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Migraciones internacionales

On-line version ISSN 2594-0279Print version ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.4 n.2 Tijuana Jul./Dec. 2007

 

Artículos

 

Los vínculos afectivos y de cuidado en las familias transnacionales. Migrantes ecuatorianos y peruanos en España

 

Sònia Parella*

 

* Universidad Autónoma de Barcelona.

 

Fecha de recepción: 8 de enero de 2007
Fecha de aceptación: 4 de junio de 2007

 

Resumen

Este texto se centra en el análisis de un tipo de vínculos que nos permite aproximarnos a las prácticas de carácter transnacional de los migrantes desde una dimensión familiar y desde la imbricación entre la esfera productiva y reproductiva: los vínculos de gestión del afecto y del cuidado. Se parte del vivir transnacional como foco analítico central para abordar las relaciones y prácticas que conectan a los migrantes con sus sociedades de origen. Para ello se exploran las prácticas de las familias "transnacionales" transformadas o generadas a través de la migración en dos colectivos de migrantes: los peruanos y ecuatorianos residentes en España y sus contrapartes en sus respectivos países de origen. El estudio se aproxima a los elementos de continuidad y cambio en las relaciones familiares como consecuencia de los procesos migratorios.

Palabras clave: familia transnacional, transnacionalismo, esfera reproductiva, Ecuador, Perú.

 

Abstract

This paper analyzes one type of transnational migrant practices, affective and care ties, from a family perspective, including the overlapping of productive and reproductive spheres. It uses a transnational perspective on migration to explore the relationships and practices linking migrants to their societies of origin. To this end, it examines the practices of 'transnational families' in two migrant groups: Peruvian and Ecuadorian migrants living in Spain and their counterparts in their countries of origin. The study explores the elements of continuity and change in family relations as a result of migratory processes. 

Keywords: transnational family, transnationalism, reproductive sphere, Ecuador, Peru.

 

1. Introducción1

Este artículo parte del vivir transnacional de los inmigrantes como foco analítico central para abordar las relaciones y prácticas que conectan a los migrantes con sus sociedades de origen. Para ello se exploran, desde una perspectiva metodológica transnacional, las prácticas y la subjetividad que dan forma a las familias "transnacionales", transformadas o generadas a través de la migración, de dos colectivos de migrantes: los peruanos y ecuatorianos residentes en España y sus contrapartes en sus respectivos países de origen. La articulación transnacional del hogar permite superar las definiciones clásicas que conciben el hogar como lugar de residencia común y considerar, de acuerdo con Mingione (1994), el conjunto de relaciones sociales cambiantes, que establece un haz de obligaciones mutuas (forma recíproca de organización social), destinadas a contribuir a la supervivencia de sus miembros entendida en un sentido amplio. Tal supervivencia no puede explicarse sin tener en cuenta la contribución de los miembros no residentes (Ribas, 2001). De ahí la necesidad de estudiar las formas y significados que los hogares transnacionales utilizan para crear espacios familiares y vínculos de afecto y de confianza en un contexto en el que las conexiones están geográficamente dispersas (Smith, 2001; Guarnizo, 2004).

Este texto se centra en el análisis de un tipo de vínculos que nos permiten aproximarnos a las prácticas de carácter transnacional de los migrantes desde una dimensión familiar y desde la imbricación entre la esfera productiva y reproductiva: los vínculos de gestión del afecto y del cuidado. Se trata de incorporar la esfera doméstica y familiar y el impacto sobre el bienestar humano y social que tienen las migraciones, desde la óptica de las relaciones entre géneros y entre padres e hijos dentro de la familia. Los vínculos económicos monetarios (principalmente las remesas) han sido ampliamente estudiados y constituyen un pilar clave de todas las tipologías que intentan acomodar la heterogeneidad de actividades que hay detrás del transnacionalismo, a tenor de los perceptibles efectos multiplicadores de las transacciones económicas a nivel macro (Guarnizo, 1997; Portes, Guarnizo y Landolt, 2003). Sin embargo, las prácticas transnacionales que tienen que ver con la esfera reproductiva son las "grandes olvidadas" y constituyen un importante campo por explorar.

En esta investigación hemos optado por partir de la familia nuclear –padres e hijos– como unidad de análisis, y también hemos incorporado la figura de los abuelos y abuelas, por cuanto juegan un papel clave en las prácticas transnacionales de las familias. En concreto, en este texto analizamos las relaciones afectivas y de gestión del cuidado que tienen lugar en estructuras familiares de carácter transnacional, caracterizadas por la dispersión geográfica de sus miembros, tomando como base 60 entrevistas en profundidad realizadas en España, Ecuador y Perú. El estudio se aproxima a los elementos de continuidad y cambio en las relaciones familiares como consecuencia de los procesos migratorios. La investigación permite explorar las consecuencias de las fracturas espaciales que se dan en las relaciones entre los cónyuges y entre padres e hijos.

La perspectiva transnacional en la investigación sobre migraciones internacionales ha generado amplios debates a lo largo de la década de los noventa hasta la actualidad. Existe cada vez más consenso entre los investigadores a la hora de reconocer que algunos migrantes y sus descendientes están fuertemente influenciados por sus continuos vínculos con su país de origen o por redes sociales que sobrepasan las fronteras nacionales (Glick–Schiller, Basch y Blanc–Szanton, 1992). La existencia de vínculos que sobrepasan fronteras constituye una variable crucial a la hora de comprender y analizar las migraciones contemporáneas, su fortaleza, su influencia y su impacto. Es lo que autores como Basch, Glick–Schiller y Szanton–Blanc (1994) designan "la perspectiva transnacional de la migración".

Con base en las tesis de Ayse Caglar (2001:607), el estudio de las migraciones desde una perspectiva transnacional proporciona un nuevo marco analítico que visibiliza la creciente intensidad de los flujos poliédricos de personas, objetos, información y símbolos y permite analizar cómo los migrantes construyen y reconstruyen sus vidas, simultáneamente imbricadas en más de una sociedad. Los estudios transnacionales contradicen el marco teórico convencional que supone que los inmigrantes rompen las relaciones con su sociedad de origen. Estas prácticas contribuyen a desarrollar lo que se ha denominado "comunidades transnacionales" (Levitt, 2001), o un nuevo tipo de formaciones sociales dentro de un "espacio social transnacional" (Faist, 2000). Abordar las migraciones internacionales desde la perspectiva transnacional requiere superar el "nacionalismo metodológico", a saber, la asunción de que el Estado–nación es el contenedor natural y lógico en el cual transcurre la vida social (Therborn, 2004).

De acuerdo con Luis E. Guarnizo (1997), una de las dimensiones clave para clasificar las prácticas transnacionales empíricamente es el tipo de actor: en este sentido, el autor distingue el transnacionalismo "desde arriba", cuando se trata de actores institucionales –corporaciones multinacionales o Estados– del transnacionalismo "desde abajo", que comprende actividades que son resultado de las iniciativas de origen popular que realizan los inmigrantes ordinarios y sus contrapartes en el país de origen. Son justamente estas iniciativas con menor grado de institucionalización (el transnacionalismo "desde abajo") las que han sido más investigadas –por cuanto la unidad de análisis es el individuo y sus redes sociales– y las que aportan elementos más novedosos y dinámicos en las formas de transacción y multiplicidad de actividades que traspasan fronteras nacionales (Portes, Guarnizo y Landolt, 2003).

Pero además de los vínculos transnacionales, de carácter tanto material como inmaterial, que tienen que ver con la esfera productiva y el ámbito público (los vínculos económicos, políticos y socioculturales),2 deben tomarse en consideración los lazos o vínculos de carácter afectivo–emocional con la familia y la comunidad. La esfera doméstica y familiar así como el impacto sobre el bienestar humano y social que tienen las migraciones desde la perspectiva de las relaciones entre géneros y entre generaciones y desde la gestión de la reproducción social –afectos, emociones, tareas de cuidado– son menos visibles –y por ello infravalorados– en los análisis tanto académicos como políticos de las dinámicas y consecuencias de los procesos de migración. El modo como las familias son transformadas, tanto en sus dinámicas como en sus interacciones, a consecuencia de su imbricación en procesos migratorios puede dar lugar a vínculos afectivos y de cuidado de carácter transnacional como estrategia colectiva para hacer frente a las necesidades de supervivencia que alteran y modifican la atención diaria psicológica, emocional y física a las personas.

 

2. Delimitación del concepto "familia transnacional"

Aproximarse a la familia en su vivir transnacional exige estudiar las formas y significados que los hogares usan para crear espacios familiares y vínculos de afecto y de confianza en un contexto en el que las conexiones están geográficamente dispersas. A la hora de delimitar el concepto de familia transnacional, nos basamos en los trabajos de Bryceson y Vuorela (2002:2), que lo delimitan como aquella familia cuyos miembros viven una parte o la mayor parte del tiempo separados los unos de los otros y que son capaces de crear vínculos que permiten que sus miembros se sientan parte de una unidad y perciban su bienestar desde una dimensión colectiva, a pesar de la distancia física. De ese modo, las familias se conciben a partir de sus dinámicas de negociación y reconfiguración constante, a través de su capacidad de adaptación en el tiempo y el espacio. Al igual que ocurre con el resto de los tipos de familias, las familias transnacionales no son unidades biológicas per se, sino construcciones sociales o "comunidades imaginadas" que deben hacer frente a las relaciones de poder y de desigualdad en el acceso a los recursos que se dan en su seno (Bryceson y Vuorela, 2002:3–7).

Es necesario tener en cuenta, de acuerdo con Faist (2000), que no todos los migrantes desarrollan prácticas transnacionales y que muchos lo hacen sólo en una esfera determinada de sus vidas. Así mismo, como sostienen autores pioneros en el estudio del transnacionalismo, como Guarnizo y Smith (1999) y Portes et al. (2003), si de lo que se trata es de justificar un nuevo campo de estudio, debe delimitarse el concepto de transnacionalismo y su alcance. Según Portes, Guarnizo y Landolt (2003:18), si se pretende establecer un área de investigación específica, es preferible delimitar el concepto a "ocupaciones y actividades que requieren de contactos sociales habituales y sostenidos a través de las fronteras nacionales para su ejecución". A modo de ejemplo, los contactos y actividades ocasionales de los miembros de una comunidad a través de las fronteras nacionales, aunque contribuyen a fortalecer el campo transnacional, no pueden ser considerados transnacionales en sí mismos por cuanto no son suficientemente novedosos.

Los términos familia "multilocal", "transcontinental", "internacional" o "multisited" son a menudo utilizados para designar el mismo tipo de realidad familiar: la familia transnacional (Glick–Schiller, Basch y Blanc–Szanton, 1992; Guarnizo, 1997; Faist, 2000). La "familia transnacional" es definida por Le Gall (2005:30) como aquella unidad familiar caracterizada por la dispersión de sus miembros en distintos países debido a la migración de uno o más de sus integrantes. Sin embargo, los movimientos migratorios desde siempre han configurado familias "transnacionales" en el sentido de "internacionales", al implicar la separación física y geográfica de sus miembros durante prolongados períodos, por lo que no estaríamos ante un fenómeno nuevo.

Lo que sí constituye una novedad con respecto a épocas anteriores es la posibilidad material que ofrecen los avances en las nuevas tecnologías, los sistemas de transportes y las comunicaciones de permitir formas de relaciones sociales que faciliten a las unidades familiares "transnacionales" seguir actuando como una familia, en el sentido de tomar decisiones y discutir los temas importantes que atañen a sus miembros (educación de los hijos, adquisición de un determinado producto, gestión de los ingresos familiares, etcétera) de forma habitual (Vertovec, 2004). Además, el contacto frecuente también posibilita que se pueda aligerar el costo emocional de la separación de los miembros de la familia, tanto a nivel conyugal como intergeneracional, por cuanto reduce sustancialmente el gap de información que conlleva una separación de larga distancia durante un prolongado período –a diferencia de lo que ocurría en épocas anteriores, en las que el correo postal limitaba, espaciaba y difería las posibilidades reales de comunicación y los flujos de información.

Por ello, en este trabajo se utiliza el término "familia transnacional" en el sentido de unidad que concibe y gestiona su bienestar desde una dimensión colectiva y con una interiorización de los vínculos entre sus miembros (Bryceson y Vuorela, 2002). Por consiguiente, no todas las familias separadas geográficamente van a constituir "familias transnacionales" de manera inevitable o van a mantenerse como tales a lo largo del tiempo. La evolución, extensión, alcance y efectos de las prácticas que se dan en su seno dependerán de la interacción de múltiples factores que tienen que ver con las relaciones de género, la clase social, la edad, el contexto social, político y económico, etcétera (Guarnizo, 2003). Aproximarse a la familia en su vivir transnacional exige estudiar las formas y significados que los hogares usan para gestionar la reproducción social, para crear espacios familiares y vínculos materiales, de afecto y de cuidado en un contexto en el que las conexiones están geográficamente dispersas (Bryceson y Vuorela 2002; Levitt y Glick–Schiller, 2004).

Además de justificar la articulación transnacional de las familias implicadas en procesos migratorios, otra de las cuestiones metodológicas por resolver es determinar qué miembros forman parte de la "familia transnacional". En este sentido, ésta tanto puede incluir a la familia nuclear –padres e hijos– como a la extensa –sobrinos, tíos, cuñados, etcétera–. Ambos niveles son necesarios a la hora de analizar este tipo de prácticas transnacionales. Las funciones de apoyo económico y cuidado familiar no se restringen a padres e hijos, sino que a menudo se extienden a un grupo familiar más amplio, que constituye una unidad desde el punto de vista de la reproducción social –aunque no configuren un hogar estrictamente definido–, con grados de implicación también diversos a la hora de aportar recursos y compartir obligaciones mutuas.3

Sin embargo, a pesar de las ventajas que nos ofrece tomar a la "familia transnacional" como perspectiva de análisis, de acuerdo con Ribas (2001:90), "la red familiar no monopoliza las estructuras de la emigración". Tampoco está muy claro dónde acaba la relevancia de los nexos de parentesco y dónde empiezan los vínculos de carácter más comunitario y social (redes migratorias en un sentido amplio) como factores explicativos. De acuerdo con Guarnizo (2004:60), "el vivir transnacional es una condición que se desarrolla dependiendo de la relación entre los recursos y el posicionamiento sociocultural de los migrantes, así como de los contextos históricos de las localidades específicas donde ellos viven".

Por consiguiente, son las condiciones contextuales en las que se encuentran enraizados los migrantes y los no migrantes las que pueden facilitar, impedir, alentar o desanimar la acción transnacional y sus consecuencias. Por ello, toda aproximación a las migraciones desde las estrategias familiares debe considerar estas diferencias en el terreno social, económico y cultural, sin olvidar las propias dinámicas intrafamiliares. En este sentido, los vínculos dentro de las familias transnacionales se configuran a través de líneas relacionadas con el origen nacional, la raza, la etnicidad, la clase social o el género. Tanto los migrantes como los no migrantes invierten energías y recursos que, en función de la clase social y el género, dan forma al sistema moral de obligaciones que, desde una dimensión transnacional, se supone que los y las migrantes y sus familiares deben asumir (Levitt, 2001). Por ello, aunque la familia pueda actuar como unidad, tampoco podemos perder de vista sus diferencias internas y las relaciones de poder que se dan en su seno y que permiten identificar conflictos de intereses entre sus miembros y relaciones jerarquizadas en términos principalmente de género y edad.

 

3. El encaje entre la familia y los procesos migratorios

Los planteamientos de la "nueva economía" permiten articular la esfera productiva y reproductiva en los procesos migratorios. La decisión de emigrar corresponde en gran medida a una estrategia de carácter familiar, "calculada", de carácter cooperativo, en la que los miembros de la familia actúan de forma colectiva, no tanto para maximizar los ingresos esperados, sino para diversificar sus fuentes con el fin de reducir los riesgos –tales como el desempleo o la pérdida de ingresos– (Taylor, 1986; Stark, 1991). De acuerdo con Stark (1984), no es el sujeto individual quien elabora las estrategias migratorias para mejorar las condiciones de vida, sino la familia.

Es justamente en este "reparto" de funciones donde se percibe la imbricación entre la esfera productiva y la reproductiva. En la estrategia familiar, si bien es el migrante, sea hombre o mujer, quien en mayor medida asume el rol de proveedor económico –a menudo con el soporte económico inicial de otros miembros de la familia que le "ayudan" a emigrar–, las tareas de cuidado se redistribuyen entre los otros miembros –generalmente mujeres– que permanecen. El proceso migratorio concebido desde la familia como unidad de referencia permite comprender cómo tiene lugar el reparto de funciones entre géneros y entre los miembros de distintas generaciones. Es evidente que la emigración implica la separación física del núcleo familiar, pero ello no necesariamente significa la ruptura de las relaciones familiares de dependencia afectiva. A pesar de la distancia, diversos estudios demuestran que las familias persisten como institución adaptándose a la nueva realidad y buscando nuevas formas de mantener y fortalecer los vínculos familiares (tanto económicos como afectivos y de gestión del cuidado) en una nueva estructura transnacional (López y Villamar, 2004).

Por consiguiente, es menester considerar a la familia como unidad de referencia básica a la hora de estudiar las migraciones desde una perspectiva transnacional, con el fin de incorporar los múltiples vínculos e interacciones que conectan a las personas o instituciones más allá de las fronteras de los Estados–nación (Vertovec 2004). Tanto la estrategia familiar en la toma de la decisión de emigrar, el volumen y significado de las remesas, la intensidad de las comunicaciones, los vínculos afectivos y el reparto de funciones entre los que se quedan y los que se van, como el papel activo que juegan los migrantes en la reagrupación de sus familias, son factores que sustentan la dimensión familiar y transnacional de las migraciones (Alonso, 2004).

Dos son los conceptos clave que nos permiten acceder a los vínculos transnacionales en su globalidad: las "redes migratorias" y el "grupo doméstico" (Gregorio, 1997). Las "redes migratorias" constituyen la base analítica para explicar tanto la génesis como el mantenimiento de las migraciones internacionales, así como para abordar los vínculos transnacionales (Massey et al., 1993). Una de las consecuencias de la globalización es que los individuos organizan sus vidas en un espacio migratorio cada vez más global, que une las áreas de origen con las de destino. Las redes sociales conectan a migrantes y no migrantes a través del tiempo y del espacio y son de vital importancia en el proceso migratorio. Mediante las redes se produce "contagio" social en torno al hecho de emigrar y se forman nexos permanentes entre los emigrantes y sus familias, estableciendo espacios plurilocales (con el permanente intercambio y circulación de bienes materiales, culturales y simbólicos) que dan sentido y estimulan el proceso migratorio (López y Acosta, 2003).

A través del estudio de los vínculos afectivos y de cuidado en la familia se constata cómo en las redes familiares emergen causas emocionales y subjetivas que ayudan a explicar, no sólo la continuidad de los flujos migratorios, sino también los propios proyectos y estrategias migratorias de los protagonistas, lo que permite matizar mucho más los efectos de los factores estructurales vinculados a las crisis económicas o a la falta de oportunidades de empleo (López y Acosta, 2003). En dichas estrategias interaccionan y actúan tanto los miembros migrantes como los que permanecen en el país de origen. Si no fuera por el papel que juegan las redes, "no sería posible entender por qué individuos, familias y hasta comunidades que viven en condiciones similares, y expuestas a similares condicionamientos estructurales, desarrollan distintas rutas de acción social, unos migrando y otros permaneciendo" (Canales y Zlolniski, 2000:18).

Por otra parte, el "grupo doméstico" comprende un grupo de personas que aseguran el mantenimiento y reproducción de sus miembros mediante la generación y disposición de un ingreso colectivo (Dinerman, 1978) y –nosotros añadimos– de una gestión del trabajo reproductivo también colectiva. De acuerdo con Mingione (1994:180), "la unidad elemental de la reproducción social es, en la mayoría de los casos, el hogar (household) ". El autor no restringe el hogar a la unidad física o estadística de residencia común, sino como "un conjunto de relaciones sociales cambiantes, que establece un haz de obligaciones mutuas (fundamentalmente una forma recíproca de organización social) destinadas a contribuir a la supervivencia de sus miembros" (1994:180). Se trata de una supervivencia no entendida en sentido estricto, sino que incluye también todas las estrategias orientadas hacia la promoción de bienestar y la movilidad social. Según Mingione (1994:181), los elementos básicos de un hogar incluyen tanto los ingresos que éste gestiona como la reciprocidad u obligación mutua como principal forma de organización. Así mismo, la definición de Mingione permite desvincular el hogar de la residencia en común, por cuanto "tampoco es estrictamente necesario residir en el mismo sitio para quedar incluido en las estrategias del hogar" (1994:182). Las familias implicadas en procesos migratorios, en las que los migrantes y los miembros que permanecen en el país de origen comparten obligaciones mutuas, constituyen un buen ejemplo de ello.4

En la sociología de las migraciones, como bien ponen de manifiesto Escrivá (2000) y Ribas (2001), las estrategias domésticas de supervivencia, basadas en la importancia del grupo doméstico en la decisión migratoria y la formación de redes migratorias, ocupan un lugar destacado a la hora de comprender los fenómenos migratorios y sus dinámicas. De ese modo, la emigración se erige como estrategia de mantenimiento y reproducción de los grupos domésticos y del bienestar de sus miembros, por lo que deja de analizarse en el plano de las meras decisiones individuales. La división sexual del trabajo en el grupo doméstico determina qué miembros van a permanecer en el hogar y cuáles van a marcharse; qué miembros van a asumir las funciones que tienen que ver con la provisión económica y cuáles se van a centrar en el cuidado y las relaciones afectivas de los familiares a través de la distancia. Tomar el grupo doméstico y los hogares como unidad de análisis permite, según Gregorio (1997), no sólo integrar las perspectivas micro y macro, sino incluir la esfera de la reproducción y abordar las relaciones de género –y, por lo tanto, de poder, en el contexto de sociedades patriarcales–implícitas en la propia definición de "grupo doméstico".

De acuerdo con Kofman (1999 y 2004), la familia se ha tenido poco en cuenta en las aproximaciones teóricas y metodológicas a la migración en Europa. Según la autora, esta constatación es consecuencia del énfasis en la migración de carácter laboral y en la separación de la esfera productiva de la reproductiva, asociada esta última a las mujeres, a la dependencia, a actividades que no pueden ser medidas en términos monetarios y al ámbito privado. Sin embargo, el análisis de las migraciones en términos de transnacionalismo y redes sociales –así como la propia diversificación de los tipos de migraciones internacionales– pone de manifiesto la diversidad de actores implicados en el proceso migratorio y permite superar la rígida dicotomía que separa lo económico de lo social; a saber, que la motivación económica inicia los procesos migratorios y que la familia sólo representa la dimensión social, a menudo asociada a la tradición (Zlotnik, 1995). La perspectiva de género cuestiona la conceptualización de lo económico como ajeno a lo social y a las dinámicas de las relaciones, responsabilidades y estrategias familiares.

La esfera reproductiva ha sido introducida con éxito por un gran número de investigadores que, desde una perspectiva de género, se han aproximado a las migraciones femeninas con la finalidad de comprender las estrategias familiares y comunitarias de las mujeres en los procesos migratorios y sus consecuencias para el grupo familiar (Salazar, 2001; Ribas, 2001; Kofman y Raghuram, 2006). En concreto, diversos académicos se han centrado en cómo la reproducción se reconfigura con los procesos de globalización, en la medida en que, de acuerdo con Truong (1996:47), ningún sistema productivo opera sin un sistema reproductivo, por lo que la globalización de la producción necesariamente conlleva la globalización del trabajo reproductivo. En este sentido, es imprescindible considerar el nexo producción–reproducción para analizar la demanda de empleadas del hogar desde los países ricos en los procesos de mercantilización de la reproducción social que operan a escala global (Ehrenreich y Hochschild, 2003; Parella, 2003).

Sin lugar a dudas, una de las aportaciones más relevantes es la que nos ofrecen Ehrenreich y Hochschild (2003) en un análisis crítico sobre las formas en las que el trabajo reproductivo se organiza en las sociedades contemporáneas. Dichas autoras argumentan que la escasa valoración social de las tareas domésticas y de cuidado en los países occidentales conlleva que muchas mujeres que acceden al mercado de trabajo no puedan seguir asumiéndolas de forma no remunerada en el hogar, por lo que las "delegan" a mujeres inmigrantes mediante prácticas de sub–contratación. Según este tipo de análisis, las mujeres inmigrantes procedentes de países pobres proveen trabajo reproductivo en un mercado global, en el contexto de la "internacionalización de la reproducción". Las empleadas domésticas de origen inmigrante realizan el trabajo reproductivo de las mujeres de clase media y media–alta de los países industrializados, mientras ellas relegan su trabajo reproductivo a otras mujeres de su familia o a sus connacionales más pobres, que permanecen en el país de origen (Hochschild, 2001). Esta demanda de empleadas domésticas en los países más ricos ha contribuido a la feminización de las migraciones internacionales a través de la importación de "cuidados" o "fuga de cuidados" (care drain) (Bettio et al., 2004).

Las mujeres con responsabilidades familiares que emigran dejan sus hijos al cuidado de otras personas, generalmente sus madres (las denominadas "abuelas–madre") u otras mujeres de la familia –hermanas, primas, cuñadas, etcétera–, en el seno de familias extensas que intentan suplir la figura materna en la vida cotidiana de los niños (Salazar, 2001). Lo que supone una forma de reciprocidad que, de acuerdo con C. G. T. Ho (1999), sirve para reforzar los vínculos emocionales –y, por supuesto, también los económicos– entre las –o los– migrantes y sus países de origen. Además del recurso de las abuelas, es cada vez más habitual contratar a otra mujer en el país de origen para que se haga cargo de los hijos de la mujer que emigra, a cambio de un salario mucho más bajo que el percibido por la emigrante en la sociedad receptora. Así se onstituyen las "cadenas mundiales de afecto y asistencia", integradas por distintos vínculos y grados, a escala global, y basadas en el trabajo de cuidado remunerado y no remunerado (Hochschild, 2001).

Así mismo, los trabajos de Saskia Sassen (2000) también vinculan la esfera productiva y la reproductiva a través del papel que juegan las migraciones internacionales para facilitar la reproducción social. La globalización, como macroproceso, es el marco que permite comprender la génesis de flujos de mujeres inmigrantes que se dirigen a las economías postindustriales para emplearse en el servicio doméstico o en el trabajo sexual como estrategia de supervivencia. Para ello es indispensable tomar en cuenta el advenimiento de las "ciudades globales" (global cities), como nudos coordinadores del capital transnacional en los que se da una concentración de servicios profesionales altamente especializados –sobre todo financieros– y el consiguiente incremento de los puestos de trabajo poco calificados en el sector servicios, con salarios bajos, condiciones laborales inestables y escasas oportunidades de promoción, ocupados preferentemente por fuerza de trabajo inmigrante (Sassen, 1984, 1988).

 

4. Algunos apuntes sobre la estrategia metodológica de la investigación

A fin de obtener un campo de observación transnacional, capaz de acceder al proceso migratorio desde la perspectiva tanto de los migrantes como de sus contrapartes en el país de origen, la investigación ha optado por un diseño metodológico cualitativo, a partir de la entrevista en profundidad como técnica de recogida de datos. Se han realizado, por un lado, 30 entrevistas con familiares residentes en Ecuador y Perú que tienen parientes directos emigrados a España, y por otro, 30 entrevistas con los emigrantes "de referencia" residentes en España, pertenecientes a las mismas familias (Solé, Parella y Cavalcanti, 2007).5

Lejos de tratarse de un estudio de caso sobre dos colectivos determinados –en este caso, migrantes ecuatorianos y peruanos–, o de un estudio comparativo entre ambas comunidades, la elección de Ecuador y Perú como contextos migratorios es eminentemente metodológica, sin otra pretensión que la de mostrar con datos empíricos el carácter transnacional, subjetivo, familiar y económico de los procesos migratorios. Son diversas las razones que explican dicha elección: i) tanto Ecuador como Perú albergan una significativa cantidad de hogares marcados por la emigración hacia España; ii) ambos contextos migratorios cuentan con estructuras familiares diversas (encontramos tanto a hombres como a mujeres pioneras de los proyectos migratorios); iii) en ambos casos han sido identificadas prácticas transnacionales significativas, sobre todo de carácter económico, con cierta estabilidad y flexibilidad en el tiempo (Tamagno, 2003; Herrera, 2004).

La entrevista en profundidad como base de la orientación teórico–metodológica de nuestra investigación presupone que cualquier sujeto es portador de un conjunto de culturas y subculturas, resultado de sus condiciones objetivas de existencia y su trayectoria sociobiográfica; así como que los universos simbólicos y esquemas de percepción del mundo pueden ser inferidos del relato de los actores sociales. En palabras de Luis E. Alonso (1998:73), la entrevista en profundidad trata de captar "el habla desde el lugar social"; constituye una técnica de interlocución flexible y dinámica cuyo objetivo es la comprensión de las perspectivas que tienen los informantes con respecto a su vida, experiencias o situaciones, tal y como las expresan con sus propias palabras (Taylor y Bogdan, 1998).

Las familias entrevistadas han sido seleccionadas con base en criterios de accesibilidad y heterogeneidad. Se han tomado como variables relevantes para escoger los casos las siguientes características: ámbito rural/ámbito urbano, región de origen y tipo de estructura familiar. En cuanto al ámbito rural/urbano, se han distinguido las zonas urbanas de las zonas rurales. Para el caso de Ecuador, se han realizado entrevistas en los grandes núcleos urbanos de Guayaquil (la ciudad más poblada del Ecuador, con alrededor de 2 500 000 habitantes en su área metropolitana, polo de concentración de las ciudades sureñas) y Quito (la capital del país), así como también en las zonas rurales de las provincias de Azuay y Loja. En el caso de Perú, se ha realizado el trabajo de campo en las concentraciones urbanas costeras de Lima y Trujillo, así como también en la zona rural de Huancayo, en la Sierra Centro del Perú.

Para el caso que nos ocupa, los vínculos afectivos y de cuidado en los hogares transnacionales tienen que ver con la posición social del migrante y el grupo familiar. Dicha posición da forma concreta a los tipos de familia transnacional, al tipo de proyecto migratorio, a la construcción social del significado y definición de los roles familiares, al grado de dependencia económica y afectiva de las familias y sus miembros, a las estrategias económicas seguidas por sus miembros, al peso que adquieren valores como el individualismo versus los sentimientos de pertenencia colectiva, a las prácticas socioculturales de carácter colectivo, etcétera (Vertovec, 2004).

En cuanto a la estructura familiar, nuestro casillero tipológico ha seleccionado los casos considerando los siguientes tipos de vínculos con la persona migrante de referencia:

• Padres/madres cuyos descendientes han emigrado y que asumen el cuidado y crianza de los nietos que permanecen en el país de origen.

• Mujeres/hombres con hijos a su cuidado cuyo cónyuge ha emigrado.

• Hijos/hijas no emancipados cuyo padre o madre ha emigrado.

El trabajo de campo se ha desarrollado en dos etapas claramente diferenciadas: en una primera etapa (enero–septiembre de 2005) se han seleccionado las familias en el país de origen y se ha entrevistado a uno de sus miembros (véase el casillero tipológico); en la segunda (octubre de 2005–enero de 2006) se han realizado las entrevistas a los migrantes de referencia en España, con vínculos familiares directos con las personas entrevistadas en Perú y Ecuador. La mayor parte de los migrantes de referencia entrevistados residían en Barcelona y Madrid.

Si bien la clase social de las familias o su origen étnico no han guiado directamente los procesos de selección de los casos, la distinción entre ámbito rural y urbano sí ha permitido acceder a familias implicadas en procesos migratorios hacia España con distinto origen social, tanto en cuanto a los recursos económicos como en cuanto al capital cultural. Junto a la cultura mestiza predominantemente urbana, en la que conviven sectores de clase media con familias con bajo poder adquisitivo, otra realidad bien distinta es la de los grupos indígenas, concentrados principalmente en las zonas rurales y con una elevada incidencia de pobreza (Solé, Parella, Cavalcanti, 2007).6

En cualquier caso, las estrategias y prácticas sociales transnacionales de las familias se ajustan a la posición de los migrantes y sus familias en la estructura social, tanto de la sociedad de origen como de la de acogida, en términos de clase social, género, generación, hábitat rural/urbano, etcétera. Ciertamente, la situación socioeconómica de la familia migrante determina en buena medida el tipo de vínculos transnacionales que se establecen con el migrante a través del grado de dependencia respecto a las remesas o el grado de desarrollo y mantenimiento de vínculos de carácter afectivo o de prestación de cuidados. Cuando se trata de migrantes procedentes de sectores económicos bajos, la decisión migratoria constituye en mayor medida una estrategia familiar de subsistencia, por lo que las remesas se erigen como pilar clave de la supervivencia de los miembros de la familia que permanecen en el país de origen.7

Sin embargo, la situación es bien distinta para las familias procedentes de sectores medios–altos. En estos casos, los proyectos migratorios no siempre responden a estrategias familiares, sino más bien a motivaciones individuales, al deseo individual de superación. Muchas veces se trata de jóvenes con niveles educativos elevados –generalmente, sin responsabilidades familiares–, que buscan el acceso a empleos calificados a la par que bien remunerados fuera del país, con el fin de lograr mantener un proyecto de vida y una posición social y económica que la falta de oportunidades de empleo no garantiza en el país de origen. En la medida en que la unidad primaria de la migración es el individuo, las prácticas transnacionales son menos probables.

 

5. Los vínculos afectivos y de cuidado en las familias "transnacionales". Principales resultados del estudio

Cuando un miembro de una familia emigra, además del costo económico, deben asumirse los costos afectivos, tales como la separación de los cónyuges, el impacto emocional de los hijos que permanecen en el lugar de origen o de los padres que viven la etapa de la vejez sin la presencia de sus descendientes (Acosta, 2004). Es evidente que la emigración de los miembros de una familia implica la separación física del núcleo familiar, pero no necesariamente significa la ruptura de las relaciones familiares de dependencia afectiva. A pesar de la distancia, las familias persisten como institución, adaptándose a la nueva realidad y buscando nuevas formas de mantener y fortalecer los vínculos familiares en una nueva estructura transnacional (Acosta, López y Villamar, 2004). Es así como los migrantes mantienen lazos permanentes con sus familiares en el país de origen (posibilitados por los avances en telecomunicaciones y por el apoyo de las redes), creando un nuevo tipo de vínculo social: las familias transnacionales (Acosta, López y Villamar, 2004). Los hogares transnacionales fruto de la emigración se caracterizan por mantener algunas funciones originales y modificar otras, mediante decisiones que muchas veces son tomadas desde la distancia y que pueden estar sujetas a gran movilidad, cambio o inestabilidad.

A continuación se presentan los principales resultados del análisis de las entrevistas en profundidad realizadas con 30 familias "transnacionales" procedentes de Perú y Ecuador con alguno de sus miembros emigrado a España. En estas páginas se analizan los vínculos afectivos y de gestión del cuidado en tres tipos concretos de vínculos familiares: las parejas o matrimonios en las que uno de los dos ha migrado y el otro permanece en el país de origen; la "maternidad/paternidad" transnacional o a distancia en una estructura familiar de tipo nuclear; los ancianos que permanecen en el país de origen y cuentan con hijos adultos que han emigrado.

 

Los efectos de la separación en las relaciones de género a partir del estudio de parejas en la que uno de los dos miembros ha migrado y el otro permanece en el país de origen

Si bien el desarrollo tecnológico de las comunicaciones alivia parcialmente los costos afectivos de la separación, cabe estudiar hasta qué punto las relaciones afectivas–personales se resienten y viven momentos de crisis, tanto para el miembro de la pareja que se va como para el que permanece. En nuestro trabajo de campo se han identificado personas que se sienten solas y deprimidas por la pérdida de apoyo afectivo mientras "esperan" en el país de origen, que tienen temor a infidelidades conyugales o al deterioro de los vínculos afectivos a causa de la distancia, etcétera. Ciertamente, de acuerdo con López y Villamar (2004), el equilibrio emocional de los emigrantes se ve de igual forma afectado por la separación de su familia. Debido al alejamiento, la familia no puede brindarle al emigrante el apoyo psicológico y afectivo que requiere, lo que lo induce a cierta inestabilidad.

Él dice que nunca se había separado de nosotros y se siente muy triste, que nos extraña mucho, que los hijos, que hay momentos en que quisiera que nosotros estemos allá con él, que él se acuesta a veces en el cuarto, que llega cansado y tiene que hacer sus cosas, lavar, cocinar... él se prepara todo, que hay momentos en que llega cansado, no tiene con quien conversar, se siente demasiado solo y deprimido, eso me dice (Andrea, 38 años, Guayaquil, Ecuador).

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Entré en una depresión tremenda, no podía salir sola, lloraba todo el tiempo. Cuando se fue, los dos caímos en un estado de depresión, nos contagiábamos; él lloraba y decía: "Si alguna vez te dije algo, perdóname, pues aquí en este infierno estoy pagando diez mil veces. Perdóname. No sé qué hice, pero perdóname". Lloraba. Nos costó mucho a los dos. Como él decía: "Si existe infierno en vida, ya pagamos, negra" (Paula, 40 años, Quito, Ecuador)

Según Acosta, López y Villamar (2004), la ausencia de convivencia diaria con la familia puede provocar que el emigrante establezca vínculos "sustitutivos" con la propia comunidad inmigrante en la sociedad de destino, lo que supondría la ausencia o debilitamiento de los vínculos transnacionales de carácter afectivo –e incluso económico–. La posibilidad de dichos vínculos genera dudas e incertidumbre en los familiares que permanecen, por cuanto puede propiciar un alejamiento emocional entre el emigrante y su familia o la ruptura con los valores que inicialmente motivaron el proyecto migratorio, como la fidelidad hacia la pareja o la prioridad del ahorro económico (envío de remesas). Aunque los contactos con la pareja en muchos casos son asiduos, a menudo de frecuencia diaria, diversos autores (como Pedone, 2006) se hacen eco de los riesgos que genera en la conyugalidad la distancia, por cuanto la circulación de información interpersonal y rumores a través de las redes provoca en muchos casos el desgaste de las relaciones matrimoniales y eventualmente su ruptura.

A veces sí tenemos problemas porque él está lejos, por la distancia. Pero son muy pocas veces. Él es así. Desde que le conocí era así, un poquito celoso; como que tuviera celos porque está lejos, no sabe lo que yo hago, cosa que me pasa a mí también (...) Ya no nos vemos y ya no es igual. Él es celoso y siempre está dudando de mí (Elisa, 28 años, Guayaquil, Ecuador).

A la soledad que describen muchas mujeres tras la separación, se le une en muchos casos el sentimiento ambivalente de sentirse "liberadas" al empezar a gestionar ellas solas el presupuesto familiar –con las remesas que reciben– y a gozar de niveles de autonomía en la organización de su tiempo inimaginables en el seno de la familia nuclear convencional –en la que la carga de trabajo reproductivo es mayor–. Para estas mujeres, la salida del cónyuge puede suponer alcanzar cotas de mayor autonomía y afirmación de sus derechos –que no habían tenido ocasión de experimentar con anterioridad en su rol de esposas y madres–, al asumir la función de gestora de la economía familiar a través de la recepción de las remesas. Es por ello que algunas mujeres, más allá del sentimiento de nostalgia que pueden sentir por la separación, valoran la distancia de forma ambivalente, ya que les permite acceder a niveles de libertad y autoestima de los que no gozaban en el seno de una familia patriarcal tradicional, en la que ejercían de amas de casa dependientes de sus esposos (Solé, Parella y Cavalcanti, 2007).

Un cambio..., como que me dieron la libertad. Sí, porque cuando uno está con el marido y lleva tantos años con él tiene que estar; no sé, él se debe haber criado así. Tiene que estar, como te digo, como prisionera, o sea, saber a la hora que va a llegar. Yo puedo estar libre por la tarde, pero tengo que saber a qué hora viene, tengo que tenerle la comida lista, estar ahí en la casa, y si yo me voy a un lado, tendría que llamarlo por teléfono y decirle que me voy a un lado. Ya entonces, si yo venía tarde o estaba donde mi mamá, comenzaban las discusiones, y ahora que él no está fuera me siento libre; yo puedo llegar a la hora que quiera, puedo salir con mis hijos, no tengo horarios de salida ni entrada. O sea, yo me siento libre. Por eso digo que el día que venga será otro encierro de nuevo; eso es lo que yo pienso (Diana, 36 años, Guayaquil, Ecuador).

Poder gestionar los recursos económicos que les manda el marido, así como organizar sus horarios sin tener que estar pendientes de las necesidades reproductivas –horarios de la comida, etcétera– de su esposo o dar cuenta de cuándo entran o salen de casa les produce un sentimiento de liberación. Resulta sorprendente que dicha autonomía se produzca, no tanto a través del establecimiento de un vínculo laboral que permita la percepción de ingresos propios –por cuanto sigue recayendo en la figura masculina la principal aportación económica–, sino a través de la distancia. Sin embargo, el empoderamiento (empowerment) que experimentan las esposas que permanecen en el país de origen muchas veces se ve limitado por el rígido corsé de unos roles tradicionales de género que perviven desde la distancia. En este sentido, hemos constatado cómo, en algunos casos, las continuas llamadas telefónicas permiten al esposo ejercer un estricto control del presupuesto familiar y revalidar su rol de "cabeza de familia" y de autoridad dentro del núcleo doméstico (Solé, Parella y Cavalcanti, 2007).

A mi mujer sé todo [lo] que hace por teléfono, si lleva el niño a escuela, si le saca a pasear, e incluso si sale a bailar con los hermanos también lo sé. A veces ella me llama y me pide permiso para salir a bailar con los hermanos, y yo le autorizo dependiendo del sitio, pues yo conozco todo allá. Si veo que no me gusta le digo que no, y ella se queda mirando la tele y cuidando del niño. Y como ella tiene fijo y móvil, llamo para comprobar si no está mintiendo, y parece que hasta hoy nunca me ha engañado (Jean Felipe, 41 años, inmigrante procedente de Guayaquil, Ecuador).

Por el contrario, cuando es la mujer la que emigra en primer lugar, mientras el esposo permanece en el país de origen, convertirse en principal sustentadora económica de la familia no sólo le confiere mayores cotas de autonomía, sino que al mismo tiempo reta el rol tradicional del varón, al cuestionar su función de proveedor y situarle al frente del cuidado del hogar en su dimensión reproductiva.

Un poquito mal, porque mi mamá ganaba más que él y mi papá sacaba lo poco que ganaba como taxista. A él como hombre le dolía que su mujer gane más y que la madre de sus hijos se haya ido a trabajar lejos, y sola más que todo. ¡Se sentía mal! (Jordana, 19 años, Trujillo, Perú).

La mayoría de los hombres resuelven ésta, para ellos, traumática tensión, delegando en otras mujeres de la familia la responsabilidad del cuidado de la familia, al tiempo que procuran emigrar tan pronto como la situación económica de la mujer en el país de destino lo permita. En cualquier caso, cabría estudiar hasta qué punto algunas mujeres "pioneras del proceso migratorio", tal como concluye Pedone (2006:115), más allá de los beneficios de convertirse en principales sustentadoras económicas del grupo familiar, adquieren la obligación moral de "traerse al marido" una vez saldadas las deudas.

En este sentido, es importante recordar que un análisis meramente económico –en concreto, la falta de empleo o los insuficientes ingresos– no incluye otras dimensiones muy importantes para comprender las causas de las migraciones. De tal manera, conflictos de pareja o del grupo familiar, momentos críticos como un divorcio o una separación, o incluso maltrato físico y psicológico, o alcoholismo del cónyuge, pueden constituir el catalizador clave de la migración (Hondagneu–Sotelo, 1994). Se trata de situaciones críticas que se añaden y se complementan con las privaciones económicas. Los relatos de algunas de las mujeres entrevistadas confirman esta aseveración.

Mi yerno tiene la enfermedad del alcoholismo. Él toma mucho. Mi hija trabajaba en el mercado y mi yerno era empleado en un restaurante, una pollería. Cuando se ponía a tomar, tomaba tiempo y lo que trabajaba mi hija no alcanzaba; se endeudó y no había cómo pagar. Y ella dijo, "mamita, tengo que irme para pagar tanto que debo y para dar estudios a mis hijos" (María, 50 años, Cuenca, Ecuador).

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Mi hermana fue la primera que fue a España de la familia. Fue a explorar solita, porque aquí tuvo problemas con la suegra y la cuñada. Tuvo una vida horrible, y ella decidió y se fue. Se fue a explorar; cansada de la vida que tenía, se fue a explorar. Y ya pues le fue bien, y ahí fue que trajo a sus hijos y a su esposo (Diana, 36 años, Guayaquil, Ecuador).

En estos casos la migración es vivida no sólo como una estrategia de movilidad social, sino también como una "huida" o "liberación", que tiene que ver con la necesidad de abandonar relaciones opresivas en el seno de la pareja o de la familia (Sørensen, 2005). Hacer frente a la exclusión y buscar alternativas a la situación actual motiva a las mujeres a decidirse por la migración como instrumento de supervivencia, empoderamiento (empowerment) y desarrollo personal. De acuerdo con Wagner (2004:5), no se trata sólo de la relación entre violencia de género y migración, sino también de la aspiración de las mujeres a otras formas de vida, libertad e independencia. Según Anthias y Lazaridis (2000), si bien es cierto que tras la creciente y reciente feminización de los flujos migratorios latinoamericanos subyacen estrategias de carácter familiar, resultado de la elevada demanda de fuerza laboral femenina en los países de destino para las tareas vinculadas a la reproducción social y el cuidado, debe matizarse la idea de que las mujeres migrantes siempre conciben sus proyectos migratorios como estrategia familiar.

 

Los vínculos afectivos y de cuidado desde la perspectiva de los hijos cuyo padre o madre ha emigrado

La "paternidad/maternidad a distancia" fractura las familias y separa geográficamente a sus miembros. Este tipo de separaciones conlleva generalmente costos emocionales para los miembros de las familias, tanto para los padres como para los hijos que permanecen, tales como dolor, ansiedad, sacrificios, presiones financieras y dificultad para atender las necesidades de cuidado de los miembros dependientes. Ciertamente, los costos afectivos y emocionales son más difíciles de cubrir que los económicos (Acosta, 2004). La separación produce una progresiva fragmentación del núcleo familiar, puesto que la confianza y el aprendizaje familiar nacen de la convivencia cotidiana. Desde el momento en que ésta desaparece, la familia puede llegar a perder cohesión, lo que puede conducir a un paulatino alejamiento entre sus miembros.

La emigración también implica el riesgo de una desocialización para el propio sujeto que emigra. De acuerdo con Acosta, López y Villamar (2004), en la medida en que la migración supone el alejamiento del medio social (familiares, amigos, trabajo, etcétera), el o la migrante pierde su dimensión de "hombre de familia" o de "madre cuidadora" en la sociedad de acogida, pues aunque constituye uno de los pilares de la familia transnacional –sobre todo en su dimensión económica–, no se dan los procesos de socialización e integración familiar que lo identifican como tal. En palabras de los autores, "el emigrante trabaja para una familia a la que no ve, y de la que no forma parte activamente" (López y Villamar, 2004:12).

La globalización ha provocado que los países occidentales se conviertan en destacados reclutadores de mano de obra femenina, como ya se ha comentado. La creciente brecha que separa a los países ricos de los pobres bloquea la movilidad social e incrementa los hogares jefaturados por mujeres en los países más pobres, lo que provoca la feminización del proceso migratorio. Estas nuevas formas de familia transnacional que se generan con la migración autónoma de las mujeres difieren de las que había originado el modelo migratorio de hace unas décadas, en las que la demanda de fuerza de trabajo era principalmente masculina y los hombres emigraban en primera instancia (Sørensen, 2005).

De todas las transformaciones en las relaciones familiares que supone la separación entre madres/padres e hijos, una de las más estudiadas ha sido la "maternidad transnacional". Las mujeres inmigrantes que trabajan y residen en la sociedad receptora mientras sus hijos permanecen en el país de origen constituyen una variación en el significado, las prioridades y las formas de organización de la maternidad, a tenor de la interrelación entre la clase social, la etnia o raza y la cultura (Hondagneu–Sotelo y Ávila, 1997:548). La maternidad "transnacional" o "a distancia" –también conocida como "globalización de la maternidad" (Salazar, 2001)– supone la proliferación de nuevas formas de llevar a cabo el cuidado y la educación de los hijos, que se distinguen claramente según la etnia y la clase social de las mujeres (Hondagneu–Sotelo, 2000; Lutz, 2002).

Contrariamente a la literatura transnacional, en la que la migración es generalmente descrita como exitosa a la hora de coadyuvar al mantenimiento de los vínculos familiares, la perspectiva de las "cadenas mundiales de afecto y asistencia" concibe dichas relaciones como problemáticas, no sólo para las relaciones de pareja sino también para los hijos que permanecen detrás (Hochschild, 2001; Ehrenreich y Hochschild, 2003). Algunos estudios vinculan la emigración a la actual crisis de valores familiares, reflejada en el aumento de la drogadicción y la proliferación de pandillas juveniles, tal como recogen López y Villamar (2004). Sin embargo, de acuerdo con las reflexiones de Gamburd (2000) y Sørensen (2004), cuestionar el rol de las madres transnacionales o "madres a distancia" promueve la visión etnocéntrica o eurocéntrica de que sólo la familia nuclear es la solución adecuada a las dificultades que experimentan los niños de las familias transnacionales (Salazar, 2001).

Un interesante estudio de Salazar (2001) en Filipinas revela que cuando las madres migrantes se separan de sus hijos, dejándolos a cargo de otras mujeres de la familia, la separación geográfica puede plantear problemas emocionales en los niños, que echan en falta la interacción diaria con sus padres. A pesar de ello, la autora concluye que los costos negativos que tiene la emigración de los padres sobre los niños pueden superarse desde la distancia; en otras palabras, que los hijos son capaces de ajustarse a esas situaciones transnacionales, lo que no significa que no padezcan sus consecuencias. En la misma línea, estudios como el de Villamar, López y Sánchez (2004) relativizan, si no desmienten, uno de los mitos al uso cuando se habla de la migración y de los hogares transnacionales: el de los "hijos problema" sin autoridad paterna o materna. La reducida incidencia de la desintegración familiar evidencia el eficaz funcionamiento de la familia a nivel transnacional, en el sentido de convertirse en una forma "normal" y adecuada de desenvolverse para muchas familias.8

Los resultados de nuestra investigación recogen efectos ambivalentes entre los hijos, que van desde el sentimiento de "abandono" hasta el convencimiento de que el sacrificio de sus padres los compensa con las mejoras económicas que experimentan vía las remesas –escuela, consumo, comida, etcétera–, junto a la expectativa de un futuro mejor (Solé, Parella y Cavalcanti, 2007). Nuestro trabajo de campo ha permitido identificar algunos elementos de desestructuración en los vínculos familiares desde la perspectiva de los hijos, en el sentido de sentirse "distintos" al resto, de no reconocer la figura de autoridad ni en la persona que los cuida ni en los padres "ausentes". Lejos del contacto diario con sus padres, algunos de estos niños y niñas tienen actitudes de falta de afecto que pueden influir de forma negativa en su rendimiento escolar, en la formación de su identidad, en su integración social y en sus valores (Altamirano, 2004). Muchas veces, la desestructuración se expresa en niños deprimidos, que siempre lloran por la ausencia de sus padres, o curiosamente se manifiesta en el resentimiento, la rebeldía y la lejanía afectiva hacia los padres después de haber estado largo tiempo separados o en cuanto conviven otra vez con ellos (Kleinubing, 2004).

Mamá, hágales entender a mis hijos por qué estoy acá, por pagar todas mis deudas (...) Ella [su hija] me dice que les diga que no los dejó. Ella cree que pasará eso como en otros hogares que piensan que los dejan. Yo les digo: "Hijitos, saben muy bien que cuando su mami se fue no le alcanzaba la plata, tenía que pagar" (María, 50 años, Cuenca, Ecuador).

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Desde que se fueron mis padres, mi hermana se enfermó de depresión. Siente pena porque mis padres no están. Le ayudan psicólogos en el colegio (Carlos, 14 años, Cuenca, Ecuador).

Sin embargo, cuando los hijos se sienten partícipes de los beneficios económicos que la migración genera, haciendo extensibles los resultados de Salazar (2001) a nuestro estudio, se constata que desarrollan un sentimiento de responsabilidad y que son capaces de vivir el proyecto migratorio de sus padres como "algo propio". Lo más habitual en el discurso de los hijos es un sentimiento ambivalente que combina el vacío y la tristeza –en ocasiones, incluso la sensación de "abandono"– con el orgullo de saber que sus padres son capaces de sacrificarse por ellos.

Nos dice que sigamos estudiando, que todo lo que ella hace es por nosotros, por lo que nos quiere pagar todos los estudios; no quiere que pasemos penurias, así como pasábamos en años anteriores; no quiere vernos sufrir (Jordana, 19 años, Trujillo, Perú).

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Me siento regular porque sé que mi papi ya no está; pero también me siento un poco feliz porque él se fue para darme un buen futuro para mí (...) Él quería darnos un buen futuro, ganar dinero, esforzarse para mandarnos a nosotras. Nosotros también tenemos que comprender que él se ha ido para trabajar (Esther, 15 años, Guayaquil, Ecuador).

La comunicación constante con los padres contribuye a disminuir el sentimiento de abandono y refuerza el sentimiento de unidad familiar (Salazar, 2001). El teléfono y las nuevas tecnologías permiten que padres e hijos puedan compartir su cotidianidad desde la distancia y amortiguar así los efectos de la separación geográfica:

Cuando están [sus padres] en la ciudad siempre llaman tres veces a la semana. Ahorita que ha estado en un pueblito nos llama una vez por semana, por la dificultad de comunicación, según ellos (...) Nosotros por teléfono nos contamos todo, por eso hablamos bastante por teléfono; ahora más tenemos que hablar con los dos, hablamos más de una hora (Jordana, 19 años, Trujillo, Perú).

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Mi hija siempre se comunica con sus hijos; le cuentan sus problemas, cómo se sienten. Muchas veces lloran por teléfono; la extrañan, y eso motiva más a mi hija a querer llevarlos. Ella es muy cariñosa. Sus hijos la consideran una mujer valiente, fuerte, dedicada a ellos (...) Los chicos no sienten tanto el vacío, porque ella se preocupa por llamar siempre (Laura, 70 años, Trujillo, Perú).

Según las observaciones de Patricio Carpio para el caso ecuatoriano, desde el punto de vista social y económico, los parientes constituyen por lo general un respaldo que, de una manera u otra, impide que socialmente el niño o niña cuyos padres no están, sea considerado (a) "víctima del abandono" (1992:156). Si bien estas redes de apoyo familiar constituyen una "tabla de salvación" a la hora de enfrentar la ausencia del referente paterno y/o materno, cuando un joven permanece al cuidado de su abuelo o abuela se enfrenta a un conflicto intergeneracional, con una brecha o abismo en cuanto a valores, pautas de conducta y referentes identitarios probablemente superior al que habría tenido con sus padres o madres (Patiño y Pesántez, 2004). La falta de autoridad también ha sido esgrimida por algunas de las madres entrevistadas cuyos esposos han emigrado, las que constatan, con cierto estupor, que sus hijos se han vuelto más malcriados y lo atribuyen a la ausencia del referente paterno.

Esta temporada sí que se ha puesto agresivo, bravísimo; por todo me responde, por todo me grita, por todo me dice cosas que no me tiene que decir (...) Porque tampoco le puedo permitir que se vaya creciendo así; después me pondrá la mano, y eso no es justo. Ahora a la mamá le conversé (...) le ha dicho que se porte bien, porque si no, no envía el paquete. Y si no llega el paquete, se muere el niño (Olga, 58 años, Quito, Ecuador).

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La relación con mi hijo, a veces, es un poquito complicada, porque es malcriado; le falta el papá en cuestión de la autoridad (Elisa, 28 años, Guayaquil, Ecuador).

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Con ellos me va horrible, porque yo tengo que hacerlo todo; no es lo mismo que esté él. Cuando él estaba, bueno, con una palabra que él decía ellos se moderaban. Pero yo tengo que estar: "modérense", "no peleen", "estén quietos". Les digo un montón de cosas, y para ellos es igual. Cuando ya me cogen con coraje, les doy; pero no es lo mismo que lleve yo la rienda que él (Diana, 36 años, Guayaquil, Ecuador).

La promesa a los hijos de que van a ser reagrupados por los padres ausentes está latente en la mayoría de las familias transnacionales y constituye una buena estrategia para que unos y otros puedan tolerar mejor la separación. En algunos casos, de acuerdo con Altamirano (1990), los jóvenes centran su proyecto de vida en el viaje al exterior; porque sienten culpabilidad por la desintegración familiar, tienen una suerte de "deuda afectiva" y sienten la necesidad de viajar al país donde sus padres emigraron. Muchos niños resuelven la inseguridad emocional de estar lejos de sus padres viendo la migración como un sacrificio que ellos podrán devolverles cuando sean adultos (Salazar, 2001).

Su mamá les ha prometido que van a irse con ella (Laura, 70 años, Trujillo, Perú).

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Cuando mi mami se vaya a España, después de algunos meses, años, nos va a mandar a ver a mí y a mi hermana para irnos a España. Allá yo estudiaría como siempre, ayudaría a mis padres también. Cuando ellos trabajen, les ayudaría cocinando en la casa, para que cuando ellos lleguen la comida ya esté caliente y ellos la puedan comer (Esther, 15 años, Guayaquil, Ecuador).

Pero la idea de llevarse a los hijos al país de destino, desde la perspectiva que se tiene de la reagrupación familiar en el país de origen, no ofrece sólo ventajas. Esta etapa tiene grandes costos afectivos que a menudo no son tenidos en cuenta por la literatura científica. Si bien en el país de origen echan en falta a sus padres, al deseo de los hijos de reunirse pronto con ellos se le une el duro trance de tener que separarse de nuevo de un ser querido (en este caso, la figura de la abuela que los ha cuidado y que permanece en el país de origen). Otro obstáculo presente en el discurso de los hijos es el intenso trabajo de los padres en España y la dificultad para poder atenderlos una vez que se trasladen "allá". La posibilidad de que la abuela cuidadora pueda emigrar también con ellos es un deseo compartido por la mayoría de estos niños y jóvenes.

Nos gustaría irnos con mis padres. Algunos nos cuentan que España es muy bonito. Ellos me han contado cómo es allá; es muy duro. Nosotros sufriríamos más allá, quizás. Mis padres no tienen descanso, ¿quién nos cuidaría? Mejor estamos acá (Carlos, 14 años, Cuenca, Ecuador).

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Mi hija se las llevó un tiempo dos meses, pero regresaron. No se acostumbraron, sufrían mucho porque los padres trabajan todo el día. Acá yo les tengo bien comidas, les atiendo, tienen sus amigas, su colegio, en fin (Gloria, 60 años, Quito, Ecuador).

 

Los vínculos afectivos y de cuidado entre los padres cuyos hijos adultos han emigrado

Llegados a este punto, es importante tomar en cuenta dentro de la "familia transnacional" el papel que asumen las abuelas –y en menor medida los abuelos– a la hora de proporcionar cuidado, criar y educar a los nietos que permanecen a su cargo mientras sus hijos no están, lo que les confiere una gran dosis de responsabilidad, así como capacidad de toma de decisiones y de influencia en la crianza de estos niños y en la gestión de las remesas que reciben. Para algunas de estas "abuelas–madre", la responsabilidad que deben asumir se convierte en una pesada y complicada carga, sobre todo cuando las remesas que mandan sus hijos migrantes no son suficientes para costear todas las necesidades de sus nietos, o cuando los abuelos se ven incapaces de suplir el referente autoritario de los padres o de llenar su vacío afectivo (Solé, Parella y Cavalcanti, 2007).

A veces siento que ya no puedo hacer lo que una madre o un padre van a hacer, orientar a sus hijos. Yo sé que ellos no están en mal camino, pero el otro día escuché conversar a mi nieto con una señora, que decía: "Me hace falta el amor de padre". ¡Me dolió tanto lo que él dijo! Dice que en una fiesta vio a sus amigos con sus papás que los abrazaban, los acariciaban, y él pensaba: "Yo, ¿a quién tengo?" (María, 50 años, Cuenca, Ecuador).

También se dan casos de mujeres ancianas que se plantean emigrar con sus nietos en cuanto éstos se reúnan con sus padres en el país de destino, con la finalidad de seguir ocupándose de su atención y cuidado mientras sus padres trabajan durante largas jornadas laborales –con grandes dificultades para ocuparse de sus hijos desde la dimensión afectiva y de cuidado–. El hecho de que las trabajadoras inmigrantes se traigan a sus madres al país de destino para que cuiden a sus hijos mientras ellas trabajan es una práctica transnacional cada vez más común. Su principal objetivo es garantizar la función afectiva y de cuidado de los hijos; aunque, de acuerdo con los estudios de Escrivá (2004), qué duda cabe que estas abuelas –conocidas también bajo el término "abuelas golondrina"– también permiten mantener en la sociedad de destino elementos que tienen que ver con la tradición familiar y las formas de vida del país de origen.

Por ejemplo, las nietas se van; ellas quisieran que yo vaya porque para las niñas sería un cambio total, pues, ir a lidiar con la mamá cuando ellas están acostumbradas conmigo. Por ejemplo, la niña mayor misma dice: "Abuelita, si yo me voy, tú te vas con nosotros, tú no te vas a quedar". Porque ellas no se acostumbrarían; quedaron chiquitas (Carmen, 53 años, Guayaquil, Ecuador).

En los casos en que las abuelas no quieren o no pueden emigrar para seguir asumiendo el rol de cuidadoras de sus nietos una vez que éstos han sido reagrupados –a menudo por contar con otros nietos y familiares dependientes a su cargo en el país de origen–, deben sufrir el dolor y el trauma de la separación, así como adaptarse a una situación afectiva "transnacional" con sus nietos (Escrivá, 2005; Le Gall, 2005). Incluso, puede ocurrir que para muchos de estos abuelos desprenderse de sus nietos después de haberlos criado durante largo tiempo no sólo suponga pérdidas en el terreno afectivo –quedarse solos, sin hijos y sin nietos–, sino también económicas, por cuanto puede conllevar el recorte –o incluso la total supresión– del flujo de remesas (Solé, Parella y Cavalcanti, 2007).

Pero no sólo debemos considerar el papel de los ancianos en tanto que dispensadores de cuidados, sino que ellos también son receptores de recursos económicos y de cuidado en las estrategias de reproducción de los hogares. Ello permite tomar en cuenta a los ancianos en los análisis sobre las migraciones internacionales y los vínculos transnacionales (Escrivá, 2005). En este sentido, es crucial incorporar en los análisis el papel que asumen los hijos emigrantes adultos que se convierten en responsables de sus padres desde la distancia, ya sea en lo económico o en el cuidado. Cuando se trata de padres de migrantes en situación de dependencia, los espacios transnacionales obligan a buscar fórmulas para hacer frente a esa situación.

La reagrupación de los mayores con los hijos migrantes en la sociedad de acogida, con el propósito de que puedan ser beneficiarios de unos servicios sanitarios y sociales de mejor calidad, es otra estrategia que ha sido identificada. Sin lugar a dudas, el grado de dependencia de los padres con relación a los hijos, tanto en la dimensión económica como en la de cuidado, está en función directa de la clase social de pertenencia y del tipo de proyecto migratorio. La estrategia de la reagrupación familiar de los padres se irá sin duda incrementando en los próximos años, en la medida en que los migrantes vayan asentándose de forma más o menos permanente en la sociedad española y sus padres se enfrenten solos a la vejez en la sociedad de origen.

Sin embargo, no se trata de una decisión fácil de tomar. En la mayoría de los casos estamos hablando de familias numerosas, con muchos hijos de distintas edades. Se trata de padres que sienten sus afectos y sentimientos "divididos" entre los hijos que permanecen y los que se han ido, por lo que dejarlo todo, emigrar y empezar una nueva vida lejos de su hogar no forma parte de sus prioridades. Además, si los abuelos emigran dejarían desatendidas una serie de funciones de apoyo familiar que proporcionan al resto de los hijos y nietos que no han migrado.

Sí nos propone; incluso ella [su hija] ya va a obtener la nacionalidad. Pero también tengo a mis hijos menores aquí; trabajan, yo les apoyo, les atiendo; por eso yo no pienso todavía... A veces también se requiere de un capital que ahora no tengo (...) Bueno, puede ser. Como también tengo los nietecitos, tengo seis hijos acá en Huancayo; algunos son solteritos, bueno, atendiéndolos, viéndolos; entonces todavía no pienso... (Karina, 63 años, Huancayo, Perú).

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Vivir allá no. Acá tengo a mi hijo. Tengo a mi hija también, que está casada aquí. Y de todas maneras ellas allá son tres. Acá son dos nomás que tengo. A mí me da pena dejar a mis hijos e irme con ellas (Carmen, 53 años, Guayaquil, Ecuador).

La aproximación a los roles, experiencias y necesidades de estos ancianos ponen en evidencia su activo papel en las estrategias migratorias y su relación directa con las necesidades económicas y reproductivas de las familias transnacionales. Es de prever que dicho papel se refuerce en el futuro, en la medida en que los emigrantes envejezcan en la sociedad de acogida o se aceleren los procesos de reagrupación familiar que tendrán como protagonistas a los familiares dependientes.

 

A modo de conclusión

No son sólo vínculos de carácter económico los que fluyen dentro de las comunidades transnacionales y las familias. A lo largo de estas páginas se ha explorado la esfera doméstica y familiar y el impacto sobre el bienestar humano y social que tienen las migraciones desde la perspectiva de las relaciones entre géneros y entre generaciones y de la gestión de la reproducción social –afectos, emociones, tareas de cuidado– en la estructura de la denominada "familia transnacional". El trabajo de campo muestra cómo las funciones que tienen que ver con el afecto y el cuidado se recomponen con la migración y forman parte también de los recursos que fluyen a través de las redes y que dan forma a las relaciones de "reciprocidad" que rigen las cadenas migratorias y los vínculos transnacionales de los migrantes y sus contrapartes imbricados en espacios transnacionales y multilocales.

Según Bryceson y Vuorela (2002), ante la separación geográfica y la ausencia de los contactos cara–a–cara diarios, la familia se construye como comunidad imaginada, lo que implica continuados esfuerzos de sus miembros (tanto los que han emigrado como los que permanecen detrás) para mantener los vínculos. Las autoras usan el término "relativizing" para referirse a los mecanismos que los individuos establecen para mantener, recortar, reforzar o establecer los vínculos con los familiares. En los campos sociales transnacionales, los individuos pueden perseguir o bien rechazar de forma activa determinados vínculos, así como crear vínculos ficticios, de manera que en todo momento escogen estratégicamente qué conexiones les interesa enfatizar y cuáles debilitar (Bryceson y Vuorela, 2002:14).

En este sentido, el trabajo de campo realizado en España, Perú y Ecuador muestra que las propias familias definen sus estrategias, dirigen y gestionan los procesos de cambio, bajo la constricción de las condiciones materiales de existencia de las personas (clase social, relaciones de género, hábitat, momento del ciclo vital, etcétera) y del contexto social, económico y político del que participan y en el que se insertan. Todo ello da forma a los tipos de familia transnacional, a la construcción social del significado y definición de los roles familiares, al grado de dependencia económica y afectiva de las familias, a las estrategias económicas seguidas por sus miembros, al peso que adquieren valores como el individualismo versus los sentimientos de pertenencia colectiva, a las prácticas socioculturales de carácter colectivo, etcétera (Vertovec, 2004).

El análisis de los vínculos afectivos y de cuidado en la familia, como unidad de referencia básica, pone de manifiesto cómo los procesos migratorios redefinen –no anulan ni disuelven– las relaciones familiares, dando forma y lugar a toda una amplia gama de maneras, proyectos y estrategias que existen tras la etiqueta de "familias transnacionales" (Alonso, 2004). El impacto de las migraciones en el ámbito familiar no es único y no admite visiones dicotómicas sobre si sus efectos son positivos o negativos; no cabe pretender averiguar hasta qué punto favorecen la desintegración familiar o juzgar su grado de eficacia de funcionamiento tomando como referente a la familia "normal". Estamos ante un fenómeno complejo, reflejo de las múltiples circunstancias que rodean a los procesos migratorios tanto en el país de origen como en el de destino.

 

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Notas

1 Este artículo recoge parte de los resultados de una investigación más general, titulada "Los vínculos económicos y familiares transnacionales: los inmigrantes ecuatorianos y peruanos en España", dirigida por la catedrática Carlota Solé y financiada por la fundación BBVA (Fundación Banco Bilbao Vizcaya Argentaria) y en la que también ha participado el Dr. Leonardo Cavalcanti. También quisiera dejar constancia de mi agradecimiento a los investigadores que han participado como entrevistadores, especialmente a la Dra. Carla Tamagno, encargada de coordinar el trabajo de campo realizado en Perú y Ecuador. Así mismo, estas páginas no hubieran podido ser escritas sin la colaboración desinteresada y generosa de las personas que nos prestaron su tiempo para ser entrevistadas en profundidad en Ecuador, Perú y España.

2 En función del tipo de actividad transnacional que se desempeña, podemos distinguir tres tipos de prácticas transnacionales: i) los vínculos económicos transnacionales (remesas monetarias, negocios transnacionales), ii) los políticos (activismo en partidos políticos, participación en campañas políticas, por ejemplo) y iii) las actividades socioculturales, que incluyen las prácticas e instituciones que toman parte en la formación de significaciones, identidades y valores que se reconstruyen permanentemente tanto en el lugar de origen como en el de destino (Portes, 2003; Guarnizo, 2004; Dore et al., 2003). Las transferencias inmateriales han sido objeto de estudio en mucha menor medida que las transferencias monetarias o de productos. En este sentido, cada día se otorga mayor importancia a otras aportaciones de los migrantes en su vivir transnacional, que tienen que ver con la difusión cultural. Se trata de las remesas "sociales" o conjunto de valores, estilos de vida, innovaciones, pautas de comportamiento y capital social que discurren entre las comunidades de destino y de origen (Levitt, 2001).

3 En este sentido, Le Gall (2005) propone el término "parentalidad transnacional" (parentalité transnationale) para designar a aquellas familias caracterizadas por la dispersión geográfica de los hijos y los padres. La autora lo distingue del término "parentela transnacional" (parenté transnationale), que engloba un recurso familiar más amplio, integrado por los miembros de un grupo familiar (familia extensa).

4 El papel de la familia también se ha incorporado al análisis del impacto de la globalización, en las teorías del sistema–mundo, a través del concepto "unidad de combinación de ingresos" (income pooling unit) como una de las instituciones principales de la economía del mundo (Smith, Wallerstein y Evers, 1984). Tal unidad asegura la reproducción cotidiana y generacional de la fuerza de trabajo a través del consumo de un fondo colectivo de bienes materiales. Los individuos calculan la satisfacción de las necesidades colectivas en calidad de miembros del agregado doméstico.

5 Todas las cuestiones metodológicas referidas al diseño y realización del trabajo de campo, así como el casillero tipológico de las familias seleccionadas para la muestra, se detallan en Solé, Parella y Cavalcanti (2007). Las entrevistas en Perú y Ecuador han sido realizadas por la Dra. Carla Tamagno (Instituto de Estudios Peruanos, Perú). Diversos investigadores del Grupo de Estudios de Inmigración y Minorías Étnicas (GEDIME, Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona), dirigido por la catedrática de sociología Carlota Solé, han llevado a cabo el trabajo de campo en España.

6 Para el caso de Perú, por ejemplo, se ha tenido en cuenta la contraposición y división social entre el "andino" o "serrano" y el "criollo" de la capital limeña, de clase media (Tamagno, 2003).

7 En estos casos, a menudo el migrante recibe apoyo económico de la familia antes de emigrar y se establece un fuerte "endeudamiento simbólico" para el migrante, que, desde el principio de la reciprocidad, supone el compromiso moral de "devolver" los favores recibidos (Durand, 1994). Es lo que autoras como Landolt (2001:217) denominan "circuitos de intereses y obligaciones transnacionales", que condicionan tanto las expectativas diarias de las personas (posibilidades de emigrar, oportunidades de trabajo y vivienda en la sociedad de acogida, etcétera) como los deberes morales (proporcionar ayuda y soporte a familiares y amigos). Tales circuitos constituyen un elemento esencial de las estrategias de capitalización económica de la migración.

8 Estudios como el de Villamar, López y Sánchez (2004) concluyen (con datos de la Encuesta a emigrantes, realizada por el Departamento de Movilidad Humana de la Pastoral Social de Loja, Ecuador) que, a pesar de las situaciones de crisis, dolor y sufrimiento que se viven en el seno de los hogares transnacionales, los problemas de desintegración familiar o las fricciones entre los hijos de los emigrantes y los familiares a cargo representan porcentajes relativamente bajos con relación a lo que suele pensarse (sólo entre el 5 y el 7%).

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