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Latinoamérica. Revista de estudios Latinoamericanos

versión On-line ISSN 2448-6914versión impresa ISSN 1665-8574

Latinoamérica  no.65 Ciudad de México jul./dic. 2017

https://doi.org/10.22201/cialc.24486914e.2017.65.56862 

Reseñas

William M. LeoGrande y Peter Kornbluh, Diplomacia encubierta con Cuba. Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana, México, FCE, 2015.

Ricardo Domínguez Guadarrama* 

*UAER-UNAM

LeoGrande, William M.; Kornbluh, Peter. Diplomacia encubierta con Cuba. Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana. ,, México: FCE, 2015.


La visita de un presidente de Estados Unidos a Cuba era impensable hasta antes del 17 de diciembre de 2014, cuando de manera simultánea en Washington y La Habana los mandatarios Barack Obama y Raúl Castro, respectivamente, anunciaban el cambio de políticas para normalizar las relaciones bilaterales entre ambos gobiernos. En julio de 2015 se izaron las banderas de las sedes diplomáticas luego de 54 años de haberlas cerrado.

El Canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, visitó la capital estadounidense fuera de los marcos multilaterales como la ONU, para transformar la Oficina de Intereses en Washington en Embajada y agradecer al gobierno de Checoslovaquia su valiosa cooperación como representante diplomático de los intereses de Cuba ante el gobierno de Estados Unidos desde 1976. En agosto de 2015, un secretario de Estado, en este caso John Kerry, visitó por primera vez Cuba desde el triunfo de la Revolución cubana el 1º de enero de 1959, para agradecer al gobierno de Suiza sus gestiones al frente de los temas de Estados Unidos en La Habana y dejar establecida su Embajada en la Isla, en las instalaciones que antes funcionaron como Sección de Intereses de los Estados Unidos en la Embajada de Suiza en Cuba, a un lado del Malecón habanero.

Diciembre de 2014 significó el logro de un largo proceso de discusiones abiertas y secretas entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, iniciado en los primeros años de la década de los años sesenta del siglo pasado aunque no por ello tuvieron un carácter secuencial. Las pláticas de diversa índole respondían a coyunturas muy precisas, por tanto, los alcances o no, también eran coyunturales, aunque a diferencia del presente, muy poco profundos. Ahora se trata del fin de un periodo y el inicio de otro que deberá avanzar a paso firme y a prueba de retrocesos antes que termine 2018, pues ni Barack Obama ni Raúl Castro presidirán los poderes ejecutivos en sus respectivos países después de ese año.

El largo recuento de negociaciones abiertas y secretas de los gobiernos de los diez presidentes de Estados Unidos y los dirigentes de la Revolución cubana desde 1961, está relatado por William M. LeoGrande y Peter Kornbluh en el libro titulado Diplomacia encubierta con Cuba. Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana, que se publicó en 2014 en su versión inglesa y a finales de 2015 en español, por el Fondo de Cultura Económica, México.

A partir de entrevistas a los protagonistas, de la recuperación de relatos escritos y de un enorme número de documentos desclasificados de diversas dependencias de Estados Unidos (Agencia Central de Inteligencia, Buró de Investigaciones Federales, Congreso, Departamento de Estado, Oficina de Seguridad Nacional, la Casa Blanca, etc.), este libro logra mostrar y demostrar los intentos que hubo de parte del gobierno cubano y de Estados Unidos por encontrar fórmulas que permitieran restablecer sus relaciones bilaterales o, por lo menos, tener un mínimo de cooperación temática en los asuntos de mayor importancia o de coincidencia entre ambos países.

El libro es diverso en varios sentidos. Uno de ellos es que ofrece ideas, dichos y suposiciones de los distintos funcionarios encargados de la política oficial de Estados Unidos hacia Cuba. Otro es que a través de los documentos y entrevistas que los autores del texto ofrecen, se pueden valorar los temas de mayor interés para Washington en relación con la Revolución cubana y su régimen. Asimismo, los testimonios, documentos desclasificados, diversos ensayos y bibliografía consultada por William M. LeoGrande y Peter Kornbluh , dan cuenta de las consideraciones que la dirigencia cubana tenía en relación con su interés de establecer relaciones normales con Estados Unidos así como sus preocupaciones ante los motivos “obscuros” de los funcionarios estadounidenses respecto de la Isla.

A mi juicio, el libro, ofrece dos lecturas paralelas. Una evidenciada en la redacción del mismo y otra de forma subrepticia. La primera señala que los funcionarios de Estados Unidos realmente estaban molestos y preocupados con la dirigencia de la Revolución cubana por la política exterior que desplegaron, particularmente su acercamiento y cooperación (dependencia total según Washington) de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), así como su apoyo a las guerrillas en el Tercer Mundo. América Latina, el Caribe y África fueron temas de preocupación para los funcionarios estadounidenses, pues la política cubana obstaculizaba los intereses internacionales de Washington. Por tanto, desde este ángulo, las exigencias de Estados Unidos a Cuba para normalizar o mantener ciertos niveles de relación en algunos rubros, atravesaban por la necesidad de que el gobierno cubano desistiera de su quehacer internacional en los términos en los que lo estaba haciendo.

