoría deben incluirse la acción política y la violencia política organizada. El conflicto de interés o segunda dimensión del conflicto permite una aproximación a las razones que explican porqué "previamente" la sociedad ha generado situaciones de juego de suma cero o tensión entre grupos. Tensiones que se desarrollan con base en preferencias y/o factores aleatorios y coyunturales, y de intereses (simbólicos, materiales, etcétera) en el sentido fuerte de la expresión (Aguilar, 2001: 182–188). La tercera dimensión corresponde al conflicto societario: cada estructura social tiene manifestaciones concretas de conflicto; es decir, las formas de organización social definen mapas diferentes y propios de conflictos no exportables a otras sociedades. Finalmente, el conflicto dispone de una cuarta dimensión de análisis y que abraza a las anteriores, el conflicto macrosocial entendido como el resultado de las rivalidades entre sociedades, entre estados y nacionalidades sin estado, etcétera.

Además de las categorías analíticas dichas arriba, cabe tener en cuenta también que en toda relación de conflicto se despliegan situaciones de dominio, ya que los actores en liza pueden pretender encontrar obediencia en sus mandatos; de poder, al ejercer el dominio o control de las relaciones sociales de acuerdo con la consecución de sus objetivos; y de estrategia, para conseguir el control de la situación de conflicto mediante el cálculo racional de las ventajas, los recursos o riesgos que les puede suponer entrar en conflicto. Las relaciones de dominio, de poder y la estrategia de los actores tiene tal centralidad para la comprensión de un conflicto, que algunos teóricos como James Duke han llegado a afirmar que "el corazón de la llamada teoría de conflicto, en verdad, no es el conflicto sino el poder" (citado en Lederach, 2000: 75).

 

CONFLICTOS Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Si el conflicto afecta los ámbitos de la vida social es pertinente pensar que la comunicación también se vea atravesada por él. La centralidad de los medios de comunicación en nuestras sociedades, como principal fuente para adquirir conocimiento y experiencias sobre el mundo,3 justifica la preocupación de saber qué papel juega la prensa, la radio, la televisión o cualquier otra tecnología comunicativa en la difusión de los conflictos. Algunas investigaciones como las de Héctor Borrat (1995) han demostrado cómo los diarios son actores políticos o, por poner otro ejemplo, las de Miquel Rodrigo (1991) sobre el papel de la prensa para reforzar, legitimar o deslegitimar los discursos públicos sobre el terrorismo. Otras investigaciones, en cambio, se han centrado en la propaganda, y han demostrado que los mass media son testimonio y parte de los conflictos sociales sobre los que informan. En definitiva, las diferentes aproximaciones académicas sobre el conflicto y su comunicación llegan, explícita o implícitamente, a la conclusión de que una adecuada o inadecuada información sobre un conflicto tiene implicaciones en las diferentes fases de su desarrollo: a) puede favorecer o no su manifestación o dimensión pública; b) contribuye a su expansión; c) dificulta o colabora en la gestión; d) impulsa o interrumpe la resolución, y e) puede ser motivo de su reproducción. Los medios son actores sociales, con intereses particulares o colectivos, por lo que en la comunicación que hacen de los conflictos se debe tener en cuenta que ésta puede estar impregnada de su dependencia estructural con otros subsistemas sociales. Chomsky y Herman (1990: 242) afirman, por ejemplo, que el:

"propósito social" de los medios de comunicación es el de inculcar y defender el orden económico, social y político de los grupos privilegiados que dominan el Estado y la sociedad del país. Los medios cumplen este propósito de diferentes maneras: 1) mediante la selección de los temas, 2) la distribución de intereses, 3) la articulación de las cuestiones, 4) el filtrado de información, 5) el énfasis y el tono, así como 6) manteniendo el debate dentro de los límites de las premisas aceptables.

Los medios, a partir de las reflexiones de Chomsky y Herman, se inscriben en una visión consensualista4 del orden social: de reproducción del statu quo. En definitiva informan del conflicto porque fundamentalmente es la novedad: una ruptura de la "normalidad" o estabilidad social. Esta aproximación al conflicto, deducible del comportamiento rutinario de los media, redunda, primero, en una explicación superficial de la realidad social sobre la que informan. En segundo lugar, en una visión negativa del conflicto asociándolo sólo a destrucción o violencia, y olvidan las contribuciones positivas que las situaciones de conflicto aportan para la estabilidad de las sociedades. Y en tercer lugar, al tender a la reproducción del orden social existente y al informar superficialmente de los conflictos, los medios contribuyen a atenuar potenciales dinámicas de cambio de prácticas sociales estimuladas por el conflicto abierto5 o que puedan derivar de él. Atendiendo a todo lo expuesto, es fácil concluir que si los medios son, en última instancia por activa o por pasiva, reproductores del orden social, en sus informaciones se deben detectar indicios de esta práctica de dominio o reproducción. Para detectar estas prácticas discursivas, el enfoque crítico del Análisis Crítico del Discurso propone instrumentos para analizar las informaciones que nos llegan desde los medios de comunicación.

