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Economía UNAM

versión impresa ISSN 1665-952X

Economía UNAM vol.7 no.19 Ciudad de México ene./abr. 2010

 

Artículos

 

La ambigüedad en la obra de John Maynard Keynes, ¿Falla o recurso plausible?

 

The ambiguity in the work of John Maynard Keynes, flaw or plausible device?

 

Federico Novelo U.

 

Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco. <fjnovelo@correo.xoc.uam.mx>

 

Resumen

El presente artículo analiza la importancia de la ambigüedad en la vida y obra de John Maynard Keynes y muestra que su pretensión fundamental fue elaborar una teoría de la ocupación, cuyo resultado sería una función de la política económica y social. Ahí está la fuerza y la debilidad de la elaboración keynesiana, arraigada profundamente al tiempo histórico y, por ello, sin la abstracta intemporalidad de la obra neoclásica. Una lectura atenta de este texto debe evitarnos la confusión respecto a lo ambiguo y lo pusilánime en su obra, diferencia que hoy nos demuestra de manera contundente.

 

Abstract

This article analyses the importance of the ambiguity in the life and works of John Maynard Keynes. The author establishes that Keynes main aim was to develop an employment theory, whose outcome would be an economic and social function. The strength and weakness of the Keynesian framework is based deeply on the historic time and not in the abstract, timeless neoclassical principles. Keynesian use of the ambiguity should avoid any misunderstanding between the concepts of ambiguity and pusillanimity.

JEL classification: B31, E12, E13

 

El chiste según el cual cuando se juntan cinco economistas hay seis
opiniones, dos de ellas de Keynes, ya era conocido en su tiempo1

 

Presentación

El debate en curso, relativo a la incertidumbre que, muy lejos de las ofertas iniciales, acompaña al proceso de la globalización, tiende a resolverse (o a complicarse), de un lado, en la apología del libre comercio y, de otro, en la contabilidad de descalabros que el proceso mismo distribuye entre los sistemas económicos nacionales. En atención a los éxitos visibles en algunas economías del sureste asiático, la discusión relativa al papel del gobierno en el ámbito económico, de nueva cuenta y en presencia de economías abiertas por todo el planeta, recrea el conflicto entre colectivismo y liberalismo económico y atrae la atención de quienes reflexionan sobre las posibilidades del desarrollo material y su indispensable efecto social, en el estrecho margen que la globalización impone a las políticas económicas –que seguirán siendo nacionales–, para definir las perspectivas del proceso en curso y para recuperar, ¿qué otra cosa debe ocupar la atención de los practicantes de la ciencia económica?, las posibilidades del bienestar social. La actualidad del debate sobre el papel del Estado, converge con la celebración de los setenta años de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero y con los sesenta de la muerte de su autor, John Maynard Keynes, quien tomó un sitio destacado en el mismo debate, muy a pesar que hoy se le evoca como defensor, simultáneamente, del individualismo liberal capitalista y del colectivismo reductor de la libertad individual. La contradicción que representa colocar al mismo intelectual en dos bandos opuestos e irreconciliables, tiende a disolverse si se reconoce que, tanto en su concepción de la vida y de las cosas que le dan sentido, cuanto en sus elaboraciones y experiencias económicas, Keynes convirtió a la ambigüedad en una virtud que, muy tempranamente y hasta sus últimos días, le acompañó por toda su vida. En el presente trabajo se intenta describir la recurrencia en el uso de esta extraña habilidad, visible en mi opinión en las diversas facetas de su experiencia vital y su legado intelectual.

Casi desde la aparición de La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, evocar a un Keynes intervencionista, armado de argumentos y aficiones colectivistas, construye una suerte de lugar común que tiende a ignorar la amplitud y, sobre todo, la profundidad de la ambigüedad keynesiana.2 Esta ignorancia se apoya en el olvido recurrente de las preocupaciones de Keynes, enderezadas en el propósito de salvar –justo en el momento estelar de las grandes ofertas fascistas y socialistas para colectivizar mucho más que la organización económica mundial– al individualismo, a la democracia, al liberalismo y al capitalismo, primero británicos y, después, internacionales. La viabilidad de tal propósito, en los años de la Gran Depresión, descansó en la declaración textual de Keynes: "El Estado debe hacer lo que los demás no hacen". Para quienes le conocen en la diversidad de facetas de su producción intelectual, para quienes le aprecian o le temen por referencias vagas y de bajo crédito histórico y para quienes lo divulgan y siguen con un cierto interés utilitario, para sumarlo a su propia causa; para todos, resolver una pequeña pregunta resulta, hoy, verdaderamente relevante: ¿Quién fue, en el tema del colectivismo, John Maynard Keynes? En sus experiencias vitales, en la selección de insumos para su elaboración intelectual y en sus propuestas económicas y políticas (propias del economista político que fue), se encuentran elementos significativos y suficientes para mostrar el recurrente empleo de la ambigüedad para afrontar los hechos en cada faceta.

