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Revista de El Colegio de San Luis

versión On-line ISSN 2007-8846versión impresa ISSN 1665-899X

Revista Col. San Luis vol.9 no.20 San Luis Potosí sep./dic. 2019  Epub 14-Mar-2022

https://doi.org/10.21696/rcsl92020191012 

Artículos

Comunistas y estudiantes en El Sol del Centro. La construcción social del miedo político durante el movimiento del 68

Communists and students in El Sol del Centro. The social construction of political fear during the 1968 movement

Rodrigo Alejandro de la O Torres* 

Salvador Camacho Sandoval** 

* Universidad Autónoma de Aguascalientes. Correo electrónico: historiador@gmail.com

** Universidad Autónoma de Aguascalientes. Correo electrónico: camacho_sal@yahoo.com.mx


Resumen

El artículo analiza el movimiento estudiantil de 1968 desde la historia social y cultural de las emociones, con énfasis en la construcción del miedo político. La metodología se centra en el análisis de editoriales y notas periodísticas del diario El Sol del Centro con objeto de identificar las expresiones relacionadas con el movimiento estudiantil. Aunque se concentra en una sola fuente periodística, el trabajo evidencia que hace falta una investigación mayor de los discursos alrededor del movimiento estudiantil del 68 en otros periódicos de provincia. Este artículo muestra una nueva perspectiva para estudiar el movimiento estudiantil de 1968: la historia social y cultural de las emociones a partir de las fuentes periodísticas. Se concluye que las emociones tuvieron un papel relevante en la concepción negativa del movimiento de 1968 producida por los diarios.

Palabras clave: miedo político; movimiento estudiantil del 68; estudiantes; comunistas; El Sol del Centro

Abstract

The paper analyzes the student movement of 1968 from the social and cultural history of the emotions, with emphasis on the construction of political fear. The methodology focuses on the analysis of editorials and journalistic notes of the newspaper El Sol del Centro in order to identify expressions related to the student movement. Although it concentrates on a single journalistic source, the work shows that there is a need for further investigation of the discourses around the student movement of 1968 in other provincial newspapers. This paper shows a new perspective for studying the 1968 student movement: the social and cultural history of emotions from journalistic sources. It is concluded that emotions played a relevant role in the negative conception of the 1968 movement produced by newspapers.

Keywords: political fear; student movement of ‘68; students; communists; El Sol del Centro

Introducción

El movimiento estudiantil de 1968 ha sido analizado y caracterizado desde puntos de vista políticos y sociales. Estos elementos son fundamentales para comprender tal proceso histórico; sin embargo, hay que decir que esos campos no son los únicos a los cuales trasladar las interpretaciones en torno al movimiento estudiantil. En efecto, nuestra propuesta tiene como objetivo analizar la movilización de 1968 desde una historia cultural de los afectos, en particular los miedos. En esta ocasión nos colocamos fuera del colectivo estudiantil; el acento recae en quienes no formaron parte de las manifestaciones. Nuestros cuestionamientos principales, por lo tanto, son los siguientes: ¿Cómo fueron generadas ciertas emociones alrededor del movimiento estudiantil? y ¿cómo coadyuvaron a dar sentido a tal proceso histórico?.

Sugerimos que existió un proceso de construcción social externo que incluyó un uso político de las emociones. Nuestro objetivo es dar cuenta del movimiento estu-diantil a través de los miedos políticos conformados alrededor de las protestas estudiantiles del 68. Esos miedos políticos fueron un modo de dotar de sentido a tales manifestaciones, pero desde actores sociales no estudiantiles. La producción del miedo político estuvo anclada en el conflicto entre el Estado mexicano y los manifestantes. En el marco de esta confrontación, aquel generó, en acuerdo y complicidad con grupos sociales poderosos (empresarios y jerarquía eclesiástica), un entorno de imposición y represión contra los que formaban parte de las protestas. La constitución del miedo político, así como de las representaciones e imaginarios sobre el 68 que la acompañaron, estuvo marcada por la drástica inclinación de medios de comunicación a favor de la versión del Estado mexicano respecto de las movilizaciones realizadas entre finales de julio y semanas después del 2 de octubre. Todo ello estuvo inmerso en la guerra cultural impulsada por el gobierno de Estados Unidos, en relación directa con la Guerra Fría.

Resulta oportuno describir nuestro procedimiento metodológico. Nos situamos en una historia cultural de las emociones, con énfasis en el miedo. El punto de partida consiste en exponer las principales definiciones utilizadas en el trabajo. En este caso se trata del miedo y del miedo político. Para ello, planteamos un andamiaje conceptual de corte transdisciplinario, pues articulamos una definición general de miedo desde distintas fuentes disciplinares. Lo anterior representa el primer apartado del texto. Otro paso es esbozar el entorno histórico que cobijó la posibilidad de emplear políticamente el miedo. Nos referimos a la guerra cultural como expresión de la Guerra Fría y la participación del Estado y medios de comunicación periodísticos mexicanos en ella. Todo ello conforma la segunda sección del artículo. Los apartados centrales abarcan, por un lado, la construcción social de los comunistas y estudiantes como los otros, como fuentes de temores. El estudio continúa describiendo las manifestaciones concretas de la amenaza estudiantil, es decir, el repertorio de daños visibles y simbólicos, así como los alcances de estos según la versión oficial plasmada en El Sol del Centro. Hablamos de la confección cultural de una perspectiva crítica y opuesta al movimiento del 68.

Consideraciones conceptuales

Un primer paso para el análisis es plantear nuestra perspectiva en torno a los términos de emoción y miedo. Situamos, de forma general, un norte conceptual para dar sentido a la manera en que organizamos la exposición: privilegiamos las manifestaciones de los miedos asociados al movimiento estudiantil, en particular hacemos hincapié en el miedo político. Indicamos que para hablar sobre los temores conviene situarlos dentro de los afectos o emociones, los cuales representan una vía de análisis de lo social.

Las emociones, afectos o sentimientos1 forman parte integral de la vida de cada ser humano (Ortony, Clore y Collins, 1996, p. 3). Esta dimensión también pertenece al universo de lo social en el más amplio sentido, pues “las emociones se sienten en relación con las cosas del mundo, no son simplemente sentimientos brutos, como una punzada o dolor agudo, son una forma de estar conscientes del mundo” (Colham y Solomon, 1996, p. 23). Lo anterior conlleva a resaltar no solo las reacciones a estímulos, sino sobre todo el papel cultural de los afectos en cuanto a contribuir al significado que los hombres y colectividades otorgan socialmente al mundo (Kessler, 2009, p. 40; Marina, 2016, p. 27; Rodríguez Salazar, 2008, pp. 150-151). De la misma forma, las emociones están dirigidas hacia algo intencional (Rodríguez Salazar, 2008, pp. 150-151), sean acontecimientos, agentes u objetos. Esto implica que:

[al] concentrarnos en los acontecimientos, lo hacemos porque estamos interesados en sus consecuencias, cuando nos concentramos en los agentes, lo hacemos en razón de sus acciones y cuando nos concentramos en los objetos estamos interesados en ciertos aspectos de ellos, o propiedades que se les atribuyen, en tanto que objetos (Ortony, Clore y Collins, 1996, p. 22).

