SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.5 número13Fuentes de financiamiento públicos e indicadores internacionales: la evidencia latinoamericana reciente índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Economía UNAM

versión impresa ISSN 1665-952X

Economía UNAM vol.5 no.13 Ciudad de México ene./abr. 2008

 

Reseña

 

Benjamin Friedman: Lo que hace el crecimiento. Lo que hace el estancamiento

 

Ricardo Becerra

 

The moral consequences of economic growth. Alfred A. Knopf. New York, 2005.

 

Desde Tokio en los primeros días de febrero las caras eran más sombrías, más pesimistas porque el mercado inmobiliario estadounidense se continúa desmoronando. Los ministros de economía y los responsables de política monetaria de los siete países más industrializados del mundo (el G-7) advertían que las perspectivas de crecimiento económico han empeorado desde su última cumbre, celebrada en octubre, aunque estaban allí precisamente para ayudar a que la encadenada economía mundial escapara de la recesión.

Los representantes de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido explicaron que el crecimiento de sus países se hará más lento "en distinto grado" a corto plazo, porque gravita sobre todos ellos y sobre todos los demás, un círculo vicioso que está disminuyendo la liquidez de consumidores y de empresas, pues los bancos han aplicado una contención a la política de préstamos. Un solo dato lo explica: las hipotecas que dejarán de cobrar esas instituciones pueden llegar a los 100 mil millones de dólares.

En el comunicado final, se emplaza a los bancos para que hagan públicas todas sus pérdidas y ajusten sus cuentas. El ministro de economía alemán, Peer Steinbrück, fue más allá y afirmó que cuando los bancos confiesen sus estados contables, las pérdidas podrían llegar incluso a los 400 mil millones de dólares.

Los doctores monetarios de Tokio, vaticinaron para América Latina un escenario de contagio, no sin antes formular una sombría advertencia: "La región también verá mermado su crecimiento, pero si América Latina no se recupera y alcanza tasas del 8%, simplemente no podrá prosperar". ¿Ocho por ciento? Para nosotros la cifra parece inalcanzable, casi mítica. Pero el comunicado remachó: "A pesar del contagio, continúan encendidos los motores de China que crecerá a 10%, y la India a 9%... si América Latina no lo logra, va a volverse una parte marginal del mundo".

Todo lo cuál nos debería obligar a hacer nuestras propias, angustiosas, cuentas locales. Ya en la primera mitad del año 2007 la economía de México había pisado freno para regresarnos al mediocre estándar de 3%, cifra no sólo muy lejana de la sugerida por el G-7, sino que representa un descenso de un tercio en relación a lo que México creció en el primer semestre del 2006. El escenario se complica: el sexenio de Calderón se estrenó abatiendo el crecimiento que un año antes había alcanzado el foxismo en su cima: 4.8%. Lo peor es que el ritmo sigue disminuyendo.

La Secretaría de Hacienda reconoció que el impacto de la "acelerada desaceleración" en Estados Unidos será de casi un punto de nuestro PIB en 2008: lo que nos descuelga de 3.7 a 2.8%. En otras palabras, de un plumazo se da por cancelada la cuarta parte del crecimiento originalmente previsto. Así, mientras se despejan las incógnitas, México es devuelto bruscamente a una tasa de crecimiento magra, muy similar a las tasas de la era del estancamiento de los últimos 25 años (2.8%). Podemos decir que de 1996 al año 2006 las tasa de crecimiento mexicano arañó 3.6%; pero si abrimos el foco a lo que ha ocurrido durante una generación, desde 1982, las cosas son mucho más sombrías: 2.6%, magnitud apenas superior al 0.9% al crecimiento de la población.

Y si las cosas siguen así, si México sigue cursando por tasas que rondan 3% (como en 2007 y aún menores, como en el 2008), la situación implicaría un aumento anual del PIB per cápita de 2% en promedio. A ese ritmo, en el año 2020 llegaremos a12 mil dólares de ingreso por habitante. Solo un punto de comparación: a ese ritmo, alcanzar a España y sus 27 mil dólares de producto por persona al año, nos llevaría dos generaciones, algo así como ¡50 años!

La situación presentísima, la crisis de las hipotecas locas, y la posible recesión norteamericana no la crearon, pero nos vuelven a echar en cara nuestra enfermedad económica principal: la persistencia del estancamiento económico.