 

1. En la vida

"No sólo aquellos que retienen ecos claros de la voz divina
son honorables –benditos son, en verdad,
cualquiera sea el juicio del mundo– sino aquellos que oyen
hermosos ecos tenues, aunque la multitud ensordezca,
y contemplan las vestiduras de los dioses blancos en las colinas,
que la muchedumbre no ve, aunque puede que no encuentren
una música apropiada para sus visiones, benditos son,
no despreciables". Bernard de Cluny.
Epitafio que J. M. Keynes eligió para sí mismo, desde sus años de estudiante en Eton.3

 

Comencemos por reconocer que la ambigüedad de Keynes, en asuntos tan relevantes como la Primera Guerra Mundial, llegó a confundir a dos de sus biógrafos, en el significativo tema de la objeción de conciencia, tortuoso procedimiento por medio del cual era posible y legal, en su caso, evadir el servicio militar en el Reino Unido. En 1957, Clive Bell, destacado miembro del Grupo de Bloomsbury y esposo duradero de Vanessa Stephen, publicó su libro Old Friends, en el que hace una alusión poco afectuosa a la forma en que Keynes respondió al llamado gubernamental a las armas:

Un hecho aparentemente desconocido es que... Keynes fue un objetor de conciencia... Ciertamente fue un objetor peculiar y, según creo, muy razonable. No era un pacifista; no se oponía a la lucha de un modo incondicional, sino que objetaba a que se le obligara a luchar. Como buen liberal que era, objetaba la conscripción. No estaba dispuesto a luchar sólo porque Lloyd George, Horatio Bottomley y Lord Northcliffe le dijeran que tenía que hacerlo... En cuanto a su objeción de conciencia, en su momento fue requerido a declarar ante cierto Tribunal y envió una nota en la que decía estar demasiado ocupado para asistir.

Roy Harrod, que pinta a Keynes como convencido de la guerra, reaccionó en una nota publicada en el Economic Journal, en diciembre de 1957. Decía: "Afirmo que Keynes no fue objetor de conciencia en ningún sentido, peculiar o no... Mantuvo que era deber de Gran Bretaña intervenir en 1914 y si se acepta eso, nada más hay que decir sobre su "objeción". Afirmo que si Keynes no hubiera estado realizando un trabajo de la mayor trascendencia nacional, y si hubiera sido físicamente apto para convertirse en un soldado eficaz, hubiera obedecido la llamada cuando ésta llegó". Elizabeth Jonhson, primera editora de los Collected Writings de Keynes, aclaró todo el asunto. Bell tenía razón al afirmar que la respuesta de Maynard (de estar demasiado ocupado) se destinó al requerimiento para comparecer ante un tribunal local y no a la llamada de alistamiento. Para ésta, y en contra de los infundios de Harrod, sí existió una objeción escrita de Keynes:

Solicito la exención completa por mantener una objeción de conciencia contra la renuncia a mi libertad de juicio en un tema tan vital como la realización del servicio militar. No estoy diciendo que no puedan existir circunstancias imaginables en las que voluntariamente me ofrecería para el servicio armado. Pero tras considerar las circunstancias realmente existentes, estoy seguro que no es mi deber ofrecerme de ese modo, y afirmo solemnemente que mi objeción a acatar a las autoridades en esta materia verdaderamente proviene de mi conciencia. En este asunto no estoy dispuesto a renunciar, a favor de otras personas, a mi derecho a decidir lo que constituye o no constituye mi deber, y entiendo que sería inmoral hacer tal cosa.4

Al servir al gobierno, en el Tesoro, durante aquella guerra, Keynes fue –inicialmente– objeto de las críticas de la mayor parte de sus amigos de Bloomsbury; más temprano que tarde, muchos de ellos se beneficiaron del hecho de disponer, ante nuevas llamadas de reclutamiento, de un amigo influyente ante las autoridades, y la crítica desapareció, en definitiva, con la publicación del mejor libro de Keynes, escrito precisamente sobre los terribles resultados de la Conferencia de Versalles, y cuya conclusión no podía ser más llena de desesperanza ante aquel evento:

Hemos sufrido una conmoción que supera toda resistencia, y necesitamos descanso. Nunca, durante la vida de los hombres que ahora existen, ha ardido tan débilmente el elemento universal en el alma del hombre. Por estas razones, la voz verdadera de la nueva generación no ha hablado todavía, y la opinión silenciosa aún no se ha formado. A la creación de la opinión general del porvenir dedico este libro.5

Robert Skidelsky reclamó su derecho a biografiar a Maynard Keynes,6 a romper el monopolio de Roy Harrod, con un argumento elemental y cierto: el biógrafo original y, seguramente por ello oficial, había mentido, ya para ocultar o trivializar la homosexualidad del biografiado, ya para suavizar sus palabras de crítica a políticos, familiares, amigos y académicos o para, simplemente, alterar (como se ha demostrado) ciertos hechos; siempre para ofrecer a un Maynard política y socialmente correcto; y su extensa, piadosa y, para ciertos criterios estrechos, comprensible mentira, resultó descubierta.7 Como el vigoroso trabajador que, marro en mano, pulveriza la piedra que parece inamovible, Skidelsky se encarga de hacer trizas la mayor parte del laborioso (y mentiroso) trabajo de Harrod.