Los afectos se caracterizan por su capacidad de investir de valor e importancia y de emitir juicios evaluativos; “sólo tenemos emociones sobre lo que realmente consideramos importante o relevante en nuestros esquemas de metas y fines […], son modos de reconocer que un objeto es relevante e importante” (Rodríguez Salazar, 2008, pp. 151-152; Marina, 2016, p. 31). Esto quiere decir que los afectos son “con frecuencia, objetos de evaluación y crítica” (Rodríguez Salazar, 2008, p. 152). Con lo dicho hasta aquí es posible definir las emociones como constructos sociales, culturales y políticos (Flam, 2005, pp. 19-40).

Quizás el miedo sea uno de los sentimientos de mayor visibilidad a lo largo de la historia (Delumeau, 2008, pp. 21-27). Ha sido una de las emociones donde individuos y colectivos sociales explican y dotan de significado, a lo largo del tiempo y el espacio, a la realidad social. Aguiluz (2009) sostiene que tal emoción “es una alarma natural, socialmente construida e históricamente cambiante” (p. 322). Esto implica la existencia de un objeto que sea visto o definido como un detonante de peligros o riesgos. En tal sentido, Jean Delumeau (2008) afirma que el miedo es el “hábito que se tiene, en un grupo humano, de temer a tal o cual amenaza (real o imaginaria)” (p. 30). Así, la percepción de un peligro o la sospecha de recibir algún tipo de daño proveniente de cierto origen determinado (Marina y López, 2013, p. 243) es la base fundamental por la cual el miedo funciona como una forma de dar cuenta del mundo, en cuanto a la capacidad de los individuos y colectivos para construir y vivir sus miedos (Hansberg, 1996, p. 48).

El miedo es susceptible de adoptar una multiplicidad de rostros o expresiones (Rosas Moscoso, 2005, pp. 24-29; Delumeau, 2008). Nosotros vamos a subrayar una: el miedo político. Esta variante del afecto en cuestión queda definida como “el temor de la gente a que su bienestar colectivo resulte perjudicado -miedo al terrorismo, pánico ante el crimen, ansiedad sobre la descomposición moral-, o bien la intimidación de hombres y mujeres por el gobierno o algunos grupos”. Una característica de este sentimiento es que tiene su origen en los conflictos entre individuos, grupos sociales o, incluso, entre sociedades enteras (Robin, 2009, p. 15).2 Esta categoría del miedo hace visible ámbitos socioculturales (Robin, 2009, p. 18), sobre todo aquellos que resultan ser amenazados, pero también aquellos campos que pueden convertirse en una respuesta para aminorar o eliminar la fuente de las amenazas y, por lo tanto, la percepción de vulnerabilidad y así mantener seguro el orden social.

Guerra cultural, estado mexicano y control de los medios informativos

La conformación social de los miedos que aquí nos ocupan estuvo anclada en un contexto histórico de carácter global. Nos referimos, por supuesto, a la Guerra Fría y, dentro de esta, a la llamada Guerra Cultural (Stonor Saunders, 2001). La producción de miedos y de otras emociones relacionadas con la movilización estudiantil en la ciudad de México en 1968 formó parte del marco anterior. Unidos, el gobierno y su partido, empresarios, representantes de la Iglesia y grupos conservadores abanderaron el discurso anticomunista que promovía el gobierno norteamericano (Pellicer de Brody y Reyna, 1978). Fue así como, para conjurar el fantasma del comunismo, el gobierno mexicano asumió el discurso de la “familia revolucionaria” a fin de no permitir la intromisión de ninguna organización política o ideología que pusiera en riesgo la “unidad” (Glockner, 2007, pp. 85-103).

La Guerra Fría era también un enfrentamiento a través de las palabras tendientes a influir en la opinión pública, para lo cual los medios y el mundo de la cultura eran muy importantes. Como dice Servín (2004), “si algo compartieron entonces los gobiernos estadounidense y soviético con la Alemania nazi, fue el uso de las campañas de propaganda para influir en las percepciones y los comportamientos sociales, infligiendo miedo, creando monstruos o héroes, o bien manipulando la información en aras de manejar a la opinión pública” (pp. 10-11).

El empleo de medios de comunicación por parte del Estado mexicano para denostar y desprestigiar el movimiento estudiantil fue una constante directriz a lo largo del desarrollo de las protestas. De hecho, “la magnificación y la descalificación de hechos reales tiene así el propósito de justificar, ante la opinión pública, la decisión tomada de instrumentar una política de Estado que tenía como eje vigilar, perseguir y reprimir a la disidencia para tener el control absoluto de la situación” (López Limón, Moreno Barbolla y Evangelista Muñoz, 2009, p. 23).

Los desplegados noticiosos tuvieron como objetivo mostrar la evidencia de la actividad y presencia de una amenaza global en México: el comunismo internacional. Desde los años cincuenta, la prensa se había encargado de promover el descrédito de los movimientos populares. Con frecuencia, quienes exigían solución a problemas y respeto a los derechos laborales, de organización y de libertad de expresión eran calificados de comunistas y los vinculaban con “la conspiración roja internacional”, encabezada por la Unión Soviética y Cuba. En los hechos, este discurso no pretendía contener al comunismo y a su partido en México, sino restarles fuerza e influencia política a los opositores del status quo y líderes inconformes con medidas gubernamentales, como el expresidente Lázaro Cárdenas y el dirigente obrero Vicente Lombardo Toledano, figuras representativas de la izquierda en la política oficial de aquellos años (Meyer, 2004).

Nuestra principal fuente es el diario El Sol del Centro, el cual nació en 1945 y pertenece a la cadena de periódicos que fundó el coronel José García Valseca. Desde su origen, esta cadena estuvo vinculada al poder político mexicano, sabedor que, como aliados, le traería extraordinario dividendos. Con el tiempo, el negocio se convirtió en un gran emporio, tal como lo fue el de William Randolph Hearst en Estados Unidos. En 1950, la revista Newsweek afirmó: “Aún en los días felices de William Randolph Hearst -que era propietario de 23 de los 1 900 diarios que se editaban en los Estados Unidos en el decenio 1930-1940-, no existe ningún editor periodístico en los Estados Unidos que pueda mostrar una obra como la de García Valseca” (cit. en Luévano, 2003, p. 2).

El emporio periodístico logró convertirse en una gran empresa pragmática, redituable y poderosa; su dueño daba cabida a intelectuales, dejaba que se expresaran y polemizaran. Pero paralelamente existía un acuerdo no escrito: no debían oponerse al gobierno (Avilés, 2016, p. 48).

