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Economía UNAM

versión impresa ISSN 1665-952X

Economía UNAM vol.3 no.9 Ciudad de México sep./dic. 2006

 

Artículos

 

Bienestar, pobreza y vulnerabilidad en México: nuevas estimaciones

 

Well-being, Poverty and Vulnerability in Mexico: New Estimations

 

Enrique Hernández Laos

 

Profesor-Investigador. Universidad Autónoma Metropolitana. Unidad Iztapalapa. <ciesa2002@prodigy.net.mx>

 

Resumen

El enfoque adecuado para el análisis de la pobreza no sólo debe considerar la suma de satisfactores y su utilidad, sino por el contrario, las "capacidades" de las personas para funcionar en sociedad, esto es, lo que de acuerdo con Sen constituye las "habilidades para hacer cosas sirviéndose de medios y recursos para ello". Es decir, la pobreza, en tanto noción absoluta en el espacio de las capacidades, toma con frecuencia una forma relativa en el espacio de los bienes y sus características. En la práctica, sin embargo, el concepto de capacidades no está exento de imprecisiones conceptuales y de ambigüedades en su operacionalización.

 

Abstract

An appropriate focus for the analysis of poverty must not only consider the sum of satisfiers and their usefulness, but also individuals' "abilities" to function in society, or what according to Sen constitute the "skills to do things using means and resources to that end." That is, poverty, insofar as it is an absolute notion in the sphere of abilities, takes on a relative form in the sphere of goods and their characteristics. In practice, however, the idea of abilities is not exempt from conceptual vagaries and ambiguities in its implementation.

JEL classification: 130, 131, I32.

 

Introducción

Los economistas clásicos, al referirse al valor de la fuerza de trabajo, hacían notar que el ser viviente necesita cierta suma de medios de vida, y el ser humano, como ser viviente y social, requiere de una suma de víveres y medios de vida que "habrá de ser por fuerza suficiente para mantener al individuo en su estado normal de vida y de trabajo" (Marx, 1967: Vol. 1).

Para el mismo Marx, las necesidades naturales varían con arreglo a las condiciones de cada país. Por lo mismo, el volumen de estos medios -así como el modo de satisfacer las necesidades- "son de suyo un producto histórico" que depende del nivel de cultura y de las condiciones y hábitos existentes. Empero -señala Marx- "en un país y en una época determinados, la suma de medios de vida necesarios constituye un factor fijo".

El análisis de estas cuestiones -que se relaciona con la conceptualización y cuantificación del estándar de vida mínimo necesario de las personas- toca por analogía otro concepto íntimamente relacionado, que es el de la carencia de recursos para alcanzar tal estándar mínimo, que es lo que caracteriza a la población que se encuentra en condiciones de pobreza.1 En este sentido, la pobreza debe ser considerada como un núcleo absoluto, cuyo umbral "es función de algunas variables y no hay razón 'apriorística' para que esas variables no puedan cambiar en el tiempo" (Sen, 1984: 328).

Es por ello que el enfoque adecuado para el análisis de la pobreza no sólo debe considerar la suma de satisfactores y su utilidad, sino por el contrario, las "capacidades" de las personas para funcionar en sociedad, esto es, lo que de acuerdo a Sen constituye las "habilidades para hacer cosas sirviéndose de medios y recursos para ello". Es decir, la pobreza, en tanto noción absoluta en el espacio de las capacidades, toma con frecuencia una forma relativa en el espacio de los bienes y sus características.

En la práctica, sin embargo, el concepto de capacidades no está exento de imprecisiones conceptuales y de ambigüedades en su operacionalización, toda vez que queda sin resolver el ordenamiento de las capacidades de acuerdo a lo "básico" de las mismas (Cohen, 1993). Un desarrollo más concreto lo ofrece, empero, M. Desai (1994), quien distingue cinco capacidades básicas o fundamentales: a) permanecer vivo y disfrutar una vida prolongada; b) asegurar la reproducción (biológica) de las personas; c) gozar de una vida saludable; d) interactuar socialmente, y e) tener conocimiento y libertad de pensamiento y expresión.

Estas capacidades básicas dan lugar a necesidades diferenciadas y cambiantes en el tiempo y el espacio, cuya satisfacción, a su vez, requiere de recursos (bienes y servicios) que pueden combinarse en diversas proporciones, según sean las condiciones temporales y espaciales de la sociedad. Por tanto, la norma de gastos en el espacio de los recursos debe ser la necesaria para garantizar las capacidades de acuerdo con la práctica social.2

Por ello, para el análisis de sociedades concretas en momentos específicos de su historia, resulta imprescindible avanzar operacionalmente y dar contenido a la "caja vacía" que reúne la especificación de los recursos (bienes y servicios) requeridos para satisfacer las necesidades que permiten el desarrollo de las capacidades básicas del individuo en sociedad. Tal contenido de recursos no es -no puede ser- único. Su identificación no es una tarea trivial, toda vez que presenta grandes dificultades establecer criterios aceptables en la selección y definición de los bienes y servicios que su satisfacción involucra (Gordon y Spiker, 1999). Por extensión, desde esta óptica, la población en condiciones de pobreza sería aquella que no tiene acceso al menos a los recursos así identificados, lo que de alguna manera le impide el desarrollo de las capacidades básicas para funcionar en sociedad, como las especificadas por Desai.

Dado que el desarrollo de tales capacidades reclama la identificación de lo que pueda considerarse como necesidades básicas, en su concreción puede arrojar algunas luces la teoría de las necesidades (Maslow, 1943), lo mismo que el enfoque sobre necesidades esenciales desarrollado por Galtung (1980).

Puede haber consenso, por ejemplo, en lo imprescindible que resulta para el individuo la satisfacción de las necesidades alimentarias, si hemos de atenernos a las capacidades básicas señaladas por Desai. En este sentido, la existencia de diversos modos para identificar una dieta rica en nutrientes ha sido suficientemente desarrollada en la bibliografía especializada, de manera que la instrumentación en la práctica de llenar esta "caja vacía" con bienes alimentarios concretos puede no ofrecer muchos problemas al investigador empírico.

