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Revista de El Colegio de San Luis

On-line version ISSN 2007-8846Print version ISSN 1665-899X

Revista Col. San Luis vol.3 n.6 San Luis Potosí Jul./Dec. 2013

 

Artículos

 

Alfonso Camín y su Antología de poetas mexicanos (1929)

 

Juan Pascual Gay*

 

* El Colegio de San Luis. Correo electrónico: jpascual@colsan.edu.mx

 

Recibido el 20 de agosto de 2012.
Enviado a dictamen el 14 de septiembre.
Un dictamen recibido el 17 de septiembre,
el otro con modificaciones menores el 23 de septiembre de 2012.

 

Resumen

El artículo quiere dar cuenta de las vicisitudes del poeta asturiano Alfonso Camín que lo llevaron a México, en donde trabó conocimiento con otros escritores, entre ellos, Ramón López Velarde. La familiaridad del bohemio Camín con la poesía mexicana quizá está en el origen de la antología que confeccionó para la colección popular "Los poetas", titulada Antología de poetas mexicanos, publicada en 1929.

Palabras Clave: modernismo, poesía, México, antología, colección popular.

 

Abstract

The article wants to give an account of the vicissitudes of the Asturian poet Alfonso Camín that took him to Mexico, where the acquaintance with other writers, among them, Ramón López Velarde. The familiarity of the Camín Bohemian with Mexican poetry perhaps is at the origin of the anthology that drew up to the popular collection "Poets", titled anthology of Mexican poets, published in 1929.

Keywords: modernism, poetry, Mexico, anthology, popular collection.

 

Estas páginas pretenden dar cuenta de una curiosa y anacrónica Antología de poetas mexicanos publicada en Madrid en 1929, dentro de la colección popular Los Poetas, confeccionada por un no menos extravagante y excéntrico compilador, el asturiano Alfonso Camín, originario de La Peñueca, Asturias (1890). Poeta bohemio y tarambana, ejerció de trotamundos incansable, viajero excéntrico, andariego sin propósito. Pronto se revistió de esos atuendos de los que ya no se despojó, que hacían de él, entrados los veinte del siglo pasado, un espectro surgido de ruinas románticas, un fantasma tan anacrónico como trasnochado merecedor o mendigo de otros tiempos. Una fotografía suya de 1982, fecha de su muerte, revela que únicamente había cambiado el pellejo, que su fisonomía estaba más enjuta en la misma proporción en la que su cara se había atiborrado, pero permanecían inalterables su capa española y su sombrero de ala ancha que, si en 1920 ofrecían un semblante altanero y fiero, hacia 1980 subrayaban la imagen de una amable aparición espectral. Más que su cuerpo o semblante, fue su atuendo aquello que hizo de él lo que se dice que fue, hasta tal punto que su cuerpo, en realidad, operó como metonimia de esa capa y sombrero, casi muleta y montera a fuerza de torear la vida. Pronto, a los quince años, emigró a Cuba, lo que le permitió cambiar el pico en la cantera de Contrueces por la pluma, y allí comenzó un trasiego que igual lo llevaba a la mesa de redacción de La Noche que a visitar las tabernas de La Habana, en cuyas mesas fabricó sus primeros versos. Seguramente, a esa época debió su aprendizaje en la vida canalla y truhanesca, de la que sobrevivió con la convicción de su facilidad para el ensamblaje de versos y la decisión de dirigir la revista de poesía Apolo. Al poco tiempo de abandonar esta publicación, aparecería como redactor del Diario de la Marina el mismo año en que publicó su primer poemario, Las adelfas (1913). A partir de ese momento no dejaría de compaginar la literatura y el periodismo. El periódico para el que trabajaba en La Habana lo nombró corresponsal en Madrid, para dar seguimiento a la Gran Guerra. En la capital de España, entró rápidamente en contacto con esa bohemia zafia y cateta comandada por Armando Buscarini y Pedro Luis Gálvez, para medrar poco después en las tertulias y círculos literarios presididos por Rafael Cansinos-Asséns, Emilio Carrere o Ramón Gómez de la Serna. Alfonso Camín coincidió con la bohemia española que Allen W. Phillips describe así: "El tipo bohemio más profesional de la segunda promoción es, desde luego, Emilio Carrere, de abundante obra de poeta y prosista, a quien rodeaban muchos jóvenes aspirantes, acompañándole en los cafés de turno y de modo especial en el café Varela, a donde iba con mayor frecuencia" (1987:380). Allí, seguramente Camín comenzó su trato con Pedro Luis Gálvez, Alfonso Vidal y Planas, Dorio de Gádex, Eliodoro Puche, Buscarini o Xavier Bóveda, además del propio Carrere. Es éste quien ha dejado una semblanza acerca de Pedro Barrantes en La canción de la farándula, pero que es igualmente aplicable a la mayoría de los bohemios de la segunda década del siglo XX, entre los que se encontraba el "indiano" Camín:

Muchas veces le he encontrado vagando por el arroyo: roto, doliente, roído por la miseria. Iba sin norte y sin alma; sus macabrerías grotescas eran una careta para divertir o espantar a los pazguatos. En lo hondo, llevaba el dolor de su fracaso, de su vida vacía y anulada, de su trágica y cotidiana renunciación. Él sentía amargamente sus lacras, su prematura vejez y su catadura burlesca de polichinela destrozado. Y comprendía la contrafortuna de sus sueños de gloria y el hórrido presente, ruin y triste, aherrojado a la pobreza, que le conducía a veces a los aposentos del palacio de la Moncloa a purgar deslices de pluma que cometieron otros. Todo por un irrisorio puñado de calderilla (Carrere, s. f.:127).