Construcción de la amenaza: de comunistas, estudiantes y el Movimiento del 68

El movimiento estudiantil de 1968 es uno de los eventos históricos de mayor visibilidad en la historia mexicana de la segunda mitad del siglo XX. En efecto, la producción historiográfica es amplia. Cerón (2012) ha identificado al menos seis líneas de trabajo. Por un lado, existen obras que dan el acento a la denuncia de la represión del Estado mexicano, a la vez que exponen los testimonios de quienes vivieron aquellos momentos. Asimismo, hallamos trabajos que explican las causas de aquella movilización y lucha juvenil. Por otro lado, algunos otros autores se dedican a identificar las identidades políticas y sociales relacionadas en el conflicto. Un cuarto rubro de indagación es aquel que subraya los proyectos derivados del movimiento; en similar sentido están aquellos escritores que privilegian el impacto de este en la vida de México. Finalmente, hay quienes resaltan las formas de lucha adoptadas.

Cuadro 1 Cronología sucinta del Movimiento estudiantil de 1968 

Periodo Características
22 de julio-1 de agosto Represión policiaca contra estudiantes de escuelas preparatorianas adscritas al IPN y la UNAM. Movilizaciones de protesta por parte de los jóvenes.
1-21 de agosto Conformación del movimiento estudiantil a través del Consejo Nacional de Huelga (CNH). Amplitud y crecimiento del apoyo de diferentes escuelas y centros educativos de la Ciudad de México y de otras entidades del país.
21-31 agosto Marchas multitudinarias. Inicio o, al menos, incremento de la campaña mediática en contra de las movilizaciones. Represiones por parte de la policía y del ejército. Mitin estudiantil en la plancha del Zócalo.
1-17 de septiembre Advertencia de Díaz Ordaz respecto de usar la fuerza del Estado contra los estudiantes. Continuó la represión contra los jóvenes.
18-30 de septiembre Ocupación de la Ciudad Universitaria por parte del Ejército. Además, sucedió la toma del casco de Santo Tomás, así como de Zacatenco. Los enfrentamientos entre estudiantes, policías y soldados fueron habituales. Salida del Ejército de las instalaciones de la UNAM.
2 de octubre Matanza de jóvenes estudiantes en un mitin realizado en la explanada de las Tres Culturas, Tlatelolco.
19-21 de noviembre Proceso de disolución del CNH y, con ello, las manifestaciones.

Fuente: López Limón, Moreno Barbolla y Evangelista Muñoz, 2006, pp. 20-77.

Ahora bien, desde una perspectiva nacional, el movimiento estudiantil de 1968 se inscribe en el conjunto de movilizaciones de jóvenes estudiantes que sucedieron en varios estados de la República mexicana desde finales de la década de 1950 y durante el decenio siguiente (García, 2015, p. 77; Guevara, 1998, pp. 25-36).3 Aquellas manifestaciones tuvieron como rasgo común la lucha por la democratización política del país. Ésta se hallaba inmersa en el agotamiento del modelo industrializador, la consolidación de la clase media urbana, la crisis del mercado de profesionales y los cambios culturales o contracultura (Guevara, 1998, pp. 24-25; Bizberg y Zapata, 2010, pp. 13-14). En el cuadro 1 sintetizamos los momentos del movimiento estudiantil; esta forma de presentar la información conviene para los fines expositivos de este ensayo. Esta cronología, además, es clave para entender la manera en que los medios de comunicación, vinculados estrechamente al gobierno, fueron construyendo un discurso de rechazo al movimiento estudiantil. Más adelante encontraremos referencias a eventos particulares.

Los comunistas, fuente de peligro

Uno de los rasgos que señalan la existencia del miedo político es la presencia, real o imaginaria, de un objeto, persona o colectivo socialmente considerado como una amenaza para diversos ámbitos de la vida de una sociedad entera o de una parte de esta (Marina, 2016, p. 18; Robin, 2009, pp. 40-41; Delumeau, 2008, p. 10). En este caso destacaron las figuras de los comunistas y estudiantes. Estos eran los otros, aquellos que encarnaron las amenazas y los riesgos; ellos representaron el objeto de miedo construido discursivamente a través del periódico El Sol del Centro.

En primera instancia, encontramos la figura del comunista, que fue etiquetado como un ente peligroso (Pacheco, 2002; Servín, 2004; López López, 2014). Es posible indicar que del 29 de julio al 10 de agosto de 1968, los comunistas eran vistos como la única fuente de peligros. De hecho, una de las demarcaciones impuestas a los supuestos instigadores de las protestas fue su carácter externo, es decir, extranjeros. La otredad amenazante, el enemigo, provenía de más allá de las fronteras del territorio nacional. Una nota editorial del postrero día de julio contenía las siguientes palabras: “sobre nuestro país, arrastradas por extrañas fuerzas, soplan vientos de violencia y anarquía” (31 de julio de 1968, p. 5). Algunas notas periodísticas posteriores no desentonaron. Por ejemplo, un obrero de nombre Arturo Romo Gutiérrez señaló que el conflicto del que emanaban los peligros era de carácter global, “en nuestro mundo, yermo de paz, las fuerzas ideológicas combaten entre sí” (Fócil Díaz, 31 de agosto de 1968, p. 1).

Tal idea no dejó de formar parte de las expresiones del miedo político. Luego de las manifestaciones y represión del 22 de septiembre en Tlatelolco, un editorial del diario (23 de septiembre) informó que los actos de violencia fueron instigados por agentes externos al país. “La finalidad no puede ser más clara: el enfrentamiento de estudiantes con cuerpos de seguridad, el trastorno del orden público ante la proximidad de los juegos olímpicos y la ofensiva contra las instituciones de México por parte de elementos al servicio de potencias extracontinentales” (1968, p. 4).

Cuando dio comienzo el movimiento del 68, los medios periodísticos relacionaron el origen de los desmanes ocurridos durante las protestas en la capital mexicana con la evidencia de la presencia y acción de comunistas. Por ejemplo, en una nota editorial publicada a inicios de agosto rezaba: “hoy sabemos que no hay país en el mundo, inmune a la acción perturbadora de los extremistas y sembradores de odios y que éstos no descansan en su empeño por atraer y exasperar a los sectores sociales más sensibles o resentidos de México” (6 de agosto de 1968, p. 4).

En ese sentido, y luego de los eventos del 2 de octubre en Tlatelolco, El Sol del Centro publicó una serie de reportes en los que daba cuenta de la inexcusable participación comunista en aquellos sucesos. En el siguiente ejemplo también es posible hacer notar la extranjería de esos supuestos terroristas. Uno de ellos fue un hombre llamado Mario René Solórzano Aldana, que en ese momento contaba con 24 años, “laborista graduado en la Universidad de San Carlos, en Guatemala, y simpatizantes del grupo ‘13 de Noviembre’, desde 1960. Activista que enlazaba a los movimientos guerrilleros urbanos y de montaña en su país”. Carlos Rolando Segura Dina fue otra de las personas capturadas, cuyo apodo era El Tullo; la nota plasmó lo siguiente: “guatemalteco de 22 años, miembro del Ballet Nacional de Guatemala, confesó haber participado como guerrillero y haber sostenido tres encuentros con el Ejército Nacional de Guatemala” (El Sol del Centro, 8 de octubre de 1968, p. 1).

