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Economía UNAM

versão impressa ISSN 1665-952X

Economía UNAM vol.9 no.27 Ciudad de México Set./Dez. 2012

 

Artículos

 

Interpretaciones sobre el desarrollo económico de México en el siglo XX

 

Interpretations on the economic development of México in the 20th century

 

Leonardo Lomelí Vanegas

 

Director y profesor titular de tiempo completo de la Facultad de Economía de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

 

Resumen

Se analiza la relevancia de profundizar en la investigación histórica en México en el siglo XX, desde una perspectiva de historia económica, pues a inicios del siglo XXI estamos en condiciones de emprender un balance desapasionado de las luces y sombras del desarrollo económico mexicano y así lograr una comprensión de las tendencias generales de la economía en el largo plazo. Asimismo se sugieren algunas hipótesis de interpretación y un breve estado de la cuestión. El autor enfatiza la reflexión y discusión sobre la historia económica reciente, que es, paradójicamente la menos estudiada.

Palabras Clave: Historia económica, Metodología económica, Análisis macroeconómico del desarrollo.

 

Abstract

The relevancy is analyzed of penetrating into the historical investigation into Mexico into the 20th century, from a perspective of economic history, since to beginnings of the 21st century we are in conditions to undertake a lacking in passion balance sheet of the lights and shades of the economic Mexican and like that development to achieve a comprehension of the general trends of the economy in the long term. Are suggested some hypothesis of interpretation and a brief condition of the question. Likewise the author emphasizes the reflection and discussion on the economic recent history, which is paradoxically the least studied.

Key Words: Economic History, Economic Metodology, Analisys of economic Development.

Journal of Economic Literature JEL: N, B41, O11

 

Introducción

Uno de los problemas más importantes que presenta la investigación histórica en nuestro país es la escasa producción académica sobre la historia de México en el siglo XX después del gobierno del general Lázaro Cárdenas (1934-1940). Esta carencia ha provocado serios problemas de perspectiva histórica que inciden directamente, en forma negativa, en nuestra cultura política. La ausencia es aún más notable en el caso de la historia económica, lo que explica en gran medida el predominio de una visión muy distorsionada acerca del desempeño económico de México en el siglo XX, que resulta perfectamente funcional a la actual política económica del Estado mexicano.

México tuvo en el siglo XX importantes trasformaciones económicas, que no se explican por sí mismas, sino en su relación con otros cambios políticos, sociales, culturales y demográficos. La historia económica de México en el siglo XX no es, indiscutiblemente, monocromática. No se lograron superar todos los rezagos del país, no se pudo dejar atrás el subdesarrollo, pero sí se alcanzaron avances importantes y la economía mexicana experimentó el período de crecimiento más prolongado que ha tenido desde que comenzó nuestra vida independiente. En los inicios del siglo XXI y con las conmemoraciones del bicentenario del comienzo de la Guerra de Independencia y del centenario de la Revolución Mexicana aún recientes, estamos en condiciones de emprender un balance desapasionado de las luces y las sombras del desarrollo económico de México en el siglo XX. Se trata de una tarea necesaria para poder situar en perspectiva histórica nuestros problemas económicos actuales e identificar los obstáculos a nuestro desarrollo económico.

No partimos de cero en esta tarea. Existe una vasta producción tanto desde la perspectiva de la economía como de la historia, sobre el comportamiento de la economía mexicana en períodos específicos del siglo XX, así como sobre diversos sectores y agentes económicos. Contamos también con algunas interpretaciones de conjunto, si no de todo el siglo, sí de buena parte de él, que facilitan enormemente la tarea de realizar un balance, si bien preliminar, dado que en muchos casos nos enfrentamos a la falta de información homogénea sobre variables fundamentales de la economía.

En resumen, se trata de una tarea que será fundamental para la presente generación de historiadores económicos y las que habrán de venir. El reto más importante es lograr una adecuada complementación de las técnicas y metodologías de investigación de la historia económica, con los enfoques de la teoría del desarrollo, para poder avanzar en la tarea fundamental que nos plantea la historia económica del siglo XX mexicano: identificar los errores y los aciertos, para así entender las causas de la persistencia del atraso de nuestra economía.

El presente artículo consta de cuatro apartados. En el primero se presentan algunos indicadores, con el objeto tanto de identificar las tendencias generales de la economía mexicana, como de proponer posteriormente una periodización que sea consistente con la interpretación de conjunto del desarrollo económico de México en el siglo XX. En el segundo apartado se analizan las interpretaciones que desde la economía, la historia y la teoría del desarrollo se han planteado para explicar el comportamiento de la economía mexicana durante el siglo XX. El tercero analiza las aportaciones más recientes y plantea los diversos elementos con los que contamos para una síntesis. El cuarto y último apartado aventura algunas hipótesis para proponer una interpretación sobre el desarrollo económico de México en el siglo XX. El objetivo de la disertación es ofrecer un breve estado de la cuestión y plantear algunas hipótesis sobre el comportamiento de la economía en el largo plazo. Su propósito principal es invitar a la reflexión y la discusión sobre la historia económica reciente, que es paradójicamente la menos estudiada.

 

I. Los hechos estilizados

A lo largo del siglo XX y a pesar de los muchos altibajos que enfrentó, la economía mexicana tuvo un desempeño macroeconómico notoriamente más satisfactorio que en el siglo XIX. El primer siglo de vida independiente se caracterizó por combinar períodos de crecimiento lento con otros de prolongado estancamiento o de abierta recesión. A pesar de la falta de indicadores completos sobre esos años, la historia económica del período se ha ido escribiendo lentamente y ya contamos con interpretaciones de conjunto, que corroboran la tesis del estancamiento económico de México durante el primer medio siglo de vida independiente.1

A partir del triunfo de la República y, sobre todo, del ascenso al poder del general Porfirio Díaz a fines de 1876, se inició un período de crecimiento que en gran medida se basó en la reinserción de México en la economía internacional, en la disminución de los costos de transporte y en el desarrollo del sistema financiero, que permitió reducir el costo del crédito, hasta ese momento excesivamente encarecido por la actividad de los agiotistas. El régimen de Porfirio Díaz realizó inversiones importantes en infraestructura de comunicaciones y obras públicas, que contribuyeron al desarrollo de nuevas regiones y sectores productivos y cambiaron el mapa de la población y las actividades económicas de la República. La aparición de nuevos grupos económicos, en los que tenía una participación importante y en muchos sectores hegemónica el capital extranjero, fue otro factor inédito en el desarrollo de la economía mexicana.

