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Migraciones internacionales

On-line version ISSN 2594-0279Print version ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.11  Tijuana  2020  Epub Feb 17, 2021

https://doi.org/10.33679/rmi.v1i1.1897 

Artículos

La construcción de proyectos migratorios. Un estudio a partir de casos de migrantes tarijeños y tarijeñas con destino al Noroeste argentino

1Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades (ICSOH), Argentina


Resumen

El presente artículo estudia la construcción del proyecto migratorio de inmigrantes procedentes de áreas rurales del departamento de Tarija, Bolivia, cuyo destino es el mercado de trabajo agrícola del noroeste argentino. El objetivo es analizar la incidencia que tienen los factores de expulsión y atracción en la construcción de los proyectos migratorios masculinos y femeninos. Para cumplir dicho objetivo optamos por una estrategia metodológica etnográfica, con base en entrevistas a profundidad.

Palabras clave: proyecto migratorio; factores de expulsión y atracción; sistema de género; Tarija; noroeste argentino

Abstract

The present article examines the construction of the migration project of immigrants from rural areas in the department of Tarija, Bolivia, whose destination is the agricultural labor market in the Northwest of Argentina. This paper aims to analyze the impact of push and pull factors on the construction of male and female migration projects. To achieve this objective, an ethnographic methodological strategy was used based on in-depth interviews.

Keywords: migration project; push and pull factors; gender system; Tarija; northwest Argentina

INTRODUCCIÓN

El presente artículo se enmarca en un fenómeno migratorio de larga data, que vincula a migrantes de procedencia boliviana con el mercado de trabajo agrícola en Argentina. Más precisamente en el Noroeste argentino (NOA), considerado el segundo destino de estos migrantes, después de la Región Pampeana. Generalmente, las regionalizaciones suelen incorporar en el NOA a las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán. En algunos casos, también a Santiago del Estero, aunque la migración boliviana ha sido particularmente fuerte, sobre todo en las tres primeras provincias.

Hasta las primeras décadas del siglo XX, el NOA fue el primer destino de la migración boliviana; a partir de entonces, y más específicamente desde la década de 1960, la Región Metropolitana de Buenos Aires se convirtió en el principal destino de esta migración. No obstante, el NOA continuó representando uno de los principales lugares de arribo para esta migración. En esta región los/as bolivianos/as se articularon con actividades que requieren abundante mano de obra y cuyos mercados de trabajo se caracterizan por contar con altos niveles de precariedad e informalidad.

Hasta mediados de siglo XX, los migrantes bolivianos se vincularon en esa región como trabajadores/as mayormente en la producción de caña de azúcar y tabaco, y a partir de las últimas décadas de siglo XX, destaca su presencia en el mercado de trabajo hortícola. En dicha actividad, ciertos estudios observaron que la inserción de estos/as migrantes ha sido naturalizada o justificada por discursos y prácticas racializantes y etnicizantes (Ataide, 2017).

La vinculación de migrantes bolivianos/as con la producción hortícola para consumo en fresco no es exclusiva del NOA, más bien constituye un fenómeno presente en distintas zonas del país desde finales de la década de 1980. En relación a esta temática, existen abundantes investigaciones, principalmente enfocadas en los lugares de destino de los migrantes, en particular en los espacios de trabajo, entre las que se destacan los estudios de Barsky (2015), Benencia (1997, 2006, 2009, 2012a, 2012b)García (2009) y Pizarro (2012, 2014 y 2015a y2015b), entre otros.

Ahora bien, en el presente artículo nos enfocamos en la construcción del proyecto migratorio buscando comprender el modo en que se gestó la migración, indagando en las principales explicaciones que elaboran los/as migrantes sobre su decisión de migrar. En particular, visibilizando las diferencias existentes entre los proyectos migratorios masculinos y femeninos. En este sentido, el objetivo de este artículo ha sido analizar el contexto de la migración y la operatoria del sistema de género en el origen, y su influencia en la construcción de los proyectos migratorios de los/as migrantes.

Con ese objetivo analizamos proyectos migratorios masculinos y femeninos de tarijeños y tarijeñas de origen campesino, migrantes que iniciaron sus trayectorias migratorias entre 1960 y 2015 y se articularon principalmente –aunque no exclusivamente– con el mercado de trabajo agrícola del NOA, y desde finales de la década de 1980, especialmente en la producción hortícola de la provincia de Salta. En relación con la metodología de la investigación, hemos optado por un enfoque metodológico cualitativo y una estrategia etnográfica, con base en entrevistas a profundidad. Cabe aclarar que el análisis está basado en la reconstrucción que hacen los propios migrantes de su historia, el análisis es retrospectivo y está mediado por la experiencia migratoria posterior.

MARCO CONCEPTUAL: PROYECTOS MIGRATORIOS, CONTEXTOS DE LA MIGRACIÓN Y SISTEMA DE GÉNERO

El concepto de proyecto migratorio ha sido utilizado por Lara Flores (2010) para comprender las estrategias de reproducción social que elaboran las familias pobres de trabajadores estacionales rurales, para las que la movilidad espacial constituye una práctica habitual que articula a sus integrantes con el trabajo asalariado y doméstico. Por su parte, Bendini, Radonich y Steimbreger (2012) consideran que el concepto de proyecto migratorio:

[…] expresa la iniciativa familiar de acuerdo a su posicionamiento socioeconómico y las estrategias de reproducción donde se inscriben y configuran los desplazamientos espaciales, al tiempo que pone de manifiesto pautas históricas de organización familiar y espacial, de estrategias de vida y de trabajo desarrolladas por las familias de manera más o menos deliberada ( Bendini, Radonich y Steimbreger, 2012, p. 28 ).

En relación con los elementos que inciden en la construcción de los proyectos migratorios de los/as migrantes procedentes de Bolivia y de origen campesino, observamos ciertos “factores de expulsión” como la falta de oportunidades laborales, dificultades para la reproducción socioeconómica de las familias, entre otros. Pero también, “factores de atracción” en el destino como las posibilidades de empleo, la mejora en las condiciones de vida, el acercamiento al modo de vida urbano moderno, etcétera.

Ciertamente, la información que compara origen y destino suele transmitirse a través de los relatos de experiencias migratorias de familiares o paisanos. Esos relatos están cargados de sentidos, percepciones y afectividades y se suman al acervo cultural de la comunidad o de la sociedad. En ese sentido, retomamos la idea de habitus migratorio, acuñada por Hinojosa Gordonava (2009) y utilizada para explicar la movilidad de las personas al interior de lo que hoy conocemos como Bolivia, como un saber de vida que permitió y permite una mejor y más sostenible utilización de los recursos naturales. También Rivero Sierra (2015) destaca en sus investigaciones sobre la migración boliviana en la provincia de Tucumán, Argentina, lo que define como cultura migratoria de los/as bolivianos/as, indicando la necesidad de analizar:

[…] las transformaciones sociales que han tenido –y tienen lugar– en el seno de las comunidades de emigración; por una parte, como resultado de la incorporación generalizada de la práctica migratoria entre sus miembros y, por otra, por la transversalidad con que afecta, tanto a quienes se van, como a quienes se quedan ( Rivero Sierra, 2015, p. 238 ).

Lo que a su vez forma parte de lo que Cassanello (2014) define como “memoria colectiva” de los lugares de origen.

Ahora bien, estos factores constituyen un contexto general en el que puede tener lugar la migración, es decir, en el que puede gestarse un proyecto migratorio. Pero la construcción del proyecto migratorio está atravesada de forma crucial por el sistema de género que opera en los lugares de origen (Ariza, 2007). En esta investigación se entiende al sistema de género como “el conjunto de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anátomo-fisiológica” (De Barbieri, 1992, p. 114):

[…] el género se puede concebir como parte de un habitus, es decir, integrante del conjunto de disposiciones duraderas y transferibles de percepciones, pensamientos, sentimientos y acciones de todos los miembros de una sociedad que, al ser compartidas, se imponen a cualquier agente como trascendentes. Así, las prácticas de las personas no son libres ya que los habitus son principios generadores y organizadores de las mismas; pero tampoco están totalmente determinadas porque los habitus son disposiciones, y como tales, no impiden la producción de prácticas diferentes. De allí que las características del sistema de género pueden ser cuestionadas y reinterpretadas –en diversos grados– en el curso de nuevas experiencias o coyunturas, tal como la migratoria ( Rosas, 2013, p. 115 )

Dentro de este sistema, la masculinidad y la feminidad son consideradas como las dos diferenciaciones socioculturales primarias de las construcciones de género. Concretamente, se construyen formas hegemónicas de feminidad y masculinidad, y también se definen o moldean las relaciones entre ambas (Rosas, 2013). Por esto, el género tiene un carácter relacional, dado que no es posible pensar el mundo de las mujeres separado del de los varones, y la mayoría de estas relaciones encierran desigualdades en perjuicio de las mujeres (Ibídem).

Entendemos que indagar sobre la incidencia del sistema de género en la construcción de los proyectos migratorios requiere considerar las relaciones que se establecen dentro de las unidades domésticas campesinas tarijeñas. Dichas unidades constituyen el ámbito de coresidencia en el que sus integrantes comparten las tareas de mantenimiento cotidiano, incluyendo el consumo y la organización reproductiva de las generaciones siguientes (Harris, 1986). Particularmente, pensando estas unidades domésticas como un espacio de negociación, de relaciones de poder desigual, donde las relaciones reflejan las diversas formas en que opera la división sexual del trabajo al interior de las mismas y por lo tanto, donde se producen y reproducen los mandatos de género.

De acuerdo con Harris (1986), las unidades domésticas campesinas han sido analizadas tradicionalmente en el marco de la ideología patriarcal desde la que se naturalizó la idea de que los varones distribuyen el trabajo, negocian los contratos y los precios de la cosecha, rentan las tierras u otras propiedades, y de ese modo se concibió como “natural” el control del varón sobre el resto de la familia. Por su parte, las mujeres fueron pensadas especialmente dentro del ámbito de la reproducción, concibiendo sus tareas como limitadas a satisfacer necesidades básicas de los integrantes de la unidad doméstica (alimento, descanso, limpieza, vestimenta).También se naturalizó el rol de las mujeres como las cuidadoras naturales de niños y ancianos, del mismo modo fueron excluidas de la esfera productiva.

En definitiva, esta perspectiva ideológica colocó al varón en el rol de sostén económico de la familia, y a la mujer, en el de quien organiza, gestiona y asegura la reproducción social del grupo doméstico. De esa forma, para los varones el capital simbólico y el prestigio social se pone en juego puertas afuera de la familia (Pedone, 2008).

Esta manera de concebir los roles y las relaciones de género en el interior de las unidades domésticas, incidió en la forma de observar los movimientos migratorios. De ese modo, hasta finales del siglo XX la producción científica sobre migraciones estuvo marcada por su carácter economicista y androcéntrico (Herrera, 2011; Gregorio Gil, 1998). Las investigaciones describían a las mujeres como separadas de la esfera laboral, o como si fueran irrelevantes para la misma y por lo tanto, no formaran parte protagónica del hecho migratorio (Ariza, 2007). De esa forma, los análisis de las migraciones ocultaron a las mujeres migrantes debido a la suposición ampliamente compartida de que ellas (y los niños) solo migraban para acompañar o para reunirse con los esposos/padres (Mahler y Pessar, 2006).

La crítica feminista a esta forma de analizar las migraciones dio impulso a los estudios que vincularon género y migraciones. Dentro de los mismos, avanzada la década de los 90, algunos trabajos dieron cuenta de la llamada feminización cuantitativa y cualitativa de las migraciones. La primera visibilizó el aumento de mujeres migrantes en ciertos flujos migratorios, mientras que la feminización cualitativa planteó críticas a la visión androcéntrica del fenómeno. Sobre este punto, Rosas (2013, p. 132) advirtió que en principio esa feminización cualitativa no era causada por una mayor igualdad entre hombres y mujeres, más bien se debe:

[a la] profundización de la desigualdad social y al deterioro del mercado de trabajo en los lugares de origen, producidos por los procesos de reestructuración productiva y por la apertura económica que, a su vez, promovieron efectos negativos sobre la cantidad y calidad de los puestos de trabajo de mujeres y varones ( Rosas, 2013, p. 132 ).

En este marco, interesó aportar a los estudios que vinculan género y migraciones, analizando los proyectos migratorios masculinos y femeninos de migrantes tarijeños/as de origen campesino con destino al mercado de trabajo agrícola del NOA. Particularmente, atendiendo al modo en que operaron los condicionantes de contexto (factores de expulsión y atracción), y cómo estos se articulan con los mandatos de masculinidad y feminidad de sus lugares de origen.

METODOLOGÍA

Se optó por una metodología con enfoque cualitativo y como técnica de obtención de datos, la entrevista en profundidad.2 Se analizan siete proyectos migratorios masculinos (Carlos, Gerardo, Bertoni, Imar, Raúl, Emanuel y Ranulfo) y cinco femeninos (María Ester, Natalia, María, Juana y Beatriz). Los casos seleccionados poseen un origen similar, pues forman parte de familias campesinas procedentes de distintas zonas rurales del departamento de Tarija, Bolivia: San Jacinto, San Andrés, Tolomosa Grande e Iscayachi. Además, los/as entrevistados/as iniciaron sus trayectorias migratorias entre los años 1960 y 2015 y se articularon principalmente –aunque no exclusivamente–con el mercado de trabajo agrícola del NOA, y desde finales de la década de 1980, en la producción hortícola de la provincia de Salta, en especial en el municipio de Apolinario Saravia.

La reconstrucción de los proyectos migratorios fue realizada a partir del análisis de entrevistas en profundidad, en su mayoría concretadas en diversas oportunidades entre 2012 y 2017 a los/as mismos/as migrantes, en los lugares de origen, en el destino y en ciertas ocasiones, en ambos.

En los lugares de origen, el trabajo de campo fue desarrollado en el transcurso del mes de febrero (en los años 2016 y 2017), que fue el periodo en el que los/as migrantes retornaron de forma temporaria para visitar a sus familias, coincidiendo a su vez con la fiesta del carnaval en Bolivia, lo que apareció como un momento valorado por nuestros/as entrevistados/as. Esta fiesta culmina a finales de febrero, momento en que los/as migrantes regresaron a los lugares de migración. Este momento coincidió a su vez con el inicio de las tareas en las fincas hortícolas (preparado de las tierras, los invernaderos y almácigos), como también del ciclo escolar de los/as hijos/as en Argentina.

En el destino, las entrevistas se concretaron principalmente en el municipio de Apolinario Saravia, Provincia de Salta, especializado en la producción hortícola, con una importante presencia de trabajadores/as y productores/as de origen boliviano. Las mismas tuvieron lugar en distintos momentos del año, en los sitios de trabajo, es decir, tanto en las fincas hortícolas, como en sus casas.

En el caso de Gerardo y Ranulfo, ellos fueron entrevistados solo en los lugares de origen, ya que se encuentran retornados de forma definitiva; también se incorporó el análisis de una entrevista realizada a Roberto en Iscayachi, Bolivia, aunque si bien él no migró, sí lo hicieron su padre y sus hijos/as. Por su parte, Imar, Gerardo, Ranulfo, María Ester, Natalia y María fueron entrevistados/as únicamente en el destino. No obstante, también nos entrevistamos con familiares de María, Carlos y Raúl en sus lugares de origen. Finalmente, Bertoni, Emanuel, Juana y Beatriz fueron entrevistados tanto en sus lugares de origen como también en los lugares de destino de la migración.

Los proyectos migratorios masculinos

Las migraciones procedentes del actual departamento de Tarija hacia el NOA tienen una historia que antecede a la conformación de ambos Estados (argentino y boliviano, respectivamente) (Hinojosa Gordonava, Pérez Cautín y Cortez Franco, 2000; Pacceca y Courtis, 2008). Inclusive, la historia larga de la migración boliviana en el NOA puede reconocerse en otras investigaciones (Reboratti, 1996; Nicola, 2008; Sassone, 2009, entre otras), y su continuidad es confirmada en el relato de los migrantes entrevistados.

En todos los casos, los entrevistados tenían familiares con experiencia migratoria previa hacia la región del NOA. Por ejemplo, dentro de su unidad doméstica (padre, madre o hermanas/os), o bien de la familia ampliada (como tías/os o primas/os). Así mismo, algunos recordaban sus propias experiencias durante la niñez, como acompañantes en la migración de sus padres y madres.

Esos familiares se vincularon con el mercado de trabajo agrícola estacional, principalmente –aunque no exclusivamente– con la producción de caña de azúcar de las provincias de Salta y Jujuy. Ciertamente, los relatos sobre las experiencias migratorias circulan en las comunidades de origen incorporándose a la memoria colectiva (Cassanello, 2014) de las mismas.

De acuerdo con Cassanello (2014, p. 74) “los relatos de los migrantes temporarios y permanentes que se fueron instalando en diferentes parajes del norte argentino, cumplieron un rol central en la propagación de información y en la aparición de redes de migrantes”. Y esto forma parte del contexto en el que los/las entrevistadas/os construyen sus proyectos migratorios.

Por ejemplo Carlos, de 57 años de edad, nacido en Iscayachi, contaba que de niño acompañaba a sus padres que migraban estacionalmente para trabajar en Ledesma, una empresa productora de azúcar que se localiza en la provincia de Jujuy:

[…] Sí, antiguamente [mis padres] trabajaban en Ledesma, 3 en la caña. Con los años ya pasaron, empezaron a andar un poquito mal el tema de la empresa, yo no me acuerdo. Yo estuve en Ledesma de pequeño con mis padres. Bueno, y agarraron y se fueron a Bermejo, eso es departamento de Tarija y ahí, hemos producido caña, hacíamos molienda de caña […] (Carlos en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 18 de abril de 2013).

Por su parte, Roberto de 60 años de edad y nacido en Iscayachi, contó sobre la experiencia traumática vivida por su padre en Argentina. Una experiencia que lo marcó de tal manera que prefirió permanecer en su terruño, al riesgo de migrar:

Sucedió que mi padre migraba de forma temporal a la Argentina, para trabajar en la cosecha de caña de azúcar. Las condiciones de trabajo eran malas, comía poco y trabajaba mucho. Un día se enfermó, se enfermó mucho y se murió. ¡Uh! No sabe usted, nos dice ¡Lo complicado para traerlo, todo lo que nos costó traer su cuerpo! (Roberto en Iscayachi, Tarija, cuaderno de campo, 11 día de febrero de 2016).

En este fragmento de la entrevista podemos reconocer el modo en que la vida de aquellos que se quedan, que no migran, como es el caso de Roberto, está de todas formas atravesada por la experiencia de los otros migrantes.

No obstante, aunque ni Roberto ni su esposa migraron, sí lo hicieron sus hijos. Tanto para él como para su esposa, inclusive para el resto de los entrevistados, la explicación de por qué migraron se centró en primer lugar en el contexto de origen que caracterizaron como expulsivo. Al integrar una economía campesina que no era capaz de sostener a todos los integrantes de la unidad doméstica, algunos migraron temporal o permanentemente. De esa forma, la práctica migratoria permitía disminuir la carga sobre la unidad doméstica, reduciendo la cantidad de personas que se reproducían en la misma.

Ese contexto de origen, caracterizado por varias limitantes en la reproducción de las unidades campesinas, es expresado por Roberto. En su relato compara el sistema productivo de Iscayachi, remarcando la escasez de agua y tierras y una agricultura de abundancia en Argentina:

[…] Todos sembramos así. Son chicos los terrenos que tenemos. No es como la Argentina. Uh! ¡La Argentina es pampa! Tiene harta tierra; aquí, no. Aquí hay partes con lluvia no más. No hay agua. Cuando llueve producen. […] pero si hela, no, peor. Estamos tristes. Ya la juventud se va a la Argentina. La mayoría. Ha helado y se van. Luego del Carnaval se van […] Aquí tenemos tierra, a mí me toca dos hectáreas, a cada uno, eso está bien, está bien. Ahorita tenemos cebada, trigo, habas, a veces hay problemas […] con el agua cuando hay sequía […] (Roberto en Iscayachi, Tarija, comunicación personal, 11 de febrero de 2016).

Según su relato y el de sus hijos, la unidad doméstica se sostuvo siempre con base en la producción de algunos cultivos y de la cría de animales, cuyos productos se utilizaban para autoconsumo. El escaso excedente se vendía o intercambiaba por otros productos de consumo familiar. El ingreso de la unidad doméstica también se complementaba con la venta de otros productos, como en el caso de la familia de Roberto, que contaba con el ingreso procedente de la venta de pan que realizaba su esposa Francisca.

Por su parte, Gerardo, oriundo de Tolomosa Grande, con 60 años y toda una vida trabajando en la agricultura en distintos lugares de la Argentina, nos contó que en la construcción de su proyecto migratorio fue determinante la falta de tierras. Justamente, el reparto de tierras por herencia entre los hermanos no permitía la reproducción de las familias por el reducido tamaño de las parcelas:

Viendo que éramos muchos y no había tanto terreno. Uno ve que pa’ todos no daba y tiene que salir a buscar, como muchos se van a trabajar por ahí. Ya uno es joven tiene que salir. A los diecisiete años más o menos, yo ya estaba yendo a la Argentina. A la provincia de Salta y a Jujuy. […] Había otros hermanos mayores iban más adelante, ellos nos han llevado (Gerardo en Tolomosa Grande, Tarija, comunicación personal, 10 de febrero de 2016).

En el caso de Bertoni, oriundo de Iscayachi, de 35 años de edad, el acento en su proyecto migratorio está puesto en la atractividad construida sobre el destino y, al igual que el resto de los varones migrantes, Bertoni concretó su proyecto migratorio al integrarse a la red migratoria de otros varones. Ciertamente, estos otros varones con experiencia migratoria previa contaban con información sobre el viaje y también sobre posibles destinos laborales. En el siguiente fragmento el entrevistado se refiere a sus expectativas con relación al viaje hacia Argentina, construidas a partir del relato de otros migrantes:

Sí, los amigos de allá, los primos, de la comunidad mía ¿no? La mayoría de los primos ya venían, iban y venían. Contaban que todo los más lindo que es Argentina ¡Es que allá se pasa vida! Es lindo, porque va a venir, venís trabajas, hay patrones que tratan bien aquí, ¿no? No te hacen sufrir de comida, te atienden bien […] La mayoría de ellos además me hicieron animar, pues. La primera vez que me ha hecho animar a venir fue mi cuñado, ya venía ya, el marido de mi hermana, que falleció, ya me animé a venir con él, a los diecisiete años (Bertoni en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 13 de septiembre de 2015).

Carlos también contó lo siguiente: “Yo me hice joven. Me he venido […] para acá (refiriéndose a Salta) en el 81 [1981]” (Carlos en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 18 de abril de 2013, cursivas nuestras).

En su caso, Carlos emigró por primera vez con veintiún años junto con su hermano, con quien realizó migraciones circulares desde su terruño hacia el norte argentino, es decir viajaban a la Argentina para trabajar en la agricultura, donde permanecía algunos meses y luego retornaban a Bolivia. Después de tres años de migrar bajo esa modalidad, tanto Carlos como su hermano decidieron emprender un proyecto migratorio diferente, junto a sus parejas que residían en sus lugares de origen. En aquella ocasión, ambos proyectaron establecerse definitivamente en la Argentina. Esa migración, que asoció dos nuevas familias, dos parejas sin descendencia, se concretó a través de la información y los contactos establecidos por un cuñado que trabajaba en Ledesma.

Tal como comentamos en el caso de Gerardo, Carlos y Bertoni, otros tres casos, el de Imar (de 30 años de edad, oriundo de San Andrés,), Raúl (quien falleció a los 28 años, procedente de Iscayachi,) y Emanuel (de 20 años de edad, nacido también en Iscayachi) iniciaron su experiencia migratoria siendo solteros, entre los 14 y los 22 años, junto con hermanos o tíos de mayor edad.

Asimismo, hemos reconocido que varios de los entrevistados (como por ejemplo Carlos, Imar y Raúl), luego de varios años de migrar de forma circular junto con otros varones, emprendieron un nuevo proyecto migratorio con sus parejas constituidas en sus lugares de origen. Este nuevo proyecto migratorio fue diferente del anterior, pues consistió en establecerse definitivamente en Argentina, con sus parejas con quienes comenzaron a trabajar en la agricultura de forma conjunta.

El caso de Ranulfo es diferente, porque comenzó su trayectoria en el año 1984, a los 22 años, cuando ya se encontraba viviendo con Elsa, su esposa. Según relató, por aquel entonces en Tolomosa Grande personas del lugar o de otras zonas de Tarija reclutaban grupos de entre ocho a diez varones jóvenes para trabajar en Argentina. Así, el entrevistado logró conocer varios lugares de Argentina, donde permanecía por algunos meses; o a veces permanecía durante todo un año y en algunas ocasiones, dos años, hasta regresar nuevamente a Bolivia. El caso de Ranulfo difiere además del resto porque no migra junto con Elsa, y luego de varias décadas de migrar de forma estacional hacia la argentina, decidió permanecer de forma definitiva en Bolivia (Cuaderno de campo, entrevistas en Tolomosa Grande, Tarija, 13 de febrero de 2017).

En todos los proyectos migratorios masculinos analizados anteriormente están presentes las dificultades de la reproducción social de las familias campesinas en sus lugares de origen. Dichas dificultades son explicadas por la escasez de tierras y agua, el clima adverso, la falta de mercados, entre otras, todo lo cual deviene en la “naturalizada” opción de la migración. Particularmente en el caso de los varones, ese contexto de origen adverso se articula con ciertos mandatos de masculinidad que permiten explicar la migración a ciertas edades.

Entre los 14 y los 22 años es el momento en que los varones se “hacen jóvenes”, lo que pareciera significar un cambio de etapa en el ciclo vital. Los varones dejan de ser niños y se convierten en jóvenes, entonces tienen que valerse por sí mismos, tienen que “salir a buscar”, y eso significa migrar, ir donde puedan encontrar trabajo.

En una ocasión, entrevistando a Francisca, en Iscayachi, explicaba la migración de sus hijos del siguiente modo: “Sí, se van, se hacen jovencitos y se van. Es que aquí no tenemos mucho trabajo” (Francisca en Iscayachi, Tarija, comunicación personal, 13 de febrero de 2016). Su relato como madre resultó relevante para el análisis porque la familia se considera como uno de los principales ámbitos donde se reproducen los mandatos de género (Mallimaci Barral, 2012; Pedone, 2008).

Otra de las cuestiones que surge de las entrevistas es que, en su mayoría, los varones comenzaron sus trayectorias migratorias siendo solteros, en estos casos, la migración no se explicaba por el mandato de sostener a sus familias como proveedores, pero sí por sostenerse a ellos mismos en términos económicos y, como consecuencia, aliviar la carga familiar. Es decir, de alguna manera la migración es siempre colaborativa de la supervivencia familiar (Mallimaci Barral, 2012). Ahora bien, en algunos casos, luego de varios años de migrar de forma estacional, estos varones inician un nuevo proyecto migratorio junto con la pareja constituida en el origen. Este nuevo proyecto migratorio difiere del anterior porque tiene como objetivo trabajar en la agricultura junto con la pareja y establecerse definitivamente en destino.

Ahora bien, en algunos casos, como el de Ranulfo, los varones migran luego de conformar sus propias unidades domésticas en el origen, y no emprenden este proyecto migratorio de pareja. Migran bajo la lógica según la cual las mujeres forman parte de la red de cuidados de la familia, reproduciendo su identidad dentro del hogar, y el varón lo hace a partir de su rol de sostén económico de la unidad doméstica. Esta lógica se explica por la división social del trabajo, que habilita a los varones a salir y buscar el trabajo remunerado, liberándolos del trabajo reproductivo que suele recaer en las mujeres (Rosas, 2013). Esto lo veremos mejor en el siguiente apartado.

Los proyectos migratorios femeninos

A continuación abordamos los proyectos migratorios de María Ester, Natalia y María. Estas mujeres tienen algunas similitudes, los varones con quienes mantenían una relación conyugal en sus lugares de origen migraban de forma estacional para trabajar en la producción de caña de azúcar o de tabaco en el NOA, mientras ellas permanecían en Bolivia. Luego de algunos años de migrar bajo esta modalidad, los varones construyeron un nuevo proyecto migratorio para establecerse de forma definitiva en Argentina con ellas. Entonces María Ester, Natalia y María dieron forma a sus proyectos migratorios en conjunto con sus parejas.

María Ester, nacida en Iscayachi, con 60 años de edad en el momento de la entrevista, contó que en el ámbito donde creció, en Bolivia, los varones eran los que migraran a la Argentina, mientras que las mujeres permanecían cuidando de los/as hijos/as. En su relato podemos inferir la existencia de lo que entendemos como habitus o cultura migratoria, en la que los varones migran como una estrategia de reproducción de la unidad doméstica campesina consuetudinarias, respondiendo a la división sexual del trabajo antes mencionada (Harris, 1986):

[…] agricultores éramos, nosotros no más hemos producido allá […] Mi padre años antes ha venido a trabajar acá. En zona de desmontes, dice que era sereno de máquinas. Dice que venía seis meses, claro, como hace cualquier familia, por ahí hay chicos que nacen, vuelven y vuelta a venir[…] Yo me acuerdo poquito que él contaba […] Y él trabajaba la temporada y después se iba a veces a ver a la familia […] (María Ester en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 22 de mayo de 2016).

María Ester comienza su migración a los veintidós años: “vine con él, con mi esposo […] Él sí ya había venido” (María Ester en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 22 de mayo de 2016).

Para la mayoría de las mujeres cuyas trayectorias analizamos, es el propio proyecto familiar lo que justifica su migración y se articula con las dificultades o limitaciones de un contexto de origen, que podemos caracterizar como expulsivo:

Para mí, yo no quería hacer la vida para allá, para mí es medio frío, Iscayachi y Tarija. Por los años que vivíamos en Bolivia, los presidentes, no [daban] ninguna ayuda para criar a los niños, yo veía que se morían muchos chicos porque no tenían remedios, falta de atención, vacunas. Yo decía a mi esposo, yo no quiero tener los hijos aquí, no tenemos ninguna ayuda. Cuando helaba no había plata y nosotros, una pareja que quería tener familia, no había nada […] Un año hemos vivido allá, y una vez de esos meses, mi cuñada, mi concuñado –[él se] crió en Perico [ciudad de la provincia de Jujuy]– armó el viaje, “yo me voy a la argentina”, y Rodríguez [refiriéndose a su marido] ha charlado con él, dice “yo también me voy” […] Y hemos venido, desde el año 84 parece que estamos […]. (María Ester en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 22 de mayo de 2016)

No obstante, en otro momento la entrevistada también planteó un argumento distinto, referido a un proyecto migratorio individual, que no pudo concretar. Este proyecto apareció mientras residía en el hogar paterno/materno y estaba soltera. En su relato reconocemos cómo el patriarcado opera controlando a las mujeres al interior de las familias. Justamente María Ester menciona que deseaba migrar a la Argentina pero que uno de los varones que integraba su familia, su hermano mayor, no la autorizaba porque consideraba que migrar estaba por fuera de aquello que su familia esperaba para ella (Harris, 1986):

ME: ¡Uh! de más lindo, para mí, yo le soñaba venirme de allá. A mi primer hermano mayor, yo le decía “papá” a él. Él era mimoso, yo le decía “papá chico”, a parte del papa mío […] él se ha criado trabajando joven aquí, iba y venía, de soltero.

S: ¿Y él qué le decía?

ME: “Es lindo, hija”, decía, “pero yo no la puedo llevar, yo no le puedo decir ´vamos hija´”; pero cuando yo tenía dieciséis años le dije “¡lléveme, lléveme!”.Y no, “no hijita, no hermanita, mira vos tenés el deber de ver a mi mamá, a mi papá. Usted tiene que atenderlos a ellos, tiene que cuidarle ¿cómo la voy a llevarle yo? Usted se va a hacer del lugar, y se van a olvidar de la mamá, así que no, no los puedo llevar”“¡Lléveme!”

S: ¿Y usted qué se imaginaba?

ME: Que es lindo, trabajar, lugar lindo, caluroso, lindo; allá están las cosas, hay plata, llega la carne, en la puerta de la casa, hay verdura, hay todo, pero hay que trabajar. Yo le decía que me lleve, pero él no quería. (María Esther en Apolinario Saravia, provincia de Salta, 22 mayo de 2016).

En este proyecto migratorio estaba presente la idea de un lugar soñado, de un destino en el que podía encontrar aquello que no existía en su lugar de origen. Pero también en aquel recuerdo aparecen las condicionalidades del género. María Ester, por su condición de mujer, tenía un rol asignado en su familia materna/paterna: el cuidado de sus padres. Un rol que sería enunciado por su hermano mayor, aquel sujeto con autoridad en su vida, tanto así que le llamaba “papá chico”.

María Ester logró concretar la migración cuando la misma formó parte de un proyecto familiar propio, junto con otro varón, con quien mantenía una relación conyugal. Pizarro (2015a) sostiene que para muchas mujeres bolivianas la decisión de migrar y abandonar sus hogares está sujeta a la autorización de sus parientes masculinos. La autora afirma que en la mayoría de los casos, las migraciones de las mujeres estaban asociadas a las decisiones de sus maridos, padres o hermanos, y que sólo pudieron migrar después de obtener el apoyo, permiso o autorización de un familiar varón.

Otro caso es el de Natalia, nacida en Tolomosa Grande, que al momento de la entrevista tenía 40 años y llevaba más de 20 residiendo en la Argentina. Al igual que María Ester, Natalia también migró en el marco de un proyecto de pareja y laboral. En su relato se destacan ciertas condiciones que pueden caracterizarse como expulsivas del lugar de origen; pero la entrevistada también reconoce que su decisión estuvo asociada a “seguir los pasos de su marido”:

S: ¿Cómo llegaste a La Plata [capital de la Provincia de Buenos Aires]? ¿Cómo fuiste desde Tolomosa hasta La Plata?

N: Yo me junté joven, tenía mi marido, que era trabajador, así. Apareció un patrón, le dijo “bueno, vamos para la Argentina” y él se ha venido más adelante. Y después ya me vine yo, […] decidí seguir el paso de él, irme con él.

S: ¿Él te propuso?

N: Sí, me dijo cómo era la situación. No éramos gente de tener, como hoy por hoy, los chicos nacen con un pan bajo el brazo. En ese tiempo la gente que tenía era muy raro, muy raro, […] era muy sufrido (Natalia en Apolinario Saravia, provincia de Salta; comunicación personal, 13 de septiembre de 2015).

En definitiva, lo que se reconoce hasta aquí es un importante peso en los factores de expulsión del contexto de origen, pues aparecieron en todos los relatos analizados. Ahora bien, ¿en qué medida la migración reducía el problema de la reproducción de las familias campesinas en los lugares de origen?

Ninguno de los casos analizados en esta investigación da cuenta de la existencia del envío de remesas. No obstante, se constató la ayuda de los/las migrantes a los familiares del lugar de origen a través del traslado de mercaderías, que básicamente consistían en alimentos no perecederos.

Ahora bien, creemos que la migración de campesinos/as tarijeños/as hacia Argentina puede ser pensada como una forma de aliviar la carga familiar (menos bocas que alimentar y menos tierra para dividir) justamente en familias numerosas que apenas se sostienen con su economía de subsistencia campesina. En ese marco, los varones y mujeres que migraron juntos favorecieron la subsistencia de cada una de sus unidades domésticas en origen, a la vez que formaban una nueva unidad doméstica en el lugar de destino.

El caso de María, de 38 años, nacida en Iscayachi, responde a una migración por reunificación familiar. Así relató aquel contexto de origen del cual se aleja:

M: […] como campesinos […] teníamos más o menos una hectárea de tierrita. Bueno, ahí producíamos. Con eso nos manteníamos mi mamá, mi papá y doce hermanos […] Todos trabajaban […] mi mamá con mi papá trabajaba y nosotros, como éramos chicos [trabajábamos] en el campo, criando ovejas, chivos. Y eso era para consumo propio, claro, porque para vender no alcanzaba. Con tanta familia, imagínate. Para darse vuelta al año, porque allá hay una sola siembra al año. Así la gente, ya la gente se viene para acá, más antes se venía mucho […] mi papá sembraba y con eso daba vuelta el año, digamos, midiéndose.

S: ¿Qué sembraba?

M: Papa, arveja, cuando el año no hela, da, pero cuando hela, no da nada. S: ¿Y ahí qué hacían?

M: Y bueno, mi mamá a nosotros nos crio vendiendo pan. Todos los días hacer el pan y mandarnos a vender. Y con eso (María en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 13 de septiembre de 2015).

En la construcción del proyecto migratorio de María reconocemos elementos que forman parte de la experiencia migratoria de Raúl, su pareja, también oriundo de Iscayachi. Raúl comenzó su trayectoria migratoria antes que María, migrando de forma circular para articularse como trabajador en distintas zonas agrícolas de la Argentina. En Iscayachi, la actividad agropecuaria era principalmente para autoconsumo y el escaso excedente era intercambiado por otros bienes de consumo familiar. Por esto, el trabajo remunerado de Raúl en Argentina significaba, según lo expresado por María, la posibilidad de acceder a ciertos bienes impensados desde la economía campesina de su lugar de origen. De ese modo, podemos entender la migración de Raúl por su rol de proveedor de la familia que había constituido con María, saliendo a migrar-trabajar.

M: Yo me junté jovencita, sería a los 17 años, sí, allá, se llamaba Raúl. Él ya sabía venir aquí, iba de mensualero pa´ Corrientes [Provincia del noreste argentino] No sé, un lugar, no sé cómo se llama; pero él era solo, él ya sabía venir para ahí; […] era conocedor, digamos; él venía por Corrientes y después ya venía por este lugar. Ya se había juntado conmigo. Él iba y venía todos los años. Porque la juventud de allá era así, iba y venía. Porque esos años vos sabías que el peso valía, rendía y lo que ganaba aquí ¿cuánto ganaban? ¡cien pesos mensual! –ponele– ¡ese tiempo era como que allá era cien dólares! […] Llevaba allá. Lo que se compraba, para uno que no conoce plata ¡ya era plata! ¡qué sé yo! Se compraba una camita, un buen colchoncito, una mesita, […] ¿ve que uno esa cosita que uno se compraba?, lo cuidaba como oro. Eso era lo que uno tenía. Eso era valor para mí (María en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 13 de septiembre de 2015)

Sin embargo, en otra de las entrevistas con María observamos un cuestionamiento a la migración de Raúl. La entrevistada mencionó que su pareja “era un poco irresponsable”, porque “dejan con hijos y se van” (María en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 14 de septiembre de 2015). En el fragmento citado en este párrafo, María habla en plural, generalizando un tipo de comportamiento de los varones que migran, como su pareja y padre de sus hijas. Se puede inferir que su comentario refiere al incumplimiento de las responsabilidades paternas, como encargarse del sustento de los/as hijos/as. Se puede concluir que en ciertos momentos, la migración de Raúl no respondió al mandato masculino que asigna a los varones el rol de proveedores de la familia.

María comenzó su trayectoria migratoria por el año 2000, con 20 años de edad. Viajó hacia Apolinario Saravia con sus tres hijas pequeñas, para reunirse con Raúl: “yo también [estuve] medio obligada a venir, porque qué iba a hacer con tres chicas. Y allá era feo, esos años eran feos, para comer a veces faltaba, mucho sufría de hambre” (María en Apolinario Saravia, comunicación personal, 14 de septiembre de 2015). Al igual que Ariza (2007), en este análisis reconocemos que en ciertas ocasiones la migración del varón puede significar un mayor empobrecimiento de las mujeres, como también una multiplicación en las cargas de trabajo.

María se sintió obligada a migrar por su situación económica y principalmente, por la falta de posibilidades para mantener a sus tres hijas. Este argumento contrarresta la idea de la migración femenina por amor, o vehiculizada por relaciones conyugales (Oso y Rivas-Mateos, 2012). Antes de migrar, María se encontraba en una situación apremiante en Bolivia, y veía en la reunificación con el padre de sus hijas en Argentina una posibilidad de subsistencia para ella y las niñas.

En definitiva, si bien el contexto en el que se enmarca la migración de las mujeres que entrevistamos es similar al de los varones, ellas construyen un proyecto migratorio diferente. En principio, cuando no cuentan con una pareja requieren del permiso, autorización y colaboración del varón autoridad en sus familias (padres o hermanos mayores).

Entonces, se puede inferir que en sus ámbitos familiares paternos/maternos la forma legítima de migrar para las mujeres es junto con un varón, principalmente cónyuge (esto no quiere decir que no existan migraciones autónomas como veremos en el siguiente apartado). Por esto, las mujeres suelen migrar más tarde que los varones. Y relacionado con lo anterior, se entiende que la migración de las mujeres estuvo fundamentalmente vehiculizada por la conformación de sus propias unidades domésticas en los lugares de destino, en las que a su vez pudieron reproducir el mandato femenino de la maternidad (Ariza, 2007). Asimismo, esa migración significó trabajar junto con sus parejas en la agricultura en los lugares de destino y en ese sentido, puede considerarse que la migración también pudo estar motorizada por la posibilidad de insertarse en un mercado laboral.

Proyectos migratorios femeninos autónomos

En este apartado se presentan dos proyectos migratorios de mujeres que difieren de los casos analizados anteriormente porque iniciaron la migración hacia el NOA de forma autónoma, y no como parte de un proyecto de pareja junto a un varón. Son los casos de Juana y Beatriz, que también provienen de zonas rurales del departamento de Tarija y sin embargo, según lo que expresaron, sus contextos de origen presentaban condiciones de mayor vulnerabilidad que los contextos de las anteriormente entrevistadas, pues no contaban con tierras familiares.

Por otra parte, Juana y Beatriz migraron por primera vez estando solteras y siendo más jóvenes que las otras mujeres entrevistadas. Además, hubo una primera experiencia migratoria (antes de migrar a la Argentina) que tuvo como destino la ciudad de Tarija, donde se emplearon en un nicho laboral feminizado: el servicio doméstico.

La familia de Juana se quedó sin tierras para cultivar cuando ella era pequeña, como consecuencia de la construcción de una represa que inundó los terrenos donde vivían. Entonces, de niña tuvo que emplearse fuera de su hogar. Como veremos, si bien la migración de Juana es autónoma, lo concreta a través de un varón, con el que tenía un vínculo familiar, pero no de pareja.

J: Ya salimos todos. El agua ha ido subiendo y nosotros hemos ido para arriba. Ya construyendo casas más arriba, ya nuestros viejos quedaron con poquito, ya era poco lo que quedaba, casi no quedaba nada […]

S: Vos primero te fuiste a la ciudad [de Tarija] ¿Cómo fue eso?

J: Sí, a un trabajo, necesitaba para vestirme y mis papás no me podían dar eso. [Tenía] dieciséis años […] me cansé de trabajar en el campo y me fui a trabajar al pueblo, a Tarija. Ahí trabajé como tres años, ya me cansé y me vine para acá [refiriéndose a Salta]. Mi hermano vino la primera vez […] Yo me imaginaba que era lindo. Todos los que venían aquí, iban allá, decían “es lindo” […] Mi tío trabajaba por estos lugares, yo vine la primera vez a Pizarro [municipio de la provincia de Salta] (Juana en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 8 de septiembre de 2015).

Por su parte, Beatriz, de 33 años, nacida en San Andrés, inició su trayectoria migratoria de forma autónoma, de un modo semejante al de Juana. Beatriz provenía de una familia sin acceso a la tierra y también tuvo una primera experiencia migratoria a la ciudad de Tarija.

Nosotros somos seis hermanos más mi madre, somos siete. Mi papá ha fallecido cuando yo tenía unos diecisiete años, por ahí. Y entonces no teníamos recursos ni mi papá, ni mi mamá […] Mi abuelo sí tenía tierras, pero como no se llevaban con mi madre. Porque como mi padre ya falleció, como que se han alejado ¿no? Y mi madre estaba sola, tenía que trabajar por jornal, por día. Y así nos sacó a los seis, no sé cómo hacía […] (Beatriz en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 8 de septiembre de 2015).

Al igual de Juana, a partir de esta experiencia migratoria inicial, Beatriz construyó un nuevo proyecto migratorio, también autónomo, hacia Argentina.

La gente te dice “allá se gana bien, hay trabajo”. Uno que tiene esa esperanza de querer superarse, [de] tener un poquito más, armar la casa, vivir bien, ¿no? Nosotros, mi mamá no tiene eso, alquila allá, no tiene casa propia. Y así me vine, dejé mi trabajo allá […] Yo peché [me esforcé] para venir para acá” (Beatriz en Apolinario Saravia, provincia de Salta, comunicación personal, 8 de septiembre de 2015).

Sobre ese proyecto, Beatriz nos contó el peso que tuvieron aquellos relatos sobre las “bondades” de la Argentina, que la describían como un destino en el que era posible soñar con tener lo que en sus lugares de origen era inaccesible.

En ambos casos, las entrevistadas construyeron sus proyectos migratorios de forma autónoma, y en ese sentido rompieron con el sistema de género predominante en el origen, porque migraron sin una pareja. Ahora bien, al relatar las dificultades presentes para subsistir en su lugar de origen, Juana y Beatriz explicaron su migración como “forzada”, y así legitimaron la autonomía de su movimiento (Mallimaci Barral, 2012). Asimismo, puede relativizarse la autonomía de este movimiento, pues como indica Rosas (2013), la migración de estas dos mujeres no fue motorizada directamente por las condiciones de mayor igualdad entre hombres y mujeres, sino que más bien se debió a la profundización de la desigualdad social y al deterioro del mercado de trabajo en los lugares de origen. Inclusive, estas mujeres reprodujeron el rol hegemónico de las mujeres al articularse como trabajadoras en el servicio doméstico remunerado, un nicho laboral caracterizado por ser precario, informal y mal pagado, además de feminizado.

