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Migraciones internacionales

versão On-line ISSN 2594-0279versão impressa ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.1 no.2 Tijuana Jan./Jun. 2002

 

Artículos

 

De Paraíso a Carolina del Norte. Redes de apoyo y percepciones de la migración a Estados Unidos de mujeres tabasqueñas despulpadoras de jaiba

 

Laura Vidal Fernández, Esperanza Tuñón Pablos, Martha Rojas Wiesner y Ramfis Ayús Reyes

 

El Colegio de la Frontera Sur.

 

Resumen

Este artículo examina la experiencia migratoria y laboral de un grupo de mujeres tabasqueñas que, de forma documentada y temporal, migra por un periodo de siete meses al año hacia Carolina del Norte, en Estados Unidos, para trabajar en empresas despulpadoras de jaiba. Se utilizan métodos cuantitativos y cualitativos (encuesta, entrevistas, observación participante y revisión documental) para describir y analizar las estrategias de negociación y las redes de apoyo que las mujeres establecen al interior de sus grupos domésticos para poder migrar, así como los costos y beneficios de su experiencia como migrantes internacionales. En este proceso, resultan fundamentales las redes sociales para conseguir empleo y para atender las necesidades cotidianas de la familia que se queda en Tabasco durante el tiempo de su ausencia. Sin embargo, estas redes sociales no facilitan su integración en Estados Unidos. Esta migración temporal proporciona a las mujeres un ingreso económico a la vez que amplía su visión de la vida y de sus capacidades y potencialidades, creando las condiciones para que desarrollen cierta autonomía, y tiendan a alterar relativamente las normas de poder genérico al interior de los grupos domésticos.

Palabras clave: migración internacional, mujeres, relaciones de Tabasco, North Carolina.

 

Abstract

This article examines the migratory and work experience of a group of Tabascan migrant women, who work—seasonally and legally—in North Carolina crab processing factories for seven months of the year. The article uses both qualitative and quantitative methods (survey, interviews, participant observation, and document review) to describe and analyze the negotiation strategies and support networks that the women use within their domestic groups in order to migrate, and the costs and benefits of their experience as international migrants. In this process, social networks are fundamental obtaining employment and meeting the daily needs of the family that remains behind in Tabasco. Nevertheless, these networks do not facilitate the integration of these women into the United States. Seasonal migration provides them with income while it broadens their view of the world and of their own abilities and potential. This creates the conditions for them to develop some autonomy and to lean toward a relative alteration in the rules of gender power within the family.

Keywords: international migration, women, gender relations, Tabasco, North Carolina.

 

Introducción

El presente texto se basa en un estudio sobre la migración documentada y temporal de mujeres tabasqueñas que laboran en Estados Unidos por un periodo de siete u ocho meses al año en empresas despulpadoras de jaiba, en Carolina del Norte. El análisis tiene como eje principal conocer las condiciones que requieren las mujeres para migrar y si estas condiciones son mediadas por redes de apoyo doméstico; cómo se tejen éstas en sus comunidades de origen y cómo intervienen en la evaluación y decisión para viajar la siguiente temporada. Para esto se construye un perfil sociodemográfico de las migrantes y se hace énfasis en indagar acerca de las causas y motivos de la migración, así como sobre la toma de decisiones, las estrategias de negociación (para migrar y formar redes de apoyo) y las percepciones negativas y positivas de la migración.

El tema cobra relevancia ante las escasas referencias sobre la migración internacional documentada de mujeres mexicanas hacia Estados Unidos. La migración femenina tabasqueña es significativa dado el carácter laboral (sector pesquero), documentado y temporal de dicho proceso. Además, porque se trata de una corriente migratoria que dio inicio en 1989 con un grupo de 24 mujeres, las cuales se constituyeron en pioneras de un flujo migratorio que ha venido creciendo y en el que actualmente participan alrededor de 400 mujeres de los municipios de Jalpa de Méndez y Paraíso, Tabasco. Esta experiencia migratoria y laboral que reclama documentación, pareciera estar generando una serie de procesos, a saber, el mejoramiento de los niveles de bienestar de las familias y las comunidades de origen de estas mujeres, la potenciación de los rasgos de empoderamiento en ellas y la generación de cambios en las relaciones de género en el interior de los grupos domésticos.

Sobre estos cambios, Menjívar (1999) señala que la transformación de las relaciones entre hombres y mujeres por el hecho de que las mujeres migren, trabajen y tengan acceso a un ingreso, no transcurre como un proceso mecánico ni sencillo. Más bien, transforma las relaciones entre las propias mujeres, pues son ellas las que mayormente participan en las redes de apoyo. Sin embargo, observa que el trabajo del migrante (visto como proceso social), con el tiempo podría llevar a transformaciones más visibles en las interacciones genéricas.

A partir del tipo de migración de este grupo de mujeres tabasqueñas, cuyas motivaciones no están asociadas a la búsqueda de un trabajo incierto o a la reunificación familiar, se reconoce que la posibilidad de su participación en el proceso del trabajo está mediada fundamentalmente por las relaciones de poder establecidas en el interior de su grupo doméstico y por las obligaciones construidas socialmente para ellas. De este modo, su disyuntiva entre migrar o no, se da en función de la posibilidad de garantizar a los demás miembros del grupo doméstico el cumplimiento satisfactorio de las actividades que socialmente se les ha asignado como madres-esposas-hijas-hermanas y que, básicamente, consiste en dejar asegurado el cuidado del hogar y de los hijos durante su ausencia. Esto implica contar con algún tipo de apoyo y valorar si contarán con éste para decidir si migran o no en ocasiones posteriores.

El estudio se llevó a cabo en el ejido Chiltepec, del municipio de Paraíso, Tabasco. El trabajo de campo se realizó entre los meses de febrero y junio de 2000, temporada que coincide con el inicio de la migración de las mujeres de esta comunidad hacia Carolina del Norte. El análisis siguió una estrategia metodológica que combinó los enfoques cuantitativo y cualitativo en ciencias sociales, para lo cual se recurrió a una encuesta y a entrevistas personales y grupales, así como a la observación participante y ala revisión documental.

El texto consta de cinco partes. En la primera se realiza una revisión bibliográfica sobre el tema de la participación de las mujeres en la migración de México a Estados Unidos, el papel de los grupos domésticos en la construcción de las estrategias familiares y de conformación de las redes de apoyo que permiten la migración, así como de los conceptos básicos que permiten analizar el proceso desde una perspectiva de género. En la segunda se expone la metodología y se comentan las actividades que se realizaron durante el trabajo de campo. En la tercera se expone un panorama del municipio y el ejido donde se realizó el estudio. En la cuarta se exponen los resultados obtenidos en la investigación. Y por último, se presentan las conclusiones del estudio y la bibliografía consultada.

 

Antecedentes

La migración femenina a Estados Unidos

La mayoría de los estudios sobre el tema de la migración mexicana a Estados Unidos hace referencia a la migración masculina indocumentada. En cambio, son escasos los que consideran la participación de las mujeres y su papel como migrantes, así como sus características socioeconómicas y demográficas.

Autoras como Guidi (1988), (1990) y Woo (1997) señalan que si bien los trabajos pioneros sobre migración visualizaron como objeto privilegiado de estudio a una población masculina proveniente de zonas rurales que se empleaba en Estados Unidos en la construcción de carreteras, en el tendido de vías ferroviarias y en los campos agrícolas, poco a poco dicho énfasis cambió y empezó a cobrar fuerza el papel de las mujeres en la migración internacional.

Los primeros estudios (Woo, 1977; Guidi, 1988) que atendieron este aspecto mostraron la importancia de "las mujeres que se quedan" en el lugar de origen, las cuales creaban las condiciones propicias para la migración masculina, pues en ausencia de los varones y en espera de las remesas de dinero que ellos enviaban, construían estrategias que les permitían hacerse cargo de la producción y reproducción de los grupos domésticos.

Estudios posteriores (Guidi, 1988; Arias, 1990; Woo, 1997) analizaron el peso de la migración femenina en la restructuración de los roles en el hogar y la comunidad. Destacaron la sobrecarga de tareas y responsabilidades para las mujeres cuando ellas debían asumir la conducción de los grupos domésticos, realizando jornadas agrícolas normalmente atribuidas a los hombres e, incluso, incursionando en nuevas actividades como la cría de animales de traspatio, el tejido, la costura y el bordado (tanto de ropa para la casa como de prendas de vestir), así como el ensamblado o la maquila a domicilio, lo cual les permitía generar ingresos adicionales para la manutención del grupo doméstico en ausencia de los varones (Guidi, 1988; Arias, 1990).

La literatura consultada -la cual no ofrece datos precisos sobre la muestra con la cual trabajaron pues se apoya a su vez en diversos estudios- reporta que durante la década de los setenta se presentaron cambios importantes en el flujo y composición de la migración mexicana a Estados Unidos y que, junto con el aumento global de la población migrante, se identificaron flujos de migración femenina como "acompañantes de los esposos" o en aras de la "reunificación familiar" (Guidi, 1988; Conapo, 1997; Poggio y Woo, 2000). Ariza (2000) señala que la mayoría de estos estudios ubicaron a las mujeres fundamentalmente como esposas, hijas o madres de los varones migrantes. Pero no todos los estudios reconocieron el mismo carácter para las mujeres ni destacaron su labor productiva en la pizca de variados productos agrícolas, como fresa, cereza y tomate, entre otros.

En el mismo periodo se registró una mayor diversificación ocupacional y sectorial de los migrantes y una tendencia a prolongar su estancia en Estados Unidos y/o a cambiar su residencia permanente (Conapo, 1997; Lozano, 1998). Se comenzó a documentar la participación laboral de algunas familias mexicanas que, como parte de sus estrategias, movilizaron a todos sus miembros para trabajar temporalmente en las grandes plantaciones agrícolas de California (Arias, 1990).

Durante los años ochenta se percibieron en los patrones migratorios cambios, derivados del aumento en el volumen de mujeres migrantes y de la creciente participación de una población masculina migrante con un perfil más urbano, con mejores niveles educativos, y procedente de regiones de origen distintas a las que hasta ese momento se consideraban tradicionalmente expulsoras de población (Bustamante, 1988; Cornelius, 1990).

En este mismo periodo, los estudios particulares sobre migración femenina mostraron los cambios vividos por las mujeres y evidenciaron la necesidad de visibilizar su presencia, así como analizar las características de su participación en una corriente migratoria que registraba aumentos y en la que se identificaron al menos dos tipos de mujeres migrantes: aquellas que perseguían el propósito de incorporarse al mercado laboral y aquellas que buscaban reunirse con sus esposos y/o familiares. Estos dos grandes tipos de mujeres migrantes no son excluyentes. En muchos casos se daban ambas clases de intenciones (Galarza, 1964; Dagodag, 1975; Cardoso, 1980; Zazueta, 1982; Bean y Sullivan, 1984; Curry, 1988; Guidi, 1988; García y Griego, 1990; Massey etal., 1991; Woo, 1995; Lattes, Santibáñez y Castillo, 1998; Lozano, 1998).

En la última década del siglo XX, la literatura sobre migración femenina destaca la diversidad de mujeres que participan en dicho proceso. Registra un cambio en el perfil de las mujeres migrantes,1 que se refleja en la composición por edad y por sexo de dicha población. En el primer caso, entre 1978 y 1992, se observa un descenso en la participación del grupo de mujeres menores de 24 años de edad, al pasar de 56 por ciento a 45 por ciento, mientras que se evidencia un notable incremento en la proporción de mujeres de 25 a 29 años de edad, cuya participación pasa de 12 por ciento a 30 por ciento en dicho periodo. En cuanto a la composición por sexo, destaca la participación de las mujeres casadas en detrimento de la presencia de mujeres solteras, pues en el caso de las primeras se pasa de 24 por ciento a 46 por ciento, y en el de las segundas de 42 por ciento y 25 por ciento, entre los años mencionados (Lozano, 1998).

Este cambio en el perfil de las mujeres migrantes también se hace evidente en el ámbito laboral, debido a la mayor diversificación ocupacional en Estados Unidos. Así, no sólo las mujeres trabajan en el servicio doméstico, en actividades agrícolas y en la industria maquiladora, sino que también lo hacen en espacios técnicos y profesionales como hospitales, oficinas y centros de entretenimiento infantil (Arias, 1990; Lozano, 1998).

Esta inserción laboral parece condicionada por la presencia de redes sociales en el país vecino que, como dicen Papail y Sotelo (1996), constituyen factores de atracción, motivación y facilitación de la integración de los migrantes al país de destino, y contribuyen tanto a trasladar el espacio familiar al nuevo contexto como a transformar movimientos migratorios eventuales en permanentes (Hondagneu-Sotelo, 1994; Delauney, 1995; Schoeni, 1998).

Aun cuando el caso que nos ocupa se localiza como un flujo más bien regional, éste adquiere una dimensión distinta si se le contrasta con el carácter global de la migración. Ésta responde a interacciones sociales que dan cuenta de la relación entre oferta y demanda de los recursos laborales entre dos o más países, lo cual sin duda involucra a los grupos domésticos y evidencia la necesidad de buscar satisfacer las necesidades de éstos (Ruiz y Tiano, 1987; Massey et al., 1991; Castles y Miller, 1993; Bustamante, 1994; Peña-López, 1995). De aquí que diversos autores mencionen la movilidad y actividad de las mujeres como parte de las estrategias de los grupos domésticos para la asignación de la fuerza de trabajo y la obtención de recursos (Canales, 1994), y que señalen las características particulares de ellas frente a las de los varones. Entre estas características cabe mencionar la etapa en la trayectoria de vida, la posición en el hogar, el estado civil, la presencia de hijos y/o pareja y la estructura de los grupos domésticos (Chiswick, 1982; Safa, 1987; Lim, 1988 y 1993; Recchini de Lattes, 1989; Szasz, 1993 y 1995).

Cabe señalar también que las mujeres -ya sea que migren o no-, juegan un papel fundamental en la implementación de las estrategias familiares de reproducción social, al desempeñarse como jefas de familia (por ausencia del esposo), administradoras del patrimonio familiar y/o generadoras de ingresos (Mummert, 1988).

Asimismo, resulta importante señalar que si bien la condición particular de las mujeres en la sociedad puede contribuir a explicar las causas, motivaciones, características y consecuencias de sus movimientos migratorios, estos mismos factores pueden posibilitar un posicionamiento de la autonomía y el empoderamiento femenino, debido a la movilidad espacial y a la actividad económica que propician (Hugo, 1991; Findley y Williams, 1991; Jones, 1991; Castles y Miller, 1993).

Si bien este último proceso no es inmediato ni automático, diversas autoras señalan que la migración contribuye de manera definitiva a incrementar la participación femenina en las decisiones domésticas y a mejorar su posición relativa en las relaciones de poder dentro y fuera de la familia (Mummert, 1992; Lim, 1993; Hondagneu-Sotelo, 1994). De tal suerte que la migración femenina responde a demandas de carácter macroestructural (Kosoudji y Ranney, 1984; Cornelius, 1990; Canales, 1994; Delauney, 1995; Lattes, Santibáñez y Castillo, 1998), reflejando estrategias de corte familiar y puede mostrar deseos y resistencias de las propias mujeres para alterar su condición genérica (Szasz, 1999).

 

Grupos domésticos, estrategias de negociación, redes de apoyo y percepciones negativas y positivas de la migración

Aquí empleamos algunos conceptos básicos para el análisis, a saber: grupos domésticos, estrategias de negociación, redes de apoyo, así como percepciones negativas y positivas de la migración femenina.

Para los fines analíticos arrojados por nuestros datos, empleamos la noción de grupos domésticos y no de unidad doméstica o familia. Dicha noción responde con mayor grado de exactitud a la descripción de las condiciones de las mujeres del estudio. De Oliveira y Salles (1989) establecen que el concepto de unidad doméstica representa una organización estructurada que parte de redes de relaciones sociales establecidas entre individuos, unidos o no por lazos de parentesco, los cuales comparten una residencia y organizan en común la reproducción diaria. Familia, a su vez, remite a una institución constituida a partir de relaciones de parentesco que se encuentra normada por pautas y prácticas sociales preestablecidas. La institución familiar, como espacio de interacción, rebasa en este sentido la unidad residencial pero, como ámbito privilegiado de la reproducción biológica y socialización primaria de los individuos, puede implicar la coresidencia.

Los grupos domésticos, en cambio, comparten las características generales de las unidades domésticas, en términos de articular las actividades de producción y de consumo y de hacer depender éstas del trabajo familiar, pero no se circunscriben a la condición de habitar una misma residencia. Con las familias, los grupos domésticos comparten el involucramiento de aspectos materiales, afectivos y simbólicos que pueden llegar a generar conflictos y solidaridades con el efecto de distintos grados de cohesión interna, pero no se limitan a establecer estas relaciones con personas que comparten lazos de parentesco.

Por lo que toca a la definición de las estrategias de los grupos domésticos, entendemos éstas como todas aquellas actividades que dichos grupos realizan para asegurar su reproducción social (González de la Rocha, Escobar y de la O, 1990). Ello implica el despliegue de técnicas de organización y de operaciones que permiten resolver las necesidades inmediatas del grupo doméstico, las cuales están referidas al ingreso económico, la decisión de vender la fuerza de trabajo femenina, la negociación del apoyo de familiares o de otras personas que posibiliten el trabajo fuera de sus casas y la migración a Estados Unidos.

Respecto al concepto redes de apoyo, éste se aplica a los contactos establecidos inter o intra grupos domésticos que, basados en la existencia de relaciones extensas de parentesco y amistad y en vínculos de intercambio y normas de reciprocidad, constituyen recursos fundamentales para satisfacer las necesidades de los grupos domésticos (De Oliveira y Salles, 1989). Lomnitz (1994) define a la red como un campo social constituido por relaciones entre personas donde la extensión es ilimitada y sobre la base de la cual se llega a conformar un complejo sistema social: el de la organización en redes. Esta organización social cuenta, como soporte económico, con el intercambio entre sus miembros, y es reforzada, a su vez, por ciertas instituciones tales como el "compadrazgo". Según Lomnitz (1994), la red se desintegra cuando cesa el intercambio que le da sentido y puede adquirir tres formas: de reciprocidad, de redistribución y de bienes y servicios.

Para este estudio en particular, las redes de apoyo se integran y adquieren forma en la comunidad de origen de las migrantes y se caracterizan por una fuerte carga de relaciones parentales, lo cual constituye un condicionante y al mismo tiempo un elemento que facilita la migración de las mujeres. Cabe señalar que tanto la constitución de las redes como su funcionamiento efectivo, mientras transcurre la migración, no se encuentra exenta de conflictos. Cualquier tipo de red social (aun las de reciprocidad, las más dependientes de procesos solidarios y mutualidades) está atravesada por relaciones de poder. En nuestro estudio, la decisión por algunas mujeres de no volver a experimentar la migración estuvo determinada por la ruptura de la red, o su escasa efectividad, como resultado de las tensiones internas a las que la red tuvo que enfrentarse. Por supuesto, todo ello es más complejo que lo que en este breve párrafo podemos dar cuenta, en el fondo la cuestión se reduce a la complejidad inherente a las relaciones humanas (y ello incluye por supuesto las interacciones de género) como parte de la vida de los endogrupos domésticos.

En cuanto a la noción de percepciones (negativas y positivas), quisimos comprender con el término aquellas opiniones que permitieron a sus protagonistas tanto explicar la experiencia migratoria como evaluarla y justificarla. Las percepciones constituyen guías para la acción, porque no se pueden explicar como creaciones individuales; son siempre construcciones colectivas, diseminadas y recreadas por la vivencia y los testimonios personales. Por ello es que permiten configurar entre las mujeres migrantes y las que aún no lo han hecho, representaciones en torno a la experiencia migratoria, a sus implicaciones colectivas y personales. Somos conscientes que hemos reducido la cuestión de las percepciones a sus extremos, pero ello sólo con el afán de mostrar el perfil de la experiencia en términos contrastantes.

Por percepciones negativas se entendió el "precio" que pagan, de manera física o psicológica, las mujeres migrantes y las personas relacionadas con ellas. Por su parte, las percepciones positivas comprenden todos aquellos bienes o satisfacciones personales, culturales y psicológicas que se obtienen en el proceso. Al respecto, Levine (1996) señala que la migración tiene sus costos (percepciones negativas) y que el más importante es el "costo espiritual" en la búsqueda de beneficios económicos. Las percepciones negativas se pueden presentar tanto en las comunidades de origen como de destino de las mujeres migrantes. Éstos pueden ser de diversa índole: angustia, depresión, infidelidad, incremento del alcoholismo y de la violencia en el interior del grupo doméstico, falta de atención a los hijos y/o maltrato, desintegración del grupo, cansancio, enfermedad, inseguridad laboral para las migrantes y conflictos entre compañeras de trabajo.

Por su parte, las percepciones positivas pueden expresarse en términos de logros económicos, bienestar emocional, ahorro, seguridad personal, apoyo en el cuidado de los hijos y en el desempeño de los quehaceres del hogar, entre otros.

 

Metodología

Decidimos combinar estrategias cuantitativas y cualitativas y diseñar técnicas de construcción de datos distintas, según los propósitos de la investigación. Coincidimos con Aubel (1994) y Rodríguez et al. (1996), en que lo ideal es una complementación de ambas estrategias para poder articular tareas diversas del trabajo de campo y dimensiones de análisis que exigen tratamientos diferenciados.

El trabajo de campo se realizó en tres etapas. En una primera etapa se recurrió a la observación participante y a preguntas exploratorias a informantes claves, lo cual llevó al diseño de una encuesta con 106 preguntas, que se aplicó entre los meses de febrero y marzo de 2000 a 108 mujeres del ejido Chiltepec. Las mujeres se identificaron mediante la técnica de "bola de nieve", pero el principal criterio para su selección fue que hasta ese momento hubieran migrado al menos una vez en su vida a Carolina del Norte. La información cuantitativa permitió trazar el perfil sociodemográfico de las migrantes y el de sus grupos domésticos.

En una segunda etapa se realizaron tres entrevistas grupales entre febrero y abril de 2000, con 11 participantes en total. Las entrevistadas respondieron a dos criterios de selección básicos: tener o no pareja y tener o no hijos/as. Estos criterios buscaron identificar si la presencia o ausencia de pareja y/o hijos/as influía en los procesos de toma de decisión de las mujeres al migrar y si ello condicionaba (y de qué manera) las estrategias de negociación en la conformación del tipo de redes de apoyo que establecían las mujeres para poder migrar. La entrevista grupal se eligió debido a que el tiempo de su realización es significativamente menor al necesario para desarrollar entrevistas a profundidad y, además, porque realizamos el trabajo de campo cuando las mujeres ya planeaban su viaje a Carolina del Norte.

En la tercera y última etapa del trabajo de campo se realizaron 12 entrevistas semiestandarizadas con diversos integrantes de los grupos domésticos, identificados por las mujeres como actores importantes de sus redes de apoyo: padres o madres, esposos, hijos o hijas y suegros o suegras. Estas entrevistas también fueron grabadas, transcritas y codificadas para su análisis.

 

El contexto: Paraíso y Chiltepec

El municipio de Paraíso cuenta con 58 mil 403 habitantes de una población total en el estado de 1 889 367 habitantes (INEGI, 2001). Junto con Centla y Cárdenas, es uno de los tres municipios costeros del estado. Las principales actividades productivas son las pesqueras, seguidas de las agrícolas y en menor medida la ganadería.

Paraíso ha sido uno de los municipios de la entidad afectado severamente por las actividades de Petróleos Mexicanos (Pemex). Desde 1973, en el estado de Tabasco se intensificaron trabajos de exploración, extracción, transporte y transformación de hidrocarburos con escasa planeación racional (Moguel, 1994). Las constantes fugas y desechos de hidrocarburos afectaron recursos lagunares y con ello importantes prácticas de producción local, verificado en una merma de especies, contaminación de cuerpos de agua y degradación y desuso de las artes y equipos de pesca tradicionales. Todo ello inhibió considerablemente las fuentes de ingresos de los lugareños.

El municipio objeto de nuestro interés se organiza en 43 comunidades dentro de las cuales se encuentra el ejido Chiltepec, donde realizamos el presente estudio. Este ejido se ubica a 15 kilómetros de la cabecera municipal y es la sexta localidad más poblada, al contar con 1 mil 797 habitantes, de los cuales 917 son hombres y 880 son mujeres (INEGI, 1995).

De las 321 viviendas con que cuenta el ejido, poco más de la mitad tiene agua entubada (51%) y una proporción más o menos similar cuenta con drenaje (57%). La gran mayoría cuenta con luz eléctrica (91%). El material predominante de las paredes es el concreto y los techos de teja de asbesto, aunque algunas están construidas con materiales rústicos disponibles en la zona: techos y paredes de hojas de guano y varas de coco. La mayoría de estas viviendas cuenta con fosas sépticas. Para cocinar se usa principalmente el fogón y leña de mangle, combinado con estufa de gas. El ejido cuenta también con servicios de agua potable, transporte público, carretera pavimentada, centro de salud y escuelas de preescolar y primaria.

La principal ocupación de los pobladores varones de Chiltepec es la pesca, actividad de la que logran obtener en promedio 200 pesos (20 dólares) semanales. Entre las ocupaciones de las mujeres, además de las domésticas y reproductivas, se encuentra la cría de animales de traspatio, el cuidado de los huertos familiares y el colaborar en la preparación de los mariscos para su venta: desconche de ostión, despulpado de jaiba, fileteado de cintilla, descabezado o pelado de camarón, entre otras actividades.

A pesar de esta participación económica, las mujeres son usualmente consideradas en la comunidad -y por sí mismas- sólo como amas de casa y, en consecuencia, no perciben salario alguno por su trabajo. Sin embargo, algunas mujeres, cuando no es temporada de migrar a Carolina del Norte, también se emplean en la empresa despulpadora de jaiba del poblado de Chiltepec, son comerciantes y/o trabajan por cuenta propia en labores de costura.

 

Resultados

Condiciones de migración y trabajo de mujeres despulpadoras de jaiba

En 1986 se instala en el ejido Chiltepec una empresa despulpadora de jaiba de capital estadunidense. La empresa Boca de México, a partir de 1989, se convirtió en la única empresa que vinculaba la fuerza laboral local con la de sus homologas en Estados Unidos, regulando la contratación de mujeres de la región para trabajar2 en cinco empresas (al inicio sólo fueron dos) ubicadas en Carolina del Norte: Fair Field, Mattamuskette, Elizabeth City, Oriental y Windsor.

La temporada de migración hacia Carolina del Norte inicia en abril y el ritmo de la contratación depende de los requerimientos de las empresas, dando como resultado que mientras algunas mujeres sólo trabajan por tres meses, otras laboran hasta siete u ocho meses cada año. Las pioneras3 de este proceso fueron 24 mujeres de Paraíso y Jalpa de Méndez.

Los criterios del grupo de empresas estadunidenses para el reclutamiento de las mujeres comprende: a) su habilidad en el trabajo (deben despulpar al menos 24 libras diarias); b) contar con los requisitos legales (acta de nacimiento, pasaporte y visa); c) poder costear gastos del pasaje redondo y estancia en Estados Unidos; d) contar con la recomendación de alguna otra despulpadora reconocida por las empresas, y e) el compromiso de "portarse bien"4 y ser incluidas en las listas de contratación que elaboran las propias empresas.

Los costos de visado y pasajes son generalmente ofrecidos en calidad de préstamo por la empresa despulpadora local. Éstos son descontados del pago semanal que reciben las mujeres en Carolina del Norte. Con lo que resta del cheque ellas pagan gastos de estancia, como alimentación, hospedaje y uniforme y, dado el caso, medicamentos, además, ahorran y/o envían remesas a México.

Actualmente, en este proceso de selección intervienen varias mujeres del mismo ejido quienes son las responsables de seleccionar y tramitar el empleo y viaje de los grupos de mujeres despulpadoras. Este tipo de contratación desde las comunidades de origen permite a las mujeres del ejido tramitar su visa tipo H2B, que corresponde a trabajadores temporales no calificados. Esta situación, aunada al hecho de que la "enganchadora" (persona encargada de contratar a las mujeres para laborar en Carolina del Norte) sea conocida y viva en la misma comunidad, otorga seguridad a las mujeres migrantes y a sus familias.

Si bien en Carolina del Norte las mujeres procesan el mismo producto que en Chiltepec, el trabajo resulta distinto debido tanto al tipo y talla de la jaiba, así como fundamentalmente al monto de los ingresos recibidos. Si en la empresa despulpadora de Chiltepec el pago promedio semanal es de 400 pesos (40 dólares), en las empresas de Carolina del Norte éste es de 500 dólares, pues el pago es a destajo y a razón de 1.80 dólares (17 pesos) la libra. Cabe señalar que las mujeres no cuentan con prestaciones sociales de ningún tipo. Cuando realizan el despulpado, las mujeres señalan que la jaiba de Carolina del Norte es más grande y también más dura, lo que hace que se lastimen más las manos. La pulpa de la jaiba se separa en cinco variedades/ jumbo, backfln, special, mano y finger, y las mujeres tienden a especializarse en trabajar una de ellas. Las jornadas de trabajo suelen ser extenuantes, aunque las condiciones varían dependiendo de la habilidad desarrollada y de la empresa que las contrate:

No en todas las empacadoras se trabaja lo mismo ni las mismas horas: yo estuve en Fair Field y ahí trabajábamos 12 horas, de 4 a 4 de la tarde, y ahora que estoy en Elizabeth [City] ahí nada más se trabaja 8 horas. (Araceli, 38 años, casada).

En Estados Unidos, por lo general, las trabajadoras viven en grupos de 10 mujeres en casas preconstruidas o en traliers propiedad de las empresas. Las mujeres destinan cerca de 100 dólares (1 000 pesos) semanales para su manutención en Carolina del Norte. Esto les permite contar con un monto de dinero que pueden traer a su regreso a México, o enviar por remesas, que oscilan entre 10 mil (1 000 dólares) y 80 mil pesos (8 mil dólares) por temporada, lo que sin duda resulta altamente atractivo y ofrece razones del creciente flujo migratorio. Lo que explica la variación entre el monto de las remesas es fundamentalmente tres razones, en orden de importancia: I) la pericia y experiencia en el despulpado (recuérdese que el pago es a destajo); II) el esfuerzo físico que varía de una a otra, ya sea por la edad o por la propia experiencia y III) por el nivel de ahorro, algunas se abstienen de gastar allá, no compran nada y guardan por ello más dinero.

 

Perfil de las mujeres migrantes y de sus grupos domésticos

Debido a la importancia del estado civil de las mujeres en la organización del grupo doméstico y en la toma de decisiones para migrar a Carolina del Norte, los datos de esta sección se han estructurado según tres dimensiones analíticas definidas por la condición de pareja5 de las 108 mujeres del ejido Chiltepec a las cuales se le aplicó la encuesta: solteras (las que no tienen ni han tenido pareja), mujeres con pareja (unidas y casadas) y mujeres sin pareja (separadas, viudas, divorciadas).

De acuerdo con algunos de los resultados más generales de la encuesta, las mujeres de Chiltepec que alguna vez han migrado a Carolina del Norte, en su gran mayoría son jóvenes. La edad promedio se ubica en los 31 años, siendo la edad mínima registrada de 19 años y la máxima de 50 años. En coincidencia con otros estudios,6 destaca que un poco más de la mitad (52%) de estas mujeres son menores de 30 años. Según el lugar de nacimiento, casi tres cuartas partes (71.3%) de las mujeres son originarias del mismo ejido y las demás de otras comunidades de los municipios de Paraíso y Jalpa de Méndez.

Considerando su estado civil y, estrictamente, su condición de pareja al momento de la investigación, se observó que 62 por ciento del total de mujeres se reportó con pareja,7 25 por ciento como solteras y 13 por ciento sin pareja. Cabe destacar que la mayor parte de las mujeres del primer grupo (83%) tiene una relación de convivencia con su pareja de 7 años y más, siendo el periodo máximo de convivencia de 35 años. El restante 17 por ciento de las mujeres tiene una convivencia menor a los 7 años.

En cuanto a la escolaridad, la mayor parte de las mujeres tuvo acceso a la escuela, de modo que alrededor del 70 por ciento de ellas cuenta con algún grado de primaria. Entre las casadas se presentan algunos casos de mujeres sin estudios, mientras que las solteras tienen un nivel de escolaridad más alto.

En cuanto a la composición y características del grupo familiar, la mayor proporción (59.3%) de las mujeres pertenece a familias nucleares.8 En particular destaca que la mayor parte de las mujeres con pareja (67.2%) y de las solteras (55.6%) pertenecen a este tipo de arreglo familiar. Mientras que las mujeres sin pareja pertenecen mayoritariamente (71.4%) a familias extensas.

Atendiendo a su fecundidad, alrededor de tres cuartas partes (74.1%) del total de las mujeres de la encuesta, manifestó tener al menos un hijo, en contraste con una cuarta parte de las mujeres que manifestó no tener. Básicamente, este último grupo está constituido por mujeres solteras, quienes representan el 93 por ciento de las mujeres sin hijos. De acuerdo con su condición de pareja, todas las mujeres sin pareja tienen hijos (100%), seguidas de las mujeres con pareja (97%) y de las mujeres solteras (3.7%).

Es importante señalar que el número promedio de hijos de todas las mujeres que reportaron tenerlos es de 3, siendo 1 el menor número de hijos registrado y 10 el máximo. Sin excepción, todas las mujeres que tienen hijos/as, viven al menos con uno de ellos o de ellas en la misma casa. De hecho la mayor parte de las mujeres (74%) única y exclusivamente tienen hijos que conviven con ellas, mientras que el restante 26 por ciento tiene algunos hijos que conviven y otros que ya no conviven con ellas. En cuanto a la edad promedio de los hijos e hijas, según la convivencia en el grupo doméstico, destaca que los hijos e hijas que aún permanecen en la casa tienen en promedio 11 años, mientras que quienes ya no viven en el hogar tienen en promedio 23 años de edad.

Es necesario enfatizar que para algunas mujeres, esta condición de convivencia con los hijos fue un factor que influyó en la toma de decisiones para migrar, de ahí que sea pertinente tomar en consideración la etapa del ciclo de vida por el que atraviesa el grupo familiar y en cuya definición intervienen variables como el momento de constitución de la pareja, del nacimiento y edad de los hijos y de la separación de los hijos del hogar.9

Las edades de los hijos de las mujeres encuestadas varían en un amplio rango. Hay mujeres con niños menores de un año, hasta mujeres con hijos mayores de 30 años. Lo cual indica una diferenciación de los grupos domésticos, según la etapa del ciclo vital en que se encuentran. En particular, las mujeres con pareja pertenecen a familias que se ubican en etapas de expansión o que se encuentran en proceso de dispersión o fisión. Por su parte, las mujeres sin pareja conforman grupos domésticos ampliados en etapa de expansión y, finalmente, las mujeres solteras integran familias que se encuentran en el inicio de la etapa de dispersión.

Si se atiende a la condición de pareja de las mujeres encuestadas y a la edad de sus hijos, se observa que sólo hay una mujer soltera que tiene un hijo en el rango de edades 0 a 7 años. De este modo, son las mujeres con pareja y las mujeres sin pareja las que tienen hijos e hijas en todos los 4 rangos de edades establecidos a partir de los datos de la encuesta, esto es, de 0 a 7 años, de 8 a 13 años, de 14 a 19 años y de 20 años y más. Siguiendo el orden de estos intervalos de edad, destaca que 9.2 por ciento de las mujeres con pareja tiene hijos en el primer grupo de edades, 49.2 por ciento en el segundo, 47.7 por ciento en el tercero y 33.8 por ciento en el último rango de edades. En el mismo sentido, 14.3 por ciento, 35.7 por ciento, 28.6 por ciento y 35.7 por ciento de las mujeres sin pareja tienen hijos, respectivamente, en los citados rangos de edades.

En relación con el apoyo que pueden recibir las mujeres en función de las características arriba mostradas, es necesario mencionar que las mujeres con pareja, además de representar la mayoría de migrantes de nuestro estudio, son también las que tienen más hijos e hijas y que, en consecuencia, se ven precisadas a mayores esfuerzos de negociación en el interior de los grupos domésticos en aras de hacer compatibles las necesidades de migrar y las de cumplir con las obligaciones sociales de la maternidad.

En estos casos, las mujeres cuentan con apoyo diferenciado de sus grupos domésticos para el cuidado de la casa y de los hijos o hermanos. Las solteras señalan que sus madres realizan en su totalidad estas actividades. En cuanto a las casadas, 15 por ciento reporta apoyo de los esposos, 21 por ciento de las madres, 28 por ciento de los esposos y madres y 27 por ciento de los esposos e hijas. Por su parte, las separadas declaran que dicho apoyo es proporcionado por sus madres (46%) y por sus hijas e hijos (43%). Consideramos que esta experiencia de colaboración genera condiciones para que las mujeres puedan negociar y lograr un apoyo más duradero que les posibilite no sólo tomar la decisión sino migrar.

Las mujeres han viajado entre una y siete temporadas. Las mujeres con pareja y con hijos son las que en más ocasiones han tenido la experiencia de migrar, mientras que las mujeres sin pareja y solteras no han repetido la experiencia en más de dos ocasiones.

 

Causas, motivaciones, estrategias de negociación y redes de apoyo

En los discursos de las mujeres se expresan diversos motivos para migrar; entre ellos sobresale la necesidad económica y la aspiración de lograr un mejor bienestar y calidad de vida para sí y los suyos:

Como dice ella, es la situación la que nos obliga a irnos, porque ya ves que, bueno para mí que ya estoy casada, el trabajo que mi esposo hacía no era suficiente, y cuando ya hay hijos ya es más el gasto y ya no hay lo suficiente para... Si para ella, que es soltera ya no es suficiente, pues pa' nosotras que somos casadas y tenemos hijos, pues menos, y la situación aquí del trabajo (en la despulpadora de Chiltepec) es que es muy poco. (Rosa, 42 años, casada).

Yo tengo mis hijos, yo estoy sola, yo no tengo ni marido, vivo con mis papás. Ellos igual se ven en la necesidad pues no tienen, 'ora si que para mantenerme a mí también, yo tengo mis hijos, tengo que luchar para sacarlos a ellos adelante... van a la escuela, hay que comprarles lo que necesitan en la escuela y quien más que yo, mi papá si me da pa' la comida, pero para vestirnos y medicinas y todo eso tengo que trabajar yo para darles. (Arely, 24 años, separada).

No hay trabajo para mujeres y se gana mejor allá; a mí me gusta el trabajo para que mis hijos tengan lo que ellos quieren; yo le dije a mi marido que iba a tener una casa de material y le aposté a que me iba a Estados Unidos. (Leticia, 42 años, casada).

Las voces, fundamentalmente de las mujeres solteras y sin pareja, declaran otros motivos para migrar como eludir dramas o conflictos personales y el interés o la seducción por conocer o viajar:

Por salir adelante, por mis hijos y en parte por problemas personales. Para descansar, quería irme para olvidarme de todo. (Carmen, 42 años, separada).

Sí, yo me decidí porque yo, o sea, yo quería irme, una para ayudar a mis padres y otra porque, bueno, quería conocer también. (Conchita, 24 años, soltera).

En este apartado se combinan parte de los datos obtenidos a través de la encuesta a 108 mujeres y fragmentos testimoniales de las entrevistas a once mujeres y doce correspondientes a miembros del grupo doméstico.

Acerca del grado de autonomía con que cuentan las mujeres para decidir migrar, cabe decir que el 89 por ciento del total de las que alguna vez han migrado, reportaron haber tomado la decisión por sí mismas. Sin embargo, el lograr ir a trabajar a Estados Unidos no depende sólo ni fundamentalmente de esta decisión o voluntad de migrar sino de un proceso complejo de negociación con los actores dominantes del grupo doméstico (sean hombres o mujeres) a los que deben convencer de las bondades de la migración, así como garantizarles que sus tareas socialmente asignadas no serán desatendidas durante la ausencia. Por ello, se trata de una autonomía acotada. El grado de acotamiento se explica si tomamos en cuenta las normas hegemónicas de género que prevalecen tanto en las relaciones entre hombre y mujeres como entre los miembros del grupo doméstico, los cuales juzgan las intenciones de la mujer migrante y ofrecen su apoyo (es decir, aceptan asumir parte de la carga social de la mujer que debe ser redistribuida para garantizar la migración y la rearticulación de la vida doméstica) en consecuencia.

Lo anterior implica un proceso doble en el que lograr el consenso para viajar va de la mano con establecer y formalizar el apoyo requerido para poder hacerlo. Mientras, en ocasiones, el lograr este acuerdo o consentimiento facilita el establecimiento de la red de apoyo, que normalmente es construida en el interior del mismo grupo doméstico. En otros casos, el asegurar previamente este apoyo facilita la aprobación y aceptación acerca de la migración de las mujeres.

Aspecto crucial para definir la estrategia de negociación a seguir por las mujeres que desean migrar, es ubicar en sus grupos domésticos a los interlocutores claves de esta negociación y a los actores adecuados para la solicitud de apoyo, así como establecer si primero deben convencer a aquellos y posteriormente buscar a los segundos, o viceversa.

Así, mientras las mujeres solteras necesitan negociar fundamentalmente con sus padres y lograr el apoyo de sus madres y hermanas, las casadas deben hacer lo propio con sus lograr el apoyo de sus madres y hermanas, las casadas deben hacer lo propio con sus parejas y apoyarse fundamentalmente en sus madres, hermanas, hijas mayores y suegras. Las mujeres sin pareja presentan una situación peculiar toda vez que, en su caso, están relativamente exentas de la necesidad del consentimiento o aprobación de un interlocutor preciso de su grupo doméstico pero, de igual manera, deben garantizar el apoyo a sus funciones asignadas y para esto se apoyan en sus madres, hermanas e hijas mayores.

En los discursos de las mujeres que refieren estos procesos de negociación y de apoyo resulta clara la gama de desavenencias, resistencias y tensiones que se dan en torno a la realización de la migración:

Para irte para allá nadie te obliga, de tu familia nadie te va a obligar a viajar, la decisión depende de una sólita que si quieres irte para allá o no. Yo decidí, mi papá no quería porque ninguna de por aquí casi viajaba, quién empezó a llegar antes que yo fue mi prima Felipa, y ya ella avisó y como necesitaban gente para "sacar mano" [un tipo de pulpa de jaiba] yo le dije a mi papá que quería ir para comprarme mi ropa, y él no quería porque era hasta allá y no me habían aceptado en la empacadora, pero fui y hablé con doña Xóchitl [la enganchadora] y me dijo que sí, fue mi papá, firmó y todo, gracias a Dios. (Dora, 24 años, separada).

Una se va con el consentimiento de... Nosotras al menos que tenemos esposo nos vamos con el consentimiento de ellos, ellos nos tienen que apoyar, ellos tienen que estar de acuerdo, que si se puede hacer o no se puede hacer, si están de acuerdo, pero ¿qué más le van hacer? ¿qué más les queda? (Josefa, 40 años, casada).

Yo nomás le dije a mi hermana que me iba a ir, ya ella me apoyó con algo de dinero para mis cosas personales. (Estela, 30 años, soltera).

Considerando solamente la negociación lograda para la temporada anterior a nuestro estudio, resultó que las madres de las migrantes con pareja y sin pareja constituyeron la figura central en el apoyo para garantizar la migración: 88 por ciento, 27 por ciento y 43 por ciento de las madres asumieron las tareas domésticas de las mujeres migrantes solteras, con pareja y sin pareja, respectivamente; también en un 26 por ciento y 50 por ciento se hicieron cargo de la atención de los hijos de las mujeres con y sin pareja, respectivamente. Además de ellas, las hijas mayores, las hermanas, los esposos y las suegras se ocupan también de los hijos de las mujeres migrantes.

De esta manera, la red de apoyo resulta básica para cubrir todas las actividades que dejan de realizar las mujeres migrantes durante su ausencia y está constituida primordialmente por otras mujeres del mismo grupo doméstico. Son éstas las que posibilitan la migración de las mujeres despulpadoras: si éstas no existieran, las mujeres no podrían ni siquiera planear viajar a Carolina del Norte.

Consideramos que las condiciones de posibilidad para migrar con que cuentan estas mujeres están en mucho condicionadas por el número y edad de los hijos y por la presencia de hijas mayores y/o de otras mujeres del grupo doméstico que asumen buena parte de las tareas domésticas y del cuidado de los niños pequeños.

Nuestro estudio confirma así lo señalado por Szasz (1999) en el sentido de que una de las consecuencias de las migraciones es la modificación del tipo de actividades y cargas de trabajo del conjunto de las mujeres del grupo doméstico. Asimismo, coincidimos con Wolf (1990) acerca de que las hijas mayores son uno de los apoyos que las mujeres migrantes tienen para poder delegar sus obligaciones socialmente construidas, así como que, en algunos casos, son las suegras quienes asumen estas tareas:

Pues en mi caso, la que me ayudó cuando yo estuve allá, fue mi suegra pues, porque fue mi suegra la que se hizo cargo de darle su comida a mi esposo y lavarle la ropa, y a veces mis hermanas igual, que me ayudaban con la limpieza de la casa. (Lupe, 24 años, casada).

En el primer viaje sí sufrimos, porque todavía estaban los hijos chiquitos, estaban en la escuela, la primaria, pero en tiempo ya me los miró mi suegra, se los llevábamos allá, yo dejé la casa aquí y ya me fui con ella, mientras que ella estaba allá, y ya cuando ella se vino de allá, ya nos vinimos pa' acá. (Jesús, 42 años, esposo).

En el mismo sentido, es necesario retomar lo dicho por Riley y Gardner (1991) acerca de que son las mujeres jóvenes quienes, por su edad y por su género, se encuentran en el nivel más bajo en la estructura de las relaciones de poder en los grupos domésticos. Pensamos que éste es el caso de las hijas-hermanas y de otras figuras como las nueras y cuñadas de las mujeres migrantes, quienes son impelidas a ejercer una alternancia de roles como condición indispensable de la autosubsistencia o sobrevivencia del propio grupo doméstico.

Pues mi mamá y mi cuñada, que estaba aquí, mi cuñada, entre las dos, ahí se la llevaban, porque mi cuñada decía que estaba por nosotros, y se encargaron del cuidado de la casa. Ella era la que apoyaba a mi mamá en los quehaceres de la casa y si mi mamá se enfermaba ya ella la veía. (Carmen, 40 años, casada).

Llama la atención los pocos casos en los que las mujeres migrantes pagan en dinero el apoyo dado por las mujeres de los propios grupos domésticos. Sólo se dio un caso en el que se recurrió a la contratación de otra persona sin parentesco:

Le pagaba a mi prima 3 mil mensuales para que me ayudara con mis hijos y para que hiciera la comida y cuidara a los niños. (Leticia, 44 años, casada).

Mi hermana se fue y yo le tuve que cuidar a su niña. Pues cuando estaba chiquita sí había que tener más cuidado... porque ya ve que en los brazos... pues casi no me daba tiempo de hacer todo (moler pozol, hacer de comer, lavar ropa, etc....). No que ahora que está grande ya se pone a jugar... Ella, cuando regresa, me da 50 o 100 dólares, y ya ella es quien la cuida. (María, 14 años, hermana).

Yo le dejé a mi mamá una muchacha para que le ayudara porque yo me iba. Ya le pagué por adelantado, porque es muy difícil encontrar muchachas por aquí. (Mirna, 24 años, soltera).

Ante la pregunta de por qué las mujeres no emplean a alguien que se ocupe de los quehaceres del hogar mientras están fuera, puede explicarse por dos razones, pero siempre estará referido al caso en cuestión. La confianza en familiares y parientes es crucial en términos culturales para entender por qué no recurren a otros no parientes; por ejemplo, no se registró ningún caso donde las mujeres que tienen niños pequeños los dejaran con mujeres que desempeñaran el papel de niñeras y cobraran por ello. También existen poderosas razones de tipo financiero, hay mujeres que hubieran querido pagar a otra que ayudase a sus madres en el quehacer, pero no contaban con el dinero para afrontar ese gasto.

Lo que de manera natural se da en la comunidad y les permite a las mujeres mantener los apoyos a lo largo de las temporadas de migración, es el asumir un compromiso por el apoyo recibido y, en reciprocidad, responder y hacerse cargo de cualquier emergencia o fuerte necesidad de dinero que eventualmente enfrenten los miembros del grupo doméstico que les dieron su apoyo. Esta forma de agradecimiento a veces va acompañada de obsequios que las mujeres migrantes traen del "otro lado" para estas personas:

En mi caso todo estuvo bien. No se enfermaron que es lo principal. Y una tiene que agradecer eso... ya le trae una un regalito, sencillo pues, además que no alcanza para todos. (Dolores, 30 años, casada).

Los ayudo en caso de que alguno de ellos se enfermen, o sea, mi papá, o sea, mi hermano, yo ayudo ahí... en casos de emergencia. (María, 24 años, soltera).

Pues uno siempre les trae algún regalito, porque tampoco te vas a venir trayendo todo, pos pa' todos no se puede... (Lupe, 24 años, casada).

Estos apoyos del grupo doméstico, si bien responden también a un rasgo cultural que podríamos suponer se da en toda la nación, mantienen una presencia latente en la vida cotidiana de las familias y la comunidad, adquieren en el caso en estudio el objetivo explícito de apoyar la migración cuando ésta se hace efectiva por primera vez y después de que las mujeres han acreditado los requerimientos impuestos por las empresas y han logrado que la negociación con los padres y esposos sea exitosa.

Pareciera que los procesos de toma de decisión, negociación y resolución de las obligaciones socialmente construidas por parte de las mujeres migrantes están contribuyendo a alterar, así sea todavía en un mínimo grado, la asignación genérica de los quehaceres domésticos y atención de los hijos. Las mujeres pioneras fueron las que soportaron las críticas e insinuaciones de la comunidad a partir de 1989; sin embargo, hay una evidencia inobjetable: las mujeres continúan viajando, pese a ciertos estigmas y representaciones colectivas negativas. Ello -a nuestro juicio- se explica porque articulan redes de apoyo y se tiene seguridad de que volverán y que su estancia es útil para el bienestar colectivo de los grupos domésticos, incluso para la prosperidad del propio ejido. Se dan casos en que aun contando con la anuencia de los esposos y la constitución de la red de apoyo, las mujeres decidieron no migrar, por dificultades con sus hijos (por ejemplo, un caso donde el hijo se volvió un adicto al consumo de drogas).

A estos procesos se une el hecho de que las parejas masculinas incrementan su involucramiento en ciertas tareas del hogar (cocinar y atención al orden y la disciplina doméstica) y el cuidado de los hijos (la que más colaboran) cuando las mujeres se encuentran trabajando en Estados Unidos, tal y como lo ilustran los siguientes testimonios:

Prácticamente aquí es mi esposo, él se quedó con ellos, pero la comida mi suegra se la hacía y la ropa, pues, mi hija ya estaba más grandecita y ella la lavaba, ellos también la ayudaban y mi mamá también, mi mamá siempre nos ayudó igual, pero ya mi esposo aquí se quedaba también... y él hacia la comida. (Martha, 28 años, casada).

Mi mamá me cuidaba a mi hijo de cinco años. Mi esposo le daba de comer; ya después, con tres era más difícil, pero siguió cuidándolos él. (Alejandra, 29 años, casada).

Sin embargo, la principal modificación tiene que ver con la mayor carga y nueva distribución que la migración de ciertas mujeres del grupo doméstico representa para otras del mismo núcleo.

Una tensión particular se presenta en el caso de las mujeres solteras que desean migrar y cuyas madres también son migrantes, en tanto que la negociación interna pasa por decidir quién de ambas dejará el espacio a la otra, bajo el supuesto de que la que se queda deberá hacerse cargo de la atención doméstica y familiar.

En estos casos resulta claro lo dicho por González de la Rocha, Escobar y de la O (1990) de que en los grupos domésticos se establecen relaciones de poder entre los géneros y las generaciones, las cuales obligan a las mujeres a negociar con actores mejor posicionados en los juegos de poder intradomésticos para lograr la salida de sus casas.

... ¡híjole!, casi como tres o cuatro años me llevó convencerla [a su madre] para irme, sí porque primero no. No me dejaba. Iba yo a viajar, yo ya tenía listo el pasaporte y todo listo, y ella me decía que no, que no y que no, y yo que sí y que sí; o sea, que yo saqué mi pasaporte y todo, pero no viajé... Casi a los tres años vine a viajar, me volvieron a dar la oportunidad y gracias a Dios fui. (Rocío, 26 años, soltera).

Ella [la hija] me había dicho que quería viajar también, pero yo no quería, pues era la más chica y ella se quedaba aquí y después, cuando yo vine de viaje, me dijo "me vas a recomendar mamá, para que yo me vaya este año", vamos a ver le dije, todavía lo voy a pensar bien, y a ella le daba risa porque ella se había ido a apuntar, sin el permiso mío había ido, después le dije "pues ni modo hija, si ustedes quieren ir a trabajar yo no me opongo porque están solteras", y como dicen ellas "pues horita vamos a aprovechar el tiempo, porque ya cuando nosotras nos casemos no vamos a viajar para ninguna parte". (Doña Lucha, 42 años, madre).

En estos casos estamos frente a un patrón semejante al que menciona Arizpe (1980) sobre la existencia de una migración por relevos que, así como en ocasiones se da en un entorno de fuertes tensiones, en otras ocurre de manera natural y fluida:

Platiqué con mis padres, y como no quería que fuera mi mamá otra vez, cambié el lugar por ella. (Conchita, 24 años, soltera).

Ella me dijo: "mami ya ahorita yo ya me apunté" dice [mi hija]: "si Dios quiere que me lleven ya tú no vas a viajar", esa decisión tomó ella para que yo ya no viajara, porque ellas no les gusta que yo ande trabajando, sino que ellas que están solteras, ellas iban a ir a trabajar, y ya desde entonces desde que ella se fue y la otra también, yo ya no seguí viajando, y ahora menos, que se va la otra. (Lucha, 44 años, madre).

Si bien las madres ocupan un lugar privilegiado en el apoyo logístico de las mujeres migrantes y suelen ser un elemento de equilibrio en las negociaciones con los esposos y padres, en ocasiones juegan también un importante papel en el chantaje y culpabilización de las mujeres que migran:

A última hora, mi mamá me dijo "anda, vete, si te enfermas allá o que te pase otra cosa, o que me pase a mí alguna cosa acá, eso queda a tu conciencia". Y la verdad pues así ya no, no viajé, porque me dije que tal que le pase algo a ella, o me pase algo a mí, y así mejor así no, y ahora sí que se quedaron los documentos arreglados y ya no viajé. (Rocío, 24, casada).

Cabe señalar que, en el caso de migraciones recurrentes, la posibilidad de que las mujeres migrantes logren llevar a cabo una negociación exitosa depende de que la estrategia implementada en la temporada anterior para atender la casa y los hijos haya sido adecuada y de que los varones del grupo, y específicamente las parejas, no sientan amenazado su poder genérico en el ámbito doméstico y en el de las relaciones de pareja:

Ya no viajé por mis hijos y porque ya no quiso mi esposo, Antonio. Me reprochaba que su hijo llegaba de la secundaria, en Aquiles Serdán, a la una de la mañana. El primer año me dijo mi esposo que si quería ir fuera, pero ya allá, me dijo que era el último año. (Aurelia, 44 años, casada).

Pos si quieres anda vete, le digo, nomás te acabo de decir que tienes que buscar a alguno de confianza nomás, y sí, se fue y quedó la mamá acá, pero no es igual... (Juan, 44 años, esposo).

Esa decisión es de los dos pues, porque si no... también tiene que estar de acuerdo el marido, el esposo... pa' no tener problema... y es que así no, así ya no, es que ha habido muchos problemas pues, con los otros maridos, muchas mujeres que se quedan allá, y acá están los maridos, los esposos, y ellas se quedan allá. (Alberto, 40 años, esposo).

El testimonio anterior obliga a reconocer que, a pesar de la creciente migración de las mujeres de Chiltepec y de la derrama económica que representa a los grupos domésticos, ésta no deja de generar incertidumbre en las comunidades y de resultar amenazante a las relaciones vigentes de género. De hecho, 13 mujeres migrantes del ejido de Chiltepec han decidido quedarse definitivamente a vivir en Estados Unidos:

Ya ves esa Ernestina donde quedó [en Carolina] y el marido aquí, con un niño. Sí, dejó un niño como de 12 años. Era casada, tenía su esposo pescador, igual que nosotros, ahí está [él] en la cooperativa, ayer entregó ostión con su muchachito... esa Ernestina trabajó. El dinero que le mandaba a Joaquín [su esposo] se lo tomaba con otras mujeres, y nunca hizo una casa de material. Ese hombre vive en una casita de palito de coco, ahí vive hasta ahorita, y ella se fue, lo dejó... por eso muchos se ponen a pensar en eso de la conveniencia de que se vayan... (Antonio, 42 años, esposo).

Si bien las estrategias de negociación y las búsquedas de apoyo de las mujeres migrantes parecen ser exitosas, destaca que dos meses antes de la partida del primer grupo de despulpadoras a Carolina del Norte, de las 108 encuestadas, 29 por ciento del total manifestó la intención de no migrar esa temporada. Al analizar los motivos, resaltó que, para 50 por ciento de las solteras, 35 por ciento de las con pareja y 34 por ciento de las sin pareja, esto se debía a la incertidumbre acerca de que si la empresa las contrataría de nueva cuenta, mientras que para 37 por ciento de las mujeres con pareja y 66 por ciento de las sin pareja, la razón era atribuida al no haber encontrado todavía una persona que se responsabilizara del cuidado de sus hijas/os. Destaca que el 13 por ciento de las mujeres con pareja que reportaron esta misma intención de no viajar en esa ocasión, declararon que los esposos no las dejarían viajar.

Los dos grupos de motivos, entonces, hacen referencia a un proceso relativamente fallido en la articulación de las redes de apoyo necesarias para migrar, así como al éxito fallido de la estrategia de negociación utilizada con las parejas quienes refrendaban su papel jerárquico aún a pesar de los beneficios que representa la migración de las mujeres para los ingresos del grupo doméstico.

 

Las percepciones negativas y positivas de la migración femenina

Mientras los elementos de la realidad referidos a la crisis económica y al hecho de que la pesca en Chiltepec no es ya una actividad remunerable, son compartidos por las mujeres migrantes de nuestro estudio y por todas las personas que conforman sus grupos domésticos, las percepciones negativas y positivas de la migración resultan distintas para los diversos actores y actoras sociales involucrados(as).

Podemos establecer, en primer lugar, que las mujeres migrantes evalúan las percepciones negativas de la migración en función de dos tipos de consideraciones: aquellas que tienen que ver con el saldo de la eficacia del apoyo otorgado durante su estancia en Carolina del Norte y aquellas que se refieren a aspectos de la vida cotidiana y laboral en Estados Unidos.

En general, el apoyo recibido con respecto a la atención de la casa y/o cuidado de los hijos, se cubre satisfactoriamente, lo que explica que las mujeres migren año tras año, si bien en ocasiones esto no sucede y las mujeres reconsideran la opción de viajar. En estos casos, encontramos que son tres los principales aspectos que las mujeres consideran como evaluaciones negativas de su migración: la conducta riesgosa o inadecuada de las y los hijos adolescentes y la infidelidad y el aumento en el consumo de alcohol de sus parejas:

Yo me fui confiada... pero cuando regresé ¡hummmm! todo estaba de cabeza... Encontré a mi muchachito pues ahí, regular, dicen que de noche entraba de las calles, en el vecindario, todo sucio, y agarraba la calle... y pues así no, decidí no viajar más... (Elba, 40 años, separada).

Mi hijo se salió de la escuela y se hizo drogadicto, ahora está en un internado... (Lourdes, 44 años, casada).

Cuando regresé, mi marido estaba peor porque era puro tomar, tomaba un mes y lo metían preso. Mi esposo tomaba y me dejaba los niños ahí, parece que no los quería. (Araceli, 27 años, casada).

Por lo que toca a percepciones negativas de la migración percibidas por las mujeres en el ámbito de su vida cotidiana y laboral en Estados Unidos, destacan en orden decreciente los siguientes: temor a enfrentarse a nuevas situaciones, depresión y nostalgia por estar alejadas de sus familias, condiciones de vida difíciles, competencia laboral y largas jornadas de trabajo que exceden las estipulaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT):

Yo siempre lloraba, yo iba al trabajo llorando, yo regresaba y lloraba y yo iba a comer y beber o a lo que yo fuera y ahí llorando... (Lucha, 44 años, casada).

El primer año llegué a un cuarto y el siguiente a un trailer con cuartos donde habían de 8 a 10 personas. (Araceli, 38 años, separada).

Ahí reina el pleito, hay envidia porque yo sacaba muchas más libras que las demás y soy muy alegre, aunque con mis compañeras nos llevábamos bien, a veces nos peleábamos con las de los cuartos. (Conchita, 42 años, casada).

De nueva cuenta, al igual que en el caso de construir las estrategias de negociación y del logro del apoyo previo a la migración, las condiciones específicas de ser solteras y tener o no pareja e hijos matizan la resolución de estas cuestiones:

Ella, porque no tiene hijos [se refiere a una despulpadora soltera], no tiene pendencias, es muy diferente a nosotros. Ella, otra, está sola, pero tiene preocupación por sus hijos [se refiere a una despulpadora separada], ella no tiene hijos, pero tiene esposo [hace referencia a una despulpadora casada sin hijos], pero yo tengo esposo y tengo hijos, y es muy diferente... ese es el problema, pues a veces ya estamos allá tan desesperadas que ya nos queremos venir y estamos acá y ya nos queremos ir. (Lupe, 24 años, casada).

Pese a las dificultades y percepciones negativas de la migración, el sentir prevaleciente entre las mujeres ronda en torno a la satisfacción por haber salido de sus casas y el que su trabajo beneficia a su grupo doméstico. La mayoría de las mujeres expresa su disposición a seguir migrando y sus discursos reflejan procesos de mayor autoestima:

Sí mejoró mi situación. Me siento bien, mi casa antes estaba pobre. Lo logré. (Conchita, 42 años, casada).

Me siento contenta con haber ayudado a mi mamá, y lo poco que he ganado se lo he dado. La gente dice que mi mamá me mandaba, vale la pena volverlo a hacer. (Victoria, 22 años, soltera).

Conoces otra vida, porque aquí es muy diferente la vida a la que hay en Estados Unidos. Totalmente diferente, porque estás allá y no es la misma vida, tan sólo en el modo de hablar, ¡vaya! Es otro. Y también que muchas personas, bueno, la mayoría nunca ha viajado en avión, y cuando van por primera vez... ¡huuuuy! ¡un escándalo! (Juana, 38 años, casada).

A mí me sirvió para el bien de mi casa, entonces yo dije: si ahora me resultó pues vuelvo a ir y así lo hice, siempre he sacado algo de ese trabajo y pues yo no le veo ninguna desventaja, al contrario, pura ventaja. (Alma, 24 años, casada).

Sin duda, las percepciones positivas más claramente identificadas por las mujeres migrantes se refieren a los ingresos económicos que les reporta su actividad laboral en Estados Unidos, toda vez que este dinero les permite construir y/o mejorar su vivienda, adquirir electrodomésticos y atender a los requerimientos de ropa, calzado y educación de sus hijas(os). También en torno al destino de los ingresos que las mujeres migrantes devengan en Estados Unidos podemos apreciar diferencias de acuerdo al estado civil, al hecho de ser o no madres ya la edad de hijas e hijos.

Consideremos algunos datos cuantitativos: mientras 42.6 por ciento de las mujeres con pareja reportaron que los ingresos obtenidos en Carolina del Norte los destinan a la construcción y/o mejoramiento de su vivienda, a la alimentación y educación de sus hijos(as), 24.1 por ciento y 10.2 por ciento de las mujeres solteras declararon que los invierten en gastos de la casa y para sí mismas, respectivamente; 10.2 por ciento del total ahorra sus ingresos, 4.6 por ciento lo destina exclusivamente a cubrir necesidades de sus hijos(as), 3.7 por ciento en requerimientos de los padres y 0.9 por ciento contribuye a las necesidades de la casa, hijos y esposo.

Más de la mitad de las mujeres (55.6%) comenta que ellas mismas deciden cómo gastar el dinero ganado en su estancia en Estados Unidos, mientras que 34 por ciento lo decide conjuntamente con esposos y padres-madres. En 7.4 por ciento de los casos son las madres las que definen el destino de los ingresos y en 3 por ciento los esposos o padres, sin la opinión de las trabajadoras.

Llama también la atención que 98 por ciento de las mujeres mencionaron que el manejo de sus propios ingresos no les ha traído dificultades en el seno del hogar, lo que parece estar relacionado con el posible proceso de empoderamiento que la migración y el laborar en Estados Unidos puede estarles generando a estas mujeres. Lo anterior va en consonancia con lo dicho por García y de Oliveira (1994), y González y Salles (1990) en cuanto a que el trabajo femenino y el ingreso devengado impactan positivamente y fortalecen la autoestima femenina, ayudando a mejorar el nivel de bienestar familiar y la escolaridad de los hijos(as), y contribuyendo a la influencia de las mujeres en el gasto familiar.

El beneficio económico en la mayoría de los testimonios resulta tan gratificante que permite ponderar las percepciones negativas y positivas mencionadas anteriormente, mediante un mecanismo de comparación de la situación propia, actual y pasada, y la de otras mujeres de la comunidad que han o no migrado. Como sostienen Lim (1993) y Szasz (1999), la migración puede ser considerada como catalizadora de autonomía en las mujeres, la cual se presenta mediante el devenir de un proceso que no es ni inmediato ni automático, pero que es considerado como "dador de poder", ya sea incrementando su participación en la esfera doméstica, mejorando su relación de poder dentro y fuera de ésta e incrementando su autoestima y estado anímico por el hecho de tener un ingreso y poder ayudar a sus familias:

No lo quería yo decir pero ya lo dijo ella... y es que se acostumbra ya una a tener su dinero en mano. (Josefina, 27 años, soltera).

No, pues sí. Hay muchas personas que ya se van y tienen su dinero y lo meten al banco, y hacen su casa o compran 'ora sí que todo lo que les hace falta... Al menos una señora de aquí ya tiene todo en su casa y dice: "al menos yo no tengo necesidad de estar trabajando dice, pero ya me acostumbré... Ya estoy viviendo de lo que gano, ya mis hijos están casados y mi marido me dejó, estoy sólita en mi casa pero tengo de todo y ya me acostumbré, y no puedo ni quiero dejar el trabajo". (María, 44 años, separada).

Ahora, con mi dinero puedo comprar cosas, construir mi casa y pagar mis deudas... (Esther, 32 años, casada).

Los testimonios anteriores muestran que las percepciones negativas y positivas que las mujeres construyen de la experiencia migratoria son diversas, relativas y dependen de intereses y situaciones de cada una de ellas, pero también que la experiencia vivida les permite darse cuenta de que pueden salir de sus comunidades, ganar dinero y destinarlo para cubrir muchas de sus necesidades, valorar sus capacidades y aún ponderar los elementos positivos y negativos de la vivencia para decidir volver a viajar o no el próximo año.

 

A manera de conclusiones

El estudio sobre las mujeres despulpadoras de jaiba que migran de Paraíso, Tabasco, hacia Carolina del Norte, en Estados Unidos, muestra particularidades interesantes. El hecho de que su movimiento migratorio responde a la tipología de aquellas que buscan insertarse de manera documentada y temporal en el mercado de trabajo del vecino país, circunstancia que no es compartida por los miles de compatriotas que se aventuran en condiciones de alta indefensión y vulnerabilidad a cruzar la línea fronteriza, en busca de mejores oportunidades económicas.

El estado civil, y sobre todo la presencia de hijas/os, pauta la decisión de migrar y matiza el éxito de las negociaciones y búsqueda de apoyos entabladas al interior del grupo doméstico. Como menciona Ariza (2000), la migración depende en buena medida de la mayor o menor posibilidad objetiva y subjetiva de articular redes familiares de apoyo que se ocupen de la atención y cuidado de los hogares y de las hijas(os) de las mujeres migrantes durante el tiempo de estancia laboral en el extranjero.

Lo anterior, sin duda, redistribuye y aumenta las cargas de trabajo y las responsabilidades de las otras mujeres de los grupos domésticos que apoyan la migración de las actoras principales y visibles de este proceso. En este marco, la toma de decisiones sobre migrar no responde a un proceso autónomo sino estrechamente dependiente de la implementación de estrategias adecuadas de negociación y del éxito en la búsqueda de los apoyos puntuales para el cumplimiento de las obligaciones socialmente contraídas por las mujeres migrantes. Tanto en esta negociación como en el diseño de los apoyos requeridos intervienen, de manera decisiva, la pertenencia etaria, el estado civil, la experiencia de maternidad y la posición de las mujeres en el grupo doméstico.

A diferencia de lo señalado por Papail y Sotelo (1996) con relación al importante papel de las redes sociales de apoyo para facilitar la inserción de los y las migrantes en el mercado laboral del país vecino y el acompañamiento durante su estancia en el extranjero, en el caso de las mujeres tabasqueñas despulpadoras de jaiba, estas redes resultan fundamentales para lograr la recomendación laboral necesaria para ser contratadas, y para atender las necesidades cotidianas de la familia en el país de origen durante el tiempo de la ausencia, pero no para facilitar la integración de las migrantes en el país de destino. Ello se explica así porque la migración acontece por contratación individual, lo que implica no necesitar ningún contacto una vez que llegan al país de destino, en ese sentido las redes sociales de apoyo en Estados Unidos resultan poco funcionales e imprudentes, pues les prohiben contactar con otros paisanos(as) o "ilegales". Además, son literalmente encerradas en propiedades de las empresas contratantes que se destinan para vivienda de las trabajadoras.

Lo anterior se refuerza con el siguiente dato: si bien la lista de potenciales trabajadoras se elabora en las comunidades de origen, la asignación a las empresas receptoras de la mano de obra no respeta filiaciones locales ni familiares, resultando que mujeres con lazos consanguíneos y/o comunitarios pueden quedar ubicadas en empresas distantes entre sí. De aquí que sostengamos que el principal reto que enfrentan estas mujeres no sea tanto el partir sino lograr la contratación y permanecer trabajando en Estados Unidos, así como rearticular su espacio familiar durante los cinco meses que regresan a México, de noviembre a abril, antes del nuevo periodo anual de migración.

Encontramos también que de forma paralela a la noción de búsqueda de mejoría económica como la motivación única y prioritaria del migrar (Hugo, 1991, y Lim, 1993), en el caso de las mujeres despulpadoras de jaiba, existe también la seducción por enfrentarse a algo distinto, por confrontar otra cultura y estilos de vida y el deseo de escapar de contextos y situaciones cotidianas que pueden resultar altamente opresivas. Mientras el primer rasgo está, sobre todo, presente en el discurso de las mujeres migrantes con pareja y con hijos, el segundo aparece con claridad en el de las mujeres solteras, separadas con o sin hijos.

Si bien las condiciones de trabajo para el despulpado de jaiba en Carolina del Norte son similares a las que prevalecen en México, la enorme diferencia salarial aunada a la tendencia detectada por Safa (1987) para otros casos de mujeres hispanas migrantes a Estados Unidos, de estarse dando una sustitución del valor del estatus que tradicionalmente otorga el confinamiento de las mujeres en el hogar por un fuerte deseo de movilidad social ascendente, explicaría tanto los esfuerzos que realizan las mujeres para quedar incluidas en las listas de trabajadoras elegidas como para soportar las difíciles condiciones de hacinamiento y control en que viven en los campos de las empresas en Carolina del Norte.

Consideramos que la experiencia migratoria vivida por estas mujeres en Estados Unidos, puede ser un potenciador de cambio tanto por el nivel de remuneración que las mujeres devengan y que genera una importante derrama económica en sus comunidades, como por el hecho de que viajar y enfrentarse a espacios nuevos, amplía necesariamente la visión que las mujeres tienen acerca de su vida, capacidades y potencialidades.

Estos mismos rasgos que favorece la migración se hacen presentes en el hecho de que las mujeres tabasqueñas despulpadoras de jaiba asuman las consecuencias familiares de su partida (muchas veces de desintegración), luchen por rearticular su espacio cotidiano y de relaciones de pareja a su regreso y decidan, pese a todo, volver a migrar en la temporada siguiente, con lo que se convierten en las principales proveedoras del bienestar económico de sus hogares.

La migración crea entonces condiciones de posibilidad para que las mujeres desarrollen ciertos rasgos de autonomía y tiendan a alterar relativamente las normas de poder genérico en el interior de los grupos domésticos.

 

Agradecimientos

Se agradece la beca otorgada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología a Laura E. Vidal Fernández, para estudiar la Maestría en Ciencias en Recursos Naturales y Desarrollo Rural en El Colegio de la Frontera Sur, así como al Sistema de Investigación del Golfo (SIGOLFO), por el financiamiento recibido para la realización de este estudio en el marco del proyecto 9-03-003-T.

 

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Notas

1 Lozano trabaja con dos fuentes de información: la Encuesta Nacional de Emigración a la Frontera Norte del País y a los Estados Unidos (enefneu), levantada en 62 mil 500 hogares mexicanos en 115 localidades, entre diciembre de 1978 y enero de 1979, y la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (Enadid), levantada en 64 mil 794 hogares entre agosto y noviembre de 1992, a personas que habían ido a Estados Unidos en busca de trabajo y que durante la entrevista se encontraban en México. Para hacer compatibles las dos fuentes, se tomaron sólo los datos de 15 años o más.

2 La empresa se interesa exclusivamente en la contratación de mujeres, porque los hombres comentan que "es muy poca la paga", ellos pueden sacar más de la laguna que "ahí parados despulpando". Uno de los dueños de las empresas de Carolina del Norte, fijó su posición respecto a este asunto sosteniendo que las mujeres despulpan mejor por tener manos más pequeñas, no exigían mejor paga y se conformaban con las condiciones de contratación, lo cual las hacía más controlables.

3 Para un trabajo de documentación de una experiencia migratoria, es de sumo interés poder reconstruir las vivencias de las pioneras. En nuestro caso ese no fue el objetivo central. Sin embargo, pudimos contactar a 3 de estas 24 pioneras que nos dieron valiosas referencias testimoniales. Desde luego, este podría constituir un legítimo interés particular de estudio en trabajos por venir.

4 Algunos de los significados de "portarse bien" expresados por las mujeres son el "no hablar con nadie que no sea de la empresa y mucho menos con ilegales", "no salir de la empresa" y "no meterse en problemas con las compañeras de trabajo". El primero de estos significados implicó que, durante la investigación, varias de ellas no se ofrecieran voluntariamente a ser entrevistadas y que se tuviera que hacer algunas modificaciones a la estrategia de acceso y la cancelación de entrevistas grupales previstas originalmente.

5 Más que por el estado civil, se delimitaron estas divisiones por la presencia o no de pareja o de hijas e hijos. En 1999 se hizo una investigación (15 entrevistas) y en los testimonios de las mujeres se percibieron diferencias en sus impresiones de estar en Carolina del Norte y dejar a sus familias y parejas: no era lo mismo dejar a una madre de la cual "dependes", a una hija que "depende de tí". Había mujeres huérfanas muy jóvenes y sin compromiso de familia que salían "sin preocupación alguna". A otras les preocupaba dejar a sus parejas por temor a la infidelidad u otras cuestiones. Cada caso era específico, por lo que decidimos emplear la noción de condición de pareja porque lo sugerían los testimonios, y permitía comprobar nuestras hipótesis respecto a la negociación para migrar y trazar los objetivos de la red de apoyo, los cuales incluían, también, las referencias sobre el comportamiento de la pareja.

6 A manera de ejemplo, se cita el trabajo de Ariza (1998) en el que se reporta un comportamiento semejante al de las mujeres migrantes de Santo Domingo, quienes migran entre los 20 y 39 años de edad, es decir, durante los "años centrales de vida", no sólo en referencia al ciclo reproductivo de las mujeres, sino además a años de vida económicamente activos.

7 Como ya advertimos, en la aplicación de la encuesta total se tomó en cuenta a todas las mujeres que habían emigrado al menos una vez. El estado civil reportado coincide con el momento de aplicación de la encuesta, no con el que tenían cuando migraron. No obstante la diferencia entre una situación y otra (momento de migrar y aplicación del instrumento de investigación) no resultó altamente significativa. Por tanto, la mayoría de las mujeres migrantes estaban casadas o con pareja al momento de la migración. Las razones de esta prevalencia se explican más adelante.

8 En el caso de las mujeres con pareja, se considera a la familia constituida por el esposo, la mujer y sus hijos; en el de las mujeres sin pareja, se hace alusión al grupo conformado por la mujer y sus hijos, y en el caso de las mujeres solteras, se hace referencia a los hermanos(as), al padre, a la madre y a la propia mujer encuestada.

9 De acuerdo con De Oliviera y Salles (1989), el ciclo de vida familiar atraviesa por varias etapas: formación, expansión, dispersión o fisión y reemplazo. Las primeras etapas definidas por el momento de constitución de la pareja y el nacimiento de los hijos. La etapa de dispersión o fisión delimitada por el momento en que se comienzan a casar e ir los hijos, hasta que ya no hay ningún hijo en la casa. Y la última etapa, caracterizada por el reemplazo de los padres.

 

Información sobre los autores

LAURA ESMERALDA VIDAL FERNÁNDEZ es maestra en ciencias en desarrollo rural y recursos naturales por El Colegio de la Frontera Sur y colaboradora de la Comisión de Investigación en la Coordinación de Atención a las Mujeres del municipio centro, Tabasco. Sus líneas de investigación son género y desarrollo comunitario. Dirección electrónica: laura_vida72@hotmail.com.

ESPERANZA TUÑÓN PABLOS es investigadora titular de la División de Población y Salud en El Colegio de la Frontera Sur, unidad Villahermosa, e investigadora Nivel II en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Es doctora en sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus líneas de interés son género, participación femenina en el desarrollo regional, sexualidad y salud reproductiva. Dirección electrónica: etunon@vhs.ecosur.mx.

MARTHA LUZ ROJAS WIESNER es candidata a doctora en ciencias sociales con especialidad en sociología por El Colegio de México e investigadora asociada de la División de Población y Salud en El Colegio de la Frontera Sur, unidad Tapachula. Principalmente realiza investigaciones en sociodemografía, salud reproductiva y migración femenina. Dirección electrónica: mrojas@tap-ecosur.edu.mx.

RAMFIS AYÚS REYES es candidato a doctor en ciencias antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, e investigador asociado de la División de Población y Salud en El Colegio de la Frontera Sur, unidad Villahermosa. Sus investigaciones abordan la teoría social y metodologías cualitativas, sexualidad, y estudios socioculturales de ciencia y tecnología. Dirección electrónica: rayus@vhs.ecosur.mx.

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