 

La moral del estancamiento mexicano

No es historia nueva: llevamos más de 27 años con episodios así, erráticos y decepcionantes, lo que nos condena a seguir siendo el país sin empleo (en los buenos años genera la mitad de lo que necesita); pletórico de informalidad, expulsor de mano de obra y con una hinchada desigualdad en la distribución del ingreso. Y algo peor: la falta de crecimiento está haciendo que México desperdicie la única oportunidad demográfica y estructural de salir del atraso. Justo en estos años, generar los empleos suficientes cambiaría radicalmente el perfil de ingreso de los hogares mexicanos. No lo estamos haciendo porque el crecimiento mediocre, sin empleo formal, está condenando a millones de mexicanos a una vejez incierta, sin seguridad social, sin pensiones ni jubilaciones, porque no hubo ingreso y capacidad de ahorro hoy, al inicio del siglo XXI, que preparara el financiamiento de nuestro futuro envejecido.

Que no nos sorprenda entonces el humor nacional que flota en el ambiente desde hace varios lustros. Irritable, malhumorado, arisco y desconfiado; o como decía Octavio Paz, un océano de "indiferencia y cinismo apático que se refleja en el ánimo colérico de la vida pública" (Doble Mandato, 1994). Un sentimiento amplío de "desánimo, proclividad a asumir las versiones menos tolerantes y mas disparatadas". Este sentimiento generalizado, fue reflejado muy bien en una de las principales preguntas que hizo el Latinobarómetro hace unos años: ¿Usted cree que sus hijos tendrán una vida mejor que la suya? 70% de los mexicanos contestó que no.

La base material ha sido pues, extraordinariamente frágil, aunque eso no es todo, ni lo peor. La memoria social recuerda que sólo una generación atrás, entre 1955 y 1980, el ritmo medio de crecimiento de la economía fue de 6.5%, mientras que el crecimiento poblacional fue de 3.2% en promedio. Esto significa que en la generación anterior, el PIB per cápita creció a un ritmo de 3.2% al año, tres veces más rápido que en nuestros días.

Gracias a ese proceso, millones de personas en México fueron incorporadas a un empleo productivo o formal, se expandió la educación, el sistema de salud pública se amplió, los servicios en las ciudades (drenaje, pavimento, luz, etcétera) se multiplicaron, y la sensación de una mejoría paulatina pero real impregnaba el espíritu social. El cine, la televisión, la radio recreaban ese sentimiento. El optimismo era el estado de ánimo predominante. Las clases medias crecían y su expansión era el anuncio del nuevo México. En los años cincuenta "aparecieron los primeros suburbios así como los televidentes, como se llamó a los espectadores de la novedad tecnológica. En algunos, los cincuenta crearon la sensación de estar a las puertas del paraíso y, en otros, la de estar cerca, cuando menos. Una meta era vivir bien; no la buena vida, sólo vivir bien, rodeado de consolas y aparatos de televisión, lavadoras y alfombras de pared a pared y salas modulares y plásticos, acrílicos, cromos, neones".1

Período de confianza y grandes esperanzas, de futuros promisorios y bienestar que se extendía. José Woldenberg cita aquellos años a través de lo escrito por Serge Gruzinski: "La ciudad (de México) respira entonces, al menos en apariencia, una modernidad controlada. En el sur, en sólo cuatro años (1948-1952) la Ciudad Universitaria surge de la tierra y transforma la geografía de maestros y estudiantes, al mismo tiempo que promete educación para la mayoría. Levantada a principios de los años cincuenta, la Torre Latinoamericana rasga el cielo y materializa el dinamismo urbano. Su verticalidad rompe con la horizontalidad que aún domina la ciudad. Símbolo del Progreso, de la norteamericanización a todo galope, proeza técnica a prueba de los futuros terremotos... sueño de un crecimiento que nada podría detener y de una apertura hacia el resto del mundo".2

Aquel crecimiento nunca fue igualitario, por el contrario, su estilo y arreglo corporado fomentó desigualdades abismales, pero cada familia, al compararse consigo misma, se sabía y vivía en una trayectoria de mejora continua. Aquello inyectaba dosis de satisfacción en la vida social porque la experiencia diaria era la de una espiral de expansión, oportunidades, contento y esperanzas fundadas. Incluso el formato autoritario de la política y la vida social parecían reciclarse y sólo algunas franjas de la población se inconformaban contra el verticalismo y la opresión (no resulta casual que las corrientes antiautoritarias crecieran hasta volverse un poderoso movimiento social y político precisamente durante la etapa de parálisis económica).