CONCLUSIONES

Este artículo indagó en los factores de contexto (en el origen y en el destino) que incidieron en la migración de los/las campesinos/as de origen tarijeño analizados, predominantemente con destino al mercado de trabajo agrícola del NOA. A su vez, se indicó el modo en que operó el sistema de género en el origen en la construcción de los proyectos migratorios femenino y masculino respectivamente.

Entre los principales factores que explican esta migración masculina y femenina se identificaron las limitaciones en la reproducción social de las unidades domésticas en los lugares de origen, como consecuencia de la escasez de agua, de tierras y de circulación de dinero. Se observó que entre los principales factores que explican la migración masculina y femenina se encuentran las limitaciones en la reproducción social de las unidades domésticas campesinas en los lugares de origen, como consecuencia de la escasez de agua, de tierras y de circulación de dinero. Así, la migración de los integrantes de las unidades domésticas apareció como una estrategia para la reproducción de las mismas.

También se reconoció que la migración fue impulsada a través de la atractividad construida sobre Argentina como destino. Una atractividad basada en la posibilidad de conseguir un trabajo y así poder acceder a bienes impensados en el contexto de origen. De acuerdo con nuestros entrevistados, esta información circula a través de los relatos de sus familiares que migraron previamente, como por ejemplo sus padres, hermanos, primos o tíos. Así también consideramos que estas condiciones de atractividad se suman a la memoria colectiva de las comunidades de origen.

En su investigación sobre migrantes bolivianos hacia otras regiones de Argentina, Pizarro (2015b) sostiene que existe:

[un] imaginario migratorio que destaca las bondades de vivir en Argentina, la antigua costumbre de familiares y vecinos de ´salir´ a trabajar a dicho país, la ayuda recibida por las cadenas y redes migratorias, la creciente atracción de la vida urbana y del consumo, así como las utopías de lograr una mejora en su posición subordinada de clase y etnia (2015b, p. 8).

Pero también se encontró la existencia de experiencias migratorias negativas, como el fallecimiento del padre de Roberto, cuando él era un niño. Su padre migraba de forma temporal para trabajar en la zafra y estando en Argentina, se enfermó y falleció. Situación que Roberto recuerda como traumática por lo que costó repatriar el cuerpo de su padre a Bolivia. Justamente, creemos que ese evento incidió en la decisión de Roberto de no migrar y permanecer en Bolivia.

Ahora bien, en cuanto a los varones entrevistados, se observó que al llegar a cierta edad, entre los 14 y 20 años, se produce un cambio en el ciclo vital; de acuerdo a los relatos entre esas edades, los varones “se hacen jóvenes”. Esta etapa aparece asociada con el mandato de salir a buscar, de migrar, de autosostenerse en términos económicos. Entonces, esos varones entrevistados que forman parte de familias campesinas en zonas rurales de Tarija, construyeron sus proyectos migratorios integrándose a redes junto con otros varones – generalmente de mayor edad– de su familia nuclear (hermanos y padres) o de su familia ampliada (como por ejemplo, tíos, primos, cuñados y concuñados).

De ese modo se activaron redes y cadenas migratorias (Pedone, 2008) masculinas, que brindaron la seguridad del “saber circular” (Tarrius, 2000) debido a las experiencias previas de los primeros migrantes. En síntesis, los varones que entrevistamos construyeron sus proyectos migratorios respondiendo al mandato anclado en una división sexual del trabajo que legitima que sean ellos quienes migren, para articularse como trabajadores remunerados. A la vez, se mantuvieron alejados del trabajo de la esfera doméstica y principalmente de aquellas tareas vinculadas al cuidado de los otros integrantes del hogar.

Asimismo, fueron identificaron dos tipos de proyectos migratorios entre los varones entrevistados, que responden a dos momentos en su ciclo vital. Primero, como mencionamos anteriormente siendo solteros, concretaron un proyecto migratorio cuando se “hicieron jóvenes”. Esa migración también implicó que se asociaran con otros varones de su familia para trabajar en la producción hortícola en Salta y en Jujuy. Esa migración tuvo una dinámica estacional y cíclica, es decir, migraban a distintas zonas productivas del NOA para trabajar, permanecían algunos meses en el destino y luego retornaban a Bolivia.

Luego de varios años de migrar bajo la modalidad mencionada, estos varones iniciaron un segundo tipo de proyecto migratorio diferente del anterior, porque fue realizado en pareja, con mujeres nativas de sus lugares de origen. El objetivo de este nuevo proyecto migratorio consistió en la formación de la propia unidad doméstica y en el establecimiento definitivo en el destino.

En los proyectos migratorios femeninos se reconoce una modalidad diferente. En términos generales, las mujeres entrevistadas no responden al diagnóstico de la feminización cualitativa de las migraciones, ellas no son pioneras de la migración. Su movilidad “sigue los pasos” de sus parejas, como decía Natalia. Y el principal argumento que esgrimieron fue la posibilidad de reproducirse como mujeres, madres en una unidad doméstica propia.

No obstante, también se observó en menor medida la presencia de proyectos migratorios femeninos de carácter autónomo, como son los proyectos migratorios de Juana y Beatriz, que pueden ser vistos como parte de una ruptura con ciertos mandatos de género. En este caso, con el mandato que -en el marco de las familias campesinas tarijeñas-, legitima la migración de las mujeres solo cuando acompañan a los varones con quienes mantienen una relación conyugal. Ahora bien, esta ruptura y por lo tanto la autonomía de la migración podría ser relativizada porque estas mujeres han expresado en sus relatos una situación de mayor vulnerabilidad de sus contextos de origen, si los comparamos con resto de los casos estudiados.

Juana y Beatriz justificaron su migración en clave de “forzada” u “obligada”, ya que sus familias paternas/maternas no contaban con lo necesario para su subsistencia. Además, estas mujeres se articularon como trabajadoras del servicio doméstico remunerado, un nicho laboral precario, informal, mal pagado y una ocupación frecuentemente asignada a las mujeres.

Para finalizar el artículo, se considera que el análisis pendiente para futuros trabajos debiera orientarse a pensar en el modo en que la migración y el sistema de género en el destino inciden en estas personas, en sus trayectorias migratorias, los roles y relaciones de género.

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2A lo largo del trabajo utilizamos pseudónimos para resguardar la identidad de nuestros/as entrevistados/as.

3Ciudad de la provincia de Jujuy.

Recibido: 16 de Mayo de 2018; Aprobado: 26 de Noviembre de 2018

Translation: Bárbara Ramírez De Valdez

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