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Migraciones internacionales

versão On-line ISSN 2594-0279versão impressa ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.4 no.2 Tijuana Jul./Dez. 2007

 

Artículos

 

Jefaturas de hogar. El desafío femenino ante la migración transnacional masculina en el sur del Estado de México

 

Mariela Loza Torres*, Ivonne Vizcarra Bordi**, Bruno Lutz Bachère*** y Eduardo Quintanar Guadarrama****

 

* Universidad Autónoma del Estado de México.

** Universidad Autónoma del Estado de México.

*** Universidad Autónoma del Estado de México.

**** Universidad Autónoma del Estado de México.

 

Fecha de recepción: 20 de septiembre de 2006
Fecha de aceptación: 9 de febrero de 2007

 

Resumen

El análisis de la migración de mexicanos a Estados Unidos de América se ha convertido en un tema prioritario para los estudios feministas. Este trabajo trata de investigar los cambios en las relaciones sociales y de género que ocurren a partir de la migración de los jefes de hogar. Se parte del supuesto de que, ante la ausencia prolongada de su esposo, las mujeres reciben remesas y toman a su cargo el diseño de las estrategias de reproducción social en los hogares. El estudio se realizó en tres comunidades del sur del Estado de México a partir de una encuesta aplicada a hogares con migrantes masculinos y de entrevistas a profundidad con mujeres cuyos esposos son migrantes transnacionales. Se concluye que la jefatura de hogar y la autonomía asumida por las mujeres están relacionadas más con la ausencia física del varón y con el origen del dinero que con el control de las remesas.

Palabras clave: autonomía, Estado de México, migración, mujeres, rural.

 

Abstract

The study of Mexican migration to the United States of America is a key issue in feminist research. This study analyzes changes in social relationships and gender as a result of the migration of heads of household. It is assumed that in the event of their husband's longterm absence, the women are sent funds and take charge of social reproduction strategies in their households. This study was carried out in three communities in the southern part of the Estado de México. A survey was undertaken in the households of male migrants and indepth interviews were conducted with migrants' wives. The authors conclude that women's autonomy and their role as head of the household are more closely linked to the absence of their husbands and the origin of the money than to the control of remittances.

Keywords: autonomy, Estado de México, migration, women, rural.

 

Introducción

En las últimas dos décadas la migración1 de mexicanos hacia Estados Unidos de América se ha convertido en la estrategia de reproducción social más concurrente de un gran número de hogares rurales. Mediante el envío de remesas los migrantes proveen ingresos para subsidiar la reproducción de sus hogares (Mestries, 2006). Según los estudios de Berumen (2003) y Canabal (2005), el aumento de hogares que incorporan esta estrategia a su modo de vida se debe, entre otras causas, al retiro paulatino del Estado a través de la ausencia de políticas de desarrollo rural y de apoyo al sector campesino, a la escasez de empleos, a los bajos salarios y a la temporalidad de los ciclos agrícolas, que no permiten a los campesinos obtener los ingresos suficientes y regulares para sobrevivir con su familia.

Pese al cuantioso monto anual de la entrada de remesas al país, algunos estudiosos del tema demuestran que los efectos económicos de las remesas en las localidades y en las regiones tienen poco impacto en el desarrollo de los lugares de origen de los migrantes, ya que en su mayoría son destinadas a la subsistencia de los hogares y en muy pequeña proporción se dedican a fines multiplicativos (Berumen, 2003; Canales, 2004:168; Yúnez, 2002). Este fenómeno ha sido abordado en los estudios de género desde la década de los ochenta por las feministas de Estados Unidos (Hondagneu–Sotelo, 2000) y más recientemente en América Latina (Pizarro, 2003), y México en lo particular (Poggio y Woo, 2000).2 Gran parte de estos estudios han criticado al androcentrismo de los estudios migratorios y comenzaron a evidenciar empíricamente la visibilidad de las mujeres migrantes que día a día se adhieren al fenómeno de la migración (Mallimaci, 2005).

En menor medida y lentamente, la mirada de los estudios de género se ha tornado al estudio de las consecuencias de la migración en la vida de las mujeres (Pedraza, 1991). Por un lado, estos estudios dan importancia al impacto de las remesas en los cambios que se presentan en los modos de vida3 de los hogares tras la migración de alguno o algunos de sus miembros, y por otro, porque siendo las mujeres quienes se quedan al cuidado del hogar cuando los hombres emigran, se presume que existen modificaciones en las relaciones de género (Canabal, 2005; Fagetti, 2006; Marroni, 2006).

Precisamente, el objetivo del presente trabajo es analizar los cambios en las relaciones sociales y de género que ocurren con la migración del jefe de hogar, particularmente los que enfrentan las mujeres al asumir roles y adoptar actividades que antes estaban a cargo del varón (jefe de hogar), bajo el supuesto de que, ante su ausencia, las mujeres–esposas se enfrentan al desafío de adquirir autonomía en el control de los recursos económicos (remesas),4 que, como parte fundamental en las estrategias de reproducción social, se han convertido en la base de la estructura económica para los hogares de migrantes, de los que en algunos casos representan su única fuente de ingresos.

Para este estudio se eligieron tres comunidades del sur del Estado de México que presentan un alto grado de intensidad migratoria: Las Vueltas (Coatepec Harinas), La Unión Riva Palacio (Almoloya de Alquisiras) y Potzontepec (Sultepec), las tres predominantemente agrícolas. Desde el punto de vista metodológico, se trata de un estudio cualitativo realizado con base en la perspectiva de género, en el que no se hace la apología de la "pobre mujer" que se queda en la espera de la remesa, ni se menosprecia el rol del hombre como padre de familia en la reproducción social, sino más bien se busca identificar los cambios de roles y las adaptaciones a nuevos modos de vida que hombres y mujeres enfrentan en el proceso migratorio (Mummert, 1998, citado por Rosas, 2005:44). Para tal propósito, el trabajo se desarrolló en dos fases: la primera consistió en identificar algunas características socioeconómicas de los hogares en las tres comunidades mediante la aplicación de una encuesta en 45 hogares con migrantes masculinos,5 la cual fue respondida casi en su totalidad por mujeres que se hacían cargo del hogar. La encuesta tuvo la siguiente distribución representativa: en Las Vueltas se aplicaron 18 cuestionarios, en La Unión 13 y en Potzontepec 14.

La segunda fase consistió en la realización de 12 entrevistas a profundidad (cuatro en cada una de las comunidades de estudio) con mujeres–madres de entre 22 y 65 años de edad, que estaban a cargo de su hogar y cuyos esposos se encontraban en Estados Unidos en el momento de la entrevista. El propósito fue conocer la percepción de las mujeres acerca de la ausencia de sus esposos y los cambios que ellas experimentan por este motivo.

Para comprender la dimensión de los cambios, este trabajo parte de un breve recorrido teórico sobre algunos conceptos, tales como estrategias sociales, relaciones de género, autonomía femenina yjefatura de hogar. Posteriormente se describen las características de las mujeres entrevistadas en su contexto de migración. La tercera fase entreteje los resultados de las encuestas con las experiencias propias de las distintas mujeres entrevistadas, de acuerdo con cada una de las siguientes etapas del proceso migratorio masculino: a) la toma de decisiones de los varones para ir a trabajar a Estados Unidos legal o ilegalmente; en esta fase pueden estar involucradas o no las mujeres o el resto de la familia (padres, hijos, hermanos), y en ella también se incluyen las prácticas sociales de los preparativos y la concreción del viaje; b) la ausencia física del esposo, en la cual se observan los flujos de remesas, sus usos y controles, y se perciben los posibles cambios en las dinámicas domésticas de los hogares, y c) el regreso o abandono total del migrante. En cada etapa tratamos de contrastar las opiniones de las mujeres sobre su autonomía y jefatura de hogar debido a los cambios que implica la migración masculina. Al final se apuntan algunas consideraciones pertinentes para los estudios de migración y género.

 

Estrategias de reproducción social y jefatura de hogar

Al considerar el planteamiento de Villasmil (1998) sobre las estrategias de reproducción social, el estudio de éstas constituye sin duda un paso fundamental para analizar los cambios que ocurren en los hogares de migrantes. Por una parte, las estrategias a nivel de los hogares se relacionan estrechamente al conjunto de acciones grupales emprendidas por los miembros del hogar, o los habitantes de los barrios o comunidades, estimulados por la necesidad real de dar respuesta a las carencias que les impone la condición de clase, etnia o raza, normalmente agudizadas por situaciones de crisis. Si bien estas acciones de supervivencia y reproducción son planeadas e instrumentadas en el núcleo familiar (Paz, 2003), no se diseñan al margen de los problemas económicos y contextos sociales de cada una de las familias (Bourdieu, 2002). Por otro lado, la confrontación entre los individuos según la posición jerárquica que ocupan en el hogar, y a su vez que ocupan en la comunidad o en la sociedad en su conjunto, condiciona las relaciones entre

...hombres y mujeres, (que) al ocupar diferentes posiciones en relación con la división de los recursos y responsabilidades en el hogar es probable que tengan prioridades diferentes y con frecuencia conflictos en la producción y distribución de los recursos. Lo anterior sugiere que al interior de los grupos los individuos tendrán diferentes objetivos y estrategias, algunas compartidas y negociadas y otras en conflicto (Kaebeer, citado por Castellanos, 2003:212).

Para las sociedades rurales en México, el análisis de las diferentes actividades socioeconómicas que realizan cada uno de los miembros del hogar para subsistir no puede ser pensado fuera del sistema patriarcal, entendido como la autoridad y predominio de los padres–jerarcas sobre esposas, hijos e hijas (Varela, 2005). Sin embargo, pese a que las relaciones sociales y de género que se establecen en estas complejas dinámicas son androcéntricas, altamente jerarquizadas y asimétricas, las prácticas sociales consensuadas, negociadas o en conflicto son incluidas en los procesos de legitimación para aprobar o rechazar alguna alternativa o estrategia de reproducción social del hogar (Vizcarra, 2004). La idea de que la mayor parte de estas estrategias se encuentran diseñadas principalmente por varones (jefes de familia), porque han sido ellos los principales proveedores de recursos económicos y por lo tanto deciden la distribución y gasto de los mismos, tiende a victimizar al género femenino en una relación de oposiciones binarias que acentúan las desigualdades entre los géneros6 (Vizcarra, 2005).

De aquí la importancia de revalorar socialmente el papel de las mujeres en su participación en el diseño y ejecución de las estrategias de subsistencia del hogar, sobre todo cuando un hogar se enfrenta a diferentes situaciones extremas de escasez y pérdida de los medios para subsistir. Por ejemplo, ante un escenario de vulnerabilidad, las mujeres suelen autogenerar cierta capacidad de resistencia mediante iniciativas que agudizan sus estrategias de reproducción social, relacionadas con actividades "...como la recolección, la domesticación e intercambio de pequeñas especies, la producción de traspatio y el saber hacer la comida" (Vizcarra, 2004:48).

En este sentido, es interesante reconsiderar esas capacidades femeninas cuando las mujeres quedan frente a nuevas responsabilidades sociales, familiares y comunitarias desde el momento en que el jefe de hogar emigra hacia EU con el fin de seguir proveyendo recursos económicos a su familia.

Cabe anotar que, si bien en los últimos años se ha visto incrementado el número de mujeres jóvenes que se suman a los flujos migratorios hacia Estados Unidos, para el caso del Estado de México en el 2000 ellas representaban 23.7 por ciento del total de las migraciones estatales, por lo que el predominio de la migración continúa siendo masculino (INEGI, 2000). Se puede suponer, entonces, que las mujeres (esposas, madres, hijas y hermanas) se quedan a cargo del hogar e incluyen a las remesas en la reproducción social del mismo. Se puede pensar también que, ante la ausencia física del proveedor, se deberían originar cambios en cuanto a quién toma las decisiones en la administración de los hogares, es decir, en el uso y control de los ingresos y del gasto.

Ciertamente, la jefatura de hogar es asumida tradicionalmente por el varón, a quien se concede más autoridad y libertad para tomar decisiones relativas a su familia y a cada uno de sus miembros. Además, es menester mencionar que el varón adquiere tal autonomía porque se le conoce y reconoce socialmente como el principal soporte económico del hogar. De aquí que el concepto jefe de hogar trae implícito a los sujetos varones libres y autónomos (Mallimaci, 2005). Sin embargo, cuando la jefatura de hogar la adquiere una mujer, es generalmente la consecuencia práctica de la ausencia de la pareja masculina, "que obliga a las mujeres a hacerse cargo totalmente de la manutención del hogar..." (Acosta, 1997:95).

Por su parte, para García y Oliveira (2005) la jefatura de hogar femenina implica, además, manutención, educación y búsqueda de satisfactores a todas las necesidades de la familia. Se entiende que bajo este tipo de jefatura la mujer es la única que toma decisiones, pero debe enfrentarse a las limitaciones impuestas por su condición de género en determinado entorno económico y social impregnado por valores machistas. De igual manera, debe rebasar los límites impuestos por el modelo de la familia nuclear mexicana, la cual se compone por una pareja, unida legalmente, y sus hijos. Entonces, ¿qué implica la autonomía y libertad femenina bajo estas circunstancias?

Estas definiciones excluyen a las mujeres que asumen los roles y obligaciones que anteriormente ocupaban los sujetos migrantes "autónomos y productivos", por el simple hecho de que ellas no son proveedoras económicas de sus hogares, sino "improductivas y dependientes". Pero, como lo apunta Acosta (2002), la significación de las mujeres como jefas de hogar se da en forma diferente según su ciclo doméstico.7 Así, por ejemplo, cuando son jóvenes, principalmente en edad reproductiva, las mujeres son consideradas jefas de familia sólo si desarrollan actividades que les permitan aportar recursos económicos al hogar. En cambio, las mujeres con mayor edad logran reconocerse jefas de hogar cuando han "sacado adelante a la familia" por diferentes medios, productivos o no, como puede ser el uso y control de la remesa que sus hijos envían. Esta percepción nos conduce a retomar la noción de autonomía femenina, que se refiere a la independencia personal o colectiva y a la actuación según intereses propios (García y Oliveira, 2004:148).