Con una notable excepción (debe haber otras), la de John Cornwell a la hora de biografiar a Eugenio Pacelli (el Papa Pío XII),8 la recurrente tentación que esclaviza al biógrafo por llevar al biografiado a su parcela, no encontró una excepción en el caso de Skidelsky. Encumbrado en el Centre for Post Collectivist Studies, el destacado estudioso de la vida y obra de Keynes elabora una formidable crítica del colectivismo, teniendo siempre en mente el fracaso soviético, que destaca la afición de los colectivizadores por alcanzar una utópica autosuficiencia nacional, del todo criticable por cuanto afrenta los principios del libre comercio. Muy pocos, si acaso algún esfuerzo intelectual de carácter histórico, intentan –como éste– acercar a Fiedrich Hayek y a Maynard Keynes (más allá del candente tema del Estado de derecho), bajo la lógica del compartido espacio del liberalismo individualista. El tema, como puede apreciarse, rebasa el ámbito, más o menos redundante en la faceta intelectual de cualquier biografía, de los hábitos y preferencias sexuales del biografiado. Partiendo del origen de los nuevos tiempos, cifrado en las aficiones antiestatistas de Ronald Reagan y Margareth Tatcher,9 Skidelsky reparte ataques diversos a los críticos del pensamiento único, afinando su puntería en contra de John Gray, con apoyo en las aportaciones liberales de Keynes.10

La indiscreta revelación de Virginia Woolf, sobre las relaciones sexuales de Maynard Keynes y su hermana Vanessa Stephen en el sofá de la vieja casa de Gordon Square (en Bloomsbury),11 nos muestra a un Keynes temporalmente abandonado a los placeres disponibles en las relaciones heterosexuales,12 muy a pesar de sus documentables aficiones homosexuales, hasta su matrimonio, en 1925, con Lydia Lopokova;13más o menos, así son la ambigüedad y el pragmatismo.14

 

2. En la economía y la política

... el keynesianismo práctico es una semilla
que no puede ser trasplantada a un suelo extraño:
cuando así se hace, muere, y antes de morir se vuelve
venenosa [...] por el contrario, si se la deja en suelo inglés,
dicha semilla crece vigorosa, prometiendo frutos y follaje.15

 

La ambigüedad también es visible desde otro ángulo, de mayor trascendencia para el trabajo intelectual de Keynes. En referencia a su obra estelar, John K. Galbraith advierte: "La Teoría general se publicó mucho antes de estar terminada. Como La Biblia y Das Capital, es profundamente ambigua, y, como en los casos de la Biblia y de Marx, esa ambigüedad contribuyó mucho a ganar conversos[...] si hay un número suficiente de contradicciones y ambigüedades, el lector puede encontrar siempre algo que desea creer".16 Para criticar a la propuesta neoclásica de reducir los salarios nominales para incrementar la ocupación, para describir las complicaciones que, al quererse aplicar a la realidad, enfrentaría la Teoría Cuantitativa de la Moneda o para desvanecer la sugerencia de aumentar la oferta monetaria para reducir las tasas de interés de manera perdurable, cualquier analista de la teoría keynesiana encontrará sólidas razones despojadas de la menor ambigüedad; si, por el contrario, compara la oferta inicial de ese texto con las conclusiones ofrecidas en el último de sus capítulos, encontrará que la heterodoxia tiende a devenir conformismo puro y... blando. En el primer párrafo del primer capítulo de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Maynard Keynes anuncia: "Sostendré que los postulados de la teoría clásica sólo son aplicables a un caso especial, y no en general, porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las condiciones posibles de equilibrio. Más aún, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales". Mucho más adelante, en el mismo texto (capítulo 24), el conformismo toma su sitio: "Pero si nuestros controles centrales logran establecer un volumen global de producción correspondiente a la ocupación plena, tan aproximadamente como sea posible, la teoría clásica vuelve a cobrar fuerza de aquí en adelante [...] no hay objeción que oponer a la teoría clásica por lo que respecta al grado de conciliación entre las ventajas públicas y privadas, en condiciones de competencia perfecta e imperfecta, respectivamente. De este modo, fuera de la necesidad de controles centrales para lograr el ajuste entre la propensión a consumir y el aliciente para invertir no hay más razón para socializar la vida económica que la que existía antes".17 Las citas ilustran otra ambigüedad de Keynes, de la que deriva aquello que dejó intocado de la teoría clásica: "Keynes no llegó a abordar ni a perturbar en absoluto lo que se llamaría luego <<microeconomía>>. En la microeconomía el mercado seguía igual así como la firma comercial y el empresario. Y también el monopolio, la competencia, la competencia imperfecta y la teoría de la distribución. De modo que en este sector el sistema clásico quedaba en términos generales intacto".18

