SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.2 número6La escasez, el costo y el precio del agua en México: Its Cost and Price índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Economía UNAM

versión impresa ISSN 1665-952X

Economía UNAM vol.2 no.6 Ciudad de México sep./dic. 2005

 

Artículos

 

La reconfiguracion económica internacional

 

World Economy Reshape 

 

David Ibarra

 

Presidente del Comité Editorial de ECONOMÍAunam. <dibarra@prodigy.net.mx>

 

Resumen

El autor nos habla de un mundo de grandes mutaciones que seguramente influirán en el curso futuro del planeta. Acaso por primera vez, nos dice Ibarra, se presente la posibilidad para una vasta porción del mundo en desarrollo, como también para la Europa Comunitaria, de inaugurar una nueva época que conduzca a normas más completas de gobierno planetario armada con instituciones que erijan derechos humanos universales y prevengan y combatan el desempleo, la pobreza y las amenazas ecológicas.

 

Abstract

The author refers to a world of huge changes that will define the future of our planet. Maybe for the first time in history, says he, there are possibilities for a wide proportion of developing world and for European Union to initiate a new era with higher government Standards and institutions capable of building universal human rights and able to eradicate unemployment, poverty and environmental threats.

JEL classification: F01, F02, F40

 

Introducción

Recientemente ha tomado carta de naturalización en el mundo un nuevo orden internacional que nace de la terminación de la guerra fría, de la nueva internacionalización de las economías y de la reciente oleada de modernizaciones democráticas.1

Los países en desarrollo se han amoldado a las nuevas reglas universales con distinta fortuna y pagando precios también distintos. La preponderancia de Estados Unidos ha llevado a implantar cuanto antes el nuevo orden unipolar. Pero la evolución del mundo no se ha detenido ahí. Europa de un lado y la Asia emergente rivalizan en distinto grado con Estados Unidos y, paradójicamente, el motor de la globalización parece favorecer la vuelta a un mundo multipolar que apenas se perfila.

Examinar algunas de esas cuestiones desde el ángulo de los países periféricos y latinoamericanos es el propósito de este artículo. La primera parte contiene referencias generales a los cambios paradigmáticos añejos a la globalización. Enseguida se examinan las tendencias a la convergencia de ingresos entre países y al interior de ellos. Luego se abordan las dislocaciones y recentramientos en la generación del producto planetario y el papel que en ello juegan los países emergentes y las empresas transnacionales. Los cambios anteriores se desagregan para observar de cerca la descentralización sectorial de la producción y el comercio, sobre todo los que tienen lugar en países del sureste y oriente de Asia, que dejan de lado a América Latina. El esfuerzo anterior lleva a examinar las mudanzas en la matriz del financiamiento internacional, destacándose que los países industrializados han dejado de generar los ahorros que antaño se distribuían hacia la periferia y cómo eso mismo tiende a minar la influencia tradicional de las instituciones multilaterales de crédito y cambiar otras puertas de acceso a los mercados de capitales. Las conclusiones destacan la erosión del régimen unipolar del mundo, el ascenso posible de Asia o de Europa, así como la necesidad latinoamericana de no quedar rezagada tanto frente al primer mundo como respecto a otros países emergentes.

 

Consideraciones generales

Desde la revolución industrial inglesa es nítida la prevalencia de los intereses económicos de los países dominantes —en su forma moderna, no colonial— en la configuración del orden internacional de cada época. En esencia, este último constituye un entramado institucional que a la par de servir a los intereses de esas economía, atiende a la necesidad inescapable de ordenar el mundo en torno a reglas que han de respetarse a fin de hacer posible la convivencia entre naciones. Los paradigmas económicos y políticos resultantes concuerdan con la visión y objetivos de la nación líder o de las naciones líderes y, con frecuencia, obligan a los estados periféricos a absorber disonancias históricas e implantar cambios que no corresponden a su evolución social o intereses.

En consecuencia, los modelos ordenadores del mundo por fuerza están integrados por ingredientes ideológicos dirigidos a persuadir a las naciones periféricas de los inconvenientes de quedar fuera de los sistemas de reglas universales. Por supuesto, las naciones industrializadas gozan de mayor autonomía. Las tensiones entre los países más avanzados y entre esos y los subdesarrollados originaron y originan las pugnas mercantilistas, las escaramuzas entre proteccionismo y liberalismo del siglo XIX, entre capitalismo y socialismo en el siglo veinte, o los debates actuales entre globalifóbicos y globalifílicos.

Los cambios paradigmáticos universales —usualmente aparejados con ideologías para hacerlos aceptables— crean premios y castigos, mitos, concepciones distorsionadas o distorsionantes de la realidad, pero también dan origen a asimetrías reales entre los países que aciertan a acomodarse al nuevo orden internacional y aquéllos que no salvan los tropiezos. Las asimetrías y los cambios en los centros de la gravitación del poder universal, son resultado de la combinación de las fuerzas dominantes y la capacidad interna de los países en desarrollo de moldear los paradigmas recibidos. Se trata de procesos transicionales siempre presentes en la medida que evolucionan, o cambian de composición, los liderazgos de los países dominantes.

 

Las vicisitudes de la convergencia planetaria

Uno de los mitos económicos más difundidos y antiguos es el de que el comercio mundial, los flujos de capital y la difusión de la tecnología tenderían a equiparar, a hacer convergentes, los ingresos de las naciones y a limar las disparidades mundiales extremas entre riqueza y pobreza. Más aún, se ha afirmado y reafirmado que el acervo de conocimientos, de tecnologías, está suficientemente abierto para facilitar a cualquier país la tarea de alcanzar la productividad de los más avanzados.

Los modelos de Swan y Solow tomaban el supuesto de rendimientos decrecientes del capital, para concluir que las economías tenderían a niveles semejantes de ingreso y luego a ritmos análogos de crecimiento, cuya cuantía de largo plazo estaría dada por la tasa del progreso técnico del mundo. Luego, los trabajos de Romer, Mankiw, Barro, señalaron que de eliminarse la acumulación de factores (capital y trabajo) habría convergencia (condicional) entre países desarrollados y en desarrollo hacia niveles comunes de productividad de los propios factores y de los estándares de vida.2

En los hechos, sin embargo, la globalización no ha traído consigo, ayer ni hoy, convergencia en escala mundial, aunque registre casos de países afortunados que han ingresado al exclusivo club del primer mundo.3 Más aún, en los últimos años muchas naciones reconocen rezagos no sólo relativos sino absolutos en sus niveles de ingreso, como ocurre con la antigua Unión Soviética. Del mismo modo, la historia recoge la decadencia de naciones dominantes y el surgimiento de nuevos líderes.

En el lapso 1950-1973 los centros motores de la economía mundial estuvieron dados por la reconstrucción de las economías del Primer Mundo, devastadas por la segunda guerra mundial. La ayuda internacional al desarrollo floreció, además, con la competencia política de la Guerra Fría. Al propio tiempo, Europa y Japón emprendieron con éxito y con el apoyo de transferencias externas, esfuerzos encaminados a emular la eficiencia estadounidense. Con esfuerzos propios elevaron la productividad transfiriendo trabajadores de la agricultura a la industria. Además, celebraron convenios cooperativos con empresarios y trabajadores para mantener un rápido crecimiento económico, sustentado en dos ejes: el aseguramiento de la rentabilidad de las exportaciones o las nuevas inversiones y el mejoramiento de las redes de seguridad social. Al propio tiempo, las normas del orden internacional de la época por fincarse en la existencia de soberanías nacionales reales y en la consiguiente responsabilidad estatal de alcanzar el pleno empleo o el desarrollo, se conjugaron para producir la fase de más acentuado crecimiento de que haya memoria histórica en el mundo (véase el cuadro 1).

En el lapso 1950-1973, asimismo, el ingreso por habitante de Europa se expandió a más de 4% anual y el de Japón a 8%. Inclusive los países socialistas incrementaron los ingresos de sus ciudadanos a tasas anuales superiores a 3%. Más aún, de compararse los ritmos de ascenso del producto per cápita de Estados Unidos y el de un buen número de países en desarrollo, parecería comprobarse que se trató de un período de convergencia de niveles de ingreso en escala universal. Sin embargo, aun con prosperidad generalizada, algunas regiones comienzan a experimentar rezagos que después se agravan. Así, mientras el mundo acrecentó el producto por habitante a razón de 2.91% por año, África (2.22%) y el conjunto de América Latina (2.50%) pierden terreno.

De ahí en adelante se da una triple ruptura. Primero, los ritmos de ascenso del ingreso per cápita planetario se encogen más de 50%, provocando desempleo y mayores discrepancias distributivas dentro de casi todos los países; segundo, grandes regiones en desarrollo siguen atrasándose frente al Primer Mundo (África, América Latina, Europa Oriental, Rusia), dando origen a una nueva etapa de polarización de los ingresos entre países. Por último, algunos países periféricos (China, India, Corea, Taiwan, etcétera) se separan del resto del Tercer Mundo y se aproximan —algunos todavía de lejos— a los niveles de vida de los países avanzados (véase el cuadro 2). De seguir así, relativamente pronto tomarán el camino que siguieron en épocas pasadas Alemania, Japón o Estados Unidos. Por ende, haciendo a un lado otras distinciones (tamaño, insularidad, etcétera), los países en desarrollo han dejado de presentar problemas comunes en la dinámica de su evolución. Unos están por salir adelante mientras otros se quedan atrás no sólo respecto al primer mundo, sino en relación con otras naciones emergentes, como son los casos de México y América Latina.

Después de 1973 y hasta los noventa se pierde el impulso reconstructor de la posguerra; además, el acrecentamiento de la productividad se redujo de manera generalizada lo mismo en Estados Unidos que en Europa, mientras se elevaba la inflación, declinaban los salarios reales y ascendía el desempleo. El orden económico internacional, sintetizado en los acuerdos de Bretton Woods, es demolido por la retirada del apoyo estadounidense al valor del oro y al sistema de tipos de cambios fijos, pero revisables. Ya en los noventa, Europa pierde dinamismo económico y capacidad de competir frente al notable auge estadounidense de esos años.

A mayor abundamiento, la desaparición de la bipolaridad en el mundo (con la debacle de la Unión Soviética y de los países satélites) y las mudanzas económicas universales, demandan erigir un orden internacional con nuevos objetivos y reglas. En los hechos, la transnacionalización de la producción y el comercio exigen —sobre todo a la periferia— la abolición de las fronteras, la reducción de los ámbitos de la soberanías económicas nacionales y la unificación de las políticas socioeconómicas de los países, a fin de garantizar la seguridad del comercio, de la producción descentralizada e interdependiente y de los flujos internacionales de inversión. Y junto a ello, viene la aceptación de la democracia liberal, como el sistema político que ha de extenderse a todas las latitudes.

 

Las dislocaciones y recentramientos globales

Los países ya industrializados gozan de una relativa independencia para decidir sus prelaciones internas, aun en las circunstancias actuales en que se ha pasado del bipolarismo al predominio unipolar de una sola potencia. Asimismo, hay rivalidades y tensiones entre las potencias del Primer Mundo —como puso de relieve la segunda guerra de Irak— que les lleva a seguir estrategias distintas, no obstante enfrentar problemas comunes.

Donde se asumió o se impuso la visión ideológica más rígida, más ortodoxa, del nuevo orden internacional fue en los antiguos países socialistas, los latinoamericanos y los africanos, cuyas debilidades, unidas a presiones externas, los fuerzan a emprender transiciones difíciles hacia los modelos de economía de mercado y democracia liberal. Unos intentan sustituir rápidamente las instituciones del socialismo por las del mundo occidental; otros, pasar sin escalas del proteccionismo más acusado a la libertad irrestricta de mercados, del autoritarismo a la alternancia de los partidos en el poder, y unos terceros, suplir la dependencia colonial con la formación de estados y nacionalidades, precisamente cuando el nuevo orden internacional desmorona la soberanía económica de los estados. Por supuesto, los inevitables trastornos asociados a esos dramáticos cambios, se tradujeron en interrupción del desarrollo y en multitud de disturbios institucionales todavía no completamente resueltos.

En contraste, la mayoría de los países asiáticos, con menos agobios, pudieron manejar de modo más flexible, gradual y creativo los paradigmas sociopolíticos universales. No desmantelan la intervención estatal, no privatizan o extranjerizan a sus mejores empresas, ni ceden mayormente soberanía económica nacional, e incluso se permiten sostener regímenes políticos imperfectamente democráticos para los cánones occidentales. La combinación de estrategias exportadoras, de sustitución eficiente de importaciones y de mejoras sociales, les facilita imprimir orientación, dinámica y estabilidad a su desarrollo, sin dejar de estar afectados por los problemas y contagios de las fluctuaciones financieras internacionales, como se puede constatar con la crisis asiática de 1997.

Por igual, los países del Primer Mundo —aunque no necesariamente todas sus empresas— han debido aceptar acomodos, costos y resentido el impacto de los mercados sin fronteras, ya sea por la intensificación de la competencia internacional, la cesión de producciones al mundo periférico, la dificultad de sostener derechos sociales o absorber los desequilibrios resultantes en los mercados de trabajo.

Sea como sea, la globalización empuja la alteración de las participaciones de los países en la actividad económica mundial, al punto de perfilar nuevos centros de producción, comercio y finanzas en proceso de adquirir peso internacional importante, en tanto que otras regiones quedan gradualmente desplazadas de las fuentes de ingreso más dinámicas y prometedoras.

Entre el fin de la segunda guerra mundial y 1973, varios países y regiones se perfilaron como centros dinámicos que podrían disputar con el tiempo la supremacía económica norteamericana. Así, durante el período 1950-1973 el ingreso real per cápita de Estados Unidos se elevó a 2.45% frente a 4.05% de Europa, 8.07% en Japón y 3.35% en la Unión Soviética. Después, algunos de los competidores fracasaron y otros perdieron el paso frente al repunte estadounidense de la década de los noventa. Hoy en día, el desafío se centra en Europa,4 a la par que surgen nuevos contendientes en Asia Oriental y del Sur5 —sin que pueda descartarse por entero a Japón—, de los cuales nos ocuparemos en las páginas siguientes. En todo caso, lo verdaderamente novedoso no es el desplazamiento de los liderazgos entre países industrializados, sino el surgimiento de zonas tradicionalmente atrasadas, así como de actores privados en ese proceso.

De tomarse el período 1950-2001, los países del Primer Mundo han visto reducir su contribución al producto del mundo de 60 a 52 por ciento (véase el cuadro 3). Ello no significa que hubiesen perdido eficiencia y capacidad innovativa. En ese grupo de naciones se concentran los laboratorios, los especialistas y el gasto en investigación y desarrollo. Estados Unidos (2.6%) y la Unión Europea (2%) o Japón (3.1%) dedican porcentajes altos de su producto a la investigación y desarrollo científico y tecnológico. Incluso los países emergentes de Asia (excepto China) asignan alrededor de 1.7% a esos propósitos. En contraste, América Latina (0.6%) y África (0.3%) parecen rezagarse peligrosamente.6

Esos fenómenos alcanzan ya significados poco tradicionales. De un lado, las naciones con peso económico se esfuerzan por mantenerlo aunque sólo sea en lo que constituye el mecanismo central del desarrollo económico: la capacidad de generar innovaciones, de ganar productividad, de controlar el sistema financiero internacional. De otro lado, los actores públicos comienzan a ser desplazados del centro del poder económico por los grandes consorcios transnacionales. Estos últimos ya controlan parte importante de la producción, el comercio y la inversión planetaria, manejan buena parte de la investigación tecnológica y segmentan geográficamente sus actividades a fin de beneficiarse de los mercados y de las diferencias en costos y recursos de las más distintas localizaciones.

En esencia, el papel protagónico que comienzan a desempeñar los actores privados en un mundo sin fronteras, entraña la recomposición y fragmentación de la producción entre países, esto es, la reconfiguración de los eslabonamientos interindustriales en escala planetaria. Por eso, el comercio crece más (lo doble) que el producto mundial, ya que los productos tienden a cruzar varias fronteras antes de llegar a su ensamble y destino finales. Poco a poco las ventajas comparativas dejan de ser las de los países para transformarse en galardones competitivos de las empresas transnacionales que, incluso, pareciera comienzan a perder algunas de sus raíces nacionales.7

 

La descentralización sectorial de la producción y el comercio

La concentración del poder económico en los consorcios transnacionales es una fuerza que mueve a la descentralización geográfica de la producción, manifiesta ya en las estadísticas sectoriales. La participación del primer mundo en el valor agregado manufacturero cayó de 77 a 71 por ciento de 1980 a 2000. En cambio, la de los países en desarrollo asciende de 14 a 24 por ciento y casi 70% de sus exportaciones consiste en manufacturas con diversos contenidos tecnológicos y de valor agregado. Hay aquí ganadores y perdedores: América Latina (-1.5%) y África (-1%) retroceden en su paso industrial; de su lado, las economías en transición (exsocialistas) vieron caer dramáticamente su participación a menos de la mitad; en contraste, los países de Asia del Este y del Sur pasaron de 4.9 a 15.7 por ciento, situándose China como el principal beneficiario al ocupar el cuarto puesto mundial en materia de producción manufacturera, sólo atrás de Estados Unidos, Japón y Alemania (véase el cuadro 4).

Al parecer Asia forma un núcleo de poder económico que ya sobresale en la producción manufacturera y en otros aspectos significativos. En lo que toca al comercio, según cálculos y estimaciones del Fondo Monetario Internacional, los países industrializados reducen su participación en el comercio exportador de 78 a 70 por ciento en el período 1996-2004, mientras los países en desarrollo lo hacen ascender de 22 a 30 por ciento. Del mismo modo, el volumen del comercio del mundo (exportaciones e importaciones) se expande 6% anual en las dos décadas que median entre 1986 y 2005, en tanto el de Asia duplica esa cifra (12%). Sólo en 2004, las ventas foráneas de China se elevaron 35% hasta colocar a ese país en el tercer lugar entre los mayores exportadores del mundo. América Latina queda en una posición dinámica intermedia (7.5%), aunque demeritada: el Cono Sur se especializa en la venta de recursos primarios y México, Centroamérica y el Caribe en maquila de poco valor agregado.8 En contraste China ha logrado transferencias masivas de industrias tecnológicamente maduras del primer mundo, sin perjuicio de competir en otros de sus segmentos, incluyendo las de punta o avanzada. Al propio tiempo su comercio importador lo convierte en el centro generador de efectos dinámicos en el mundo, en particular, en las economías asiáticas.9 En cierto modo, la recuperación de la demanda y de los precios de las materias primas (commodities) desde 2002 proviene de impulsos asociados a la recuperación mundial y, en particular, a la expansión económica de China y de otros países asiáticos.

 

Cambios en la matriz financiera

Aspectos generales

Junto a las mudanzas en el dominio de la producción y el comercio, se gestan cambios sustantivos en la estructura financiera internacional que, con el correr del tiempo, causarán alteraciones radicales en las fuentes primarias del financiamiento al mundo, así como acomodos en el ciclo económico global. Ya las naciones desarrolladas abandonan su papel tradicional de proveer ahorros que se transmitían a los países periféricos fundamentalmente para facilitar formación de capital y desarrollo. Hoy prevalece la situación inversa; es el ahorro de los países en desarrollo el que sostiene inversión y consumo de las zonas industrializadas, peculiarmente de Estados Unidos.10

Las zonas periféricas acumulan reservas internacionales con diferentes finalidades: unos lo hacen al servicio de políticas activas desarrollistas de fomento exportador. Otros, con el propósito de reducir los riesgos de inestabilidades financieras y contagios frente a la apertura de la cuenta de capitales. Por último, los más conservadores utilizan la compra de divisas de los bancos centrales como un medio para restringir la oferta monetaria y satisfacer metas de estabilidad de precios, cubriendo los costos inevitables asociados a los diferenciales entre las tasas de interés externas y las propias. En México se persiguen los dos últimos objetivos, como lo demuestra la convivencia de déficit comerciales importantes —8 000 a 10 000 millones de dólares anuales— con acumulación de reservas que ya exceden los 60 000 millones de dólares.

El déficit de Estados Unidos en cuenta corriente se acerca a 6% del producto y se le asocia a otro desajuste fiscal de análogas proporciones. Esto lo ha convertido ya en el deudor más grande, con necesidad de absorber el grueso (casi tres cuartas partes) de los ahorros excedentes del mundo.11 Como consecuencia, la distribución de las reservas de divisas se viene alterando radical y rápidamente. En el año 2000 las naciones industriales conservaban 43% de dichos activos internacionales y sólo 38% en 2004. Si se excluye a Japón, la disminución es más drástica: las reservas de Europa, Estados Unidos y de otros países industrializados, pasan de 26 a 16 por ciento en el mismo período. El fenómeno contrario se da en las economías asiáticas en desarrollo, cuyos bancos centrales ya han acumulado 40% (2004) de las reservas mundiales. Y si a esa cifra se añaden las de Japón, resulta que Asia del Sur y Oriental disponen de casi 63% de los activos internacionales de los bancos centrales del planeta, esto es, de alrededor de 2.3 millones de millones de dólares (1.5 billones de Derechos Especiales de Giro). Véase el cuadro 5.

El viejo primer mundo pierde estructuralmente la capacidad del Imperio Inglés de financiar el desarrollo del resto de los países, aunque todavía conserve el control de las instituciones financieras encargadas de reciclar los ahorros de los países excedentarios hacia los deficitarios, como ocurrió, guardando las necesarias diferencias históricas, con los petrodólares en la década de los setenta. Más aún, el financiamiento de los déficit de Estados Unidos ha dejado de realizarse por inversionistas privados atraídos por el auge de los años noventa; hoy, el grueso del mismo, lo facilitan directa y principalmente los gobiernos asiáticos a través de sus bancos centrales, esto es, en función de objetivos específicos que no se dejan librados a las reacciones de los mercados.12

El auge económico y exportador de Asia está indisolublemente ligado a las políticas de bajas tasas de interés, de subvaluación de los tipos de cambio y a la obtención de altos coeficientes de ahorro —entre 30 y 40 por ciento del producto— que le permite abordar la globalización desde una posición competitiva ventajosa para no hablar de tamaños de mercado, abundancia de mano de obra desplazable hacia actividades de mayor productividad y otros factores favorables. Asimismo, la recuperación estadounidense de 2001, asentada en políticas keynesianas de corte monetario y fiscal, ha sido facilitada por la disposición foránea hasta ahora expedita, primero de actores privados y luego de gobiernos, de financiar sus déficit.