La autonomía femenina es aún debate de varios grupos de feministas y estudios de género; no obstante, la mayoría coincide en que debe ser un atributo para lograr la igualdad de las personas. Por su parte, Neira (2005:58) la define como una capacidad que adquieren las mujeres al tomar decisiones sobre ellas mismas, sobre los ingresos y sobre sus propios movimientos sin tener que pedir permiso o negociar, mientras que Rosas (2005:17) señala que más bien se trata de "la libertad de la mujer para actuar como ella quiera más que como otras hubieran actuado". En el caso de la esfera doméstica, la autonomía puede interpretarse como la libertad femenina, que implica el ejercicio del poder en aspectos que involucran la toma de decisiones, la defensa de derechos y el control sobre el tiempo y el espacio físico (Baca, 2005).

Estos argumentos coinciden en que la base de la autonomía es la libertad en la toma de decisiones sobre algún objeto u objetivo en particular, una libertad que se refiere a no tener que pedir permiso al respecto y al mismo tiempo actuar de forma distinta a lo que se espera de ellas. Pero en los contextos de la migración masculina transnacional nos preguntamos: ¿las mujeres pueden identificarse como jefas de hogar cuando se hacen cargo de él, cuando adquieren nuevas obligaciones y cuando deben adaptarse a nuevos roles?

 

Mujeres en contextos migratorios

El sur del Estado de México no constituye una excepción en cuanto a las condiciones de la migración en el país. Se trata de una zona rural dedicada principalmente a la agricultura, aunque también se orienta a la ganadería y, hasta hace algunos años, a la explotación minera de plata. Sin embargo, en las dos últimas décadas la migración ha ido aumentando considerablemente, hasta llegar a ser parte del modo de vida en la mayoría de los hogares.

Para mostrar un panorama general de las distintas situaciones que enfrentan las mujeres, en este trabajo tratamos de analizar a cuatro de las 12 mujeres entrevistadas, cuyas características principales se tomaron en cuenta para ejemplificar los diferentes contextos de la migración masculina. De manera general, vale la pena mencionar que todas las mujeres entrevistadas son beneficiarias del Programa Oportunidades,8 y todas ellas coinciden en que cuando su esposo está físicamente en el hogar (incluso antes de la migración) es considerado el jefe de hogar. Pero lo que interesa rescatar son las características generales de sus comunidades, así como las particularidades de cada una de ellas9 que forman parte del entramado social de sus percepciones sobre las situaciones y condiciones de género.

 

Mariana en Las Vueltas

Mariana tiene 35 años, es casada y madre de tres hijos varones de 15, 13 y 10 años y de una hija de 10 meses. Cursó hasta el primer año de bachiller. Conoció a su esposo (Carlos) en Nueva Jersey, cuando ella también era migrante (hace 12 años); al casarse se fue a vivir a Las Vueltas con la mamá de su esposo y con sus hijos. Ahora, además de cumplir con su rol de ama de casa, se dedica a la elaboración de comida y pasteles, que vende, junto con juguetes, en el tianguis local. Su esposo migra constantemente desde hace 15 años. Actualmente, él trabaja en una compañía de jardinería de marzo a diciembre, por lo que su período de retorno es de ocho meses. Además, dada la antigüedad de su migración, Carlos y ella tienen permiso de trabajo, y ello les posibilita entrar y salir legalmente de Estados Unidos. De hecho, dos de sus hijos tienen la nacionalidad norteamericana. Los ingresos de la familia de Mariana provienen principalmente de las remesas enviadas por su esposo y en menor medida de las ganancias que ella obtiene en sus distintos negocios. Cabe señalar que el hogar no posee tierra o parcela y que sus integrantes no realizan actividades agropecuarias ni se han empleado como jornaleros agrícolas.

Las Vueltas, en Coatepec Harinas, es una comunidad que cuenta con carretera pavimentada, teléfono e internet. Cuenta de igual manera con una población de 1 155 habitantes, de los cuales 530 son hombres y 625 mujeres, por lo que su índice de masculinidad es de 84.8.10 Sólo 68 de los 268 hogares se declararon con jefatura femenina (Conapo, 2000). Pese a que su actividad predominante es la agricultura en dos vertientes: fruticultura, principalmente durazno de manera semitecnificada, y floricultura de invernadero (Juárez, 2001), 70 por ciento de los hogares combinan actividades agrícolas con otras de tipo comercial (pequeños negocios y tiendas) y trabajo remunerado extragrícola, y el resto prácticamente vive de las remesas.

La migración hacia Estados Unidos comenzó en la década de los setenta, y constituye desde entonces una práctica masculina socialmente aceptada. De hecho, una gran parte de los hombres mayores de 30 años ha emigrado del país por lo menos una vez en su vida, y se espera que los jóvenes sigan emigrando cuando terminen la escuela secundaria. La importancia de la migración y las remesas en la comunidad se ve reflejada en la construcción y embellecimiento de dos iglesias católicas, en la pavimentación de la entrada principal al pueblo y de algunas calles, en la existencia de un club de migrantes y en la cooperación organizada por éste para las fiestas patronales de la Santa Cruz, que se celebran el 3 de mayo.

Al igual que el esposo de Mariana, en general los migrantes se emplean en la jardinería residencial, y por su tiempo de trabajo y consolidación de redes en Estados Unidos, aproximadamente 40 por ciento de ellos tienen permiso de trabajo y documentos migratorios para ingresar legalmente a ese país. A pesar de que existen varios hogares que fueron abandonados por los jefes de hogar (es decir, que ya no regresaron), un gran número de hogares reportaron que el tiempo de retorno de los migrantes es en promedio de 10 meses.

 

Carmen y Elena en Potzontepec

Carmen cuenta con 36 años de edad, tiene tres hijos: dos varones, de 18 y 14 años, y una mujer de 12 años. Cursó hasta cuarto de primaria. Es ama de casa y atiende un puesto de comida en la comunidad. Actualmente está separada de su esposo, pero no es divorciada. Su esposo emigra constantemente desde hace 13 años. La última estancia de su marido en Estados Unidos ha durado seis años; sin embargo, hace cuatro años le llegaron comentarios de que su esposo tenía otra mujer allá, lo que provocó su enojo y se "separó" de él. Por este motivo él ya no envía dinero al hogar. Esta realidad obligó a Carmen a emprender un negocio de comida que genera pocas ganancias, y para subsistir complementa sus ingresos con el apoyo de Oportunidades y con la ayuda económica que sus hermanos le dan de vez en cuando (en forma de préstamos). Hace un año su hijo mayor también se fue a Estados Unidos de forma ilegal y desde entonces le envía remesas para los gastos del hogar.

Elena tiene 43 años, es casada y madre de tres hijos, dos mujeres, de 17 y 20 años, y un varón de 14 años. Elena cursó hasta el segundo de primaria. Es ama de casa y nunca ha salido de la región, pero su esposo emigra ilegalmente a Estados Unidos desde hace 10 años y regresa cada tres o cuatro años. Ella dice ignorar en qué trabaja su esposo y en qué lugar se encuentra. Elena confesó que la última vez que lo vio (aproximadamente seis meses antes de la entrevista) él intentó matarla, y debido a la denuncia que ella levantó ante el delegado municipal dejó de recibir remesas. La parcela que el marido dejó (3/4 de hectárea) es prácticamente improductiva, y como se encuentra en una pendiente pronunciada, no la puede rentar. Se puede decir que son tierras abandonadas, ya que ninguno de sus hijos las hace producir.

Gracias a que aún tiene un hijo en la secundaria, Elena recibe el apoyo del Programa Oportunidades. Con eso ha logrado subsistir, y recientemente inició un negocio de venta de comida afuera de la telesecundaria de la comunidad.

Potzontepec es una pequeña comunidad de origen náhuatl, enclavada en la sierra sur del Estado de México, que pertenece al municipio de Sultepec y se encuentra a 37 kilómetros de la cabecera municipal. Por su alto índice de marginalidad, la mayoría de sus habitantes viven en extrema pobreza, por ello casi la totalidad de los hogares cuentan con el Programa Oportunidades. Tiene un índice de masculinidad de 93.7 (317 hombres y 343 mujeres), y de los 132 hogares sólo 27 declararon estar organizados con jefatura femenina (Conapo, 2000). Es la única comunidad del municipio de Sultepec que reporta población hablante de náhuatl. En general, Potzontepec vive en condiciones de precariedad. Por ejemplo, tiene una carretera (en proceso de pavimentación), pero el transporte es deficiente e irregular, y aunque cuenta con electricidad y teléfono desde 1998, la escasez de agua representa una de las principales causas de la migración, precisamente porque de ella dependen para la producción agropecuaria de subsistencia (Joaquín, 2001).

La migración en Potzontepec comenzó a mediados de la década de los ochenta, pero se intensificó en los últimos 15 años gracias a la consolidación de una red de migrantes indocumentados establecida en el estado de Indiana, Estados Unidos. Allí, los migrantes se ocupan principalmente como meseros, albañiles, cocineros y en otras actividades terciarias. Por su condición de ilegales, los hombres regresan a sus hogares entre cada cuatro y siete años.11

 

Lucía en La Unión

Lucía es originaria de la comunidad La Unión Riva Palacio. Tiene 30 años y es casada con tres hijos varones, dos de ellos en la escuela primaria y uno en el jardín de niños. Cursó hasta el segundo de secundaria, y aunque se dedica al cuidado de su hogar e hijos, desearía trabajar en la comunidad o en la cabecera municipal como empleada doméstica o en algún comercio, pero su esposo no se lo permite. Hace 10 años se casó con Esteban y juntos emigraron a Estados Unidos. Allá nunca tuvo un trabajo remunerado y sólo se limitó a cumplir con su rol de ama de casa, por lo que decidió regresar a México. La familia de Esteban es de intermediarios o "polleros", por lo que a él no le cuesta el pasaje y puede cruzar fácilmente la frontera de forma ilegal. Su regreso a la comunidad es variable: puede transportar gente a la frontera y en 15 días regresar, o quedarse en Estados Unidos dos años para trabajar como pintor de edificios.

La Unión Riva–Palacio pertenece al municipio de Almoloya de Alquisiras. Es una comunidad muy pequeña, conformada por 115 hogares (290 hombres y 324 mujeres), de los cuales sólo 17 reportan jefatura femenina (Conapo, 2000). La migración transnacional en La Unión existe desde hace aproximadamente 25 años, pero, al igual que en otras comunidades de la región, se ha incrementado considerablemente en la última década (Roa, 1999). El cultivo de maíz de temporal y la ganadería de traspatio fueron por mucho tiempo las principales actividades económicas de los hogares rurales de La Unión. Hoy en día, el mayor ingreso proviene de las remesas y del tráfico ilegal de indocumentados hacia Estados Unidos. Es una comunidad reconocida en la región por la actividad de sus polleros;12 por lo tanto, la migración de los hombres es frecuente y su temporalidad suele ser variable, ya sea porque los migrantes son intermediarios o polleros, o porque se trate de los "amigos" de ellos y en consecuencia el costo de pasar la frontera es menor. Quienes no son polleros se emplean en Nueva Jersey como jardineros residenciales.

De los casos anteriores y de acuerdo con dos características que las identifican: su aportación económica a los hogares y la recepción regular de remesas, podemos clasificar a cuatro tipos de mujeres para analizar los cambios en las relaciones sociales y de género a través de los procesos de migración. A saber, tenemos

• mujeres que reciben remesas y que aportan dinero al hogar con su propio trabajo. A este tipo de mujeres se les considera más autónomas;

• mujeres que reciben remesas pero no aportan ingresos al hogar. Se considera que tienen menos autonomía, al tener que responder por el dinero ante terceras personas;

• mujeres que han dejado de recibir remesas y que aportan dinero al hogar. Generalmente, son aquellas que ya han desarrollado estrategias femeninas para obtener ingresos propios (venta de comida, empleadas domésticas, costura, etcétera), y

• mujeres que han dejado de recibir remesas y no aportan recursos económicos al hogar. En este caso, ellas tienden a agudizar sus estrategias de reproducción y a depender del Programa Oportunidades.

 

Mujeres rurales frente al proceso de migración masculina

Los motivos de la migración

Según los resultados de la encuesta, los cambios ocurridos en los hogares a partir de la migración se inician desde que el jefe de hogar toma la decisión de migrar, generalmente por tres grandes causas, en las que pueden o no intervenir las mujeres: ganar dinero para enviarlo a la familia (44%), buscar un trabajo (36%) o simplemente mejorar el estilo de vida (20%).

Solteros y casados, por ganar dinero o conseguir trabajo, legales o ilegales, los hombres de estas comunidades emigran por razones económicas y tal vez por aventura. Razones que probablemente están aunadas al poder que ofrece la libertad y autonomía masculina. Por un lado, porque la migración masculina ha permitido que los hombres desempeñen sus obligaciones familiares como proveedores, esta condición de cumplimiento de roles masculinos domésticos le ha dado cabida a que las mujeres participen en un segundo plano o muy poco en la decisión de emigrar (D'Aubeterre, 2005).

...su mamá le dijo que tenía que arrimar cosas porque era un hombre casado, y cuando saliera, que tenía que arrimar jitomates y cosas de la cocina, y eso, y si después jamás volvió a que nos hiciera falta algo, siempre a la medida de sus posibilidades, ha estado al pendiente de nosotros... (Mariana, Las Vueltas, 20 de octubre de 2005).

–––

...No, no sería igual, porque aquí no hay ni en qué trabajen. Por ejemplo, hace un año no fue [a Estados Unidos], se estuvo aquí; como su papá tiene una huerta en Meyuca, luego se iba a ayudarle y ya le daba 100 o 200 [pesos]; pero no, cuando él está aquí sufrimos mucho. Mucho más mis hijos... (Lucía, La Unión, 8 de diciembre de 2005).

–––

...Entonces se van a poner a trabajar (...) aquí no hay trabajo, de ninguno, (...) saliendo de aquí se van a ir a trabajar... ya luego que se van, ya no quieren venir después. Y yo como que me siento mal y no quiero dejar que se vayan; no me quiero quedar sola... pero qué le vamos a hacer (Elena, Potzontepec, 5 de diciembre de 2005).

Por otro lado, mientras el hombre siga siendo el proveedor del hogar, seguirá gozando de los atributos de la jefatura de hogar. Sin embargo, cuando el padre deja de cumplir con sus obligaciones, libera un espacio social para que las mujeres contiendan por la jefatura con otros miembros y bajo ciertas costumbres y pautas sociales que regulan la reproducción social de estos hogares. Por ejemplo, si existe un hijo mayor en edad de emigrar y soltero, puede relevar fácilmente el papel del padre proveedor y por ello ganarse la jefatura del hogar.

...cuando apenas salió en junio de la secundaria, mi hijo dijo que se quería ir; él (mi esposo) le dijo que no porque todavía estaba muy chiquito de edad, y entonces que no le iban a querer dar trabajo allá, y no lo quiso llevar; pero ahora, como él ve que su papá ya no manda dinero, entonces dice que mejor se hubiera ido, porque él no manda dinero y nosotros no estamos bien... Hay momentos que no lo quiero dejar, porque está muy chiquito, pero quién sabe si su papá va a cumplir de mandar dinero; pero si no va a mandar, pues, claro, lo primero que va a hacer se va a ir... (Elena, Potzontepec, 9 de diciembre de 2005).

Otro factor que limita la adquisición de las jefaturas de hogar a las mujeres es precisamente el mismo que obligó a los hombres a salir del país: la falta de trabajo remunerado. Es sabido que la precariedad de trabajo no sólo afecta a los hombres sino también a las mujeres, aunque son ellas quienes aceptan más fácilmente los trabajos de bajo valor social y económico (como servidumbre, lavado de ropa ajena, comercio ambulante), además de que no descuidan su trabajo doméstico en el hogar (Baca, 2005).

Desarrollar sólo actividades como ama de casa, aunado a las pocas oportunidades de un trabajo remunerado en las comunidades o a los bajos ingresos generados de los trabajos por cuenta propia, propicia que las mujeres que se sitúan en la primera fase del proceso de migración no sólo tengan que depender de los envíos de las remesas, sino que además ven incrementarse su vulnerabilidad cuando las deudas del "viaje" se suman a las estrategias de subsistencia.

Ciertamente, las mujeres se enfrentan a nuevas situaciones cuando el jefe de hogar ya no se encuentra físicamente para tomar decisiones, se tarda en proveer o abandona el hogar. Entre estas situaciones, observamos que cuando las mujeres son generadoras de ingresos adquieren un mayor sentido de autonomía en cuanto a que toman el rol de proveedoras, independientemente de que el migrante envíe o no remesas. Pero, a pesar de ello, esta autonomía femenina se encuentra constantemente amenazada porque la toma de decisiones para mantener el hogar depende más de la oferta en los mercados de trabajo, de bienes y de servicios, que de la misma voluntad y libertad sobre la distribución de sus propios ingresos.

 

La emotividad de las mujeres ante la ausencia del varón

La mayoría de las mujeres estudiadas están de acuerdo en que los hombres se tienen que ir para seguir manteniendo a su familia; lo cual no se traduce en que la migración sea motivo de plena liberación femenina (en términos de no tener que atender a los esposos y/o hijos, sentirse menos vigiladas o controladas y contar con tiempo para ellas), pues además de diseñarse nuevos mecanismos de sujeción en el hogar y en la comunidad, ellas experimentan sentimientos diversos, cambiantes y encontrados que las vuelven en ocasiones y por momentos más vulnerables y subyugadas.

Encontramos, por ejemplo, que 87 por ciento aseguran sentirse tristes las primeras semanas después de que se va el esposo. La mayoría tiene noticias de ellos después de dos semanas; por lo general, son buenas noticias al saber que ya están del otro lado. Cuando son recién casadas o con hijos pequeños, o es la primera vez que pasan por el proceso de migración masculina, expresaron que ese tiempo de espera las angustia y las enferma, volviéndose más grave cuando transcurre más tiempo sin noticias. Todas ellas aseguraron que durante esas primeras semanas se quedan prácticamente inmóviles, pues no saben cómo actuar ante la incertidumbre. Es claro que esto puede variar de acuerdo con el contexto en que se desarrolla cada caso y con la misma relación afectiva entre las parejas; pero, pese a las especificidades individuales, las principales preocupaciones de las mujeres ante la ausencia de los esposos, y sobre todo cuando no reciben remesas, son la inseguridad económica y la preocupación de tener que encontrar alguna forma de generar ingresos bajo las condiciones de precariedad del trabajo:

...muy triste; ahorita ya no. Antes, cuando se fue, yo lloraba mucho; me sentía muy mal, como mareada; no sabía ni cómo salir adelante con mis hijos; pensaba mucho. Decía que cómo voy a salir adelante; no sabía salir adelante. De soltera nunca había salido a trabajar a ningún lugar, y yo me preocupaba mucho. Y ahorita, ya más o menos, con la ayuda de Dios; le pedí, y ahí voy más o menos... (Carmen, Potzontepec, 15 de diciembre de 2005).

Cuando las mujeres confrontan nuevas responsabilidades y deben tomar ciertas decisiones sobre las actividades cotidianas de la organización del trabajo doméstico o no del hogar, que antes le correspondían al jefe de hogar, se generan conflictos y sentimientos encontrados. Sienten abandono; el esposo ausente se vuelve el sujeto más deseado del hogar y lamentan no haber impedido su partida; se resisten a asumir papeles que ellos desempeñaban, y constantemente refuerzan la jefatura masculina en el imaginario femenino. Así, ante la nueva carga de obligaciones que adquieren rápidamente, toman decisiones en nombre del padre o jefe de hogar, sobre todo en cuanto a los hijos se refiere. Es decir, que ellas tienden a tomar decisiones en función de lo que el esposo haría, siguiendo patrones androcéntricos en la educación de los hijos, y además, fincan sus decisiones bajo el supuesto de que cuando el padre regrese continuará sin rupturas las líneas de las relaciones sociales y de género en la crianza y educación.

...Cuando él no está aquí como que tengo más obligaciones de pensar en todo, y cuando está aquí, no; él sabe qué hacer con sus hijos, con sus animales; yo nada más a hacerles de comer, y ya... (Lucía, La Unión, 16 de diciembre de 2005).

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...antes me sentía mal, porque toda la obligación era mía; me sentía como desamparada. Ahora me siento protegida por mí misma... (Carmen, Potzontepec, 15 de diciembre de 2005).

Una de las características del sistema patriarcal que rige las desigualdades de las construcciones sociales de hombres y mujeres en las comunidades rurales es la creencia de que las mujeres son totalmente dependientes de los hombres, y que la permanencia de un hombre al lado de una mujer le otorga cierto valor ante la sociedad. No obstante, en casos como el de Carmen, quien ha enfrentado el abandono prolongado de su esposo, esa creencia se ve quebrantada. En este sentido, el autorreconocimiento de sus capacidades y habilidades para salir adelante permite a las mujeres desarrollar una autonomía que antes no tenían y hasta presentan estados de ánimo gozosos por los períodos largos de ausencia de sus esposos, sobre todo cuando existen casos de violencia doméstica del esposo o de los hijos. En estos casos, que por cierto se encuentran con bastante frecuencia, para ellas la migración es una salida o liberación (mientras el esposo no regrese), pero es aún más gratificante cuando reciben las remesas.

...y lo digo, la mera verdad, y Dios me escucha y ustedes me escuchan, cuando mi esposo se va para Estados Unidos yo me siento contenta, porque para que digan que yo me siento mal o que yo lo busque, o que yo deje hasta de comer, porque hay personas que sí dejan de comer cuando ya se fueron sus esposos, pero yo no. Se los digo, la mera verdad yo no. ¿Por qué? Por lo mismo de que... me trata mal y no vivo bien, yo no. Así estoy más contenta; me siento contenta cuando no está... (Elena, Potzontepec, 9 de diciembre de 2005).

Según la encuesta realizada, unos meses después de que el esposo se ha ido, 86 por ciento de las mujeres afirman sentirse tranquilas, incluso "normales", en cuanto a que se han acostumbrado a su nueva forma de vida, y el 14 por ciento restante expresó varios tipos de sentimientos, como la angustia e incertidumbre generada por el desempleo de sus esposos en Estados Unidos. Sólo una mujer encuestada dijo sentirse triste después de la salida del esposo.

En estas comunidades es innegable que la ausencia del esposo crea en las mujeres cierto grado de libertad en cuanto a sus responsabilidades como esposas en el hogar, principalmente porque se piensa que ellas se adueñan del uso del tiempo. De cierta manera, es verdad, pues el tiempo lo redistribuyen y ocupan en diversas actividades sin tener que pedir permiso o rendir cuentas a sus esposos; pero también observamos que entre estas actividades aparecen nuevas disposiciones de otros actores sociales que someten a sujeción algunos de los logros femeninos, como es el caso de las responsabilidades contraídas con el Programa Oportunidades.

...pues más o menos que sí me siento libre, porque es como si ya no tuviera a mi esposo; ahora nada más hago lo que pueda hacer, y pues, lo demás pues no, nadie me exige... Bueno, lo latoso es estar al pendiente de que no se te pasen las citas con los de Oportunidades (Carmen, Potzontepec, 15 de enero de 2006).

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...pues ahorita que no está yo me siento contenta y nadie me exige; ya hacen la comida mis hijas y nos ponemos a comer. Yo me siento aquí tranquila con mis hijas; ahorita nada más me da coraje porque no manda dinero... (Elena, Potzontepec, 9 de diciembre de 2005).

 

Usos y administración de las remesas

Más de 70 por ciento de las encuestadas señalaron que el dinero para pasar al otro lado era prestado, y sólo 20 por ciento lo hacen con dinero propio. Esto significa que la mayoría de los hogares se queda empobrecido, al menos los primeros meses, pues en general el primer envío de remesas tarda en promedio tres meses para llegar al hogar, tiempo que presumiblemente es usado para encontrar trabajo en Estados Unidos y pagar la deuda por el cruce a los polleros, y en 32 por ciento de los hogares encuestados aún siguen pagando las deudas del viaje con remesas. Ante estos escenarios, aunados a los afligidos sentimientos por los que atraviesan las mujeres cuando recién se van los hombres, podemos decir que en esta etapa las penurias para subsistir son más grandes que en cualquier otra fase del proceso de migración, y sólo las mujeres que ya se encuentran generando sus propios ingresos logran salir más rápido de esta situación.

Una vez pasada esta fase y saldadas las deudas del viaje o el "paso" al otro lado, encontramos que el monto de remesas que reciben los hogares es similar en las tres comunidades de estudio. Por ejemplo, en La Unión Riva Palacio los hogares reciben en promedio 198 dólares mensuales, en Potzontepec el promedio es de 148 y en Las Vueltas de 159. Ciertamente, no todos los hogares reciben mensualmente las remesas; algunos las reciben cada tres o seis meses y otros anualmente, lo cual se traduce en una gran gama de estrategias de subsistencia de los hogares, principalmente porque su distribución al gasto y al ahorro es diferente.

Casi todas de las encuestadas y entrevistadas aseguraron que el principal destino de las remesas es el gasto familiar, en primera instancia la alimentación, seguida por la salud (consultas privadas y medicinas) y la educación para los hijos, y si hay sobrantes es para vestido y calzado o incluso diversiones (ferias locales).

Las prioridades del hogar no permiten que el uso de las remesas se diversifique, por lo que difícilmente las mujeres pueden decidir sobre el uso de éstas, pues el monto en sí ya está predestinado al uso habitual. De hecho, más de la mitad de las encuestadas señaló que sus esposos les envían lo mismo que les daban cuando trabajaban en México.

...ya manda poquito dinero, unos dos mil o tres mil [pesos mexicanos] a los dos meses; lo ocupo en el hogar para los niños; ahí sale todo para los gastos, tareas, y ahí sale... para hacerles sus taquitos cuando van a la escuela; ropa, todo va saliendo... (Carmen, Potzontepec, 15 de enero de 2006).

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...teniendo el dinero en la mano lo guardo para lo que vaya necesitando; es más importante comprar todo lo que necesito en mi casa. Por ejemplo, lo de la cocina: azúcar, aceite, sopa, fruta o verdura para mis hijos, y cuando se termina, volver a comprar. Tener a mis hijos bien alimentados, o si les falta ropa o zapatos... zapatos es lo que se ve más feo... (Lucía, La Unión, 16 de diciembre de 2005).

...no, pues me da lo mismo que cuando él estaba aquí. Todo va para la cocina, los gastos de la cocina solamente, como ahora que... entonces se iban a la escuela mis hijas, mi niña; por eso, entonces en eso se gastaba, y si no, entonces en cooperaciones, porque nosotros aquí, en el pueblo, damos cooperaciones, ya que para la escuela, ya que para trabajos de la iglesia, ya que una cooperación para el pueblo, en lo que hagan. Así, entonces, en eso gastamos dinero... Nada cambió, todo va para el mismo gasto (Elena, Potzontepec, 9 de diciembre de 2005).

Se podría decir que las remesas ya están etiquetadas, y cuando existen remanentes, éstos también vienen con un candado. De esa manera, no todas las mujeres se sienten dueñas del dinero, a pesar de que son las destinatarias de las remesas y lo reciben físicamente.

...hace dos años, pues mandaba, pero nada más como 800 dólares, y a veces salía como ocho mil pesos, y luego me decía que agarrara mil pesos y lo demás que lo guardara. Aunque él me mande, me va a dar nada más lo que él va a decir; no debo agarrar más... (Elena, Potzontepec, 9 de diciembre de 2005).

Según Hidalgo (1999), cuando los hombres manejan grandes cantidades de dinero se sienten seguros de sí mismos, cosa que está muy vinculada con su sexualidad. En contraparte, las mujeres que no generan ingresos tienen conflictos al momento de manejar el dinero, puesto que no se sienten dueñas legítimas de él y manejan pequeñas cantidades. De la misma manera, en este estudio se constata que muchos hombres traen consigo sus ahorros a su regreso, y son ellos los que realizan la mayor parte de las grandes inversiones en el hogar, como construcciones nuevas, compra de electrodomésticos o aparatos de diversión y hasta vehículos. Cuando las remesas vienen etiquetadas, éstas deben ser bien administradas por las mujeres, tal y como ellos lo indican. No obstante estas exigencias masculinas de corte patriarcal sobre el uso y la administración de las remesas, algunas mujeres reconocen que, ante la ausencia del marido, tienen más libertad para gastar el dinero que cuando él está presente. Luego ellas ven cómo se las arreglan para dar cuentas "claras" cuando regresan.

...era diferente; luego, entre otras personas platicamos (...) dicen que su esposo les da dinero y no sabe de nada, si lo acaba o no; y yo no, conmigo es muy diferente. Porque si él está aquí, sabe cuánto dinero está y cuánto para los gastos me va a dar. Como el jueves, que va a haber plaza, me da 200 pesos... que "vete a comprar", y entonces ya voy a comprar, y cuando vengo ya me está preguntando que si lo acabaste, ¿en qué lo gastaste?, ¿cuánto costó esto?, ¿cuánto costó lo otro?, y a veces hasta me daba coraje: "Si tú quieres saber todo eso, pues ve tú y compra"... (Lucía, La Unión, 8 de diciembre de 2005).

Una explicación más amplia sobre las relaciones de poder que genera el control de las remesas la podemos encontrar en Coria (1991), quien explica que el dinero puede ser un lazo de poder entre la pareja: el que tiene el control del dinero, tiene poder sobre el otro, por la aplicación de estrategias para asegurarse su dominación. En casos como el de Elena, la estrategia aplicada es la llamada "del goteo", en la cual el varón da dinero a la mujer cada cierto intervalo de tiempo, normalmente corto, lo que necesariamente implica que ella agote los recursos y tenga que demandar una nueva cantidad. Esta situación la pone en desventaja, al quedar como "mala administradora", y resalta la necesidad de que el hombre continúe como el administrador "natural" de los recursos, y por lo tanto, con el control económico sobre su pareja.

En contraposición, Mariana, de Las Vueltas, quien genera sus ingresos propios, adquiere cierta libertad en el destino de las remesas y en el ingreso global del hogar:

...desde los 8 años empecé a vender dulces. Más que nada, ése ha sido mi sueño siempre... tener un negocio y no depender de nadie, ni que nadie me esté pagando ni mandando, sino yo sola mandarme, yo sola pagarme... Entonces, le digo a mi suegra: 'voy a vender juguete, algo que me vaya yo sacando, y así ya no estoy atenida a que Carlos me esté mandando: no tengo ni de dónde agarrar un peso' (...) Había veces que se me acababa el dinero y tenía que hablarle o conseguir; si tenía de los pasteles, pues ya de eso agarraba. Pero había veces que pasaban 15 o 20 días y nadie me mandaba hacer un pastel; entonces pues no dependía yo mucho de eso, y ahora con el juguete sí, porque cada ocho días saco lo de la venta del domingo, y si llega a hacer falta entre semana, pues yo de eso agarro... (Mariana, Las Vueltas, 16 de enero de 2006).

...pues ahorita sí... pues más o menos que sí me siento libre, porque es como si ya no tuviera a mi esposo. Ahora nada más hago lo que pueda hacer, y pues lo demás, pues no, nadie me exige... (Carmen, Potzontepec, 15 de enero de 2006).

Así como para Carmen, para muchas mujeres la autonomía radica en prácticas sociales de la vida cotidiana, y no en la libertad de decidir sobre algo o en sus propias vidas sin tener que pedir permiso. En este entendimiento, al obtener conciencia sobre la procedencia del dinero que entra al hogar, es decir, como producto del trabajo del esposo para mantener a su familia, se restringe la libertad de emplearlo en cosas distintas a su destino principal.

...no me siento libre porque... no sé, porque si quisiera hacer todo lo que yo quisiera no le tendría respeto a mi esposo, y como él es bien buena gente conmigo, no lo quiero hacer sufrir... (Lucía, La Unión, 8 de diciembre de 2005).

Mientras, los ingresos masculinos siguen proveyendo al hogar bajo el mismo constructo del sistema patriarcal. Es decir, en cuanto a que quien provee domina, y en cuanto a lo que una madre–esposa debe ser en la reproducción social: "atender las necesidades de los otros, sirviendo a los demás" (Lagarde, 2003), éstas seguirán siendo ataduras para la construcción social de sujetos femeninos autónomos.

Sin duda, el conflicto social entre desear y no poder ser "libres" es un campo de reflexión constante para la mayoría de las esposas jóvenes con hijos pequeños. Su libertad sería tomar decisiones propias sobre el establecimiento de relaciones laborales y sociales distintas a las que sus esposos podrían permitir. De no ser porque ellos les ordenan quedarse en casa al cuidado de sus hijos, a una parte de ellas les agradaría conocer más gente, así como salir a trabajar y ganar su propio dinero. Mientras, son amas de casa con deseos frustrados y que están resignadas a que los hombres sustenten la jefatura del hogar.

Por su parte, las mujeres de mayor edad, que tienen hijos e hijas en edad de ayudar en las labores domésticas e inclusive de aportar ingresos al hogar, piensan que han alcanzado un estado de satisfacción personal cuando las remesas cubren las necesidades esenciales de manutención de la familia. Esta satisfacción se basa en una forma de emancipación doméstica al sentirse liberadas de las obligaciones contratadas como madre y esposa. Ellas asumen su representatividad social como jefas de hogar, sobre todo, cuando más tiempo tardan los esposos en regresar. Posiblemente, bajo estas circunstancias de ausencias prolongadas y constantes, las mujeres y los hijos(as) procesaron y asimilaron los cambios en sus vidas cotidianas, dando lugar a la reconfiguración de roles familiares y dejando al sujeto migrante sólo el rol de homo economicus (Mallimaci, 2005).

 

El regreso del esposo

El regreso de los esposos migrantes representa un cambio brusco, no sólo en el ritmo de vida acostumbrado en los hogares sin hombres jefes, sino en la readaptación de las relaciones de género entre un sujeto migrante que el transnacionalismo ha cambiado y las mujeres e hijos(as) que asimilaron los cambios en el hogar.

Una de las confrontaciones entre hombres y mujeres se da precisamente en términos de la asignación genérica de la jefatura del hogar. Cuando las mujeres se asumieron jefas de hogar y regresan los esposos, se genera una situación de conflicto entre ceder el espacio ganado al esposo, quien seguramente reclamará ese espacio, o luchar por preservar la jefatura. Según los resultados de la encuesta, esta confrontación o campo de batalla se da, sobre todo, en las mujeres mayores de 40 años, cuando ellas han pasado el proceso de adueñarse de la jefatura del hogar. En efecto, estas mujeres ven con cierto fastidio el regreso del varón, pues por un lado el esposo espera encontrarse con la esposa abnegada que dejó, rol que difícilmente ellas aceptarán, no sólo porque están acostumbradas a la ausencia del marido y a su propio ritmo de vida sin él, sino porque piensan que se merecen lo conquistado. Por otro lado, se ven obligadas a resguardar las tradiciones de los roles genéricos en la comunidad, ya sea por respeto al orden social establecido por las costumbres, o bien por un sentimiento de culpa que se teje alrededor de las instituciones patriarcales y por el temor a ser víctimas de violencia. Sin importar los cambios de la migración, al regreso de los esposos, hijos o padres, las mujeres deben reorganizar su tiempo de tal forma que puedan cumplir con las tareas de cuidarlos y atenderlos, sin descuidar las actividades que adoptaron durante la ausencia del varón.

Al parecer, para la mayoría de las mujeres menores de 30 años el jefe de su hogar es el padre de sus hijos, y ellas procuran restablecer el orden para que ellos encuentren "intacto" su lugar a su regreso. De hecho, las jóvenes esposas se muestran contentas ante el regreso de su marido, porque dejarán de tomar decisiones y responsabilidades que le conciernen al jefe del hogar, entre las que destaca el rol paterno como guía o ejemplo para mantener el respeto a la autoridad en la crianza de los hijos. Así mismo, la presencia física del esposo brinda a las mujeres una impresión de seguridad social, pues para las comunidades rurales de estudio una madre–esposa sólo existe social y personalmente por la relación de conyugalidad (Lagarde, 2003), y estando solas, ellas se sienten incompletas, abandonadas, inseguras y vulnerables.

De la fractura o ruptura al reacomodo, y de nuevo a la fractura para un nuevo reacomodo, observamos que las mujeres no pueden sostener sus momentos de autonomía; tal vez por eso la mayoría de las mujeres mayores prefieren que "él no regrese, pero que mande dinero".

 

Conclusiones

El objetivo principal de este trabajo fue tratar de determinar si la migración influye en alguna de sus etapas en la autonomía de las mujeres tras la ausencia física de sus esposos. A lo largo de la investigación se encontró que, efectivamente, en los hogares existen cambios en las relaciones de género en cuanto a la adquisición o no de la autonomía femenina, principalmente al adoptar la jefatura del hogar en el proceso de migración: partir, mandar remesas y regresar o abandonar el hogar. Las narraciones de mujeres que aquí se incluyeron de alguna manera muestran la combinación de las posibles relaciones de género que se producen en los hogares con migrantes varones del sur del Estado de México. Encontramos que la autonomía y la apropiación de la jefatura de hogar por las mujeres tienen que ver también con la edad de éstas y con los períodos de ausencia física de los esposos. De esta manera, las mujeres de mayor edad, con hijos(as) en edad de ayudar a las labores domésticas y aportar ingresos al hogar, ante la ausencia prolongada o continua de los esposos, tienen mayor posibilidad de ganarse la jefatura del hogar que aquellas jóvenes que aún no logran escaparse de la asignación de roles tradicionales impuestos o construidos socialmente por el sistema patriarcal.

Por otro lado, se encontró que las remesas son empleadas sólo en la reproducción social de los hogares y que el gasto en alimentación es su destino más frecuente, seguido por el gasto en educación y salud. Además, el hecho de que las esposas–madres sean las principales destinatarias de las remesas y que ellas se encarguen de gastar el dinero no quiere decir que sean sujetos sociales con autonomía y libertad y que se autorreconozcan en la promoción del cambio social y de una mejoría de sus vidas. Se puede concluir que las remesas que administran las mujeres no representan un reparto más equitativo de las formas y mecanismos del ejercicio de autoridad y de control que provee la jefatura de un hogar.

A lo largo del estudio, podemos constatar que la migración es una realidad multidimensional y compleja que interviene directamente en el diseño de las estrategias de reproducción social de los hogares rurales. Sin embargo, las consecuencias de ésta afectan más a las mujeres madre–esposas, quienes son las que pagan el precio más alto por los ajustes de las fracturas, reacomodos y nuevos quebrantos debidos a la ausencia de los esposos. Aunado a ello, las mujeres solas son más vulnerables, porque además de que no dejan de cumplir con sus responsabilidades de reproducción cotidiana del hogar, se confrontan a las mismas crisis socioeconómicas por las cuales sus esposos migraron: exclusión y marginación por el desempleo, por su baja calificación y, por ende, por un trabajo mal remunerado e inseguridad laboral y social.

Estos hogares constituyen un universo heterogéneo de casos con diferentes estrategias de reproducción social; sin embargo, el análisis de estos hogares a la luz de las remesas que reciben o de la falta de ellas puede servir para dimensionar la importancia del estudio de las relaciones sociales y de género en contextos de migración transnacional.

Resulta imprescindible, entonces, realizar más estudios cualitativos de estas experiencias, que incluyan también las experiencias propias de los varones migrantes en su partida y abandono temporal o permanente del hogar, en su estancia productiva en Estados Unidos y en su regreso y consiguiente lucha por reconquistar su puesto en la jefatura del hogar. El análisis de ambas experiencias (las de los migrantes varones y mujeres) puede ofrecer a los estudios de migración y género datos empíricos que permitan comprender sus múltiples interrelaciones sociales: los cambios afectivos, productivos, económicos y familiares, los cuales nos pueden conducir a reflexionar sobre los conceptos que encasillan las promociones de la igualdad entre los géneros y el cambio social.

 

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Notas

1 Para efecto de este estudio nos sujetamos a la definición de migración citada por Herrera (2006:25), como "El cambio de residencia que entraña fundamentalmente una decisión económica e individual para mejorar las condiciones de vida".

2 Para ampliar sobre los estudios de los movimientos migratorios internacionales desde la perspectiva de género, consultar Gregorio–Gil (1997), Juliá (1998) y Mallimaci (2005).

3 Se entiende por modos de vida como el medio de manutención, ocupación o empleo para asegurar el bienestar general o al menos material de un hogar (Wiggins et al., 2000:14).

4 Del inglés remittance, envío: "The process of sending money to remove an obligation. This is most often done through an electronic network, wire transfer or mail. The term also refers to the amount of money being sent to remove the obligation" (Word Smyth English Dictionary–Thesaurus, 2006).

5 La encuesta fue diseñada como parte del proyecto de investigación "La seguridad alimentaria y la equidad de género en hogares con condiciones de migración masculina en el medio rural mexiquense. El papel de las instituciones" y fue aplicada en seis localidades del Estado de México entre julio y diciembre del año de 2005.

6 Entre las posiciones binarias se encuentra hombre–público–productivo–razón–cultura/mujer–privado (doméstico)–improductiva (reproductiva)–sentimiento–naturaleza.

7 El ciclo doméstico lo constituyen las etapas por las que atraviesa una mujer en función de su ciclo reproductivo (Lagarde, 2003).

8 Antes Progresa, el programa Oportunidades forma parte de la política social que pretende aumentar las capacidades de desarrollo humano de los hogares que viven en pobreza extrema. De 1998 a 2002, 56 por ciento de los hogares de las comunidades en estudio contaba con el programa Progresa, pero a partir de 2002 la cobertura aumentó a 88 por ciento. Los apoyos que reciben son directos, en forma de transferencias monetarias bimensuales para las mujeres que tienen hijos entre tercero y sexto de primaria y en los tres grados de secundaria, e indirectos en servicios de salud.

9 Con el fin de resguardar la identidad de las entrevistadas, se utilizaron seudónimos en lugar de sus nombres reales.

10 El índice de masculinidad de una población indica la cantidad de hombres que existen por cada 100 mujeres. Se calcula dividiendo el total de hombres entre el total de mujeres.

11 Cabe precisar que desde la crisis del 11 de septiembre de 2001 las dificultades para pasar la frontera de forma ilegal se han agudizado, lo que originó que se duplicaran las tarifas o costos que cobran los traficantes de personas. A su vez, los elevados costos de "paso" han generado que los períodos de retorno de los migrantes sean cada vez más largos.

12 Un pollero es una persona que se dedica a pasar indocumentados a Estados Unidos por distintas vías, el costo de sus servicios varía de los 1 500 a los tres mil dólares, dependiendo de las negociaciones que se establezcan entre los migrantes y el traficante.

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