Para los funcionarios estadounidenses, o por lo menos para algunos, así lo muestra el libro, el comunismo y su posible expansión a través de Cuba era una real amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos. En ese sentido, se explica que se generaran dos corrientes de pensamiento al interior de la estructura burocrática estadounidense para detener semejante peligro; unos estaban por presionar sin cuartel al gobierno revolucionario y generar las condiciones propicias para que la misma población se opusiera a su continuidad. Para ello, se diseñaron planes de distinta índole, desde aquellos que atentaban contra la vida de la dirigencia cubana hasta presiones económicas, políticas, militares y diplomáticas que estrangularan a la Revolución. Otro grupo apoyaba acercamientos en distintos grados y estrategias con el gobierno cubano para alejarlo de la órbita soviética; en la medida en que la participación de Estados Unidos se manifestara en la economía de Cuba, el gobierno iría desistiendo de su política exterior socialista y guerrillera. Llama la atención el siguiente aspecto: que la situación o el modelo político-económico cubano que se construía no presentaba mayor interés en los funcionarios estadounidenses, bajo el supuesto de que el modelo socialista cubano no representaba mayor problema para Washington, mientras se mantuviera dentro de las fronteras cubanas.

Una segunda lectura que puede intuirse entre líneas es que el problema no era la política exterior cubana, sino el modelo político-económico que pretendía el gobierno revolucionario: socialista por estrategia y conveniencia, aunque más orientado a políticas de redistribución e igualdad en el orden social. Así como un modelo político-económico que requería a todas luces amplios márgenes de soberanía e independencia. El ejemplo cubano, de esta manera, podría poner en entredicho todo el sistema de relaciones capitalistas promocionado y ejecutado por Estados Unidos. El libro permite intuir también que la autodeterminación es el problema de fondo que representaba y representa la Revolución cubana para los intereses estadounidenses. En ese sentido, se entiende que no era per se la política exterior cubana lo que preocupaba y molestaba a Washington sino precisamente, la capacidad de autodeterminación (soberanía e independencia) que la dirigencia mostraba en su quehacer nacional e internacional.

Otro elemento a destacar es que los presidentes así como diversos personajes dentro y fuera de la política estadounidense, dependían del resultado de la negociación o confrontación entre distintos sectores políticos y económicos de su país, para poner en marcha, ampliar o congelar contactos con el gobierno cubano. Sin duda y de acuerdo con los autores William M. LeoGrande y Peter Kornbluh , los periodos electorales en Estados Unidos han jugado un papel fundamental a la hora de tratar de tender puentes con Cuba. Los autores muestran también que dentro de la estructura burocrática estadounidense existe una lucha constante entre los funcionarios que desean dialogar con el gobierno cubano y los que no.

Un aporte más es que William M. LeoGrande y Peter Kornbluh ofrecen elementos suficientes para entender que la agenda estadounidense respecto de Cuba fue una antes de la caída de la URSS y otra en la etapa de la post-guerra fría, aunque el propósito fundamental no cambió. Con la caída del régimen de la URSS, y de los demás países del bloque comunista, las preocupaciones estadounidenses respecto de Cuba se desvanecieron: las fuerzas militares cubanas habían salido de África, las guerrillas en América Latina y el Caribe habían casi desaparecido y por tanto, ni la expansión ni la dependencia cubana de la Unión Soviética seguían con vida a inicios de los años noventa. Fue entonces que el gobierno de George Bush (padre) agregó el tema de la promoción y defensa de la democracia y los derechos humanos como condiciones para establecer relaciones con La Habana. En suma, Estados Unidos exigía un cambio de sistema político-económico en la Isla como condición irrenunciable para normalizar los vínculos bilaterales. Es precisamente este cambio de agenda el que permite intuir que, efectivamente, la preocupación de los funcionarios estadounidenses no había sido la política exterior cubana, sino su capacidad soberana de tomar decisiones tanto internas como externas.

De manera tangencial o coyuntural, los diálogos que reproduce el libro así como las palabras que se rescatan de los funcionarios cubanos encargados de negociar con sus pares estadounidenses, permiten conocer la postura que asumió el gobierno de Cuba en sus acercamientos con Estados Unidos. El texto presume, en ese sentido, de que hubo una clara influencia del pensamiento de Fidel Castro expresada en sus negociadores. A propósito de ello, William M. LeoGrande y Peter Kornbluh , reconocen la capacidad del entonces presidente de Cuba como estratega, pues al igual que otros personajes, responsabilizan al comandante Fidel Castro de las acciones y soluciones que se lograron en África.