En la selección de insumos para su método, como gustaba denominar a su teoría, Keynes reconoce ampliamente las aportaciones de los mercantilistas, de R. T. Malthus, de su destacado alumno Richard Kahn, del profesor Irving Fisher, de Thomas Hobson y Silvio Gesell, pero se niega a otorgarle el menor crédito a Carlos Marx. En su celebre carta a G. Bernard Shaw, del 1 de enero de 1935, así se refiere a Marx y a Engels:

"De los dos, prefiero a Engels. Puedo darme cuenta que inventaron cierto método y una manera abominable de escribir, caracteres ambos que sus sucesores han conservado con fidelidad. Pero si me dice usted que descubrieron una clave para el rompecabezas económico, sigo sin comprender, pues no puedo descubrir en ellos nada que no sea un afán anacrónico de controversia [...] Creo que estoy escribiendo un libro de teoría económica que revolucionará en gran parte –no en seguida, supongo yo, pero sí durante los próximos diez años– el modo de pensar del mundo sobre los problemas económicos".19

Ante tales afirmaciones, resulta conveniente, entonces, incorporar las aportaciones de S. Tsuru para la mejor comprensión de los agregados keynesianos, con apoyo en los esquemas de reproducción ampliada de Marx, en el ánimo de mostrar que dichos agregados, especial pero no exclusivamente en lo relativo a la formalización del relevante concepto de costo de uso, deben mucho a la interpretación marxista de la reproducción capitalista:

Tsuru agrega los dos sectores de la elaboración de Marx, en un solo capital constante (C), y otro variable (V), al tiempo que suma y desagrega a la plusvalía, en función de su destino, para consumo de los capitalistas (Pc), para capital constante adelantado (Pac) y para capital variable adelantado (Pav):

• C + V + Pc + Pac + Pav = W

• Consumo = W- (C + Pac) = V + Pc + Pav

• Inversión = Pac + Pav

• Costo de uso = C – Pav

• Ahorro = (C + Pac) – (C – Pav) = Pac + Pav

• Ingreso Nacional= W – (C – Pav) = V + Pc + Pac + Pav + Pav

El capital variable adelantado aparece en dos ocasiones, al formalizar al Ingreso Nacional: primero, como inversión y, segundo, como consumo proletario.20 Por más de una razón, parece claro que esta aproximación a Keynes desde Marx, además de la cercanía visible entre los ciclos de capital marxistas y el método keynesiano de interpretación del sistema económico, sólo se hace posible por la lectura y comprensión que, sin duda, Keynes hizo de, al menos, los dos primeros tomos de El Capital.

En la misma elaboración intelectual de Keynes existe otra muestra significativa de ambigüedad, referida a su maestro, Alfred Marshall, en contra de cuyas enseñanzas afinó la puntería y a quien le reconoce las "extrañas" cualidades de las que ha de disponer el economista:

"El estudio de la economía no parece que requiera dotes especialmente relevantes. ¿No es, acaso, en el aspecto intelectual, una materia extremadamente fácil, en comparación con los estudios más elevados de la filosofía o de la ciencia pura? Y, sin embargo, un buen economista, o simplemente competente, es una auténtica rareza. Materia fácil en la que pocos destacan. Tal vez la paradoja encuentre su explicación en el hecho de que, en economía, el maestro debe poseer una rara combinación de dotes. Debe alcanzar un nivel elevado en distintas direcciones, combinando capacidades que, a menudo, no posee una misma persona. Debe ser, de algún modo, matemático, historiador, estadista, filósofo; manejar símbolos y hablar con palabras; contemplar lo particular bajo el prisma de lo general, abordar lo abstracto y lo concreto con el mismo vuelo de la idea. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con la vista puesta en el futuro. Su mirada ha de abarcar todas las partes de la naturaleza y de las instituciones humanas. Debe ser simultáneamente interesado y desinteresado; distanciado e incorruptible como el artista y no obstante, a veces, tan pegado a la tierra como el político. Si no plenamente, sí en muy buena parte, Marshall poseía este ideal poliédrico. Pero, por encima de todo, esta variedad de educación y de naturaleza le otorgaba el don más esencial de cuantos le son precisos al economista: era en sumo grado historiador y matemático, estudioso, a la vez, de lo particular y de lo general, de lo temporal y de lo eterno".21 Para Robert Skidelsky resulta imposible que Keynes no haya pensado en sí mismo cuando escribió lo anterior.22

