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Migraciones internacionales

On-line version ISSN 2594-0279Print version ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.1 n.3 Tijuana Jul./Dec. 2002

 

Artículos

 

De asalariado a empresario: la reinserción laboral de los migrantes internacionales en la región centro-occidente de México

 

Jean Papail

 

Institut de Recherche pour le Développement.

 

Fecha de recepción: 17 de mayo de 2002.
Fecha de aceptación: 28 de agosto de 2002.

 

Resumen

La migración de mexicanos a los Estados Unidos se incrementó en gran medida durante los últimos veinte años, particularmente desde la región centro-occidental del país, y se volvió una migración más urbana. Los datos de una encuesta realizada en el 2000 en varias ciudades medias de esta región sobre las modalidades de reinstalación de los migrantes internacionales en sus lugares de origen permiten analizar las reconversiones de estatus, esencialmente del cambio de trabajador asalariado a no asalariado. Las trayectorias laborales, los niveles de ingreso de los migrantes en los Estados unidos y los montos y usos de las remesas enviadas a los lugares de origen hacen evidente la importancia del trabajo migratorio en las inversiones y en la creación de empleos en las economías locales, pero también las limitaciones de estos recursos en la perspectiva del desarrollo local.

Palabras clave: 1. migración internacional, 2. remesas, 3. estatus laboral, 4. inversiones productivas, 5. México.

 

Abstract

Mexican migration to the United States has increased greatly during the last 20 years, particularly from the country's west-central region, and it has become more urban. A 2000 survey in several of this region's mid-sized cities focused on the modalities for resettlement of international migrants in their communities of origin. It yielded data that allows for analysis of the restructuring of status, basically from waged to non-waged. Work trajectories, income levels of migrants in the United States, and the amounts and uses of remittances to places of origin have shown the importance of migratory work for investment and job creation in local economies. These things have also shown the limitations of these resources in regard to local development.

Keywords: 1. international migration, 2. remittances, 3. employment status, 4. productive investment, 5. Mexico.

 

Introducción

Los flujos migratorios mexicanos hacia los Estados Unidos crecieron de manera importante durante los últimos 20 años. Según los resultados del censo estadunidense del 2000, el número de mexicanos en ese país se acercaba a los nueve millones (o sea, alrededor del 9 por ciento de la población censada en México ese año), y si se agrega la descendencia de los mexicanos, la población de origen mexicano en el vecino país asciende a 20.6 millones. La región centro-occidental de México (Michoacán, Jalisco, Zacatecas y Guanajuato, esencialmente) sigue siendo todavía el principal proveedor de mano de obra migrante a la economía de Estados Unidos (alrededor del 40 por ciento de los flujos durante el último cuarto de siglo), a pesar del desarrollo relativamente reciente de las corrientes migratorias del centro y del sur de México (Estado de México, Puebla, Guerrero, Oaxaca y Veracruz). Estos movimientos migratorios generan, en contraparte, importantes flujos de divisas (las remesas) hacia México, producto del trabajo y ahorro de los trabajadores mexicanos, destinados a sus familiares en los lugares de origen. El monto de estas remesas estaba estimado a finales de la década de los noventa en alrededor de siete mil millones de dólares, que representaban cerca del 1.5 por ciento del producto interno de México, el 43 por ciento de las exportaciones petroleras y el 52 por ciento de las inversiones directas extranjeras de esa época.

Muchos trabajos recientes sobre el tema de las remesas (entre otros, los de Canales, 2001; Delgado, 1999; García Zamora, 2000; Lozano, 1997; Pescador, 1998) subrayan la importancia de éstas en la reproducción de las unidades domésticas: alrededor del 8 por ciento de los hogares de la región centro-occidental recibía en 1996 dinero proveniente de sus miembros que trabajaban en los Estados Unidos (5.3 por ciento es el promedio nacional), que representaba en promedio un poco más de la mitad de sus recursos monetarios y que era indispensable para la reproducción de buena parte de ellos. Sin embargo, estas transferencias monetarias generan igualmente inversiones y crean empleos directos, lo que suscita desde algunos años el interés de las autoridades públicas, en la perspectiva de crear mecanismos para incrementar el impacto de estas remesas en las economías locales.

Nos proponemos aquí, con base en los resultados de una encuesta1 realizada en el 2000 sobre una muestra de 5 532 ex migrantes internacionales de seis ciudades de la región centro-occidental, analizar las transferencias monetarias realizadas durante sus estancias en los Estados Unidos, sus procesos de reinserción profesional al finalizar su ciclo migratorio, sus inversiones y los empleos que crearon en sus lugares de origen.

Para encontrar el número de hogares suficientes (alrededor de cinco mil) para el propósito del estudio, con al menos un ex migrante a los Estados Unidos entre sus miembros presentes, seleccionamos seis ciudades (dos en cada uno de los tres estados: Jalisco, Zacatecas y Guanajuato), en el conjunto de las ciudades de tamaño medio de la región (entre 15 mil y 100 mil habitantes), utilizando varios criterios. El primero fue usar la información sobre individuos que habían trabajado en los Estados Unidos captada en la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID), que realizó el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) en 1992 y 1997. Las ciudades con un porcentaje mayor al promedio regional eran consideradas para ser incluidas en la muestra. El segundo criterio fue la tasa de crecimiento de los municipios entre el censo de población de 1990 y el conteo de población realizado en 1995 por el INEGI. Una tasa negativa, o positivamente muy débil, era indicio de un importante movimiento migratorio (particularmente internacional) durante este periodo y, por consecuencia, la muy probable existencia de un gran número de migrantes de regreso de los Estados Unidos durante el lapso 19952000, lo que favorecía la elección de estas ciudades en la muestra. El último criterio fue la relación de masculinidad de la población entre los 20 y los 29 años de edad en los municipios encontrados en los datos del conteo de 1995. Una relación muy baja significaba que había habido un proceso de migración masculina muy fuerte, y aumentaba la probabilidad de la ciudad de pertenecer a la muestra. Del conjunto de ciudades así preseleccionadas (una docena) se escogieron, con base en el conocimiento empírico de ellas por los investigadores participantes en el proyecto (conocimiento directo o por fuentes indirectas, como los responsables municipales, los trabajos disponibles, etc.), las seis ciudades que iban a ser encuestadas: Ameca y Tepatitlán de Morelos, en Jalisco; Acámbaro y Silao, en Guanajuato, y Tlaltenango (a pesar de tener un número de habitantes límite para pertenecer a la muestra) y Jerez, en Zacatecas.