El diario no dejaba lugar a dudas sobre la existencia de activistas del comunismo en México, por lo que el siguiente paso en la construcción de la otredad peligrosa fue la caracterización de su comportamiento. Los comunistas eran agentes que empujaban, desde las sombras o como infiltrados, las protestas estudiantiles. Esto es relevante porque permite identificar una expresión del miedo a partir de la tensión luz-oscuridad. El miedo asociado a la noche se refiere al “lugar por excelencia en que los enemigos del hombre tramaban su pérdida, tanto en lo físico como en lo moral” (Delumeau, 2008, p. 139). De hecho, no era posible definir particularidades como los rasgos faciales y otras características físicas de los supuestos comunistas; incluso, aunque en diversas ocasiones el periódico divulgó nombres y apellidos, con más frecuencia englobaba al objeto de amenaza dentro del término comunista.

Una muestra de lo anterior fue lo publicado en el artículo editorial del diario: “tenemos que mostraron la oreja los elementos comunistoides al pinterrajear con lemas ‘revolucionarios’ castrocomunistas las facultades y escuelas universitarias y del IPN, así como al ostentar en sus manifestaciones retratos del ‘Che’ Guevara y exaltando la ‘revolución cubana’” (El Sol del Centro, 10 de agosto de 1968, p. 4). Tal forma de definir a los otros siguió saliendo a la luz en algunas de las páginas del diario. Por ejemplo, en el editorial del 17 de agosto de 1968 leemos que los estudiantes exigieron, en su pliego petitorio, la eliminación del delito de disolución social, transgresión en la que “han incurrido los rojillos que están a la sombra” (p. 4). Incluso, luego del 2 de octubre, el diario continuó afirmando esta idea. En una publicación del 8 de este último mes se lee que algunas personas desconocidas brindaron apoyo a Manuel Suárez, uno de los líderes estudiantiles, a cuya disposición pusieron “su experiencia” en actos de sabotaje y organización de manifestaciones y actos terroristas, que fue aprovechada por “grupos de tendencias comunistas” (El Sol del Centro, 8 de octubre de 1968, p. 4).

Si bien los presuntos comunistas eran anónimos, es claro que, para los editores del periódico, aquellos estaban localizados en las instituciones educativas. Estos eran los espacios donde entraban en contacto con los estudiantes para planear los desmanes. Así, el diario publicó que los “agitadores [estaban] enquistados en la Universidad, el Politécnico, la Normal y otros centros de enseñanza superior” (El Sol del Centro, 17 de agosto de 1968, p. 4). Los llamados comunistas fueron quienes, a decir de los editoriales, instigaron a los jóvenes preparatorianos y universitarios, lo cual implicó uno de los primeros frutos del activismo comunista en México. En efecto, según el discurso, el peligro comunista halló suelo fértil entre los alumnos. De hecho, esta postura destacó luego de los sucesos del 28 de agosto en el Zócalo. Leemos que “las mismas disímiles fuerzas del interior y externas que han seguido confluyendo para tratar de agravar el conflicto, de extenderlo, complicando a otros grupos, y estorbar su solución” (El Sol del Centro, 2 de septiembre de 1968, p. 8).

Los estudiantes fueron, pues, catalogados como vulnerables y susceptibles de manipulación por parte de los activistas del comunismo, gracias a su escaza experiencia. El periódico afirmaba que los jóvenes “se han dejado conducir mensamente por agitadores rojos hasta el punto de cometer actos contra México” (29 de agosto de 1968, p. 4). Luego de los enfrentamientos del 22 de septiembre en Tlatelolco, el diario expuso que “otra vez fue la ciudad de México escenario de incalificables tropelías perpetradas por turbas de jovenzuelos engañados, a quienes dirigentes ocultos lanzan irresponsablemente a la “guerrilla urbana” (El Sol del Centro, 23 de septiembre de 1968, p. 4). Desde finales de julio hasta el 9 de agosto, día del discurso de Corona del Rosal, regente del Distrito Federal en aquel entonces, los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Instituto Politécnico Nacional (IPN) fueron retratados como el objetivo básico de los comunistas, lo cual traía consigo la advertencia acerca de la generación de otro potencial enemigo. El periódico se refirió a los jóvenes con las siguientes palabras, “mexicanos engañados, que se empeñan en apartarse del camino, que quieren ser ciegos voluntarios” (El Sol del Centro, 2 de agosto de 1968, p. 5).

Los comunistas continuaron siendo percibidos como la fuente de todos los males. Una carta dirigida al presidente Díaz Ordaz escrita por diferentes sectores productivos, educativos y sindicales situados en la ciudad de Tecomán, Colima, afirmaba lo siguiente:

Reprobamos el caos y el desorden que vienen provocando los agentes subversivos que sirven, unos al comunismo internacional y otros a políticos resentidos, quienes, en complicidad con los primeros, son los instigadores y los que apoyan económicamente a esa facción estudiantil que mantuvo en jaque y en constante zozobra a la ciudad de México (El Sol del Centro, 3 de octubre de 1968, p. 2).

Mientras tanto, continuaba enunciándose la vulnerabilidad impuesta discursivamente sobre los estudiantes. Al respecto, leemos que “los grupitos de agitadores profesionales son los que han estado difundiendo versiones alarmantes y falsas, para llevar a los estudiantes a infames aventuras contrarias a su misión de estudiar” (El Sol del Centro, 10 de agosto de 1968, p. 4). De nuevo, días después, los comunistas fueron plasmados como instigadores de los estudiantes, “la insistente presencia del peligro en la calle, la fácil seducción de que se ha hecho víctima a la juventud estudiantil” (Capistrán,4 24 de agosto de 1968, p. 5). Así, los comunistas fueron percibidos como los que, finalmente, habían tomado el control de las movilizaciones estudiantiles:

Los coros, panfletos pro o francamente marxistas, los discursos de izquierdismo, la toma por asalto de la catedral por parte de un grupo, el echar al vuelo las campanas y como cruel corolario el haber izado una bandera rojinegro, acusan, sin dejar duda alguna, que los traidores a la patria, los que buscan ataduras para maniatar al pueblo, o sea, los comunistas, se han apoderado totalmente de ese movimiento (El Sol del Centro, 29 de agosto de 1968, p. 1).

Los estudiantes son un peligro

A la par de lo anterior, a modo de contrapunto, varios textos de El Sol del Centro comenzaron a concebir al estudiante movilizado como un ente peligroso, ya no como una víctima. A mediados del octavo mes fue publicada la que podemos considerar una visión de los estudiantes como agentes del desorden, situación no solo considerada como irracional, sino también peligrosa.