Antes y después de la obra de Keynes, el litigio entre colectivismo y organización liberal de la sociedad se encuentra dramáticamente lejano de cualquier conclusión. Dentro del mismo cuerpo del gran ensayo político de Keynes, ¿Soy un liberal?, las referencias liberales, llevadas al caso extremo de la despenalización de la producción, comercialización y consumo de las drogas, sin menoscabo del reconocimiento al único elemento plausible del programa partidista, el libre comercio, conviven sin conflicto visible con las relativas al nuevo poder de las corporaciones sociales, especialmente los sindicatos, con arreglo a las aportaciones de Robert Commons, para muchos uno de los padres del institucionalismo económico, alumno de Thorstein Veblen, promotor fundamental del Estado de bienestar en Estados Unidos y abnegado periodizador de la historia económica mundial.23 Aportando ideas propias en ámbitos ajenos a su formación, Keynes se adscribe a la interpretación histórica del institucionalismo económico, justo en la materia en la que se reclama mejor cualificado para opinar y, desde ahí, otorga su aval al colectivismo.24 En relación con el mismo conflicto entre el colectivismo y el liberalismo individual, las muestras de ambigüedad de Keynes, posiblemente por percibir mayor cooperación que competencia entre ambos, no son menores. El 20 de febrero de 1926, el Nation and Athenaeum publicó un artículo de Keynes, cuyo título describe las posibilidades de cooperación entre dos fuerzas políticas, en apariencia irreconciliables, para enfrentar al Partido Conservador; evoquemos algunos pasajes de liberalismo y laborismo: "No deseo vivir bajo un gobierno conservador durante los veinte próximos años. Creo que las fuerzas progresistas del país están divididas sin esperanza entre el Partido Liberal y el Partido Laborista". Para Keynes, hay buenas razones para combinar a ambos, más que, como proponían algunos laboristas, disolver al liberal: "Consideremos mi propio caso. Estoy seguro que soy menos conservador en mis inclinaciones que el votante laborista medio; supongo que he jugado en mi mente con las posibilidades de mayores cambios sociales de los que se encuentran en las actuales filosofías de, digamos, Sidney Webb, Thomas o Wheatley. La república de mi imaginación se encuentra en la extrema izquierda del espacio celestial. De todas formas, creo que mi verdadero hogar, en la medida en que ofrecen un techo y un suelo, está todavía entre los liberales". Las fuerzas divergentes, en el interior del laborismo, también producían suspicacias en nuestro autor: "El Partido Laborista se compone de tres elementos. Están los sindicalistas, antes oprimidos y ahora tiranos, a cuyas pretensiones egoístas y sectoriales hay que oponerse con energía. Están los defensores de los métodos violentos y del cambio repentino, llamados comunistas por un abuso del lenguaje, que están obligados por su credo a producir el mal para que pueda venir el bien, y como no se atreven a tramar el desastre abiertamente, se ven forzados a jugar con la conspiración y el subterfugio. Están los socialistas, que creen que los fundamentos económicos de la sociedad moderna son malos, y podrían ser buenos. Muchos liberales, hoy, no encontrarían desagradable la compañía y conversación de los componentes de este tercer elemento". Keynes reconoce, con cierta ironía, la debilidad de su propio partido: "Posiblemente, el Partido Liberal no puede servir al estado de mejor forma que proporcionando ministros a los gobiernos conservadores e ideas a los gobiernos laboristas [...] El Partido Liberal no debe ser menos progresista que el laborista, ni menos abierto a las nuevas ideas ni atrasado en la construcción del nuevo mundo. No se producirán grandes cambios, salvo con la ayuda activa del laborismo. Pero no serán sólidos o duraderos a menos que hayan satisfecho primero a la crítica y al consejo de los liberales". El espacio para la complementariedad y la cooperación ocupa las conclusiones de este revelador artículo: "El problema político de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual. La primera necesita sentido, prudencia y conocimiento técnico; la segunda, un espíritu desinteresado y entusiasta, que ame al hombre corriente; la tercera, tolerancia, amplitud de miras, apreciación de las excelencias de la variedad y de la independencia, que prefiere, ante todo, dar oportunidades libres a lo excepcional y a lo ambicioso. El segundo ingrediente es el mejor patrimonio del gran partido del proletariado. Pero la primera y la tercera requieren las cualidades del partido que, por sus tradiciones y por sus antiguas simpatías, ha sido el hogar del individualismo económico y de la libertad social".25

Sus observaciones sobre el proceso soviético, en la languidez de la Nueva Política Económica, de Lenin, están marcadas por lo que juzgó como el más importante problema moral de Occidente: el amor al dinero. El experimento socialista, despojado de la más elemental eficiencia económica, contaba con una fuerza moral del todo inexistente en las sociedades burguesas: una religión capaz de desafiar al capitalismo; y este sustrato ideológico formaba parte del ideal keynesiano, de la intención de vincular eficiencia en la producción material con los más elevados propósitos humanos, al tiempo que, en su unidimensionalidad productiva, planteaba enormes retos y exigencias, de éxito económico –hoy mucho menos que satisfechos-, al capitalismo.26

Más de un argumento mueve a pensar que Maynard Keynes, igual que lo escribió ante la perspectiva de ser conservador (¿Cómo podría resignarme a ser un conservador? No me ofrecen ni comida ni bebida, ni consuelo intelectual o espiritual. No me sentiría divertido, ni estimulado ni edificado. No lleva a ninguna parte; no satisface ningún patrón intelectual27), hallaría poco consuelo –si alguno– en acompañar a Skidelsky en su paraíso anticolectivista. Otro gran argumento en contra de esa posibilidad, al menos en mis indagaciones, proviene de una fuente insospechada; a la hora de analizar los referentes de Bretton Woods, específicamente los que sirven para reconstruir la polémica de Keynes en contra de White, Fred Block,28 evoca un sugerente artículo de Maynard Keynes, La autosuficiencia nacional, escrito en 1933, en el que nuestro ambiguo se muestra mucho menos liberal de lo que Skidelsky quisiera; ahí, Keynes brinda cobijo a una esperanza creciente en la autosuficiencia nacional: "... la política de una autosuficiencia nacional aumentada será considerada, no como un ideal en sí mismo, pero sí dirigido a la creación de un ambiente en que otros ideales pueden ser salvados y convenientemente seguidos".29