Y llegó el estancamiento, justo en el período que la democratización entraba en su fase más intensa. De 1983 a 2004 hubo un aumento de 16% en la riqueza promedio generada por cada persona; no obstante, en el cuarto de siglo anterior ese aumento fue de 120%, o sea, casi diez veces mayor. Todo esto quiere decir que la generación inmediatamente previa a la que comenzó a trabajar en 1982 (la mía), tuvo unas condiciones materiales, expectativas, puertas de acceso a un mejor nivel de vida muchísimo más amplio y seguro.

No hay que buscar muy lejos. En las calles, las oficinas, las fábricas, los comercios, el humor público es ácido. El malestar se reproduce y las relaciones entre desconocidos son inmediatamente tensas y hurañas. La cotidianidad es ardua y las ilusiones escasas. Y si uno se asoma a los medios de comunicación, reconoce de inmediato que la irritación y el reclamo es el síntoma dominante. El presente es gris y el futuro, el espíritu público, expresa desencanto, cansancio, malestar.

 

Una tradición de la economía política

Así las cosas, la falta de crecimiento económico no solo ha causado un daño material al país en términos de infraestructura incompleta, legiones de desempleados, falta de ahorro, bolsones de miseria, expulsión de millones, etcétera; quizá su principal consecuencia haya sido el daño moral que nos ha encajado y que nos tiene metidos en un círculo vicioso: estancamiento que genera un ánimo pesimista; ánimo que no permite creer ni generar expectativas que provoque la inversión; lo que vuelve a inhibir y contraer el crecimiento.

Benjamin Friedman, un economista de Harvard, perteneciente a la mejor tradición de la economía política, ha publicado un grueso tomo que explica muy bien esta concatenación entre economía y moral pública, a menudo ignorada por nuestras discusiones. En Las consecuencias morales del crecimiento económico (The moral consequences of economic growth), Friedman nos dice: "Nuestras convenciones y creencias acerca del crecimiento económico no reflejan la amplitud de lo que el crecimiento o su ausencia significan para una sociedad... el crecimiento es valioso no sólo por nuestra mejora material sino también por la manera en que afecta nuestras actitudes sociales y nuestras instituciones políticas, en otras palabras, por lo que afecta al carácter moral de nuestras sociedades" p. 15.

Un crecimiento sostenido y que llega a muchos al mismo tiempo, cambia, masivamente, el carácter de las sociedades de una forma positiva. Friedman nos muestra ejemplos en la China contemporánea, en Corea del Sur o en Irlanda, países en los cuales el crecimiento ha hecho a sus ciudadanos más abiertos, más tolerantes y más honestos. Por el contrario: el estancamiento desplaza a sociedades enteras hacia el pesimismo, la huida del país, la represión y el fanatismo (Uganda, la Rusia postsoviética, Corea del Norte).

En Estados Unidos -Friedman lo demuestralas tendencias proteccionistas se intensifican en la medida que el desempleo crece y el crecimiento disminuye. Lo mismo ocurre en el terreno de la migración: cuando llega el estancamiento se radicalizan los prejuicios y el rechazo psicológico hacia los inmigrantes.

Todo esto no es nuevo para la economía política.3 Primero Adam Smith, y más crudamente Keynes, que profetizó esa relación y decidió dimitir de la comisión inglesa que negociaría el Tratado de Paz, en Versalles. Para el economista, lo importante no era castigar ejemplarmente a los alemanes, ni exigir hasta el último centavo por reparaciones, sino "hacer crecer en sintonía a la economía europea" y "compartir una prosperidad común". Las potencias vencedoras no escucharon a Keynes y de la Alemania estancada, estrangulada económicamente, surgió la versión más cruenta del fanatismo, la xenofobia y la intolerancia: el nazismo ampliamente apoyado por la sociedad de su tiempo.

Las conclusiones fundamentales de Friedman son fácilmente trasladables a nuestro país. Subrayo una para el caso mexicano: los éxitos empresariales, profesionales, personales se dan a pesar del medio y suelen ser excepciones que brillan por su rareza. Todos los demás -las personas que no van bien- comparan el bienestar del vecino con su propia, mala situación; y se larva así una atmósfera corrosiva "proclive a la anomia, la delincuencia, la falta de respeto a las reglas de convivencia... " p. 17. En una sociedad estancada, las comparaciones interpersonales del éxito se constituyen en un factor esencial; los mexicanos contrastan la experiencia de generaciones pasadas por un lado, y comparan la experiencia de los que viven a su alrededor, y el resultado es un clima moral, inquietante, destructivo y venenoso.

