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Migraciones internacionales

versión On-line ISSN 2594-0279versión impresa ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.1 no.1 Tijuana jul./dic. 2001

 

Traducción

 

Inmigración y metrópolis: Reflexiones acerca de la historia urbana*

 

Alejandro Portes

 

Princeton University.

 

Resumen

Este artículo presenta un esquema evolutivo de la relación entre migración y ciudad. Describo los aspectos centrales de tal relación histórica como preámbulo para examinar tres aspectos de la situación actual: los diversos determinantes de flujos contemporáneos de trabajadores, los orígenes políticos de la resistencia a la migración internacional y el renovado papel protagonista de áreas metropolitanas en calidad de nódulos estratégicos del sistema internacional. Como parte del tercer tema, esbozo el surgimiento del transnacionalismo como forma novedosa de adaptación inmigrante y como una respuesta potencial a la lógica prevaleciente del capitalismo global. Por último, discuto las implicaciones teóricas y de política pública que se desprenden de este análisis.

Palabras clave: 1. inmigrantes, 2. urbanización, 3. transnacionalismo, 4. globalización, 5. redes sociales, 6. capitalismo.

 

Abstract

This article presents an outline of the relationship between migration and the city in its evolution over time. I sketch the central aspects of this historical relation as a prelude to examining three aspects of the contemporary scene: the various determinants of contemporary labour flows; the political sources of resistance to international migration; and the renewed protagonist role of metropolitan areas as strategic nodes of the international system. As part of the latter process, I sketch the rise of transnationalism as a novel form of adaptation to immigration and as a potential response to the overriding logic of global capitalism. Implications of a migration-centered approach to cities for theory and policy are dismissed.

Keywords: 1. immigrants, 2. urbanization, 3. transnacionalism, 4. globalization, 5. social networks, 6. capitalism.

 

Introducción**

Este artículo presenta algunas reflexiones sobre la relación entre migración y ciudad y su desarrollo a través del tiempo. Aunque mi punto de partida es el presente, parece indispensable retroceder en la historia para contextualizar los desarrollos contemporáneos. Las ciudades fueron la cuna del capitalismo occidental hace casi un milenio, y la migración hacia ellas alimentó su crecimiento y subsecuente desarrollo económico y político. Conforme el capitalismo se expandió y tomó posesión del mundo, también restructuró las formas urbanas y organizó las nuevas y numerosas olas de migración hacia ellas. A continuación describo los aspectos centrales de esta relación íntima entre migración y ciudad como preludio al examen de tres aspectos de la situación contemporánea: primero, los determinantes macro y microestructurales de los flujos contemporáneos de trabajadores; segundo, los orígenes políticos de la resistencia popular a la migración internacional en las naciones avanzadas y sus efectos, y tercero, el renovado papel protagonista de áreas metropolitanas como nódulos estratégicos de la economía global y el surgimiento de comunidades transnacionales como parte necesaria de este proceso.

Este artículo es una versión elaborada del discurso que dicté al inicio de la serie de conferencias titulada "Metropolis", llevada a cabo en Washington, D. C., en diciembre de 1999, y aún contiene las marcas de su origen. No busca demostrar sus principales argumentaciones ni a través de nuevas investigaciones ni por extensas referencias bibliográficas. Por el contrario, gira en torno a datos generalmente aceptados sobre la historia urbana y sobre aspectos centrales de los flujos contemporáneos de inmigración, para luego identificar paralelos a través del tiempo y aspectos innovadores en su relación al principio del nuevo milenio. En general, la sociología y la economía urbanas contemporáneas han tendido a enfocarse en los nexos entre las ciudades y sus minorías "étnicas". Dicho énfasis no es suficientemente satisfactorio porque aborda las consecuencias de anteriores flujos migratorios, en vez de las causas de los desplazamientos pasados y presentes y su interacción con las formas urbanas. Busco invertir este énfasis mostrando que la migración es mucho más que una fuente de nuevas etnicidades, ya que constituye uno de los factores más importantes en la construcción de la ciudad moderna y en el moldeo de sus estructuras sociales y de diversos ambientes culturales.

En un pasaje frecuentemente citado, Weber (1968) se refiere al feliz matrimonio entre el capitalismo moderno y las burocracias de Estado, quienes se complementaron íntimamente. Del mismo modo, migración y ciudad pueden ser vistas como dos dimensiones del mismo proceso, acompañando y reforzando su desarrollo mutuo a través de los siglos. Con actores diferentes y en escenarios novedosos, el mismo proceso continúa actualmente.

 

Lazos flexibles

Cuando la reapertura del Mediterráneo al comercio revivió a las moribundas ciudades de la Europa antigua en el siglo XII, migrantes de diferentes clases llegaron a ellas en creciente número. Quienes buscaban escapar de la servidumbre a los predios feudales respondieron ávidamente a la idea de que "el aire citadino hace a los hombres libres". De esta población flotante y amorfa surgieron las comunidades urbanas que confrontaron el poder de la nobleza feudal y prepararon el terreno para las primeras aspiraciones del capitalismo comercial (Pirenne, 1970).

La ciudad de la Europa medieval transformó las relaciones sociales y los derechos y deberes legales. Las obligaciones feudales habían sido definidas por ascendencia y parentesco; los derechos y deberes urbanos, en contraste, fueron definidos por la ubicación residencial. Al residir dentro de su espacio amurallado, los nuevos ciudadanos rompieron los lazos feudales que los ataban a la tierra, quedando sujetos a la ley escrita y no a los caprichos del señor. Las noticias de esta libertad para vivir y comerciar se dispersaron rápidamente, y un número cada vez mayor de migrantes buscó el mismo destino detrás de las murallas urbanas. El espacio confinado de las ciudades en aquella época no pudo absorber a todos, y así surgieron los primeros campamentos extramuros, esparciéndose por la campiña más allá de la ciudad y prefigurando por ocho siglos los asentamientos irregulares de la actualidad (Dobb, 1963, y Pirenne, 1970).

Conforme el capitalismo avanzó a partir de estos frágiles inicios, activó permanentemente corrientes diversificadas de migración. Una explicación de cómo se dieron éstas y qué efectos tuvieron está más allá del alcance de este artículo. Vale la pena notar, sin embargo, que no todos los desplazamientos de la población, en los siglos posteriores, estuvieron dirigidos hacia los espacios urbanos. El movimiento de colonos europeos hacia los territorios recientemente descubiertos y conquistados de América, Asia y África con frecuencia se orientó hacia los ámbitos rurales en busca de tierra desocupada y riqueza minera. Así, ni los colonizadores puritanos de Nueva Inglaterra, ni los conquistadores españoles de México y Perú, ni los colonos franceses de Santo Domingo tuvieron a la vida urbana en mente cuando buscaron, primero, supervivencia en las nuevas tierras y, después, la extracción de metales preciosos (Portes, 1978; Tilly, 1978; Hetternan, 1995, y Altman, 1995).

Los muchos emporios mineros y agrícolas pronto agotaron la oferta local de trabajadores y activaron nuevos movimientos de población que tampoco se dirigieron a las ciudades. El más prominente de tales flujos llevó a miles de africanos a laborar como esclavos en las plantaciones y minas del Nuevo Mundo. Incluso durante tal periodo, caracterizado por movimientos de trabajo forzado, la correlación entre urbanización y libertad persistió. Los migrantes libres fueron a trabajar en ciudades; aun cuando algunos esclavos también terminaron allí, la mayoría de los cautivos estuvo destinada a la producción de riqueza agrícola y minera en el sector rural (Cardoso y Faletto, 1979; Hardoy, 1969; Portes, 1976, y Geschwender, 1978).

Esta correlación se fortaleció con el advenimiento de la Revolución Industrial. Desde el principio, el capitalismo industrial estuvo basado en el trabajo libre exento de cualquier lazo adscriptivo con sus empleadores. Como Marx (1964 y 1967) y Engels (1968) elocuentemente mostraron, la "libertad" en las ciudades industriales inglesas del siglo XIX fue más teórica que real, pues un campesinado desposeído tenía pocas opciones para la supervivencia, como no fueran sueldos miserables. Los capitalistas industriales de la época se aprovecharon de tal impotencia (Dobb, 1963).

En otros contextos, sin embargo, el empleo industrial urbano fue liberador. Las masas de campesinos italianos, polacos y rusos que cruzaron el Atlántico para trabajar en las fábricas durante la época de expansión industrial estadunidense, encontraron en esos duros empleos los medios para escapar a los grilletes de la pobreza y la opresión semifeudal en sus tierras. Desde luego, los trabajos industriales de la época eran peligrosos e inseguros, pero proporcionaron a estos ex campesinos un medio para escapar a la servidumbre e iniciar la difícil marcha hacia una mejor estructura de oportunidad. Una vez más, el aire de la ciudad hizo a los hombres (y a sus familias) libres (Thomas y Znaniecki, 1984; Rosenblum, 1973; Handlin, 1973, y Kraut, 1982).

Hasta el momento actual, la misma correlación existe entre migración y urbanismo. Los aproximadamente 26 millones de inmigrantes, que llegaron a constituir el 10 por ciento de la población de Estados Unidos en 1996, se han asentado arrolladoramente en las ciudades. No sólo es cierto que los migrantes están mucho más ligados a lo urbano que los nativos, sino que entre las ciudades prefieren a las más grandes, y dentro de las áreas metropolitanas de mayor tamaño es más probable encontrarlos en el centro. Solamente diez ciudades concentran a la mitad de la población nacida en el extranjero. Los Ángeles fue el punto de destino más frecuente para el mayor número de inmigrantes a mediados de los 1990 que cualquier otro lugar, con la excepción del estado de California mismo. En el otro extremo, menos del 5 por ciento de los inmigrantes legales fue a vivir en áreas no urbanas. Dentro de las zonas metropolitanas, el 45 por ciento de los inmigrantes se estableció en los centros citadinos, comparado con el 34 por ciento de los nativos (Portes y Rumbaut, 1991, y Oficina del Censo de Estados Unidos, 1990).

Lo mismo se puede decir de otros países europeos receptores de masas de inmigración contemporánea. La proporción que los inmigrantes representan de la población en países como Alemania y Francia es, aproximadamente, la misma que en Estados Unidos: 10 por ciento. La tendencia de los inmigrantes a concentrarse en las áreas metropolitanas de tales países es la misma (Bade, 1995; Münz y Ulrich, 1995; Weil, 1991, y Ogden, 1995). La libre elección de los migrantes por radicar en las ciudades es bastante similar a la de sus predecesores del siglo XII. Tanto antes como ahora los medios urbanos atraen con el señuelo de la oportunidad económica, lo novedoso, y el escape de rutinas paralizantes y opresivas. Todos estos factores han incitado a muchos grupos a abandonar sus lugares de origen y dirigirse hacia la metrópolis.

Sassen (1989 y 1991) ha argumentado inteligentemente que es el surgimiento de una nueva economía de servicios, y lo que ella llama un "sector manufacturero degradado", lo que continúa atrayendo inmigrantes a Nueva York y a otros centros en rápida desindustrialización de los países avanzados. Sospecho, sin embargo, que hay más que eso. La atracción que las grandes metrópolis ejercen sobre los migrantes es multidimensional. Cuando las oportunidades de empleo no se presentan enseguida, los inmigrantes las crean. Esto explica el surgimiento de un sector informal en muchas ciudades del primer mundo y la expansión en éstas de economías étnicas altamente diversificadas (Portes y Sassen, 1987; Waldinger y Aldrich, 1990, y Light, 1984). Tal como el corto pero peligroso trayecto a la civitas más cercana se convirtió en la ruta normal, hace ocho siglos, para los miembros más ambiciosos del campesinado feudal, hoy el viaje de larga distancia a Nueva York, Los Ángeles, París o Frankfurt se vuelve "la norma" para aquellos que buscan una mejor suerte y las libertades -económica, social y política- que sólo la metrópolis moderna puede ofrecer.

 

El contencioso encuentro entre la ciudad moderna y sus inmigrantes

Estaba al alcance de la autoridad de la ciudad medieval determinar quién habría de ser o no admitido en calidad de miembro en la comunidad urbana. Después de haber forzado a reyes y barones feudales a conceder estatutos autónomos a las ciudades, los magistrados de las mismas también adquirieron derechos para reglamentar la vida citadina, incluyendo la admisión y asentamiento de recién llegados. Mucho después, en tanto que las ciudades medievales independientes quedaron subordinadas a Estados-nación expansionistas al inicio de la historia moderna, tales derechos fueron desapareciendo (Weber, 1958, y Pirenne, 1970). La nación soberana, no sus centros urbanos, se apropió del derecho para determinar y hacer cumplir políticas de migración. Esta situación continúa hasta nuestros días, conduciendo hacia la siguiente paradoja: las naciones inician y sostienen flujos de migración, pero son las ciudades quienes en gran parte los absorben. Puesto de manera diferente, las jurisdicciones territoriales hacia las cuales la mayoría de la migración contemporánea se dirige tienen poca o ninguna autoridad para controlar el tamaño y composición de los flujos humanos que van hacia ellas.