En los hechos, Estados Unidos y los países emergentes de Asia viven una especie de simbiosis inestable. El consumismo y los desequilibrios estadounidenses resultan viabilizados en algún grado por las transferencias asiáticas de ahorros. Asimismo, China y naciones vecinas ganan posiciones en el comercio y la producción mundiales aprovechando la demanda y la tecnología norteamericanas. En tal situación, si China motu propio o por presión externa revalúa, hace flotar libremente su moneda o suprime los controles a los flujos de capitales —como demandan los países industrializados—, con alta probabilidad vería deteriorada su posición de pagos, sufriría trastornos bancarios y detendría la vertiginosa carrera ascendente de su crecimiento y de sus demandas de productos del resto del mundo. De manera simultánea ello dificultaría el financiamiento del déficit estadounidense de pagos y propiciaría la elevación de las tasas de interés al menos temporalmente. A su vez, si el gobierno chino u otros gobiernos asiáticos decidiesen vender dólares y cambiar la composición de su cartera de divisas13 —hasta invertirlas en acumular inventarios importados de materias primas— provocarían la rápida devaluación del dólar, el alza mundial de las tasas de interés, así como el encarecimiento de las importaciones de origen asiático a Estados Unidos.14

La revaluación forzada del euro y, en menor medida del yen, frente a la moneda norteamericana y de otros países asiáticos, está frenando la participación de Europa y Japón en el comercio internacional y de sus ritmos de desarrollo, constituyendo una invitación a emprender devaluaciones competitivas en tanto otros países se resistan a compartir los costos del ajuste internacional. En consecuencia, se vive una situación precaria: es riesgoso dejar que se ahonden los desequilibrios mundiales, difícil lograr una distribución equitativa de los sacrificios del ajuste y posiblemente costoso dejar su solución librada a las fuerzas del mercado. Hay límites al endeudamiento, al estancamiento o al sobrecalentamiento galopantes de unos y otros, que podrían revertir la estabilidad y el crecimiento del mundo. El alza persistente de las tasas de interés, las inestabilidades cambiarias y devaluaciones competitivas, recesos productivos, inflación, proteccionismo, son espectros que comienzan a reaparecer en el horizonte económico y cuya atención exige necesariamente de soluciones graduales y compartidas.15

La dirección de las corrientes de la inversión extranjera directa a pesar de estar influida por el receso de la economía mundial de 2001, refuerzan las tendencias aludidas. De un lado, está presente el agotamiento parcial de los procesos de privatización de empresas públicas o de extranjerización de las privadas, asociado al intenso fenómeno de adquisiciones y fusiones de la década pasada, así como a la formación y consolidación estructural de las redes de producción y comercio de las empresas transnacionales ya parcialmente completas.16 De otra parte, la distribución de los principales flujos de la inversión parece alterarse conforme lo hacen las expectativas diferenciales de prosperidad o ganancias en los diversos mercados del mundo.

El primer fenómeno a destacar es la reducción global de 55% de los flujos de la inversión directa de compararse el promedio de 1999-2000 con cifras recientes (2003). La caída es más acentuada en el caso de los países industrializados (-63%) que entre las naciones emergentes o en desarrollo (-29%). El angostamiento de las corrientes de inversión entre los miembros del primer mundo obedece centralmente al desmoronamiento de los atractivos de Estados Unidos para los inversionistas privados de otros países que reduce los flujos a ese país de 23 a 5 por ciento del total mundial entre 2000 y 2003, el menor ímpetu del proceso de fusiones y adquisiciones, así como las posturas corporativas conservadoras de muchos consorcios importantes (véase el cuadro 6). En los países en desarrollo hay tendencias distintas. En América Latina los flujos se reducen en más de 50% y algo parecido ocurre en África, Europa Central y Oriental y Asia Central. Una excepción notable la constituye otra vez China, donde la inversión extranjera sigue creciendo hasta rebasar 53.5 miles de millones de dólares, cifra superior a la recibida por el conjunto de naciones latinoamericanas (49.7 miles de millones) en 2003.17

Los acontecimientos del oriente asiático llevan a revisar los conceptos tradicionales sobre los atractivos diferenciales de los países en materia de inversión privada directa. Es común subrayar como principales factores de atracción, los regímenes nítidos y protectores de los derechos de propiedad, los bajos impuestos, la ausencia de controles de capitales, el aligeramiento de las regulaciones o la presencia de procesos privatizadores. En China e India lo que parece verdaderamente determinante es el tamaño y sobre todo el dinamismo de mercados que se han expandido a tasas altas y crecientes desde la década de los cincuenta,18 una oferta elástica de mano de obra de las más distintas calificaciones, así como gobiernos inclinados a la inversión y al crecimiento.

 

Impactos en otros mecanismos financieros

El hecho de que los excedentes mundiales del ahorro comiencen a generarse en las naciones emergentes, tiene también reflejo en las instituciones financieras internacionales, cuyo papel en el financiamiento del desarrollo se ve paulatinamente disminuido. Al comparar los préstamos promedio otorgados por el Banco Mundial entre los períodos 1995-1999 y 2000-2004 se observa una reducción de 26% (de 24 100 millones a 18 400 anuales), pese al repunte de los créditos asociados a la crisis asiática de 1997 y luego al receso mundial de 2001.19 Salvo en África, en las distintas regiones del mundo los préstamos se han estancado o caído, singularmente en Asia oriental, donde se reducen 73% entre 1998-1999 y 2004. Otro tanto ocurre con los préstamos y garantías autorizadas por el Banco Interamericano de Desarrollo que bajan de 10.1 miles de millones de dólares en 1998 a 6.8 miles de millones en 2003 (decremento de 33%).20

Al parecer el financiamiento del Fondo Monetario Internacional sólo cobra importancia en los períodos álgidos de salvamentos, contagios y crisis más o menos generalizados, como fueron los años 1997-1998 y 2001-2002. En el primer caso, se debió financiar principalmente a los países asiáticos y de la Federación Rusa y, en el segundo, a América Latina y a las economías de Europa Central y Oriental. Con todo, a partir de 2001 el grueso de los países en desarrollo se desendeudan con dicha institución (véase el cuadro 7).

El FMI ya no cubre, como en el pasado, desequilibrios repetitivos en la capacidad para importar o en las finanzas públicas de los países en desarrollo derivados en parte del modelo de sustitución de importaciones y de objetivos nacionales, centrados en el crecimiento más que en la estabilidad de precios. Los gobiernos latinoamericanos han venido corrigiendo también los desbalances fiscales siguiendo las prescripciones del Consenso de Washington y los asiáticos han seguido casi siempre políticas presupuestales cuidadosas. Por lo demás, la insuficiente generación de ahorros ya no plantea dilemas a un grupo importante de países en desarrollo, mientras las mayores necesidades parecen haberse trasladado al Primer Mundo, donde la acción del Fondo Monetario es casi nula.

En suma, esos fenómenos revelan el desplazamiento de las fuentes tradicionales de financiamiento al desarrollo por fuentes propias, el mayor acceso —sobre todo de las empresas nacionales grandes— a los mercados internacionales de capitales y la transferencia de recursos asociados a la inversión y funcionamiento de los consorcios transnacionales, factores todos que abren alternativas y permiten eludir las férreas condicionalidades de los antiguos gobiernos prestamistas y de las instituciones multilaterales de crédito.

Los países emergentes comienzan a gozar de condiciones financieras favorables en los mercados internacionales de capitales. Hay aquí varios fenómenos entrelazados. De un lado, cuentan los esfuerzos emprendidos por muchos de esos países por recobrar los equilibrios fiscales y de precios después de la crisis latinoamericana de la deuda en los años ochenta y los contagios y desajustes de los noventa, urgidos por los paradigmas neoliberales de las instituciones financieras internacionales. De otro lado, está el hecho ya mencionado de que los grandes desbalances comerciales del mundo colocan del lado deficitario a los países de sistemas financieros maduros y en el superavitario a buen número de naciones emergentes. En tercer lugar, cuenta la política antirrecesiva, de las tasas de interés bajas, de las naciones industrializadas —apenas tienden a repuntar— que han conducido a los grandes fondos institucionales de inversión a buscar mejores rendimientos en el mundo periférico.21 Todo esto y fenómenos análogos se expresan en el mejoramiento de las calificaciones de crédito, los spreads y las condiciones de acceso a los mercados internacionales de capitales de las zonas en desarrollo.

Sin contar la inversión extranjera, los préstamos de los organismos internacionales, el financiamiento autónomo a países emergentes (emisiones de bonos, acciones y créditos sindicados) en los mercados mundiales creció 71% en el período 1999-2004, pese a la crisis económica planetaria en algunos de esos años. Prácticamente todas las regiones y países elevan considerablemente sus accesos: Asia la triplica hasta absorber más de 40% del total; Europa en desarrollo lo eleva más de dos veces y media; África, a partir de cifras muy bajas, registra incrementos mayores a 150%. Sólo América Latina se rezaga como efecto principal de la debacle Argentina y del lento ascenso de los financiamientos a Brasil y México. En el último quinquenio nuestra región ha perdido el liderazgo en el uso autónomo de los mercados financieros entre las naciones en desarrollo, siendo desplazada por Asia y por los países emergentes de Europa (véase el cuadro 8).

 

Consideraciones finales

La evolución del mundo no se ha detenido; no hay fin de la historia, sino renacimiento de posibilidades, de oportunidades. Hay poderosas fuerzas comprometidas en modificar los sistemas políticos y la fisonomía de la distribución de la producción y las finanzas del planeta. No sólo se trata de mudanzas en el peso sociopolítico de los distintos países, sino de la presencia de fuertes impulsos o resistencias que ha creado o liberado el fenómeno de la globalización. En un sentido, el peso de los actores privados, de los consorcios trasnacionales, hace palidecer al de los gobiernos, hasta manifestar intereses a veces distintos a los de su país de origen. En otro, las desigualdades ocasionadas por los trastornos y acomodos a la liberación de fronteras y a la competencia descarnada, genera tensiones que renuevan en escala mundial las viejas luchas por la justicia social. Con la globalización, el mundo se polariza aceleradamente en otro sentido; hay regiones que prosperan, mientras otras decaen o se rezagan, hundiendo a sus poblaciones en descomposición social y conflictos distributivos cada vez más intensos. Por eso, el resquebrajamiento de los pactos sociales y de los mercados de trabajo resultan de alguna manera asociados a los fenómenos de las migraciones y al narcotráfico.

La geografía de la producción comienza a alterarse y, con ella, se descentra la generación de los excedentes mundiales del ahorro. Se trata de dos hechos centrales que seguramente influirán poderosamente en la evolución futura del planeta, sea como fuente renovada de tensiones o de oportunidades propicias al desarrollo. Acaso por primera vez, una vasta zona en desarrollo (China e India) tiene posibilidad, como también la tiene la Europa comunitaria, de inaugurar una nueva época de multipolarismo, de multilateralismo integracionista, como preludio a normas más completas de gobierno planetario con instituciones que aborden sistemáticamente la construcción de derechos humanos universales, la aplicación de antídotos a la pobreza, el desempleo, la enfermedad y los peligros ecológicos. Pero también está la posibilidad de que Europa o la constelación de países asiáticos en desarrollo se vuelquen a cultivar intereses propios con olvido de objetivos de alcance universal, de que Estados Unidos persista en estrategias unilaterales o surjan tensiones entre quienes detentan los nuevos liderazgos del mundo.

América Latina encara una situación difícil e incierta. Lo primero por cuanto no ha finiquitado el proceso de transición institucional hacia la abolición del proteccionismo económico y el autoritarismo político. Lo segundo por cuanto los ritmos asequibles de desarrollo y la bondad de su inserción internacional, aunque dependiente de manera medular de los esfuerzos propios, también en función de acontecimientos ligados al ciclo económico internacional y a las respuestas de una comunidad internacional con intereses divergentes o no dispuestas a esperar que nuestros países finiquiten sus acomodos internos.

En cualquier caso, América Latina no debiera dejarse arrastrar pasivamente por las veleidades, preferencias, volatilidades de los mercados, sino contrarrestarlas hasta donde sea posible en cuanto se opongan al crecimiento o a corregir desigualdades sociales extremas. La fidelidad extrema a la ortodoxia económica o la falta de innovación en las políticas son las causas explicativas de que se sigan ahondando los rezagos frente a las naciones industrializadas y también frente a otras economías emergentes. Quedar a la zaga en un mundo interdependiente en proceso avanzado de hacer cristalizar sus estructuras básicas de producción y comercio significa perder más o menos de manera permanente avenidas de desarrollo y de relevancia política, como ya se hace evidente en el caso de México y en buena parte de América Latina.

 

Notas

1. David Ibarra, "Los vericuetos del orden internacional: la importación de reformas", ECONOMÍAunam, núm. 1, enero-abril de 2004, pp. 7-18.         [ Links ]

2. R. Solow, "A Contribution to the Theory of Economic Growth", Quarterly Journal of Economics, 70 (1), 1956, pp. 65-94;         [ Links ] T. Swan, "Economic Growth and Capital Accumulation", Economic Record, 32, 1956, pp. 334-361;         [ Links ] P. Romer, "Endogenous Technological Change", Journal of Political Economy, 98 (5), 1990, pp. 1971-2102;         [ Links ] R. Barro, Determinants of Economic Growth, The MIT Press, Cambridge, Ma., 1996;         [ Links ] N. Mankiw et al, "A Contribution to the Empirics of Economic Growth", Quarterly Journal of Economics, 107 (2), 1992, pp. 407-37;         [ Links ] J. Sachs y P. Warner, "Economic Reform and the Process of Global Integration", Brooking Papers on Economic Activity (1), 1995, pp. 1-95.         [ Links ]

3. Aunque las disparidades entre países no se asocian exclusivamente ni siempre a la globalización, la divergencia de ingresos es un fenómeno que se observa por lo menos desde el comienzo del siglo XIX. P. Linder y J. Willingson, "Does Globalization Make The World More Enequal?" en M. Bardo et al., Globatization in Historial Perspective, National Bureau of Economic Research, The University Chicago Press, 2003.         [ Links ]

4. En cuanto a validar las aspiraciones europeas a la bipolaridad mundial, véanse L. Mark, "Ascent of Europe", Prospect, núm. 188, 2005, pp. 34-37;         [ Links ] Ch. Kupchan, The End of the American Era, Alfred Knopf, Nueva York, 2003;         [ Links ] J. Nye, The Paradox of the American Power: Why the Worlds Only Superpower Can't Go it Alone, Oxford University Press, Nueva York, 2002.         [ Links ]

5. A lo largo del período 1 973-2001 el avance del ingreso por habitante de Estados Unidos (1.86% anual) casi iguala al de Europa (1.88%), la Unión Soviética pierde el paso (-1.00%) y Japón conserva precariamente alguna delantera (2.14%) que tiende a perder sobre todo en la década de los noventa (0.01%).

6. OECD, "A Decade of Investment in Research and Development: 1990-2000", U. S. Bulletin on Science and Technology Statistics, núm. 1, París, abril de 2004.         [ Links ] Ello se refleja en la composición del comercio. Por ejemplo, Estados Unidos vende bienes de capital y materiales de 45% de sus exportaciones y compra alrededor de 32% del total importado de los mismos bienes principalmente de otros países industrializados. Las ventas foráneas estadounidenses de bienes de capital, donde se encuentra la innovación tecnológica son superiores en alrededor de cinco veces a sus exportaciones de bienes de consumo.

7. David Ibarra, El nuevo orden internacional, Aguilar, México, 1999.         [ Links ]

8. Fondo Monetario Internacional, World Economic Outlook, 2004, Washington, 2004.         [ Links ]

9. UNCTAD, Trade and Development Report, 2004, Ginebra, 2004.         [ Links ]

10. Desde principios de la década de los noventa, el conjunto de economías industrializadas ha dejado de generar ahorros superiores a sus inversiones, convirtiéndose en deudores internacionales persistentes. En esas naciones la formación de capital (1990-2004) alcanza la cifra media de 21.4% del producto, mientras los ahorros son 20.8%. En las economías en desarrollo de Asia ocurre lo contrario: el ahorro (32.3%) excede al esfuerzo inversor (31.5%), sobre todo a partir de 1 998, cuando el diferencial asciende a casi 2% del producto. Fondo Monetario Internacional, World Economic Outlook, Washington, 2004.

11. La posición neta norteamericana en materia de inversiones internacionales a partir de 1 989 ha cambiado. Las deudas contraídas y los activos estadounidenses en manos de extranjeros ascienden a 10.5 billones españoles (trillones anglosajones) de dólares, mientras los activos y posiciones acreedoras norteamericanas suman 7.9 billones, dejando un saldo de 2.6 billones, esto es, 24% del producto que llegará a 50% en 2010 de mantenerse los déficit de la balanza de pagos respecto del producto. D. Levey y S. Drawn, "The Overstretch Myth", Foreign Affairs, vol. 84, núm. 2, 2005, pp. 2-7.         [ Links ] Más aún, cálculos empíricos indican que un aumento del déficit gubernamental de Estados Unidos reduce el ahorro del país entre 50 y 80 por ciento de aquél. Asimismo, 1 % de aumento del propio déficit hace subir las tasas de interés entre 25 y 35 puntos básicos. Por consiguiente, los desequilibrios en la economía estadounidense tardarán tiempo en corregirse y tendrán fuerte impacto en escala mundial, sea del lado de las tasas de interés o de la absorción de los ahorros planetarios. Nótese al respecto que el déficit comercial de 2005 ya se estima en más de 700 000 millones de dólares, 16% superior al del año anterior. W. Gale y P. Orszay, "Budget Deficits, National Saving and Interest Rates", Brookings Papers on Economic Activity, núm. 2, Washington, 2004, pp. 101 -187;         [ Links ] The New Republic, "Protection Racket", Editorial, 25 de abril de 2005.         [ Links ]

12. Sin contar carteras privadas, las tenencias de valores emitidas por la tesorería estadounidense en manos de los gobiernos extranjeros suman 1.1 millones de millones de dólares en septiembre de 2004, de los cuales Japón, China y Hong Kong acumulan 57%. K. Mann, Global Codependency Collective Action, and the Challenge of Global Adjustment, The Institute for International Economics, Washington, 2005.         [ Links ]

13. Aunque las reservas de los bancos centrales están denominadas mayoritariamente en moneda estadounidense, el desarrollo comparativo de los mercados financieros presenta el ascenso gradual del euro como moneda de reserva. Entre 2000 y 2003 las reservas internacionales en dólares cayeron de 67 a 64 por ciento, mientras las del euro suben de 16 a 20 por ciento y las del yen de 3.8 a 4.4 por ciento (IMF, Annual Report 2004, Washington).         [ Links ] Al propio tiempo, las reservas internacionales de la zona del euro (186.6 miles de millones de dólares) superan en 40% a las norteamericanas. Asimismo, las emisiones vigentes de deuda en euros entre 1997 y 2003 (5 443 miles de millones de dólares) ya son mayores a las norteamericanas (4 765 miles de millones). Las nuevas colocaciones de 2003 en euros exceden a las estadounidenses en 75%. Sin embargo, en materia de créditos sindicados, Estados Unidos mantiene la primacía mundial con casi 50% de las operaciones internacionales. IMF, Global Stability Report, Washington, 2005.         [ Links ]

14. Como es evidente, los efectos de esos posibles cambios voluntarios o forzados de política se trasminarían inevitablemente a la economía internacional por las más distintas vías. México tiene un superávit comercial con Estados Unidos (40-45 000 millones de dólares) que triplica al de China con ese mismo país (12-15 000 millones). Por consiguiente la presión estadounidense para corregir esos desajustes será creciente y planteará problemas a las autoridades chinas o mexicanas.

15. Según Rodrigo Rato, director-gerente del Fondo Monetario Internacional, si en vez de acuerdos cooperativos se deja la corrección de los ajustes globales a los mercados, probablemente se propiciarían correcciones más costosas y riesgosas. FMI, FMI Boletín, vol. 23, núm. 21, Washington, 2004.         [ Links ] En síntesis, las soluciones cooperativas exigirían instrumentar concertadamente procesos paulatinos de ajuste: de Estados Unidos exigiría mayor decisión en corregir los déficit fiscales y en fomentar el ahorro interno; de los europeos mayor énfasis en las políticas conjuntas de crecimiento; de Asia, la aceptación de imprimir flexibilidad a sus regímenes cambiarios. Aun así, será difícil que los acomodos no influyan en reducir el crecimiento de la economía mundial.

16. D. Ibarra y J. Moreno-Brid, La inversión extranjera, CEPAL Doc. LC/MEX/L.599, México, 2004.         [ Links ]

17. UNCTAD (varios números), World Investment Report, Ginebra.         [ Links ]

18. La tasa real de expansión de la economía china en los cincuenta años que van de 1950 a 2000 ha sido de 6%. Además, ha seguido una tendencia ascendente de 3.6% en los sesenta, 5% en los setenta y 7.4% en las dos siguientes décadas (los datos se derivaron de Maddison, op. cit.).

19. Banco Mundial, Annual Report 2004, Washington, 2004.         [ Links ]

20. Interamerican Development Bank, Annual Report 2003, Washington, 2003.         [ Links ]

21. Las condiciones de liquidez en los mercados internacionales han sido tan favorables que los países emergentes han emitido bonos en euros por 25% del total de las emisiones en esa zona monetaria, logro antes difícil. Más aún, algunos países (Brasil, Colombia, México) comienzan a colocar bonos internacionales denominados en monedas locales, avanzando en resolver el llamado "pecado original": la imposibilidad de emitir deuda en los mercados internacionales en moneda nacional. B. Eichengreen et al, The Mistery of Original Sin, Interamerican Development Bank, Washington, 2003.         [ Links ]

 

Información sobre el autor

David Ibarra. Licenciado en Economía y Contador Público por la Universidad Nacional Autónoma de México con estudios en la Stanford University. Escritor, periodista y catedrático universitario. Ha publicado innumerables artículos y ensayos, así como diversos libros. En su vida profesional ha ocupado puestos de gran importancia como Secretario de Hacienda y Crédito Público, Director General de Nacional Financiera, Director General del Banco Nacional de México, Asesor del Director General de Pemex, Director de la CEPAL, oficina en México, Consultor del Banco Interamericano de Desarrollo y Jefe de la Facultad de Estudios Superiores de la Escuela de Economía de la UNAM. Asimismo, ha colaborado en el Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES). David Ibarra preside el Comité Editorial de ECONOMÍAunam.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons