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Migraciones internacionales

versión On-line ISSN 2594-0279versión impresa ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.5 no.2 Tijuana jul./dic. 2009

 

Reseñas bibliográficas

 

Mexicanos en Chicago. Diario de campo de Robert Redfield 1924–1925

 

Renée de la Torre Castellanos*

 

Patricia Arias y Jorge Durand (investigación y edición), México, Universidad de Guadalajara, Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social Occidente, Porrúa y El Colegio de San Luis, 2008

 

* Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social Occidente

 

Mirada antropológica de los mexicanos en Estados Unidos: Etnografía de Robert Redfíeld

Este libro contiene textos inéditos de uno de los antropólogos más importantes de Estados Unidos, quien también es uno de los estudiosos que más influencia han tenido sobre la antropología mexicana: Robert Redfíeld.

Quizá Redfíeld nunca pensó que su contacto con los mexicanos le iba a transformar tanto su vida. Primero, su visita a México, donde conoció al ilustre antropólogo Manuel Gamio, le cambió su vocación profesional de abogado a antropólogo. Después, durante sus estudios de posgrado en antropología, su encuentro con los mexicanos en Chicago lo trajo de regreso a México. En Tepoztlán realizó su trabajo de campo para la tesis del doctorado, que después fuera editada en 1930 como Tepoztlán, a Mexican Village. A partir de ahí, como si fuera un converso a la mexicanidad, la vida de Redfield estuvo siempre en contacto con México, donde en 1930 continuó con sus famosos estudios sobre Yucatán, y de ahí, siguiendo la ruta maya, se dirigió hacia Guatemala. Varios de sus libros, hoy valorados como clásicos de la antropología, tratan sobre la cultura de los mexicanos: de los indígenas, de los campesinos, de los procesos de folchrización y de cambio social a partir de las relaciones entre las sociedades urbanas y las rurales.

Redfield murió en Chicago, en donde dejó guardado un tesoro: su diario de campo que escribió cuando era estudiante del primer año de antropología, y durante el cual decidió incursionar en el estudio socioetnográfico sobre la vida de los mexicanos en Chicago, trabajo que realizó durante 1924 y 1925. Hoy esos papeles, publicados en este libro, documentan la primera investigación antropológica sobre los mexicanos en Estados Unidos. Este diario, escrito a mano en una libreta a rayas de pasta azul, permaneció inédito, casi intocado, durante 83 años. Inicialmente, hasta antes de 1967, estuvo resguardado por unos amigos. Después fue entregado al Departamento de Antropología de la Universidad de Chicago, donde se almacenó en una caja con el número 59. Seguro que Redfield jamás imaginó que su diario sería desempolvado por un par de antropólogos venidos de México, quienes, con alma de coleccionistas, rastreaban los indicios de la existencia del diario.

Jorge Durand y Patricia Arias, antropólogos incansables, eran especialistas en guiarse por el método indicial y por su afinado olfato para descubrir obras de arte tras las formas del arte popular. Por ejemplo, habían sido capaces de ver, en las láminas oxidadas tiradas en los basureros afuera de la Basílica de San Juan de los Lagos, en los Altos de Jalisco, futuros documentos gráficos cargados de imágenes que permitirían decodificar la cultura religiosa de los mexicanos, los problemas del mundo rural y los riesgos y temores de los migrantes al cruzar la frontera hacia el otro lado. Esas láminas que los Durand–Arias encontraron y rescataron de la basura, de tiendas de antigüedades, de casas particulares, después de ser catalogadas por ellos, hoy conforman una de las colecciones más ricas de exvotos religiosos, tanto por su valor estético como por ser considerados documentos históricos para el estudio de la cultura de los migrantes a lo largo del siglo XX.

A finales de 2008, este par de antropólogos, que fueron influenciados por Redfield a través de las enseñanzas del maestro Ángel Palerm, transforman un archivo con papeles amarillentos en un objeto de culto para los antropólogos y de paso para los estudiosos de la migración México–Estados Unidos. De nuevo Robert Redfield regresa a México a través de esta hermosa e interesante edición de sus notas de investigación. En este libro no sólo rescatan documentos inéditos de Redfield, que por sí mismos revisten un especial sentido para la historia de cuatro disciplinas: la antropológica, la de los estudios sobre migración méxico–estadounidense, la de los estudios urbanos y, finalmente, la de los estudios chícanos. Los editores, debido a que las notas de Redfield no estaban hechas para ser publicadas, tuvieron que ingeniárselas para hacerlas legibles y publicables. Tuvieron que descifrar garabatos, tachados, leer entre líneas, atar cabos con otros datos que contextualizaran las referencias, y usar tinta mágica para redibujar las letras debilitadas por el paso del tiempo. También consiguieron fotografías, mapas urbanos, tarjetas postales y anuncios, propaganda y gráficos para documentar el Chicago que los mexicanos habitaron en la década de los veinte. Su olfato de coleccionistas de arte popular los llevó a rastrear información en los lugares y los objetos menos pensados: en el Museo de Artes de Chicago.