El problema surge, por supuesto, con la identificación de las necesidades básicas no alimentarias y la correspondiente especificación de bienes y servicios que logren satisfacerlas. El expediente de recurrir a una estimación genérica de su costo -aun sin definirlas explícitamente en términos conceptuales-, mediante la aplicación del inverso del coeficiente de Engel (Orshanky, 1963; INEGI-CEPAL, 1993; Comité Técnico, 2002), es ambiguo y se encuentra sujeto a severas críticas metodológicas como más adelante veremos.

Por ello, la especificación conceptual de las necesidades no alimentarias reclama de mucha mayor precisión, lo mismo que el proceso de seleccionar los bienes y servicios que pueden satisfacerlas. En este sentido, Roemer (1996) distingue entre bienes asociados a capacidades básicas y bienes no asociados a éstas que, aun sin darnos un listado específico, ayuda a entender sus características y a establecer sus prioridades.3 En términos empíricos esta apreciación corresponde al análisis de la elasticidad-ingreso de los distintos bienes y servicios (Kreps, 1990; Varian, 1992).4

Alternativamente, diversos autores proponen la aplicación de un método de carácter subjetivo (Halleród, 1955; Van Prag et. al., 1980; Veit-Wilson, 1987 y Walter, 1987). Este enfoque recoge información por medio de encuestas a la población, con objeto de captar una norma social compartida sobre una canasta de bienes y servicios necesarios, al preguntar a los encuestados si debiera contarse o no con los artículos especificados en una lista de satisfactores considerados apriorísticamente como básicos.

Por último, en el caso de diversos países, una guía puede derivarse del análisis del marco jurídico y de la legislación vigente que, en algunos casos, garantiza el cumplimiento -a través de la acción estatal- de la satisfacción de algunas necesidades básicas, como puede ser el acceso a la educación y al cuidado de la salud.

Nuestro interés radica en el caso de México. Las estimaciones existentes sobre los bienes y servicios capaces de satisfacer las necesidades esenciales en el país son, o muy antiguas, o presentan los ya señalados problemas metodológicos.5 Un avance en ese sentido lo constituye la identificación y cuantificación de versiones actualizadas de canastas básicas de carácter alimentario y no alimentario para el país (Cortés, Hernández Laos y Mora, 2005; Cantú, De la Torre y Hernández Laos, 2005).

Uno de los objetivos del presente ensayo es, precisamente, el de aplicar estas nuevas canastas para determinar niveles mínimos de bienestar, con objeto de evaluar la magnitud de la población nacional que no alcanza a cubrir con sus ingresos el costo involucrado en su adquisición. Por las razones que se discuten más adelante, consideramos que esa población se encuentra en condiciones de carencia, a la cual identificamos -quizás cometiendo un solecismo- como población en condiciones de pobreza. Se trata de identificar el núcleo de población cuyos recursos corrientes no alcanzan para acceder a un nivel razonable de bienestar económico mínimo, esto es, que se ve impedida de satisfacer las necesidades básicas esenciales y, por tanto, puede ver limitadas varias de sus capacidades para funcionar adecuadamente en la sociedad.

La aplicación abarca mediciones bienales para el período 1992-2004, lo que permite una exploración somera en torno a la diferenciación entre las tendencias registradas en el corto plazo -que son influidas por el ciclo económico-, de las tendencias más duraderas de mediano plazo, lo que se aborda a través de la aplicación de técnicas econométricas sencillas. La información permite, además, explorar -también de manera preliminar- un concepto relacionado con el anterior, y que se refiere a la vulnerabilidad a la pobreza que enfrentan diversos grupos de hogares de la población nacional; en este caso se busca también diferenciar los efectos de corto plazo para distinguirlos de las tendencias de carácter más estructural de mediano plazo.

El ensayo se integra por cinco secciones. En la primera se hace una recapitulación conceptual, en la segunda se aborda una muy breve discusión metodológica sobre los procedimientos involucrados en la construcción de las canastas alimentaria y no alimentaria, cuyo costo se utiliza como umbral de la pobreza. La tercera sección, por su parte, cuantifica la magnitud y las tendencias de la incidencia, intensidad y desigualdad de la pobreza así definida, y trata de diferenciar los comportamientos de corto y mediano plazos. En la cuarta sección del ensayo se aborda, entonces, un breve acercamiento a la identificación de los llamados "grupos vulnerables", a través del cálculo de regresiones logísticas. En la quinta sección, por último, se recogen las principales conclusiones, y se ofrece una breve reflexión sobre algunas implicaciones de política económica y social derivadas de los análisis precedentes.

 

Metodología

Dado el considerable número de versiones que hasta hace algunos años prevalecieron en México acerca del "tamaño" de la pobreza, y lo sensitivo que resulta tal medición a los supuestos metodológicos involucrados en la misma (Székely, Lustig, Cumpa y Mejía, 2000), en 2001 se estableció en México un Comité Técnico para la Medición de la Pobreza (CT), bajo los auspicios de la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESO). Ese comité se encargaría de discutir diversas alternativas metodológicas para la medición de la pobreza en el país, y como resultado ofrecería una propuesta preliminar al año siguiente (Comité Técnico, 2002).

Esa metodología tuvo carácter preliminar, porque el CT consideró que varios tópicos debían ser estudiados con mayor rigor y profundidad. Entre otros, se creyó necesario diseñar y cuantificar canastas de satisfactores esenciales, tanto de carácter alimentario como no alimentario, dado lo poco convincentes que resultaban los procedimientos adoptados en este sentido en la metodología preliminar.6

Cortés, Hernández Laos y Mora (2005) abordaron el diseño y cuantificación de una canasta alimentaria que fuese de costo razonable para la mayoría de la población mexicana. Mediante la aplicación de una metodología combinada, tanto de carácter positivo como normativo, y a través de soluciones de programación lineal, se identificaron canastas (urbana y rural) sub-optimas desde el punto de vista del costo, pero que implican una dieta balanceada y relativamente diversificada, y que permite además cubrir los requerimientos mínimos de cinco micro nutrientes esenciales para la vida (calorías, proteínas, hierro, vitamina A y vitamina C).

Por su parte, Cantú, De la Torre y Hernández Laos (2005) abordaron el diseño y cuantificación de canastas (urbana y rural) de satisfactores esenciales no alimentarios. Del examen de diferentes experiencias nacionales e internacionales, los autores diseñaron una metodología que tiene en cuenta, de manera explícita, tanto la estructura como el tamaño medio de los hogares nacionales, la identificación de los bienes y servicios básicos (ByS) a ser incluidos en las canastas, y la especificación de las cantidades de los ByS no alimentarios identificados como esenciales. Diversos criterios fueron utilizados en la identificación de esos ByS: I) la magnitud de la elasticidad-ingreso de los mismos, calculada con información de la base de datos de gasto de la ENIGH-2002; II) la percepción de los hogares sobre el carácter básico o no de los ByS, en una muestra de hogares de la población nacional, distinguiendo las áreas rurales de las urbanas; III) la frecuencia en la adquisición de los ByS por parte de los hogares nacionales, y IV) el ordenamiento de los ByS de acuerdo a su importancia en el gasto de los hogares.7

La información contenida en ambas investigaciones permite, así, integrar dos canastas básicas de satisfactores esenciales, una rural y otra urbana, que incluyen tanto los bienes alimentarios como los no alimentarios, y cuyo costo da pie para establecer los correspondientes umbrales de pobreza en México. El Cuadro 1 ofrece una breve descripción del contenido de las canastas para hogares típicos, así como la cuantía de su costo mensual promedio.8 Los distintos rubros de gasto se integran en once acápites que cubren, de manera relativamente austera, las necesidades esenciales de los hogares nacionales típicos en las diversas categorías, como son la alimentaria, la de vivienda, las de mobiliario, equipamiento y operación del hogar, los requerimientos de vestido y calzado, educación y cuidado de la salud, los de presentación personal, la recreación, el transporte y las comunicaciones, y otros rubros menores (Cantú, De la Torre y Hernández Laos, 2005).9

Vale hacer notar que si todos los hogares nacionales cubriesen de esta manera sus necesidades esenciales, el gasto mensual equivaldría a sólo 71% del gasto total realizado por los 24.6 millones de hogares del país (1992). Ello sugiere de manera clara que en México no se registra una insuficiencia absoluta de bienes y servicios para que todos los hogares alcancen un nivel mínimo razonable de bienestar económico; las insuficiencias parecieran derivarse, más bien, de la forma tan desigual como se distribuye el ingreso y el gasto en consumo entre los hogares nacionales. Los costos de ambas canastas son considerados, en lo que sigue del ensayo, como umbrales de pobreza que permiten evaluar la magnitud de su incidencia, intensidad y desigualdad en la sociedad mexicana.

 

Incidencia, intensidad y desigualdad de la pobreza

Para evaluar la proporción de los hogares (y de la población) que, de acuerdo con los estándares discutidos, no cubre sus necesidades esenciales, es necesario establecer explícitamente algunos criterios adicionales. La medición sigue, en lo esencial, la metodología definitiva propuesta por el Comité Técnico para la Medición de la Pobreza (Comité Técnico, 2005). En efecto, en la cuantificación se utiliza el ingreso total de los hogares como variable de referencia, porque éste -y no el gasto- aproxima de manera más acertada la cuantía del ingreso permanente de los hogares (De la Torre, 2005). El ordenamiento de los hogares se realiza tomando como base el monto del ingreso total por adulto equivalente -y no en términos per-cápita como suele hacerse- para tener una mejor aproximación de las diferencias en la estructura demográfica de los hogares. Las escalas de adulto equivalentes se tomaron, a su vez, de las estimaciones realizadas por Teruel, Rubalcava y Santana (2005) que resultan de la aplicación del método de Rothbarth, el cual toma como base la mediana del gasto de los hogares. No se consideró el efecto de las economías de escala en el hogar, porque las estimaciones de Teruel y Rubalcava (2005) arrojan resultados poco significativos en términos estadísticos. Por último, y pese a que es conocido el fenómeno del "truncamiento" de la distribución del ingreso implícita en la ENIGH (Cortés, 2001), no se realizaron ajustes a cuentas nacionales, dada la insuficiente comparabilidad conceptual entre las variables muestrales y los correspondientes rubros de cuentas nacionales (Leyva-Parra, 2005).

El Cuadro 2 señala el porcentaje de los hogares y de la población nacional cuyo ingreso no alcanza a cubrir las necesidades esenciales, de acuerdo con los umbrales de pobreza señalados. Se observa que alrededor de dos quintas partes de los hogares -que agrupan a la mitad de la población nacional- pueden considerarse en condiciones de carencia absoluta. Esta proporción es, sin embargo, notoriamente mayor en las áreas rurales del país -más de la mitad de los hogares y cerca de dos terceras partes de la población- que en las urbanas: un tercio y dos quintas partes respectivamente.

Resulta claro, además, que la incidencia de la pobreza no ha sido uniforme a lo largo del tiempo, toda vez que se observa con claridad el significativo incremento que habría registrado a consecuencia de la profundización de la crisis económica de 1995 y de sus secuelas en 1996. Un fenómeno similar -aunque de menor intensidad- se registró como resultado de la recesión de 2002 (Gráfica 1). Los efectos del ciclo económico se habrían observado también en la "intensidad" y en la "desigualdad" de la pobreza, que además son más agudas en las zonas rurales que en las urbanas del país (Cuadro 3).10

La recurrencia del ciclo económico y sus agudos efectos sobre la incidencia, intensidad y desigualdad de la pobreza, oscurece el examen de las tendencias de mediano plazo implícitas en la evolución de estos fenómenos. Para examinar ambos aspectos suele aplicarse a los datos el filtro Hodrick-Prescott (HP), mediante el cual es posible separar los efectos cíclicos de corto plazo de la tendencia de mediano plazo.11

El componente cíclico de la incidencia de la pobreza está evidentemente determinado por la evolución de la coyuntura económica del país, como lo demuestran las pruebas estadísticas aplicadas.12 Ello sugiere la acentuada influencia que la coyuntura de la economía mexicana tuvo sobre la incidencia de la pobreza, a consecuencia no sólo de los desequilibrios económicos como los registrados por el país durante la crisis del tequila, sino también de los derivados de la recesión estadounidense en los primeros años del nuevo siglo.

De igual -o mayor- relevancia, sin embargo, son las tendencias de mediano plazo detectadas mediante la aplicación del filtro HP. El Cuadro 4 apunta las tendencias implícitas en este sentido, en tanto que el último renglón capta la magnitud y dirección de la tendencia a lo largo de los doce años analizados (Delta). A escala nacional, resulta claro que la incidencia de la pobreza se habría acrecentado muy ligeramente, en menos de un punto porcentual, a lo largo de todo el período, y en mucho menor escala lo habría hecho la intensidad y la desigualdad de la pobreza. Los movimientos son de tan reducidas dimensiones, que bien podría suponerse una constancia del fenómeno a escala nacional si se aplicasen intervalos de confiabilidad estadística a tales variaciones.13

Tendencias diferentes surgen, sin embargo, cuando se desagrega la información entre zonas rurales y urbanas. En las rurales la tendencia de HP de la incidencia de la pobreza sugiere una disminución de mediano plazo mayor de dos puntos porcentuales, cambio que podría ser significativamente diferente de cero en términos estadísticos; ese proceso se habría acompañado de una relativa constancia en la intensidad y en la desigualdad de la pobreza en las mencionadas zonas rurales. Por el contrario, el fenómeno habría registrado tendencias opuestas en las zonas urbanas del país, ya que la tendencia hp de la incidencia de la pobreza acusa un incremento de más de cuatro puntos porcentuales a lo largo del período, y tendencias crecientes se habrían registrado también en términos de la intensidad y la desigualdad de la pobreza en las zonas urbanas (Cuadro 4). Por su magnitud, estos incrementos difícilmente podrían ser estadísticamente iguales a cero.

En resumen, los análisis estadísticos sugieren la notable sensibilidad del bienestar económico de los hogares a los vaivenes de la economía nacional, acrecentándose notablemente los núcleos que se ven alejados de estándares mínimos en épocas de desequilibrio o recesión de la actividad productiva. Por otra parte, si bien a escala nacional no hay pruebas que sugieran modificaciones estadísticamente significativas en la incidencia de la pobreza en la sociedad mexicana en los últimos dos sexenios, la desagregación por zonas rurales y urbanas muestra que ése habría sido el resultado de una disminución de mediano plazo en las primeras, aunado a un notable aumento en las segundas a lo largo del período analizado.

 

Vulnerabilidad a la pobreza

Hemos visto que una proporción considerable de la población nacional no tiene acceso, con su ingreso corriente, a la adquisición de bienes y servicios básicos que le permitan alcanzar niveles mínimos adecuados de bienestar económico, limitando con ello sus capacidades para funcionar en sociedad. Y aunque ese núcleo de la población se vio muy afectado por las persistentes condiciones recesivas de la economía, las tendencias de mediano plazo apuntan a una paulatina -si bien gradual- disminución de la incidencia de la pobreza sólo en el ámbito rural, ya que en las zonas urbanas del país presenciamos su acrecentamiento.

La magnitud y persistencia de las carencias de tantos mexicanos plantea el interrogante de cuáles son los núcleos que se ven sistemáticamente atrapados en condiciones de pobreza. Los exámenes más recientes reportados en la bibliografía especializada analizan este fenómeno desde la perspectiva de la vulnerabilidad de los hogares a la pobreza. En este enfoque, al hacer referencia a la persistencia de la pobreza en los países en desarrollo, se hace hincapié en lo elevada que resulta para muchos hogares la probabilidad de mantenerse indefinidamente -o de manera habitual- en condiciones de carencia a lo largo del tiempo (McCulloch y Calandrino, 2003).

El análisis de la vulnerabilidad en la pobreza de los hogares implica, entonces, la evaluación de las limitadas posibilidades reales que éstos tienen de salir de las condiciones crónicas de carencia. McCulloch y Calandrino (2003) definen la vulnerabilidad de un hogar como la probabilidad de encontrarse permanentemente por debajo del umbral de la pobreza. Lo relevante es, en todo caso, que tal probabilidad puede ser muy elevada aun para los hogares en los que el ingreso promedio de varios años se ubica por encima de la línea de pobreza. La esencia de la vulnerabilidad es, entonces, la incertidumbre en la corriente de ingresos esperados en el futuro, y la pérdida concomitante que tal incertidumbre provoca en el bienestar de los hogares.14

Ligon y Schechter (2003) distinguen dos componentes de la vulnerabilidad. El primero refleja la persistencia de la pobreza crónica, y el segundo denota, además, la incertidumbre de permanecer o de caer en la pobreza en el futuro. Esa incertidumbre, a su vez, puede ser resultado de dos tipos de riesgos: uno de carácter agregado que afecta a toda la población o a partes sustantivas de ésta (una crisis económica por ejemplo), y otro de carácter idiosincrásico que afecta a hogares específicos (una enfermedad que implique gastos catastróficos por ejemplo).15

La estimación empírica de ambos componentes de la vulnerabilidad reclama de información derivada de encuestas longitudinales de hogares, que no es el caso de las disponibles para nuestro país. Thorbecke (2003) señala, sin embargo, que las características de la vulnerabilidad son muy similares a las que se encuentran en los hogares con ingresos bajos en condiciones de pobreza crónica, entre las cuales los factores educativos y demográficos juegan un papel muy relevante, junto con la cuantía de diversos tipos de activos y la localización geográfica de los mismos.

Ante la imposibilidad de estimar el grado de vulnerabilidad de hogares individuales, procederemos a su cuantificación a través del cálculo de la probabilidad de permanecer en condiciones de pobreza que enfrentan diversos grupos de hogares-tipo. El examen de la evolución de tales probabilidades arroja luz, así, sobre el grado de vulnerabilidad de estos grupos de hogares, los cuales se caracterizan por diferencias sociodemográficas acentuadas en la escala de los hogares nacionales. Lo relevante en este caso es examinar, no sólo los efectos de la coyuntura económica sobre la vulnerabilidad de tales hogares-tipo, sino sus tendencias de mediano plazo, ya que los hogares más vulnerables enfrentan sistemáticamente el riesgo de permanecer indefinidamente en condiciones de carencia.

La cuantificación de tales probabilidades se logra mediante el cálculo de regresiones logísticas aplicadas a los micro-datos bienales de la ENIGH. Los cálculos se realizan de manera separada para las áreas urbanas y rurales. Los factores de riesgo se relacionan con diversas características sociodemográficas de los jefes de hogar: su edad, su educación formal, el sector de actividad en que laboran, la ocupación y la posición en el trabajo que desempeñan, la región geográfica en donde residen, el número de empleos del jefe del hogar, las horas trabajadas por semana, la existencia (o no) de contrato formal de trabajo, su afiliación sindical y el número de perceptores del hogar.16

(Cuadro 5)

Para examinar la vulnerabilidad de los hogares respecto a la pobreza definimos, entonces, cuatro hogares-tipo que muestran con claridad el espectro sociodemográfico de los hogares nacionales:

Hogar-tipo 1: el jefe de hogar es mujer, menor de 25 años; carece de cualquier grado de educación formal; labora en zonas rurales en el sector agropecuario, cuya ocupación es la de peón; el hogar se ubica en la región más pobre del país (Chiapas, Guerrero o Oaxaca); sólo reporta un perceptor de ingresos, y éste trabaja menos de 25 horas a la semana. Se trata, en suma, de un hogar cuyo jefe identificaremos como peón rural.

Hogar-tipo 2: el jefe del hogar es varón, carece de instrucción formal y trabaja por su cuenta en zona urbana de las regiones centrales del país. Labora en el sector de los servicios, tiene un solo un empleo, y es el único perceptor de ingresos del hogar. Carece de contrato formal de trabajo y no pertenece a alguna agrupación sindical. En resumen, se trata de un hogar cuyo jefe identificamos como informal urbano.

Hogar-tipo 3: el jefe del hogar es también varón, de entre 25 y 45 años de edad; radica en una zona urbana de las regiones norteñas del país, reporta estudios formales terminados a nivel de secundaria, es obrero, labora jornada semanal completa (48 horas) en el sector manufacturero, tiene contrato escrito de trabajo, está sindicalizado y es también el único perceptor de ingresos del hogar. Sus características lo identifican como obrero formal.

Hogar-tipo 4: el jefe del hogar es varón, ubicado en zonas urbanas de las regiones centrales del país, reporta estudios profesionales terminados, y labora como empresario en el sector de los servicios; es también el único perceptor de ingresos del hogar, y su jornada laboral es de 48 horas semanales. Sus características permiten identificarlo como profesionista-empresario.

La probabilidad de estos cuatro hogares-tipo de estar en condiciones de pobreza, esto es, su vulnerabilidad a la pobreza, no puede ser más contrastante. El hogar cuyo jefe es peón rural registra una muy elevada probabilidad (más de cuatro quintas partes) de mantenerse en la pobreza de manera crónica a lo largo del tiempo. En el ámbito urbano, el hogar cuyo jefe es trabajador informal, por su parte, registra en la actualidad probabilidades sólo ligeramente menores que las del peón rural (Cuadro 6). Se trata, sin lugar a dudas, de hogares altamente vulnerables a la pobreza, que de manera crónica enfrentan el riesgo de ver limitadas sus condiciones medias de bienestar. Hogares con esas características conforman el núcleo duro de la pobreza en el país, integrado por jefes de hogar con ausencia de educación formal, que se insertan en el mercado laboral a través de relaciones informales (y precarias) de trabajo, tanto en las zonas rurales como en las urbanas del país.

Los efectos de un grado intermedio de educación formal, aunados a una inserción laboral en condiciones más formales y estructuradas se detectan en el menor grado de vulnerabilidad a la pobreza de los hogares cuyo jefe es obrero formal que trabaja en las áreas urbanas del país. En este caso, las probabilidades de permanecer en condiciones de pobreza, si bien son más volátiles -fluctúan entre un 30 y 40%- su vulnerabilidad es notoriamente menor que la que registran los casos anteriores. Por último, los mayores niveles educativos de los hogares cuyo jefe es profesionista que se desempeña como empresario, conllevan niveles muy reducidos de vulnerabilidad a la pobreza, aunque -como veremos más adelante- de naturaleza creciente en los últimos dos sexenios (Cuadro 6).

Al igual que la incidencia, la vulnerabilidad de los hogares a la pobreza no es constante en el tiempo, como acertadamente apuntan Ligon y Schechter (2003). Empero, la vulnerabilidad registra variaciones no sólo a lo largo del ciclo económico, sino que, en el caso mexicano, también muestra variaciones en un contexto de mediano plazo (Gráfica 2). La separación de ambos componentes, mediante la aplicación del filtro hp a las series del Cuadro 6, permite el análisis diferenciado de las fluctuaciones de corto plazo del que se deriva de las tendencias de mediano plazo.

En el primer caso, los exámenes estadísticos realizados confirman que la vulnerabilidad de los hogares a la pobreza se acrecienta significativamente en épocas de crisis, y se atenúa -aunque sólo parcialmente- en años de menores restricciones económicas.17

El análisis de la tendencia implícita en la aplicación del filtro HP pone de manifiesto, por otra parte, que con la excepción del caso del hogar del obrero formal urbano,18 la vulnerabilidad de los hogares-tipo analizados se habría acrecentado en el mediano plazo de manera gradual pero sostenida, especialmente en el caso del hogar-tipo del trabajador informal urbano, en cerca de 18 puntos porcentuales, lo que resulta ser un aumento muy significativo. Aumentos absolutos positivos -aunque menos acentuados- se habrían registrado en el caso del hogar-tipo cuyo jefe es peón rural (+5.7 puntos porcentuales),19 y en el del profesionista empresario (+1.3 puntos porcentuales)20 (Cuadro 7).

Los análisis anteriores ponen de manifiesto, en suma, no sólo que las limitaciones del bienestar afectan a núcleos muy importantes de la población mexicana, sino además que los hogares nacionales enfrentan, de manera crónica, una elevada vulnerabilidad a la pobreza, esto es, se encuentran inmersos en situaciones permanentes de incertidumbre y riesgo de continuar indefinidamente en condiciones de limitado bienestar económico. Esa vulnerabilidad no sólo se ve afectada por la coyuntura de la economía, sino que ha tendido a acrecentarse de manera gradual en el mediano plazo, especialmente para los núcleos de trabajadores no calificados cuya inserción en el mercado laboral es de carácter informal y precaria.

Ello sugiere que parte importante de la población nacional permanece de manera habitual al margen del proceso de modernización de nuestra economía, en condiciones crónicas de incertidumbre y de carencia económica. Así, no sólo la incidencia de la pobreza se ha acrecentado de manera gradual en el mediano plazo en México, sino que además se ha acentuado la incertidumbre de los hogares para salir de o evitar caer en condiciones económicas críticas.

 

Implicaciones de política

Regresamos al punto de partida. La imposibilidad de acceder a condiciones mínimas de bienestar económico, como han sido definidas en el presente ensayo, indudablemente limitan las capacidades de extensos segmentos de la población nacional para desarrollarse productiva y eficientemente en la sociedad. La mexicana es, así, una sociedad fraccionada, segmentada, que se caracteriza por el desigual acceso de su población a condiciones mínimas y razonables de bienestar. Núcleos importantes de mexicanos viven al margen del progreso, impedidos de acceder a estándares mínimos de bienes y servicios básicos.

Desde una óptica ética, tal situación resulta inadmisible, a la luz de postulados como los de Jonh Rawls (1971) o las discusiones más recientes en el campo de la ética distributiva avanzadas por A. K. Sen (1984). Más allá de los imperativos morales, empero, y desde un punto de vista del más puro pragmatismo económico y político, resulta evidente que una fragmentación social de estas proporciones repercute de manera muy desfavorable sobre el funcionamiento mismo de la sociedad nacional.

En efecto, al marginarse económicamente a núcleos relevantes de la población, se limitan notablemente las posibilidades de expansión del mercado interno que restringen, a su vez, las oportunidades de acelerar el crecimiento de la economía. En términos políticos, la marginación económica se acompasa de la marginación educativa y cultural, acrecentando la irritación social y las conductas antisociales. De continuarse estas tendencias, se obstaculiza la gobernabilidad y se pone en riesgo la seguridad nacional. Todo ello limita, a su vez, las posibilidades de profundizar las recientes tendencias democráticas del país.

Por esas razones, resulta imprescindible la instrumentación de políticas económicas y sociales eficaces que tiendan a erradicar la pobreza en México. Lo realizado hasta ahora, a la luz de las tendencias detectadas, resulta sólo parcialmente acertado y notoriamente insuficiente. En efecto, la política social basada en transferencias públicas como la instrumentada en los dos últimos sexenios, ha sido ineficaz para revertir tales tendencias, más allá de los efectos provocados por el paso del ciclo depresivo de la economía.21

Por lo demás, hay indicios suficientes, tanto teóricos como empíricos, de que una parte sustantiva del deterioro de las condiciones de bienestar de la población nacional deriva del estancamiento casi crónico que registra nuestra economía. Desde una óptica teórica, para Krugman (1997), por ejemplo, el determinante de los niveles de bienestar de un país en el largo plazo lo constituye el acrecentamiento sistemático de las condiciones medias de productividad de su economía. Las indagaciones más recientes ponen de manifiesto, por otra parte, que paralelo al relativo aceleramiento de la acumulación de capital, México registra -por lo menos desde el inicio de la década de los ochenta- un significativo colapso de productividad que no ha podido ser revertido hasta ahora (Banco Mundial, 1998; Hernández Laos, Garro y Llamas, 2000). Las causas de la gestación y profundización de este colapso son de carácter multifactorial, y hay pruebas muy claras de que esas causas van más allá de la tan pregonada necesidad de instrumentar las reformas fiscal, laboral y energética (Hernández Laos, 2005).

En la medida en que el acrecentamiento gradual de mediano plazo de la incidencia de la pobreza y de la vulnerabilidad de la población nacional esté fincado en el deterioro de la productividad, la política de combate a la pobreza deberá ser planteada en términos mucho más amplios de lo alcanzable por las acciones parciales y asistencialistas de política social aplicadas hasta ahora.

Se requiere, en los hechos, de un planteamiento integral que ubique en el centro de la estrategia la urgencia de retomar el crecimiento económico, a través, no sólo de un más acelerado proceso de acumulación de capital, sino fundamentalmente por la vía del acrecentamiento de las condiciones medias de productividad laboral y multifactorial de la economía. Por razones éticas, económicas y políticas resulta, por tanto, imprescindible que la elite dirigente comience a tomar conciencia de la urgencia de revertir las desfavorables tendencias registradas por el país en los últimos lustros.

 

Bibliografía

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Notas

1. La conceptualización de la pobreza es cualquier cosa menos no ambigua. Para una excelente discusión de cuando menos once significados paralelos -aunque interrelacionados- de la pobreza, remitimos al lector al excelente comentario presentado por R. Pinker (1999).

2. Como afirma Desai: "Sólo la sociedad en que viven las personas puede tener una perspectiva de lo que sus miembros requieren para llevar una vida decente o poseer un mínimo de capacidades para funcionar como miembros de esa sociedad" (Desai, 1994).

3. Los primeros son considerados bienes primarios o básicos porque el individuo está dispuesto a sacrificar una gran cantidad del segundo tipo de satisfactores al reducirse el acceso de los primeros y al tender a cero su disponibilidad.

4. Bienes "primarios" o "básicos" son aquellos cuya elasticidad-ingreso es menor que la unidad, los cuales estarían vinculados al grupo de bienes asociados a algunas de las capacidades básicas señaladas por Desai.

5. Son los casos de la Canasta Básica de Satisfactores Esenciales de Coplamar, y de las estimaciones de INEGI-CEPAL que dieron lugar a la metodología preliminar aplicada por el Comité Técnico (INEGI-CEPAL, 1993; Comité Técnico, 2002).

6. En efecto, en la metodología se adoptó provisionalmente una canasta alimentaria diseñada originalmente por INEGI-CEPAL, cuyas limitaciones resultaron posteriormente muy evidentes. Las necesidades no alimentarias se calcularon a través de la aplicación del inverso de coeficientes de Engel para especificar diversas líneas de pobreza. Lo limitado de tal procedimiento resulta del hecho de que no se discutieron los criterios por los cuales se habrían incluido o excluido diferentes rubros de gasto asociados a las diferentes necesidades. Para un análisis crítico de ambos aspectos véase: Ciesa (2002) y Ciesa (2003); una síntesis se encuentra en Cortés y Hernández Laos (2005).

7. De más de 400 ByS no alimentarios incluidos en la en i gh-2002, 175 fueron seleccionados como básicos para la canasta urbana y 147 para la rural. Las cantidades de los ByS seleccionados se llevó a cabo por medio de procedimientos econométricos ad-hoc, y su valuación monetaria se estableció a través de encuestas de marcas, calidades y precios, para lo cual se distinguieron las tres macro-regiones de México: Norte, Centro y Sur-sureste.

8. Las canastas están diseñadas para cubrir las necesidades esenciales de los hogares típicos de las zonas rurales y urbanas del país: de 4.44 miembros en el primer caso y de 4.09 miembros en el segundo. El costo estimado es mensual y está valuado a precios de agosto de 2002.

9. El costo de la canasta para un hogar típico de zonas urbanas asciende a $5 702.52 mensuales, el cual representa 4.8 salarios mínimos mensuales por hogar, en tanto que el del hogar típico de las zonas rurales alcanza los $4 456.85 mensuales, esto es, 3.74 salarios mínimos mensuales por hogar.

10. Las tres medidas de pobreza se derivan de la aplicación del conocido índice de Foster, Greer y Thorbecke (FGT), que toma significados diferentes al variar el peso asignado a la distancia a que se encuentra el hogar de la correspondiente línea de pobreza. Ello se mide por la magnitud del exponente "α". Cuando α=0 el índice mide la incidencia de la pobreza, esto es, el porcentaje de la población que se encuentra por debajo del umbral. Cuando α=1 la medida FGT representa la intensidad de la pobreza, esto es, mide la profundidad promedio de la pobreza. Por último, cuando α=2 la medida FGT se transforma en un índice la desigualdad de la pobreza. Véase: Foster, Creer y Thorbecke (1984). Para una descripción sintética de esta familia de índices véase: Comité Técnico (2002: 1 1 1-112). Se requiere adicionalmente del análisis de la significación estadística de los cambios en las diversas medidas de pobreza, sobre todo en relación con su incidencia. Ello porque tales cambios -cuando son pequeños- pueden ser producto sólo de fluctuaciones aleatorias, dado el carácter muestral de las estimaciones (Vences Rivera, 2005). Por tratarse de diseños complejos de muestreo, esa tarea es complicada y reclama de acceso a información difícilmente disponible para el usuario de la ENIGH. Para detalles véase: Comité Técnico (2005: 456). Más adelante se hace referencia de nuevo a este problema.

11. El filtro hp estima la tendencia (no directamente observable) implícita en las series de tiempo. Si, por ejemplo, yt es la serie de tiempo a analizar, el filtro hp descompone yt en una tendencia no estacionaria (gt) y un componente residual estacionario (ct), esto es: yt = gt + ct . Como ct es un proceso estacionario, puede interpretarse a yt como un ruido blanco alrededor de la tendencia temporal no estacionaria gt, el cual debe estar influido por los efectos del ciclo económico de corto plazo. Si bien este procedimiento se aplica a series de largo plazo, nada impide aplicarlo a nuestra corta serie que sólo cubre el período 1992-2004. Para una discusión véase: Hodrick, R. J. y E. C. Prescott (1997).

12. La evolución de la incidencia (residual) de la pobreza (RINC) se encuentra, en efecto, estadísticamente correlacionada con la evolución de la tasa urbana de desempleo abierto (TDA). Utilizando el método de varianza-covarianza aplicado a los datos residuales de la incidencia rural y urbana de manera conjunta, se obtiene la siguiente ecuación de regresión: RINC = -4.891 + 5.896 * TDA. En esta ecuación, calculada sobre la base de 14 observaciones, el parámetro que incide sobre la TDA es significativamente diferente de cero al 0.05, con un valor de r2 = 0.223; DW = 1.851 y F = 4.721. Dada la notable influencia del tipo de cambio real (TCR) sobre la tasa de desempleo abierto, la ecuación fue también calculada por mínimos cuadrados en dos etapas, y el resultado no es diferente del anteriormente reportado, lo que pone de manifiesto el efecto de los desequilibrios externos sobre la coyuntura económica. Por el contrario, el cálculo de una ecuación similar utilizando como variable explicativa las tasas bienales de crecimiento del pi b no reporta resultados estadísticamente significativos.