Para todo efecto analítico, el pragmatismo de Keynes no puede pasar desapercibido; no confió en, y mucho menos intentó proponer, ningún dogma. Su filosofía económica, armada parcial y originariamente en las aportaciones de George Moore, se hizo pública desde 1923: "En el largo plazo estamos todos muertos. Los economistas se plantean una tarea demasiado fácil, y demasiado inútil, si en cada tormenta lo único que nos dicen es que cuando pasa el temporal el océano está otra vez tranquilo".30

El asunto de fondo, no consiste en inscribir a Keynes dentro o fuera de la gran corriente colectivista; la propuesta de Skidelsky sobre la acción económica gubernamental permisible, que se agota en la provisión de bienes públicos, carece de sentido práctico y de dinamismo. Este indispensable piso de la gestión económica estatal puede ser suficiente bajo ciertas circunstancias y en situaciones específicas; no constituye ninguna regla general y su aplicación irrestricta nos impediría conocer las variables explicativas, por ejemplo, del asombroso éxito de la economía china en el espacio y en los términos de la globalización, donde la idea de un desarrollo administrado, considerablemente alejado de las tentaciones democráticas y del más elemental respeto por los derechos humanos, es absolutamente visible. Tampoco, por supuesto, es posible, y mucho menos deseable, construir un paradigma del exitoso capitalismo autoritario que se ha instalado en China. La receta, en fin, es que no hay receta adecuada para todos los sistemas económicos hoy globalizados; no hay espacio disponible para pensamientos únicos y, desde los hoy menguados márgenes de las soberanías nacionales, deberán definirse los más convenientes derroteros para alcanzar el desarrollo. Bajo esta lógica, todo parece apuntar a favor de la reflexión de Isaiah Berlin: "No podemos hacer retroceder la historia. Sin embargo, no deseo abandonar la creencia de que un mundo que sea una capa razonablemente pacífica de muchos colores, en la que cada una de las partes desarrolle su propia identidad cultural específica y sea tolerante hacia los demás, no es un sueño utópico".31 Si esto es ambigüedad, bienvenida sea.

 

Conclusiones

Un juicio recurrente, opuesto a Keynes y a sus principales aportaciones, insiste en la ausencia –dentro de ese cuerpo teórico–, de una teoría de los precios, por focalizar una observación casi generalizada, desde la sabiduría económica convencional; el tema encierra significativa relevancia, por cuanto algunos ortodoxos y muchos keynesianos bastardos, como solía llamarlos la señora Joan Robinson,32 suponen que la ausencia de tal teoría constituye la expresión del conformismo de Keynes frente a las aportaciones de la economía convencional. No es así; la jerarquía otorgada al costo primo, en tanto suma de los ingresos factoriales, definido (igual que la ocupación) por el peso de la demanda efectiva, enfrenta y no elude el tema, aunque sí lo coloca en un lugar secundario. Con el éxito que hasta ahora se le atribuye,33 la pretensión fundamental de Keynes fue la de elaborar una teoría de la ocupación, cuyo resultado plausible no sería sino una función de la política económica y social, alejada considerablemente, por cierto, de los recetarios al uso. Ahí está, y no debe buscarse en otro sitio, la fuente de la fuerza y de la debilidad de la elaboración keynesiana, arraigada profundamente al tiempo histórico y, por ello, sin la abstracta intemporalidad de la obra neoclásica, especialmente visible en la obra cumbre de John Hicks.34 La lección de estos hechos y, en general, de la documentación presente de los usos keynesianos de la ambigüedad, debe conducir, en mi opinión, a evitar la confusión entre lo ambiguo y lo pusilánime. No son lo mismo, y Keynes lo demostró recurrente y definitivamente.

 

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Notas

1 Robert Skidelsky, Keynes, Alianza Editorial, Madrid, 1997, p. 20.

2 "... es casi siempre por su prodigalidad por lo que se conoce a un hombre: Enrique VIII, para sus esposas; Luis XIV, para sus amantes, y el general Douglas Mac Arthur, para sus discursos. Los keynesianos han sido asociados para siempre a los gastos públicos", John K. Galbraith, El capitalismo norteamericano, Editorial Ágora, Buenos Aires, 1955, p. 53.

3 Robert Skidelsky, Keynes, op. cit., p. 63.

4 Las citas de Bell, Harrod y Keynes, en: Robert Skidelsky, John Maynard Keynes. Hopes Betrayed (1883-1920), Penguin Books, New York, 1986, pp. 316-318.

5 John M. Keynes, Las consecuencias económicas de la paz, Crítica, Grijalvo, Barcelona, 1987, p. 192.

6 La biografía, presentada en tres tomos, es monumental. El título de cada uno es John Maynard Keynes, y los subtítulos son, para el primero: Hopes Betrayed, 1883-1920; para el segundo: The Economist as Savoir, 1920-1937, y, para el tercero: Fighting for Freedom, 1937-1947. Las primeras ediciones, respectivamente, fueron publicadas en: 1983, 1992 y 2000, siempre en Penguin Books, inicialmente en Londres y, después, en Nueva York.

7 R. F. Harrod, La vida de John Maynard Keynes, FCE, México, 1958. El duradero monopolio de Harrod comenzó con la primera edición en inglés, publicada en 1951.

8 Este historiador católico, interesado en aclarar, para beneficio de Pío XII, los rumores que le vinculaban a Hitler, terminó encontrando poderosas evidencias de antisemitismo en el heredero de san Pedro sin, por ello, dejar de publicar los resultados de sus indagaciones, cfr. John Cornwell, El Papa de Hitler. La verdadera historia de Pío XII, Planeta, 2002, 465 pp.

9 Skidelsky comparte con George Soros la idea relativa a que ambos gobernantes inauguran la corriente opuesta al colectivismo, construyendo el neoliberalismo economicista. El primero, cita la frase clave de Reagan, en el discurso de su primera toma de posesión: "El gobierno no es una solución para nuestro problema; el gobierno es el problema". Por lo que hace a la fundación del apéndice neoliberal economicista, cfr. G. Soros, La burbuja de la supremacía norteamericana, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2004, 207 pp.

10 Robert Skidelsky, El mundo después del comunismo. Una polémica para nuestro tiempo, SMF/ Gernika, México, 1999, 268 pp.

11 Virginia Woolf, El viejo Bloomsbury en: El viejo Bloomsbury y otros ensayos, UNAM, México, 1999, p. 60.

12 La temporalidad de esos abandonos es documentable. En su libro, Carrington. Una vida con Lytton Strachey, Ediciones B, Barcelona, 1995, Michael Holroyd reproduce un conflicto entre Vanessa y Maynard, por la propiedad de un cuadro de Duncan Grant, duradero amante de ambos y, antes, de su primo Lytton Strachey, del que nunca se reconciliaron.

13 Sobre este enlace se vertieron las más diversas opiniones; es decir, este hecho trascendental en la vida de Keynes, también provocó reacciones que promueven un juicio promedio ambiguo: "¿Hubo jamás una unión de belleza y cerebro como la de Lopokova con John Maynard Keynes?", se pregunta Galbraith (La era de la incertidumbre, P & J, 1981, p. 202). La viuda de Alfred Marshall opinó: "Lo mejor que Maynard hizo en su vida", citada en Roy F. Harrod (op. cit., p. 420). "¿Cómo podía Maynard, se preguntaba Lytton (Strachey), haberse comprometido con aquel 'canario de cabeza hueca', que revoloteaba entre los muebles, canturreando sin cesar, incapaz de disimular que no entendía prácticamente ni papa de inglés?"; "'No te cases con ella', había advertido Vanessa (Bell) a Maynard. Una vez desposados, le previno, Lydia dejará de dedicarse a la danza, empezará a resultar cara de mantener y pronto te aburrirá insufriblemente". "'Creo que para Maynard es una verdadera tragedia', concluyó Roger Fry". "[A Virginia Woolf] el matrimonio de Maynard y Lydia le parecía un error fatal", citados, desde Lytton Strachey, en M. Holroyd, op. cit., pp. 297-298.

14 Por su parte, David Felix descubre que Keynes era muy Bloomsbury y, simultáneamente, muy poco Bloomsbury. Lo era mucho e intensamente para las cuestiones del cuerpo y del corazón, en ese orden, y lo era muy poco en las actividades culturales, literarias y pictóricas, que distinguían al grupo, en Keynes, a Critical Life, Greenwood Press, Connecticut, 1999, p. 125.

15 Joseph A. Schumpeter, 10 grandes economistas: de Marx a Keynes, Alianza Editorial, Madrid, 1967, p. 373.

16 John Kenneth Galbraith, La era... , op. cit., p. 213.

17 John Maynard Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, FCE, México, 1958, p. 17 y p. 363. Los subrayados son míos (FNU).

18 John K. Galbraith, Historia de la economía, Editorial Ariel, Barcelona, 1989, p. 257.

19 Citada en Roy Harrod, La vida..., op. cit., p. 463.

20 Tsuru, Shigeto, "Sobre los esquemas de la reproducción", en Paul Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista, FCE, México, 1945, pp. 397-406.