Dice Friedman: "Los procesos dinámicos que permiten elevar los estándares de vida, traen consigo también otros cambios. Más es más, pero más es también diferente" (p. 12). El autor se planta frente a una visión religiosa y puritana para afirmar, con bueno y sano materialismo: "Erróneamente, pensamos a las cosas materiales como negativas, en oposición a las cosas morales, positivas. creo que esta idea es seria y peligrosamente incompleta, porque las condiciones de vida también actúan -y de un modo decisivo- sobre las condiciones morales; las mejoras concretas en la manera en que viven los individuos, conforman el carácter social, político, y en última instancia, el carácter moral de las sociedades" (p. 3).

Su libro es importante por muchas razones: porque describe y demuestra, con detenimiento, el efecto que el crecimiento (y por el contrario, el estancamiento) propician sobre las condiciones ideológicas, culturales, políticas y morales de las sociedades modernas; porque intenta una cuantificación empírica de esa relación, para decenas de países; porque explora y narra las situaciones históricas de países muy representativos del proceso de globalización actual; porque construye una argumentación (casi una teoría) que enlaza la moral optimista con su proclividad al riesgo, a la inversión y al crecimiento, y finalmente, porque regresa de la mejor manera, a un tema clásico, casi olvidado (por culpa de Weber), de la economía política: que la base material, el crecimiento, genera las condiciones espirituales de un nuevo ciclo para decisiones de inversión, expansión, apertura y desarrollo.

Podemos decir que Friedman pone a Weber de pie (porque estaba de cabeza): los principios protestantes de las familias no generan crecimiento económico; es el crecimiento el que refuerza el ímpetu moral en las sociedades.

Cito:

Hace cien años, Max Weber argumentaba que lo que él denominaba la 'ética protestante' -una ética en el sentido de una actitud moral interior- alentaba decisivamente el desarrollo del crecimiento económico capitalista, al promover esos aspectos emprendedores del comportamiento personal. Weber pasó por alto a otros grupos religiosos y étnicos (judíos y chinos, por citar sólo dos), quienes compartían muchas de las actitudes que generan el éxito económico, pero que no lograban generar su contexto... mi argumento va más allá: el crecimiento económico no sólo se basa en el ímpetu moral, sino también y sobre todo, tiene consecuencias morales positivas; el crecimiento como fundamento de aquella moral, tolerante y democrática (p. 17).

Los mexicanos podemos argumentarlo al revés: la falta de crecimiento ha generado miedo, retracción, irritación y una actitud poco tolerante y abierta. Una generación completa de mexicanos lo ha vivido y pagado. Y Friedman lo sabe: el estancamiento económico, como base material del clima moral en nuestra época.

 

Notas

1 Antonio Saborit. Prólogo al libro de Salvador Novo, La vida en México en el período presidencial de Adolfo Ruiz Cortines, Conaculta, 1996.         [ Links ]

2 La Ciudad de México: una historia, FCE México, 2004, pp. 29-30.         [ Links ]

3 El propio padre del liberalismo económico, Adam Smith, desarrolla toda una argumentación en torno a esta relación inevitable en las sociedades humanas, a lo largo de su Teoría de los sentimientos morales (1790), y en especial en su sección tercera, "Los efectos de la prosperidad y la adversidad en el juicio de las personas", Alianza Editorial, Madrid, 2004.

 

Información sobre el autor

Ricardo Becerra Estudió la licenciatura de economía por la UNAM. Fue Consultor de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Reportero y articulista en varios periódicos de circulación nacional. Colaborador de revistas como Nexos, Configuraciones y Voz y Voto. Fue editor de la revista Arcana. Es especialista en temas políticos y económicos. Co-autor de "México y Chile: dos transiciones frente a frente"; "La financiación de los partidos en Iberoamérica", "La mecánica del cambio político en México" y "Transparencia, democracia y Constitución". Es premio nacional de periodismo 2004, por el guión de la serie "México: historia de su democracia". Fue Director General de Atención a la Sociedad y Relaciones Institucionales en el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública (IFAI), responsable del proyecto de reforma al artículo sexto de la Constitución de la República.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons