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Migraciones internacionales

versión On-line ISSN 2594-0279versión impresa ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.13  Tijuana ene./dic. 2022  Epub 06-Jun-2022

https://doi.org/10.33679/rmi.v1i1.2340 

Artículos

La división intrafamiliar del trabajo en el marco de los procesos migratorios: entre ires y venires

1Universidad de Caldas, Colombia, yeim.castro@ucaldas.edu.co


Resumen

Este artículo analiza algunas implicaciones de los procesos migratorios en el mundo familiar. Específicamente, indaga por la división del trabajo reproductivo en familias donde al menos uno de los progenitores retornó a Colombia desde España. Se emplea el método biográfico para examinar el sistema organizativo familiar antes de la emigración y después del retorno. Los resultados evidencian cambios, permanencias y resistencias frente a la división tradicional del trabajo, y aun cuando la estadía en España parece haber introducido cierto equilibrio, tras el retorno los hallazgos apuntan a la provisionalidad de algunos de estos arreglos. Se evidencia la consolidación de la coproveeduría femenina, mientras que, los varones no terminan por asumir su rol en las tareas domésticas. Se concluye que, lentamente y sin contradicciones, se avanza en el proceso de transición hacia relaciones más democráticas, en donde factores que van más allá de la migración se conjugan con ésta para alentar los incipientes procesos de cambio.

Palabras clave: 1. familia; 2. división del trabajo; 3. migración de retorno; 4. España; 5. Colombia

Abstract

This article analyzes some implications of migratory processes in the family world. Specifically, it investigates the division of reproductive labor into families where at least one of the parents returned to Colombia from Spain. The biographical method is used to examine the family organizational system before emigration and after the return. The results show changes, permanence, and resistance to the traditional division of labor, even though staying in Spain seems to have introduced some balance, after returning, the findings point to the provisional nature of some of these arrangements. The consolidation of female co-suppliers is evident, while men do not end up assuming their role in domestic chores. It is concluded that slowly and without contradictions, progress is being made in the transition process towards more democratic relations, where factors beyond migration combine with it to encourage the emerging processes of change.

Keywords: 1. family; 2. division of labor; 3. return migration; 4. Spain; 5. Colombia

Introducción2

La diversificación extra regional de las migraciones internacionales latinoamericanas en los años noventa del pasado siglo XX, posicionó a Colombia como uno de los países de mayor dinamismo en el marco de dichos procesos. Sin embargo, los cambios ocurridos en las tendencias de la migración internacional a raíz de la Gran Recesión de 2008, presionaron los flujos de retorno hacia los lugares de origen, e incluso incentivaron nuevas migraciones. Teniendo como telón de fondo tal contexto, este trabajo se preocupa por la interrelación entre familia y migración, siendo su principal objetivo analizar la división del trabajo en grupos familiares donde al menos uno de los progenitores residió en España, y retornó a Colombia luego de la crisis económica internacional ocurrida en el 2008. En este caso, analizaremos específicamente retornados a la ciudad de Pereira.

Para empezar, es importante señalar que si bien la crisis de 2008 imprimió al retorno mayor visibilidad dentro del cuerpo central de los estudios migratorios, como campo de reflexión aún se encuentra insuficientemente explorado (Castro, 2020a). Ahora bien, en el contexto migratorio la familia como unidad de análisis ha sido al igual que el retorno una dimensión soslayada (Gil y Pedone, 2014), en parte por la predominancia de la visión estereotipada que relegaba la participación de las mujeres como precursoras de sus propios procesos migratorios (Hondagneu- Sotelo, 2007). Adicionalmente, se identifica una tendencia a aproximarse analíticamente a la familia empleando las teorías y conceptos propios de los estudios migratorios (Rivas, Gonzálvez, y Gómez, 2009). Este engarce unidireccional ha dificultado un diálogo efectivo entre ambos campos de conocimiento; no obstante, en América Latina se identifican por lo menos tres vertientes, mismas que se han preocupado por trazar interconexiones entre la migración internacional y la vida familiar (Ariza y de Oliveira, 2004).

Una de estas líneas de reflexión se enmarca en el concepto de estrategias de supervivencia familiar que surgió en América Latina en los años setenta. En esta región la familia es considerada agente de los procesos migratorios, pues se parte del supuesto que los movimientos poblacionales son una respuesta “a las restricciones impuestas por la estructura de oportunidades en que se encuentran insertas” (Ariza, 2002, p. 61). Otra beta analítica desde donde se ha abordado la relación entre la familia y la migración internacional concibe a la primera como una variable dependiente de los procesos migratorios; es decir, la familia es vista como sujeto que sufre las consecuencias del traslado, en particular supone que se altera la estructura, la dinámica y la estabilidad de los hogares (Ariza y de Oliveira, 2004). Una tercera mirada, hasta cierto punto emergente, se ancla teóricamente en la perspectiva transnacional, la cual representa un cambio de paradigma en el estudio de las migraciones internacionales contemporáneas, pues presume que las comunidades, la agencia social, y la experiencia individual son dimensiones que se entrelazan en el proceso migratorio (Levitt y Schiller, 2004).

En las últimas décadas, La perspectiva transnacional ha ganado peso en el estudio de la vida familiar, en tanto que devela la persistencia de las interacciones familiares que se recrean y refuerzan en la distancia a través de intercambios de diverso orden (materiales, afectivos, incluso desde las obligaciones morales). Respecto al retorno, el enfoque transnacional ha permitido reconocer la heterogeneidad, el carácter multifacético, multidireccional, y su dinamismo como proceso social (Castro, 2020a). En particular, el retorno es visto como un elemento transversal a la experiencia migratoria (Sayad, 2000), porque contribuye a la formación de dobles pertenencias, lo que implica renegociar constantemente las identidades de género dentro de la organización familiar (Espinosa, 1998).

Ahora bien, luego de la crisis económica del año 2008 se produjo un importante volumen de investigaciones que procuraban comprender las consecuencias de la recesión para los inmigrantes de origen latinoamericano en España. En este aspecto, estudios como el de Herrera y Pérez (2015) revelan que los diversos cursos de acción observados estuvieron mediados por las “experiencias de transnacionalidad de las familias durante su proyecto migratorio” (p. 238), e igualmente, fueron condicionados por el sexo y el estatus migratorio (Cerrutti y Maguid, 2016). Por su parte, Gil y Pedone (2014) identificaron empíricamente que los grupos familiares desplegaron diferentes estrategias migratorias para afrontar la crisis, siendo el retorno selectivo y escalonado una de éstas; es decir, las familias combinaron el regreso de algunos de sus integrantes y la permanencia de quienes podían seguir generando ingresos.

Al examinar los procesos de retorno de las familias colombianas, Echeverri (2014) encontró que estos desplazamientos estuvieron encabezados por los miembros más jóvenes, seguidos por los hombres del grupo familiar; mientras que las mujeres, al contar con mayores facilidades para garantizar la subsistencia, fueron más proclives a permanecer en el país ibérico. En lo que respecta a los procesos de reinserción posteriores al retorno, la literatura da cuenta de un reajuste social sinuoso, ambivalente, e incluso tenso, íntimamente ligado a los procesos de reinserción laboral, y mediado por las expectativas tejidas en torno al reencuentro familiar (Castro, 2019). En esa medida, los hallazgos empíricos frente a los procesos de reinserción de las familias colombianas transnacionales evidencian cierta escisión afectiva que se expresa particularmente en la relación progenitofilial (Castro, 2020b). En general, luego del reencuentro parece iniciarse nuevamente “un proceso de reconfiguración de roles y recomposición de arreglos familiares respecto al cuidado, al ejercicio de la autoridad y el afecto, tal como había sucedido cuando se emprendió la emigración inicial” (Mejía y Castro, 2012, p. 135).

Investigaciones más recientes encuentran que el género y la generación moldean las experiencias de retorno e reinserción de las familias migrantes latinoamericanas, y no en pocas ocasiones ahondan las inequidades (Herrera, 2016; Pedone, Echeverri y Gil, 2014). En virtud de lo anterior, resulta pertinente analizar qué sucede con la división sexual del trabajo en grupos familiares colombianos que experimentaron procesos emigratorios y de retorno, lo cual constituye el propósito de este artículo.

Metodología

En términos metodológicos se emplea el método biográfico, pues desde sus inicios éste ha demostrado potencial heurístico para el estudio de las migraciones (Velasco y Gianturco, 2012). Este método permite conectar analíticamente la movilidad geográfica y la experiencia vital de quienes han estado inmersos en procesos migratorios (Velasco y Gianturco, 2012). Entre sus atributos se haya la posibilidad de efectuar acercamientos más comprensivos a las historias de vida de los migrantes, y a la vez permite tener como foco las relaciones familiares.

Específicamente se acude a los relatos biográficos cruzados, modalidad que se basa en la recopilación y el posterior cruce de las narraciones. Con ello se procura relativizar cada testimonio para lograr cierto distanciamiento, buscando construir un discurso multicentrado, que promueva una visión holística del fenómeno estudiado. En este caso, los relatos biográficos cruzados resultan pertinentes porque ayudan a captar analíticamente la manera cómo los migrantes reconstruyen, expresan, y dan sentido a sus experiencias familiares, teniendo como marco los traslados geográficos. En esa medida, las narraciones de los progenitores retornados fueron el corazón del análisis, y las versiones de otros integrantes del hogar especialmente de los hijos e hijas, añadieron equilibrio, objetividad y solidez a la interpretación de la narración. En efecto, contar con los diferentes puntos de vista de los miembros de una misma familia permitió construir una estructura polifónica a partir de los relatos.

Considerando que la vida familiar es una realidad dinámica, y partiendo del supuesto que las capacidades, necesidades, obligaciones y responsabilidades de las familias varían de acuerdo con el calendario vital (Arraigada, 2004), se emplean las etapas del ciclo de vida familiar como criterio de clasificación de las familias indagadas3. Si bien las críticas a este modelo han sido profusas (Ojeda, 1989), Turián (2001) considera que este procedimiento alberga al menos dos virtudes, en primer lugar, “ofrece una contribución analítica y metodológica distintiva para el estudio de los procesos cíclicos e intergeneracionales, y desde una óptica transversal, permite visualizar a la familia como un sistema dinámico” (p. 49).

La elección del país ibérico como lugar de destino tiene que ver con su consolidación como uno de los principales destinos de la migración colombiana a finales del siglo pasado y comienzos del siglo XXI (Aparicio, 2006). En general, los antecedentes de la emigración colombiana en España dan cuenta del predominio del componente femenino centrado en edades económicamente activas, destacándose por el alto grado de regularización migratoria (Cerrutti et al., 2011). Ahora bien, la crisis de 2008 generó cambios en las tendencias migratorias al redefinir la intensidad de los flujos y estimular cierto incremento del retorno, particularmente en los hombres de este colectivo (Cerruti y Maguid, 2016). Por otra parte, se optó por estudiar el retorno en la ciudad de Pereira, dado que los emigrantes procedentes de esta zona tenían como principal destino a España (García, 2007).

El material empírico en el que se sustenta este análisis corresponde a 35 entrevistas (entre retornados y no migrantes) realizadas en el año 2015 a familias residentes en la ciudad de Pereira, Colombia. Se entrevistó a 17 mujeres y siete hombres, cuyas edades oscilan entre 32 y 66 años; igualmente fueron entrevistados 12 hijos e hijas de estos migrantes en edades comprendidas entre los 9 y 37 años. Vale la pena enfatizar que de las 18 familias que participaron en el estudio, 12 registraron el retorno de todos los miembros del hogar.

Si bien en cada familia se entrevistó al menos a uno de los progenitores retornados con el fin de complementar y contrastar las narraciones, se procuró incluir el relato de uno de los hijos o hijas, y en la medida de lo posible se trató de contar con testimonios de otros integrantes del hogar que no hubiesen migrado (ver tabla 1). En las familias donde no fue posible entrevistar al menos dos de sus integrantes, se buscó que el entrevistado diera cuenta de su percepción respecto a los otros miembros de la unidad doméstica. Procedimentalmente, los participantes de cada familia fueron entrevistados por separado, con la debida autorización de los padres y/o madres cuando el informante era menor de 18 años.

Uno de los criterios para la elección de las familias fue que el periodo de la emigración hubiese sido mayor a tres años, y que el tiempo de residencia en Colombia luego del retorno, fuera mayor a un año. Para acceder a los informantes se utilizaron distintas vías de entrada (gubernamentales, no gubernamentales, así como informantes clave). Una vez que se logró acceder a una familia, se empleó la técnica de bola de nieve para contactar a otra, y ésta con la siguiente, y así sucesivamente. De esta forma, se llegó a una muestra compuesta por 18 familias.

Se usó un guion semiestructurado de entrevista, el cual contenía tres módulos que procuraban indagar por los momentos premigratorio, migratorio, y de retorno. En cada módulo se incluyeron (entre otros ejes temáticos) preguntas alusivas a la división intrafamiliar del trabajo. Respecto a la selección de los relatos biográficos que se incorporaron en el análisis, se tuvo en cuenta que las narraciones se adecuaran a los objetivos de este artículo, y representaran las voces de hombres y mujeres en cada etapa del ciclo de vida familiar.

En términos operativos, las dieciocho familias fueron clasificadas según la edad del hijo menor al momento de la entrevista; como resultado las unidades familiares fueron agrupadas en tres fases: en etapa temprana (hijos menores a 12 años), en consolidación (hijos menores ubicados en edades entre 12 y 18 años), y en fase avanzada (hijo más pequeño mayor a 19 años).

Tabla 1 Clasificación de las familias retornantes según las etapas del ciclo de vida familiar Etapas del ciclo de vida familiar 

Etapas del ciclo de vida familiar
Fase temprana (seis familias) Fase consolidada (ocho familias) Fase avanzada (cuatro familias)
Duración de la migración entre 6 y 14 años Duración de la migración entre 2 y 14 años Duración de la migración entre 10 y 20 años
Periodo transcurrido del retorno entre 1 y 3 años Periodo transcurrido del retorno entre 1 y 5 años Periodo transcurrido del retorno entre 2 y 3 años
Progenitores Edades hijos Progenitores Edades hijos Progenitores Edades hijos
1 Pilar (36)* y Fabio (44) 2, 6 y 12 años 7 Liliana (53) y Alonso (62) 17 años 15 Beatriz (53) y Adrián (55) 21, 25 y 29 años
2 Samanta (34) y César (45) 7, 8 y 13 años 8 Ana (36) y Jaime (44) 14 años 16 Nidia (55) 29 y 31 años
3 Camila (33) y Jorge (34) 1 y 10 años 9 Consuelo (32) y Mauricio (35) 14 años 17 Martha (58) y Marcos (46) 23 años
4 Sara (37) y Emiliano (44) 9 y 20 años 10 Valeria (45) y Álvaro (41) 13 y 14 años 18 Miriam (66) 37 años
5 Natalia (42) y Mateo (45) 8 años 11 Elena (36) y Bernardo (39) 12 y 18 años
6 Mirna (37) 7 años 12 Rebeca (50)** y Javier (50) 14, 25 y 28 años
13 Frida (37) 15, 18 y 20 años
14 Diana (37) 18 y 20 años

* Los nombres y edades resaltadas en negrita corresponden a los integrantes de la familia entrevistados.

** Los nombres y edades subrayadas corresponden a los no migrantes entrevistados dentro de esta muestra. Fuente: Elaboración propia con base en la información empírica recabada. Todos los nombres son pseudónimos.

Algunas precisiones analíticas y conceptuales

La progresiva incorporación de la perspectiva de género al campo de los estudios migratorios contribuyó a visibilizar las nuevas dinámicas y estilos de interacción que detonan los procesos migratorios en las familias, permitiendo cuestionar los lugares y responsabilidades tradicionalmente asignados a varones y mujeres al interior de los hogares (Pedone y Gil, 2016). En particular, la migración de las mujeres como pioneras de los proyectos migratorios abrió el campo a preguntas relacionadas con “los quiebres ideológicos producidos en torno al papel tradicionalmente asignado a las mujeres como garantes del cuidado de hijos, maridos y ancianos” (Gil y Pedone, 2014, p.8). Al mismo tiempo, el rechazo a la idealización de las relaciones familiares favoreció la comprensión de la familia como una organización social atravesada por diferentes jerarquías de poder y autoridad basadas en el género (Hondagneu-Sotelo, 2007).

Un debate frecuente en los estudios migratorios gira en torno a si “la migración ayuda a reorientar y a cuestionar el entendimiento normativo de los roles de género y las ideologías, al alterar roles tradicionales, las divisiones del trabajo y otras categorías significativas del género y de la construcción generacional” (Sørensen, 2008, p. 269). Al respecto, las evidencias no son concluyentes (Gónzalvez, 2010), pues de acuerdo con Gregorio (2010, p. 56) “las conclusiones de los trabajos son tan dispares como los contextos en que se han llevado a cabo las investigaciones”. De hecho, algunos estudios muestran que en ocasiones las migraciones solo estimulan procesos que se encontraban en marcha antes del traslado (Morokvasic, 1984).

Rosas (2014) encuentra que los efectos sobre las relaciones y el estatus de género no son homogéneos ni unidireccionales. Aún así, los estudios de las migraciones iberoamericanas han permitido visibilizar la manera cómo la migración implica experiencias distintas para hombres y mujeres, a la vez que estimula la reorganización de las redes de apoyo y cuidado, y da lugar a nuevas formas de organización cotidiana familiar, así como a “novedosas concepciones de maternidad y paternidad” (Echeverri, 2013, p. 10). Ahora bien, entendiendo que el mundo familiar está atravesado por relaciones de poder que aluden a posiciones de género, las cuales representan un sistema de desigualdad que moldea las relaciones familiares transnacionales resulta pertinente incluir la perspectiva de género en este estudio, más aún cuando persiste el interrogante respecto a si los procesos migratorios alteran la división tradicional de roles, o afianzan las asimetrías presentes en la vida familiar.

En los estudios sociodemográficos la reproducción doméstica ha sido una de las dimensiones más consistentemente analizadas en América Latina. En esta aproximación la reproducción doméstica es entendida como la articulación de las esferas reproductiva y productiva, pues ambas apuntan a la reposición y manutención de la fuerza de trabajo. En ese sentido, la primera remite al conjunto de tareas reproductivas que se realizan cotidianamente al interior del núcleo familiar, y la segunda, a las actividades orientadas hacia al sistema productivo (García y de Oliveira, 2014). De este modo, se reconoce que la reproducción doméstica se caracteriza por una relación indisoluble y de mutua influencia entre el ámbito productivo y reproductivo.

En las últimas décadas, la reproducción doméstica ha sido abordada desde una visión integral del concepto de trabajo, articulando tanto las actividades domésticas como las extradomésticas. Los resultados de investigaciones referidas a esta dimensión coinciden en revelar que el mundo intrafamiliar es un espacio que se caracteriza por configurar relaciones de interdependencia y distribución desigual del poder, situaciones que se expresan esencialmente en la inequitativa división intrafamiliar del trabajo (de Oliveira, 2007), pues se observa una participación disímil de los miembros de la familia en ambas esferas. Por lo tanto, se parte del supuesto que la distribución familiar de la reproducción doméstica presenta un desbalance en las responsabilidades individuales; arreglos que responden a ejes de diferenciación como el sexo y la edad, los cuales determinan posiciones y jerarquías entre sus miembros (García y de Oliveira, 2014). Estas inequidades representan sin duda “cargas desiguales y modos distintos de acceder a recursos en el que las mujeres, los niños, los jóvenes y los viejos ocupan la posición de mayor debilidad” (González de la Rocha, 2006, p. 76).

Como dimensión analítica, la reproducción doméstica alude en este acercamiento a la manera cómo el trabajo productivo y reproductivo tiene lugar en los grupos indagados. En otras palabras, se analizan las formas de organización de las familias durante el retorno en cuanto a la carga total de trabajo. Lo anterior se lleva a cabo a través de dos dimensiones indisolubles dentro de la esfera reproductiva: el trabajo extradoméstico y el doméstico. En particular, el análisis del trabajo extradoméstico busca conocer las pautas de organización de la economía familiar respecto de los miembros que participan en actividades bien sea de producción, comercialización, o servicios, con las cuales pretende obtener recursos para garantizar el sustento material de la familia.

Los ámbitos que se toman en cuenta como indicadores de esta dimensión para los fines de este estudio son: a) la continuidad o discontinuidad en la participación extradoméstica de los diferentes integrantes de la familia en edad laboral; b) el tipo de trabajo (asalariado, por cuenta propia, familiar no remunerado; dentro o fuera de la residencia); c) las fuentes de ingresos (salarios, rentas, remesas, subsidios, entre otras); d) las aportaciones económicas al presupuesto familiar y la administración de los recursos.

En cuanto al trabajo doméstico, éste comprende todas aquellas acciones que deben llevarse a cabo para la satisfacción de las necesidades cotidianas básicas en pro del bienestar familiar. Vale la pena destacar que, si bien estas actividades son indispensables para la reproducción de todo el grupo familiar, tradicionalmente esta responsabilidad ha sido delegada en las mujeres, por ende, se trata de trabajo que exhibe una persistente segregación en el núcleo familiar. Ahora bien, dentro del conjunto de actividades que engloban esta forma de trabajo, son objeto de atención particular la intervención de los diferentes integrantes de la familia en: a) los servicios del hogar (preparar los alimentos, limpiar la casa, lavar y planchar la ropa); b) los servicios de apoyo (trámites, compras, transporte y reparaciones en la vivienda); c) el cuidado de los hijos e hijas. Asimismo, en la medida de lo posible, se procura identificar las percepciones que los integrantes de estas familias expresan en torno a estos arreglos y su participación en los mismos.

Ires y venires en la senda de la reproducción

… él cocinaba, lavaba, y aquí no hace nada.

(Sara, retornada, 37 años; comunicación personal, 22 de septiembre 2015)

Familias en fase temprana

Este grupo está integrado por seis familias y se caracteriza porque durante la emigración, todas estas unidades familiares conformaron hogares biparentales nucleares que permanecieron indivisos durante su estancia en España. Salvo en un caso, donde la disolución conyugal se produjo después del traslado a Colombia, las demás familias mantienen la misma estructura luego del retorno. A excepción de una unidad doméstica, cuya estancia en el exterior fue de seis años, para el resto la estancia fue superior a una década. El retorno, aunque mayor a doce meses, no excede en ningún caso los tres años. De las seis familias que se ubican en esta fase, cuatro pertenecen al estrato medio alto, y dos, al medio bajo. En las primeras el máximo nivel educativo alcanzado por los progenitores es de educación universitaria (completa e incompleta), mientras que para el estrato medio bajo, es solo de secundaria (completa).

En cinco de las seis familias la unión marital y el nacimiento de la prole tuvo lugar durante la residencia en España. En estos casos, la decisión migratoria no fue tomada en el marco de un proyecto familiar: en la mitad de estos grupos la aspiración migratoria se forjó en el noviazgo, así que el tránsito a la unión conyugal fue resultado del establecimiento en el destino migratorio. Ahora bien, el domicilio en España y el inicio de la vida en pareja no desincentivaron la propensión de estas mujeres a participar en actividades productivas, pues en todos los casos se observa continuidad en las trayectorias laborales femeninas.

En particular, las cónyuges de estas familias pasaron de desempeñarse en trabajos de oficina en Colombia, a laborar en el servicio doméstico en España; no obstante, tres de ellas transitaron posteriormente hacia la hostelería y el comercio. Lo anterior muestra que a pesar de la creciente inscripción de las mujeres al mercado laboral, las posibilidades de empleo para ciertos grupos de mujeres siguen estando atadas a oficios claramente feminizados, incluso en el contexto español (Gónzalvez, Medina y Tapia, 2009). Por su parte, la situación laboral de los esposos era más heterogénea antes de la migración, y en el país de destino se ubicaron principalmente en el sector de la construcción.

En cuanto a los ingresos producto de sus actividades laborales en España, éstos eran destinados por ambos cónyuges para el sostenimiento económico del hogar, de modo que las mujeres asumían un rol de coproveedoras de sus familias, y participaban de manera equivalente en el manejo de los recursos. Tal escenario se alinea con algunas transformaciones enmarcadas en procesos de larga duración en algunos países de América Latina como México, Argentina, e incluso Colombia, donde hay indicios -con matices y no libre de contradicciones- de un gradual desplazamiento de los varones como los únicos aportantes al presupuesto familiar; de modo que hoy se comprende que es una tarea compartida por padres y madres (Puyana, Micolta y Jiménez, 2013). Al respecto, investigaciones centradas en familias transnacionales colombianas que han migrado a España desde la ciudad de Pereira, identificaron igualmente la preponderancia de las mujeres como coproveedoras mediante actividades económicas desarrolladas dentro y fuera del hogar (Tapia, Gonzálvez-Torralbo y Rodríguez-Pizarro, 2009).

En todos los casos, la continuidad en las trayectorias laborales femeninas se quebró con la llegada de descendencia, de manera que cada nacimiento supuso la interrupción temporal de la carrera laboral de las cónyuges. Llama la atención que su posterior reincorporación a las actividades productivas en el extranjero estuvo condicionada por la posibilidad de poder compatibilizar el trabajo extradoméstico con el cuidado de los hijos e hijas, al menos así ocurrió en la mitad de estas familias.

Desde esta perspectiva, las estrategias que activaron las mujeres para compaginar su vida familiar y laboral dan cuenta de que la responsabilidad de hacer arreglos frente al cuidado de la prole recaía exclusivamente en ellas, por el contrario, los hombres migrantes de estas familias no se sentían obligados a realizar ninguna práctica que permitiera conciliar las dos esferas. Los relatos de las familias indagadas aluden a estereotipos de género que consideran el cuidado de la descendencia como un asunto inherente a la naturaleza femenina (Micolta, Escobar y Maldonado, 2009).

Mi esposa manejaba su horario porque ella hacía horas de limpieza en diferentes partes, entonces ella cuadraba los horarios para recoger la niña, llegar a almorzar, darle la comida; y si había uno o dos días que se le cruzaban algunas horas, pues se iba a trabajar con la niña. (Jorge, 34 años, comunicación personal, 22 de octubre de 2015).

La forma de resolver las contradicciones entre el mundo productivo y el reproductivo que se observa en estas familias no implicó necesariamente una ruptura entre ambos, puesto que las estrategias que desplegaron las mujeres para obtener recursos también pertenecen al mundo de la labor (Tapia et al., 2009). Sin embargo, la llegada del segundo hijo frenó invariablemente la continuidad de las actividades extradomésticas de las madres; de hecho, en uno de los casos condujo al retiro materno de cualquier labor productiva durante el resto de la estancia en el exterior.

En esta familia, el retraimiento femenino del mercado de trabajo fue posible gracias a que el esposo contaba con estabilidad laboral e ingresos que le permitían cubrir las necesidades materiales del hogar. En este caso el retiro de las actividades económicas fue relatado por la madre como un acuerdo de pareja. Este arreglo tradicional de género en donde se cumple el mandato de provisión económica del varón permite entrever, que al menos en este grupo familiar, no hubo una transformación en la división sexual del trabajo y tampoco en las relaciones de género durante la estancia en el exterior.

Mientras que en el extranjero las madres de esta etapa interrumpieron -la mayoría provisionalmente- su trayectoria laboral por cuestiones relacionadas con las tareas de cuidado, algunos varones vieron truncada su carrera laboral en España por la pérdida del empleo derivada de la crisis económica de 2008. Sin embargo, el seguro de desempleo les permitió seguir aportando al presupuesto familiar junto a sus esposas, quienes se vieron mucho menos afectadas por el declive económico-laboral del país ibérico. Ahora bien, a excepción de una familia, donde ninguno de los progenitores ha logrado reincorporarse cabalmente a las actividades productivas luego de haber retornado, en los demás hogares el traslado a Colombia favoreció la vinculación laboral de los hombres que habían vivido largos periodos de desempleo en España.

En contraste, las mujeres experimentaron un quiebre en su actividad laboral extradoméstica. Esta reinserción laboral diferenciada por sexo entre los migrantes retornados de las familias estudiadas refleja las brechas en las oportunidades de empleo entre hombres y mujeres en Colombia. Según Sabogal (2012), en las últimas dos décadas las tasas de desempleo de las mujeres han estado alrededor de cinco puntos porcentuales por encima de los hombres. Algo similar cabe decir respecto a las diferencias regionales, en particular Pereira presenta altas tasas de desempleo de manera persistente (Arango, 2011).

Hay que destacar que salvo en dos casos, donde antes del retorno había un relativo compromiso del esposo en las actividades reproductivas, en las demás familias predominaba la escasa participación de éstos en las tareas domésticas y de cuidado. De hecho, en tres de las familias, independientemente del lugar de residencia la contribución masculina en este sentido ha sido prácticamente inexistente. En los hogares donde se identifica una mayor intervención de los varones, su contribución coincide con sus periodos de desempleo tanto en España como en Colombia, de manera que, una vez reincorporados al mercado laboral, parecen liberarse de las responsabilidades domésticas que habían asumido. Lo anterior permite vislumbrar el carácter contingente desde donde se asume el trabajo doméstico por parte de los varones estudiados.

Digamos que me va a hacer un almuerzo o que me va a hacer un desayuno, no, ya no, allá sí, allá era un amor, allá cocinaba […] aquí como él ya está trabajando él ya no hace nada. Yo le digo que a mi marido lo dejé en España, que acá estoy con otro (Sara 37 años, comunicación personal, 22 de septiembre de 2015).

En tal sentido, Tapia et al., (2009) identificaron persistencias, resistencias y contradicciones en la forma en la que los padres de familias transnacionales colombianas contribuyen en el ámbito doméstico. Puyana (2003), encontró que en Colombia los hombres no terminan por aceptar su papel en las tareas domésticas, asumiéndose solo como colaboradores de una función que es de la mujer, mientras que las mujeres asumen con propiedad su papel de proveedoras.

El escenario descrito previamente revela que las pautas de organización del trabajo productivo y reproductivo de las familias en etapa temprana presentan ciertos reacomodos en el retorno, pues se observa cierta inflexión en las trayectorias laborales de algunas de las mujeres, a la par que favoreció la reinserción al mercado de trabajo de varios de los hombres de las familias estudiadas; situación que supuso una mayor carga doméstica para las mujeres, bien sea por la interrupción de sus actividades productivas, o por el menor compromiso de los esposos respecto a los quehaceres domésticos. Sin duda, en estas familias la consolidación femenina como proveedora económica ha significado cierta pérdida de obligaciones para los padres, y un recargo de funciones para las madres, tal como se ha evidenciado en otras investigaciones (Gónzalvez et al., 2009). Los resultados muestran que la contribución masculina al trabajo doméstico durante y después de la migración se caracteriza por ser circunstancial (asociada al desempleo masculino), e incluso ha sido inexistente en algunas familias. Este resultado coincide con los hallazgos de Gregorio (1998), autora que, en el marco del estudio de los grupos domésticos transnacionales descubrió que ante situaciones de necesidad económica los roles pueden flexibilizarse, pero esto no implica necesariamente una ruptura en las relaciones de poder entre géneros.

Familias en fase de consolidación

Este grupo es más heterogéneo que el anterior, pues reúne no solo hogares biparentales, también monoparentales que cuentan con jefatura femenina. Además, se caracteriza porque la mayoría de los hogares modificaron su estructura luego de la emigración y a su vez, debido a nuevos procesos de reemigración emprendidos después del retorno, se produjo la dispersión del hogar en dos de estas unidades familiares. En conjunto, en las ocho familias que se ubican en esta etapa, el periodo de exposición a la emigración oscila entre tres y catorce años, mientras que el retorno varía entre uno y cinco años. Por otra parte, cuatro hogares pertenecen al estrato bajo, dos al sector medio bajo, y las dos restantes a sectores medio altos.

Dada la etapa del ciclo de vida familiar por la que transita este grupo, los hijos e hijas oscilan entre los 12 y 18 años, situación que supondría cierta facilidad para la vinculación a actividades extradomésticas de ambos progenitores, no obstante, en dos de las cinco familias biparentales las madres consideran que el cuidado de los hijos es su principal responsabilidad, así que, en el retorno se dedican exclusivamente al trabajo reproductivo, mientras que sus esposos, tras una fracasada reinserción laboral, optaron por la reemigración como la forma de asegurar la sostenibilidad económica del hogar. En ambos casos, la fuente de ingresos son las remesas, y a pesar de que las madres fungen como administradoras cotidianas de los recursos, los migrantes son los que tienen la última palabra cuando se trata de compras, gastos, o inversiones importantes. Vale la pena destacar que, son precisamente estos dos núcleos familiares donde sin importar el lugar de residencia la participación en el trabajo extradoméstico ha sido en esencia masculina, mientras que las tareas domésticas han recaído sin excepción sobre las mujeres, pues como admite una de ellas: “… desde un principio ha quedado claro que él trabaja y yo me ocupo (de la casa)”.

Al mismo tiempo, en estas dos familias se observa una mínima participación de la descendencia en los quehaceres del hogar, contribución que es vista por las madres como una ayuda y no como una obligación, pues anteponen la formación académica de sus hijas e hijos como prioridad, apoyadas en la idea de la madre como mujer incondicional dispuesta a hacer todo lo que sea necesario por sus hijos. En ese sentido, Valeria de 45 años, madre de dos hijas de 13 y 14 años, cree que su principal función es velar por su descendencia y atender su hogar.

Yo siempre he pensado que si uno tiene hijos es para criarlos y me preocupa mucho dejar a las niñas solas… ahora en plena adolescencia es cuando menos se pueden dejar solas, y eso no lo voy a hacer yo (Valeria, 45 años; comunicación personal, 7 de noviembre de 2015).

Lo anterior permite entrever una concepción de los roles y prácticas tradicionales de género donde el proyecto de vida gira en función del cuidado hacia los hijos e hijas (Morad, Rodríguez y Bonilla, 2013; Tapia, et al., 2009). En esta línea, Gregorio (2010) advierte que, más allá de posibles negociaciones de género que germinen en el espacio transnacional, las mujeres migrantes siguen dando prioridad a su lugar como madres. A diferencia de las dos familias previamente descritas, en las demás unidades biparentales ubicadas en esta etapa (tres hogares) se identifica una acentuada participación extradoméstica de ambos cónyuges. De hecho, se advierte en las mujeres una mayor valoración y apego hacia el trabajo productivo. En efecto, la carrera laboral de estas madres ha sido sumamente estable, y el retorno no interrumpió sus trayectorias laborales. Lo anterior se traduce en la predominancia de un modelo de proveeduría compartida coincidiendo con lo observado en las familias de etapa temprana.

La intervención activa de las madres en espacios extradomésticos remunerados por fuera de la residencia, y de tiempo completo, no necesariamente les ha significado a éstas una doble carga, pero tampoco las ha eximido de la responsabilidad de la gestión del hogar en su conjunto. De hecho, a excepción de un caso, no se observa una distribución igualitaria de estas tareas entre los cónyuges, pues la realización de los quehaceres del hogar se garantiza bien sea a través de la red familiar (otras mujeres), el personal de servicio, y en menor medida, con ayuda de los hijos e hijas adolescentes; de modo que, la actuación de los esposos en estas actividades es en general bastante limitada. Para este subgrupo, la participación de los hijos e hijas adolescentes en la esfera doméstica es también interpretada por los progenitores como una ayuda, que no representa en ningún caso una obligación.

Diferente es la situación de las familias monoparentales localizadas en esta fase del ciclo de vida familiar (tres), pues son hogares donde la disolución de la unión marital sobrevino durante la migración, quedando encabezados por las madres quienes tuvieron que asumir completamente las responsabilidades económicas del hogar debido al incumplimiento de los padres. En esta línea estudios recientes han identificado que algunos padres a partir de la separación de pareja “… no logran establecer distinción entre su lugar como cónyuges y el rol paterno, lo que implica distanciamiento y debilitamiento del vínculo” (Sánchez, López-Montaño y Palacio, 2013, p.166), al punto que se distancian de su descendencia no solo frente a sus obligaciones económicas, también respecto a las afectivas y de cuidado.

Para las mujeres, esta situación representa una sobrecarga en la crianza y educación de la prole que se traduce en un sentimiento de mayor responsabilidad (Tapia et al., 2009): “Ellos se separaron (padres) y después de eso mi papá empezó a tranquilizarse y a dejarle toda la responsabilidad a mi mamá” (Dora, 20 años, comunicación personal, 14 de noviembre de 2015).

Ahora bien, luego del retorno, estas ex migrantes residen con sus madres, quienes estuvieron a cargo de la descendencia durante su ausencia. Estas familias pertenecen a sectores populares, lo que posiblemente explica la reducida disponibilidad de recursos económicos que exhiben, además, en los tres casos, las actividades extradomésticas remuneradas son realizadas al interior del hogar (peluquería, trabajo a destajo).

Adicionalmente, en estos núcleos las madres son las principales proveedoras, y su participación en actividades productivas se observa menos ininterrumpida y más precaria; seguramente obligadas por las circunstancias económicas, pues, aunque eventualmente reciben algún apoyo económico de la descendencia, este se observa insuficiente para cubrir los gastos del hogar. Este subgrupo tiene en común que los hijos mayores han tenido que hacer de lado sus expectativas educativas por falta de recursos financieros, teniendo que empezar tempranamente sus trayectorias laborales. Empero, las ocupaciones que han ejercido estos jóvenes se distinguen por su precariedad e inestabilidad debido a factores como la edad, la inexperiencia laboral y la falta de cualificación.

La preocupación que despierta en la descendencia la sobrecarga económica de sus madres, no se traduce necesariamente en un mayor compromiso hacia la realización de las tareas domésticas, situación que en parte es reforzada por las propias progenitoras, para quienes, tal como se identifica en los demás hogares de esta fase, consideran que la principal obligación de la prole es el buen desempeño en las actividades académicas. Se observa cierta resignación de las madres ante la doble jornada que asumen:

[Mi hija] Dora me colabora mucho pero ahora en la situación que está [embarazada] es poco lo que puede hacer, la pequeña ella siempre quiere ayudarme y colaborarme en todo, pero ella no puede porque está estudiando… Y la otra hija es un problema para que haga algo… Entonces bueno, casi siempre soy yo, yo soy la de todo (Frida, 37 años, comunicación personal, 14 de noviembre de 2015).

En breve, las familias en la fase de consolidación de este estudio se caracterizan por una organización más heterogénea alrededor de la participación de sus miembros en la generación de ingresos para la manutención del hogar. Tal como sucede en la etapa temprana, la atención a las tareas del hogar y el cuidado de la prole son responsabilidades que recaen sobre las madres. Estas familias no solo carecen de una distribución de género equitativa frente a las labores domésticas, lo mismo ocurre a nivel generacional, pues, aunque los hijos e hijas tienen una mayor intervención en esta fase, su aporte es interpretado especialmente por las madres, como un apoyo y no como un deber.

En las familias monoparentales, las madres son las que asumen la proveeduría económica y los quehaceres del hogar, y a pesar de que algunos de los hijos procuran aportar al sostenimiento material, la descendencia no muestra la misma disposición respecto a las tareas domésticas; además en estos casos, la pertenencia socioeconómica parece limitar las oportunidades y recursos a los que pueden acceder sus miembros durante el retorno. En suma, en estas unidades familiares las pautas de organización del trabajo reproductivo se muestran relativamente estables a pesar de los movimientos migratorios, es decir, no se identifican transformaciones sustanciales en la división sexual del trabajo y las relaciones de género, esto si se toma como referencia la forma que asumían en la etapa pre-migratoria y durante la residencia en España.

Familias en fase avanzada

Este grupo se caracteriza porque todos los hijos e hijas son mayores de 19 años. Está integrado por cuatro familias: dos biparentales y dos monoparentales con jefatura femenina. Sin excepción estos hogares experimentaron procesos de dispersión familiar a raíz de la emigración de los progenitores, en uno de los casos la emigración fue protagonizada por ambos padres, en otro caso solo por el padre, y en las dos familias restantes las madres fueron quienes encabezaron el proyecto migratorio. La exposición a la emigración fue aproximadamente de una década, y el retorno oscila entre los dos y tres años. Las familias en fase avanzada provienen de sectores medios y bajos de la pirámide social, lo cual está en correspondencia con sus niveles educativos, los cuales se hayan invariablemente por debajo del nivel profesional.

En estas familias la discontinuidad laboral luego del retorno ha sido más marcada tanto en los hombres como en las mujeres, quizás asociada a la edad y baja cualificación de los retornados ubicados en esta fase (mayores de 45 años). En estos casos, la falta de ahorros o de ingresos de los retornantes introdujo un desbalance en el modelo de coproveeduría que exhibían las dos familias biparentales durante la migración. Esta situación se ilustra a través de la familia de Martha y Marcos, pues este último, luego de tres años de haber retornado no ha logrado emplearse de manera estable, así que la proveeduría ha recaído sobre la esposa cuya fuente de ingresos es su pensión; y a pesar de que el único hijo de esta pareja se encuentra vinculado al mercado laboral, éste no contribuye económicamente al sostenimiento del hogar, y así justifica la “inactividad” del padre:

Yo soy de los que pienso que mi papá quiere trabajar, pero a la vez como que no quiere, pues es lo que veo yo, y yo pienso que él ya trabajó mucho y muy duro por allá, yo no le veo nada de malo a que él no trabaje (Ricardo, 23 años, comunicación personal, 5 de noviembre de 2015).

El padre reconoce que su regreso ha significado para su pareja una mayor presión económica, no obstante, considera que mientras percibía ingresos fue incondicional con su familia, lo que le permite sobrellevar su desempleo con cierta tranquilidad:

[…] claro uno mal se siente porque toda la vida ha trabajado y ha aportado a la casa, se ha tratado de llevar la obligación. Por un lado, me siento mal no porque yo sea machista, sino porque ella esta metiendo toda la ficha, pero agradeciendo también que hay de dónde comer […]. (Marcos, 46 años, comunicación personal, 30 de noviembre de 2015).

A pesar de que el retorno de su esposo ha significado para Martha una pesada carga económica, ella admite que en los momentos en que Marcos ha estado laborando, es ella quien administra el dinero que él devenga:

[…] por decir algo él trabaja y él me entrega la tarjeta a mí, y después me dice voy a ir a comprar tal cosa, páseme tanto… yo no veo que el deje un peso de más como para él […]. (Martha, 58 años, comunicación personal, 31 de octubre de 2015).

En lo que respecta a la contribución de los miembros de esta familia al trabajo doméstico el desequilibrio es mucho mayor, e incluso luego del retorno Martha identifica un retroceso respecto a las actividades que su esposo realizaba antes de la emigración, lo que Marcos justifica diciendo que es porque tienen personal de servicio para apoyar a Martha en los quehaceres.

La ausencia de protagonismo económico de los retornados, ha dado lugar a ciertas exigencias en la esfera doméstica, es decir, se espera una mayor intervención de éstos en dichas tareas. Empero, estos requerimientos parecen fundamentarse en una valoración tradicional de roles y deberes familiares, signados por construcciones estereotipadas de género. Lo anterior se observa en la familia de Miriam, donde su hija Perla solventa los gastos del hogar, y espera que la madre retornada en contraprestación asuma las tareas domésticas: “… le toca hacer la comida, eso para nosotras las colombianas no es ser cachifa, ¡Es ser mamá!... mamá es lavar la ropa, es cuidar” (Perla, 40 años, comunicación personal, 26 de noviembre de 2015). No obstante, Miriam considera que, si bien no aporta dinero para el sustento de la familia, la vivienda en la que residen es suya, y su hija no paga renta, así que más que una relación de dependencia interpreta cierta complementariedad económica, que al parecer la hija no reconoce.

[…] Ella lleva la cosa económica en cuanto a los alimentos… pero ella no tiene que pagar arriendo acá, paga los servicios y la administración… ella siente que yo estoy abusando de ella, pero yo tengo que cuidar el niño (nieto) la mitad del tiempo, velar por su comida […]. (Miriam, 66 años, comunicación personal, 26 de noviembre de 2015).

Tal como se observa en las familias en fases tempranas y de consolidación, cuando ambos cónyuges compartían de manera más o menos equilibrada las responsabilidades domésticas en el exterior, al volver se observa la desvinculación de los varones de estas obligaciones.

[…] trabajábamos iguales, si él llegaba primero el hacia la comida, él lavaba, él hacia las cosas, si él estaba en casa mientras yo trabajaba nos repartíamos el trabajo… aquí no, aquí el trabajo es solo mío, eso es lo que yo no estoy de acuerdo, porque el allí era una persona muy diferente a lo que es acá […] (Beatriz, 53 años, comunicación personal, 5 de noviembre de 2015).

Cada experiencia familiar es particular, derivada de acuerdos y formas de convivencia que se han configurado durante el curso de sus vidas individuales y familiares, antes, durante y después del evento migratorio (Sánchez et al., 2013). En estas familias los cuestionamientos que realizan las mujeres a la forma en que otros miembros del hogar intervienen en el ámbito doméstico, sumado a la relativa relajación de algunos de los varones frente a su papel de proveedores. Lo anterior denota algunas tensiones entre las prácticas tradicionales de género y la concepción de los propios roles, lo que podría ser un indicio de la reconfiguración en las percepciones frente a las obligaciones familiares, reivindicando una visión más moderna de las relaciones sociales y de género, situación que se observa paradójicamente en las familias ubicadas en la fase más avanzada del ciclo de vida familiar. A modo de hipótesis, es plausible pensar que la ausencia de hijos e hijas en proceso de formación, y por ende la menor presión frente al ejercicio de la crianza, la socialización y la proveeduría, aunado a la experiencia migratoria superior a una década, ha estimulado en alguna medida procesos de resistencia frente a la división tradicional de roles.

Conclusiones

Colombia, al igual que los demás países de América Latina, ha vivido procesos de modernización y de modernidad que estimulan transformaciones que de una u otra forma han repercutido en los grupos familiares (Puyana et al., 2013). En ese sentido, el país ha experimentado drásticos cambios en cuanto a la creciente incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, tendencia que se refleja en el universo de las familias indagadas. Sin embargo, como se ha documentado en otras investigaciones y contextos, estos cambios no van alineados con una mayor intervención masculina en las actividades domésticas, y mucho menos son proporcionales a la multiplicación de las cargas que han tenido las mujeres por su progresiva participación en el trabajo extradoméstico.

En ese sentido, los hallazgos empíricos respecto a la organización del trabajo reproductivo en estas unidades familiares evidencian que siguen siendo las tareas domésticas el ámbito donde se identifica mayor persistencia de las asimetrías; siendo la posición de género y la edad los criterios que sustentan la asignación de las cargas de trabajo en estos hogares, donde las mujeres suelen ser las encargadas de gestionar, realizar, o apoyar las labores de la casa y el cuidado de la prole, mientras que la contribución de los varones y la descendencia en estas actividades se conciben como una colaboración; lo cual contrasta con la propiedad con la que las mujeres madres han asumido su papel de coproveedoras.

Este escenario permite deducir que en estos grupos familiares sigue primando una división del trabajo reproductivo basada en roles tradicionales de género. Aún así, los supuestos que le atribuyen a la emigración cierta influencia en la reconfiguración de las relaciones de género, pueden hallar parcialmente sustento en los resultados aquí presentados, empero, dado el carácter reversible de algunos de los arreglos alrededor de la vida reproductiva, es preciso resaltar que no se avizoran cambios estables, por ende, no es posible añadir evidencia concluyente que respalde el efecto liberador de la migración sobre la situación de desigualdad de las mujeres en el mundo familiar.

Cabe decir que, si bien los procesos migratorios posibilitan transformaciones en las relaciones de género, para las mujeres ubicadas en la fase temprana y de consolidación del ciclo de vida familiar de este estudio, más allá de las posibles negociaciones de género la maternidad sigue ocupando un lugar central. Seguramente, la preponderancia que le conceden a su rol como madres y esposas se encuentra anclada en la cultura patriarcal que ha “naturalizado las bases familiares como un asunto femenino y la razón de ser de la mujer; su identidad esta allí en los demás, su tiempo es para otros” (Sánchez et al, 2013, p.155), esta representación se acentúa debido a que en ambas etapas tienen hijos e hijas en edad de formación. Ahora bien, los cuestionamientos que realizan las mujeres localizadas en la etapa avanzada frente a las labores asociadas a su papel como madres y esposas, podrían ser un indicio del avance en el proceso de transición hacia relaciones más democráticas, tendencia que se encuentra en marcha en la sociedad colombiana (Puyana, 2003).

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2 Artículo derivado de la tesis de doctorado “Extranjero en mi propia tierra. Procesos Familiares de Retorno en Colombia”, presentada al Centro de Estudios Demográficos de El Colegio de México en el año 2016

3 Aunque la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) propone la edad de la madre y del hijo menor como criterios de clasificación de las etapas del ciclo de vida, en este caso solo fue tenida en cuenta la edad del hijo menor

Recibido: 06 de Mayo de 2020; Aprobado: 14 de Enero de 2021

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