En Estados Unidos, las políticas que gobiernan la migración legal, que permiten la continuación de facto de un influjo de trabajo subrepticio y que autorizan la llegada masiva de refugiados, son establecidas a nivel nacional. Su impacto, sin embargo, no es sentido de manera uniforme a lo largo del territorio nacional, sino que está concentrado en unas cuantas áreas metropolitanas. Es en Nueva York, Los Ángeles, Houston y Miami donde las autoridades y ciudadanos deben enfrentar las diversas corrientes, acomodando y de algún modo integrando a las masas de recién llegados.

A veces el gobierno federal ha buscado redistribuir la carga, colocando a grupos de inmigrantes y refugiados en diversas partes del territorio nacional, pero la mayoría de estos esfuerzos han sido infructuosos. Extranjeros de los más diversos orígenes han coincidido en una vocación urbana común. Cuando han sido dispersados por la fuerza, han esperado pacientemente la oportunidad para reconcentrarse en ciertas ciudades. Los refugiados cubanos esparcidos por cientos de localidades estadunidenses eventualmente regresaron a Miami; los vietnamitas hicieron lo mismo, volviendo en masa a las ciudades del sur de California (Portes, 1987; Portes y Slepick, 1993; Rumbaut, 1995; Zhou y Bankston, 1998). En Europa sucede lo mismo. Allí, pasadas políticas nacionales de contratación de trabajo y aventuras coloniales fallidas han tenido repercusiones humanas en las principales ciudades. La transformación étnica de Frankfurt y Colonia encuentra sus antecedentes directos en las medidas de admisión de trabajadores-huéspedes y refugiados elaboradas en Bonn. Los fracasados esfuerzos coloniales franceses en África del Norte prepararon el terreno para el panorama actual en los banlieus [suburbios] parisinos y otras ciudades francesas (Sayad, 1999; Hollifield, 1994, y Seifert, 1998).

El aire de la ciudad puede hacer libres a hombres y mujeres, pero las ciudades contemporáneas no están en libertad de determinar quién se establecerá o no en ellas. Esta disparidad ha llevado a través del tiempo a ásperas confrontaciones, en que autoridades y residentes urbanos han demandado que los gobiernos nacionales redirijan los flujos migratorios lejos de sus ciudades o han lamentado públicamente las consecuencias de su llegada. La ciudadanía, en la mayoría de las áreas urbanas contemporáneas de los países avanzados, generalmente ha sido hostil al arribo en masa de grupos inmigrantes, un hecho que numerosas encuestas de opinión pública han demostrado. La oposición a la inmigración está arraigada en varias razones: los trabajadores nativos y sus organizaciones comúnmente ven a los inmigrantes como amenazantes competidores por empleo y sustento; las clases medias los ven como focos de contaminación y corrupción del medio físico, e incluso grupos de la élite, que comúnmente emplean inmigrantes en sus empresas y hogares, se vuelven contra ellos cuando su creciente número empieza a indicar una amenaza política (Freeman, 1995; Portes, 1979, y Waldinger, 1996).

De 1960 a 1980 los líderes cívicos en Miami repetidamente solicitaron al gobierno federal que desplazara de la ciudad a las sucesivas olas de exiliados cubanos como un medio para "salvarla" del desastre económico y político. En la década de 1990, los ciudadanos blancos de clase media de California votaron abrumadoramente a favor de una serie de propuestas antimigratorias que restringieran el continuo influjo extranjero hacia Los Ángeles y otras ciudades, y prohibieran la instrucción escolar en idiomas extranjeros. En Francia, los movimientos de extrema derecha han sacado provecho de los temores y hostilidad de la ciudadanía hacia la población extranjera, y en Alemania semejantes sentimientos se han volcado en peligrosos ataques físicos contra los inmigrantes (Portes y Stepick, 1993; Unz, 1999; Sayad, 1999, y Hollifield, 1994).

Los diferentes grados de animosidad de la ciudadanía nativa en ciudades del mundo avanzado están directamente relacionados a la capacidad de las autoridades locales para detener o controlar tales flujos. A diferencia de como sucedía en la época medieval, los recién llegados no pueden ser rechazados a las puertas de la ciudad y, por tanto, su creciente presencia parece a muchos residentes como una imposición foránea. Es frecuente percibir a los migrantes como invasores. Por razones que examino más adelante, los determinantes básicos de estos flujos no son los propios migrantes y, en consecuencia, la opinión general de que éstos representan una "invasión" es en gran medida errónea.

Por el momento, el punto clave es que las diversas manifestaciones locales de hostilidad antiinmigrante han sido en gran medida vanas. Una vez que comienzan, estos movimientos resultan extraordinariamente flexibles y no pueden ser revertidos con facilidad, incluso con medidas extraordinarias. Eventualmente, los cubanos se reagruparon en Miami, se organizaron políticamente y eligieron a los suyos para ocupar puestos públicos. Los mexicanos continuaron llegando a California, y en respuesta a sucesivas medidas antiinmigrantes procedieron a obtener la ciudadanía y a registrarse para votar en números sin precedente, desplazando en el proceso a algunos de sus opositores en el Congreso. Hoy, en California, ningún político sagaz puede permitirse indiferencia al voto mexicoamericano (Unz, 1999). En Europa, ni el Frente Nacional de LePen ni los repetidos ataques físicos por los skinheads (cabezas rapadas) en Alemania han logrado frenar la presencia y crecimiento de la población extranjera.

Los ataques directos a grupos migratorios no han tenido resultados positivos. La solución al dilema de movimientos de población ligados a la ciudad pero que no pueden ser controlados por ésta debe encontrarse en planteamientos menos simplistas y contraproducentes. Para entender cómo tales planteamientos pueden ser construidos, primero debemos entender los orígenes y dinámica de los flujos migratorios contemporáneos y su interacción con las ciudades en la nueva economía global.

 

Los determinantes históricos de la inmigración contemporánea

La visión popular y periodística de los actuales desplazamientos de población desde países menos desarrollados a ciudades del mundo avanzado es que éstos ocurren como escape al hambre y la necesidad, como un éxodo en busca de oportunidades. Hay mucha verdad en tal análisis porque, como arriba señalo, los migrantes siempre se han trasladado hacia la metrópolis en pos de la libertad y del progreso económico. Sin embargo, por lo menos en el mundo moderno, la historia es aún más complicada. Si los orígenes de la migración contemporánea estuvieran exclusivamente arraigados en la necesidad desesperada, el flujo debería originarse en las regiones y países más pobres y dirigirse hacia las áreas de mayor riqueza de las naciones desarrolladas, pero no sucede así. Un vistazo rápido a la evidencia empírica revela que los países africanos y asiáticos más pobres -como Sierra Leona, Burkina Faso, Myanmar o Indonesia- no están bien representados entre las principales fuentes de migrantes internacionales hacia Estados Unidos; de manera semejante, países latinoamericanos pobres, como Bolivia, Honduras o Paraguay, envían un número insignificante de migrantes a Francia, Alemania y el Reino Unido (Massey et al., 1998; Portes y Rumbaut, 1996; U.S. Immigration and Naturalization Service, 1998, y Weil, 1999).