13. Aunque el grado de significación estadística de esos cambios depende de la magnitud de los errores estándar de diversas variables incluidas en las encuestas de ingreso-gasto, De Ferranti et. al. (2003: 55) calculan de manera indirecta, por medio de técnicas de bootstrapping, intervalos para evaluar la confiabilidad estadística de cambios en el coeficiente de Gini de varios países de América Latina, entre ellos México. Esos autores encuentran que, en general, un cambio mayor de 1% en la magnitud del coeficiente de Gini puede interpretarse como estadísticamente diferente de cero. Extrapolando el argumento, podría considerarse esa marca -mutatis mutandis- como una aproximación en relación al grado de significación de variaciones en la incidencia de la pobreza.

14. Los análisis de Christiansen y Boisvert (2000) sobre la pobreza en Malí ponen en claro que la pobreza corriente de los hogares y su vulnerabilidad constituyen dos dimensiones diferentes -si bien complementarias- del bienestar.

15. La relevancia de esta distinción es muy clara a la luz de los resultados encontrados por Elbers y Gunning (2003). Esos autores no sólo señalan que la vulnerabilidad puede cambiar dramáticamente en el tiempo, como consecuencia tanto del crecimiento económico sostenido como de la recurrencia de choques externos que afectan las expectativas e incertidumbre de los hogares. Encuentran, además, que algunos hogares pueden permanecer en condiciones crónicas de pobreza a consecuencia precisamente de enfrentar permanentemente situaciones de riesgo o de elevada vulnerabilidad.

16. Los cuadros A.1 y A.2 del Anexo reportan los resultados estadísticos de tales estimaciones, las cuales registran muy elevada significación estadística. A su vez, el Cuadro 5 resume el promedio bienal (1992-2004) de los efectos marginales de los factores de riesgo sobre las probabilidades que tienen los hogares de estar en condiciones de pobreza. Esta información pone de relieve que la vulnerabilidad de los hogares decrece conforme: a) aumenta la edad del jefe del hogar; b) se acrecienta su educación formal; c) labora en sectores no agropecuarios de la economía; d) su ocupación es profesionista y obrero; e) su posición en el trabajo es la de empresario; f) el hogar se ubica en una zona diferente de la región crítica del país (Chiapas, Guerrero y Oaxaca); g) tiene más de un empleo; h) acrecienta el número de horas trabajadas por semana; i) tiene contrato formal de trabajo; j) se encuentra afiliado a algún sindicato y k) hay más de un perceptor en el hogar. Por el contrario, la probabilidad aumenta si el jefe del hogar es varón en relación a la que registran los hogares cuyo jefe es mujer. Con contrastes cuantitativos sólo marginales, estas tendencias se mantienen tanto en las áreas urbanas como en las rurales, y tales probabilidades son ligeramente mayores en éstas últimas que en las primeras.

17. El cálculo de regresión con el método de varianza-covarianza (pooled data) de los cuatro casos-tipo calculados con la información bienal de todo el período (N=28) produce las siguientes estimaciones:

RV = -9.467 + 10.118 * TDAU; en donde RV expresa el componente cíclico de las probabilidades de estar en la pobreza de los diversos hogares-tipo, y TDAU expresa la tasa de desempleo abierto urbano del país. Ambos coeficientes de regresión son significativamente diferentes de cero al 0.01 de probabilidad; r2=0.204; DW=2.343; F=7.93 (0.01). El cálculo se realizó también por el método de mínimos cuadrados en dos etapas (con el tipo de cambio real como instrumento) y los resultados son muy similares, aunque en este caso con un grado de significación ligeramente menor.

18. El nulo acrecentamiento tendencial de la vulnerabilidad de los hogares cuyo jefe es obrero formal puede deberse en parte a la afiliación sindical de este segmento de la fuerza laboral urbana, que le permite compartir los frutos de la creciente productividad en algunas ramas manufactureras, según hemos podido comprobar en otras investigaciones (Hernández Laos, 2001).

19. En contraste con las tendencias registradas en la incidencia de la pobreza rural, que tendió a decrecer en el mediano plazo, la vulnerabilidad de los trabajadores agrícolas con menores calificaciones se habría acrecentado. Ello pone de manifiesto las escasas repercusiones de la política social sobre los núcleos menos favorecidos de los trabajadores rurales.

20. Empero, en términos relativos, este último caso es muy significativo, toda vez que ese tipo de hogares habría duplicado su vulnerabilidad a la pobreza en tan sólo doce años.

21. Podría postularse como hipótesis, de hecho, que las medianamente favorables tendencias observadas en el medio rural, más que efecto de la política social, habrían sido consecuencia del acrecentamiento de las remesas del creciente número de mexicanos que ha tenido que emigrar al extranjero por la insuficiencia de oportunidades laborales en territorio nacional. Pero aun ello no ha podido revertir la aguda vulnerabilidad a la pobreza de los hogares más desprotegidos de la escala social.

 

Información sobre el autor

Enrique Hernández Laos. Profesor-investigador del Programa de Doctorado en Ciencias Económicas de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel tres. Realizó sus estudios de licenciatura en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, la Maestría en Economía en El Colegio de México y el Doctorado en Economía en la School of Social Studies de la Universidad de East Anglia. Es autor de numerosos artículos y libros sobre cuestiones regionales, productividad, empleo, distribución del ingreso y pobreza en México, entre ellos, La competitividad industrial en México, UNAM-Plaza y Valdés, 2000, y con Jorge Velásquez Roa, Globalización, desigualdad y pobreza,UNAM-Plaza y Valdés, 2003. Es miembro del Comité Editorial de economía UNAM.

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