Es por demás inexplicable que los estudiantes […] mantengan una actitud hostil y subversiva, que no puede conducir a ningún resultado benéfico para ellos y menos aún para la patria […] presenciamos el lamentable espectáculo de que nuestros estudiantes prefirieron la holganza y las algaradas callejeras (El Sol del Centro, 14 de agosto de 1968, p. 4).

Los comentarios críticos acerca de los jóvenes universitarios y preparatorianos fueron en aumento. Así, en el editorial del 19 de agosto se imprimió que “los jóvenes suelen encandilarse con la palabra de los demagogos y se sienten llamados a transformar el mundo, haciendo añicos el presente para el porvenir a su manera” (1968, p. 4). Desde aquel día de agosto, en los editoriales de El Sol del Centro se conceptuaría al estudiante como el otro enemigo al que hay que enfrentar y vencer, por lo que eran bien vistas las amenazas de represión del presidente Gustavo Díaz Ordaz.5 Al respecto, es notoria la entremezcla entre aquellos señalados como enemigos comunistas y quienes empezaban a ser vistos como tales: “es evidente que en los recientes disturbios intervinieron manos no estudiantiles; pero también lo es que, por iniciativa propia o dejándose arrastrar, tomó parte activa un buen número de estudiantes” (El Sol del Centro, 2 de septiembre de 1968b, p. 8).

Entonces, los estudiantes resultaron ser enemigos que contribuyeron en la profundización de la crisis. Esto aún fue más visible luego de los sucesos del 27 de agosto en la Ciudad de México: el toque de campanas de la Catedral Metropolitana de México y la colocación de una bandera rojinegra en la asta de la plancha del Zócalo (Guevara, 2004, pp. 227-230). Las notas periodísticas y editoriales de El Sol del Centro no cesaron de reproducir la imagen del estudiante como un peligro real. Sobre lo anterior leemos que “los jóvenes, en su inexperiencia, imaginan que están componiendo el mundo, sin darse cuenta de que son instrumentos ciegos de quienes tratan de descomponerlo. Queriendo resolver problemas, los están creando, y deseando aliviar males están hundiendo un puñal en el corazón de la patria” (El Sol del Centro, 29 de agosto de 1968, p. 4).

Los temores respecto de los manifestantes se confirmarían a partir del 2 de octubre. Pocos días después de aquella fecha, el periódico publicó que los enemigos salían a la luz como tales. En realidad, según la voz oficial, existía un camino hacia el desorden y la destrucción, el cual era conducido por los comunistas y los estudiantes como mínimo:

Apenas se han comenzado a descorrer las velas de la tenebrosa conjura disfrazada de “Movimiento Estudiantil” y ya la opinión pública comienza a saber quiénes iban a ser los “salvadores de la patria”: individuos sin moral y sin escrúpulos, que iban a desatar una ola de terrorismo y sabotaje, que no reparaban en los medios, aun los más abominables, con tal de seguir sus fines (El Sol del Centro, 10 de octubre de 1968, p. 2).

La visibilidad del miedo. El repertorio de los daños

Una expresión relacionada con el miedo alude a los efectos nocivos, reales o imaginados, de la acción de los enemigos (Robin, 2009, p. 46), pero también a los ámbitos de vulnerabilidad, o sea, los campos considerados expuestos a los peligros y las amenazas, desprotegidos, en una sola palabra (Delumeau, 2008). Lo que encontramos al respecto en El Sol del Centro gira en torno a las movilizaciones realizadas por los estudiantes; es decir, la materialización de las afectaciones era posible por las constantes protestas y situaciones conexas al movimiento del 68.

El crecimiento de la amenaza: de algaradas sin importancia a un movimiento subversivo

Iniciemos este recorrido con algunos señalamientos que subrayan el ascenso del movimiento estudiantil de algo aparentemente menor a una gran amenaza para el país. Este derrotero se refiere a la expresión de una vertiente del miedo político: una sedición o subversión. Este miedo implica que “las manifestaciones concretas de miedo están íntimamente ligadas a la subversión del orden, de la armonía o del equilibrio en diferentes planos […] que pueden ser perturbados por múltiples fuentes de subversión” (Rosas Moscoso, 2005, p. 27).

Entonces, es posible caracterizar las movilizaciones a partir de dos aspectos. En primer lugar, las manifestaciones fueron percibidas como eventos de poca relevancia. Esta percepción estuvo vigente en el periódico desde el 1º hasta el 9 de agosto. El presidente Díaz Ordaz, en un discurso pronunciado el primer día de dicho mes dio norte sobre las dimensiones de los eventos acaecidos en el Distrito Federal entre el 26 y el 30 de julio. Afirmó que las movilizaciones fueron una “pérdida transitoria de la tranquilidad en la capital de nuestro país por algaradas en el fondo sin importancia” (El Sol del Centro, 2 de agosto de 1968b, p. 1). Estas palabras fueron puestas en el editorial del 2 de agosto de 1968 de El Sol del Centro: “una pasajera alteración del orden en la capital […] su valoración exacta: algaradas sin importancia” (p. 5). Semanas más tarde, en plena agudización de las protestas y represiones, esta idea fue retomada. Leemos que había “la certeza de que nuestra juventud se identificaba sin reservas con la doctrina de la Revolución mexicana, nos llevó a restarle importancia a los primeros incidentes estudiantiles y a calificarlos virtualmente de travesuras inocentes” (El Sol del Centro, 26 de septiembre de 1968, p. 4).

En segundo lugar, el diario dio cuenta del crecimiento del movimiento estudiantil, como evidencia de la gestación de una subversión en México. Como lo muestran estas palabras: “un mes cumplió ya la agitación que se inició con el pleito de dos escuelas y ha tomado proporciones de amenaza para el país” (El Sol del Centro, 29 de agosto de 1968b, p. 4). En efecto, esta idea fue retomada por Díaz Ordaz en su informe anual:

Los brotes violentos, aparentemente aislados entre sí, se iban reproduciendo, sin embargo, en distintos rumbos de la capital y en muchas de las entidades federativas, cada vez con mayor frecuencia. De pronto, se agravan y multiplican, en afrenta soez a una ciudad en demanda de las más elementales garantías (El Sol del Centro, 2 de septiembre de 1968b, p. 8).

El movimiento del 68: confusión y sedición

La permanencia y la vitalidad de la movilización estudiantil tuvieron como rasgo constitutivo la generación de confusión, como parte del supuesto plan de sedición de alcance nacional. Tanto la subversión como la confusión estaban ligadas a la imagen del comunista como pertenecientes y activas en las sombras. El activismo subrepticio implicaba traer a escena el desorden y todo lo que ello conllevaba; una especie de fin del mundo, o algo cercano a eso. A decir del diario, mantener turbia la situación favorecería a los instigadores comunistas. Así, “grupitos de agitadores profesionales son los que han estado difundiendo versiones alarmantes y falsas, para llevar a los estudiantes a infames aventuras” (El Sol del Centro, 10 de agosto de 1968, p. 4). Esta idea la señaló Corona del Rosal en su discurso del 8 de agosto sobre los incidentes de finales de julio, “un choque que ha sido y está siendo aprovechado para tratar de desorientar a toda nuestra población” (El Sol del Centro, 9 de agosto de 1968, pp. 1 y 4). Lo cual, a decir del mismo Corona del Rosal, no era fortuito: “había un plan premeditado para agitar, destruir la tranquilidad y empezar la violencia” (El Sol del Centro, 9 de agosto de 1968, p. 4).

En este discurso sobre la producción de desorden, el rumor fue destacado en varias publicaciones del periódico en estudio. Fue una vertiente más para reafirmar el peligro de las manifestaciones estudiantiles. Por ejemplo, luego de los sucesos del 28 de agosto en el Zócalo, observamos tal postura: “en la ofensiva de la subversión disfrazada de movimiento estudiantil hemos tenido como un arma nueva en la tarea desquiciadora del orden la guerrillera de rumores, no importando que fueran descabellados” (El Sol del Centro, 30 agosto de 1968, p. 1). Otro de los campos hacia los cuales la confusión había sido encaminada, según la crítica editorial a las movilizaciones estudiantiles, fue la participación agresiva de los cuerpos policiales y del ejército mexicano:

Ya es de sobra conocida la táctica comunistoide de propagar mentiras y engaños confundir a las gentes de buena fe. Esto se ha puesto en relieve desde que comenzó el mal llamado “problema estudiantil”, en que por medio de panfletos y hojas anónimas se ha estado esparciendo absurdos rumores sobre arbitrariedades y demasías que dicen que han venido cometiendo las “fuerzas de represión” (El Sol del Centro, 5 de octubre de 1968, p. 2).

Pero no solo la supuesta confusión propiciada por las manifestaciones estudiantiles estaba dirigida al grueso de la población. Díaz Ordaz señaló, en su discurso del primer día de septiembre, que fueron visibles diferentes intereses, lo cual creaba un panorama turbio en diferentes direcciones:

Durante los recientes conflictos que ha habido en la ciudad de México se advirtieron, en medio de la confusión, varias tendencias principales, la de quienes deseaban presionar al gobierno para que se atendieran determinadas peticiones, la de quienes intentaron aprovecharlos con fines ideológicos y políticos y la de quienes se propusieron sembrar el desorden, la confusión y el encono; para impedir la atención y la solución de los problemas, con el fin de desprestigiar a México, aprovechando la enorme difusión que habrán de tener los encuentros atléticos y deportivos, e impedir acaso la celebración de los Juegos Olímpicos (El Sol del Centro, 2 de septiembre de 1968b, p. 1).

Pero ¿por qué crear caos? A partir del 10 de agosto, según la nota publicada ese día en El Sol del Centro, dio inicio una trayectoria de acusaciones respecto de la maquinación por parte de los comunistas y estudiantes de una subversión a escala nacional. Las conjeturas dirigidas a afirmar esto último fueron parte de las características presentes durante gran parte del proceso. El discurso oficial aseveró la existencia de conspiraciones dentro del movimiento estudiantil. Según sucedían las manifestaciones y las represiones, el periódico continuaba destacando la idea de un plan premeditado para generar incertidumbre, miedo y violencia. Esto fue publicado de la manera en que citamos a continuación: “se ha tornado en los últimos días en motines y disturbios francamente sediciosos, con lamentable saldo de víctimas, muertos y heridos entre jóvenes irresponsables y entre policías y soldados encargados de imponer el orden público” (El Sol del Centro, 25 de septiembre de 1968, p. 4).

El punto de quiebre, a decir de la versión oficial, se produjo la tarde y noche del 2 de octubre. Tal evento de represión estatal fue concebido, en las notas y editoriales de El Sol del Centro, como el fallido inicio de la insurrección comunista contra el Estado mexicano. Esa fue la tendencia. Por ejemplo, el columnista René Capistrán Garza afirmaba que en “México existía una conjura perfectamente definida para destruir el régimen democrático de la revolución mexicana y sustituirlo por una copia al carbón de comunismo ruso o con una calca fiel del comunismo chino, o de una artística combinación de ambos, con lo que vendríamos a ser como una edición corregida y aumentada de la infeliz república de Cuba” (Capistrán Garza, 4 de octubre de 1968, pp. 1 y 4).

En esta misma dirección, un editorial del 5 de octubre aseveraba que existía un gran plan para afectar a México; los enemigos que estaban en las sombras habrían salido a la luz y mostrado sus verdaderos objetivos:

La naturaleza de los hechos mismos está revelando, en forma indubitable, que se ha estado realizando un movimiento subversivo contra México, su pueblo y gobierno, cuidadosamente planeado de antemano. Los agitadores se han puesto al descubierto, ya sin tapujos ni pretextos seudoestudiantiles (El Sol del Centro, 5 de octubre de 1968, p. 2).

El movimiento estudiantil como fuente de violencia

Las movilizaciones estudiantiles fueron calificadas como acciones propicias para la generación de enfrentamientos y prácticas de violencia por parte de los manifestantes. Esto representa uno de los miedos más palpables: la capacidad para ejercer daños. En una lectura de los reportes periodísticos de El Sol del Centro es factible distinguir la conformación de un panorama dominado por los actos de violencia adjudicados a los estudiantes y comunistas. Era un escenario que subrayaba la imposición de un rol destructor y transgresor.

Por ejemplo, Díaz Ordaz, en su discurso del 1º de agosto, refirió, acerca de los hechos de días previos: “disturbios que se originaron en una reyerta de alumnos de las escuelas y que sirvió de pretexto para agitaciones y desórdenes callejeros” (El Sol del Centro, 2 de agosto de 1968, p. 4). El periódico plasmó una síntesis de las diferentes transgresiones cometidas por un total de 31 hombres detenidos, que fueron señalados “como presuntos responsables de los delitos de lesiones, injurias contra agentes de la autoridad, resistencia de particulares, daño en propiedad ajena, secuestro y robo por pandilla” (El Sol del Centro, 30 de julio de 1968, p. 5).

Etiquetar a los estudiantes como agentes de agresiones y daños fue habitual en el periódico: “son del dominio público la sistemática provocación, las reiteradas incitaciones a la violencia, la violencia misma en distintas formas, el trata de involucrar a grupos estudiantiles, en ocasiones hasta a niños de escuela primaria” (El Sol del Centro, 2 de septiembre de 1968b, p. 8). Se describía el acto violento como indiscutible prueba del caos y la locura del movimiento del 68. Las protestas del 22 de septiembre en Tlatelolco fueron referidas subrayando las acciones agresivas de los manifestantes. Según El Sol del Centro:

La capital mexicana fue indignada testigo de refriegas espectaculares en las que cientos de estudiantes se trenzaron con la policía, secuestraron y quemaron autobuses, vejaron a pacíficos ciudadanos, robaron y lesionaron a quienes se negaban a contribuir “para la causa”, dañaron edificios, produjeron incendios y, parapetados en algunos edificios escolares, lanzaron toda clase de proyectiles con saldo de decenas de víctimas (23 de septiembre de 1968, p. 4).

El reporte que El Sol del Centro publicó sobre el informe presidencial de Díaz Ordaz incluyó una serie de alteraciones provocadas por las manifestaciones en varios ámbitos; uno de estos fue el relacionado con el transporte en la ciudad, en donde vehículos, dueños de estos, conductores y usuarios fueron perjudicados:

Ya se trate de acaudalados camioneros o de modestos integrantes del sistema de transporte, cuyo patrimonio es un autobús, o parte de los derechos sobre él […] los miles de pasajeros obligados a descender de los vehículos de transportación popular, inclusive el trastorno económico de aquellos para quienes cincuenta centavos significan mucho en el presupuesto semanal (El Sol del Centro, 2 de septiembre de 1968b, p. 8).

Además, se les relacionó con agresiones de diferente naturaleza cometidas en las calles de aquella urbe como, por ejemplo, “las penalidades de las personas totalmente ajenas, que fueron tomadas como rehenes; tantos pacíficos transeúntes injuriados y humillados o lesionados, que han tenido que resignarse” (El Sol del Centro, 2 de septiembre de 1968b, p. 8). Otro tipo de agresión, pero observada en la marcha del 13 de agosto, fue referido por el periódico de la cadena García Valseca: la agresión verbal; leemos que “se efectuó ayer una manifestación estudiantil en que los líderes de los escolares mitoteros se desgañitaron con injurias y calumnias para las autoridades y la prensa” (El Sol del Centro, 14 de agosto de 1968, p. 4). Ese mismo evento siguió siendo de interés para El Sol del Centro para recalcar que “en la caravana hubo gritos ofensivos para las altas autoridades de la Nación, para la prensa y para el Ejército”. Esas voces disidentes fueron acompañas con imágenes: “se exhibieron cartelones con el retrato del Che Guevara, otros en favor de Fidel Castro y algunos con alusiones majaderas para los Estados Unidos” (17 de agosto de 1968, p. 4).

El pasado y el futuro de México en entredicho

La amenaza estudiantil y comunista trastocó el orden simbólico del nacionalismo mexicano. Fue, a decir del diario, uno de los grandes excesos del movimiento estudiantil. Hablamos del izamiento de una bandera rojinegra en el zócalo y el toque de las campanas de la catedral metropolitana. Dijimos atrás que las movilizaciones juveniles fueron categorizadas como evidencia de una revolución comunista, como verdaderas conjuras, cuyo supuesto fin era la desestructuración del régimen democrático mexicano. Lo que sucedió la noche del 28 de agosto ayudó a confirmar tales sospechas. Estos sucesos fueron expuestos como evidencia irrevocable del peligro que representaban los estudiantes en protesta, azuzados por comunistas; no solo eran daños materiales e insultos, sino también atacaban directamente al Estado y a la Iglesia católica. Todo ello reforzó la campaña de desprestigio mediático contra el movimiento del 68, cuyo énfasis estuvo en la inminente destrucción de la herencia social, política y cultural de la Revolución Mexicana y, con ello, el fin de la unidad nacional.

Acerca de la bandera rojinegra, leemos que “una turba irresponsable, envenenada por prédicas antimexicana suplantó el lábaro sagrado de la patria. En el corazón del país, ondeó por unas horas un símbolo que no es extraño”. En cuanto a la supuesta incursión en el edificio católico, “la turba de apátridas invadió la catedral metropolitana y saludó al trapo rojinegro con el bronce de las campanas que jamás habían sido profanadas de ese modo” (El Sol del Centro, 31 de agosto de 1968, pp. 1 y 5). Las formas de expresar los eventos nos permiten identificar los rubros que recibieron daño por la actividad de los manifestantes: la unidad nacional y la religión.

Estos eventos sacaron a flote -y fue destacado por el diario en estudio- un conjunto de miedos políticos en torno al pasado o, mejor dicho, la herencia cultural construida después de la Revolución Mexicana, y al futuro de México. Del primero, observamos que los ámbitos en riesgo se relacionaban con la unidad nacional basada en el nacionalismo de la segunda mitad de aquel siglo (Pellicer de Brody y Reyna, 1978). Ahora bien, sobre el tema del futuro del país, distinguimos una especie de proyección de los miedos a una destrucción plena de las instituciones políticas y del camino del desarrollo y progreso mexicanos, según la información contenida en los editoriales y las notas de El Sol del Centro. Es decir, un futuro por demás incierto en el que las seguridades de aquel presente ya no estarían vigentes a causa de la acción de los comunistas y estudiantes.

Un par de rubros vistos como vulnerables en el marco de la constitución del miedo político fueron el trabajo y los logros que México había alcanzado gracias a tal trabajo. Pero no en el sentido económico, sino como metáfora de la construcción del Estado nacional mexicano. En la siguiente narración, la numerosa comitiva de manifestantes del 28 de agosto es presentada como la amenaza que ponía en jaque lo recientemente dicho: “ensombrecidas turbas parecían señorearlo todo y amenazaban con pulverizar la estabilidad, el orden, la paz social y todo cuanto ha hecho posible el trabajoso pero seguro avance de México por la cuesta del desarrollo y del progreso” (El Sol del Centro, 2 de septiembre de 1968, p. 1).

El columnista Capistrán Garza, luego del 2 de octubre, en una recapitulación del movimiento estudiantil, indicaba que el complot supuestamente evidenciado tenía como objetivo dañar la estructura política de México, así como sus símbolos, es decir, lo que ya estaba constituido:

Los acontecimientos que hemos vivido en México desde finales del mes de julio tienen esa arrolladora elocuencia. Existe, sin género de duda -y ha existido incubándose desde hace años-, una conspiración subterránea contra México; contra el gobierno encabezado ahora felizmente por el presidente Díaz Ordaz; contra la legalidad; contra un ejército institucionalmente democrático sin dejar de ser ejército; contra todo lo que significa patriotismo, justicia, orden y Ley (Capistrán Garza, 4 de octubre de 1968, p. 4).

Lo anterior derivó en incertidumbre sobre la permanencia de los símbolos patrios. Como dijimos, fue detonada por los eventos del 28 de agosto en el Zócalo de la ciudad de México. El editorial del 2 de septiembre plasma la amenaza de las imágenes del comunismo sobre uno de los símbolos de la patria, en el marco de lo oscuro y de la muchedumbre de manifestantes:

Una tarde sombría -predominio momentáneo de la antipatria- se hizo ondear el trapo rojinegro en el centro de la Plaza Mayor. La efigie de un aventurero argentino presidía la marcha de una multitud frenética y ululante que parecía que iba a hollarlo todo, hecha un huracán de odio y venganza. ¿Había llegado a su cénit la iniquidad? ¿La Patria iba a ser destrozada, mancillados sus símbolos, rotas sus instituciones, destruida su soberanía? (El Sol del Centro, 2 de septiembre 1968, pp. 1 y 6).