Es interesante destacar que el período más dinámico de crecimiento económico del Porfiriato tuvo lugar en el siglo XIX y no en el XX. A partir de 1901 la economía mexicana enfrentó mayor inestabilidad en el ciclo económico y se observa una reducción importante tanto en la construcción de ferrocarriles como en otras inversiones públicas y privadas. En cambio, hubo un esfuerzo de reorganización muy importante tanto del sistema financiero como de los ferrocarriles por parte del gobierno de Porfirio Díaz, lo que sugiere, al menos en principio, el surgimiento de un Estado con mayor participación en la economía, que terminaría de concretarse a partir de la Revolución Mexicana.

La década menos estudiada del siglo XX por los historiadores económicos es la que corresponde a la Revolución Mexicana, o bien a su fase armada, como dirían aquellos que consideran que la Revolución siguió viva después de la pacificación del país. Pero incluso sobre este período, en apariencia tan inasible para la investigación económica por el caos político e institucional que provocó la lucha armada y la falta de datos, John Wo-mack sugirió hace casi treinta años seis tesis generales, que ponen el énfasis en algo que los estudios regionales han demostrado: que la destrucción no fue generalizada, que hubo incluso regiones que prosperaron al amparo de la lucha y que, lejos del millón de muertos del que tanto se ha hablado al hacer el balance demográfico de la segunda década del siglo XX, el descenso demográfico fue significativamente menor, sin dejar de reconocer que hubo muchas bajas.2

Aceptando que la economía mexicana no creció en términos agregados durante la década revolucionaria, para la que no contamos con información confiable, podemos sin embargo afirmar que tuvo una recuperación muy lenta, más bien incierta, en los años veinte, que a partir de 1926 se vio interrumpida para dar paso a un nuevo período de recesión. Entre 1926 y 1932 México enfrentó problemas políticos y económicos muy severos, que se vieron agravados por la crisis internacional que se inicio a fines de 1929. La política económica del período contribuyó a agravar la situación, más que a superarla. Las políticas iniciadas en 1932 permitieron iniciar una incipiente recuperación que comenzó a consolidarse a partir de 1934. Este crecimiento se mantuvo, con algunos altibajos, hasta 1982, el año del inicio de la crisis de la deuda y representa el período de mayor crecimiento económico que ha experimentado el país, con todas las limitaciones y contradicciones que lo caracterizaron y que se explican en gran medida debido a los arreglos políticos y económicos que lo hicieron posible, pero que condicionaron también la distribución de sus beneficios.

En la Gráfica 1 podemos ver el comportamiento del pib real a precios de 1993 y la tendencia hasta antes de la crisis más reciente. Como puede apreciarse, hay un cambio de tendencia a partir de los inicios de la década de los ochenta, aunque la declinación en la tendencia viene de más atrás y tiene un punto de inflexión prácticamente durante el auge petrolero. A partir de entonces el crecimiento se vuelve más lento e inestable.

Si analizamos el comportamiento de las tasas de crecimiento del período, podemos identificar mejor no solamente los periodos de estancamiento y crecimiento, sino diferentes subperíodos. Nuevamente destaca 1932 como el año en el que tocó fondo la economía mexicana y 1934 como el inicio de su fase de expansión más prolongada, que se mantiene hasta 1982 aún cuando se hayan presentado años como 1953, de un crecimiento prácticamente nulo. En todo caso, la economía mexicana no volvería a experimentar años de crecimiento negativo hasta los años ochenta.

La Gráfica 2 presenta también con toda claridad los cambios de tendencia en el crecimiento económico después de la Revolución y hasta principios del siglo XXI. Como puede apreciarse y contra lo que se dijo en su momento, no fue en 1995 sino en 1932 cuando se experimentó la caída más abrupta en el Producto Interno Bruto. También resalta el hecho de que fue hasta la crisis de los años ochenta cuando el PIB volvió a tener tasas de crecimiento negativas. La tasa de crecimiento filtrada permite también ubicar el momento en el que se comenzó a expresar el agotamiento de la estrategia de desarrollo, desde mediados de los años setenta, si bien el auge petrolero permitió encubrir momentáneamente este agotamiento.

Durante el siglo XX también tuvo lugar un importante cambio en el tamaño y la distribución de la población. La población creció durante la primera década, retrocedió en la segunda como consecuencia de la lucha armada, aunque no haya consenso sobre la magnitud de la caída, y se recuperó a partir de 1921. La población mexicana experimentó un importante crecimiento a partir de la década de 1940 y también un importante desplazamiento desde el campo hacia las ciudades, de tal suerte que en dos décadas México dejó de ser un país rural y pasó a ser predominantemente urbano.

Como puede apreciarse, las tasas de crecimiento de antes y después de la Revolución Mexicana son muy similares. En cambio, la década de la lucha armada presenta tasas de crecimiento demográfico negativas. La caída en más de 800 mil habitantes del Censo de 1921 respecto al Censo de 1910, ha llevado a proponer a algunos autores la tesis del millón de muertos que habría provocado la Revolución. Ni duda cabe que hubo muchos muertos, más por epidemias y por la crisis sanitaria que trajo consigo la contienda que en el campo de batalla, pero se ha subestimado la importante emigración de mexicanos hacia Estados Unidos durante este período.

Cuadro 2

El incremento de la población se aceleró notablemente a partir de 1940 y la tasa de crecimiento siguió en aumento hasta los años setenta, cuando la política de población del gobierno mexicano comenzó a concientizar a las familias acerca de la importancia de planificar la familia y se comenzaron a difundir masivamente los diferentes métodos que podían emplearse para tal fin.

