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Migraciones internacionales

On-line version ISSN 2594-0279Print version ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.4 n.2 Tijuana Jul./Dec. 2007

 

Nota crítica

 

La "revuelta urbana" de los hijos de los inmigrantes en Francia

 

Cecilia Eseverri Mayer*

 

* Universidad Complutense de Madrid.

 

La violencia que sacudió a los suburbios franceses en 2005 no es más que la expresión exacerbada de unos incidentes que vienen repitiéndose en la república desde hace más de 25 años. Los años ochenta marcaron el inicio de una nueva forma de violencia juvenil, de tipo "colectivo" y "urbano". El incendio de vehículos, la destrucción de edificios y los enfrentamientos entre jóvenes –en su gran mayoría descendientes de la inmigración colonial– y la policía se han convertido en hechos recurrentes en el tiempo y extensibles en el espacio nacional, y ya son considerados por la academia francesa como fenómenos sociales.

En estas páginas doy a conocer la evolución del fenómeno de la "revuelta urbana" en Francia, el cual no puede entenderse sin examinar las reacciones que estos acontecimientos suscitaron en los ámbitos social y político, y reflexiono sobre las distintas perspectivas existentes tratando de mostrar la visión estrecha de algunas corrientes que relacionan el nacimiento de la "revuelta juvenil" con la pérdida de legitimidad de determinados valores tradicionales y con el origen étnico o cultural de sus protagonistas.

 

Las primeras llamas y el nacimiento de un movimiento social mestizo

Los rodeos –carreras con coches robados que luego eran incendiados en lugares céntricos de los suburbios– se pusieron de moda en Francia a finales de los años setenta. Los jóvenes quemaban "aquello que nunca iban a poder poseer" (Wieviorka, 1999). Lo poseían y luego lo destruían. En la región de Lyon estas prácticas se hicieron habituales, hasta que una noche de 1981 los jóvenes del barrio de Les Minguettes, además de quemar coches, "hicieron barricadas, destrozaron el centro social del barrio y lanzaron proyectilesy cocktails molotov contra la policía" (Bachmann y Le Guennec, 1997:359). La violencia se repitió en esta misma región en 1983, despertando un gran interés mediático que rápidamente centró su atención en una nueva "categoría social": los jóvenes de los suburbios, hijos de inmigrantes, sin estudios y excluidos del mercado laboral. La imagen de los suburbios cayó en picado y los jóvenes comenzaron a ser vistos como las nuevas "clases peligrosas", temidas y repudiadas por los habitantes de los barrios céntricos y ricos (Champagne, 1993:102).

Pero la realidad de los barrios difería de la imagen mediática. En algunas ciudades del sur de Francia comenzaba a fraguarse una importante movilización juvenil, quizá una de las más innovadoras de nuestro tiempo. Es el Movimiento Beur,1 que da voz a un nuevo actor social hasta el momento desconocido: los jóvenes de origen magrebí, poseedores de la nacionalidad francesa, residentes en les banlieues y comprometidos con los problemas locales. Las protestas del movimiento comenzaron raíz de la aplicación de la "doble –pena" –la condena y la posterior deportación de los jóvenes de origen inmigrante con causas delictivas–. "La violencia–decían los jóvenes– es tener 20 años, no tener trabajo y la policía en las espaldas" (Bettegay y Bouberker, 1992:52). En 1983 el movimiento llegó a su cenit organizando una Marcha por la Igualdad y en contra del Racismo, que salió de Marsella y llegó a París para ser acogida por un cortejo de más de 100 mil personas. El presidente François Mitterrand se vio obligado a recibir a los líderes del movimiento en el Elíseo; les prometió poner fin a las expulsiones y les ofreció la redacción de una "Carta Única", donde los jóvenes expresaron sus principales reivindicaciones.

A pesar de los éxitos, la ilusión se desvaneció a finales de los años ochenta. El partido socialista absorbió el movimiento y promovió la inclusión de sus líderes en las     listas electorales para las elecciones de 1989. Nació una nueva Beurgeoisie en Francia, un minoría que se "aburguesó" porque aprovechó el poder que le brindaba la nueva representación política (Wihtolde Wenden y Leveau, 2001:83). Para los jóvenes de base, los líderes Beur se convirtieron en traidores y oportunistas. A muchos se les reprochó haber abandonado el barrio tras el éxito, y el apelativo Beur pasó a considerarse un insulto en los suburbios. Los planes de mejora lanzados desde el gobierno tampoco contribuyeron a mejorar la situación. Diez años después de los primeros actos de violencia, la crisis de les banlieues seguía sin ser resuelta.