Esa percepción de inseguridad fue parte de un miedo político a una posible revuelta comunista generalizada a lo largo y ancho del país. Estas palabras son una muestra de ello: “no tenemos necesidad de importar revoluciones […] ¿No sería absurdo que pretendiésemos stalinizarnos para emprender dentro de algunos años, más pobres y más viejos, la ruta de regreso?” (El Sol del Centro, 31 de julio de 1968, p. 5). En efecto, el miedo a que México se convirtiera en un país comunista fue reforzado después de los sucesos del 2 de octubre. El periódico divulgó las declaraciones de un hombre llamado Salvador del Toro Morales, agente del Ministerio Público Federal, quien tomó la declaración de los jóvenes presos luego de aquel día del décimo mes. Se lee que “la conjura político-estudiantil, descubierta por el Gobierno de la República, tenía por objeto transformar la estructura política del país, abolir sus instituciones y crear un estado obrero y campesino del tipo comunista” (Fócil Díaz, 6 de octubre de 1968, p. 1).

Nota final

La lectura del movimiento estudiantil de 1968 a partir del miedo político permite observar, desde otro punto de vista analítico, cómo se gestionó tal emoción como eje central para dotar de sentido la movilización de aquel año. A través de una serie de editoriales y notas, El Sol del Centro elaboró un discurso en el que el temor al alumnado y comunistas fue primordial, en cuanto a la colocación de esas entidades como principales fuentes de los miedos. Si bien, las primeras publicaciones sobre las protestas enfocaron al comunista como el único gestor de los desmanes, pronto el alumnado de preparatoria y universidad fue incorporado a la lista de los peligros. Aún más, entre el cúmulo de frases e ideas impresas hallamos un orden que tuvo como meta profundizar o reproducir discursivamente el carácter amenazante de quienes protestaban. Incluso, la propia seguridad respecto del futuro de México fue puesta en entredicho. Se buscaba construir una “alarma natural” frente a un movimiento visto o definido como un detonante de serios riesgos y graves peligros. Desde luego, en este caso, no era importante si la amenaza de los comunistas y estudiantes era real; el propósito era imaginar, inventar terrores y comunicarlos a la población. Sin duda, el miedo fue un recurso político y estratégico para desacreditar y restar legitimidad al movimiento del 68.

Generar temores, miedos, incluso pánico, era el propósito deliberado. El comunismo, inminente en estudiantes, vendría, sin lugar a dudas, a dañar el bienestar colectivo y a propiciar la descomposición moral de los mexicanos. Por lo tanto, había que trabajar para mantener el orden social, tan preciado en momentos en que el país sería sede de los Juegos Olímpicos. Había que erradicar la fuente de la amenaza, por lo cual se justificaba prácticamente todo, aun la represión, la eliminación total del mal. Así, con este mundo imaginado se justificó la masacre del 2 de octubre de 1968. No se olvida.

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Fócil Díaz, A. (31 de agosto de 1968). En las aulas está el futuro de la Nación. Sólo hay una consigna: México, dijo Díaz Ordaz. El Sol del Centro . Segunda sección, pp. 1 y 4; [ Links ]

Fócil Díaz, A. (6 de octubre de 1968). Pretendían establecer un Estado Socialista en México. Madrazo y Romero son cabezas del Movimiento. El Sol del Centro , Segunda sección, p. 1. [ Links ]

1En este texto no entramos en el debate sobre la definición de ese tercio de conceptos. Empleamos a modo de sinónimos cada uno de esos términos.

2Otro rubro por considerar en esta variante del miedo tiene que ver con la flexibilidad de este en cuanto a que no está circunscrito exclusivamente a la experimentación fisiológica de tal afecto. Nos referimos al miedo —político— derivativo. O sea, “no se accede a la emoción pura, sino a un discurso en torno a ella, sugiere la imposibilidad empírica de aprehender la respuesta emocional inmediata” (Kessler, 2009, p. 47), es decir, el impedimento de dar cuenta de las manifestaciones fisiológicas y corporales propiciadas por los miedos.

3Aquí una la lista de movilizaciones de estudiantes universitarios y de escuelas técnicas en México durante la década de 1960: Universidad Michoacana de San Nicolás (1960, 1963, 1965), Universidad de Guerrero (1960, 1965), Universidad de Puebla (1961, 1964), Universidad Nacional Autónoma de México (1960, 1961, 1962, 1965, 1966), Universidad de Chihuahua (1965), Escuela Superior de Agricultura de Ciudad Juárez (1967), Universidad de Durango (1966), Universidad de Sinaloa (1966), Universidad de Sonora (1967) y el Instituto Autónoma de Ciencia y Tecnología de Aguascalientes (1966) (Guevara, 1998, pp. 36-34; Ortiz y Camacho, 2017). Los alumnos de las normales rurales también tomaron acción; apoyaron causas obreras y campesinas en la lucha por lograr mejores condiciones de vida. Por consiguiente, los normalistas fueron acusados de comunistas y sufrieron el hostigamiento por parte del gobierno (Ortiz y Camacho, 2017).

4Aquí es necesario mencionar que Capistrán Garza era un exlíder cristero que en los años treinta publicó un desplegado en que llamaban a la insurrección popular en contra del “gobierno marxista” de Lázaro Cárdenas, y en los cuarenta simpatizó con Adolfo Hitler. En 1959 participó en la fundación del Partido Nacional Anticomunista, y el 14 de septiembre de 1968, bajo el amparo de la Unión de Católicos Anticomunistas Mexicanos, hizo un llamado para luchar en contra de una intervención política extranjera en el país y apoyar al presidente Gustavo Díaz Ordaz. Poco después publicaría un artículo en el que elogiaba al párroco de San Miguel Canoa, Puebla, Enrique Meza Pérez, y a una muchedumbre que, azuzada por el sacerdote, asesinó a jóvenes poblanos, acusándolos de comunistas. A partir de 1971 participó con los católicos tradicionalistas de la Unión Católica Trento, comandada por el sacerdote Joaquín Sáenz y Arriaga (El Integrista Mexicano, 2012).

5Gilberto Guevara Niebla, exlíder estudiantil, escribió que ante las amenazas de Díaz Ordaz: La mayoría de los estudiantes y profesores “desestimaron el pronunciamiento [del presidente] porque creían tener la razón, porque creían que era legítimo protestar, porque creían vivir en un orden institucional, legal y democrático. Su confianza provenía de su fe en la ley y en la Constitución y, en última instancia, en el Estado. Sólo unos pocos entre la gran masa estudiantil, minorías irrelevantes, no creían sinceramente en la ley y actuaban desconfiando de la legalidad y de las instituciones en función de dogmas revolucionarios” (Guevara, 2004, p. 89).

Recibido: 15 de Junio de 2018; Revisado: 21 de Febrero de 2019; Revisado: 11 de Marzo de 2019; Revisado: 19 de Marzo de 2019

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