La industrialización y la urbanización fueron los fenómenos más notables que caracterizaron el siglo XX mexicano. Aunque se había iniciado de manera incipiente desde el siglo XIX y durante la primera década del XX tuvo una importante expansión al amparo todavía del régimen porfiriano, fue hasta después de 1940 cuando la industria mexicana realmente despegó y con ella, la urbanización comenzó a acelerarse, logrando un cambio muy significativo en la distribución de la población en el país en un período relativamente corto.

También mejoraron significativamente en este mismo período los indicadores de salud y educación. Buena parte del crecimiento demográfico se explica por la generalización en la mayor parte del territorio nacional de diferentes avances de la medicina que podían estar disponibles a bajo costo, desde los antibióticos hasta las vacunas. También se presenta un crecimiento significativo, si bien muy concentrado en las principales ciudades en un primer momento, en la infraestructura hospitalaria, que comienza a revertirse a partir de los años setenta. A pesar de los problemas que enfrentó esta expansión de los servicios públicos de salud y de la falta de una planeación adecuada, lo cierto es que el Estado mexicano logró importantes avances que se reflejaron en la esperanza de vida y en el descenso de las altas tasas de mortalidad materno-infantil.

Cuadro 3

Las consecuencias económicas y sociales de un cambio tan rápido fueron muy complejas. Por un lado, se vio reflejado en una redistribución significativa de la ocupación por sectores de actividad económica. Por el otro, implicó también que en unos cuantos años la población que venía del campo tuviera que adaptarse a la ciudad, dando lugar a fenómenos como los que todavía nos ilustran las películas mexicanas de ambiente urbano de los años cuarenta y cincuenta, como Los olvidados, de Luis Buñuel, que retrata los problemas de los sectores urbanos más marginados y la difícil transición del medio rural al citadino, ejemplificada por la gran cantidad de animales de granja que se podían encontrar en la ciudad de México en esa época.

Cuadro 4

Como puede apreciarse en el cuadro anterior, el crecimiento del sector terciario acompañó la rápida expansión de la industria y se aceleró a partir de la década de los setenta, cuando el dinamismo del sector industrial comenzó a declinar. Por lo que respecta a la agricultura, si bien ha continuado expulsando población, sigue ocupando una proporción muy alta si nos comparamos no solo con países más desarrollados, sino con niveles de desarrollo similares al nuestro.

Como puede apreciarse, el siglo XX mexicano puede ser caracterizado como el período de la gran transformación, pero también como el siglo de los procesos truncos. Una industrialización trunca, como diría Fernando Fanjzylber.3 Una reforma agraria que repartió tierras de diversas calidades pero no pudo dar el salto tecnológico que se requería para consolidar una agricultura intensiva en capital y no extensiva en superficie cultivada. La construcción de una red de protección social basada en el trabajo formal que quedó trunca cuando éste perdió dinamismo y la informalidad ganó terreno. La creación de un Estado promotor que fue eficaz para impulsar cierto tipo de industrialización, pero que no pudo hacer frente a todos los desequilibrios que ésta generó. La persistente desigualdad que va de la mano de la fragilidad fiscal del Estado y que ilustra la poca disposición de las elites a un acuerdo social redistributivo, por señalar solo algunos de los procesos truncos del siglo XX. De ahí la importancia de analizar y discutir las interpretaciones sobre el desarrollo económico de México en este siglo de contrastes.

 

II. Interpretaciones sobre el siglo XX

Las reflexiones sobre el significado económico del siglo XX se han dado lo mismo desde el campo de la economía y de la historia y en algunas ocasiones, desde la óptica de las teorías del desarrollo. En todos los casos se ha tratado de evaluaciones fragmentarias en tanto que están circunscritas a períodos específicos. No obstante, varios trabajos abarcan la mayor parte del siglo. Las interpretaciones varían dependiendo no solamente de la profesión de los autores, sino de sus propias filiaciones teóricas, lo que nos ofrece un panorama amplio, rico y variado de explicaciones que pueden ser útiles para proponer en algún momento una interpretación de conjunto.

El siglo XX se caracterizó en ciertos períodos por un renovado interés por el desarrollo económico. Ese fue el caso, por ejemplo, de los trabajos de Raymond Vernon4 y Clark Reynolds5 en los años sesenta, del libro de Leopoldo Solís La economía mexicana: retrovisión y perspectivas6 y en los años setenta y a principios de la década de los ochenta del libro coordinado por Rolando Cordera Desarrollo y crisis de la economía mexicana.7 Los diversos estudios que se han escrito sobre el desarrollo económico de México, coinciden en sus interpretaciones generales sobre las características del proceso de industrialización y urbanización, sobre los desequilibrios que éste planteó y que rebasaron la capacidad de respuesta del Estado y sobre las limitaciones de la estrategia de desarrollo industrial. No coinciden en cambio sobre los errores y aciertos de las políticas económicas de los primeros gobiernos posrevolucionarios, ni en su evaluación sobre la política económica de los años setenta (aquellos que llegan hasta esta década) ni tampoco en su balance del cambio estructural que se comenzó a instrumentar a partir de mediados de la década de los ochenta.