 

La vuelta a la violencia y creación de una "política para la ciudad"

A principios de los años noventa, la muerte de un joven en la periferia lyonesa volvió a prender la mecha. "Los jóvenes quemaron coches, saquearon tiendas, destrozaron el centro comercial del barrio y se enfrentaron a la policía y a los bomberos". La violencia se extendió a lo largo y ancho del territorio nacional durante los años siguientes. De nuevo Lyon (1991), también Lille (1994), Pau (1994), Nanterre (1995), Laval (1995), Strasbourg (2000) y France Comté (2000), se convirtieron en nuevos escenarios de una violencia aún más colérica y destructiva (Wieviorka, 1999:212).

Una nueva politique de la ville se propuso para calmar la angustia en los suburbios. Además de aplicar un lifting urbano en los barrios más degradados, el gobierno planteó mejorar la situación de los jóvenes y recuperar los antiguos lazos y solidaridades locales, policía de proximidad y los nuevos "empleos juveniles", para jóvenes sin calificación, fueron las dos medidas estrella del gobierno socialista.

Por otro lado, y aunque no se reconoció oficialmente, el gobierno confió parte del trabajo social a las asociaciones islámicas. Los trabajadores sociales y educadores de origen magrebí se convirtieron en los nuevos "pacificadores de los suburbios". Este tipo de gestión ha sido ampliamente criticada por ser típicamente colonialista y contraria al laicismo (Wihtol de Wenden y Leveau, 2001:123). Muchos jóvenes, desencantados de la política, tomaron como nuevo referente la identidad religiosa. Surge un nuevo Islam joven en Francia que, en la inmensa mayoría de los casos, se encuentra adaptado a las libertades democráticas y se mezcla con nuevos elementos de identificación: el apego al barrio, la pertenencia a una comunidad musulmana internacional, los derechos democráticos, la lucha en Palestina, etcétera (Khosrokhavar, 1997).

No obstante, a pesar del nuevo fervor religioso, la lucha social en los barrios había continuado. Los jóvenes de los primeros años noventa quisieron distinguirse del movimiento Beur, mediatizado e instrumentalizado, y reclamaron un cambio "desde abajo". Varias asociaciones se habían unido para crear un nuevo movimiento, "Convergence 1988", y luchar por una nouvelle citoyenneté, distanciada de la nacionalidad e inscrita en la residencia (Wihtol de Wenden y Leveau, 2001:64). Algunos agrupaciones políticas, defensoras de la democracia participativa, adquirieron gran legitimidad a nivel local. Es el caso de Motivées, que en las elecciones de 2001 acabaría consiguiendo cuatro consejeros municipales en la ciudad de Toulouse.

 

El recorte de las ayudas sociales y la llegada del otoño más violento

La entrada en el nuevo milenio no fue fácil para las asociaciones dedicadas al trabajo juvenil. El gobierno de Jean–Pierre Raffarin eliminó la policía de proximidad y los empleos para los jóvenes y congeló los Fondos de Acción para la Integración, sustento de muchas asociaciones locales. La Loi Sarkozy amplió el poder a la policía en materia de control y seguridad y rompió el equilibrio entre las fuerzas del orden y la justicia, desactivando parte de los mecanismos que hacían posible la supervisión de la actuación policial. Aumentaron los controles de identidad, los comportamientos abusivos y las detenciones sin causas delictivas claras.2 En los barrios, la tensión entre los jóvenes y la policía estaba servida (Monet, 1992:2).

El 27 de octubre de 2005, Ziad, de 17 años, y Banou, de 15, de origen maliano y tunecino, murieron electrocutados al esconderse en un transformador cuando huían de la policía. Esa misma noche comenzaron los incidentes en el barrio de Clichysous–Bois, situado en la periferia parisina. Durante las noches siguientes, la violencia se hizo más intensa y se extendió a las ciudades vecinas. En sus primeras declaraciones, Nicolás Sarkozy prometió restablecer el orden y luchar contra los alborotadores, a quienes calificó de "racaille de la société" ("escoria de la sociedad"). La juventud se sintió insultada y respondió con más violencia. El balance de las revueltas que sacudieron a Francia desde finales de octubre hasta mediados de noviembre de 2005 fue duro en términos materiales, humanos y psicológicos: miles de coches quemados, instalaciones públicas y privadas (escuelas, parroquias, gimnasios) destruidas, 4 700 personas detenidas y más de 400 condenados a prisión firme (Bonelli, 2005:22).

 

Interpretaciones sociológicas de la "violencia urbana"

Tres modelos de análisis sobre la violencia en los suburbios ofrecen una interesante panorámica del estado de la discusión en Francia.

 

1. La crisis de la integración "à la française"y la nueva "desorganización" en los suburbios

Durkheim pensaba en la sociedad como "un conjunto de individuos fusionados en una unidad caracterizada por el respeto compartido a un código moral". Los niños eran concebidos, por naturaleza, como seres egoístas y asociales que la sociedad debía transformar en seres "morales" y "sociales". Para ello, la educación, herramienta necesaria e irremplazable, debía asegurar la socialización de los más pequeños (Durkheim, 1934:49).

El aprendizaje de los valores, creencias y normas mayoritarias se articulaba, a nivel institucional, a través de tres pilares fundamentales: la familia, la escuela y el trabajo. Además, localmente, existían otros mecanismos integradores y de control que funcionaban de manera espontánea. La calle y la plaza cumplían la función de terrenos de socialización donde los adultos se conocían y podían controlar a los jóvenes. Las asociaciones vecinales y religiosas estaban presentes a diario y el empleo estable daba seguridad en los hogares y permitía a los más jóvenes beneficiarse de las oportunidades (sobre todo educativas) que ofrecía el Estado.

Este mundo idílico, retratado por algunos autores (Dalrymple, 2002:2), se desvanece como consecuencia de un gran cambio cultural que comienza a finales de los años sesenta con los movimientos de mayo del 68. Las instituciones clásicas se tambalean y dejan de cumplir con su función primordial: la transmisión de valores. Las relaciones familiares se democratizan y los adultos pierden parte de su rol de autoridad. La institución educativa entra en crisis, aumenta el fracaso escolar y surge el fenómeno del absentismo escolar. Además, en los barrios más pobres el nuevo individualismo produce una desconexión entre las personas. Se instala una nueva "desorganización social" que desemboca en un "decrecimiento de la influencia de las reglas sociales de comportamiento sobre los miembros del grupo" (citado en Hannerz, 1986:33). La sociedad parece dejar de estar capacitada para controlar a sus jóvenes y retener "sus pulsiones" (Roché, 1998:68).

A partir del esquema durkheimiano de la integración, algunos sociólogos franceses recuperan las ideas de la Escuela de Chicago para entender la nueva "violencia urbana". Se retoma el concepto del hombre marginal, acuñado por Park (1928), que aludía al inmigrante que debía adaptarse a un nuevo contexto social y que sufría un conflicto cultural. En Francia, esta figura se identifica con los jóvenes de origen magrebí. La pertenencia a dos culturas distintas y, en algunos aspectos, contradictorias podría estar produciendo en los jóvenes un vacío o una no–pertenencia que los lleva a buscar en la calle nuevos modelos a seguir (Lazar, 2002:10). Así, algunas investigaciones advierten de la aparición de una nueva forma de integración social: "la integración a través del territorio" (Body–Gendrot, Le Guennec y Herrou, 1998:155). El vector de socialización ya no es la familia, ni la escuela, ni la comunidad, sino la calle, un lugar que los adultos han abandonado y que es ocupado de manera permanente por los jóvenes. Las pandillas juveniles se convierten en nuevas "plataformas de integración que proveen a sus miembros de nuevas reglas y valores, y sobre todo, de la pertenencia a un territorio" (Thrasher, 1963:32–33). Se instala en los barrios una especie de "cultura de la violencia", un modo de vida "salvaje", dominado por la ley de las bandas.

 

2. La revuelta, antesala de la acción colectiva

Otros autores3 advierten la necesidad de abandonar el dramatismo y dejar de tratar a los jóvenes como simples víctimas o culpables de la inestabilidad social de los suburbios y comenzar a considerarlos como sujetos "capaces de actuar y definirse como actores" (Wieviorka, 2000:6).

Además, la crisis del sistema institucional de integración no es únicamente una consecuencia de mayo del 68, sino que tiene que ver con una transformación económica profunda que ha provocado cambios tanto a nivel político, como a nivel social y cultural. La crisis económica de finales de los años 70 y el paso de una sociedad industrial a una sociedad de servicios produjo una nueva fractura social en Francia. La distancia se abrió entre los trabajadores de los nuevos sectores económicos en alza y los obreros ligados a los sectores en crisis (Lapeyronnie, 1992:6–7). La movilidad social ascendente de las clases bajas sufrió un parón y aumentó la desigualdad en las ciudades, generando una división del espacio urbano en tres zonas: las zonas ricas periféricas y cerradas, los centros históricos prestigiosos y los barrios aislados y pobres (Donzelot, 2004). Uno de los grupos más perjudicados por la crisis fue el de los jóvenes sin estudios que vivían en los barrios obreros y que no pudieron heredar el empleo industrial de sus padres. Muchos de ellos, hijos de familias de origen magrebí, permanecieron largas temporadas en el paro, lo que los llevó a desarrollar una vida alternativa en la calle. Fue en este momento cuando estalló la primera revuelta urbana en Lyon (una de las ciudades industriales más importantes del sur de Francia) y cuando comenzó a hablarse de un nuevo problema de marginalidad juvenil.

La desaparición de la fábrica provocó también el "agotamiento del modelo de acción política" que había permitido a los obreros obtener una serie de garantías sociales (Dubet, 1987:6). Los jóvenes desempleados de los años ochenta se encontraron en una situación de total desprotección y desatención. Sin posibilidad de acceder a ningún espacio de expresión o protesta, la revuelta se convirtió en su única arma. La "revuelta urbana" tiene, por tanto, un componente político, porque aparece cuando se cierran las vías institucionalizadas de acción política y porque revela nuevos problemas sociales que han de ser tratados políticamente. Nace de la frustración que origina la exclusión social y la segregación dentro de la ciudad. Y es una reacción incontrolada contra el racismo y la estigmatización que sufre una minoría de jóvenes, bajo la impunidad de un Estado que no pone suficiente voluntad para frenar la degradación de los suburbios y ofrecer un futuro a sus habitantes (Wieviorka, 1996:47).

El componente político que posee la revuelta urbana hace que, en circunstancias concretas pueda iluminar un proceso de cambio. Esto ocurrió en un barrio de Lyon en 1995 (Wieviorka, 2000:105). Los vecinos condenaron la violencia destructiva de los jóvenes, pero se sintieron identificados con su descontento y salieron a las calles. Hubo varias semanas de gran movilización y se obtuvieron fondos para construir un centro social y financiar nuevas actividades. El cambio en el barrio significó una vuelta a empezar para muchos jóvenes. Pudieron deshacerse del estigma y cambiar de vida, comenzar a participar en alguna asociación, volver a hacer deporte, ir a la mezquita o buscar trabajo. La rabia y frustración se transformó en acciones positivas para ellos mismos y para su entorno.

 

3. El modelo republicano: ¿entre la igualdad y la discriminación?

Una tercera corriente quiere superar el dramatismo de algunas investigaciones y el idealismo de otras para conocer las verdaderas limitaciones que sufren los hijos de los inmigrantes en Francia.

Francia acepta a sus inmigrantes siempre que éstos cumplan con un principio inquebrantable: el respeto al laicismo y la relegación al ámbito personal y privado de la identidad religiosa. El espacio público es laico y todos los ciudadanos han de ser iguales y serán tratados como iguales. Llevado a la práctica, este ideal choca con las diferencias, que, en muchas ocasiones, saltan a la vista. El modelo francés, por tanto, a fuerza de querer "igualar", genera el efecto inverso: una diferenciación y una discriminación hacia "lo diferente". "El racismo en Francia no se construye mediante un proceso de exclusión, como ocurre en otros países, sino por una excesiva voluntad de inclusión" (Bouamama, 2000:39). La discriminación que subyace tras este falso "igualitarismo" es el verdadero problema de los jóvenes de los suburbios. La discriminación está tan anclada en la tradición política que el racismo se produce con mayor fuerza sobre las poblaciones de las antiguas colonias. La inmigración es la ocasión ideal para reproducir las relaciones de poder y desigualdad que funcionaban durante la época colonial (Sayad, 1991:255). Se espera, de manera inconsciente, que los jóvenes de origen magrebí ocupen los mismos puestos de trabajo que ocuparon sus padres en el pasado. Se alzan barreras, muchas veces invisibles y difíciles de determinar, que impiden o hacen más costoso el acceso de los jóvenes a determinadas posiciones sociales.

El encuentro con la discriminación puede provocar reacciones muy diversas. En los suburbios, la estigmatización de determinados grupos considerados "delincuentes y violentos" está generando un mecanismo perverso que hace que algunos jóvenes reaccionen ante el rechazo devolviéndolo y despreciando a las personas que los rodean. Se trata de una reacción defensiva que puede ser, a su vez, interpretada como una llamada de atención, un "reclamo de reconocimiento" (Dubet, 1992:5–6). Las costumbres de insultar en la calle, ocupar de manera ostentosa el espacio público, hacer ruido, pintar graffitis, etcétera, pueden responder a un deseo de intimidar, pero también de generar un contacto o una confrontación con un mundo adulto cada vez más desconocido y lejano.

La resolución de las tensiones y conflictos de convivencia requiere dotar a las personas de nuevos mecanismos de comunicación y participación local. Para ello, varios teóricos abogan por el progreso de la ciudadanía francesa hacia una nueva ciudadanía más concreta, que desmitifique los asuntos políticos y los haga accesibles a las personas; participativa, que supere la concepción del ciudadano como un simple elector y cree nuevos espacios de participación y diálogo, y plural, que permita a las minorías culturales y religiosas exponer sus demandas y reivindicaciones (Bouamama, 1993). Avanzar hacia una política del ici et maintenant, que se inscriba en el lugar de residencia de las personas y que incluya a todos, recuperando el principio original de la democracia: todos los habitantes de la ciudad son ciudadanos.

 

Conclusiones

La evolución del fenómeno de la "revuelta urbana" ha marcado, en buena parte, la historia reciente de los suburbios franceses. La aparición de un comportamiento juvenil violento y las reacciones que este problema ha suscitado, tanto social como políticamente, a lo largo de los últimos 25 años, ya forman parte de la memoria de los habitantes de estos barrios. El reiterado discurso negativo y dramático sobre los suburbios, el continuo fracaso de las políticas públicas de integración y rehabilitación urbanística, la ilusión y después la frustración que originó la institucionalización del movimiento Beur, la delegación del trabajo social en los barrios a miembros de asociaciones islámicas, etcétera, han ido configurando una conciencia colectiva entre los jóvenes (descendientes de la inmigración colonial) que es heredada de los hermanos mayores y transmitida a los hermanos pequeños.

Este sentir común nace de una experiencia compartida por una parte de la juventud que se encuentra fuera de los espacios formales de integración (del sistema educativo y del mercado de trabajo, principalmente) y sufre una discriminación cotidiana. El problema de los jóvenes en los suburbios no es únicamente un problema de asimilación cultural, como pretende demostrar la primera de las perspectivas. Los jóvenes no son sólo violentos porque sufran un conflicto identitario o no cuenten con claros referentes de autoridad. Esta visión resulta del todo reduccionista y deja fuera variables de suma importancia, como la escasa accesibilidad de los jóvenes al mercado laboral y la existencia de mecanismos encubiertos de discriminación y segregación social y étnica que hacen permanentes las desigualdades sociales. Además, se trata de un modelo que elude por completo el discurso juvenil y no contempla la realidad social de los barrios periféricos en toda su complejidad.

Estos vecindarios degradados y aislados de la ciudad son también lugares avanzados e innovadores a nivel social. Son zonas donde estallan conflictos de manera prematura, pero son también terrenos donde se experimentan nuevas formas de participación y donde la gente de diversos orígenes se comunica a diario y crea nuevas redes sociales plurales. De esta potencialidad surge el idealismo que se refleja en otra de las perspectivas analizadas. No obstante, es en estos espacios donde mejor se evidencia el cambio social y económico, y donde las personas sufren con mayor fuerza sus consecuencias más directas. De esta vivencia nacen movimientos sociales innovadores que muestran lo obsoletos que han quedado los antiguos y abren nuevos frentes de acción que permiten intuir algunas soluciones a las nuevas injusticias sociales.

 

Bibliografía

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Notas

1 Beur quiere decir "árabe" en el lenguaje que utilizan los jóvenes en los suburbios (el verlan). Beur se convierte en Francia en el apelativo de una nueva cultura popular y juvenil que representa a los jóvenes que habitan los suburbios. Una juventud abierta, defensora de los valores laicos y de la mezcla cultural, que quiere integrarse en la sociedad francesa.

2 La mayoría de las revueltas —"Les Minguettes" (1983), Vaulxen–Velin (1990), Estrasburgo (1997), France Comté (2001), París (2005), etcétera— estuvieron precedidas por la muerte de un joven (que suele ser de origen inmigrante) en la que se ve implicada la policía: persecuciones que acaban en accidentes de tráfico mortales, tiroteos con finales trágicos, malos tratos en comisaría, etcétera... (Peralva, 1995). Para saber más sobre el trato policial a la juventud de los suburbios, consultar Wihtol de Wenden y Body–Gendron, 2003.

3 Autores como Michel Wieviorka, Didier Lapeyronnie, François Dubet, Adil Jazuli, del "Centro de Análisis y de la Intervención Sociológica" (CADIS).

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