El libro, además, nos ofrece tres capítulos extraordinarios que sólo los autores–editores, dada su trayectoria especializada en los temas urbanos y de migración, podrían escribir con tal maestría.

El primer capítulo nos introduce en el valor que tiene el publicar este diario de campo, que en primera instancia documenta "el proceso de investigación y no el producto".1 Los autores indican que:

El diario de campo muestra, de manera ejemplar, la aplicación de las enseñanzas metodológicas de sus maestros, es decir, de lo que Redfield había aprendido en cuanto a las maneras de hacer investigación etnográfica. En él conocimos cómo buscaba y recopilaba la información; la manera de avanzar y tomar decisiones para ordenar; clasificar, construir el dato etnográfico; cómo convertía la información que recibía en dato relevante para sus intereses analíticos. Se puede decir que esa investigación pionera sobre los "mexicanos en Chicago" le sirvió a Redfield como un laboratorio para poner a prueba sus conocimientos, desarrollar habilidades, seleccionar técnicas de campo, disciplinar su desencanto cuando la investigación no avanzaba como él quería (p. 15).

El segundo capítulo desarrolla el paisaje sociocultural de la ciudad de Chicago durante la década de los veinte: una ciudad en pleno crecimiento industrial, cuya oferta de mano de obra se convirtió en un mosaico racial, nacional y cultural; italianos, polacos, chinos y, finalmente, mexicanos. Estos últimos llegaron a habitar una de las residencias más paupérrimas de la ciudad: Hull House, que era, nos dicen los autores, "un espacio fatalmente tugurizado" (p. 40). Ahí vivían los mexicanos, hacinados en cuartos oscuros e insalubres. También vivieron en un barrio al lado de los judíos, alemanes, irlandeses y polacos en Brighton Park, vecindad cercana a las terminales de ferrocarril, en cuya industria se empleaban los mexicanos además de las empacadoras y siderúrgicas.

El tercer capítulo nos esboza el perfil académico de Redfield y el ambiente intelectual que se vivía en el Departamento de Sociología de la famosa escuela de Chicago durante los años en que él escribió su diario de campo: "Fue la época de mayor creatividad y liderazgo de la Escuela de Chicago en la sociología estadounidense" (p. 57). La ciudad era un gran proyecto donde confluía una energía interdisciplinaria: sociólogos, geógrafos, historiadores, ecónomos, trabajadores de servicio social y administradores sumaban esfuerzos para estudiar a los diferentes grupos de inmigrantes que conformaban el mosaico cultural de la vida urbana de Chicago. También los autores resaltan la aportación del estudio de los mexicanos a la investigación sociológica que se estaba realizando en la ciudad de Chicago y el valor que hoy reviste para quienes se especializan en el estudio de la migración México–Estados Unidos.

Los siguientes capítulos (IV–VI) corresponden a las anotaciones de la carpeta del diario de campo. El V, titulado "Los otros documentos de la caja 59", contiene el material recolectado durante el trabajo etnográfico realizado por Robert Redfield. El VI es un excelente capítulo inédito de un antropólogo desconocido: Manuel Bueno, quien fue enlace y contacto de Redfield, y cuyo manuscrito documenta de manera puntillosa la vida, organización y valores culturales de los mexicanos. El último capítulo es un breve artículo de Redfield, publicado en 1929, donde reseña de manera descriptiva el estudio etnográfico de Manuel Gamio sobre el fenómeno migratorio de los mexicanos a Estados Unidos. Después de leerlos, uno confirma la riqueza que nos brinda acceder al diario de campo, a lo no publicado. Por ello mis comentarios se centrarán en sus contenidos, privilegiando dos temas: la identidad/alteridad/diferencia del mexicano en Estados Unidos, y su resistencia a la cultura norteamericana.

En los renglones del diario escrito por Redfield se puede leer la historia de varios fenómenos: de la interracialidad; la identidad mexicana posrevolucionaria; el proceso de industrialización; las redes y asociaciones de ayuda; las condiciones materiales (laborales y residenciales) de los mexicanos en Estados Unidos; las formas de inserción urbana en ese país a través de las iglesias; la idiosincrasia o identidad de los mexicanos y cómo eran vistos por los norteamericanos; las actividades y espacios de socialización de los mexicanos en los años veinte, como una importante etapa de la vida de la ciudad de Chicago; la historia de los migrantes; el choque cultural entre los mexicanos y los norteamericanos, etcétera.

En el diario de campo observamos distintos rostros de los mexicanos. Su identidad se va delineando en un diálogo –no siempre respetuoso– con los estadounidenses (blancos, anglosajones y protestantes) y en la demarcación de la diferenciación, que incluso provoca conflictos culturales con los otros inmigrantes, especialmente con los polacos y los negros. Por ejemplo, Redfield registra que una profesora de inglés opinaba que los mexicanos "son gente salvaje e inmanejable, pero son siempre dóciles y tratables". Aunque los mexicanos eran considerados como salvajes, los norteamericanos veían con esperanza la posibilidad de transformarlos culturalmente, de convertirlos al protestantismo, de que aprendieran inglés, de hacerlos ciudadanos mediante papeleos y de que se organizaran en asociaciones voluntarias como lo acostumbran ellos.

También eran valorados, desde la perspectiva capitalista de los empleadores, como mano de obra para explotar. Así lo expresó un empleador de una fábrica de colchones, quien opinaba que los mexicanos eran muy buenos: "Ahí los hombres se encargan de los trabajos comunes y las mujeres cosen" (p. 129). Pero también, en este roce intercultural afloraba el problema de la discriminación racial. Los mexicanos no eran vistos como otro grupo nacional sino como otra raza catalogada como inferior. Esto se nota claramente en la afirmación de otro empleador, que comentaba que ninguno de sus conocidos contrataría a un mexicano porque "son una clase de trabajadores poco confiables y [...] no podían mezclarlos con otros trabajadores [porque] los trabajadores blancos no soportaban tener un mexicano en sus campamentos" (p. 103).

Redfield también registra la autopercepción de los mexicanos, quienes despreciaban a los polacos porque a ellos les daban los buenos trabajos y eran inmorales. También documenta que durante esa etapa empiezan los roces y conflictos con los negros porque comparten el mismo vecindario. El concepto de la raza, tan ausente en la política mestizadora de México, y que después enarbolará el movimiento chicano, se comienza a percibir en los discursos de identidad–alteridad.

De igual manera, los mexicanos manifestaban tener bien claro que no querían cambiar de patria, religión ni bandera. Estaban dispuestos a rechazar las bondades que podían obtener por la ciudadanía, a fin de no perder su nacionalidad. El mexicano parecía valorar al extremo su patriotismo: veía como una traición a la patria la oferta de tramitar los papeles para conseguir la ciudadanía, y con ello acceder a servicios públicos. Quizá esto se pueda comprender porque muchos mexicanos, en los años veinte, anhelaban regresar a México, como le confió el señor Gutiérrez a Redfield: "Siempre pienso en regresar. Pero, usted sabe, pienso que me voy el mes que viene, el que viene, pero no me voy. Ahora pienso que me voy en junio" (p. 132). Durand y Arias consideran que en esa primera generación de inmigrantes había un patriotismo mexicano propio de la época revolucionaria, ya que "contaban con una opción de vida en México" (p. 78), situación que después cambió con los primeros mexicanos nacidos en Estados Unidos en los años cuarenta: los chícanos. Aunque no eran la mayoría, había algunos mexicanos seducidos por los yanquis, y que no eran bien vistos por sus compatriotas, como era el señor Gordinez (sic), que un día escuchó en la oficina del cónsul que un mexicano le comentaba: "aunque nos hagamos ciudadanos aquí, siempre seremos mexicanos" (p. 125). También había intentos de mexicanos por transformar el valor de la idea del patriotismo entre sus connacionales. Por ejemplo, el periódico El heraldo de las Americas exhortaba a que los mexicanos, sin perder sus fiestas patrias y su identificación con la raza mexicana, abrigaran un "patriotismo a la americana".

Aunque el diario de campo de Redfield fue escrito desde la perspectiva de un estadounidense, en sus líneas se manifiesta su mirada intersubjetiva capaz de hacer comprensible la relación del mexicano con Chicago desde miradas y posiciones variadas, que nos permiten reconstruir los rostros culturales de los mexicanos desde el diálogo y las tensiones interculturales.

Esto es, sin duda, el mayor mérito de Redfield como antropólogo, en cuyo diario se inscribe y se puede leer la polifonía cultural que configura la identidad del mexicano en tierras de yanquis.

 

Nota

1 Parafraseando a Clifford Geertz en su obra El antropólogo como autor (Barcelona, Paidós, 1989).        [ Links ]

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