Por otra parte, para hacer más útil el muestreo, se impusieron dos condiciones a los ex migrantes para que sus hogares fueran encuestados: haber trabajado por lo menos un año en los Estados Unidos, aun si la estancia total fue fraccionada por varias idas y regresos. En efecto, un cierto número de individuos trabajaron muy poco tiempo en el país vecino, sea porque fueron expulsados al poco tiempo de haberse internado, porque no se adaptaron y se regresaron muy rápidamente, o porque se fueron a los Estados Unidos sólo por unos meses, por curiosidad y aventura, y trabajaron uno o dos meses con visas de turista, como hacen con frecuencia grupos de adolescentes y jóvenes adultos. Es evidente que para el objeto de este estudio no se podía mezclar a estas poblaciones tan disímiles, que no tienen las características comunes del migrante trabajador. La segunda condición para ser encuestado era haber regresado definitivamente a vivir en México desde por lo menos seis meses antes de la fecha de la encuesta. Con esta condición se pretendía aumentar la probabilidad de que el migrante fuera realmente un "ex migrante" (es decir, alguien que muy difícilmente regresaría a trabajar a los Estados Unidos), además de que seis meses representan un periodo suficiente para permitir la estabilización laboral en el lugar de regreso, en particular para los individuos que se reinstalaron con el estatus de trabajador por cuenta propia o crearon una microempresa.

Las encuestas se iniciaron a finales de 1999 y se terminaron a principios de 2001. El trabajo de campo consistió en dos operaciones simultáneas. Con la cartografía censal (AGEBs: áreas geográficas de base) usada para el censo de población del 2000 del INEGI, que fue previamente revisada en cada ciudad para agregar eventualmente nuevas colonias, se procedió a encuestar a la mitad de las viviendas de cada una de las AGEBs en las ciudades más grandes y a la totalidad de ellas en las AGEBs de las ciudades más pequeñas, hasta llegar a un número de entre 800 y 1 200 viviendas encuestadas por ciudad. Simultáneamente a la referida encuesta con los cuestionarios, se procedió a un conteo sistemático, con hojas por manzana, de todas las viviendas de las AGEBs de estas ciudades, con el propósito de identificar a las que pudieron haber pertenecido a la muestra pero que no fueron encuestadas, a las que no tenían a un ex migrante internacional entre sus miembros, a las que tenían a un ex migrante pero que no cumplían con las condiciones impuestas, a las encuestadas, etcétera.

En total, fueron visitados alrededor del 72 por ciento (43 374) del conjunto de los hogares de las seis ciudades, de los cuales se encuestó a 4 771,2 que representan el 70.3 por ciento de los hogares visitados que tenían por lo menos a un miembro que había trabajado alguna vez en los Estados Unidos (y que cumplían los requisitos ya mencionados), lo que produce una fracción de sondeo estimada a posteriori cercana al 50 por ciento del universo teórico (con las limitaciones indicadas).

Tratándose esencialmente de ex migrantes, y para no complicar el análisis, no se usarán aquí las categorías clásicas del estudio de las migraciones (migrantes permanentes, temporales, commuters, etc.), y nos enfocaremos en la duración total de la estancia de los individuos en los Estados Unidos. Por otra parte, llamaremos aquí "ciclo migratorio" al proceso que empieza con el primer desplazamiento y que finaliza con el regreso definitivo3 del migrante a su lugar de origen, cualquiera que sea el número de las estancias en la Unión Americana.

El cuestionario está dividido en dos partes principales. En la primera se recolectan datos demográficos y socioeconómicos de todos los miembros presentes y ausentes de los hogares encuestados, y también de los que salieron definitivamente de ellos para fundar sus propios hogares. La segunda parte concierne al ex migrante, y está dividida en diversos módulos que permiten analizar su historia de vida laboral desde que entró en la vida activa, pasando por su estancia en los Estados Unidos, su regreso y su reinstalación en México, hasta el momento de la encuesta.

Se puso atención particular a los ingresos que percibió el ex migrante en los Estados Unidos, sus capacitaciones y aprendizaje en ese país, sus remesas, el uso de éstas, su estatus al regreso (asalariado/no asalariado), sus expectativas y sus opiniones.

 

Los flujos migratorios mexicanos hacia los Estados Unidos

La emigración mexicana a Estados Unidos tiene raíces históricas complejas. Existían flujos desde el siglo XIX, por las relaciones entre los dos países (pérdida de una gran parte del territorio mexicano en provecho de su vecino, construcción de la red ferroviaria del sur de Estados Unidos...), pero se incrementaron de manera significativa con el Programa Bracero, al inicio de los años cuarenta del siglo XX. Las dificultades económicas de México durante las últimas dos décadas ampliaron considerablemente el volumen de estos flujos.4

Tradicionalmente, los estados del centro-oeste mexicano (Jalisco, Guanajuato, Michoacán y Zacatecas) son los que proveen la mayor parte de los flujos migratorios internacionales (alrededor del 40 por ciento durante el último cuarto de siglo), a pesar del peso poblacional relativamente débil (16.7 por ciento de la población) de esta región en el país. Según los resultados de la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID, INEGI, 1997), el 4.8 por ciento de la población mexicana de más de 14 años (sin contar los estados fronterizos del norte) había trabajado o buscado un empleo en Estados Unidos: el 8.7 por ciento de los hombres y el 1.2 por ciento de las mujeres. En el conjunto formado por Jalisco, Guanajuato y Zacatecas estas proporciones suben a 18 y 2.1 por ciento, respectivamente.

Estos flujos fueron durante mucho tiempo de origen rural; la inserción de los trabajadores mexicanos en la economía norteamericana se producía esencialmente en la agricultura hasta los años setenta. La mayoría de los autores que trabajan el tema concuerdan en que hubo un reequilibramiento progresivo y en que los flujos de origen urbano son actualmente preponderantes en el conjunto de los flujos internacionales.

Si bien la participación de las mujeres en las corrientes de emigración es creciente (alrededor del 20 por ciento en la actualidad), están subrepresentadas en la población de ex migrantes, porque se establecen más a menudo definitivamente en el país vecino que los hombres (el matrimonio, la procreación, la valorización de las comodidades en Estados Unidos, son factores determinantes en este sentido).

La mayor parte de los migrantes se dirige tradicionalmente hacia California (cuyo PIB per cápita fue aproximadamente diez veces superior al de México en la última década y que absorbe a alrededor del 50 por ciento de los flujos), Texas (15%) e Illinois (10%), aunque desde el inicio de los noventa se observa una diversificación geográfica de los destinos (Papail y Arroyo, 1996). Desde los años setenta se observa también una diversificación progresiva de las ramas de actividad en las que se insertan los migrantes en el país fronterizo. La reducción del peso de la agricultura en esta estructura se produce en beneficio de las ramas urbanas de la industria, la construcción, los restaurantes, la hotelería y los servicios.

El cuadro 1 muestra la evolución del volumen de la población en México y Estados Unidos.

Entre los migrantes masculinos, los motivos aparentes del desplazamiento hacia Estados Unidos por desempleo o subempleo se redujeron durante los 25 años recientes y aumentaron los motivos relacionados con el ingreso, que se vuelven preponderantes desde los ochenta. Existe una correlación bastante fuerte entre la evolución del volumen de los flujos migratorios durante los años de 1975 a 1995 y la relación de salarios mínimos entre México y los Estados Unidos. Esta relación fluctúa entre 3.8 y 5.5 entre 1976 y 1982, periodo de reducción de los flujos migratorios. Varía luego durante una década (1983-1993) entre 7.8 y 9.3, originando movimientos contrastados, pero orientados al alza, del volumen de los flujos de primera emigración (Papail y Arroyo, 1996).

Desde finales de los ochenta esta relación oscila entre 8 y 14, según las variaciones en la paridad del peso, pero su impacto sobre los flujos es perturbado por la expansión de las redes migratorias y de los procesos de regularización de los indocumentados (IRCA).

 

Los ingresos en los Estados Unidos y las remesas

Los ingresos de los migrantes en los Estados Unidos provienen casi en su totalidad de los salarios, por lo que en este trabajo nos referiremos únicamente a los migrantes asalariados que consigna la Encuesta sobre la Reinserción de los Migrantes Internacionales (EREM), y más específicamente a los migrantes masculinos (debido a la poca representación femenina en la muestra), tratando de comparar, cuando sea posible, los resultados de la EREM con datos provenientes de otras fuentes.

El sueldo promedio mensual de los migrantes en Estados Unidos se establecía en la encuesta, a finales de los años noventa, en alrededor de 1 450 dólares en la población masculina y 1 100 dólares en la femenina (cuadro 2). El bajo ingreso femenino respecto al masculino se puede explicar en parte por su concentración en la rama de los servicios, donde abunda el trabajo por tiempo parcial. Estos ingresos son superiores a los mínimos federales, pero se erosionaron durante los últimos 25 años, sobre todo en relación con el mínimo federal por hora y con el salario promedio en la industria manufacturera. El salario mínimo federal perdió casi 20 por ciento de su valor real entre 1975 y 1999. El salario promedio por hora de los migrantes masculinos, que representaba 1.75 veces el mínimo federal en 1975, apenas era 35 por ciento superior en 1999. Respecto al sueldo promedio de la industria norteamericana, el de los migrantes masculinos bajó de 0.74-0.82 en el quinquenio 1975-1979 a apenas la mitad (0.53-0.55) en los años 1995-1999. Pero representaba todavía alrededor de tres veces el sueldo promedio en la industria mexicana en 1995.

Estos resultados de la EREM no están muy alejados de datos más globales dados a conocer por la Secretaría de Relaciones Exteriores de México al inicio de 1997, que ubicaban el ingreso per cápita de los jaliscienses que vivían en los Estados Unidos entre 12 mil y 12 500 dólares por año. En la EREM, la remuneración promedio (en ambos sexos) se puede estimar en alrededor de los 15 mil dólares anuales a mediados de los noventa. Según datos del Bureau of the Census, el ingreso medio de los hogares de origen mexicano en 1990 era de 24 119 dólares, sensiblemente más bajo que el de los hogares estadunidenses en su conjunto, que era de 35 225.

A pesar de pertenecer a los grupos de ingresos más bajos en los Estados Unidos, los migrantes mexicanos perciben en ese país remuneraciones mucho más altas que las que prevalecen en México. Si, con los datos de la EREM, comparamos los ingresos promedio de los migrantes en los Estados Unidos a finales de los noventa con los ingresos promedio de los asalariados en las ciudades de origen en México, la relación es de casi seis veces en la población masculina y casi cinco en la población femenina. La remuneración diaria promedio de los asalariados en las ciudades de origen de los migrantes era de 91 pesos para ambos sexos en 1999-2000, mientras que en los Estados Unidos era de 524 pesos en 1999, o sea, 5.8 veces más.

Hacia finales de los noventa se estimaba que las remesas familiares monetarias que enviaban los migrantes mexicanos de los Estados Unidos a sus familias en México representaban alrededor de los siete mil millones de dólares, que provenían en su mayor parte de California (48%), Texas (16%), Illinois (11%) y Arizona (7%). En las tres entidades del estudio (Jalisco, Zacatecas y Guanajuato) las remesas alcanzaban a representar casi el 5% del PIB estatal, según estimaciones de la Universidad Autónoma de Zacatecas (R. Delgado Wise y H. Rodríguez Ramírez, 1999).

A pesar de que la importancia relativa de las remesas respecto a los diferentes agregados citados puede modificarse con el tiempo, según los diferentes autores y dependiendo de los datos utilizados, queda claro que estos recursos provenientes de la migración son una fuente de ingresos de gran importancia para el país, en particular para los estados de la región centro-occidental.

En diversas encuestas —Encuesta de Migración a la Frontera Norte (EMIF), 1993; Legalized Population Survey (LPS1), 1987-1988; ORSTOM/INESER-UdeG, 1993; Massey y Parrado, 1990—, la proporción de migrantes que enviaban dinero a sus familias en México se escalona entre el 51 y el 75 por ciento, según las definiciones de la población de referencia. En la EREM (cuadro 3), la proporción de migrantes que enviaban regularmente dinero a sus familiares en México se mantuvo más o menos constante entre la población masculina (alrededor del 84%) en las últimas dos décadas y media.

En cambio, este porcentaje parece ir en aumento entre la población femenina desde el inicio de los noventa, debido al incremento progresivo de las mujeres solteras en los flujos migratorios. Estas proporciones suben, en efecto, de alrededor del 45 por ciento durante los años anteriores a 1990 hasta el 53 por ciento en el quinquenio 1995-1999. En conjunto, alrededor del 77 por ciento de los migrantes enviaba dinero a sus familias en todos los periodos considerados.

Los montos mensuales promedio enviados de manera regular por los migrantes captados en la EREM aparecen en el cuadro 4. En los periodos 1990-1994 y 1995-1999, los montos promedio alcanzaban 295 y 328 dólares, respectivamente, en el conjunto de remitentes de los dos sexos. Las remesas enviadas por los migrantes masculinos (306 y 340 dólares en estos periodos) fueron siempre muy superiores a los montos enviados por las migrantes (206 y 256 dólares, respectivamente), lo que refleja en gran medida los niveles del ingreso por sexo en los Estados Unidos. A pesar de que los datos más antiguos pueden ser menos confiables por razones obvias, en general parecen coherentes con los niveles de ingreso de cada periodo. Estos montos mensuales representaban alrededor de una semana de ingresos en cada uno de los periodos considerados, o sea, alrededor del 25 por ciento de los ingresos percibidos en los Estados Unidos.

Diversas encuestas —Arroyo, 1987; LPS1, 1987-1988); Massey y Parrado, 1990; EMIF, 1993; ORSTOM/lNESER-UdeG, 1993; Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH, INEGI, 1996)— ubican el promedio mensual de las remesas entre 150 y 320 dólares durante el periodo 1980-1995, dependiendo de la fecha de las encuestas y de las áreas y poblaciones de referencia, lo que parece compatible con los resultados presentados aquí.

Es ilustrativo comparar el monto de las remesas con el ingreso en los lugares de origen. En el periodo más reciente (1995-1999), el monto mensual promedio de las remesas masculinas (340 dólares) registrado en la EREM era ostensiblemente superior al ingreso masculino en los lugares de origen en México, que se estimaba en alrededor de 270 dólares en 1999-2000. En estos mismos años, entre la población femenina el monto promedio de las remesas era más o menos equivalente al ingreso promedio de las mujeres en las ciudades de origen: 256 y 240 dólares, respectivamente.

En el transcurso del tiempo, las remesas en los lugares de origen han sido utilizadas de manera preponderante en los gastos corrientes de mantenimiento de los hogares (cuadro 5). La distribución aritmética de los rubros en que se usan las remesas y la distribución ponderada por los montos dan casi los mismos resultados, lo que indica la fuerte concentración de los montos alrededor del promedio.

El "mantenimiento de la familia", que reagrupa los gastos corrientes de alimentación, renta de vivienda, ropa, salud, transporte, escuela, etc., para cubrir las necesidades básicas de las familias, tuvo una proporción más o menos estable durante los años 1975-1989 (entre 70 y 73 por ciento de las remesas). Este rubro siguió siendo el más importante en los años recientes, pero su peso relativo bajó sensiblemente en los noventa, sin importar el sexo de los remitentes. En el periodo 1995-1999 representaba el 64 por ciento de las remesas masculinas y el 60.8 por ciento de las femeninas.

El rubro "compra de casa o de lotes", uno de los tres principales en el uso de las remesas, permaneció relativamente estable en todos los periodos y sin diferencia notable (alrededor del 10 por ciento) entre los sexos.

El reordenamiento progresivo en la distribución se hizo en provecho del rubro "ahorros y financiamiento de negocios", cuyo peso relativo se duplicó entre los años ochenta y el periodo 1995-1999. Este rubro alcanzó en el último periodo el 21.3 por ciento de los envíos masculinos y el 22.7 por ciento de los femeninos, mientras giraba alrededor del 11 por ciento en los años anteriores a 1990. Sin embargo, si tomamos en cuenta únicamente la respuesta explícita "financiar un negocio", este rubro aislado nunca representó más del 3 por ciento, cualquiera que sea el sexo del remitente y el periodo considerado. Es muy probable que la mayoría de las inversiones que hicieron los migrantes las registraran en el rubro "ahorro", en espera de su regreso al lugar de origen. Hubo, entonces, una intensa transformación de estatus laborales en los ciclos migratorios más recientes y/o un incremento notable del monto de las remesas invertido en negocios.

El rubro "otros", que representa gastos excepcionales (como pagos de deudas, enfermedades graves, gastos de bodas o de funerales, etc.), nunca llegó en ninguno de los periodos al 10 por ciento del monto de las remesas.

Muchos autores señalan que la casi totalidad de las remesas familiares (entre el 75 y el 92 por ciento) sirven esencialmente para cubrir las necesidades básicas de las familias de los migrantes y no tienen efectos muy relevantes en las inversiones directas en los lugares de origen. Al parecer, estas aseveraciones son cada vez menos acertadas desde finales de los años ochenta. Los resultados de la EREM indican, al contrario, que una proporción creciente de las remesas se usaron para el ahorro y el financiamiento de negocios en los años noventa, lo que es confirmado por las trayectorias laborales de los migrantes en sus ciclos migratorios, como lo veremos más adelante.

Cabe mencionar que, aparte de las remesas familiares, existen inversiones sociales (realizadas generalmente en comunidades rurales o pequeños asentamientos urbanos de los lugares de origen) de asociaciones o clubes de migrantes, que se multiplicaron en los Estados Unidos en las últimas tres décadas. Estas asociaciones o clubes reagrupan a migrantes oriundos de una misma comunidad (rural o urbana) o a migrantes de varias comunidades. A finales de los noventa, la Confederación de Clubes Zacatecanos en los Estados Unidos, por ejemplo, reagrupaba a alrededor de 120 clubes o asociaciones, de las cuales cerca de la mitad están operando en el sur de California. Además de actividades dirigidas a sus miembros en el país vecino, muchas asociaciones, gracias a las cuotas y donaciones, desarrollan proyectos de infraestructura, mantenimiento y reparación de casas de cultura, asilos para ancianos, centros de salud, escuelas, caminos, edificios religiosos, etc., que contribuyen a mejorar las condiciones de vida en las comunidades de origen. Estas acciones sustituían o completaban inicialmente las obligaciones de los poderes públicos locales con recursos limitados, pero desde el inicio de los noventa reciben el apoyo de las autoridades estatales. El Programa Dos por Uno (dos dólares invertidos por el gobierno del estado por cada dólar invertido por las asociaciones radicadas en los Estados Unidos), pionero en esta materia, fue creado en 1992 en Zacatecas y transformado en 1999 en Programa Tres por Uno, con la participación del gobierno federal. En Guanajuato, el Programa Mi Comunidad funciona con el mismo principio desde 1996, y Jalisco inició su propio Programa Tres por Uno en el 2000.

Aunque relativamente importante para muchas comunidades marginadas, los recursos canalizados por la acción de las asociaciones representan una parte ínfima de las remesas familiares. En el estado de Zacatecas, por ejemplo, cuyas asociaciones son, sin duda, las más activas, la suma de estas inversiones colectivas representaba en 1999 alrededor de 1.2 millones de dólares, cantidad muy inferior si se le compara con los 300 o 350 millones de dólares de remesas familiares estimadas. Sin embargo, estos programas se están ampliando poco a poco, tanto por su reproducción progresiva en otras entidades (Michoacán, Durango, etc.) como por el interés manifestado por las autoridades en promover las inversiones productivas de los migrantes, particularmente en la creación de empresas maquiladoras.

 

Las trayectorias laborales

Las migraciones masculinas hacia los Estados Unidos tienen como consecuencia el desplazamiento de la mano de obra del sector primario (esencialmente la agricultura) al terciario (comercio, servicios y transportes-comunicaciones). La actividad agrícola perdió, así, el 11.7 por ciento de su mano de obra masculina entre el primer viaje a los Estados Unidos y el momento de la encuesta, en favor básicamente del comercio (+6.1%), de los servicios (+3.2%) y de los transportes (+2%). Este deslizamiento empieza antes de la migración internacional y prosigue después del regreso "definitivo", pero en su mayor parte ocurre en el proceso de migración (ver el cuadro 6). La trayectoria de las mujeres está más concentrada en la movilidad entre el comercio y los servicios, después de una estancia en la rama industrial de los Estados Unidos de gran parte de ellas. Esta trayectoria, en cuanto a las ramas de actividad, es la misma cualquiera que sea el periodo de regreso a los lugares de origen.

Sin duda, el efecto más importante de la migración internacional es la transformación del estatus (o posición en el trabajo) que ocurre entre el primer desplazamiento hacia Estados Unidos y la reinstalación en México. Esta transformación —esencialmente, de un estatus de asalariado al de trabajador por cuenta propia o al de patrón— es una constante en la vida activa de las generaciones sucesivas. Esto se puede constatar en la gráfica 1, donde se observa, con base en los datos censales de población, el crecimiento del porcentaje de no asalariados con ingresos en diferentes generaciones. El ciclo migratorio a los Estados Unidos permite acelerar y/o intensificar estas transformaciones.

Alrededor de un cuarto (23.2 por ciento de los hombres y 24 por ciento de las mujeres) de los ex migrantes de la EREM cambió de estatus entre la primera emigración y el regreso "definitivo" (cuadro 7). La mayor parte (76.2%) de estos cambios en la población masculina concierne a los asalariados antes de migrar, que se convierten en patrones o en trabajadores por cuenta propia cuando regresan a México (64.3 por ciento de las transformaciones), y a los trabajadores familiares sin remuneración (TFSR), que operan los mismos cambios (11.9%).

El restante 23.8 por ciento de las transformaciones se dieron en sentido inverso: patrones antes de migrar que se convierten en trabajadores por cuenta propia o asalariados a su regreso y trabajadores por cuenta propia que terminan como asalariados. Lo interesante aquí es que el 20.2 por ciento del grupo de asalariados y TFSR cambiaron de estatus para convertirse en no asalariados con ingresos.

Este proceso, que se desarrolla durante la migración, continúa después del regreso, y al momento de la encuesta (1999-2001) el 24.6 por ciento de los asalariados y TFSR antes de migrar habían cambiado de estatus. En la población femenina el esquema es idéntico (20.8 por ciento de las asalariadas y TFSR se convirtieron en no asalariadas entre el momento de migrar y el periodo de la encuesta), aunque en este grupo la situación se complica de alguna manera por la cuestión de las TFSR que trabajan conjuntamente con sus esposos no asalariados. Casi una cuarta parte (24.2%) de los migrantes de ambos sexos que eran asalariados antes de desplazarse hacia los Estados Unidos se convirtieron en no asalariados con ingresos y conservaron este estatus laboral hasta el momento de la encuesta. Sin embargo, si agregamos a este grupo el número de negocios creados desde el regreso de los migrantes pero que no "sobrevivieron" por diversas razones (quiebra, enfermedad, divorcio, etc.), o sea, el 9 por ciento, en total suman un tercio (33.2%) los migrantes que dejaron el estatus de asalariados en el proceso de migración. Esta proporción es aún más alta si tomamos en cuenta los negocios creados por ex migrantes actualmente asalariados pero manejados por esposas no migrantes. Entonces, es razonable estimar la proporción de asalariados que crearon algún negocio entre 35 y 40 por ciento, si bien una pequeña parte de ellos regresó luego al estatus de asalariado.

Estas trayectorias laborales explican el peso relativo mucho más importante de los no asalariados con ingresos en la población de ex migrantes que en la población de no migrantes (cuadro 8), como se ve en diversas fuentes.

Es claro que los ex migrantes, gracias a los buenos sueldos en los Estados Unidos y a sus ahorros (que se manifiestan principalmente en las remesas), tienen muchas más posibilidades de invertir en sus lugares de origen, creando microempresas o estableciéndose por cuenta propia, que los no migrantes, o al menos que realizan estas transformaciones de estatus de manera mucho más rápida.

 

Las inversiones en los lugares de origen en México

La EREM provee información sobre 1 861 negocios (captados a través del estatus del ex migrante como patrón o trabajador por cuenta propia) que pertenecen o pertenecieron a los ex migrantes encuestados. Esto significa, dados los datos expuestos, que un tercio (33.6%) de la poblacion de ex migrantes de los dos sexos, en un momento determinado de su vida activa (o actualmente), fue no asalariado, sin importar si el negocio correspondiente ya existía antes del ciclo migratorio, fue creado durante la estancia del migrante en los Estados Unidos o se estableció después de su regreso. El cuadro 9 resume esta información. Entre los negocios que seguían funcionando en el momento de la encuesta y cuya fecha de inicio de operaciones está bien definida, el 79.9 por ciento fue creado después del regreso del migrante a México. Este porcentaje tuvo un incremento constante con el tiempo, del 57.8 por ciento en los años anteriores a 1975 al 91.3 por ciento en el periodo 1995-2000. Esto refleja, sobre todo, la disminución del peso relativo de la agricultura en la distribución de los negocios desde los años sesenta, pues en los flujos migratorios hacia los Estados Unidos más antiguos la componente no asalariada, que en su mayoría provenía de este sector, era relativamente importante. Generalmente, entre los negocios fundados después del regreso de los migrantes a Mexico, alrededor de dos tercios (68%) fueron establecidos durante el año del regreso (47.6%) o al año siguiente (20.4%).

De los 913 negocios creados desde 1975 al regreso de los migrantes de los Estados Unidos y que funcionaban al momento de la encuesta, casi dos tercios (65.3%) nacieron en la década de los noventa y el 44.2 por ciento, durante los años 1995-2000 (cuadros 9 y 10). De este conjunto de negocios, el 91.1 por ciento es operado por hombres y el 24.1 por ciento emplea asalariados. La mayoría se encuentra en las ramas del comercio (41.8%) y los servicios (16.4%).

La principal razón (26.4%) aducida por los migrantes masculinos para la creación de sus negocios fue tener ingresos superiores a los que podrían tener como asalariados, sobre todo entre los que pusieron su negocio en las ramas de los transportes-comunicaciones (34.0 por ciento) y de la construcción (37.7%). Estos datos son muy parecidos a los que proporciona la Cuenta Satélite del Subsector Informal de los Hogares, encuesta sobre empleo (sin el sector agrícola) realizada por el INEGI en 1998. En esta encuesta, el 33.1 por ciento de los microempresarios afirmó que había establecido su negocio con esta perspectiva. Esta motivación relacionada con el ingreso es más recurrente entre los migrantes que crearon su negocio en su juventud (antes de los 40 años), mientras que las consideraciones relacionadas con un estatus independiente ("ser su propio patrón" o "no depender de nadie") prevalecen entre los ex migrantes que crearon su negocio después de los 50 años. La edad en el momento de iniciar un negocio también es un factor para escoger la rama de actividad en que se desarrollarán los establecimientos. Los hombres que crearon su negocio después de los 50 años se concentraron en la agricultura (27.7%) y, sobre todo, en el comercio (48.5%), mientras que quienes empezaron antes de los 40 privilegiaron el comercio (35%) y los servicios (17.8%).

Un grupo relativamente importante de ex migrantes masculinos (el 25.6%) pone énfasis en las capacidades adquiridas con la migración para justificar la creación de sus negocios, especialmente los que los iniciaron en las ramas de la industria (36.3%) y los servicios (36.6%). Este factor no parece despreciable en la dinámica de la fundación de negocios, pues el 24.7 por ciento de los ex migrantes no asalariados (el 24.5 por ciento de los hombres y el 26.7 por ciento de las mujeres) declaró que sus experiencias laborales en los Estados Unidos le sirvió para crear su negocio, en particular en la rama de los restaurantes y hoteles y en los servicios (respectivamente, el 44.7 y el 31.2 por ciento en la población masculina). La experiencia adquirida en los Estados Unidos fue mucho más citada por los ex migrantes que se volvieron patrones a su regreso (37%) que por los que se pusieron a trabajar por cuenta propia (20.8%). En general, tal experiencia consistía en haber aprendido un oficio o diversas técnicas durante su estancia en la Unión Americana, particularmente en las ramas de la industria, la agricultura, los servicios y la construcción, que requieren conocimientos técnicos especializados. El 70.8, el 68.6, el 63.5 y el 60.9 por ciento, respectivamente, de los hombres que crearon negocios en estas ramas mencionan estos tipos de beneficios.

En el 86.2 por ciento de los casos, los negocios en operación fueron financiados únicamente con el ahorro de los migrantes (87.3 por ciento si consideramos a los negocios desaparecidos). Esta proporción es estable en el transcurso del tiempo. Sin embargo, el peso relativo de los ahorros de los migrantes masculinos en el financiamiento de sus negocios aumenta regularmente con la duración de las estancias de trabajo en los Estados Unidos, desde el 78.6 por ciento entre los migrantes que trabajaron menos de dos años hasta el 91.1 por ciento entre los que duraron 10 años o más. El impacto de este factor es menos visible en la población femenina. Apenas el 7.1 por ciento de las inversiones masculinas y el 5.1 por ciento de las femeninas en los negocios corresponden exclusivamente a préstamos, en la gran mayoría, de la familia (50.9%) y de los amigos (13.2%). En el resto de los casos el financiamiento fue mixto, con una combinación de ahorros propios y préstamos. En general, menos del 17 por ciento de los ex migrantes recurrió a algún tipo de préstamo para financiar sus negocios. Estos datos pueden compararse con los de la Cuenta Satélite del Subsector Informal de los Hogares ya mencionada, en la que el 93 por ciento de los recursos utilizados en la creación de estas actividades proviene de los ahorros propios.

Si nos enfocamos, por razones de confiabilidad de los datos sobre las inversiones, para reducir los sesgos (problemas de memoria, de paridad, etc.), únicamente en los negocios creados con ahorros propios entre 1995 y el 2000 (324 negocios, o sea, el 44.2 por ciento de los establecidos después de migrar desde 1975), entonces sólo el 18.5 por ciento de las inversiones superan los cinco mil dólares y el 7.9 por ciento los diez mil. El promedio invertido por negocio es de 3 413 dólares, desde 10 533 en los transportes (rama en la que las inversiones son las más altas) hasta 1 946 en la industria. Los patrones invirtieron 5 581 dólares y los trabajadores por cuenta propia, 2 709. Por sexo, los no asalariados masculinos invirtieron en promedio 3 570 dólares, mientras que el promedio se ubicaba en 2 549 dólares entre la población femenina. Cabe señalar que las inversiones que combinaron ahorros propios y algún tipo de préstamo en este periodo (15 casos) fueron generalmente mucho más altas: 6 660 dólares entre los hombres y 5 039 entre las mujeres, con un promedio global de 6 442 dólares.

Estos individuos, que crearon sus negocios en los últimos cinco años, no se diferenciaban del conjunto de los migrantes en cuanto al monto de las remesas que enviaban: 337 dólares mensuales para los hombres (contra 340 dólares en el conjunto masculino, incluyendo a los asalariados en el momento de la encuesta) y 277 dólares para las mujeres (contra 256 dólares en el conjunto femenino). Sí se diferenciaban, en cambio, de los asalariados por la duración promedio de su estancia total de trabajo en los Estados Unidos. La edad promedio general en la primera emigración es de 23.3 años para la población masculina que salió entre 1990 y 1994 (25.2 para las mujeres) y la edad promedio al regreso "definitivo" fue de 30.3 años entre los hombres durante el periodo 1995-2000 (31.2 entre las mujeres). El tiempo promedio real de la estancia en el país vecino es de 5.3 años en la población masculina que regresó en 1995-2000 y 3.7 años en la población femenina. Esta duración fluctúa poco a lo largo de los últimos 25 años: entre 4.7 y 5.3 para los hombres y entre 3.7 y 4.6 para las mujeres.

Los asalariados y los TFSR masculinos antes de la primera migración que crearon un negocio a su regreso "definitivo" pasaron 6.5 años en los Estados Unidos (las mujeres, 5.4 años), mientras que los que no cambiaron de estatus (siguieron de asalariados al momento de regresar a México) estuvieron solamente 4.1 años (las mujeres, 3.2 años). El tiempo de trabajo en los Estados Unidos es un factor fundamental para la acumulación de capital y el posible cambio de estatus. El monto promedio de las inversiones realizadas entre 1995 y el 2000 por los migrantes que pasaron cinco años y más en los Estados Unidos representa casi el doble del monto promedio de los que tuvieron una estancia inferior a cinco años (4 337 y 2 228 dólares, respectivamente). Los 12 inversionistas más importantes durante 1995-2000 (inversiones superiores a los 15 mil dólares, con 10 de ellos únicamente con ahorros propios) tuvieron una estancia promedio en los Estados Unidos de 9.5 años y la mitad más de 10. El promedio de las inversiones de este grupo, compuesto sólo de hombres, es de 28 217 dólares. La mayor inversión del conjunto fue realizada en 1999 en la rama de los servicios, en un taller mecánico, por un hombre que trabajó durante 10 años en los Estados Unidos y que utilizó únicamente sus ahorros (105 260 dólares).

Asociadas a la duración de estancia en el país vecino, las oportunidades de aprender un oficio o recibir capacitación parecen contribuir de manera importante a la transformación del estatus, como ya vimos. La gran mayoría (ocho de 12) del grupo de los más grandes inversionistas recibió una capacitación o aprendió un oficio en los Estados Unidos. En general, sólo el 26 por ciento de los ex migrantes se benefició de estas posibilidades.