La estampa es significativa de esa bohemia menesterosa y triste, compartida por tantos y tantos poetas y artistas de Madrid; pero más allá de sus tintas de aguafuerte goyesco o solanesco, reproduce un ambiente, una manera de vivir, un aroma de familia de la que participó activamente Alfonso Camín.

César González-Ruano ha dejado una semblanza ajustada del asturiano en Antología de poetas españoles contemporáneos, publicada en 1946:

Poeta nervioso y rotundo, con excesiva facilidad para la rima, de un gusto finisecular por lo anecdótico, que ocupaba entonces el mismo espacio de atención que para nosotros hoy lo abstracto. Camín era un tipo impresionante y un poco ya desplazado de la época en que vivíamos. Vestía de poeta oficial: chambergo, capa y pipa, a los que añadía un inseparable bastón de camorrista con el que anduvo varios meses diciendo que iba a matar a Emilio Carrere. Escribió en los cafés y entraba todos los días, exuberante y apoplético, en la madrugada despertando las persianas madrileñas con su verbo aldeano decidido y torrencial. Este bable americanizado era un gran trabajador con personalidad emprendedora de comerciante, de indiano que luchaba a muerte con su fondo destartalado y poético (1946:356).

Con todo, la inclusión de Camín en la antología de Ruano no supuso necesariamente el reconocimiento del autor, si nos atenemos a la opinión que esta antología le merecía a Pedro Salinas que, sin embargo, situaba por encima de la de Juan José Domenchina,1 publicada cinco años antes, en una misiva dirigida a Claudio Guillén: "El Ruano es un sinvergüenza conocido y profesional, eso todos lo saben. Y sin embargo, en la antología su actitud general es infinitamente superior a la del purulento Domeinquina. Todo lo que en éste es saña, envidia, zarpazos y mordiscos, se le vuelve a Ruano tolerancia, moderación, halago y elogio" (1997:404).

Cansinos-Asséns, por su parte, ahonda en La novela de un literato en ese retrato de Ruano al que le resta fiereza y sitúa, más bien, en el ámbito de la caricatura y el esperpento:

Alfonso Camín, pequeñito, pero finchado, tartarinesco, con su aire juguetón, su garrota y su puro, su gran chambergo bohemio, su carilla de zorro, en que los ojos chiquitines brillan llenos de malicia aldeana y su gran chalina, es una mezcla de candor y de picardía. Habla de sí mismo en términos ingenuamente egolátricos, dispara sus versos sin que nadie se lo pida y se los elogia él mismo con una vanidad pueril (1996, III:216-217).

Es posible que las discrepancias exhibidas por uno y otro residierann en la diferencia de edad de los autores, pero también en el trato que le habían dispensado al asturiano. Más cercano de Cansinos-Asséns que de González-Ruano, la familiaridad del roce está en el origen de su estampa, pero también en la recíproca devoción entre Camín y su inseparable Carrere, hasta formar un formidable tándem bifronte. Cansinos-Asséns nunca tuvo una buena opinión de Carrere, por lo que no es difícil inferir que dispensara la misma animadversión hacia Alfonso Camín. Escribió, por ejemplo, en La novela de un literato: "el ídolo literario de estos hampones es Emilio Carrere, el autor de La musa del arroyo, y el novelador de lo que él llama El reino de la calderilla" (1996, II:91), o, en relación con el asturiano, que "ha sido en la revistilla Norte que edita Camín, y que ni los asturianos que la costean leen" (1996, III:228).

Carrere, malabarista de las palabras y prestidigitador de su propia obra, había publicado en 1906 ese florilegio de rimas modernas que tituló, con más pretensión que justeza, La corte de los poetas. Florilegio de rimas modernas,2 en Madrid, a cargo de la Librería Pueyo. Se trata de un compendio de los principales poetas modernistas, o por lo menos del modernismo como lo entendía Carrere. En palabras de Marta Palenque, "Cabe calificar La corte de los poetas. Florilegio de rimas modernas como la antología del modernismo hispánico" (2009:XI). Quizá la afirmación de la historiadora es precipitada y poco ajustada a la realidad, pero, sin duda, fue la mejor antología en su momento. Es posible que el gusto de Carrere por el modernismo y, en particular, por los autores hispanoamericano alojados en las páginas de su florilegio contribuyera a estrechar las relaciones entre éste y Alfonso Camín. No es descartable, además, que Carrere admirara en el vate asturiano una experiencia de ultramar que ni tuvo ni habría de tener o, dicho de otro modo, que se sorprendiera de los conocidos y amigos, camaradas y compañeros que Camín se granjeaba de tener y conocer; unas amistades que para Carrere eran poco menos que inasequibles, como también recuerda Rafael Cansinos-Asséns: "Se las ha tenido tiesas con hombres como Santos Chocano y Blanco Fombona" (1996, III:318). Si prestamos atención al retrato de Cansinos, hay que conjeturar que Camín se alojaba en un mundo imaginario poco propicio para enfrentar la realidad, pero lo suficientemente verosímil como para que Carrere se embobara con sus aventuras y ocurrencias. Cansinos formula la leyenda de Camín como "verdad poética", y a continuación describe un lance cuyas consecuencias sufrió el propio Carrere. Al parecer, éste le quitó a la querida del asturiano:

Al enterarse Camín de la traición del amigo del amigo, su indignación estalló en imprecaciones homéricas. Juró matar a Carrere, borrar con su sangre la afrenta. Pero Carrere desapareció prudentemente de su vista y se escamoteó a su persecución incansable. Por aquellos días Camín recorría las tertulias literarias, buscando a Carrere y contándoles a todos la incalificable villanía de que lo había hecho objeto. Y luego añadía: —¡Lo he de matar como a un perro! Lo voy buscando y dondequiera que lo encuentre, allí lo dejo seco (1996, III:318).