Una de las especialidades de la historia que ha experimentado en los últimos años mayor dinamismo, tanto en lo que hace a su producción como en la diversificación de sus enfoques interpretativos, ha sido la historia económica. Hasta hace poco, la historia económica no se había adentrado significativamente en el estudio del siglo XX mexicano, sobre todo en lo que respecta a su segunda mitad. Salvo la muy notable excepción de Enrique Cárdenas,8 no contábamos con libros que analicen este período de manera sistemática, aunque se habían ido elaborando una gran cantidad de libros especializados en sexenios o períodos claramente delimitados, así como un número también muy importante de estudios sobre diversos sectores y agentes económicos, que constituyen un insumo muy importante. La reciente publicación de la Historia económica general de México publicada por El Colegio de México contribuye a llenar este vacío. La cuarta parte del libro, "El dilatado siglo XX, 1929-2009", coordinada por Enrique Cárdenas, propone una serie de hipótesis y líneas de investigación susceptibles de ser analizados en trabajos más especializados.9

De todos los subperíodos del siglo XX, destacan por haber sido menos estudiados los años veinte y el Maximato, los años cincuenta y los años setenta. Por lo que respecta al último tercio del siglo XX, aunque existe una gran cantidad de información y muchos libros que analizan todo el período o partes del mismo, sigue siendo necesaria una visión de conjunto, que permita ubicar en perspectiva histórica las políticas económicas que se siguieron a partir del desarrollo estabilizador. Se requiere para este período un esfuerzo similar al realizado por Rolando Cordera y Javier Cabrera para analizar el papel de las ideas y las políticas en el cambio estructural en México a partir de 1982.10 En ese sentido, el libro coordinado por María Eugenia Romero Sotelo sobre la Historia del Pensamiento Económico en México desde 1821; constituye una referencia muy valiosa para entender las ideas de los responsables de la política económica y sus críticos, que puede contribuir a una síntesis que evalúe desde diversos planos el desarrollo económico de México en el siglo XX.11

 

III. Nuevas aportaciones y elementos para una síntesis

La interpretación de las características y las insuficiencias del desarrollo económico de México en el siglo XX es fundamental no solamente desde un punto de vista académico, sino para poder entender los problemas que arrastra la economía mexicana y la manera en que las políticas del último cuarto de siglo los han agravado. La perspectiva que dan las últimas dos décadas del siglo XX permite analizar con otros ojos el período de crecimiento previo al estallido de la deuda y evaluar en una perspectiva de largo plazo los obstáculos al desarrollo que ha enfrentado la economía mexicana. En la primera década del siglo XXI a los trabajos que abordaron este tema en los años sesenta y hasta principios de los ochenta se añadió una obra que se benefició de esta perspectiva más amplia, e incluso propuso un período de análisis más amplio, para incorporar la evolución histórica de México en el siglo XIX.12 Se trata del trabajo de Jaime Ros y Juan Carlos Moreno Brid, en el que analizan la historia de la economía mexicana desde la perspectiva de la relación entre Estado y mercado, la más problemática y al mismo tiempo la más necesaria de las que se dan en una economía capitalista.

El libro de Moreno-Brid y Ros abarca desde los orígenes del atraso en las postrimerías del período colonial y los inicios de la vida independiente, hasta los resultados del cambio estructural instrumentado después de la crisis de la deuda externa y que ha determinado el desempeño económico del país en las últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI. Aunque reconocen que hay muchos elementos que han influido en errático comportamiento del desarrollo económico de México, le asignan un factor fundamental a los factores político-institucionales, que cuando han generado consensos desarrollistas han permitido acelerar el crecimiento, pero cuando han propiciado desencuentros han dado lugar a largos períodos de estancamiento o de franca recesión. El papel de las políticas económicas es fundamental en su análisis de la historia económica de México. Desde su perspectiva, han sido las políticas más pragmáticas, que han logrado un adecuado balance entre intervención estatal y mecanismos de mercado, las que han resultado más exitosas, mientras que las épocas de liberalización a ultranza han desembocado en períodos de lento crecimiento.

Además de esta obra que nos ofrece una visión histórica del desarrollo económico de México, hay una gran cantidad de estudios que pueden ser utilizados para proponer una interpretación de conjunto que tome en cuenta no solamente el desempeño económico general, sino la articulación entre grupos políticos e intereses económicos, para entender la compleja y sutil relación entre economía y política. Estos estudios permiten articular una interpretación del desarrollo económico de México desde la Economía Política, a partir del papel que han desempeñado el Estado y las distintas clases y actores sociales a lo largo de nuestra historia. Los conflictos distributivos y su expresión en los arreglos institucionales y las coaliciones que nos han gobernado a lo largo de casi dos siglos, permiten entender los alcances y limitaciones de las estrategias de desarrollo que hemos instrumentado.

El Estado es, indudablemente, uno de los principales actores de esta historia y de hecho, ha sido el más estudiado. En uno de sus más recientes libros, Estado y desarrollo económico,13 Carlos Tello nos ofrece una visión muy amplia de la historia del desarrollo económico de México en el siglo XX, a partir de la contribución de uno de sus protagonistas más importantes: el Estado mexicano. Este libro continúa y en muchos aspectos profundiza las contribuciones que el autor ya había realizado a la historia económica del siglo XX mexicano en diversas obras como La política económica de México 1970-1976 y La nacionalización de la banca en México, a la vez que retoma el análisis sobre la disyuntiva entre los proyectos de desarrollo que vivía México en los años setenta, tema abordado con Rolando Cordera en La disputa por la nación.14 El libro de Tello se complementa con el que fuera coordinado por José Ayala en los años ochenta y actualizado en una segunda edición en el año 2000 sobre la formación de la economía mixta mexicana a partir de 1920.15

La política fiscal ha sido a lo largo de nuestra vida independiente un espacio de encuentros y desencuentros entre Estado y mercado, o si se prefiere ponerlo en estos términos, entre gobiernos y grupos empresariales. También ha sido la arena en la que se han dirimido las pugnas entre órdenes de gobierno y sobre todo, entre el gobierno federal y los gobiernos de los estados y del Distrito Federal. Al mismo tiempo, a las deficiencias de la política fiscal se les puede atribuir un peso muy relevante en la permanencia de la desigualdad que históricamente ha caracterizado a la sociedad mexicana. En su libro Exenciones y privilegios, Luis Aboites cuenta la historia de los afanes modernizadores del sistema fiscal y sus repetidos fracasos después de la Revolución Mexicana, hasta la fallida reforma fiscal que impulsó el gobierno del presidente Luis Echeverría.16 En particular, destaca la centralización de la recaudación como un factor fundamental en la construcción y consolidación del presidencialismo mexicano. A esta contribución se suma la selección y el ensayo introductorio de Aboites y Mónica Unda de textos de Víctor L. Urquidi reunidos en el libro El fracaso de la reforma fiscal de 1961, que también recupera el "Informe sobre la reforma fiscal mexicana" elaborado por Nicholas Kaldor en esa coyuntura.

Los estudios de las élites económicas y los grupos empresariales son importantes para poder entender las restricciones a las que se enfrentaron los gobiernos mexicanos a lo largo del siglo XX, sobre todo cuando intentaron llevar a cabo políticas más redis-tributivas. Hemos estudiado más la política económica que el entramado de intereses económicos que la sustentan. Lo mismo para el caso del Porfiriato que para el desarrollo estabilizador, el buen desempeño económico terminó en un callejón sin salida cuando se hicieron evidentes las restricciones que ese entramado ponía a todo intento de llevar a cabo reformas redistributivas, que hubieran permitido aliviar las restricciones al crecimiento y superar el agotamiento de las respectivas estrategias de desarrollo. En ese sentido, tanto el régimen de Díaz como el de la Posrevolución, a pesar de su autoritarismo, estuvieron acotados por el tipo de arreglos que establecieron con los grupos económicos. La paradoja es que en ausencia de un régimen democrático, el Estado es más vulnerable a la presión de los grupos organizados y, en consecuencia, tiene menor margen de maniobra para impulsar reformas que afecten la estructura del pacto de dominación implícito entre el poder político y el económico. De ahí la importancia de una historia económica del siglo XX que evalúe el papel no sólo del Estado, sino de los empresarios y los distintos grupos organizados, en el desarrollo económico y social de México.

 

IV. Hacia una interpretación de largo plazo del siglo XX mexicano

Los primeros balances del siglo XX mexicano han estado contaminados por una sobre-ideologización que se explica en gran medida por la competencia política reciente. Cuando se habla de 70 o 71 años en los que no pasó nada, para referirse al período de gobierno del partido creado por Calles en 1929, el prejuicio ideológico convive con una ignorancia histórica inadmisible. En realidad, una visión de largo plazo nos revela que nuestro país solamente ha tenido dos períodos de crecimiento económico sostenido: el que corresponde a los gobiernos del general Porfirio Díaz y con algunos altibajos al del general Manuel González, de 1877 a 1911, y el que se inicia en 1932 y se prolonga, también con algunos altibajos, hasta 1982. Si echáramos a la basura este período, el de crecimiento más alto y prolongado de nuestra historia, nos tendríamos que quedar solamente con el Porfiriato y si también renunciáramos a este, nos tendríamos que ir a la colonia para buscar nuestro último período de crecimiento económico largo y sostenido.

¿Cómo se fraguó y cómo se agotó este importante período de crecimiento económico? ¿Por qué se cambió el rumbo? ¿Por qué fue insuficiente para superar algunos de los problemas más arraigados del país, en particular la pobreza y la desigualdad? ¿Cuál es el balance, cuáles fueron los aciertos y las limitaciones de la intervención del Estado en la economía mexicana durante el siglo XX después de la Revolución Mexicana?

Más allá de la carga ideológica que puede subyacer en varias de las interpretaciones antes referidas, la evidencia empírica analizada en el primer apartado demuestra que el siglo XX fue el de la gran transformación de la economía mexicana, y en concreto el período 1934-1982. Ignorarlo equivale a negar el período más importante de crecimiento que ha experimentado la economía mexicana desde que podemos referirnos a ella como tal, o sea, desde el momento en el cual México se independizó de España.

Un balance de la evolución económica de México en el siglo XX tiene que tomar en cuenta los avances que la investigación histórica y los métodos más modernos de análisis económico; pero también tiene que recuperar la necesaria interrelación entre la economía y la política como una variable fundamental para entender los avances y los retrocesos que ha experimentado nuestro país.

El Porfiriato fue un importante período de expansión económica y de una diversificación productiva muy importante. Sin embargo, llevar el revisionismo historiográfico hasta el extremo de creer que podría haber continuado indefinidamente es a todas luces desproporcionado, por decir lo menos. Calcular el costo de oportunidad de la Revolución Mexicana extrapolando el crecimiento económico del Porfiriato durante la década pérdida por la lucha armada, o aún más allá, hasta los años veinte, es un ejercicio de historia contra-factual que presenta muchos problemas. Éstos tienen que ver tanto con la crisis política del régimen como con problemas inherentes a la estrategia de desarrollo, que permiten suponer que aún sin Revolución Mexicana hubiera sido necesario un ajuste profundo que excedía la capacidad del régimen porfiriano para poder procesar los cambios.

Durante la primera década del siglo XX la economía mexicana presentaba crecientes problemas para continuar creciendo a las tasas de las dos décadas previas. Los efectos de la crisis de 1901-1902 aceleraron los trabajos del gobierno mexicano para revisar y reformar el sistema de cambios del país, esfuerzos que condujeron a la reforma monetaria de 1905. Pero la intensidad con que se dejó sentir en nuestro país la crisis de 1907 puso al descubierto la fragilidad del sistema financiero mexicano y la vulnerabilidad de la economía ante choques externos. Esta vulnerabilidad era resultado, en gran medida, de las instituciones que el propio Porfiriato había creado para encauzar el desarrollo económico del país, pero también, del tipo de arreglos políticos y económicos que sustentaban al régimen y que se fueron debilitando a medida que avanzaba la edad del presidente, que era el eje de todo el sistema político y garante de la actividad económica.

Como se señaló arriba, el comportamiento de la economía mexicana durante el Porfiriato no puede ser entendido sin tener presentes las características del régimen político que lo sustentó. Por primera vez desde la independencia, México tuvo un período de estabilidad política y crecimiento económico prolongado, que iban de la mano en la estrategia presidencial. Porfirio Díaz, que llegó al poder en 1876 gracias al triunfo de una revolución, entendió rápidamente la relación que debía establecer entre el orden y el progreso para legitimar su gobierno y mantenerse en el poder. Más aún, tanto la estabilidad política como el crecimiento económico se convirtieron en las piedras angulares de un régimen personalista, que por lo mismo, era también muy vulnerable al envejecimiento y las enfermedades del presidente. Como el propio Díaz lo reconoció en la entrevista que concedió a James Creelman en 1908,17 cuando se enfermaba el presidente bajaba el precio de los bonos mexicanos en el exterior.

Los científicos -el grupo de políticos e intelectuales que se convirtió en el principal sustento ideológico y que ocupo posiciones clave en el gobierno de Porfirio Díaz y en los poderes legislativo y judicial-, propuso insistentemente la institucionalización de la política para que el régimen porfirista pudiera prolongarse. La renuencia del presidente dio al traste con sus esfuerzos. Sin embargo, cabe preguntarse si la creación de mecanismos adecuados para garantizar la transmisión pacífica del poder político hubiera bastado para asegurar la continuidad del régimen. Al final, éste hubiera entrado en crisis, como ocurrió en otros regímenes oligárquicos de América Latina, incluidos aquellos en los que la alternancia formal en el poder ejecutivo se dio sin sobresaltos durante períodos prolongados, como ocurrió en Argentina. La irrupción de las masas no necesariamente hubiera asumido la forma de una revolución, pero tarde o temprano se hubiera presentado, aunque sin el poder suficiente para impulsar reformas más profundas, lo que también hubiera afectado a la larga la estabilidad política y el potencial de crecimiento del país.

La Revolución Mexicana adquiere de esta forma una importancia fundamental para comprender no solamente el estancamiento económico de la segunda década del siglo, aspecto en el que han puesto énfasis los revisionistas más recientes, sino la larga fase de expansión posterior de la economía mexicana. Dicho de otra forma, aceptando los efectos negativos que tuvo la Revolución Mexicana en el corto plazo sobre la actividad económica, el buen desempeño que caracterizó a nuestra economía durante prácticamente medio siglo, a partir de los años treinta, también es atribuible a los cambios que propició y al régimen político que, con todas sus imperfecciones, logró construir y que garantizó una estabilidad de la que carecieron el resto de los países de la región.

La política económica del período 1920-1935 ofrece una veta muy importante para la investigación histórica. El escaso conocimiento del mismo ha llevado en ocasiones a varios historiadores -lo mismo profesionales que improvisados-, a afirmar que el Estado interventor mexicano nació en la Revolución Mexicana, cuando en rigor, si bien la Constitución de 1917 aportó las bases legales para ese intervencionismo, fue hasta los años treinta cuando comenzó a construirse. De hecho, la política económica del período fue más apegada a los principios liberales de lo que se cree, e incluso contó con un primer período de estancamiento estabilizador entre 1926 y 1932 durante la gestión al frente de la Secretaría de Hacienda de Luis Montes de Oca. En este período la figura de Alberto J. Pani es fundamental, no tanto por haber logrado resultados espectaculares en los dos períodos en los que estuvo al frente de la Secretaría de Hacienda, sino por haber contribuido a construir las instituciones económicas que permitirían encauzar el crecimiento del país a partir de la década siguiente, y por haber tenido la intuición de que se necesitaba una política anticíclica, en contra de la posición de Montes de Oca y Plutarco Elías Calles, que eran partidarios de políticas restrictivas que privilegiaran la estabilidad económica por encima del crecimiento.

El aumento en la intervención del Estado en la economía, lento, gradual, pero irreversible, se fue fraguando durante el período conocido como "Maximato". Este proceso se enfrentó a serias oposiciones y motivó no pocas polémicas entre los principales protagonistas de la política económica de la época, como los secretarios de Hacienda Pani y Montes de Oca y el propio jefe máximo, Plutarco Elías Calles, pero se resolvió definitivamente a favor de una ampliación de la participación estatal durante el gobierno de Abelardo L. Rodríguez, con la creación de empresas estatales y bancos de desarrollo, y se consolidó durante el gobierno de Lázaro Cárdenas.

El sexenio del general Cárdenas fue tracendental en la construcción tanto del sistema político mexicano como de buena parte de los instrumentos de intervención del Estado en la economía. El gobierno de Cárdenas representa en muchos aspectos el clímax de la Revolución Mexicana. Se lleva a cabo la fase más importante, por la cantidad y calidad de las tierras repartidas, de la reforma agraria; se reafirma la soberanía nacional con la expropiación petrolera; marca abiertamente y sin ambajes el inicio de políticas heterodoxas, desarrollistas de largo aliento y anticíclicas para hacer frente a los obstáculos a la recuperación económica, como la recesión de 1937, que afectó menos a México que a la mayor parte de los países del mundo.

Entre 1932 y 1954 México vivió un intenso debate entre la escuela más ortodoxa de política económica, la monetaria y otra que desde aquellos años fue calificada como desarrollista. Después de un predominio ortodoxo entre 1927 y 1932, los años en los que Luis Montes de Oca estuvo al frente de la Secretaría de Hacienda, ganan terreno las posiciones desarrollistas, aunque siempre hubo un sector muy crítico dentro del propio gobierno hacia esas políticas, en particular en el Banco de México.

Es importante señalar que Cárdenas impulsó el crecimiento y flexibilizó las políticas económicas, pero sin incurrir en un déficit fiscal inmanejable. Al mismo tiempo, consolidó las instituciones al liquidar el Maximato y llevó a cabo una política de masas que se reflejó en los cambios que experimentó el partido creado por Calles, el Partido Nacional revolucionario (PNR), que se convirtió en un partido organizado en sectores bajo la denominación de Partido de la revolución Mexicana (PRM). Destaca el cumplimiento de los principales objetivos establecidos en el Primer Plan Sexenal, elaborado por el PNR antes de la postulación del general Cárdenas a la Presidencia y que constituyó un importante ejercicio de planeación para la época.