Sin embargo, hace falta una versión cubana sobre la perspectiva del gobierno, sus funcionarios y las distintas dependencias que dan vida al quehacer internacional de Cuba hacia Estados Unidos, con el fin de tener una apreciación completa y equilibrada sobre el proceso de negociaciones abiertas y encubiertas entre ambos gobiernos, que derivaron, como decíamos, en el restablecimiento de relaciones diplomáticas en 2015. En ese orden de ideas, se puede señalar que William M. LeoGrande y Peter Kornbluh muestran su posición y suposiciones sobre el pensamiento de los negociadores cubanos como si se tratara de entes pasivos que sólo replican lo que ordenaba Fidel Castro. Al respecto, habría que ofrecer el beneficio de la duda, por lo menos, en el sentido de que las cosas no funcionan de manera tan monolítica en Cuba. Sólo hay un par de líneas en las que se reconoce que dentro del gobierno cubano hay también -por lo menos- quienes ven con desconfianza cualquier intento de Washington por restablecer sus vínculos con Cuba y otros que ven con agrado y hasta pretenden mejorar las relaciones con Estados Unidos pese a cualquier obstáculo. Mientras los autores dan una imagen de debate abierto y democrático al interior de la estructura burocrática estadounidense, suponen un avasallamiento de la opinión del presidente Fidel Castro en el caso de la burocracia de Cuba

Hay otros temas que tangencialmente se abordan en el texto, aparentemente soportados por documentos desclasificados, declaraciones de los entrevistados o ensayos escritos en el pasado y que desafían la creencia de ciertos hechos consumados. Uno de ellos es la posición de México ante la resolución que la Organización de los Estados Americanos adoptó en 1964, en la que se decidió la ruptura de relaciones diplomáticas con el “régimen cubano”. De acuerdo con los descubrimientos de William M. LeoGrande y Peter Kornbluh, el gobierno de México, único que no adoptó dicha resolución y por tanto no rompió relaciones diplomáticas con Cuba, no tomó una decisión soberana e independiente sino que fue producto de un acuerdo con Estados Unidos, país interesado en mantener una embajada abierta en Cuba que funcionara como ojos y oídos de la región en la Isla. Este es un argumento que han repetido algunos académicos e investigadores mexicanos. De ser cierta esta versión, mucho de la política exterior de respeto a la soberanía que México mantuvo en el pasado estaría tirándose a la borda. Existe, sin embargo, una posición documentada por otros investigadores que cuestionan el supuesto acuerdo y sumisión mexicana en aquel entonces, por ejemplo, la del doctor Mario Ojeda, en sus ya clásicos textos sobre la política exterior de México; otro caso sería el trabajo del embajador Gustavo Iruegas, experimentado diplomático mexicano.

Independientemente de estas versiones, que no dejan de ser fundamentales para entender el paso histórico que Cuba y Estados Unidos, ambas naciones han dado pasos importantes para iniciar de manera oficial un diálogo hacia la normalización de sus relaciones bilaterales. Por ello, este libro ofrece un excelente -y se diría único- relato apegado a los cánones más confiables de la investigación científica sobre las negociaciones y los intereses que Cuba y Estados Unidos han defendido a lo largo de 54 años, antes de decidir restablecer sus vínculos oficiales. Es un testimonio importante y valioso desde la óptica estadounidense (sus intereses, sus contradicciones, sus confrontaciones) para lograr acuerdos con la mayor de las Antillas.

De esa manera, William M. LeoGrande y Peter Kornbluh enuncian un conjunto de acontecimientos nacionales, regionales y mundiales que se conjuntan para explicar las razones por las cuales el presidente Barack Obama decide en su segundo mandato ir a fondo en sus pláticas con Cuba a través del Vaticano y del gobierno de Canadá (y de otras vías), para restablecer los vínculos diplomáticos e iniciar un largo camino hacia la normalización de las relaciones con el gobierno revolucionario de Cuba. No dejan de lado las circunstancias coyunturales cubanas, pero lo que sobresale es el explícito reconocimiento al interés genuino e histórico de la dirigencia de la Revolución por normalizar sus relaciones con Estados Unidos, siempre bajo la égida de la igualdad y el respeto soberano.

Al final del libro que nos ocupa, se confirma que en el esfuerzo de los presidentes Obama y Castro no hay ganadores ni perdedores, sino la comprensión de una vieja experiencia de respeto de las diferencias y de privilegiar los temas de interés común que permitan un ambiente propicio para resolver diversos problemas: nacionales, regionales y mundiales. Otra conclusión es que Estados Unidos y Cuba no están resolviendo un problema de manera definitiva, sino al contrario, han cerrado un capítulo pero han iniciado otro hacia la normalización, el cual no estará exento de obstáculos, pero del que deberán aprovechar las experiencias adquiridas en el pasado.

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