En sus correrías por el Madrid de 1915, Alfonso Camín frecuentaba diversas tertulias, asiduo sobre todo de la del Café Varela, pero no rechazaba tampoco la del Café Toledo y el Café Concepción. En esas reuniones trabó amistad con Juan González Olmedilla, Eliodoro Puche, Paco Martínez Corbalán, Emiliano Ramírez Ángel, Alberto Valero Martín, Antonio de Hoyos, Mauricio Bacarise, etcétera. Su adhesión a las tertulias lo llevó a formar la suya en el ambiente del café de El Buen Gusto, en la carrera de San Vicente, frente a El Cafetal, a la que acudían Francisco Villaespesa y Eugenio Noel. Pero, quizás la que más disfrutó y en la que mejor se encontró fue en la del Café Varela, una tertulia bulliciosa y estridente a la que acudía puntual el infaltable Emilio Carrere, en la que jugaba igual al billar que al chamelo. En esos momentos, mexicanos de distintas clases y condiciones frecuentaban igualmente los cafés madrileños, entre ellos, Ramón Gómez de la Serna, quien consignó la presencia de Diego Rivera, acompañado de Angelina Beloff, en cuyos "ojos un poco estrábicos, había un punto de dolor de hígado, por el que hacía pasar constantemente un manantial de agua mineral", fundador de la Sagrada Cripta del Pombo, pero también Alfonso Reyes, de "sonrisa plácida y madura para todas las cosas. Posee el secreto de las atmósferas que es superior al secreto de los estilos y que es algo que da una sutileza inimitable", y Pedro Henríquez Ureña, "otro mejicano inteligente y superior (después cuando ya no podía dejar de creerle mejicano, supe que no lo era)" (1999:112-116). No hay noticia de que Camín acudiera alguna vez al Pombo, pero lo más posible es que sí lo hiciera acompañado de Emilio Carrere, acerca del que Ramón Gómez de la Serna tiene unas líneas aplicables igualmente al asturiano: "Carrere es quizá el caballero más de los Cafés. Va de uno en otro algunos días. Es con el que nos hemos encontrado más por ahí. Lleva por lo Cafés como el recuerdo del gran Verlaine, que fue quien más bendijo y santificó los Cafés, sus grandes Vaticanos" (1999:161). No hay que descartar que entre una tertulia y otra, entre sus colaboraciones en La Esfera, el diario El Liberal y su dedicación a la poesía, que se tradujo en la publicación de La Ruta (1916), Camín comenzaría a familiarizarse con protagonistas de la literatura mexicana, de la que ya tenía noticia durante su estancia en La Habana.

Una vez cumplido su cometido como enviado del Diario de Marina, Alfonso Camín regresó a Cuba hacia 1917, en donde su carácter bravucón y pendenciero lo involucró en una reyerta con muerte que lo llevó, primero, ante un jurado y, luego, a prisión. El motivo por el que fue encarcelado no está del todo claro, pero no hay duda de que ese suceso está en el origen de su traslado a México. Fernando Fernández se limita a reproducir una escueta noticia biográfica en que atribuye su partida a "ciertos lances personales" (2010:48). Con todo, no hay que descartar que en la breve estancia en La Habana, a su regreso de España, trataría con poetas y escritores mexicanos que habían sido deportados en esos años a Cuba, a raíz de la caída de Victoriano Huerta y la toma del poder de Venustiano Carranza. Yoel Cordoví Núñez indica que 1915 arreciaron las deportaciones, y en La Habana se reunió un nutrido grupo de intelectuales, artistas y escritores mexicanos, entre los que sobresalían Salvador Díaz Mirón, Luis G. Urbina, Federico Gamboa o Francisco M. de Olaguíbel (2010:73-78). En el "Prólogo" de la Antología de poetas mexicanos, Camín recuerda emocionado el exilio de Díaz Mirón: "En Cuba, durante unos años de destierro por motivos políticos, supo llevar su pobreza con dignidad que no ha tenido muchos imitadores. Se dedicó a dar clase de matemáticas en un colegio habanero. Muchos jóvenes cubanos hablan con orgullo de haber tenido como maestro a Díaz Mirón" (1929b:13).

Ya en México, Camín se introdujo rápidamente en los ambientes literarios y periodísticos, seguramente gracias a la intercesión de Alfonso Reyes, Diego Rivera o Henríquez Ureña, aunque ninguno de ellos ha registrado haberlo conocido. Con todo, Alfonso Camín desembarcó en el puerto de Veracruz ya con la fama de haber iniciado la poesía afroantillana, equipado con una copiosa obra literaria, excesiva para su edad pero no para su facilidad ripiadora, y revestido de una aura legendaria mistificadora de su vida bohemia y alborotada.