Un cálculo rápido y sencillo, tomando en cuenta los diversos parámetros (monto de las remesas, tiempo pasado en Estados Unidos y capital invertido), nos indica que los migrantes que establecieron sus negocios en los años 1995-2000 utilizaron alrededor del 14 por ciento del total de sus remesas para estas inversiones, lo que cabe en los límites declarados por los migrantes en cuanto a la distribución en el uso de las remesas (límite superior de 21.6 por ciento para el rubro ahorro-inversión; ver el cuadro 5). Los datos de la EREM parecen conformar un sistema coherente (entre niveles de ingresos en los Estados Unidos, monto de las remesas, duración de las estancias, proporción asignada al rubro "ahorros e inversiones" y cantidad de las inversiones). Este sistema permite estimar que, teniendo en cuenta a los migrantes que no invirtieron (por lo que al regresar de los Estados Unidos no cambiaron su estatus de asalariados), las inversiones hechas por los migrantes que regresaron en el periodo 1995-2000 representan alrededor del 6 por ciento del total de las remesas de este grupo. Este porcentaje quizá no fluctúe gran cosa a lo largo del último cuarto de siglo, por la relativa estabilidad de los diferentes parámetros o por sus evoluciones paralelas durante este tiempo. Es difícil que los migrantes puedan aumentar de manera importante la porción de sus remesas que destinan a las inversiones productivas; sin embargo, se puede esperar un incremento cuantitativo de estas inversiones si aumenta el número de quienes cambian de estatus laboral de asalariados a no asalariados, proceso que parece ser más dinámico.

Una parte de los negocios fundados por los ex migrantes emplea mano de obra. Un cuarto (24.8%) de los creados después de 1975 tiene trabajadores remunerados, el 39.3 por ciento de éstos emplea a una sola persona, el 82.7 por ciento ocupa a menos de cinco personas, el 13.5 por ciento emplea a entre cinco y nueve personas y el 3.7 por ciento tiene 10 empleados o más. El promedio es de 2.95 empleados para los patrones masculinos y de 1.59 entre los femeninos, o sea, un promedio de 2.82 trabajadores. En el conjunto de los negocios creados (juntos patrones y trabajadores por cuenta propia), el promedio de empleos remunerados por negocio es de 0.67.

Una parte de estos negocios (19.8%) tiene también trabajadores familiares sin remuneración (TFSR), principalmente cónyuges e hijos. Más de la mitad (58%) ocupa a una sola persona y el 25 por ciento tiene contratadas a dos personas. El promedio de empleados no remunerados en estos establecimientos es de 1.74, con un promedio de 0.34 entre todos los negocios creados.

Cada centenar de migrantes que se reinstalaron como no asalariados en México crearon directamente el mismo número de empleos: 101, repartidos entre 67 remunerados y 34 no remunerados (TFSR). Si tomamos en cuenta al conjunto de los ex migrantes, incluyendo a los que se reinstalaron como asalariados, cada grupo de 100 ex migrantes habrá creado localmente en promedio, en el conjunto de los periodos de regreso de los Estados Unidos, 31 empleos (10 empleos con el estatuto de trabajador familiar sin remuneración y 20 remunerados).

 

Conclusiones

Las remesas recibidas por los hogares urbanos de la región centro-occidental de México son recursos muy importantes para la reproducción de numerosas familias. Sin embargo, durante la década de los noventa parecen haberse intensificado las inversiones productivas realizadas gracias a estas remesas, que permitieron a una fracción importante de los asalariados reconvertirse en microempresarios al finalizar su ciclo migratorio en los Estados Unidos, para tratar de incrementar sus ingresos en sus lugares de origen en México. El tiempo pasado en los Estados Unidos y las capacidades laborales adquiridas en ese país son factores importantes en los cambios de estatus y en las inversiones. El monto promedio de estas inversiones puede parecer relativamente escaso, pero representa el equivalente de un año de transferencia monetaria para un migrante. A nivel agregado, se puede estimar que la fracción de las remesas que se invirtieron directamente en la creación de negocios se acerca al 6 por ciento del monto total de estas transferencias. Estas inversiones se concentran, sin duda de manera excesiva, en la rama del comercio. Los empleos directos creados (31 por cada 100 migrantes, de los cuales 20 son remunerados) por los migrantes con estas inversiones no son despreciables en el ámbito local, pero tratándose en su gran mayoría de empleos que se podría calificar como de tipo informal, con bajas remuneraciones y poca protección social, reproducen las condiciones que originan el aumento de los flujos migratorios hacia los Estados Unidos. Por otra parte, la reinstalación de los migrantes internacionales en sus lugares de origen, de la que se podía suponer que ponía un término a sus ciclos migratorios, no parece tener el carácter definitivo que se le prestaba, sobre todo para los migrantes que no lograron reconvertirse en microempresarios. Tal vez estamos presenciando —como lo sugiere la leve expansión reciente de los no asalariados entre la población que trabaja actualmente en el país vecino— el inicio de un cambio en las perspectivas laborales de los migrantes, que preferirían realizar inversiones productivas en los Estados Unidos y no en sus lugares de origen en México.

 

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Notas

1 Encuesta sobre la Reinserción de los Migrantes (EREM), realizada por el IRD (Francia) y el derineser de la Universidad de Guadalajara (México) en las ciudades de Ameca (34 700 habitantes) y Tepatitlán (74 300), en Jalisco; Acámbaro (55 500) y Silao (61 700), en Guanajuato, y Tlaltenango (14 100) y Jerez (37 600) en Zacatecas.

2 Se encuestaron más hogares, pero alrededor del 3.5 por ciento de los cuestionarios fueron desechados por contener información inconsistente, muy incompleta o con serias dudas en cuanto a la veracidad de los datos que proveían los encuestadores.

3 En realidad, una reinstalación en el lugar de origen nunca puede ser considerada como definitiva, pues puede ocurrir ulteriormente una nueva migración, en función de condiciones locales, nacionales o internacionales no previsibles.

4 El programa de regularización de los trabajadores indocumentados (IRCA), implementado en Estados Unidos en 1986, y la demanda creciente de mano de obra de la economía norteamericana contribuyeron igualmente al crecimiento de esta emigración.

 

Información sobre el autor

Jean Papail es investigador en el Institut de Recherche pour le Développement (IRD, antes ORSTOM). Es demógrafo y ha hecho investigación sobre la migración entre México y Estados Unidos por varios años en el DER-INESER-CUCEA de la Universidad de Guadalajara. En colaboración con Jesus Arroyo Alejandre, publicó L'Emigration mexicaine vers les Etats-Unis —París, L'Harmattan (Collection Population), 1999—. Dirección electronica: jeanc@cucea.udg.mx.

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