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Revista de El Colegio de San Luis

versión On-line ISSN 2007-8846versión impresa ISSN 1665-899X

Revista Col. San Luis vol.3 no.5 San Luis Potosí ene./jun. 2013

 

Reseñas

 

Paul Liffman. 2012. La territorialidad wixarika y el espacio nacional. Reivindicación indígena en el occidente de México

 

Arturo Gutiérrez del Ángel*

 

Zamora: El Colegio de Michoacán, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2012.

 

* El Colegio de San Luis.

 

Si se me permite el parangón, el libro que nos convoca es equivalente a un Alef borgiano de la antropología; aparece en un momento y espacio precisos para dejar ver hechos que se nos escapan: por un lado el despojo histórico de las tierras huicholas y por otro la lucha que este pueblo ha mantenido durante siglos para no ser exterminado. En este Alef liffmaniano puedes entender un variopinto de temas que son abrazados por la pluma ágil del autor; temas que aparentemente se encuentran lejanos pero que Liffman capitaliza mediante un conocimiento etnográfico dimensional del pueblo wixaritari: la ritualidad y la propiedad privada, la mitología y el lenguaje, el parentesco y las luchas de clase..., etcétera. No obstante, el tema central irradia de un punto: el territorio wixaritari. El territorio por el que las culturas se devanan en espirales de alianzas y guerras, de matrimonios o rupturas. Pero Liffman deja en claro que el territorio no es lo que todos consideramos que es, es mucho más. Es pero no sólo es la tierra en que una cultura habita; es pero no sólo es el terreno en donde se edifican las casas, los ranchos, los templos. Es también un conjunto de lugares socialmente producidos que los actores recorren, imprimiéndoles un dinamismo que me gustaría llamar "elástico". Dúctil porque su naturaleza se contrae o dilata por la construcción en discurso de nuevos o viejos lugares. Por ello, al autor le interesa descollar en los significados cambiantes, nunca estáticos, en relación con el paisaje.

A lo largo de las 343 cuartillas, siete capítulos, una bibliografía y dos apéndices que constituyen el cuerpo de La territorialidad wixarika y el espacio nacional, Liffman vuelve presente el conocimiento que los huicholes tienen de su territorio en el contexto del ritual, de la violencia, del Estado y de los discursos globalizantes sobre la indigenidad. Por ello, el libro muestra cómo las demandas indígenas se remontan aun hasta las prácticas tributarias precoloniales y las relaciones sacrificiales con los propietarios sobrenaturales del entorno natural, lo que ayuda a este pueblo a construir demandas dirigidas al Estado mexicano. Reclaman ser ciudadanos, pero ciudadanos wixaritari.

Uno de los mayores logros de este libro es una pregunta nunca formulada pero que lentamente se impone entre líneas a la conciencia del lector (otro acercamiento al Alef): "¿qué hace la antropología parcelando conocimientos que por sus características son integrales?, o bien ¿se puede estudiar el ritual sin conocer las leyes que gobiernan la propiedad de la tierra, el parentesco u otras formas? La respuesta es no, y la negación admite sin duda la dimensión integral y humanista del libro. Indica que si bien el tema del libro es la territorialidad, uno de sus constructos es teórico, pero también ético, al aceptar que "la base cultural para las demandas territoriales era lo que la gente que yo quería estudiar deseaba que investigara...". Puede, y repito, ¿hacerse una antropología sin las personas con las que uno trabaja? Stavenhagen hace poco dimensionó esto a propósito del problema minero en Wirikuta y decía: "La antropología debe reformularse y pensarse distinto, en que los estudios consideren e incluyan a las personas como tales, sus problemáticas y entonces estaríamos ante un humanismo que se nutre de su propia agentividad". Así, de esta pregunta no formulada el autor hila magistralmente aquellos significados de la tierra en sus disímiles extensiones, las demandas que acompañan a los paisajes y el discurso político de los huicholes.

Y digo que este libro aparece en el momento justo y en el tiempo exacto porque la tierra huichola, su paisaje y sus espacios vividos son amenazados por minas trasnacionales. Más que nunca a los neófitos de la antropología y a los que trabajamos a la par de este pueblo nos es indispensable leer el libro que tengo la oportunidad de presentar ahora. Las minas no amenazan una tierra, sino que abisman culturas irrepetibles en la historia y en el tiempo. Este espacio apostado es el que Liffman va develando y viendo cómo los huicholes se insertan, si se me permite la metonimia, biológicamente al territorio vivido. Incluso en la introducción el autor comenta: "Justo cuando este libro está por entrar en prensa, los huicholes enfrentan un reto sin precedentes con respecto a la compatibilidad de su simbolismo ritual y la actividad económica regional. La minera canadiense First Majestic Silver Corporation ha empezado los trabajos iniciales en 6 000 hectáreas de concesiones que incluyen gran parte de la región de Real de Catorce...".

Gracias a este libro podemos entender qué significa para los huicholes esto. Ahora bien, para el autor esta problemática va más allá, y para demostrarlo construye un marco teórico que posibilita visibilizar las relaciones entre el indigenismo y la tierra en México, la globalización y el efecto que ha tenido en los huicholes. Una cita que hace el autor de Whetten pone en evidencia esto: "Los ejidos son considerados dotaciones más que restituciones de tierras prehispánicas o coloniales, lo cual vuelve al ejido más vulnerable al clientelismo estatal y más cercano a la economía de mercado (43).

Como señalé con anterioridad, Liffman tiene la intención de dar a conocer la larga lucha de reivindicaciones territoriales de los wixaritari y su derecho legal a poseer comunalmente su territorio vivido, lo que implica el lugar que habitan pero también el lugar donde llevan a cabo sus celebraciones. Por ello, en este libro se relaciona la teoría del lugar enfocado en la conexión del actor (que yo le llamaría "actante") con la territorialidad en un contexto que puede ser local o nacional. En su análisis, Paul circunscribe los efectos de la migración y las reformas neoliberales, tomando en consideración las demandas formales de autonomía como respuesta a la territorialización y la asimilación cultural. Punto de gran peso en la realidad actual.

Los lugares, como bien lo revela el autor y que me parece brillante, no son necesariamente lugares con una topografía marcada. Son lugares que sirven también de espejo a la cultura; que surgen de un discurso bien articulado y que redelinean los hábitos e identidades de personas reales con lugares concretos.

El autor nos sumerge en las eventualidades históricas transformadas en narrativas posibles en cualquier tiempo y espacio. El mundo de los antepasados se vuelve posible y se recrea en los límites de la existencia al habitar los espacios consagrados por estos muertos-deidades. Así, los derechos sobre sus muertos es su derecho sobre sus tierras y paisajes. Por ello, estos antepasados se vuelven un referente político, lo cual, comenta el autor, forja una relación única entre territorio, ritual, memoria histórica, discurso político, en fin, parentesco. Las tierras henchidas de memoria que etnografía con gran claridad el autor, recuerda sin duda los hexámetros de la Ilíada que cantan a la lucha de los dioses; a los sueños de los dioses, a los sueños de los hombres con sus dioses; o, por qué no, a los mundos maravillosos de Herodoto, que fundan toda una ciencia que convoca hoy en día a todos.

Al igual que en aquéllos, las epopeyas huicholas se constituyen mediante la memoria de sus antepasados, o héroes, si se prefiere, que Paul sabe definir a través de su materialización: son los documentos de las tierras ancestrales, los accidentes geográficos que vinculan ciertos referentes con eventos determinados, los rituales, migraciones y peregrinaciones. Son, diría yo, la memoria en una dimensión mitológica a que el espíritu científico muchas veces no ha sabido darle la métrica topológica adecuada.

Aunado a esto, otra de las preocupaciones que atraviesa las reflexiones del autor es la constitución del territorio y se pregunta: ¿cómo se crea el territorio? Una respuesta etnohistórica acude a él: "Desde tiempos prehispánicos, los viajes y la migración con fines de cacería y comercio han conducido a los huicholes a crear sus lugares sagrados particulares. Cuando la gente asienta lugares a través del movimiento de personas, bienes o ideas en un espacio, termina por asociar repertorios de imágenes y textos con ese lugar". Perfecto, aunque yo agregaría, termina de asociar esos lugares con el cuerpo mismo, porque ese cuerpo, el que camina, el que peregrina, el que anda... se convierte en modelo mismo de la territorialidad, término que me ha sido revelado por los huicholes como kieyari, que me parecería una unidad mínima de significado. Por cierto, esto me recuerda una anécdota que el periodista Ryszard Kapuscinski recoge en su libro Ébano, a propósito de un saludo que entre personas desconocidas dura hasta dos horas: "¿Qué quién soy? Soy Soba, de la familia de Ahmad Abdullah, la cual pertenece al grupo de Mussa Araye, que, a su vez, pertenece al clan de Hasean Said, el cual forma parte de la unión de clanes isaaq...". El fin de esos saludos, dice el periodista, es ubicar al sujeto en un linaje determinado de un clan y un territorio para saber, a fin de cuentas, cuáles son sus alianzas y cuáles sus antepasados. Así se sabe si el otro es amigo o enemigo, si se puede crear alianzas o bien se le puede matar. Esto podría interpretarse bajo el texto de Paul cuando indica que "la territorialidad huichola depende tanto de prácticas dinámicas como de costumbres heredadas o de una jerarquía cosmológica inmutable". Así, la información que se desprende del Soba de Kapuscinski es lo que los wixaritari de Liffman consideran singularmente significativo para excluir o incluir de eso que el autor denomina "flujos de cosas descentradas".

A su vez, al autor le preocupa de dónde vienen los objetos y grupos sociales articulados en el ritual y se pregunta: "¿en qué clase de espacio físico se lleva a cabo y qué tipo de territorialidad se crea en el proceso?" Su respuesta en este caso es más que nada sincrónica: "en la era neoliberal, las respuestas se multiplican a medida que los pueblos indígenas exhiben el nuevo poder discursivo de sus costumbres históricas para demostrar sus derechos territoriales", ello porque, al igual que lo suponía Casey, considera que un lugar "es más un acontecimiento que una cosa". Es un concepto que descansa en lo que el autor denomina, a la par de Tilley, como paisaje, es decir, un sito de inscripción y narrativa descubierto en la amplia etnografía que presenta el libro, particularmente en los capítulos III y IV. Aunque no puedo profundizar mucho, me gustaría indicar que en estos capítulos el autor da cuenta cómo los huicholes, mediante el concepto de red o raíces, redefinen constantemente los límites geográficos de paisaje y el parentesco. Argumenta Paul que en el curso de los siglos este sistema de organización se ha extendido sobre 90 000 km2 en cinco estados que constituyen el sistema ceremonial o kiekari. Así, este concepto es una imagen jerárquica sin fisura que ofrece un contraste importante con el patrón de asentamiento disperso, lo que crea un verdadera territorialidad radial que redefine, desde su mirada o metafóricamente, al Estado mexicano.

En fin, son muchas las lecturas que se pueden hacer desde esta obra; y muchos los temas que no puedo tocar pero que están ahí presentes, como lo new age, el asesinato de Philip True, los narcocorridos, las drogas, en fin, los delitos...

Este gran libro y el titánico esfuerzo de Paul Liffman para darle luz son un objeto único que no dudo de que se convertirá en las postrimerías en un clásico de la antropología sobre huicholes; un escrito, me gustaría tomarme la libertad de decirlo, artesanal; fuera de serie porque la obra ha decantado de un largo proceso de tiempo y reflexión. Esto ya es un logro para el ritmo impuesto por el Conacyt a sus investigadores, donde lo cualitativo forma parte de los modos antiguos de la investigación a favor de lo cuantitativo. A ellos les interesa no la calidad sino la cantidad, por ello me parece que Paul es ya uno de esos antropólogos en vías de extinción en que el tiempo de madurar un trabajo formaba parte del trabajo mismo. Por desgracia y con pesar de muchos, son pocos los trabajos que se hacen ya así.

Y me gustaría insistir en lo que al principio indiqué. Esta obra llega en el justo momento, cuando más se necesitaba. Saber qué es el territorio y cómo se constituyen las demandas es el futuro de los huicholes como pueblo. Y digo esto por una razón: al terminar esta presentación me entero con un estremecimiento poco habitual en mí que en Mesa del Tirador, encubiertos bajo cualquier identidad, se internan en la sierra huichola, sin decir exactamente sus intenciones, sujetos que se dedican a recabar información, casi casa por casa, sobre los minerales que hay en el territorio de la comunidad wixarika de San Sebastián Teponahuaxtlán y Tuxpan de Bolaños. Así llegan los empleados de las empresas mineras que pretenden instalarse en estos parajes. Son ellos el primer eslabón del trabajo sucio para empezar a marcar el terreno. El engaño o la compra de información abierta es su método para que los pobladores les ofrezcan muestras y les indiquen rutas de exploración. Es por esto que, en su asamblea trimestral, los 1 636 wixaritari, concentrados en la localidad de Mesa del Tirador, acordaron "sancionar a miembros de la comunidad que promuevan o faciliten dichas incursiones mineras, conforme al propio sistema normativo y formas tradicionales de toma de decisiones". La asamblea ha deliberado que es tan grave el asunto que aquellos comuneros que den información o que lleven a gente que busque minerales serán despojados de sus derechos agrarios de forma definitiva, es decir, se les retirará el predio que poseen. Los antropólogos que hemos trabajado con los huicholes desde hace tiempo nos hemos preocupado por las concesiones dadas en Real de Catorce a las mineras canadienses. No obstante, es poco lo que se sabe sobre las tres concesiones mineras para explotación de oro, plata y manganeso en el mismo corazón del territorio huichol. En la asamblea trascendió que una empresa canadiense ofreció 30 millones de pesos a la asamblea y 10 millones más al comisariado de bienes comunales por permitir la exploración del territorio y el establecimiento de minas. Además, a los que ofrezcan cualquier información sobre los minerales y las tierras les darán $250. La fortaleza de las minas es el debilitamiento de las comunidades por medio de la inyección selectiva de dinero. Eso intentan ahora hacer en la misma tierra huichola.

A todos, pues, los invito a leer este magnífico libro para entender un poco más la realidad que nos acoge y muchas veces nos supera, este Alef es un buen espejo en el que podemos entender cosas.

Desfiladeros de cal aprisionaban un cielo vacío
donde sonaban las voces de los que mueren bajo la arena.
Un cielo mondado y puro, idéntico a sí mismo,
con el bozo y lirio agudo de sus montañas invisibles,
Gracias

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