21 John M. Keynes, Alfred Marshall, en Ensayos biográficos, Crítica, Barcelona, 1992, p. 185

22 Robert Skidelsky, Keynes, op. cit., p. 26.

23 Para este autor, vivimos en un periodo en el que se da un decremento de la libertad individual, impuesto en parte por sanciones gubernativas mediante los actos concertados de asociaciones, corporaciones, sindicatos y otros movimientos colectivos de fabricantes, comerciantes, obreros, agricultores y banqueros, cfr., Ramón Tamames, Diccionario de economía, Alianza Editorial, Madrid, 1988, p. 61.

24 Cfr. ¿Soy un liberal?, en Ensayos de persuasión, Crítica, Barcelona, 1988, pp. 289-308.

25 John Maynard Keynes, Liberalismo y laborismo, en Ensayos de persuasión, op. cit., pp. 309-313. El subrayado es mío.

26 J. M. Keynes, "Breve panorama de Rusia", en Ensayos de persuasión, op. cit., pp. 257-274.

27 En ¿Soy un liberal?, op. cit., p. 300.

28 Cfr., Los orígenes del desorden económico internacional, FCE, 1980. Este notable marxista estadounidense también elabora una extraordinaria nota metodológica y biográfica en la obra fundamental de Karl Polanyi, La gran transformación, FCE, México, 2003.

29 Cfr., "National Self Sufficiency", en Yale Review, 26, 1933, pp. 755-769. Este artículo cuestiona la eficacia con la que la sabiduría económica del siglo XIX, cifrada en el libre comercio y el laissez faire, alcanzó su triple propósito de paz, bienestar y erradicación de la pobreza. Como no lo logró, la autosuficiencia nacional se le presenta como una alternativa plausible. El año de la publicación constituye, en mi opinión, un dato de alta relevancia.

30 John Maynard Keynes, Breve tratado sobre la reforma monetaria, FCE, México, 1992, p. 95. La multicitada frase intenta responder a la tranquilizadora afirmación neoclásica relativa al restablecimiento del equilibrio,... en el largo plazo.

31 Citado en John Gray, Falso amanecer. Los engaños del capitalismo global, Paidós, Barcelona, 2000, p. 247.

32 Joan Robinson, Relevancia de la teoría económica, Martínez Roca, Madrid, 1973, pp. 13/29.

33 Por ejemplo, en 1994, Paul Krugman sostiene que: "En el largo plazo Keynes aún sigue vivo, cfr. Vendiendo prosperidad. Sensatez e insensatez económica en una era de expectativas limitadas, Ariel, México, 1996, 205.

34 Veamos, por ejemplo, la autocrítica de quien elaboró la síntesis neoclásica-keynesiana: "... el diagrama [IS-LM] es ahora mucho menos popular conmigo. Reduce la teoría general a economía de equilibrio; es mi opinión que ha sido más bien una maldición tan fuera del tiempo y tan fuera de la historia como para ser prácticamente fútil, y de hecho confucionista", John Hicks, "Some Questions of Time in Economics", en A. M. Tang, F. M. Westfield y J. S. Worley (comps.), Evolution, Welfare, and Time in Economics: Essays in Honor of Nicholas Georgescu-Roegren, Lexiton Books, 1976, pp. 140-143.

 

Información sobre el autor

Federico Novelo Urdanivia. Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (México), es economista y doctor en ciencias de política internacional. Ha publicado 10 libros sobre temas como la teoría económica keynesiana, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la Universidad Pública Mexicana, el neoliberalismo, el desarrollo regional, la política exterior de México y la migración mexicana a Estados Unidos, obteniendo en tres ocasiones el Premio al libro de texto, en esa universidad y una mención honorífica en la versión 2006 del Premio a la Investigación Económica, Maestro Jesús Silva Herzog. Es docente en las licenciaturas de economía, administración, sociología y política y gestión social y en los posgrados de ciencias económicas y el doctorado de ciencias sociales de la propia UAM, obteniendo, en dos ocasiones, el Premio a la docencia, de entre los profesores de la División de Ciencias Sociales de la UAM-Xochimilco. Ha publicado numerosos artículos de investigación, capítulos de libros y reseñas bibliográficas en México, Argentina, Brasil, Canadá, Cuba, Ecuador, España, Estados Unidos y Japón. Fue Director General fundador de la revista Planeación y desarrollo y ha sido consultor de Nacional Financiera, de la Organización de Estados Americanos y de la Cancillería Mexicana para la formación de recursos humanos; en Evaluación de proyectos de inversión en México, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Brasil, Chile y Argentina. Ha sido profesor y conferencista invitado en diversas instituciones de México, Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Estados Unidos, Guatemala, Japón, Nicaragua y Perú, Es miembro de la Junta de Gobierno del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, del Consejo Consultivo de la Fundación Pereyra, de la Comisión Consultiva de la revista Análisis Económico, del Comité designado por el Consejo Interno del Instituto de Investigaciones Económicas (UNAM) de la revista Momento Económico; miembro de número de la Academia Mexicana de Economía Política y dictaminador de las revistas Análisis económico, Investigación Económica y Problemas del Desarrollo. Es, desde 1999, miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Su libro más reciente es Hacia la economía política de las migraciones México-Estados Unidos (UAM-X, México, 2007 y reimpreso en 2009)

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