 

EL ACD, UN ENFOQUE CRÍTICO

Siegfried Jäger (2003: 68) expresa la centralidad del discurso en la sociedad de la siguiente forma: "En tanto que 'agentes de conocimiento (válido en un determinado lugar y en un determinado momento)', los discursos ejercen el poder. Son ellos mismos un factor de poder, ya que son capaces de inducir comportamientos y de generar (otros) discursos". Así pues, podemos decir que el estudio del discurso de los media tiene importancia porque son una institución social de producción y reproducción de ideología y porque sus propietarios forman parte de las elites políticas y económicas de un país o —a efectos de la globalización— de elites transnacionales. La propiedad, sugieren Chomsky y Herman, impone que el discurso público de los diarios, televisiones, etcétera, tienda a "complacer" los intereses de sus propietarios. En definitiva, como se ha apuntado en los apartados anteriores, los medios de comunicación serían instrumentos que contribuyen a la producción de consenso social y son difusores, en parte, de los discursos de las elites sociales. Un ejemplo lo encontramos en algunas de las conclusiones de Van Dijk (1997: 99) a partir de su investigación sobre la presencia del discurso racista en los medios de comunicación:

Los medios de comunicación no se limitan a expresar, reflejar o diseminar opiniones étnicas, sino que las mediatizan activamente, tanto entre las propias y diversas elites de poder como entre las elites y el público, y (re)interpretan autonómicamente, (re)construyen y las (re)presentan y, por lo tanto, contribuyen personalmente tanto a su producción como a la construcción del consenso étnico que conforma las ideologías y prácticas racistas de nuestra sociedad.

Es pertinente deducir que aquello que Van Dijk comprueba en el caso del racismo, puede comprobarse en otras situaciones de conflicto social, como en unas elecciones, en la información de huelgas o manifestaciones, sobre el terrorismo, etcétera. Una de las principales preocupaciones de toda investigación que se inscriba en el enfoque del ACD es la de desmenuzar y denunciar cómo se producen estas pautas de control y de domino en los discursos con proyección pública, y de dotar de relevancia práctica los resultados a los que llega. La voluntad de hacer competentes en el discurso público a los usuarios en situación de "desventaja" evidencia un compromiso ideológico o de solidaridad con los grupos dominados ideológicamente o socialmente. El ACD, al explicitarlo, hace suyo el compromiso de doblar los esfuerzos en la solvencia metodológica y en la rigurosidad de la investigación y de los resultados. Por otro lado, el principio rector del ACD es la diversidad metodológica y su objetivo final es el de rebajar las fronteras entre las disciplinas. La orientación y el compromiso preeminente del ACD con los problemas sociales, lo impele a utilizar todos los elementos, metodológicos o teóricos, que estén a su alcance para comprenderlos y analizarlos críticamente.

Por otro lado, el discurso como un medio de dominación o perpetuación de pautas de poder es la preocupación compartida de los investigadores inscritos en el enfoque del ACD. Discurso que se concibe como el producto de una acumulación histórica que se produce en un marco social determinado (Meyer, 2003: 37). La noción de contexto supone que el ACD se preocupa por la relación entre el lenguaje y la sociedad, relación que concibe como de mediación. El análisis del discurso de los medios sobre los conflictos sociales es importante porque ayuda a revelar qué estructuras de poder se reproducen o manifiestan en la información sobre un conflicto; a qué colectivos sociales marginan; qué distribución de roles sociales hacen en la (re) construcción del problema, etcétera. Una mala comunicación de los conflictos puede tender sólo a la información de soluciones preferidas para el grupo con el que se identifica el medio y de esta forma dificultar la visualización de alternativas de celebración colectiva. Es decir, el ACD sirve para mostrar cómo el discurso de los medios ayuda a dificultar o facilitar soluciones preferentes o preferibles en la información sobre un conflicto.

Hasta aquí hemos descrito los dos posicionamientos analíticos — teoría de conflictos y ACD— que utilizaremos en esta investigación sobre el discurso y posicionamiento que El País tuvo sobre los hechos en torno y derivados de los atentados contra Estados Unidos del 11–S de 2001. Es ahora el momento de exponer los resultados concretos.

 

ESTUDIO EMPÍRICO: EL POSICIONAMIENTO IDEOLÓGICO DE EL PAÍS SOBRE LOS ATENTADOS DEL 11–S A PARTIR DEL ESTUDIO DE SUS EDITORIALES

Para conocer, de manera compleja, el posicionamiento ideológico del diario reconstruimos el tipo de acontecimiento6 del que parte El País al editorializar sobre el 11–S. Para ello procedimos a un análisis de la muestra de editoriales en el que se pretendía reunir tanto el contenido explícito como el implícito de cada una de las piezas. Así, dispusimos un primer nivel de análisis en el que se extrajeron las macroproposiciones (o tesis) ideológicas y las proposiciones de coherencia global, que servían de apoyo a la tesis central. Con este material se confeccionó el perfil ideológico7 del diario sobre la situación de conflicto del 11–S.

Con la elaboración del perfil ideológico de El País se pueden revelar sus objetivos globales estratégico–discursivos en torno del 11 de septiembre de 2001 y los sucesos derivados. El perfil de El País ante los atentados del 11–S se puede sintetizar de la forma que sigue: El País es partidario de una respuesta militar contra Bin Laden y los talibán —que son descritos como miembros del terrorismo internacional—. No obstante, el diario no descarta y presenta la colaboración política y el espionaje como soluciones óptimas para garantizar la seguridad y el orden internacional. Por otra parte, El País presenta la respuesta a los atentados como una acción en legítima defensa, correctiva y necesaria. En definitiva, una prueba de fuerza que debe evitar nuevas "rebeliones" violentas de determinadas regiones del planeta. A criterio del diario, la colaboración de España con el conflicto y con la coalición internacional antiterrorista es fundamental, de una parte, por la experiencia acumulada en la lucha contra el terrorismo de ETA, y, del otro, por las ventajas que España puede obtener para asfixiar al grupo armado. Por último, El País también se muestra preocupado por las repercusiones que los atentados han tenido y pueden tener en las economías, sobre todo, occidentales y exige acciones para garantizar la estabilidad de los mercados.

Este primer nivel de análisis también nos permitió revelar cuáles eran los principios rectores o axiales ideológicos que el diario desplegó en la estrategia discursiva global: 1) Los atentados contra Estados Unidos son un golpe al sistema político y económico de Occidente [golpe a la civilización occidental]; 2) La respuesta a los atentados es en legítima defensa; 3) La respuesta a los atentados es necesaria para evitar nuevos ataques contra Occidente; 4) Los atentados han puesto de manifiesto un problema de seguridad mundial/global; 5) Los agresores y sus colaboradores deben ser castigados; 6) La guerra contra Afganistán [contra el terrorismo] es legítima, justa y necesaria; 7) La intervención en Afganistán también es humanitaria; 8) El nuevo enemigo de las democracias occidentales y del mundo es el terrorismo internacional; 9) El terrorismo internacional es difuso, disperso geográficamente, de raíz religiosa, extremista, fanático, sin freno moral al uso de la violencia y con acceso relativamente fácil a armas de destrucción masiva; 10) El conflicto palestino–israelí tiene un efecto contaminante global; 11) La solución preferible es una coalición internacional contra el terrorismo que también anegue terrorismos regionales como el de ETA; 12) La coalición contra el terrorismo debe contar con la participación de países islámicos, no debe ser sólo occidental (alianzas contra–natura); 13) España debe participar en la lucha contra el terrorismo global; 14) Debe garantizarse la estabilidad económica del sistema; 15) Tras la contraofensiva el mundo debe ser más seguro pero no menos libre; y 16) Deben corregirse los desequilibrios e injusticias que genera una globalización asimétrica: los terroristas consiguen apoyos de las situaciones de pobreza e injusticia.

Una vez revelado el perfil ideológico del diario y los principios rectores del discurso sobre el 11–S, nos marcamos el objetivo de desvelar el contenido implícito de los 25 editoriales de la muestra. Para hacerlo se procedió a un análisis de primer nivel ampliado en las 25 editoriales que se sometieron a la extracción párrafo a párrafo de las tematizaciones y de contenido implícito, implicaciones y presuposiciones8 significativas detectadas en los textos.

El material resultante fue la argamasa que se utilizó en la recreación del Triángulo del conflicto: actores, proceso y problema.9 Finalmente entramos en un tercer nivel de profundidad de análisis, segundo nivel aplicado por su extensión a sólo 15 editoriales significativas, y en el que se denunciaron las falacias argumentales, la distorsión de documentos o fuentes originales, etcétera.

 

TRIÁNGULO DE CONFLICTO10

LOS ACTORES

En la descripción de los actores, el diario desplegó las máximas del cuadrado ideológico de Van Dijk11 y estableció una nítida distinción entre un Ellos y un Nosotros. El Nosotros representaba, sobre todo, al bloque occidental que es presentado globalmente como víctima del conflicto —tanto por los atentados del 11–S como por la hipotética amenaza de nuevos ataques—. Por el contrario, en el Ellos quedaban inscritos dos tipos de actores. El primer bloque lo formaban los aliados no occidentales del Nosotros; el segundo, en cambio, quedaba integrado por el enemigo terrorista.

La representación del Nosotros

En la interpretación y descripción de los atentados del 11–S, el diario definió las coordenadas sobre quiénes eran los atacantes y quiénes los atacados, considerando además que con la definición de las identidades o de los grupos en controversia también se influía en los límites o la naturaleza del conflicto. La construcción de un Nosotros ideológico se pudo detectar en los editoriales por medio de la presencia explícita de un "nosotros" discursivo, como por ejemplo: "[3.1] El ataque terrorista, no nos confundamos, lo es a la esencia de nuestra civilización política [...]". Pero también mediante aquellas partículas en las que se apreciaban remisiones a la primera persona del plural, como por ejemplo: " [2.3] Toda insistencia en este sentido es poca en las sociedades multiculturales en las que vivimos".

Otro elemento que se tuvo en consideración fueron las etiquetas colectivas que aludían a identidades culturales o políticas transversales en diferentes regiones del mundo como por ejemplo "Occidente", "occidental", etcétera. Otros como "europeos" o "ciudadanos" formaban parte del Nosotros, pero definían actores concretos próximos como a España o a los mismos gobiernos europeos. Para finalizar, el juego de inferencias —implicaciones y presuposiciones— extraídas de cada proposición completaban el conjunto de instrumentos que sirvieron para la reconstrucción de la visión del Nosotros que desplegaba El País. Por lo que respecta a los atentados del 11–S, El País definió un Nosotros al que se le asignaba el rol de víctima de la agresión12 de los ataques a las Torres Gemelas y del Pentágono. Veamos, a continuación, sus características.

Occidental. El diario reificó al actor agredido en una dimensión civilizatoria o cultural que lo definía y distinguía de los atacantes. Conjunto de normas y valores de los que participaba España y el propio El País, como se implicaba de algunas de las proposiciones que desplegó el diario: "Golpe a nuestra civilización" (12/09/01); o en "[2.1] Contra Occidente. Si se confirman las sospechas, Estados Unidos ha sido el blanco por ser la mayor potencia del mundo, el país de referencia de Occidente y su modo de vida, y el aliado por excelencia de Israel" (16/ 09/01).

Democrático. Según se infirió del análisis de los editoriales, los miembros del Nosotros disponen de sistemas de valores políticos equitativos y fundados en la justicia y que tienen su máxima expresión estructural en sistemas democráticos. Algunos ejemplos son: "[1.4] En definitiva, contra todos los que compartimos unos mismos principios democráticos que tanto costó conseguir en nuestro país" (12/09/01); o bien "[7.9] Pero Bush sabe que está muy acompañado: de todos los que, desde cualquier profesión religiosa o laica, creen en la tolerancia y la libertad".

Amenazado/vulnerable. El País maximizó la condición de víctima del Nosotros al sugerir que los atacantes explicitaron —con la agresión— la amenaza constante a la que se encuentra expuesto Occidente y los occidentales, grupo cultural con el que se identificaba el diario. De esta forma, además de estar amenazado, el Nosotros/Occidente era representado como una víctima constante en el mundo, objetivo de todo tipo de agresiones potenciales: "[2.2] Los terroristas han querido poner de relieve no sólo la vulnerabilidad del gigante, sino del conjunto de Occidente, de sus democracias y de su sistema de vida a través de un impacto mediático sin precedentes" (16/09/01).

Solidaridad interna. Los atentados del 11–S pusieron de manifiesto, según el diario, los canales y lazos de solidaridad interna que existían dentro del bloque occidental, núcleo duro del Nosotros definido por el rotativo: "[1.2] Los aliados han dado prueba del mayor grado de solidaridad al considerar que este ataque lo ha sido contra todos, aunque conservan su libertad de acción" (14/09/01).

Xenófoba pero plural / multicultural. El País definió a las sociedades occidentales como plurales o multiculturales, cuestión que implicaba necesariamente la presencia de diferentes culturas en convivencia. No obstante, esta circunstancia no comportaba tolerancia per se, como el mismo periódico reconocerá al señalar que en la sociedad occidental y en la española, al menos, subyace un ideario xenófobo. Uno de los muchos ejemplos lo encontramos en el siguiente extracto: "[6.5] Con una creciente y necesaria inmigración, lo ocurrido puede alimentar una xenofobia ya demasiado presente entre nosotros" (16/09/01).

Justo y solidario. Pese a la xenofobia "subcutánea" de las sociedades occidentales, el Nosotros fue presentado como un actor preocupado por la situación del conjunto del planeta: "[6.3] Es imperativo que Occidente haga buena esta idea, cuyo corolario inmediato son acciones claras —comida, refugio, asistencia— en beneficio de la gran mayoría de los afganos" (9/10/01).

Con un sistema económico liberal. Otra característica que El País destacó como virtud del nosotros fue el sistema económico por el que se regía, y con la que el diario se alineó a favor y explícitamente: "[3.5] Las amenazas globales requieren respuestas globales, y si se construye una gran coalición internacional contra el terrorismo, también hay que impulsar otra económica contra la recesión" (18/09/01).

Con el mejor de los sistemas conocidos. El sistema político, cultural y económico del Nosotros se representó como el "menos malo" de los que se conocen —según el diario— y además como un modelo de desarrollo, de modernidad, impregnado de carácter incluso liberador: "[5.4] Más allá del fracaso de los servicios de seguridad de la superpotencia, más allá incluso de la ignominiosa muerte de tantos inocentes, los atentados han puesto brutalmente de manifiesto que un puñado de psicópatas resueltos puede hacer tambalearse los cimientos del orden menos malo que conocemos" (22/09/01).

Sintetizando lo expuesto, podemos afirmar que El País se identificó, e incluso se integró como un actor, con el bloque del Nosotros. Bando que en términos globales es presentado como víctima y de manera positiva. Por otro lado, esta categoría no se representó de manera monolítica, y así también se inscribieron un conjunto de actores que compartían, o eran próximos, a los ítems asignados al Nosotros. Cabe destacar además que el diario colocó los malos ejemplos o las disidencias en el grupo a medio camino entre los dos bloques; es decir, hubo actores del nosotros que, sin dejar de pertenecer al grupo, por sus actuaciones deberían formar parte del Ellos. (Véase más adelante la Figura 3, en la que se representa la distribución de actores).

La representación del Ellos

En el apartado sobre el Nosotros se ha podido observar cuál fue la construcción de un actor colectivo en el que se inscribieron otros tantos individuales que, pese a sus particularidades, fueron reificados bajo un perfil global. Por lo que respecta al Ellos no se puede afirmar lo mismo. Del Otro, la principal característica distintiva es que no somos Nosotros. Además, se trata de un bloque en el que debe distinguirse entre aquellos actores que son "aliados" y los que no son "amigos". El Ellos–enemigo se describió como un reflejo negativo de las características del Nosotros. El diario desplegó el cuadrado ideológico maximizando las características negativas del enemigo y construyó un antagonista del Nosotros, grupo afín del medio. Veamos, brevemente, cómo definió el diario al "Otro".

El Ellos–enemigo

Para analizar cuál fue la construcción del enemigo debimos, sobre todo, atender al contenido implícito —presuposiciones e implicaciones— extraído del análisis de los editoriales. El País presentó y volcó en los editoriales un conjunto de presuposiciones que mostraban parte del marco de interpretación ideológico sobre el conflicto —prejuicios y creencias—, y que le sirvió de eje de aproximación al análisis del 11–S y de los actores implicados. Como se ha dicho arriba, algunas de las características de los atacantes fueron inferidas de la presentación explícita que el diario hizo del Nosotros. Presuposiciones e implicaciones sugestionaban visiones sobre los "Otros" intoxicadas de los prejuicios con los que El País se aproximó a los hechos del 11–S.

Por otro lado, el diario infirió el resto de las características de los atacantes a partir de su descripción o percepción del ataque. Como consecuencia de lo dicho, por ejemplo, al presentar al agresor como un fanático y un integrista se pudo observar que, a la par, en su estrategia discursiva sobre cómo debía resolverse el problema primaba la vía de la fuerza. De hecho, pese a algunas modulaciones discursivas o matices, el diario perfiló el problema derivado del 11–S como de suma cero: acabar con cualquier manifestación del Ellos–enemigo. Una "solución" lógica si se atiende a la caracterización que El País hizo del enemigo: demonizado, presentado como un loco irracional y, en definitiva, contrario a los valores por los que se rige Occidente.

Por otro lado, percibimos dos partes en el proceso de construcción del enemigo a partir de los editoriales de El País. Un primer momento en el que, pese a desconocer la identidad de los autores de los atentados, el diario definió un perfil y las características principales del enemigo, a partir, sobre todo, de los efectos de los ataques del 11–S. En la primera fase el periódico se limitó a calificar al Otro con el adjetivo de terrorista, y no se percibió, en los editoriales analizados, un intento analítico más profundo o con matices. Una distancia crítica que es importante, porque en palabras del periodista y profesor Ramón Reig (2000: 167):

Hemos de afirmar que el concepto "terrorismo" no es periodístico sino político. El periodismo se hace eco con frecuencia de los conceptos que otros aplican (aunque también inventa conceptos y giros) y éste es un caso claro ya que terrorismo es una palabra con significado distinto según el lugar donde se produzcan los hechos.

En la segunda fase, el enemigo ya es presentado con nombre y apellidos —Bin Laden y los talibán—, y buena parte de los atributos que se registraron para el enemigo anónimo de la primera fase son desplegados y singularizados en la segunda. A continuación presentamos cómo El País presentará al enemigo que está detrás de los ataques del 11–S.

Ha cambiado. No se trata ya de los soviéticos ni de otra potencia. La "novedad" del Otro favoreció lecturas que maximizaban la percepción de amenaza, además de implicar fórmulas diferentes de defenderse o de responder a las agresiones:" [4.4] .i El Enemigo de EEUU y de los aliados ya no es Rusia (antigua URSS) [I]" (12/09/01).

Nuevo terrorismo. El diario definió la agresión del 11–S, entre otras formas, como un "atentado terrorista". De hecho "terrorismo" y "enemigo" se utilizaron como sinónimos en la estrategia discursiva del medio. No obstante, el diario dejará de presentar el terrorismo como un fenómeno de "baja intensidad" para afirmar que el ataque a Estados Unidos ha evidenciado la capacidad de infligir terror. Un terrorismo que obligaba, según el periódico, a repensar las políticas y estrategias de defensa. Pese a ser no–convencionales, las fórmulas más efectivas en la lucha contra "el terror", nos dirá El País, debían ser las tradicionales, en detrimento del exceso de confianza en las nuevas tecnologías: "[8.5]i La prevención debe poner el acento en las posibilidades criminales de la audacia y el fanatismo de los terroristas [I]" (13/09/01). La novedad también suponía cierto desconocimiento sobre el fenómeno, al mismo tiempo que comportaba una representación del enemigo como:

Más peligroso. La estrategia discursiva de El País tendió a presentar el terrorismo como la principal amenaza para la humanidad. Utilizó incluso hipérboles, como "hiperterrorismo", que maximizaban la potencial peligrosidad del enemigo así como su novedad: "[6.1] + [6.2]=[6.x].i El nuevo terrorismo global es más peligroso que las formas de terrorismo conocidas hasta ahora [I]" (12/09/01).

Es el "mal". En un gran número de editoriales, El País afirmó que se debían evitar las lecturas maniqueas del conflicto. No obstante, de esta consideración quedarían excluidos los autores de la agresión y sus colaboradores supuestos, que fueron descritos como "el terror". En definitiva, el enemigo era "el mal" o la "injusticia" que debía combatirse por parte del "lado de los justos": "[3.4] .a El lado justo es el de la coalición contra el terrorismo [P]" (11/10/01).

Fanáticos. Las motivaciones de los agresores se explicaron de una forma simplista, hasta el punto de presentarlas como una alteración de la conducta o una patología. La descripción no indagó en las causas que motivaron las atrocidades del 11–S, a la par que oscureció las motivaciones políticas de los terroristas —pese a la brutalidad de sus actos—, y puso el acento en los individuos presentándolos como alienados: "[6.3] Evitarlo [un desastre humanitario con los afganos] cargaría a la comunidad internacional de nuevas razones frente a los fanáticos" (18/09/01).

No es occidental. La representación del ataque como un "golpe a nuestra civilización" posibilitó que se desplegaran diversas implicaciones potenciales, como la idea de que los agresores necesariamente no compartían, como mínimo, los valores occidentales: "[1.4] .d Los agresores no comparten 'nuestros' principios democráticos [P]" (12/09/01).

Religioso y sin limitaciones morales. El País describió a un enemigo que parecía andar de una mano del fanatismo y la locura, y de la otra del dogma religioso o de la fe extrema. Ambas consideraciones opuestas, por supuesto, a la racionalidad encarnada por el bloque occidental. Los terroristas no tendrían, por lo tanto, límites morales. La peligrosidad del agresor se magnificó al desposeerlo de un cuerpo de valores. La presuposición, o prejuicio, del diario se sustentó en las consecuencias de los atentados del 11–S, y el elevado número de víctimas civiles: "[9.3] .b El terrorismo de raíz religiosa no tiene freno moral en la utilización de la violencia [P]" (12/09/01). La apelación al "fanatismo" y a la "religiosidad" son dos calificativos que en los medios occidentales se pueden ver normalmente asociados a:

Islámicos árabes radicales o fundamentalistas. El término fundamentalismo, pese a su origen católico, se asocia en exclusiva al Islam. Como afirma Leah Renold (Collins y Gover, 2003: 92): "El fundamentalismo se aplica como término esencial, dando a entender que existe una determinada característica, una esencia central del fenómeno que transciende las distinciones de la especificidad". Es decir que está extendida la creencia de que por muy moderado que pueda ser un régimen musulmán, siempre conserva la esencia de la radicalidad, de lo fundamentalista. El País no escapó a este prejuicio y, pese al cuidado de no criminalizar a todo el Islam, dejó siempre la puerta abierta a la creencia de que, en esencia, el mundo islámico tendía al extremismo. Veamos un ejemplo: " [3.2] Su imaginería religiosa [la de Bin Laden], evocadora de la furia de algunos pasajes del Corán, y sus referencias a '80 años de humillación y desgracia' encajan con el sentido de acoso de quienes se ven amenazados por una modernidad en manos de EEUU y el capitalismo occidental" (11/10/01). La imagen del Islam que ofreció El País redundó en una retórica que presentaba a los fundamentalistas como un grupo que luchaba contra de la libertad de pensamiento y opuesto a la modernidad. Una retórica que asignaba la característica peligrosa y opresiva a un gran grupo de personas determinadas. La posibilidad de una modernidad política y social era negada al Islam y reservada a Occidente: "[2.2]+[2.3]=[2.x].i La mayor parte de la población de los países musulmanes tiene posturas más radicales que las de sus Gobiernos [I]" (11/10/01). La estrategia discursiva del diario perfiló, además, el fundamentalismo islámico como el principal sospechoso o culpable de los atentados del 11–S desde el primer editorial: " [6.3] i El gobierno de EEUU sospecha que los atentados provienen del mundo islámico radical [I]" (12/09/01).

Con una red financiera. Los terroristas aprovecharon los atentados para especular en la bolsa, según emitió El País en algunos editoriales. Tal consideración redundaba en la descripción de un enemigo sin escrúpulos y sin valores ni ética. Por otro lado, presentó a los terroristas como una organización eficaz, con una red financiera compleja —que debía ser asfixiada— que les permitía disponer de la logística necesaria para perpetrar próximos y terribles atentados: "[2.5].i Los terroristas especularon en la bolsa días antes de los atentados [I]" (25/09/01).

Amenaza global. La descripción del enemigo como global se manifestó en la calificación que hizo El País de la agresión —por ejemplo: "golpe a nuestra civilización" (12/09/01)— y sobre cómo debía gestionarse la respuesta —por ejemplo: "una gran coalición contra el terrorismo" (14/09/ 01)—. El diario maximizó las consecuencias de los atentados así como sus objetivos. Los descontextualizó y lo que en principio parecía un ataque regional se presentó como un ataque global. Incluso, civilizatorio: "[2.4]i El nuevo terrorismo puede ser una amenaza para España [I]" (13/09/01).

Desconocido y complejo. A la novedad del enemigo y a las "nuevas" manifestaciones terroristas se debía añadir, en un principio, el desconocimiento de la identidad de los autores de los atentados. La ausencia de identidad empeoraba la sensación de inseguridad que acuciaba al Nosotros: "[5.2].i El enemigo es difuso y disperso geográficamente [I]" (12/10/01).

Mediático. Además de lo expuesto hasta ahora, según el diario, la nueva amenaza del mundo también tenía la "virtud" de ser un terrorismo adaptado a los tiempos mediáticos, capaz de tener en cuenta la centralidad de la información en nuestras sociedades, así como las posibilidades técnicas de inmediatez y difusión global de noticias. El País magnificó la capacidad planificadora de los agresores: "[12.1] Es también el primer acto de hiperterrorismo de la era de la información global" (12/09/01).

Difícil de controlar. La descripción del enemigo como más peligroso, desconocido y con capacidad de intervención global sugería que se trataba de un terrorismo difícil de controlar. Asimismo, la violencia del Ellos–enemigo fue presentada como incontrolable, no sujeta a ninguna convención bélica, y en consecuencia suponía nuevos escenarios de inseguridad: "[7.1].a La situación de inseguridad que genera el nuevo terrorismo es menos controlable que el equilibrio nuclear de la guerra fría [P]" (13/09/01); o "[7.2] + [7.4] = [7.x].iii La violencia incontrolada terrorista atenta, esencialmente, contra los ciudadanos y sus libertades [I]" (13/09/01).

Con base en la injusticia social. En la pobreza o la injusticia social, El País focalizó la causa de apoyo a las acciones de grupos violentos. En este sentido, la violencia fue presentada como unidireccional al emerger de aquellos que no tienen (sur económico) contra "aquellos que tienen" (norte económico u Occidente): "[7.5].i Las situaciones de injusticia y desigualdad en el mundo benefician a los terroristas [I]" (13/09/01).

El cuadrado ideológico

Además de la distinción ideológica de los actores en dos bloques, El País desplegó los principios del cuadrado ideológico descrito por Van Dijk. Por lo que respecta al Nosotros (a) el diario (a.1) Maximizó los aciertos y buenas propiedades del Nosotros y lo presentó como el lado justo, occidental, democrático, solidario entre el grupo, con un sistema económico liberal, con el mejor de los sistemas conocidos. A la par, (a.2) Mitigó los errores y malas propiedades del Nosotros y lo describió como un bloque que se siente amenazado, vulnerable; es xenófobo pero tiene sociedades plurales y multiculturales; entre otras consideraciones.

Por lo que respecta al Ellos, sólo una parte del bloque fue identificada como el Enemigo (b) y el diario optó por (b.1) Maximizar los errores y defectos del Ellos–enemigo caracterizándolo como un nuevo terrorismo; más peligroso; el "mal" o el terror; fanático; no occidental; religioso y sin freno moral; islamista, árabe radical o fundamentalista; amenaza global; desconocido y complejo; mediático; difícil de controlar, etcétera. El País también (b. 2) Mitigó los aciertos o buenas propiedades del Ellos–enemigo: tiene una amplia red de apoyo entre musulmanes de diferentes sociedades; se apoya y es la respuesta a la injusticia o desequilibrios resultantes de la globalización.

 

EL PROBLEMA

Por lo que respecta al Problema, el diario favoreció una escalada discursiva —no cronológica— en la descripción del conflicto que propuso lecturas descontextualizadoras. Tal escalada supuso la inclusión de más actores en el conflicto, hecho que tenía coherencia con la estrategia global de legitimación de la propuesta de solución por la que optaba el bloque del Nosotros. (Véase la Figura 4).

En el gráfico anterior, las semiesferas representan los ámbitos de influencia geopolítica implicados según la conceptuación del problema que se haga. A la par, bajo las semiesferas se ven a los actores que quedan afectados en cada dimensión geopolítica. Finalmente, en la flecha queda expuesta la escalada discursiva, no cronológica, en la descripción del problema. Veamos ahora cada escenario con algo más de detalle. Por lo que respecta al Escenario 1, el conflicto quedó localizado geopolíticamente en Estados Unidos cuando fue definido de la siguiente forma: a.1. Como un atentado o ataque a Estados Unidos. Norteamérica es el principal actor implicado, o bien a.2. Como un acto de guerra en el cual el círculo de actores abrazó a los aliados militares (OTAN y por lo tanto, España). En cambio, en el Escenario 2 el conflicto quedaba restringido geopolíticamente en Occidente al ser definido: b.1. Como un golpe civilizatorio. El número de afectados se amplió al resto de Occidente, además de EEUU. Finalmente, en el Escenario 3 el conflicto se situaba geopolíticamente en el Mundo al describirlo como: c.1. Una amenaza global, una crisis mundial y un dilema histórico. El conjunto del planeta se presentó implicado; en consecuencia, instituciones como la ONU fueron consideradas como centrales en la participación del conflicto.

 

EL PROCESO

Sobre el Proceso, se prestó especial atención a las conclusiones pragmáticas que el diario emitió sobre cómo debía gestionarse el conflicto. Así, El País recomendó que: La agresión debía responderse: a) La respuesta es en legítima defensa; b) No se permitirá un nuevo ataque a occidente; y c) La respuesta debe ser precisa y gestionada con prudencia. No podía ni debía ser una respuesta convencional: a) No se trata de un terrorismo convencional; b) Es una guerra contra el terrorismo; y c) Deberá ser una lucha constante: el enemigo dispone de diferentes caras. Debían darse procesos de justicia social internacional: a) La injusticia es la principal fuente del terrorismo, y b) Corregir la injusticia social global para evitar nuevos ataques (visión etnocentrista).

Por otro lado, también se analizó cuál fue la lógica argumentativa y las razones que el diario aportaba en cada uno de sus editoriales. La alineación del diario con uno de los bloques de actores en conflicto provocó que, en ocasiones, estableciese falsas relaciones de causalidad o, incluso, que los argumentos aportados fuesen contra la lógica elemental y el sentido común (en su dimensión instrumental). Un ejemplo es la siguiente proposición: "[3.1] Esta posición solidaria cuenta con el apoyo de los ciudadanos, aunque no haya tenido reflejo numérico en la manifestación de ayer en Madrid, y de los partidos políticos" (21/09/01).

 

FALACIAS Y TERGIVERSACIONES

Se observó cómo El País vulneró su compromiso con el lector,13 entre otras cosas, mediante interpretaciones sesgadas de documentos externos para poder "encajarlos" en la estrategia discursiva. Sirva como ejemplo las lecturas incorporadas que el diario hizo de la resolución 1373 y del artículo 5 del Tratado de Washington: "[1.2] Los impensables acontecimientos del 11 de septiembre han abierto el camino en las Naciones Unidas a una enérgica decisión de gran calado que hace suyos prácticamente en su literalidad los argumentos estadounidenses que consideran el terrorismo internacional como la mayor amenaza a la estabilidad mundial en el siglo que acaba de comenzar" (01/10/01). Cuando en realidad la resolución afirma literalmente: "Reafirmando asimismo que esos actos, al igual que todo acto de terrorismo internacional, constituyen una amenaza para la paz y la seguridad internacionales" (Resolución 1373 de la ONU). O también, las descontextualizaciones o especulaciones que el diario incorporó sobre el perfil del enemigo, las motivaciones de los atentados, etcétera.

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

1. En la sección de editorial, El País abusó de su posición de dominio discursivo en el ejercicio del análisis y la comunicación pública del conflicto del 11–S.

2. Al estudiar el discurso de El País sobre el 11–S —en sus editoriales— se ha pudo constatar que el diario fue un actor que tomó partido por una de las partes en conflicto, en concreto con el bloque que hemos dado en llamar Nosotros —en el que se encuentra Estados Unidos y sus aliados occidentales.

3. Mediante la construcción del triángulo conflictual —deducido del análisis de los editoriales— se constató que el diario no tendió a una explicación analítica del conflicto —atendiendo a su complejidad, interrogándose por las causas profundas y considerando a todos los actores implicados así como proporcionándoles un trato justo—; por lo contrario, el triángulo conflictual reveló un análisis insuficiente y sesgado.

4. El rol de propagador–difusor de las tesis de uno de los bloques enfrentados —adhesión con un grupo y sesgo en el análisis—, supuso la ruptura, por parte del diario, del contrato de comunicación que tiene con sus lectores. Esta vulneración se aprecia tanto en la deformación de ciertos datos, en la descripción superficial y deformada de algunos actores e, incluso, en la vulneración de la lógica argumental.

 

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Documentos en línea

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Notas

1 El presente artículo es una síntesis del trabajo de investigación de doctorado —del mismo título y de 650 páginas de extensión— defendido ante tribunal el 12 de septiembre de 2003 en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAB.

2 Los actores en controversia perciben el conflicto como una situación de "suma cero" por los recursos —simbólicos o materiales y que son escasos o socialmente distribuidos con desigualdad— que están en pugna. Actividades conciliadoras como la mediación estimulan un cambio de percepción sobre el conflicto favoreciendo una posibilidad de resolución que no supone la derrota de uno de los bandos enfrentados.

3 "[..] los medios contribuyen a la construcción social de la realidad, especialmente de aquellos acontecimientos sociales de los que no se tiene experiencia directa, que son la mayoría" (Rodrigo, 1991: 69).

4 La forma de hacer información —que impulsarían la propiedad del medio— se rige por un modelo consensualista que se manifiesta en los filtros que debe superar la información (descritos en el modelo propaganda de Chomsky y Herman); las rutinas de producción, y la apelación a la objetividad en la producción de noticias (que se puede apreciar en los libros de estilo de los medios).

5 Pese a que la relación entre cambio social y conflicto no es clara, en Sociología hay consenso en aceptar que el conflicto es un elemento necesario para concebir los cambios en las sociedades.

6 Representación mental que hace el actor sobre el conflicto y que le sirve para evaluar a los otros actores implicados, y decidir cómo se debe desarrollar y resolver el problema. En este proceso el actor despliega categorías ideológicas de evaluación como sus objetivos, intereses, la posición en el grupo, entre otras.

7 El perfil ideológico del diario se ha construido a partir del análisis de las macroproposiciones que El País despliega en el discurso sobre cómo juzga o emite conclusiones pragmáticas (fórmulas éticas de actuar) a partir de las que el diario interpreta el conflicto sobre el que editorializa. A diferencia de los tipos de acontecimiento, nos proporciona una aproximación macro sobre su punto de vista sin posibilidades de conocer intereses concretos o información de más detalle. Este instrumento metodológico ha sido desarrollado por Xavier Giró (2000) en su tesis doctoral.

8 Entendemos por presuposición las creencias o informaciones que el autor da por ciertas o sabidas y vuelca en el texto sin ánimo de ser discutidas o demostradas. Son un tipo de contenido implícito inferido del discurso, es decir una modalidad de aquello que llaman implicaciones. En cambio, las implicaciones, y utilizando las palabras de Verschueren (2002: 79), diríamos que son el "significado implícito que puede ser inferido de una forma de expresión lógicamente" (sic). Es decir, la información que se puede localizar inmediatamente de una expresión más allá de la literalidad —sin necesidad de utilizar de conocimientos externos en el texto—. En este apartado indicaremos las proposiciones implicadas por medio de [I] y las presupuestas con [P].

9 El triángulo conflictual consta de tres vértices de análisis: 1) Los actores implicados en el conflicto; 2) El proceso o dinámicas propias de la situación de controversia, y 3) El problema resultado de una interacción constante entre los actores y el proceso. (Utilizamos las teorías de J. Lederach (2000) recogidas en la "documentación gris" del Seminario de Educación para la Paz–APDH).

10 Los ejemplos de este apartado están extraídos del análisis de los 25 editoriales de la muestra y se refieren tanto al contenido implícito recogido como al explícito.

11  Las máximas del cuadrado ideológico son: 1) maximizar las buenas propiedades de nuestro grupo; 2) minimizar las buenas propiedades del otro grupo; 3) maximizar los errores del otro grupo, y 4) minimizar los errores de nuestro grupo.

12 En el estudio que se realizó sobre los diferentes actores del nosotros se apreciaron diversas gradaciones sobre la consideración general de víctimas. Así los norteamericanos fueron víctimas–directas, al contrario de los europeos que sólo lo eran potenciales. La condición de víctima justificó una dimensión del conflicto por la que se legitimaba una respuesta y defensa global del bloque del Nosotros.

13 Los principios del compromiso con el lector están resumidos por Giró (2000: 32–33) en: 1) El compromiso de ofrecer un trato justo y equilibrado en la cobertura de los conflictos y, particularmente, de los actores que toman partido; 2) La separación entre información y opinión; 3) No mentir, y 4) Ofrecer información verosímil.

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