El artículo de Fernando Fernández compendia diferentes juicios críticos de la obra de Camín, así como su extraña relación con Ramón López Velarde prácticamente desde su llegada a México. En lo poético, el asturiano es un ejemplo de poesía modernista, que cultivó con profusión, pero que ya hacia 1920 comenzaba a dar signos de anacronismo y extenuación. Juan Manuel de Prada dice de él que fue un "modernista profuso y rezagado que también sintió querencia por los climas tropicales" (2001:149-150). Pocas, pero rigurosas palabras que Fernando Fernández precisa un poco más, al considerar que "no fue más que un modernista que apareció tardíamente, cuando la batalla por imponer el movimiento había sido ganada, y nunca salió de él" (2010:50). Casi todos los estudiosos que han atendido la obra de Camín coinciden con el juicio de Fernández, desde José María Martínez Cachero (1990) hasta Luis García Martín (1998), desde Gastón Baquero (1969) hasta Sainz de Robles (Fernández, 2010:49).

La primera aparición pública de la que hay constancia de Alfonso Camín en el panorama literario y cultural de México se produjo desde las páginas de la revista Tricolor. Una Revista de Cultura Mexicana, en el número 25 de 1920, dirigida por el también español Julio Sesto, quien dedica unas líneas a su compatriota que preceden a su poema "La pistola":

Alfonso Camín es un poeta español que pasea por estas Américas las rebeldías de su juventud, como antaño las paseara Valle-Inclán. Acaba de publicar el compañero Camín Alabastros, fuerte y bello libro de versos que editó la Librería Española, para bien de la intelectualidad hispana en México, y de Alabastros arrancamos con la venia del gentil poeta astur, la siguiente composición, y hondamente característica (1918:s. p.).3

Julio Sesto recuerda, en "Larga crónica de un largo viaje", publicada también en Tricolor, en el número 11 de abril de 1918, los encuentros en Madrid con diferentes artistas y escritores con el objeto de solicitarles colaboraciones para su revista:

De lo que traigo, del acopio de material sensible, literario y gráfico que viene en mi pensamiento y en mi equipaje, ya se irán enterando los lectores de Tricolor poco a poco. Quedó en La Habana, en poder de la censura, una buena parte del acervo literario arrancado a los amigos de Europa, que dibujan y que piensan, que hacen rimas y que pintan. Pero se irá dando, desde el número próximo, algo que habrá de interesar a todos vivamente, y Tricolor, debido a este mi viaje de sacrificio, será algo más de lo que fue hasta ahora.

Por lo demás, vi a Valle Inclán, a Galdós, a Ramírez Ángel, a Benavente, a Carrere, a Díaz Mirón, a Nervo... y estuve en casa de Marco, de Sorolla, de Pla, de Salans, de Rusiñol, de Juan Ramón Jiménez, y en el Castillo de la Pardo Bazán y en el Palacio de la Infanta Isabel y en otros muchos sitios que pueden y no pueden decirse todavía (1918b:s. p.).

No hay duda de que, si Sesto se entrevistó con Carrere, éste le dio noticias de la presencia de Alfonso Camín en México, lo que explica tanto las colaboraciones de Emilio Carrere como de Camín en Tricolor. Por lo demás, no está clara la andadura del asturiano en México. Fernando Fernández insiste en la estrecha relación de Alfonso Camín con Ramón López Velarde, que le dedicó el poema "Aguafuerte" y que a partir de entonces el asturiano "hizo de él lo que iba a hacer durante el resto de su vida, que lo citó, recitó, sacó a colación, imprimió, reimprimió, glosó, mencionó y volvió a mencionar todas las veces que pudo" (2010:52). El poema se publicó por primera vez en El Heraldo Ilustrado, el 31 de diciembre de 1919, en México, y es un retrato ligero y juguetón del asturiano, pero exhibe sus cualidades más sobresalientes, no muy alejado del pergeñado por Cansinos-Asséns:

Alfonso, inquisidor estrafalario:
te doy mi simpatía, porque tienes
un aire de murciélago y canario.

Tu capa de diabólicos vaivenes
brota del piso, en un conjunto doble
de Venecia y Jesusalenes.

Equidistante del rosal y el roble
trasnochas, y si busco en la floresta
de España un bardo de hoy, tu ave en fiesta
casi es la única que me contesta (1998:221).

Enrique Fernández Ledesma delata la proximidad de Alfonso Camín al grupo de López Velarde, que incluía a Rafael López, Enrique Fernández Ledesma, Jesús B. González o Enrique González Martínez, al reivindicar su tono americanista que lo vuelve un caso raro dentro de la decadencia poética española a principios de los veinte, en las páginas de México Moderno, en noviembre de 1921:

Un desfile de tenores lamentables merodea por los jardines de Apolo, y los paladares que gustan del Rioja y del Cariñena no catarán el vino velardeano.

El exponente de valores líricos españoles que se despeña, aun en las revistas culminantes, con instintos de horda, parece confirmar mi vaticinio. Ya los nombres ilustres de Marquina, Díez Canedo, Juan Ramón Jiménez, Carrere y dos o tres más, se aíslan en sus heredades para que pase la langosta.

Un español, tumultuoso, para no faltar a la tradición, pero que lleva en sus jaulas al ruiseñor de América: ese poeta mórbido que se llama Camín, ha sentido conmigo, en la dignidad del espíritu, el vilipendio de las letras peninsulares hacia los racimos apolíneos (1998:420).

Fernando Fernández documenta la estrecha relación de Camín con el Círculo Zacatecano de literatos de la capital de la República: "Se veían en un Círculo Zacatecano que estaba ubicado, según dice con vaguedad, por Cinco de Febrero y Mesones, donde jugaban a las carambolas, entre otros, con Fernández Ledesma, Rafael López y Jesús B. González", además de López Velarde (2010:54).

Así, hacia 1919 parecía probado que Camín se había instalado confortablemente en el ambiente cultural mexicano, había establecido relaciones de amistad sinceras y comenzaba a abrirse paso en las diferentes empresas periodísticas y literarias del país. No es una casualidad que en el número de México Moderno dedicado a López Velarde con motivo de su muerte apareciera un sentido homenaje poético de Camín, "Los tres perfiles", publicado en el número doble 11-12 de 1921. Se trata de un poema, hiperbólico y encomiástico, en la mejor tradición de fin de siglo:

Tenías tres perfiles. Tu humanidad nos vino
de lejos, aún más lejos que nos llegó el rabino;
uno de tus perfiles llegó de las pirámides,
hembras de bronce han puesto luto sobre sus clámides;
la Esfinge del Desierto su cólera no aplaca
y sueltos los cabellos, María la egipciaca
humedece de lágrimas la abundante melena
del león legendario que descansa en la arena (1921:289).

Las crónicas redactadas con motivo de los actos celebrados por la muerte de Ramón López Velarde, el 19 de junio de 1921, según consigna Luis Mario Schneider, registran el nombre de Alfonso Camín entre los asistentes al funeral junto con los nombres más representativos de las letras del país, entre los que destacaban Manuel de la Parra, Rafael Heliodoro Valle, Manuel Loera Chávez, Carlos González Peña, Antonio Caso, Jaime Torres Bodet, Rafael López, etcétera (1988:257-258). Camín, pues, no aparece en las diferentes notas como alguien ajeno al mundo literario, tampoco como un desconocido, sino más bien perfectamente integrado al ambiente literario de la capital de la República. Pocos años después, seguramente hacia 1923 o 1924, Alfonso Camín regresó a Madrid y continuó su amistad con aquellos escritores que había conocido en su primera estancia. Fernando Fernández indica que, una vez en la capital de España, colaboró con diferentes publicaciones como Castillos y leones, Rojo y Gualda, Ambos Mundos, etcétera, pero su gran aportación fue la revista Norte, empresa periódica de longeva vida que alcanzó los treintaiocho años, entre 1929 y 1967, que apareció primero en España y luego, una vez que comenzó la guerra civil, en México, en donde se exilió el poeta hasta su regreso definitivo a Asturias en 1967, como declara en el libro El retorno a la tierra (Nuevos poemas asturianos): "si soy el roble con el viento en guerra, ¿cómo viví con la raíz ausente?, ¿cómo se puede florecer sin tierra?" (1948:133).

Lo relevante es que en 1929, año de la publicación de la Antología de poetas mexicanos, elaborada por Alfonso Camín, pocos escritores e intelectuales españoles conocían de primera mano la literatura mexicana, como era el caso del poeta de La Peñuca; de hecho, Fernando Fernández afirma que

a finales de los años veinte, la revista madrileña La Esfera le pidió elaborar un número especial sobre México. Quien lo haya tenido delante [...] sabe que es una joyita bibliográfica sobre aquellos años en nuestro país. No sólo por su estupenda colección de fotos; también porque Camín despliega sin limitaciones todos sus recursos y lo mismo hace entrevistas que reportajes, se ocupa de la industria que del patrimonio arqueológico, copia poemas de los principales poetas del país, redacta él mismo poemas y artículos que firma con su nombre o pseudónimos... (2010:50).

Así, hacia finales de 1928, seguramente Camín ya había despachado ese encargo para La Esfera y se encontraba sumergido en el nuevo encargo, posiblemente por mediación de Emilio Carrere, para la colección popular Los Poetas (véase, Palenque, 1986 y 2001). El número 34 salió de la imprenta Gráfica Unión el cuatro de mayo de 1929, con un precio de 50 céntimos por ejemplar, bajo el título Antología de poetas mexicanos. Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo, Francisco A. de Icaza, Manuel Gutiérrez Nájera, Enrique González Martínez, etc., etc., etc. La antología formaba parte de la orientación monográfica de la colección Los Poetas. En cuanto al tiraje, debió oscilar entre los cinco o diez mil ejemplares, pero no hay datos al respecto en los mismos ejemplares. Los Poetas era un repertorio de poesía que coincidió con el fin de la dictadura de Primo de Rivera. El primer volumen de la colección apareció en 1928, y el último, en marzo de 1930; es decir, apenas disfrutó de una vigencia de dos años. Ya para ese momento, dentro de España, la colección resultaba anacrónica y extemporánea, si nos atenemos a los autores representados, más vinculada a las postrimerías del siglo XIX que a la década de los veinte del siglo XX. Hay que considerar que a finales de los veinte convivían en España diferentes tendencias artísticas y literarias, como el ultraísmo, un incipiente surrealismo o los jóvenes poetas de la Generación del 27, cuyo acto fundacional ya había tenido lugar, que hacían del modernismo practicado por Camín y de su antología una estética en desuso (Mainer, 1986:181-214). Marta Palenque afirma que "en conclusión, el canon que ofrece Los Poetas está anclado en el siglo XIX, en los modelos poéticos realistas. Junto a ellos habría que situar los procedentes del Romanticismo y la parcial entrada del Modernismo, minoritaria si se compara con la poesía decimonónica. No se hallan poetas vanguardistas ni del 27" (1986:99). Sin embargo, desde el punto de vista del diseño, los números exhiben una modernidad que desmiente la nómina de los autores registrados, ya que ha abandonado el formato de cuadernillo, habitual en las colecciones populares, y presenta otro cercano al libro de bolsillo, con unas portadas atractivas y sensuales, inspiradas en el art nouveau, y distintas para cada entrega. Sobresale el repertorio por los prólogos introductorios, una novedad si se considera que los números estaban destinados al gran público, además suelen acompañarse de grabados e ilustraciones alusivas para cada número. Palenque también destaca las diferencias entre esta colección popular y otras con las que coincide:

En el contexto de la literatura popular, este Los Poetas manifiesta una evolución coincidente con otras colecciones paralelas. Ya ha tendido a desaparecer la caduca forma del cuadernillo, tan cercana al folletín (que mantienen sin embargo algunas colecciones dirigidas al mercado proletario como La Novela Política) y se evoluciona hacia un nuevo formato, cercano al moderno libro de bolsillo, con cubiertas en colores vistosos e ilustraciones interiores, como se observa, además de en Los Poetas, en La Farsa, El Teatro Moderno y Comedias, todas de igual precio (50 céntimos). Los Poetas parece querer individualizarse en su formato y en sus contenidos como producto de cultura, y se caracteriza por su muy cuidada presentación, que incluye grabados, textos críticos de introducción a los autores seleccionados y un prólogo (19086:62).

En estas circunstancias apareció la Antología de poetas mexicanos, al cuidado de Alfonso Camín, que nutría así el repertorio de una colección que había publicado ya a Campoamor, Espronceda, Villaespesa, Fray Luis de León, Manuel Reina, Francisco Villaespesa, Felipe Sassone, Jacinto Verdaguer, Emilio Carrere, Salvador Rueda, etcétera. Si la antología resultaba relativamente trasnochada para España, lo mismo puede decirse de la nómina de poetas mexicanos respecto de su país. En los veinte, México vivía una efervescencia en lo literario que había arrumbado, a finales de esa década, al modernismo que exhibe la compilación de Camín; habían surgido los poetas de la provincia, había aparecido el estridentismo y Xavier Villaurrutia ya había leído su conferencia en la Biblioteca Cervantes acerca de la nueva poesía de México, punto de partida de los Contemporáneos (véase Pascual, 2011a y 2011b; Sheridan, 1985). Además, un año antes de la antología de Camín, había aparecido la de Jorge Cuesta, Antología de la poesía mexicana moderna, cuyos criterios de selección poco tienen que ver con aquella, como recuerda Guillermo Sheridan, en la "Presentación" de la Antología de la poesía mexicana moderna, al escribir que "el espíritu de la selección fue, por otro lado, el de la actualidad, término favorecido por el grupo sobre modernidad o vanguardia" (1985b:18). Además, mientras la compilación de Alfonso Camín es más bien un muestrario de la poesía mexicana de finales del siglo XIX, muy del gusto de su autor, la de Cuesta, como también dice Sheridan:

Fue en principio un ejercicio crítico. El que pareciera estar hecha a contrapelo del gusto popular sólo es el resultado del espíritu crítico que la presidió y de su negativa a hacer concesiones importantes. Más que iconoclastia, habría que ver en ella una reconsideración del pasado en pos de aquello que el pasado puede ofrecer: una lección y una advertencia. El trabajo buscaba simultáneamente una raíz funcional y un desarraigo fatal, una conciencia de pertenecer a una tradición y una voluntad de continuarla o de negarla (que es la otra forma de hacerlo) (1985b:19-20).

Poco o nada tenía que ver una antología con otra, ni por sus propósitos, ni por sus intenciones, ni por sus autores. Mientras la de Cuesta buscaba ocupar un espacio a partir de la actualidad poética en el panorama literario del país, presidida en todo momento por una voluntad de grupo, la de Camín obedecía a un gusto personal, seguramente guiado por afectos y adhesiones en algunos casos personales, además de la evidente afinidad por el modernismo. Por otro lado, la Antología de poetas mexicanos buscaba dar a conocer esta poesía para un público extranjero, a diferencia de la de Cuesta dirigida a un lector versado y conocedor del medio. No hay comparación posible entre ambas, a no ser el hecho de que las dos aparecen de manera casi simultánea, pero ofrecen un panorama completamente diferente de la poesía mexicana. Un texto de Xavier Villaurrutia, "Cartas a Olivier", publicado en el número 2 de la revista Ulises, en 1927, daba cuenta de la profunda distancia entre una antología y otra, entre el propósito de una y el de otra, al registrar:

Oscuro destino el de los modernistas de América. Como en el poema de Juan Ramón, precisa ir desnudando su poesía porque, si no lo hacemos, corremos el peligro de irla odiando sin quererlo. ¿Cuándo tendremos —me decía no hace mucho Alfonso Reyes— una selección estricta de la obra de nuestros líricos? No las obras completas sino las poesías mejores. Pienso que bastarían unas cuantas páginas. Othón ocuparía el mayor número. Díaz Mirón, Nervo, González Martínez, Tablada y López Velarde tendrían derecho a figurar con unas cuantas poesías. Gutiérrez Nájera, ¿por qué no decirlo?, a unos cuantos versos apenas (1927:15).

Unas palabras significativas de la manera en que los Contemporáneos consideraban a los autores modernistas dentro de la tradición literaria mexicana y su discrepancia con los criterios, no sólo de elaboración, sino también de significación, de la de Alfonso Camín.

Quizá estas diferencias no tendrían mayor importancia si no hubiera aparecido igualmente en 1928 la Galería de los poetas nuevos de México, de Gabriel García Maroto, publicada por la Gaceta Literaria, en Madrid. Se trata de un florilegio inspirado en la antología de Cuesta, que reúne a los "poetas nuevos" de México, que, con todo, llevaban publicando hacía más de una década en diferentes revistas literarias como México Moderno, La Falange, El Maestro y, además, casi todos eran autores de varios libros de poesía, como Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Enrique González Rojo, Manuel Maples Arce, Salvador Novo, Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia. Quizá la antología de Maroto fue una estrategia de promoción del grupo Contemporáneos, pero era ya elocuente de que otra poesía se estaba cultivando en México, alejada definitivamente de los postulados y premisas modernistas y finiseculares en los que todavía estaba varada la de Alfonso Camín. Además, a diferencia de la de Camín, la Galería no presenta introducción ni presentación, más bien se añade una breve semblanza y una pequeña nota bibliográfica de cada autor consignado. La Galería de Maroto, a diferencia de la Antología de Cuesta, no es tanto una declaración o un manifiesto de los Contemporáneos como sencillamente una presentación de ese grupo ante el público español, y corrige en parte los excesos en los que incurrió aquélla, seguramente motivada por la recepción en Madrid de la Antología de la poesía mexicana moderna, como recoge Sheridan en Los Contemporáneos ayer:

La Antología, publicada con el sello de Contemporáneos en mayo de 1928, fue considerada —con razón— una antología-declaración como las que circulaban en España y Europa en ese momento. La reacción en México fue inmediata y, por supuesto, condenatoria. César Arconada, comentarista de La Gaceta Literaria de Madrid, expresó su desencanto ante la ausencia de un tono épico y cívico en la antología y, sobre todo, en la poesía de los nuevos (1985:314).

Paradójicamente, ese tono épico y cívico añorado por el reseñista de La Gaceta es el que ofrece en España la Antología de poetas mexicanos de Alfonso Camín. Por lo demás, este compendio no comparte ni el espíritu beligerante, ni el aliento rupturista, ni el ánimo declarativo de la de Cuesta. En este sentido, la temperatura literaria de la de Camín está más próxima a la de Maroto, que ésta a la de Cuesta. Con todo, no hay duda de la voluntad de García Maroto de confeccionar un volumen que a la vez que presentaba a los nuevos poetas mexicanos subrayara la singularidad del grupo representado. En realidad, la antología de Cuesta guarda más afinidad de criterios y propósitos con Poesía española. Antología 1915-1931, de Gerardo Diego, publicada en 1932, que con la Galería de los poetas nuevos de México.

Hay que recordar que tanto Alfonso Reyes como Pedro Salinas son autores de unas líneas que permiten clasificar las antologías según su propósito e interés. Para el primero:

Las hay [antologías] en que domina el gusto personal del coleccionista, y las hay en que domina el criterio histórico, objetivo. Para nuestro fin, las segundas no interesarían fundamentalmente, y las primeras sólo como ilustración accesoria. Las antologías —prácticamente tan antiguas como la poesía— tienden, pues, a correr por dos cauces principales: el científico o histórico, y el de la libre afición. Estas últimas, en su capricho, pueden alcanzar casi la temperatura de una creación (1952:113).

Para el español:

Yo veo —latu sensu— dos criterios para hacer una antología. El primero, el histórico. Fidelidad a lo existente. Aspiración a presentar con propósito informativo y noticiario una producción determinada de una determinada época. Todo lo que ha alcanzado cierto rango de fama, de difusión, de influencia, hasta de venta, cabe y debe caber en ella. Tipo muestrario, repertorio abreviado donde conviven, como en la realidad, tendencias y gustos dispares [...] Y otro criterio, el que yo llamaría de estilo. Parcial, pero de parte, no de partido. Se trata de recoger obras que respondan a una cierta concepción espiritual o formal del arte [...] Y admitido un punto de vista sobre la poesía, hay que aceptar las inclusiones y omisiones que de él se derivan, y que no son sino obediencia, fidelidad al modo de ver inicial (1997:263).

Los dos autores coinciden prácticamente en los criterios en los que reside la elaboración de una antología, aunque, como señala José Francisco Ruiz Casanova, en Anthologos: Poética de la antología poética, Salinas propone la "actualidad" como una directriz pertinente y ajustada que se traduce en el texto de Salinas en los términos de "estilo, no de gusto estético del antólogo, de estilo de los poetas, y de parcialidad —esto es, la antología como muestrario— y no de partidismo" (2007:124).

En los términos referidos, la Antología de poetas mexicanos responde, sin duda, a un criterio histórico puesto que la nómina de los poetas corresponde al periodo entre 1870 y 1920, pero se trata de una selección establecida en razón del gusto del autor, por lo que sobresalen los autores propiamente modernistas, antes que los románticos y realistas. No es necesario reiterar que Alfonso Camín fue devoto de la estética modernista, para la que tenía disposición y habilidad, hasta el punto de que nunca cambió su registro poético, como tampoco de atuendo, a lo largo de su vida. Era natural que la selección de poemas y poetas respondiera a su gusto literario.