En cambio, las principales fuentes de inmigración contemporánea hacia Estados Unidos se originan en México, Filipinas, Cuba, Taiwán y Vietnam. Los principales contribuyentes de flujos de migración hacia Francia son Argelia, Marruecos, Túnez y, en menor grado, los países de la África francófona. La India, Pakistán y las Indias Occidentales Británicas están bien representadas en las colonias de inmigrantes de Londres y Manchester, y Turquía tiene el lugar de honor entre las principales fuentes de población extranjera de Alemania. En cada caso, estos desplazamientos reflejan una historia de anteriores relaciones económicas y políticas entre naciones expulsoras y receptoras. Algunas veces estas relaciones están marcadas por la proximidad física, pero más comúnmente se originan en intervenciones y ocupaciones coloniales o semicoloniales de los países más débiles (expulsores) por los más fuertes (receptores) (Portes, 1981; Sassen, 1988; Bade, 1995, y Seifert, 1998).

En el caso norteamericano, Cuba y las Filipinas estuvieron ocupadas durante largos periodos por fuerzas militares de Estados Unidos como consecuencia de la guerra entre España y ese país; México perdió la mitad de su territorio ante el ejército estadunidense y sufrió la ocupación de su capital; Taiwán surgió y sobrevivió como país independiente gracias a la protección estadunidense, y Vietnam fue blanco de una prolongada intervención militar por ese país para evitar una ocupación comunista. Los lazos coloniales a largo plazo definen los orígenes de las principales corrientes migratorias hacia Francia y Gran Bretaña. Turquía nunca fue una colonia alemana, pero aun en este caso hay una historia de relaciones clientelistas y de colaboración geopolítica que datan por lo menos de la Primera Guerra Mundial. Estas relaciones históricas establecieron firmes lazos políticos y económicos entre las naciones y transformaron parcial o totalmente el orden social de la colonia o país dependiente, familiarizando a grandes sectores de su población con el idioma, cultura y oportunidades económicas de la nación más fuerte (Massey et al., 1998, y Portes, 1990).

Así, los principales flujos de migración contemporáneos no siguen una lógica económica absoluta, sino que están normados por lazos históricos de hegemonía y por el desequilibrio estructural de sociedades periféricas sujetas a la influencia de naciones más poderosas. Esta influencia se manifiesta hoy en fenómenos novedosos, tales como la difusión masiva del estilo de vida y modos de consumo de Norteamérica y Europa occidental en países menos desarrollados. Sus poblaciones son atraídas por relucientes promesas de prosperidad, mientras que carecen de los medios para obtener acceso a ellas en sus propias sociedades (Alba, 1978; Sassen, 1988, y Grasmuck y Pessar, 1991). Estas nuevas formas de desequilibrio cultural de las sociedades más débiles, desde luego, han incrementado y diversificado las fuentes de migración internacional más allá de las áreas de influencia colonial o semicolonial originales.

Eventualmente, las relaciones de colonialismo y dependencia entre naciones siguen un modelo clientelista en el que el poder dominante no sólo encuentra más fácil contratar trabajadores dentro de su esfera de influencia, sino que también adquiere ciertas obligaciones hacia las poblaciones dependientes. Es por eso que cuando acontecen desastres políticos o económicos en un área geopolítica particular, el flujo subsecuente de refugiados normalmente se dirige y es aceptado por el Estado-nación hegemónico. Por ejemplo, el fin del coloniaje argelino activó corrientes diversificadas de refugiados hacia Francia; el triunfo comunista en Cuba causó un fenómeno semejante hacia el sur de la Florida, y su derrota en el sur de Vietnam obligó al gobierno estadunidense a recibir a sus vencidos aliados del sudeste asiático (Zolberg y Suhrke, 1986; Eckstein, 1994; Rumbaut, 1990, y Bach y Gordon, 1984). Incluso, el pequeño Portugal ha sido obligado a enfrentarse con las incómodas consecuencias de las guerras civiles en su antiguo imperio colonial (Sole, 1995).

Estos acontecimientos históricos estructuraron los desplazamientos demográficos contemporáneos, pero no los explican completamente. Dentro de los mismos países expulsores, algunas comunidades producen grandes cantidades de migrantes y otras apenas si son afectadas por el proceso. En las clases trabajadora y media baja, algunas familias optan por desarraigarse en busca de mejores oportunidades en el extranjero, mientras que otras se quedan en sus lugares de origen. Una vez más, las decisiones individuales no se toman aisladamente sino que están insertas en un contexto social que hace viables y concebibles algunas opciones y no otras. Entre las fuerzas que moldean este contexto inmediato de la migración externa, dos son especialmente importantes:

Primero, la contratación deliberada de trabajadores representa un mecanismo importante para activar tendencias establecidas por pasadas relaciones de colonialismo y semicolonialismo. El reclutamiento deliberado de mano de obra ha conducido a migraciones transcontinentales, por lo menos, desde principios del siglo XIX, y continúa hasta el momento de diversa manera (Piore, 1979, y Portes y Bach, 1985).

El reclutamiento de trabajadores ha moldeado los orígenes y destinos de muchos flujos migratorios y les ha dado suficiente impulso para hacerlos autosustentables. El reclutamiento inició los flujos transatlánticos desde Irlanda, seguida por Italia en el siglo XIX, y fue el motivo de la migración campesina proveniente del interior de México hacia el medio oeste y suroeste de Estados Unidos. Muchas compañías enviaron agentes pagados cuyo objetivo fue informar a grupos "preparados" por anteriores procesos históricos de penetración y desequilibrio estructural acerca de las nuevas oportunidades disponibles en Estados Unidos. Las acciones de estos reclutadores determinaron cuáles comunidades emisoras encabezarían el flujo y cuáles se quedarían atrás; también establecieron la dirección del movimiento, arreglando de antemano su destino (Piore, 1979; Lebergott, 1964, y Barrera, 1980). Aún en nuestros días, pequeñas comunidades puertorriqueñas pueblan las ciudades desindustrializadas de Pensilvania, Ohio e Illinois. Tales fueron los puntos de arribo original de los flujos de trabajadores agrícolas contratados para laborar en la industria pesada en periodos anteriores. Incluso, hay una comunidad puertorriqueña en Hawai, la cual es el resultado del esfuerzo de un propietario de plantación del siglo XIX al enfrentar la escasez de mano de obra en la industria azucarera (Portes y Grosfoguel, 1994).

Podría agregar más ejemplos, pero llevarían a la misma conclusión. El reclutamiento de trabajadores no es ciertamente el único factor que determina movimientos de población internacionales, pero ha sido significativa al formar lo que pueden llamarse las "microestructuras" de la migración; esto es, los esquemas perceptuales que hacen dicho traslado viable para algunos individuos y familias, pero no para otros.

Segundo, una vez iniciados, los flujos inmigrantes fácilmente se auto-perpetúan a causa del funcionamiento de otro par de fuerzas: a) los desequilibrios sociales y económicos entre sociedades fuertes y débiles y b) el fortalecimiento de las redes sociales. La primera fuerza apoya el deseo potencial de marcharse de amplios segmentos de la población del país expulsor; la segunda activa ese potencial de manera continua. La migración internacional es, sobre todo, un mecanismo constructor de redes. Una vez iniciada por el reclutamiento de trabajadores u otros fenómenos activadores, el movimiento crea una red de lazos sociales a larga distancia. El crecimiento de tales lazos hace que la decisión para trasladarse sea cada vez menos costosa, ya que reduce la incertidumbre y los peligros del viaje para los migrantes más recientes.

La relación entre redes sociales y migración ha sido un leitmotif de las literaturas histórica y sociológica acerca del tema: desde el estudio de los lazos sociales entre migrantes portugueses que se dirigían a Toronto (Anderson, 1974) hasta los modelos contemporáneos de la migración mediada por redes de comunidades rurales mexicanas construidos por Massey (1987) y sus colegas. Tilly (1990) ha llegado a declarar que "las unidades reales de migración no fueron (y no son) ni individuos ni familias, sino grupos de personas unidas por parentesco y por experiencia de trabajo" (p. 84). La aportación práctica fundamental de las redes sociales no sólo es que bajan los costos de la migración, sino que pueden sostener el proceso, incluso cuando los incentivos originales desaparecen o son debilitados en gran medida. Una vez que las redes transnacionales están establecidas, las personas empiezan a trasladarse por una variedad de razones muy diferentes a las de aquellos que iniciaron la salida: para reunirse con la familia, para atender a enfermos, para obtener educación, o incluso porque se vuelve "la conducta de moda" entre jóvenes de ambos sexos en comunidades expulsoras (Massey y García España, 1987).

Este prolongado excursus sobre los orígenes de los flujos inmigrantes contemporáneos tiene la intención de mostrar que tales movimientos no representan una "invasión silenciosa" de masas empobrecidas provenientes de los países menos desarrollados, sino que han sido iniciados y puestos en curso por gobiernos y actores económicos poderosos de los propios países receptores. En gran parte, las migraciones contemporáneas de trabajadores y refugiados representan la contrapartida lógica de las expediciones de colonización europeas y posteriormente norteamericanas que subordinaron a grandes sectores del planeta en el contexto de la economía mundial capitalista. El conocimiento de estos determinantes y de las fuerzas que sostienen a la migración puede ayudar a elaborar una propuesta más inteligente para su asentamiento en las ciudades de países avanzados. Con redes sólidamente establecidas entre naciones, las medidas hostiles y restrictivas contra la población inmigrante no sólo son inútiles sino, con frecuencia, también contraproducentes. Los resultados de políticas que buscan deshacerse de la población inmigrante, pueden retardar su proceso de incorporación, fragmentar socialmente a las ciudades receptoras y promover el crecimiento de una subclase urbana.

 

Migración y metrópolis

En 1980, la ciudad de Miami padeció bajo el moderno equivalente de una ofensiva extranjera. El éxodo de Mariel desde Cuba llevó más de 120 mil nuevos refugiados a la ciudad norteamericana en menos de seis meses. Aunado a las oleadas de pequeñas embarcaciones haitianas con rumbo a Miami, la situación alcanzó proporciones críticas. Se instalaron tiendas de campaña junto a las carreteras, las tropas de la Guardia Nacional tuvieron que ser movilizadas, y los criminales comunes puestos deliberadamente por el gobierno cubano en los barcos que zarparon de Puerto Mariel desataron una ola de crímenes como nunca antes había visto la ciudad (Portes y Stepick, 1993).

El éxodo de 1980 realmente no representó una invasión, sino que tuvo sus orígenes en fuerzas geopolíticas amplias ligadas a medidas estadunidenses hacia los países expulsores -Cuba y Haití, respectivamente-. Tales medidas hicieron posible que el gobierno comunista cubano buscara mejorar una difícil situación interna, exportando a sus opositores junto con un importante número de desadaptados sociales. En Haití, la demoledora pobreza y la represión política bajo un régimen apoyado por Estados Unidos llevaron a muchos a emprender un escape desesperado a bordo de embarcaciones apenas aptas para la navegación. Pero fue Miami en donde repercutió toda aquella corriente humana. Contemplando el sombrío paisaje de su ciudad ocupada por los refugiados pobres, los dirigentes políticos de la ciudad repetidamente solicitaron a Washington reasentar en otra parte a las olas de recién llegados. The Miami Herald se comprometió en una campaña poderosa exigiendo el fin inmediato del éxodo de Mariel y el traslado de los refugiados a otras áreas del país (Portes y Stepick, 1993, y García, 1996). Después, en el mismo año (1980), la ciudadanía alarmada aprobó abrumadoramente un referéndum que prohibía el uso del español o cualquier otro idioma extranjero por parte de los gobiernos locales. Todo esto fue parte de un intento por impedir el deterioro de Miami a la condición de ciudad pancaribeña.

Sin embargo, las nefastas profecías no tuvieron cumplimiento. Aunque el gobierno federal trasladó grandes grupos de recién llegados a campamentos militares en otros estados, los nuevos refugiados eventualmente retornaron a Miami, sumándose a sus comunidades étnicas respectivas. Aunque en muchos casos traumático, su proceso de aculturación y adaptación avanzó aceleradamente. Contrariamente a las predicciones más extremas, la ciudad no se hundió en el Atlántico ni se volvió un lugar empobrecido sin ley. Hacia 1990 Miami había reforzado su estatus como ciudad global, centro del comercio de Estados Unidos con América Latina, y área culturalmente cosmopolita (Pérez, 1992, y Sassen y Portes, 1993). Sin duda, hubo perdedores en el proceso, y éstos fueron en su mayor parte aquellos identificados con el pasado de la ciudad. El establishment local tuvo que ceder rápidamente para acomodar a los recién llegados. The Miami Herald cambió de tono e incluso creó una edición en español por temor a quedarse sin lectores. Los viejos habitantes se adaptaron o dejaron la ciudad.

Las repercusiones del referéndum antibilingüe fueron particularmente instructivas. Activaron una fuerte reacción en los círculos hispanos, especialmente entre los cubanos. Antes del referéndum, la mayor parte de la actividad política cubana había estado orientada a derrocar al régimen de Fidel Castro. La victoria de los nativistas locales en 1980 fue, sin embargo, una llamada a la acción. Los antiguos exiliados no perdieron tiempo en obtener la ciudadanía y registrarse para votar. Para entonces ya representaban una proporción significativa de la población de Miami, y por lo tanto, su rápida movilización transformó la política local. En poco más de diez años, las alcaldías de la ciudad y el condado fueron ocupadas por cubanoamericanos. Igual sucedió con la mayoría de los puestos del ayuntamiento y las representaciones del área en la legislatura estatal y el Congreso. En el proceso, la mayoría de los antiguos pronativistas, incluyendo a los defensores originales del referéndum antibilingüe, fueron desplazados del gobierno (Portes y Stepick 1993; García, 1996, y Portes, 1984).

Hago hincapié en este ejemplo porque ayuda a ilustrar tres puntos fundamentales de la relación entre las ciudades y la inmigración. Primero, es normalmente inútil buscar detener o reencauzar las corrientes migratorias a nivel local. Aunque en principio parece injusto que las consecuencias de políticas nacionales sean experimentadas a nivel local, tal es el curso normal de los acontecimientos, dada la relación subordinada de las ciudades con respecto a los Estados-nación. Segundo, las ciudades no perecen por la migración sino que cambian. Son las áreas claves donde ocurre el proceso de incorporación de los inmigrantes; es allí donde los recién llegados dan los primeros pasos para aprender el nuevo idioma y cultura, y al hacerlo, influyen sobre la composición de la población y el carácter de la vida urbana. Tercero, los intentos locales para suprimir o subordinar grupos migrantes generalmente llevan a consecuencias que son las contrarias a las planeadas.

En Miami, el efecto principal de las fuertes campañas nativistas fue expulsar a sus proponentes de la política local. En otros casos, sin embargo, las medidas agresivas contra los inmigrantes no detienen su llegada, sino que hacen su proceso de incorporación social y económica mucho más difícil. Esta situación puede llevar al surgimiento de una subclase urbana como en una profecía autocumplida de la hostilidad nativista: los migrantes que originalmente buscaron aceptación y raramente cometieron crímenes u otros actos de oposicion, cada vez más tienen posibilidades de hacerlo, como resultado directo de su exclusión social. Las consecuencias de este proceso de "formación reactiva" entre hijos de inmigrantes (segunda generación) han sido examinadas en detalle en otras publicaciones (Portes y Rumbaut, 1996; Portes y Zhou, 1993; Rumbaut, 1994, y Suárez Orozco, 1987).

Puesto que la inmigración continuará dirigiéndose hacia las ciudades e inevitablemente las transformará, el curso de acción más inteligente es manejar la situación con medidas que faciliten la incorporación de los recién llegados. Ésta es la práctica de ciudades que están acostumbradas a sucesivas oleadas de inmigrantes y que han sido moldeadas en gran parte por su presencia. Nueva York es un buen ejemplo de ello, donde llama la atención que las autoridades estén presentes en cada festival étnico, desde el Día de San Patricio irlandés hasta el Día de la Independencia colombiano (Guarnizo, Sánchez y Roch, 1999). La lección es clara: la tolerancia pluralista es la medida más eficaz tanto en la prevención de explosiones étnicas reactivas como en la integración a largo plazo de los inmigrantes a la vida urbana.

En cuanto a los cambios en la estructura urbana efectuados por la inmigración, las opiniones varían con la posición del observador. Los antiguos habitantes normalmente lamentan tales cambios atribuyéndoles la decadencia irreversible de su ciudad. Hay, sin embargo, una posición alternativa que resalta las contribuciones fundamentales de la inmigración para mantener el dinamismo social y económico en los medios urbanos, creando nuevas oportunidades de empleo y haciendo la vida citadina más diversa y cosmopolita. Las ciudades habitadas por una población rica pero en proceso de envejecimiento se estancan. Pueden ser lugares seguros y apacibles, pero también carecen de la vitalidad y sentido de innovación de las áreas que son receptoras de flujos migratorios. Miami, después de 1980, es un lugar transformado, pero sería arriesgado afirmar que ha decaído. Lo mismo se puede decir de Los Ángeles o Nueva York.

 

Las ciudades en el sistema global

Hay una última manera de definir la relación entre la urbanización y la inmigración actuales. En su bien conocido libro, Sassen (1991) identifica a las ciudades globales como aquellas que se han vuelto nódulos centrales para la coordinación y administración de la economía capitalista mundial. Reconoce a Nueva York, Londres y Tokio como tales. En un artículo subsecuente, Sassen y Portes (1993) extendieron este análisis a ciudades más pequeñas como Miami, que realizan funciones similares de orden y control a escala regional. Éstas se pueden considerar como "ciudades globales de segundo rango". Siguiendo la misma lógica, Friedmann (1986) desarrolló una clasificación de ciudades de acuerdo con su posición en círculos mundiales de finanzas y comercio (Friedmann y Goetz, 1982).

Todos estos análisis comparten una perspectiva común respecto a las ciudades, como entidades definidas por flujos de capital, información y tecnología que juegan un papel importante en espacios supranacionales. Así, las ciudades globales adquieren una doble identidad: como unidades políticas subordinadas bajo particulares Estados-nación y, simultáneamente, como centros de mando y organización de una compleja economía mundial de la que depende considerablemente el futuro de esos mismos Estados nacionales. Cuanto más estas funciones de coordinación se concentran en una ciudad particular, mejor ubicada está en el nuevo espacio transnacional del capitalismo global y mayor es su distancia de la definición tradicional de la ciudad industrial.

Las ciudades que se han movido en esta dirección están caracterizadas por un nuevo ambiente cosmopolita, marcado, entre otras cosas, por una abundante presencia de extranjeros. Existe una fuerte correlación entre las funciones coordinadoras globales agrupadas en una región metropolitana y el tamaño de los flujos de inmigrantes dirigidos hacia ella. En Estados Unidos, Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Miami, San Francisco y Houston óciudades con una presencia importante de bancos internacionales, sedes corporativas multinacionales e industrias de alta tecnologíaó también son destinos preferidos por los inmigrantes (Sassen, 1995). Las razones de por qué los extranjeros vienen a estas ciudades han sido analizadas en detalle por varios investigadores en términos del surgimiento de nuevas necesidades de mano de obra en las economías metropolitanas. Sin embargo, deseo llamar la atención sobre otra razón más amplia.

El nuevo espacio transnacional, del cual las ciudades globales son nódulos, es creado por flujos sostenidos de capital, tecnología, información y, además, personas. Los mismos avances tecnológicos que permiten transacciones financieras instantáneas, la difusión global de información y el fácil transporte internacional han alcanzado a individuos y familias de todo el mundo. Éstos se han hecho conscientes de los estándares de vida y de las oportunidades económicas en el extranjero y también de los medios para llegar allá. Por lo tanto, al transnacionalismo desde arriba, hecho posible por las revoluciones en la comunicación y el transporte, y guiado por grandes actores financieros y corporativos, le corresponde un transnacionalismo desde abajo, creado por gente común y corriente que busca mejorar su situación (Smith y Guarnizo, 1998; Friedmann, 1986; Sassen, 1991, y Portes, 1999).

Es lógico que los nódulos espaciales ubicados en las encrucijadas de los flujos financieros y tecnológicos que constituyen la economía global también sean los principales blancos de la contraparte humana del mismo proceso. La globalización tiene cara y contracara, y progresivamente se vuelve imposible tener una sin la otra. Las ciudades que buscan su lugar en el nuevo orden económico internacional también deben estar preparadas para enfrentar cambios dramáticos en la composición de sus poblaciones. Vistas desde esta perspectiva, las áreas metropolitanas transformadas por la inmigración no son simplemente las desafortunadas víctimas de las decisiones tomadas por gobiernos nacionales. Representan, más bien, actores clave en un proceso más amplio que trasciende fronteras nacionales y que está ligando pueblos en todo el mundo. Así, los gobiernos nacionales, que suponen ser los únicos actores en el sistema global y detentar poder universal sobre él, cometen un grave error. Su alcance y su autoridad son de manera creciente condicionadas por las áreas transnacionales creadas a través de la lógica del capital, la difusión de tecnología y las estrategias de adaptación de las poblaciones afectadas.

 

Cómo las comunidades transnacionales muestran el camino a seguir

En un día soleado, en el verano de 1997, decenas de miles de personas se reunieron en un parque citadino para celebrar el Día de la Independencia colombiana. Abundaron los tradicionales discursos del 20 de julio, acompañados de comida, música y baile colombianos. El alcalde de la ciudad, varios candidatos políticos, una congresista, la Señorita Colombia y numerosos líderes civiles hicieron elocuentes declaraciones plenas de orgullo patriótico. El alcalde aprovechó la ocasión para promover su reelección; otros buscaron promover sus propias candidaturas. A primera vista, la celebración parece ser un evento nacional sin nada de particular, excepto porque tuvo lugar en el gigantesco Flushing Meadows Corona Park, en el corazón de Queens County, Nueva York, a unas 2 500 millas de distancia del país de donde vinieron originalmente aproximadamente 100 mil participantes. Con excepción de los organizadores, el cónsul y la Señorita Colombia, ninguno de los que pronunciaron discursos era colombiano. La congresista era puertorriqueña; el alcalde, italoamericano, y ninguno de los otros candidatos hablaba español (Guarnizo et al., 1999).

El evento ilustra dos puntos significativos. Primero, hasta qué punto los inmigrantes de hoy llevan vidas dobles, ocupando espacios y buscando voz simultáneamente en dos lugares. Para algunos extranjeros, el simbólico regreso al país-hogar -como en las celebraciones del 20 de julio- tiene lugar sólo ocasionalmente. Para otros, representa el centro de sus vidas. Para los organizadores del festival, por ejemplo, tal evento es parte de un trabajo cotidiano, que requiere viajes frecuentes y comunicación permanente con sus países de origen. Segundo, el Día de la Independencia en Flushing Meadows Park muestra cuán ágilmente las estructuras políticas urbanas pueden adaptarse a las preocupaciones y necesidades de una población cosmopolita. La ciudad de Nueva York es global no sólo por sus bancos y casas financieras, sino también por los muy diversos orígenes de su población. El alcalde, la congresista y los otros políticos lo saben. Saben, en particular, que los inmigrantes de hoy son los votantes de mañana y, en algunos casos, los futuros dirigentes económicos y políticos de sus propios países de origen (Guarnizo et al., 1999, e Itzigsohn, Cabral, Hernández Medina y Vázquez, 1999).

Es así que en el mundo actual ha surgido un nuevo modo de adaptación inmigrante que se desvía significativamente de la inserción tradicional en las posiciones más bajas de las jerarquías económica y social de la nación huésped. Muchos inmigrantes aún siguen tal ruta tradicional, pero un número creciente está haciendo uso de sus redes sociales y de innovaciones tecnológicas en transporte y comunicación electrónica para implementar una estrategia distinta. Ésta consiste en organizar su trabajo y vidas personales en las áreas metropolitanas del primer mundo sin abandonar totalmente los países y comunidades de origen. Más precisamente, la estrategia consiste en buscar movilidad económica y expresión política a través de actividades que requieren contacto permanente más allá de las fronteras nacionales e intercambios rutinarios de recursos e información en ambas direcciones (Portes, 1999; Smith y Guarnizo, 1998; Itzigsohn et al, 1999, y Landolt, 2000).

Comunidades transnacionales es el término con el que los estudiosos han nombrado estos campos emergentes creados por los más diversos tipos de actividades, desde la empresa económica, pasando por movilizaciones políticas que cruzan fronteras, y llegando hasta esfuerzos culturales y filantrópicos. Unos cuantos ejemplos tomados de la literatura reciente ayudan a entender la naturaleza de estas actividades. En Flushing, un suburbio de la ciudad de Nueva York, proliferan pequeños bancos chinos. Éstos fueron originalmente establecidos para responder a la demanda de vivienda de un gran asentamiento de población inmigrante china. Las familias chinas no podían obtener hipotecas de las instituciones estadunidenses locales debido a sus dificultades con el idioma inglés y por carecer de antecedentes crediticios apropiados. Debido a eso, los empresarios locales viajaron a Hong Kong y Taiwán para obtener el capital y establecer nuevos bancos que pudieran realizar préstamos a los chinos en su propio idioma. Algunos de estos bancos han florecido, sirviendo a una creciente clientela multiétnica (Smith y Zhou, 1995).

Los propietarios y gerentes de tales bancos viajan regularmente a través del Pacífico, al igual que otros comerciantes asiáticos que se han establecido en California. Gracias a estos últimos, la ciudad de Monterey Park, cercana a Los Ángeles, ha sido transformada en el "primer Chinatown suburbano". Muchos empresarios de Hong Kong y Taiwán han establecido su residencia allí, como una barrera contra la inestabilidad política y una forma de protección contra el peligro comunista. Viviendo en California, continúan haciendo viajes de negocios cruzando el Pacífico, y recibiendo el membrete de "astronautas" por parte de su propia comunidad étnica. El dinamismo de estos empresarios transnacionales ha llevado a un notable avance en la política local de los inmigrantes chinos. En Monterey Park están fuertemente representados entre las autoridades municipales y en la élite de negocios de la ciudad (Fong, 1994, y Zhou, 1996).

La mayoría de los principales partidos políticos de los países de la cuenca del Caribe tienen oficinas permanentes en las respectivas áreas de contratación de sus inmigrantes en Nueva York. De ahí que no hubiera ningún problema cuando el comité del Partido Conservador Colombiano de esa ciudad organizó una larga caravana de autos por el centro de Queens County en apoyo a su candidato, Andrés Pastrana, durante la última elección presidencial colombiana. La policía local tomó con calma y sin sorpresa el acontecimiento. Tanto las reuniones políticas para candidatos en una docena de otros países, como las jubilosas celebraciones posteriores a encuentros de futbol ocurridos fuera de Estados Unidos, son rutinarias en Queens y Brooklyn. Los activistas políticos transnacionales con frecuencia usan su estatus como representantes de distritos étnicos para establecer conexiones con las autoridades de la ciudad. Algunos han iniciado sus carreras políticas en Estados Unidos sobre la misma base (Guarnizo et al., 1999; Itzigsohn et al., 1999, y Landolt, 2000).

Otros, por el contrario, viajan a sus países para buscar acceso a la política nacional representando a la comunidad expatriada y utilizando las sustanciales contribuciones financieras que esta puede hacer a candidatos en elecciones nacionales. La familiaridad con las instituciones políticas estadunidenses también representa una ventaja significativa para los activistas políticos transnacionales que deciden regresar a sus países. El ex presidente de la República Dominicana, Leonel Fernández, es el representante más prominente de este tipo de trayectoria: criado en la comunidad dominicana inmigrante de Nueva York, educado en escuelas estadunidenses y preparado allí para una carrera política exitosa en su país (Itzigsohn et al., 1999, y Guarnizo, 1994).

El surgimiento contemporáneo de comunidades transnacionales muestra el camino a las ciudades del futuro. Como nódulos clave en una entrelazada economía global, la metrópolis del mundo avanzado se impulsa en una dirección transnacional. Tal como sus firmas y comerciantes coordinan desarrollos en el mundo entero, sus líderes políticos y civiles vuelven la atención hacia los lazos que unen a su población con otras naciones. Por consiguiente, tales ciudades ya no son entidades locales y subordinadas dentro de Estados-nación particulares; el surgimiento de comunidades transnacionales dentro de ellas representa tanto un símbolo como una parte integral de su papel emergente en el sistema global.

 

Conclusión

Parafraseando a Borges (1960, p. 28), a la historia le gustan las "simetrías, las repeticiones y las combinaciones". Hay un paralelo entre la historia urbana al principio y al final del segundo milenio. En los siglos XI y XII, campesinos, mercaderes y trabajadores migrantes llegaron a las ciudades amuralladas en busca de libertad de la opresión feudal. Con el tiempo forjaron centros comerciales que acabaron con el feudalismo y su visión del mundo. Al final del siglo XX, campesinos, comerciantes y trabajadores empezaron a cruzar fronteras nacionales, aproximándose a las metrópolis de los países avanzados en busca de libertad política y oportunidades económicas. Así, comenzaron a formar comunidades transnacionales que reflejan un nuevo orden global y fomentan su crecimiento. Como centros de este nuevo orden, las ciudades han retomado, al final del milenio, el papel central que tenían en su inicio. Se sitúan así en el centro de un enlace dinámico de gran importancia para matizar una visión anterior del mundo que enfatizaba exclusivamente a la nación. Como el surgimiento de la ciudad global, la inmigración representa una parte integral del mismo proceso.

Como señalé al principio, la asociación entre migración y ciudad ha sido teorizada en el pasado en términos de sus consecuencias y no de sus causas; esto es, con un enfoque sobre las diversas etnicidades que son el producto y sedimento de flujos anteriores (para un ejemplo clásico, véase Glazer y Moynihan, 1963; para ejemplos más contemporáneos, véase Suttles, 1971, y Sullivan, 1989). En este artículo busco cambiar el enfoque resaltando la preferencia histórica de los migrantes por lugares de destino urbanos y la transformación del tejido social y cultural de la ciudad como producto de tales flujos migratorios. El cercano enlace entre migración y ciudad se debe al hecho de que, aunque los orígenes y dirección de las corrientes migratorias pueden derivar de pasadas iniciativas económicas y geopolíticas de los gobiernos nacionales, son las áreas urbanas las que ofrecen nuevos puntos de encuentro e integración.

En lugar de interesarnos exclusivamente en las consecuencias de movimientos migratorios anteriores, es imperativo que adoptemos una postura intelectual tan dinámica como el fenómeno mismo. Los inmigrantes están transformando las ciudades, y lo están haciendo en términos que difieren de lo que pasadas teorías de asimilación y etnicidad nos llevarían a creer. Es por esta razón que el fenómeno del transnacionalismo merece atención, tanto como manera innovadora de adaptación inmigrante como parte integral del papel protagonista que las áreas metropolitanas están llamadas a desempeñar en la economía mundial.

 

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Notas

* El presente artículo apareció originalmente publicado en inglés, bajo el título "Immigration and the Metropolis: Reflections on Urban History", en Journal of International Migration and IntegrationlRevue de l'integration et de la migration internationale, vol. 1, núm. 2 (primavera del 2000), pp. 153-175. Los editores de esta revista nos han autorizado para publicar esta traduccción en español, que fue realizada por Eliézer Navarro y revisada por el autor.

** Versión revisada de un trabajo originalmente realizado para ser el discurso inaugural en la International Metropolis Conference, Washington, D. C., del 7 de diciembre de 1999. Agradezco los comentarios de Patricia Fernández Kelly, Robin Cohen, Demetrios Papademetriou y dos dictaminadores anónimos. Ninguno es responsable por el contenido.

 

Información sobre el autor

ALEJANDRO PORTES. Professor of Sociology, Department of Sociology, Princeton University. Dirección electrónica: aportes@princeton.edu

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