Los períodos del general Manuel Ávila Camacho, de Miguel Alemán y los primeros años de Adolfo Ruiz Cortines se caracterizan por un decidido apoyo a la industrialización en medio de crecientes presiones inflacionarias. Las políticas de promoción del desarrollo se ejecutan en medio de una creciente inestabilidad cambiaria y de presiones sobre los precios, motivando crecientes críticas de las posiciones monetarias más ortodoxas. Este período contó con un impulso inicial favorable para la sustitución de importaciones, que fue provocado por la Segunda Guerra Mundial y la creciente demanda de materias primas mexicanas, así como la caída de la producción de los países industriales de bienes que comenzaron a fabricarse en México para satisfacer las necesidades del mercado nacional. Lo que comenzó como un proceso espontáneo, continuó después con la protección del Estado a los productores nacionales, impulsando así la industrialización sustitutiva de importaciones. De esta manera se aceleraron y retroalimentaron los procesos de industrialización y urbanización, que cambiaron en unos cuantos años la distribución de la población y la estructura de la economía.

La devaluación de 1954 no solo corrigió los desequilibrios de la cuenta corriente, sino que contribuyó decisivamente a aumentar la certidumbre de los agentes económicos, al establecer un horizonte de estabilidad cambiaria de 22 años. De esta manera, la devaluación de 1954 sentó las bases del período de crecimiento con estabilidad de precios que sería bautizado por uno de sus principales artífices -el secretario de Hacienda de López Mateos y Díaz Ordaz, don Antonio Ortiz Mena-, como el desarrollo estabilizador. Al respecto hay que señalar que autores como Carlos Tello han fechado el inicio del desarrollo estabilizador en 1954, con la devaluación y no en 1958, año en que lo fechó Ortiz Mena para hacerlo coincidir con su gestión hacendaria. En efecto, más allá de los límites rígidos de los sexenios, el desarrollo estabilizador no se explica sin la acertada devaluación instrumentada en el gobierno de Ruiz Cortines, siendo secretario de Hacienda Antonio Carrillo Flores. El desarrollo estabilizador fue notable por la combinación entre crecimiento económico alto con estabilidad de precios, pero debe ser evaluado también a la luz de las oportunidades perdidas: la reforma fiscal que no llegó y la declinación del sector agropecuario, así como el acelerado crecimiento demográfico.

La leyenda negra sobre el papel del Estado mexicano en la economía, que se comenzó a construir desde los años setenta, como consecuencia del enfrentamiento entre el gobierno mexicano y los empresarios, se empalmó con la ofensiva que se desplegó en todo el mundo contra el Estado interventor y se estableció casi como una verdad canónica que apenas ahora comienza a ser revisada.

De esta manera, lo que comenzó como un conflicto nacional sobre el papel del Estado en la promoción del desarrollo, se vio reforzado por una oleada conservadora en el pensamiento económico y en las tendencias de la política económica internacional, que sin embargo hoy ha comenzado a ser revisada en la mayor parte del mundo, no así en México, en donde el predominio ideológico de las posiciones más ortodoxas en materia de política económica se ha mostrado inmune a la alternancia política hasta ahora. Este predominio se basa en buena medida en una memoria de corto plazo, que es necesario combatir desde la academia para entender las peculiaridades del desarrollo mexicano, el papel que desempeñó el Estado y la participación de otros agentes económicos, en particular los empresarios y los movimientos sociales organizados, en este proceso.

La leyenda negra del Estado interventor atribuye a las extravagancias, al voluntarismo y sobre todo al populismo de los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo el final del desarrollo estabilizador y las decisiones equivocadas que llevaron al país a la crisis de la deuda y al estancamiento de los años ochenta. Sin embargo, pocos se hacen cargo de los evidentes signos de agotamiento de la estrategia de desarrollo anterior al inicio del gobierno de Luis Echeverría, de los problemas de distribución del ingreso que ni el desarrollo estabilizador ni los años de crecimiento inflacionario previo habían logrado superar y de las presiones sociales y demográficas que enfrentaba el país al inicio de los años setenta, sumados a la inestabilidad económica internacional que terminó con los años dorados de la segunda posguerra.

Los gobiernos de Echeverría y López Portillo tuvieron en común la preocupación por mantener el crecimiento económico de un país cuya población crecía aceleradamente, pero en escenarios distintos y con diferentes prioridades. Echeverría reconoció la necesidad de una reforma fiscal y de un esfuerzo redistributivo por la vía del gasto social, pero el enfrentamiento con el sector privado afectó seriamente la viabilidad de sus planes y los errores de política económica complicaron la situación hasta llegar a la fuga de capitales y la abrupta devaluación de 1976. Aunque en sus inicios el gobierno de Miguel de la Madrid estuvo más preocupado por la instrumentación de los programas ortodoxos de ajuste avalados por los organismos multilaterales, paulatinamente se fue planteando una agenda de reformas que buscaban configurar una estrategia de cambio estructural para la economía mexicana. Las principales reformas que impulsaron el cambio estructural tuvieron dos ejes fundamentales: revisar el papel del Estado en la economía y la relación de México con el exterior. La revisión del papel del Estado se tradujo en una política de privatización de empresas públicas que se inició con De la Madrid y alcanzó su clímax con Salinas, cuando se vendieron las más importantes, para continuar todavía con Ernesto Zedillo. Incluyó también una política de desregulación que no siempre dio los resultados que se esperaban en términos de eficiencia económica y que en muchos casos solamente se tradujo en una disminución de la capacidad del Estado para regular mercados clave para la economía. El saldo de las privatizaciones amerita un estudio en sí mismo, pero puede afirmarse que los costos excedieron a los beneficios a juzgar por el monto del rescate bancario.

El cambio en las relaciones con el exterior, por su parte, se tradujo en un impresionante incremento de las exportaciones mexicanas que, sin embargo, ha demostrado una muy limitada capacidad de arrastre para el resto de la economía, lo que se traduce a su vez en un crecimiento muy alto de las importaciones asociadas a las exportaciones. La eliminación de las restricciones a la inversión extranjera tampoco se ha traducido en mayor inversión directa, sino en compra de activos ya existentes, dando lugar a que actividades estratégicas como los servicios bancarios estén hoy mayoritariamente en manos del capital extranjero. Hoy somos una economía muy abierta, que crece lentamente y no ha sabido aprovechar la mayor parte de sus tratados con el exterior, ya que solamente tenemos una relación superavitaria con nuestros socios de América del Norte, pero perdemos posiciones año con año en esos mercados frente a nuestros competidores asiáticos.

Si analizamos nuestro desempeño económico reciente en perspectiva histórica, el saldo no podría ser más desfavorable. Por lo mismo, llama poderosamente la atención la persistencia de una política que ha dado tan pobres resultados y más aún, que esta política se haya mantenido más allá de la alternancia del año 2000 en el Poder Ejecutivo Federal. Nos encontramos ante un insólito caso de victoria cultural, como alguna vez lo refirió un célebre panista, que muestra la eficacia de las ideas y los discursos bien articulados para desvirtuar la realidad. El período más importante de crecimiento de la economía mexicana sigue siendo un gran desconocido para la mayoría de la población, incluidos los que nacimos o crecimos en sus postrimerías. Las causas del agotamiento de la estrategia de desarrollo anterior siguen siendo, a tres décadas, susceptibles de una revisión rigurosa, analítica y desapasionada que nos permita entender no solo sus insuficiencias, sino las posibilidades de reforma que no se ensayaron pero que tal vez ahora, al calor de la crisis que continúa latente, tendrán que ser revisitadas.

 

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Notas

1 Véase la recopilación de artículos clásicos de John H. Coatsworth, Los orígenes del atraso. Nueve ensayos de historia económica de México en los siglos XVIII y XIX, México, Alianza Editorial Mexicana, 1990. Una visión de conjunto más reciente sobre el siglo XIX mexicano y sus antecedentes y prolongaciones en los siglos XVIII y XIX respectivamente puede consultarse en el libro de Enrique Cárdenas, Cuándo se originó el atraso económico de México. La economía mexicana en el largo siglo XIX, 1780-1920, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva y Fundación José Ortega y Gasset, 2003.

2 John Womack, "Historiografía y análisis" en Nexos, número 11, noviembre de 1978.

3 Fernando Fanjzylber, La industrialización trunca de América Latina, México, Editorial Grijalbo, 1987.

4 Raymond Vernon, El dilema del desarrollo económico de México, México, Editorial Diana, 1966.

5 Clark Reynolds, La economía mexicana, su estructura y crecimiento en el siglo XX, México, Fondo de Cultura Económica, 1973.

6 Leopoldo Solís Manjarrez, La realidad económica mexicana: retrovisión y persectivas, 3a edición, México, Fondo de Cultura Económica, 2000.

7 Rolando Cordera (coordinador), Desarrollo y crisis de la economía mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1981 (Lecturas de El Trimestre Económico núm. 39).

8 Enrique Cárdenas, La política económica en México 1950-1994, México, Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México, Fideicomiso Historia de las Américas, 1995.

9 Sandra Kunz Ficker (coordinadora), Historia económica general de México. De la colonia a nuestros días, México, El Colegio de México, Secretaría de Economía, 2010.

10 Rolando Cordera y Carlos Javier Cabrera (coordinadores), El papel de las ideas y las políticas en el cambio estructural en México, México, Fondo de Cultura Económica (Lecturas de El Trimestre Económico 99), 2008.

11 María Eugenia Romero Sotelo, Historia del pensamiento económico en México: problemas y tendencias 1821-2004, México, Editorial Trillas, 2004.

12 Juan Carlos Moreno-Brid y Jaime Ros Bosch, Desarrollo y crecimiento en la economía mexicana. Una perspectiva histórica, México, Fondo de Cultura Económica, 2010.

13 Carlos Tello Macías, Estado y desarrollo económico: México 1920-2007, 2a edición, México, Facultad de Economía, Universidad Nacional Autónoma de México, 2008.

14 Rolando Cordera y Carlos Tello, México: la disputa por la nación. Perspectivas y opciones del desarrollo, México, Siglo XXI Editores, 1981.

15 José Ayala Espino (coordinador), Estado y desarrollo. La formación de la economía mixta mexicana en el siglo XX, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Economía, 2001.

16 Luis Aboites Aguilar, Excepciones y privilegios: modernización tributaria y centralización en México, 1922-1972, México, Centro de Estudios Históricos, El Colegio de México, 2003.

17 James Creelman, Entrevista Díaz Creelman, 2a edición, prólogo de Álvaro Matute, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, 2008.

 

Información sobre el autor

Leonardo Lomelí Vanegas: Es licenciado en Economía por la UNAM y Maestro y Doctor en Historia por la misma Universidad. Recibió la Medalla Alfonso Caso en 2002 Recibió el Reconocimiento Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en el Área de Docencia en Ciencias Económico Administrativas y en el Área de Investigación en Ciencias Económico Administrativas. Ha ejercido la docencia de manera ininterrumpida en la Facultad de Economía de la UNAM desde 1994. Es autor de un libro, Breve historia de Puebla, Fondo de Cultura Económica y El Colegio de México, 2001, coautor de otro, La política económica de México en el Congreso de la Unión 1970-1982, con Emilio Zebadúa, Fondo de Cultura Económica, 1998, coordinador y coautor de uno más, El partido de la Revolución Institución y conflicto, coordinado con Miguel González Compeán con la colaboración de Pedro Salmerón Sanginés, Fondo de Cultura Económica, 2000). Ha compilado cuatro memorias de coloquios y ha escrito diecisiete capítulos en libros, varios artículos en revistas arbitradas nacionales e internacionales. Ha asistido a Congresos Internacionales en México, España y Uruguay e impartido conferencias en las Universidades de Santiago de Compostela, Autónoma de Madrid y de Málaga, en España. Actualmente es director de la Facultad de Economía de la UNAM.

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