La portada del número recrea a una joven desnuda emergiendo entre las olas de un mar proceloso, pero rendidas a sus pies cubiertos por la marea; la blanca espuma rodea a la mujer, sobre las olas azules y verdes. La imagen ilustra los versos de Salvador Díaz Mirón que se leen en el margen inferior izquierdo de la portada: "Alumbrar es arder. Estro encendido / será el fuego voraz que me consuma / la perla brota del molusco herido / y Venus nace de la amarga espuma". Los versos corresponden al poema "A Gloria", fechado en diciembre de 1884, estando el poeta en la ciudad de México después de haber sido elegido diputado para El Congreso de la Unión (1929:55-56). A continuación, Alfonso Camín firma el prólogo, pero es una introducción curiosa y anómala puesto que, en lugar de comentar la selección de los poetas o, por lo menos, unos rasgos de la poesía mexicana encerrada en esas páginas, se limita a hablar de Salvador Díaz Mirón, y no tanto de su obra como de algunas anécdotas personales que atestiguan el carácter irritable y violento, pero también amigable y fraterno del veracruzano:

La juventud de Díaz Mirón es temeraria y aciaga, insurrecta y magnífica. Su impetuosidad le hace dejar las bardas provincianas para saltar hasta las barricadas de la política. Desde las columnas del periódico lanza sus prosas de hoguera. Es el hombre completo: un gran prosista, un gran periodista, un gran poeta. Hombre de arrestos y hombre de extraordinaria cultura. Sufre prisiones y duelos. Van hacia él los ultrajes, en cabalgata de bárbara romería. En uno de estos lances, pierde el vigor de un brazo. Lo llevará encogido como rama de parra cimarrona, con la que irá aguillotinando un puro. Pero no ceja en sus bríos. Su frente se alza tanto por sobre los hombres, los pueblos y los paisajes, que mira sin alzar los ojos, las cimas de los volcanes, vigías de la nación coronados de nieves perpetuas, a los que luego canta como a hermanos mellizos (1929b:9).

Apenas Camín comenta la obra de Mirón, parece obsesionado con el prestigio adquirido entre los más conspicuos hombres de letras del momento; más que una introducción a la poesía del mexicano, hay una exacerbación del mérito literario y del carácter del poeta justificados tanto por el afecto como por la adhesión incondicional del asturiano. Escribe, por ejemplo:

Su negra melena rebelde y violenta, de agresivos mechones retintos, su genio de hijo predilecto de los ciclones del Golfo, alargan su prestigio en América en momentos en que Darío lanza al azul sus primeros poemas. El bardo nicaragüense admiraba al poeta de Méjico. Ignoro por qué circunstancias diplomáticas, una vez que fue Darío a Méjico, no pasó de Veracruz, primer puerto de escala. Cuando partió de nuevo, sin poder admirar la belleza de las cumbres de Maltrata, le preguntaron al poeta:
—¿Va usted molesto?
—No. Olvido el incidente, doy por bien hecho el viaje, en gracia de haber conocido a Díaz Mirón (1929b:10).

Pero el prólogo desmerece el número de poemas de Díaz Mirón incluidos en la antología, ya que se limita al referido. Además del veracruzano, Camín ofrece poemas de Vicente Riva Palacio, Manuel Olaguíbel, Francisco G. Cosmes, A. Manzanilla, Gregorio de Gante, Rafael López, Amado Nervo, Manuel M. Flores, Enrique González Martínez, Santiago Sierra, Joaquín D. Casasús, Enrique Fernández Granados, Juan B. Delgado, Adalberto A. Esteva, Balbino Dávalos, José M. Bustillos, Francisco A. de Icaza, Rubén M. Campos, Manuel Gutiérrez Nájera, José María Roa Bárcena, Ignacio Ramírez, Antonio Zaragoza, Manuel José Othón, Eduardo E. Zárate, Joaquín Arcadio Pagaza, Antonio Médiz Bolio, Felipe T. Contreras, Wenceslao Alpuche, Francisco Sosa, Manuel Acuña, José Juan Tablada y José Joaquín Pesado. En total, 33 poetas de diferentes tendencias particularmente efervescentes a finales del siglo XIX: desde poetas románticos, hasta naturalistas y realistas; desde modernistas de la primera hora, hasta decadentes. Llama la atención la inclusión en la nómina, por ejemplo, de Balbino Dávalos o José María Bustillos, escritores importantes en su momento, pero que hacia mediados de los veinte ya estaban olvidados. El repertorio consignado por Camín es amplio y completo para tener un conocimiento de los poetas finiseculares sin importar su tendencia literaria o su signo poético. Es relevante, por otro lado, que apenas haya escritor alguno que se diera a conocer en las primeras décadas del siglo XX.

La Antología de poetas mexicanos de Alfonso Camín obedece a criterios históricos y de gusto personal; siendo él mismo modernista de temperamento, aprovechó la ocasión que le había ofrecido la colección Los Poetas para confeccionar una selección que diera cuenta antes de sus intereses que de los de la literatura mexicana en ese momento. Es curioso que no aparezcan poemas de López Velarde, quizá debido a un descuido, algo que se antoja poco verosímil si nos atenemos al afecto que siempre sintió Camín por el zacatecano. Seguramente, además de la afinidad personal, la directriz histórica operó como instrumento para excluir la presencia de Velarde y, seguramente, la de otros conocidos ya mencionados. Sin embargo, la nómina de autores consignados en el repertorio de la antología exhibe un conocimiento serio y riguroso de la poesía mexicana en ese periodo, algo particularmente significativo para un momento, 1929, en el que la mayoría de esos poetas habitaba el olvido. Dentro de la mejor tradición de las antologías, la de Camín aspiraba a ser un muestrario noble y generoso de una poesía que quizá no había recibido en España la atención merecida.

 

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Notas

1 Se refiere al florilegio elaborado por Juan José Domenchina, Antología de la poesía española contemporánea, por la editorial Atlante, de México, en 1941, con epílogo de Joaquín Díez-Canedo.

2 Utilizo la edición a cargo de Marta Palenque (2009). La antología de Carrere incluye a algunos poetas mexicanos modernistas (véase Pascual, 2011:89-108).

3 La revista Tricolor, desde su primer número y hasta el final, prescindió de la numeración de las páginas, por lo que siempre señalo s. p.

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